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Feliciano

El 2 de diciembre de 2001, Feliciano iba caminando por las calles de capital federal cuando vio que
en una casa de electrodomésticos había gente amontonada tratando de ver y escuchar el
comunicado en cadena nacional.

Hablaba un señor calvo y de ojos claros. Se apellidaba Cavallo y era nuestro ministro de economía.
La medida que anunciaba, después fue llamada “corralito”,

El corralito causó muchos conflictos en el país. Feliciano en ese momento no iba a saber que sería
uno de los tantos afectados que participaría en las movilizaciones y marchas que se hicieron
contra esa medida en todo el país y que duraron casi una semana.

Él, Feliciano, estaba casado. Faltaba apenas un mes y sería padre de su primer hijo. Siempre que
volvía de las marchas su mujer lo esperaba impaciente, ansiosa, angustiada. Ella no sabía lo que
haría de perder a quien era su sostén en el mundo. Y en momentos como esos tenía una
sensación horrible de que algo estaba a punto de pasarle… algo muy malo.

El 7 de diciembre hubo una huelga general. Un día después empezarían los saqueos, aislados al
principio. Pero hora tras hora, y día tras día continuaban creciendo y haciéndose cada vez más
recurrentes. Esa semana, un martes más precisamente, Feliciano no volvió a casa a la hora
acostumbrada. Tampoco al otro día volvió. Su mujer empezaba a sentirse desbordada por la
angustia. Sola, no sabía cómo sobrellevar la espera. Su familia era del interior, y ciertamente no
estaban en mejores condiciones.

El 13 de diciembre, para su alivio, para su salud mental (que estuve a punto de perder unas horas
atrás) Feliciano vuelve, todo lastimado, y se arroja en el umbral de la puerta de su casa. Su mujer
se deshacía en lágrimas. No había dormido hacía tres días.

Unos días después, el presidente Fernando de la Rúa anunciaría el estado de sitio. Feliciano quiso
salir, tras oír el anuncio, de forma inmediata, a exigir la renuncia del presidente.

Todos conocemos el resto de la historia. La propuesta de un acuerdo propuesto por el presidente


que fracasaría. Su renuncia posterior y su retirada en helicóptero de la casa rosada.

Esos días, donde los saqueos se desmadran y la represión se hace continua y furiosa, donde
algunas personas caen muertas en pena calle, la mujer de Feliciano sufre en soledad, llora y sufre
porque su marido, a pesar de sus ruegos, decido otra vez volver a unirse al pueblo que en las calles
reclamaba.

Por suerte, una vez más, vuelve hacia la tarde. Todavía no había caído la noche sobre buenos aires.
La mujer de Feliciano, abrazada a su marido, le ruega, le exige que le prometa que sería esa la
última vez que la dejaría sola, que nunca más saldría sin ella. Que la próxima vez, ella lo
acompañaría. Que si algo malo le llegara a pasar, ella no lo soportaría, no querría soportarlo sola,
sin él a su lado.

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