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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS
COMUNITARIAS EN DEFENSA DE
LA VIDA EN MÉXICO
Claves desde la Ecología Política

Mina Lorena Navarro Trujillo


Daniele Fini
Coordinadores

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS
COMUNITARIAS EN DEFENSA DE
LA VIDA EN MÉXICO
Claves desde la Ecología Política

Mina Lorena Navarro Trujillo


Daniele Fini
Coordinadores

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Despojo capitalista y luchas comunitarias en defensa de la vida en México. Claves desde


la Ecología Política. Mina Lorena Navarro Trujillo y Daniele Fini, coordinadores —
México: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla; 2016

192 pp: 16 x 23 cm

Incluye referencias bibliográficas

BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA


ALFONSO ESPARZA ORTIZ
Rector
RENÉ VALDIVIEZO SANDOVAL
Secretario General
FRANCISCO M. VÉLEZ PLIEGO
Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
“Alfonso Vélez Pliego”

Diseño de portada: Miguel Ángel Sánchez


Edición y corrección de estilo: Gizella Garciarena
Diseño de interiores: Edgar Murillo

Esta obra es producto del Cuerpo Académico “Entramados Comunitarios y Formas de lo Político” y
fue financiada con recursos del Programa de Apoyo a Cuerpos Académicos 2015.

Obra arbitrada por dictaminadores externos.

Primera edición 2016.

D.R. © Mina Lorena Navarro Trujillo y Daniele Fini, coordinadores.

D.R. © Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”


Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Av. Juan de Palafox y Mendoza 208, Centro Histórico
C.P. 72000, Puebla, Pue. Tel 229 55 00, ext. 3131
www.icsyh.org.mx

ISBN: 978-607-525-142-4

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio,


sin el consentimiento por escrito del editor.

Impreso y hecho en México.

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Índice

Despojo capitalista y luchas comunitarias en defensa de la


vida en México. Algunas claves desde la Ecología Política.
A modo de presentación.................................................................................... 9
• Mina Lorena Navarro Trujillo y Daniele Fini
Del debate sobre el “extractivismo” hacia una Ecología
Política del Sur. Una mirada; una propuesta................................................ 23
• Horacio Machado Aráoz
Configuraciones del territorio: despojo,
transiciones y alternativas ............................................................................... 51
• Gian Carlo Delgado Ramos
Territorios y territorialidades en disputa: naturaleza,
soberanías y autarquía material ..................................................................... 71
• Efraín León Hernández
Territorio como paradigma en las luchas sociales
contemporáneas ................................................................................................ 93
• Daniele Fini
Conflictos socioambientales en México:
la defensa de la vida........................................................................................ 111
• María Fernanda Paz Salinas

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Un punto y una línea en el territorio........................................................... 135


• Mayeli Sánchez Martínez
En defensa de lo común y de la vida digna: horizontes
comunitario-populares en México .............................................................. 151
• Lucia Linsalata y Raquel Gutiérrez
La comunalidad, una “eco-política del sur”
ante la crisis de civilización........................................................................... 173
• Víctor M. Toledo

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Despojo capitalista y luchas comunitarias en
defensa de la vida en México. Algunas claves desde
la Ecología Política. A modo de presentación
Mina Lorena Navarro Trujillo y Daniele Fini 1

E l conjunto de trabajos que conforman la presente publicación es


resultado de un esfuerzo de reflexión y discusión condensado en
el Seminario de análisis “Ecología Política: Extractivismo, Con-
flictos socioambientales y Luchas Comunitarias en México”, convo-
cado por el Área de Entramados Comunitarios y Formas de lo Político
1
Mina Lorena Navarro Trujillo es socióloga y profesora del Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla (buap). Integrante del Grupo de Trabajo “Ecología Política del
Extractivismo en América Latina” de Clacso. Coordina el Seminario de “Ecología
Política: extractivismo, conflictividad socioambiental y luchas comunitarias” en el
icsyh de la buap. Ha publicado una serie de artículos sobre despojo capitalista,
conflictividad socioambiental, la política del común y luchas socioambientales. Ac-
tivista e integrante de jóvenes en resistencia alternativa-Comunal, un espacio de
participación política de hombres y mujeres urbanos de la Ciudad de México y zona
conurbada. Ha participado en procesos de educación popular y en la elaboración
de materiales audiovisuales con movimientos en defensa del territorio. Correo elec-
trónico: mina.navarro.t@gmail.com
Daniele Fini es maestro en antropología y doctorante en sociología en el Instituto
de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla. Ha estudiado movimientos indígenas y luchas socioambientales en México,
así como los debates en torno a los conceptos de bienes comunes y común. Actual-
mente está investigando procesos de seguridad y justicia comunitaria en Guerrero,
México. Correo electrónico: daniempoli@gmail.com
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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita


Universidad Autónoma de Puebla durante 2015, con el fin de
abonar a la comprensión y el análisis del ascenso de la conflictividad
socioambiental en México durante los últimos años, entre activistas
vinculados con algún proceso de lucha, estudiantes y profesores afines
a estas temáticas.2
Partimos de la preocupante multiplicación de nuevas conflictivida-
des en toda América Latina debido a la disputa entre el capital-Estado
y variados sujetos comunitarios en torno al control, acceso y gestión
de aquellos territorios y medios de existencia que han garantizado
el sustento y hecho posible la reproducción de la vida humana y no
humana, y a la expansión de las fronteras de un tipo de extracción,
producción, circulación, consumo y desecho de la riqueza social con-
vertida en mercancía para garantizar la acumulación del capital.
En este marco, las políticas neoliberales han reconfigurado y ra-
dicalizado aquellas formas de despojo, separación, expansión y apro-
piación constante del trabajo vivo y de la naturaleza. En palabras de
Horacio Machado diríamos que, con la maduración del régimen fabril
del siglo xix, la explotación del capital se ensañó con los cuerpos-
fuerza-de-trabajo, mientras que en el nuevo milenio su lógica preda-
toria se hace sentir con más intensidad sobre los territorios (Machado,
2013: 125).
De este modo, entendemos que el neoliberalismo es la puesta en
marcha de un proyecto orientado a reorganizar la sobreexplotación del
trabajo vivo y la apropiación desigual de la Naturaleza, reasegurando
la sostenibilidad de la acumulación del capital y profundizando la
posición subordinada y dependiente de América Latina dentro del
mercado global (idem.). Todo ello impulsado por el capital nacional
y transnacional, junto con los gobiernos en sus diferentes ámbitos y
niveles, en una relación por demás intrínseca con actores ligados a
economías delincuenciales o criminales, avanzando a partir de lo que
se ha denominado ingeniería de conflictos, es decir, un amplio abanico
de estrategias jurídicas, de cooptación, disciplinamiento y división de
2
Para acceder a los materiales de lectura y videos de las intervenciones de los po-
nentes véase: https://horizontescomunitarios.wordpress.com

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A MODO DE PRESENTACIÓN

las comunidades, represión, criminalización, militarización y hasta


contrainsurgencia, para garantizar a cualquier costo la apertura de
nuevos espacios de explotación y mercantilización.
En México, el aumento de detenciones y en general de la violencia
estatal y paraestatal contra las y los defensores de aquellos territorios o
medios de existencia asediados ha ido en ascenso. De acuerdo con los
registros del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda), entre
2005 y el primer semestre de 2013 se registraron 44 homicidios de
defensores; en el mismo periodo hubo 53 amenazas, 64 detenciones
ilegales, 16 casos de criminalización y 14 de uso indebido de la fuerza
pública (Sin Embargo, 2013). A partir del cruce de información de di-
versos centros de derechos humanos y colectivos, se estima que, cuan-
do menos 350 personas defensoras, están presas o tienen giradas ór-
denes de aprehensión por estos delitos, considerados graves, lo que
les impide obtener la libertad bajo fianza. Aunque la lista de entidades
en que se aplica esta “estrategia” es larga, los estados de mayor riesgo
para los defensores civiles son Chihuahua, Guerrero, Oaxaca, Estado de
México, Puebla, Chiapas, Veracruz, Sonora y Coahuila (Román, 2016).
Cabe mencionar que partimos de comprender el despojo como
una lógica constitutiva de la acumulación del capital, es decir, no es
algo del pasado o un momento histórico ya superado, ni excepciones,
accidentes o, como señala la economía neoclásica, “fallos del mercado
o del Estado”. El capitalismo es un sistema global que responde a una
dinámica de expansión y apropiación constante del trabajo vivo y de la
naturaleza para garantizar su propia reproducción. Para ello, necesita
separar a los hombres y mujeres de sus medios de producción, o como
decimos aquí, medios de existencia,3 a fin de convertirlos en fuerza de
trabajo libre y desposeída para su explotación, relanzando reiterada-
mente procesos de acumulación originaria o de despojo con los que
se fracturan equilibrios vitales del metabolismo sociedad-naturaleza.
Así, lo que en conjunto se viene impulsando en América Latina
es un proceso de reprimarización de las economías de los países
3
Recuperando a Massimo de Angelis (2012) sostenemos la importancia de hablar
de medios de existencia para ir más allá de la noción clásica de medios de produc-
ción, para referirnos a todos los medios materiales y simbólicos que garantizan el
sustento y hacen posible la reproducción de la vida.

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

latinoamericanos, para concentrar la mayoría de sus ingresos en la


exportación de materias primas o commodities.4 En particular, este
proceso se ha dado de manera acentuada en los países del sur del
continente desde los años noventa, mientras en México ha sido más
reciente, porque en aquellos años parte de la estrategia de atracción de
capital se centró en la oferta de mano de obra barata para la producción
manufacturera. Sin embargo, en los últimos 15 años buena parte de
esos capitales han migrado hacia países asiáticos donde encontraron
jugosas ventajas comparativas. Por ende, el gobierno mexicano ha
priorizado la cesión de sus territorios para el aprovechamiento de
sus recursos como principal estrategia orientada a atraer nuevas
inversiones (Hernández Navarro, 2011).
Estas ofensivas contra las comunidades indígenas y campesinas, y
amplios segmentos de la población urbana, pueden ser rastreadas al
menos a partir de los siguientes procesos: 1) el impulso de un nuevo
sistema industrial agroalimentario en manos de grandes transna-
cionales, a costa de la exclusión masiva de los pequeños productores
rurales y la desarticulación de las economías campesinas; 2) un nuevo
énfasis en las políticas extractivas para el control, extracción, explo-
tación y mercantilización de bienes comunes naturales renovables y
no renovables, de la mano del desarrollo de megaproyectos turísticos
e infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria; 3)
el reordenamiento de territorios orientado por la lógica del valor, el
desarrollo de infraestructura y la expansión de procesos de urbani-
zación, desarticulando el tejido social y avanzando sobre zonas de
cultivo y de conservación (Navarro, 2015).
Pese a estas duras condiciones, en todo el territorio se han logrado
acuerpar centenas de resistencias, protagonizadas principalmente por
comunidades indígenas y campesinas, y por la más reciente autoor-
ganización de habitantes o afectados ambientales en las ciudades y otro
tipo de asentamientos urbanos. A este respecto, el investigador Víctor
4
Se trata de un tipo de activos financieros que conforman una esfera de inversión y
especulación extraordinaria por el elevado y rápido nivel de lucro que movilizan en
tanto “mercados futuros”, responsables directos del aumento ficticio de los precios
de los alimentos y de las materias primas registrado en el mercado internacional
durante el último lustro (Bruckmann, 2011).

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A MODO DE PRESENTACIÓN

Toledo denuncia que hay al menos 420 conflictos socioambientales


(Enciso, 2016), relacionados con cuestiones agrícolas, biotecnológicas,
energéticas, forestales, hidraúlicas, mineras, de residuos peligrosos y
rellenos sanitarios, turísticos y urbanos (Toledo, 2015: 60).
Por su parte, en el texto aquí compilado, la investigadora María
Fernanda Paz presenta un trabajo en el que, entre 2009 y 2013 en 26
estados del país, ha registrado y documentado 162 conflictos rela-
cionados con cuatro grupos de causas estructurales de la afectación
socioambiental: 1) las vinculadas a procesos de expansión de capital
y/o de mercantilización del ambiente a través de proyectos de inver-
sión y/o privatización de bienes y servicios públicos: minería, proce-
sos de urbanización, industria de la energía, desarrollos turísticos,
ligadas con la falta vigilancia o de aplicación de la normatividad
ambiental que regula las descargas de aguas residuales municipales
y/o industriales, las emisiones a la atmósfera y la contaminación por
residuos urbanos y peligrosos; 3) las relacionadas con decisiones de
gestión pública del agua y del territorio no consensadas socialmente;
y por último, 4) las disputas por los recursos, ya sea por rompimiento/
violación de acuerdos intercomunitarios, o bien por presencia de ac-
tividades ilegales en contubernio con la autoridad (Paz, 2016).
Si bien no todos los procesos de resistencia han logrado la plena
defensa de sus territorios o la resolución de sus reivindicaciones, lo
cierto es que muchos de ellos han sido capaces de retrasar o paralizar
temporalmente la implementación de tales megaproyectos. Esto se
ha logrado a partir de la conformación de novedosos procesos de
autoorganización social, la actualización de prácticas sociales preexis-
tentes de producción de comunes y/o la ampliación de la gestión
comunitaria hacia ámbitos que anteriormente no estaban regulados
de esa manera.
Nos parece que lo más importante de este amplio abanico de
experiencias es que han logrado alumbrar al menos dos aspectos: 1)
que el cuidado y la regeneración de las fuentes y medios de existencia
constituye una condición primordial para garantizar la continuidad
de la vida, la cual puede seguir y potencialmente estar a cargo de
sujetos comunitarios a partir de formas de autorregulación social que

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

incorporen entre sus principios normas de acceso y uso de aquello


que se comparte; 2) la necesidad de organizar nuevos sentidos epis-
temológicos y prácticas contra y más allá de la civilización moderna
industrial capitalista.
Así, ante la crisis que estas ofensivas están produciendo sobre los
propios fundamentos que hacen posible la reproducción de la vida
humana y no humana, es imprescindible rastrear, recordar —como
plantea Víctor Toledo en el texto aquí compilado— y reconocer los
conocimientos críticos que se han venido cultivando desde distintos
ámbitos y territorialidades, como son los espacios académicos pero
también aquellos vinculados con la lucha social y la reproducción
de la vida. Entre tales esfuerzos reconocemos que los trabajos de la
Ecología Política, entendida como un “campo teórico-práctico” o
un “nuevo territorio del pensamiento crítico y de la acción política”
(Leff, 2006: 21), se han comprometido a vislumbrar los dispositivos
de poder y las contradicciones de la relación sociedad-naturaleza en
el marco del sistema capitalista, con el fin de encontrar modos de
superación de la crisis ambiental contemporánea y coadyuvar en la
construcción de alternativas al orden existente (Navarro, 2016).
La multidisciplinariedad de la Ecología Política ha configurado
un terreno abierto y común de conocimiento que contrasta con la
parcialización y la compartimentación epistemológica de la cual ha
sido objeto la ciencia moderna. Hay un interés por diluir las fronteras
entre el saber popular y el conocimiento especializado y consagrado
como científico bajo ciertos cánones de la academia.
Así, el ámbito de debate transdisciplinario abierto por la Ecología
Política nos invita a pensar la interacción entre los humanos y la
naturaleza en términos sistémicos, entrelazando los estudios sobre las
relaciones sociales y de poder con enfoques que toman en cuenta el
intercambio de materia y energía que se da a través de estas complejas
relaciones. En otras palabras, la Ecología Política es una invitación
a romper con la distinción moderna entre sociedad y naturaleza,
reconociendo la relación y determinación recíproca entre ambos
ámbitos, y proponiendo un diálogo constante entre las diferentes
disciplinas. En particular, la revisión crítica que Horacio Machado
ha realizado sobre las distintas aproximaciones conceptuales de la

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A MODO DE PRESENTACIÓN

“Ecología Política”, propone una definición alternativa —a la que nos


adherimos—, partiendo de que tal campo teórico-práctico no podría
ni debería desentenderse de la cuestión fundamental de la Vida:

Los procesos de la Vida son el eje estructurador del campo de la Ecología,


incluida la ecología humana, que —por su naturaleza—, es necesaria y
eminentemente política. Esto significa plantear como un aspecto básico
(ontológico y epistémico) que lo Humano (y por tanto, la sociedad, la
cultura, el lenguaje, el trabajo y el poder) es expresión de la Naturaleza;
que no hay ruptura ni ‘salto ontológico’ entre Naturaleza (la vida en
general) y Sociedad (la vida humana en particular), sino, en todo caso,
continuidad, transformación, inter-retro-relacionamiento dialéctico y
complejización amplificada de la realidad así entendida como mundo
de la vida. Valiéndonos de esto, podemos decir que la ecología política
puede entenderse como un campo sistemático y de sistematización de la
experiencia humana que procura una aproximación cognitiva y práctica
(es decir, ética, política y filosófica) al complejo proceso de gestación y
desenvolvimiento de la vida humana, entendida ésta como una expresión
específica de la Vida en general, y, como tal, intrínseca, insoslayable y
recíprocamente vinculada al devenir mismo de la Naturaleza, como
espacio primario y general de la Vida en su totalidad. Más sintéticamente,
cabría definir la ecología política como el estudio de la vida, tal como ésta
se presenta en la especificidad y complejidad de lo humano y de la humani-
dad considerada como comunidad biótica. Dicho esto, cabe consignar de
inmediato que dicha especificidad reside en el hecho de constituirse, en
realidad, como una comunidad ecobiopolítica, en el sentido que el ser hu-
mano es una especie donde las relaciones vitales-existenciales que establece
con su medio natural están insoslayablemente mediadas (y por tanto,
transformadas y complejizadas) por el lenguaje, el trabajo y el poder, en
tanto atributos y modalidades específicas de su obrar. La ecología polí-
tica, en este sentido, implica una nueva forma de comprender la Vida y de
concebir el conocimiento de la vida (Machado, 2015a).

En profundo diálogo con lo anterior, en el “Seminario de Entramados


Comunitarios y formas de lo Político”5 hemos planteado que, partir
5
Este seminario es un espacio de pensamiento colectivo en el Posgrado de Sociología
del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la buap, coordinado por Raquel
Gutiérrez, Mina Lorena Navarro y Lucia Linsalata.

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

desde la reproducción de la vida, implica, en primera instancia, reco-


nocer que los seres humanos producimos y reproducimos nuestras
vidas de forma social, estableciendo una multiplicidad de relaciones
de interdependencia entre los miembros de las comunidades humanas
y entre comunidades del mundo humano y no humano. Con Horacio
Machado podríamos afirmar que no hay vida sin comunidades bió-
ticas, es decir, comunidades que se reproducen a partir de relaciones
de reciprocidad, complementariedad, mutualidad, intercambio y co-
determinación entre miembros de una especie y de otras, los cuales
se necesitan mutuamente para producir y reproducir vida (Machado,
2015b). La comunidad, en ese sentido, es un atributo esencial de la
vida: una condición de existencia indispensable para garantizar la re-
producción de la vida misma (Gutiérrez, Linsalata, Navarro, 2016).
En tal sentido, la presente compilación es un esfuerzo que nace de
un sentido de urgencia que compartimos los que aquí participamos,
buscando generar herramientas que, como Gian Carlo Delgado plan-
tea, surjan del proceso de coproducción (reflexiva y participativa)
de conocimiento (Delgado, 2016) para abonar a un campo de refle-
xión comprometido con vislumbrar los dispositivos de poder, las
contradicciones de la relación sociedad-naturaleza y los conflictos
ocasionados por el carácter estructural e intrínsecamente desigual de
apropiación del mundo que implica el patrón capitalista, reconociendo
la necesidad de criticar los presupuestos civilizatorios de la moderni-
dad en su forma dominante, encontrar modos de superación de la
crisis ambiental contemporánea y coadyuvar en la construcción de
alternativas colectivas y comunitarias para el cuidado de la vida.
Cabe mencionar que los autores y autoras de estos textos son in-
vestigadores e intelectuales comprometidos con los procesos de trans-
formación social, y en otros casos, miembros activos de colectivos y
organizaciones en lucha.
En primer lugar, en el texto de Horacio Machado, activista e intelec-
tual argentino, se encuentra parte de una crítica deconstructivista al
extractivismo que ha caracterizado recientemente a las economías de
los países latinoamericanos con gobiernos progresistas; se muestra
como es parte estructural del funcionamiento global del capitalismo

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A MODO DE PRESENTACIÓN

y de su carácter colonial, en tanto fruto de una jerarquización geográ-


fica que subordina ciertos territorios, destinándolos a proporcionar
materias primas para la producción de valor. Las múltiples resistencias
al extractivismo y los llamados movimientos del Buen Vivir se inter-
pretan como Ecologías Políticas del Sur, entendiendo este término co-
mo una paradigma epistemológico y unas prácticas de vidas otras. En
suma, es una invitación a repensar radicalmente nuestras maneras de
pensar y vivir el mundo, a partir de cuestionamientos a la misma on-
tología que funda el pensamiento científico, así como a su carácter
colonial, para volver a poner en el centro la conciencia de la interde-
pendencia entre seres humanos y naturaleza, y entre los seres humanos
mismos.
Por su parte, el investigador Gian Carlo Delgado retoma el con-
cepto de espacio territorial, según lo propone la geografía crítica
contemporánea, para evidenciar la actual reconfiguración de los
territorios en América Latina como producto de la intervención
capitalista dirigida al reordenamiento de estos espacios en términos
funcionales a la acumulación. El autor muestra las evidencias de estas
transformaciones a través de la exposición de múltiples datos relativos
a un conjunto heterogéneo de actividades, sosteniendo que el despojo
es lo que caracteriza al capitalismo contemporáneo. Las resistencias
que han surgido en todos lados contra el orden dominante, están
proponiendo prácticas colectivas locales que, a pesar de no cuestionar
totalmente el actual sistema de producción, representan, según el autor,
“ejercicios antihegemónicos con potencial de configurar procesos de
transición hacia modalidades antisistémicas o poscapitalistas”.
En el texto del geógrafo Efraín León Hernández podemos encontrar
una aguda reflexión teórica a partir de aportes procedentes del discur-
so crítico de Marx, de la geografía crítica y de la teoría de Bolívar
Echeverría, con el propósito de pensar la relación entre las prácticas
políticas y su base material —técnica y natural— en términos de uni-
dad histórica y de determinación recíproca, evidenciando la carga
política de esta postura. Desde esta perspectiva se distinguen y se pro-
ponen ciertas claves para dar cuenta de dos dimensiones implicadas
en las disputas espaciales entre grupos dominantes y subalternos: el

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

territorio, como relación y reivindicación soberana de un sujeto sobre


un espacio, y la territorialidad, como práctica colectiva que, a partir de
las condiciones materiales en las cuales se inserta, trata de concretar
cierto tipo de intervención sobre estas condiciones con el fin de reali-
zar lo que el autor denomina “autarquía material”. Esta propuesta nos
ayuda a evidenciar cómo en los conflictos socioambientales lo que es-
tá en disputa no sólo es un proyecto o el control de un espacio, sino
más bien diferentes propuestas de intervención/organización del en-
torno material, e incluso en algunos casos, diferentes propuestas de
sociedad.
En su artículo, el investigador y activista Daniele Fini intenta dar
cuenta de la centralidad que la palabra o la idea de “territorio” ha asu-
mido en la actualidad en ciertos enfoques analíticos y movimientos
sociales latinoamericanos. En particular analiza dos perspectivas a
través de las cuales se están estudiando las luchas por el territorio en
América Latina con el fin de rastrear sus posibles aportes para
comprender la carga política de dichas experiencias. Al respecto,
propone que los estudios de los conflictos socioambientales como
conflictos de valoración permiten mostrar la emergencia de
subjetividades que cuestionan el patrón económico desarrollista y
las formas de vida dominantes; mientras, los estudios de la geografía
crítica pueden visibilizar procesos de politización de las luchas, hacia
la reivindicación de la autonomía y la autodeterminación de las
estructuras sociales locales.
La investigadora mexicana Fernanda Paz expone los resultados del
análisis de 162 casos de conflictos socioambientales que ha registrado
entre 2009 y 2013 en México, relacionados con respuestas al despojo
y la contaminación de los entornos de vida, o de resistencia frente a
amenazas de este tipo. Del estudio de estos conflictos surgen análisis
relativos a la implementación del actual modelo económico que re-
configura los territorios y el uso de sus recursos para aprovecharlos en
términos funcionales a la acumulación de capital. En su análisis Paz
muestra cómo estas luchas están defendiendo sus condiciones de
vida, desde la salubridad, pasando por las actividades económicas
y los recursos fundamentales para la subsistencia, hasta aquellas

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A MODO DE PRESENTACIÓN

relaciones sociales y culturales que permiten su reproducción como


grupo social.
El texto de la bióloga y activista Mayeli Sánchez da cuenta de
dos proyectos de construcción de gasoductos en México, a los
cuales se han opuesto las poblaciones locales. Los mismos sirven
como ejemplos que evidencian la falta de información que encubre
las actividades relacionadas con el aprovechamiento de los bienes
comunes naturales; un asunto que con las nuevas normativas puede
volverse aún más problemático puesto que, a partir del discurso del
secreto comercial o de la seguridad nacional, los datos relativos a
dichos proyectos pueden volverse inaccesibles públicamente.
El artículo de las investigadoras Lucia Linsalata y Raquel Gutiérrez
muestra los rasgos emancipatorios de un conjunto de luchas por la
defensa de los bienes naturales en México, que desafían las formas
de mediación y de centralización del poder del Estado, abriendo un
nuevo horizonte de liberación que denominan comunitario-popular.
Este horizonte se hizo visible con el levantamiento del ezln en
Chiapas y con las movilizaciones indígenas en Bolivia, reapareciendo
en las experiencias mexicanas de Atenco, Cherán y Ostula. Lo
comunitario-popular hace referencia a prácticas colectivas basadas en
la autoorganización local y comunitaria, que se mueven en el terreno
de la defensa o la recuperación del control sobre sus medios naturales
y de la implementación de formas de autogobierno que rompen con
la lógica liberal de la representación.
Finalmente, el etnoecólogo Víctor Toledo sostiene que, aunque las
corrientes de pensamiento actual sean críticas, no están a la altura
de proporcionar soluciones a la actual crisis civilizatoria, que se
manifiesta como crisis social a la vez que ambiental y subjetiva. Un
posible cambio radical de estas crisis no puede proceder de ideas y
prácticas de la modernidad sino de su exterior, más precisamente
desde los pensamientos y las prácticas de los pueblos indígenas del
mundo. Ello implica poner en el centro la categoría de la comunalidad
que, aunque surge al interior de las experiencias oaxaqueñas, en
general nos habla de esas formas alternativas de relaciones entre las
personas y entre éstas y la naturaleza.

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

En suma, esperamos que este libro sea un aporte para vislumbrar a


través de los tiempos oscuros que vivimos las posibilidades de lucha y
construcción de alternativas para hacer en común la vida.

Puebla, 2016

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A MODO DE PRESENTACIÓN

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como la de fch: 2 meses, 5 líderes asesinados”, en Sin embargo, 7 agosto de
2013. Disponible en: http://www.sinembargo.mx/07-08- 2013/712002
Toledo, Víctor, Ecocidio en México. La batalla final es por la vida, México,
Grijalbo, 2015.

22
Del debate sobre el “extractivismo”
hacia una Ecología Política del Sur.
Una mirada; una propuesta
Horacio Machado Aráoz 1

A modo de introducción. El giro progresista en su laberinto

“El capitalismo de crecimiento ha muerto. El socialismo


de crecimiento, que se le parece como un hermano gemelo,
nos refleja la imagen deformada de nuestro pasado,
no la de nuestro futuro”.
André Gorz
Ecología y Libertad, 1977

Hace poco más de un lustro ya, inmersos todavía en el clima refres-


cante de las expectativas emancipatorias abiertas por el “giro a la iz-
quierda” en América Latina, asistíamos a la irrupción de las discusiones
en torno a la matriz socioproductiva y las estrategias económico-
políticas seguidas en la región como curso para salir y, eventualmen-
te, superar el trágico estadio del neoliberalismo. Por entonces, los
debates sobre el “extractivismo” corrieron como reguero de pólvora
en las siempre agitadas tierras ideológico-políticas de la región
(Gudynas, 2009; Acosta, 2011; Svampa, 2013; Lander, 2013; Com-
posto y Navarro, 2014). Para ser precisos, los revuelos causados por la
1
Activista y Profesor de la Universidad Nacional de Catamarca. Correo electrónico:
machadoaterreno@arnet.com.ar

23
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

materia, repercutieron con mayor fuerza en el hemisferio ideológico


de actores y referentes (políticos, intelectuales y movimientos) de
la izquierda.2 Pues como bien especificó en su momento Eduardo
Gudynas (2009), no estábamos ante una problemática que pueda
decirse “nueva”; más bien todo lo contrario. Lo “novedoso” o lo
extraño del caso residía en que ahora eran gobiernos y fuerzas políti-
cas autoidentificadas como de izquierda los que asumían la defensa
y el impulso de políticas centradas en la profundización de la vieja
matriz primario-exportadora, aquella misma con que nuestras so-
ciedades fueron violentamente incorporadas al mundo del capital y
su estructura de división internacional del trabajo. Esa matriz pri-
mario-exportadora, que fraguara como indeleble marca colonial de
las economías latinoamericanas, y cuyas implicaciones externas (en
términos de dependencia y “desarrollo del subdesarrollo”) e internas
(configuración de élites oligárquicas autoritarias y rentísticas, estra-
tificación social dualista y altamente desigual, etcétera) fueran objeto
de crítica y de análisis de lo mejor de la teoría social latinoamericana,
era ahora reivindicada como una vía popular-emancipatoria por
políticas (dichas) de izquierda.
Como ya es harto sabido, las críticas y las resistencias a estas polí-
ticas fueron sistemáticamente rechazadas y reprimidas, generando
una escalada de violencia que, en este punto, llegó a equiparar las
respuestas que se daban desde “derechas” e “izquierdas” en el poder.
El argumento central de la izquierda oficialista era que estas posturas
“le hacían el juego a la derecha” (Borón, 2013). Se reivindicaba el uso
estatal de la renta extractivista como motor de las políticas de “desa-
rrollo con inclusión social” y se veía en las críticas sólo intentos so-
lapados o abiertos de desestabilización. Lamentablemente, para los
gobiernos progresistas de la región —para los intelectuales y fuerzas
políticas adherentes— el concepto de “extractivismo” acabó oficial-
mente devenido en “arma ideológica” del ambientalismo de derecha.
2
En general, las referencias críticas que en este texto sostenemos respecto a “la
izquierda” remiten a las posturas dominantes expresadas desde el marxismo orto-
doxo y desde fuerzas partidarias que asumieron la defensa acrítica de los gobiernos
sudamericanos autoidentificados como “de izquierda”. Más especificaciones en la
siguiente nota.

24
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

El vicepresidente de Bolivia oficializó esta postura, señalando que,


“detrás del criticismo extractivista de reciente factura contra los go-
biernos revolucionarios y progresistas, se halla pues la sombra de la
restauración conservadora” (García Linera, 2012: 110). Los presiden-
tes que más públicamente se mostraron en los ámbitos internacio-
nales como “defensores de la Madre Tierra”, y/o de los Derechos de
la Naturaleza, fueron paradójicamente quienes más lejos llegaron en
sus acusaciones a los movimientos sociales que intentaban frenar el
“extractivismo”. Tempranamente, Rafael Correa pidió “no crean a los
ambientalistas románticos, pues todo el que se opone al desarrollo
del país es un terrorista” (citado por Isch, 2014). En el mismo senti-
do, Evo Morales sentenció que “el ambientalismo es el nuevo colo-
nialismo del siglo xxi” (citado por Stefanoni, 2012). El abanico de
descalificaciones iba desde los motes de infantilismo, romanticismo,
pachamamismo, hasta las acusaciones de ecoterroristas y/o agentes en-
cubiertos del imperialismo.
Luego, reunidos en la XII Cumbre del alba en Guayaquil, los go-
biernos progresistas emitían una declaración en la que señalaban:

rechazamos la posición extremista de determinados grupos que, bajo la


consigna del antiextractivismo, se oponen sistemáticamente a la explota-
ción de nuestros recursos naturales, exigiendo que esto se pueda hacer
solamente sobre la base del consentimiento previo de las personas y co-
munidades que vivan cerca de esa fuente de riqueza. En la práctica, esto
supondría la imposibilidad de aprovechar esta alternativa y, en última
instancia, comprometería los éxitos alcanzados en materia social y eco-
nómica (XII Cumbre del alba, Declaración de Guayaquil, 30 de julio de
2013. Cursivas nuestras).

Así, alegando los intereses de las clases oprimidas y la bandera de la


lucha contra el imperialismo, los gobiernos progresistas terminaron
justificando la senda del “extractivismo” como una condición nece-
saria para sostener los empleos, los salarios, las políticas sociales.
Lamentablemente, ese razonamiento pasó por alto que sostener el
empleo, los salarios, el consumo, etcétera, es sostener el crecimiento, las
inversiones, las tasas de ganancia... En fin, el sistema mismo. Como

25
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

ocurriera históricamente con los regímenes de los socialismos real-


mente (in)existentes del siglo pasado (tanto en la versión del régimen
soviético como en las de la socialdemocracia), los gobiernos progre-
sistas latinoamericanos, aun pregonando el “socialismo del siglo xxi”
terminaron confundiendo “crecimiento” con “revolución social”.
Reproduciendo el mismo credo colonial-capitalista que deposita
las expectativas de la emancipación humana en la fe ciega en el “pro-
greso”, en el “desarrollo de las fuerzas productivas”, apostaron a soste-
ner (literalmente) “a toda costa” el crecimiento, como condición para
la “redistribución de la riqueza” y como “vía de salida” hacia el “pos-
neoliberalismo”. Pese a todas las advertencias en contrario, la obsesión
por las políticas expansionistas terminó provocando una gravosa
amnesia política sobre qué es lo que crece y sobre los efectos eco-
biopolíticos de ese crecimiento. Y, como sabernos, inexorablemente
“lo que crece” con el crecimiento —del pbi, de las inversiones, de los
empleos, y aun de los salarios y el consumo popular— es el capitalismo.
El crecimiento no nos saca ni nos aleja del capitalismo, sino que nos
hunde cada vez más en sus fauces necro-económicas.
En particular, nuestro crecimiento, el de nuestras economías la-
tinoamericanas, es específicamente el crecimiento del capitalismo
periférico-colonial-dependiente. Por tanto, es la profundización de
las condiciones histórico-estructurales de superexplotación (Marini,
1973); de depredación de la Tierra y de los cuerpos como materia
prima para la realización de la acumulación global.
En definitiva, el ciclo de crecimiento extractivista —aun con “re-
distribución de la riqueza”— fue funcional a la reactivación e inten-
sificación de la dinámica de la acumulación capitalista, incluso en
plena crisis estructural. No sólo en términos macrogeopolíticos, ya
que el boom de los commodities alimentó el crecimiento industrial
chino, como locomotora del mundo; sino también en términos micro-
bio-políticos, pues la expansión del consumo opera como una gran
fábrica de producción capitalista de subjetividades, de sensibilidades
y de sociabilidades hechas cuerpos. Mediante la expansión de la fiebre
consumista, las formas de percepción de la realidad, los modos de
estructuración de las relaciones sociales y hasta los modos de pensar

26
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

la propia vida, los sueños, los deseos y el sentido de la existencia,


pasan a estar crecientemente mediados y colonizados por la lógica
fetichista de la mercancía. Y cuando la forma mercancía se convierte
en portadora de la felicidad; cuando el acceso a éstas es tomado
como indicador de “bienestar social”; cuando el universo de los
ideales políticos, las máximas aspiraciones libertarias, igualitarias y
de justicia, se reducen drásticamente a la aspiración minimalista de
‘participar’ en el consumo de mercado, es cuando ya hemos perdido
completamente el rumbo y hasta el sentido de la vida.
Mal que nos pese, en eso consistió la deriva del ciclo progresista.
Por desgracia para el curso presente y futuro de los procesos socio-
políticos, los tan ponderados “éxitos alcanzados en materia social y
económica” no fueron comprometidos por la eficacia de las resistencias
“antiextractivistas”, sino, elementalmente, por el agotamiento del ciclo
de alza de las commodities.
Esto cambia drásticamente las condiciones del diálogo, pero no el
fondo de la cuestión. Es que, cuando iniciamos estos debates, vivíamos
aún inmersos en un clima signado por la borrachera del crecimiento.
La oficialidad del poder hacía gala de mayorías aplastantes forjadas al
ritmo de las cotizaciones de petróleos, soja, pasta de celulosa, aceites y
proteínas básicas prensadas, hierro, cobre, molibdeno, y por supuesto,
oro y plata... Hoy, el escenario ha cambiado rotundamente. Ahora, en
cambio, el cuerpo social latinoamericano está atravesando el tiempo
de la resaca... Como tantas otras veces en la historia económica de la
región, el momento cíclico de auge duró poco; tras el mismo, los efec-
tos y los síntomas de las expropiaciones y devastaciones, afloran a la
superficie. El dolor de la expropiación se siente a flor de piel (Machado
Aráoz, 2012); los efectos anestésicos del consumismo —del consumo
ostentoso de las élites; del consumo imitativo de las clases medias y el
consumo compensatorio de las bases de la pirámide (Machado Aráoz,
2013; Scribano y De Senna, 2014) han perdido eficacia. Son tiempos de
aturdimientos y confusiones; también de crisis y levantamientos obli-
cuos, de efervescencia de la conflictividad social y política; en suma,
de agudización y explicitación de las violencias y los violentamientos
expropiatorios (Antonelli, 2016). Quizá, lo único promisorio de este

27
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

sombrío escenario presente, es que, tal vez, estemos ahora en mejores


condiciones para volver a plantear y a re-pensar, precisamente, el fon-
do de la cuestión.

El extractivismo como geo-metabolismo del capital:


la naturaleza americana y los orígenes del Capitaloceno.

“El capitalismo vive a expensas de economías coloniales;


vive, más exactamente de su ruina. Y si para acumular
tiene absoluta necesidad de ellas, es porque éstas le ofrecen la tierra
nutritiva a expensas de la cual se cumple la acumulación.”
Rosa Luxemburgo, 1912

El fondo de la cuestión, a nuestro modo de ver, de la problemática del


“extractivismo” es el de la naturaleza colonial del capitalismo y, más
genéricamente, el de los resabios (por cierto contradictoriamente an-
timaterialistas) antropocéntricos, productivistas y evolucionistas que
aún hoy afectan la radicalidad revolucionaria del pensamiento mar-
xista.3 Al respecto, cabe señalar que la razón progresista ha incurrido
(interesadamente o no) en una gravosa omisión teórico-política sobre
las raíces, los alcances y las funciones del extractivismo en la ecología-
mundo del capital. Pretendiendo limitarlo temporalmente a ciertos
periodos y/o restringirlo espacialmente a las geografías donde se lo-
calizan las “actividades extractivas”, los voceros de los gobiernos pro-
gresistas han procurado desconocer los insoslayables vínculos históri-
ca y geográficamente existentes entre extractivismo, colonialismo y
capitalismo.
Por caso, García Linera ha planteado que el extractivismo es sólo
una fase o etapa de los procesos productivos que se halla en cualquier
formación social, independientemente de sus características y con-
diciones histórico-políticas específicas. Para él,
3
Sobre este punto, remito a lo planteado en nuestro artículo “Marx, (los) marxismo(s)
y la ecología. Notas para un alegato ecosocialista”, en Revista GEOgraphia, Vol. 17,
N° 34, Universidad Federal Fluminense, 2015, pp. 09-38. Disponible en: http://
www.uff.br/geographia/ojs/index.php/geographia/article/view/837

28
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

el extractivismo, el no-extractivismo o el industrialismo [...] son sistemas


técnicos de procesamiento de la naturaleza mediante el trabajo y pueden
estar presentes en sociedades precapitalistas, capitalistas o sociedades co-
munitaristas. [...] Los críticos del extractivismo confunden sistema técni-
co con modo de producción y a partir de esa confusión asocian extracti-
vismo con capitalismo, olvidando que existen sociedades no-extractivis-
tas, las industriales ¡plenamente capitalistas! (García Linera, 2012: 107).

Sin embargo, esto se contradice con (y reniega de) los análisis ele-
mentales de Marx sobre los orígenes y la naturaleza del capitalismo.
El capitalismo es un modo histórico de producción que, desde sus
orígenes, surge y se constituye como tal en cuanto sistema-mundo, no
apenas como “economía nacional”. Aun cuando Marx se concentró en
el análisis del capitalismo británico, como la expresión más acabada
de éste en el siglo xix, nunca postuló que la economía británica podía
ser comprendida en sí misma al margen de las relaciones coloniales
establecidas con el resto del mundo. Y más aún, el apogeo británico
del siglo xix no es un hecho azaroso, sino el resultado del proceso
histórico de despliegue de las relaciones coloniales que Europa pro-
tagonizó a partir de fines del siglo xv.
Para una mirada pretendidamente marxista no es posible pasar por
alto que en “los albores de la era de la producción capitalista” hallamos
como hechos determinantes “el descubrimiento de los yacimientos
de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización
y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo
de la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la conversión del
continente africano en cazadero de esclavos negros” (Marx, 1976:
638). Además, como han destacado los análisis de Rosa Luxemburgo
(1912) y de David Harvey (2004), los hechos desencadenantes de la
acumulación originaria no revisten apenas el valor de acontecimientos
del pasado que signan los orígenes del capitalismo, sino que se trata
de un modus operandi que revela la lógica intrínseca, constitutiva y
constituyente del capitalismo. Lejos de ser una etapa en el desarrollo
del capitalismo que se restringe a sus orígenes, esas formas de expo-
liación y de saqueo constituyen un aspecto inherente y continuo del
capitalismo a lo largo de sus diversas fases históricas.

29
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

El análisis de Rosa Luxemburgo es sumamente esclarecedor de esta


desigualdad geográfica permanente en el tiempo, propia del capitalismo
como sistema mundial. Para ella, el proceso de producción de plusvalía
que acontece en las metrópolis imperiales (“la acumulación como
proceso puramente económico”) es inseparablemente subsidiario de
“la política colonial” que “se desarrolla en la escena mundial”, donde
la acumulación acontece ya, “sin disimulo” por medio de “la violen-
cia, el engaño, la opresión y la rapiña” (Luxemburgo, 1912). En la
economía-mundo del capital, las geografías industrializadas están
“orgánicamente vinculadas” a las geografías coloniales (donde impe-
ra lisa y llanamente la acumulación por despojo); por tanto, “la evo-
lución histórica del capitalismo sólo puede ser comprendida si las
estudiamos conjuntamente” (idem.).
Así, es preciso descartar de plano una burda falacia argumental so-
bre el “extractivismo”: no se puede concebir extractivista a la economía
brasileña por su alta tasa de exportación de bauxita y no-extractivista
a la economía alemana, que es la que mayor índice de consumo de
aluminio per cápita tiene a nivel mundial, cuando precisamente, el
aluminio que consume la economía alemana es provisto por yaci-
mientos ubicados en territorio brasileño. El “vínculo orgánico” que
plantea Rosa entre las economías industrializadas y las zonas colonia-
les remite directamente al des-en-cubrimiento del extractivismo como
dispositivo colonial del geo-metabolismo del capital.
De tal modo, efectivamente, el extractivismo no es un modo de pro-
ducción, pero tampoco es una fase de los procesos productivos, ni es
algo que defina apenas la economía del país o región donde se realiza
la extracción. Ni es un fenómeno reciente, ni es algo atemporal. El ex-
tractivismo es un fenómeno estructural, históricamente delimitado a
la moderna era del Capital. Emerge como producto histórico geopolí-
tico de la diferenciación y la jerarquización originaria entre territorios
coloniales y metrópolis imperiales; los unos concebidos como meros
espacios de saqueo y expolio para el aprovisionamiento de los otros.
En este sentido, no es posible pasar por alto el fundacional y deter-
minante papel performativo desempeñado por la Conquista y coloni-
zación de América en el surgimiento, expansión, y consolidación del

30
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

capitalismo como patrón de poder mundial y modelo civilizatorio he-


gemónico. El hallazgo de la naturaleza americana se erige así como el
pilar fundacional de ese proceso y como la condición de posibilidad
misma del capitalismo en cuanto tal. Desde entonces hasta el presente,
ininterrumpidamente, la “riqueza” de la naturaleza americana (y de las
zonas coloniales, en general) se constituyó en materia prima para la acu-
mulación capitalista global; proveyó las bases materiales y simbólicas
de la producción capitalista de la naturaleza y de la configuración de la
naturaleza como objeto colonial del capital.
Esto es, la cosmovisión propiamente moderno-capitalista de la Na-
turaleza —basada en una concepción eminentemente antropocéntrica
y utilitarista de la misma— y el patrón hegemónico de relacionamiento
extractivista resultante, se conformaron en el específico contexto
sociohistórico del “descubrimiento” y la conquista de la naturaleza
americana. Así, el modus operandi del conquistador fungió como
habitus a partir del cual se construyeron las tecnologías materiales,
institucionales y representacionales de apropiación, uso y manipula-
ción de la naturaleza, a la postre, instituidas como “únicas”, “univer-
sales”. Ese habitus conquistador está en la quintaesencia del sujeto
moderno, del prototipo del individuo racional; el que ya encarnado
en sus roles de científico, de empresario, y/o de funcionario estatal
(intercambiablemente) se arrogó el monopolio del tratamiento y la
disposición (ya “científica”, ya “eficiente”, ya “legal”) de la naturaleza.
Así, a partir de entonces y hasta la fecha, la Naturaleza-Vida, degradada
a su condición de mero recurso, va a ser unilinealmente pensada, con-
cebida y tratada como objeto de conquista, de explotación, al servicio
de la acumulación.
La idea de colonialidad de la naturaleza remite a este dispositivo
epistémico a través del cual el capital trazó una trayectoria de
objetualización, cientifización y mercantilización de la naturaleza,
tanto de la naturaleza exterior (=territorios-recursos naturales), como
de la naturaleza interior (=cuerpos-fuerza de trabajo). El historiador
de la ciencia Peter Bowler destaca cómo la formación del “espíritu
científico” moderno y la propia constitución de las ciencias naturales
estuvieron motivacionalmente fundadas “no sólo por el deseo de

31
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

explorar sino también de explotar una proporción siempre mayor de la


superficie terrestre (…) Tal actitud exigía una visión más impersonal
de la naturaleza; una imagen de los seres vivos como meros artefactos
que estaban ahí para ser explotados”y no es un detalle menor el hecho
de que esos descubrimientos fueran protagonizados “por hombres
que no eran ilustrados, sino comerciantes que partían en busca de
ganancias” (Bowler, 1998: 50-55). De tal modo, desde el siglo xvi
en adelante asistimos al ascenso de una concepción mecanicista
de la naturaleza como verdad científica, que coadyuvó a “legitimar
la despiadada actitud de una época donde el lucro era lo único que
importaba” (ibid.: 50).
Ahora bien, vale remarcar entonces que ese sistema representacio-
nal no se creó en el aire; ni con anterioridad a la organización global
de la economía política del saqueo. La colonialidad como la cara ocul-
ta de la modernidad no es concebible al margen y/o independiente-
mente de la dinámica material-energética, socio-geo-metabólica, de
imposición de un patrón mundial estructural de explotación de los
territorios y los cuerpos así convertidos en botines de guerra/objetos
de conquista. Como precisa el geógrafo brasileño Carlos Walter Porto
Gonçalves, “sin el oro y la plata de América, sin la ocupación de sus
tierras para las plantaciones de caña de azúcar, de café, de tabaco y de
tantas otras especies, sin la explotación del trabajo indígena y esclavo,
Europa no sería ni moderna, ni centro del mundo” (Porto Gonçalves,
2003: 168).
Esto significa que no hay colonialidad sin colonialismo; y que no hay
capitalismo sin extractivismo. El extractivismo, tal como lo hemos de-
finido y caracterizado (Machado Aráoz, 2015), remite al patrón geo-
gráfico-colonial de apropiación y disposición de las energías vitales
(las primarias energías naturales y las secundarias, socioterritoriales)
por parte de una minoría social violenta que ha impuesto la economía
de guerra, como cosmovisión y práctica de relacionamiento con el
mundo; lo que, a largo plazo, produce condiciones (ecobiopolíticas) de
superioridad en unos (pocos) seres humanos y grupos socioculturales,
y efectos (ecobiopolíticos) de inferiorización en vastas mayorías de
aquellos.

32
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

Por otro lado, al ser un sistema autoexpansivo, que toma como fi-
nalidad un objeto abstracto (la acumulación de valor) desentendién-
dose de la materialidad concreta del mundo de la vida, el capitalismo
crea una Naturaleza donde la producción de “riqueza” está dialéctica
e inexorablemente ligada a la depredación de las fuentes y medios de
vida. La capitalización de la Naturaleza —incluso en las formas del
conservacionismo— es la muerte de la Naturaleza.
Ahora bien, esa muerte no se distribuye proporcional y simétri-
camente; anida de modo diferencial en las economías coloniales, así
marcadas como zonas de sacrificio. La economía imperial del capital,
el modo de vida imperial (Brand y Wissen, 2013) de las élites que
detentan el control oligopólico de los medios de violencia, sólo se hace
“sostenible” a costa de la explotación extractivista de los cuerpos y los
territorios; es decir, de la Vida en sus formas históricas elementales.
Por eso el capital, es una necro-economía de frontera.“La apropiación
de la tierra y el trabajo de frontera ha sido la condición indispensable
para las grandes olas de acumulación de capital (…). Las apropiacio-
nes de frontera envían vastas reservas de trabajo, alimento, energía
y materias primas a las fauces de la acumulación global de capital”
(Moore, 2013), sin las cuales ésta no sería materialmente posible.

Los Movimientos del Buen Vivir y la Ecología Política del Sur

“Dominar la naturaleza, enseñan los imperialistas, es el


sentido de toda técnica. (...) No es el dominio de la naturaleza,
sino el dominio de la relación entre naturaleza y humanidad”
Walter Benjamin
Dirección única, 1928

Ver y comprender hasta qué punto el capitalismo no puede funcionar


sino a expensas de la explotación extractiva de las economías colo-
niales podría no ser políticamente tan importante si no fuera que
estamos viviendo y hablando de y desde Nuestra América. Entender
y sentir hasta qué punto la explotación de la Tierra es, en sí misma,
la explotación de los cuerpos, es algo crucial para quienes estamos

33
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

situados en una perspectiva epistémico-política del Sur (Souza Santos,


2009). Pues precisamente, ello nos hace tomar conciencia de que la
“riqueza” que el capital acumula y que (en sus versiones progresistas)
promete “redistribuir” es la riqueza del valor abstracto, esa cuya
acumulación se amasa a costa de la fagocitosis de los expropiados; de
“los condenados de la tierra” (Fanon, 1961).
Éste es, precisamente, el mensaje central y el aprendizaje funda-
mental construido por la amplia variedad de sujetos colectivos y mo-
vimientos sociales que a lo largo y a lo ancho de Nuestra América,
resistiendo a gobiernos de izquierdas y de derechas, en las últimas
décadas han asumido la defensa de sus territorios contra la voraz
avanzada de las fronteras extractivistas del capital. Como expresión
misma de las torsiones dialécticas de la historia, de la historia política
de la materia, los llamados Movimientos del Buen Vivir han surgido en
la última década desde las trincheras más extremas de la depredación
de los territorios, como vocera/os y portadores de un nuevo umbral del
pensamiento crítico y de la imaginación y las energías revolucionarias.
Son sujetos que, individual y colectivamente, sienten en carne propia
las “agresiones a los territorios”; y que, desde sus prácticas cotidianas
de re-existencia, están dando lugar a la construcción/ creación de
saberes otros, radicalmente distintos y distantes de los “conocimientos
tecno-científicos” propios de la razón indolente (Souza Santos, 2009).
A nuestro entender, son estos sujetos en re-existencia los portado-
res y creadores de lo que llamamos y concebimos como una Ecología
Política del Sur. Estos nuevos (viejos) sujetos se constituyen como ta-
les no apenas en torno a conflictos por la apropiación y/o control de
ciertos “recursos naturales”, sino que vienen a poner en cuestión y
a problematizar los propios criterios y condiciones de validez de la
producción social de la naturaleza —vale decir, de la Vida en cuanto
tal—, tal como está aconteciendo aquí y ahora, en los umbrales del
Capitaloceno.
Eso mismo es lo que constituye, desde nuestra perspectiva, el meo-
llo epistémico inherente y definitorio de la ecología política como
tal. Así, si lo que diera origen a la constitución de la ecología política
como un nuevo ámbito científico en sí —distinguible del resto de las

34
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

disciplinas científicas—, es el (re)conocimiento de la vida como una


manufactura social, histórica y geopolíticamente producida, lo que
motiva y da lugar a la irrupción de la Ecología Política del Sur —
en cuanto prácticas cognitivas y experiencias sociales de lucha—, es
el reconocimiento práctico-político de la crisis de la vida, tal como
ésta ha sido definida, (mal)tratada y producida por el capitalismo, en
cuanto modelo civilizatorio hegemónico de alcance mundial. Es el
aplastamiento de la vida; el manoseo y la mercantilización abusiva,
extrema y sin límites de la vida; es, en definitiva, la creación de una
nueva era geológica en la historia del planeta, drásticamente signada
por el exterminismo (Altvater, 2014), lo que viene dando lugar a la
repentina revalorización de estas ecologías políticas re-existentes en y
desde los márgenes del sistema.
El Sur, como región histórico-geopolítica donde la violencia con-
quistadora del Capital más se ha ensañado en sus agresiones a la Vida,
se constituye —por eso mismo— en el lugar epistémico-político de
enunciación/producción de saberes/haceres otros, no exactamente nue-
vos, pero sí radicalmente alternativos y antagónicos que distintiva-
mente brotan de la defensa prioritaria de la Vida. La ecología política
del Sur remite, por tanto, no apenas a una nueva disciplina o un
nuevo campo científico inter o transdisciplinario, sino a un paradigma
epistemológico otro, que justamente parte de la problematización
y la transformación de los presupuestos ontológicos, epistémicos y
metodológicos sobre los que se erige la ciencia (y la política) moderna.
En tal sentido, la ecología política del Sur irrumpe en la historia de los
saberes humanos como una forma de concebir el mundo, que parte
de la radical prioridad ontológica y ético-política asignada a la Vida,
en cuanto misterio y destino de lo propiamente humano. Por tanto,
hace de los escenarios de la conflictividad y de la violencia estructural,
de las desigualdades abismales en la apropiación del mundo, el lugar
clave desde donde se mira el mundo y desde donde se producen
conocimientos.
Las injusticias histórico-estructurales y las conflictividades inhe-
rentes al patrón de acumulación colonial-capitalista atraviesan y afec-
tan insoslayablemente la producción de saberes de y desde la ecología

35
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

política del Sur. Esa realidad histórico-estructural interpela a los


productores de conocimientos no sólo en términos de racionalidad
y rigurosidad, sino ya en términos éticos y políticos respecto a qué
tipo de conocimientos se producen, para qué y para quiénes; quiénes
son los sujetos productores y usufructuarios de esos conocimientos
y qué usos e implicaciones políticas, económicas, éticas y ecológicas
involucran.
Como tal, una ecología política del Sur emerge como un campo
de saber radicalmente crítico y específicamente orientado a la visi-
bilización, producción-profundización y validación de las alterna-
tivas, pensadas éstas no como meras o puras construcciones teóricas
—mucho menos producciones exclusivamente “intelectuales” y/o
“científicas”—, sino como prácticas de vida y de re-ex-sistencia (Porto
Gonçalves, 2006) efectivamente vigentes en los mundos-de-vida que
luchan por el mantenimiento, el cuidado y la sostenibilidad de los pro-
cesos de vida, en y desde los márgenes de la historia oficial del “progre-
so”. Son saberes y conocimientos otros que se estructuran a partir de
un triple giro, a la vez ontológico, epistémico y sociometabólico, a sa-
ber, el giro biocéntrico, el giro descolonial y el giro agro-cultural.

a) Giro biocéntrico y redimensionamiento ontológico del mundo

A nivel ontológico, el giro biocéntrico supone pasar de la hegemónica


ontología dualista a través de la cual Occidente pensó el mundo, hacia
una ontología de la relacionalidad y la complejidad. El punto de partida
de esta transición es, por cierto, la crítica a la escisión instituida entre
Razón y Naturaleza, mediante la cual se ha planteado la relación
entre el ser humano y la naturaleza como una relación de carácter
antagónico. La lógica del capital nos dice “los que están a favor de
la preservación de la naturaleza, están en contra de los hambrientos
del mundo; les importa más la biodiversidad que el bienestar de los
seres humanos”. Este tipo de razonamiento sólo es posible desde el
(ir)racionalismo que precisamente parte de pensar la razón como
algo escindido de la Naturaleza. Al respecto, pensar la cultura, el

36
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

lenguaje, la espiritualidad, la conciencia reflexiva, el trabajo (es decir,


la capacidad creativa) como algo no-natural o sobre-natural —por
afuera y/o por encima de la Naturaleza—, es desconocer nuestra
propia genealogía, el proceso de cosmogénesis del que venimos y por
el que somos y existimos.
En este sentido, el giro biocéntrico no implica la postura de “optar
por la Naturaleza, en contra o a expensas de lo humano”; significa
precisamente des-encubrir esa aporía identificando de raíz la fala-
cia de la separación. Esa separación/fractura supone desconocer que
la Razón misma es enteramente un producto emergente de la Natu-
raleza y ontológicamente dependiente de la materia. La razón que
fabrica el sujeto moderno es una razón tan absolutamente desarraigada
de sus fundamentos histórico-materiales, que —en esos términos—
resulta en una entelequia realmente inexistente; pues, en verdad,
no hay razón por fuera de la naturaleza, ni por fuera de la historia
y, más específicamente, de la historia de la materia. No hay Cultura
sin Naturaleza; ni por encima de la Naturaleza. Hay una relación
de precedencia histórica y de dependencia ontológica de la primera
respecto de la segunda. Porque la Noósfera depende existencial y
vitalmente de la Biósfera (Morin, 1979; 2003).
La perspectiva biocéntrica, entonces, en términos ontológicos,
parte de la radicalidad e integralidad del predicado “somos Tierra”
como definición de lo humano. Parte de re-conocer y asumir que en el
más profundo sentido filosófico y en el más estricto sentido científico
los seres humanos “somos Tierra”. Esto, por lo demás, permite eludir
la trampa seudouniversalista del humanismo moderno-colonial-
capitalista, que sistemáticamente apela a la evocación genérica del “Ser
Humano” en abstracto, para encubrir la absoluta supremacía de los
requerimientos del Capital, impuestos como imperativos categóricos
de la realidad. Como señalara Franz Hinkelammert,

el llamado antropocentrismo occidental no es ningún antropocentris-


mo. No pone en el centro de su reflexión al ser humano, sino a una abs-
tracción de éste. Esta abstracción aparece en forma de ser pensante que
es una secularización del alma eterna de la Edad Media [...] Resulta así

37
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

un mercado-centrismo y un capitalocentrismo, pero no un antropo-


centrismo. Poner al ser humano en el centro, es justamente la tarea de
cualquier sociedad alternativa que hoy se pueda pensar (Hinkelammert,
1995: 19).

Poner al ser humano en el centro, significa situarlo en el mundo, y no


sacarlo, extirparlo de él.
Ahora bien, asumir ontológicamente que somos parte-de-la-Na-
turaleza, supone ni más ni menos sentir-nos parte de una comunidad
funcional de vida.Y esto tiene implicaciones en nuestras formas de
concebir (y de asignar prioridades) el tiempo, el espacio y la relación
entre individuo/colectividad. Muy sintética y esquemáticamente, el gi-
ro biocéntrico significa una profunda reconsideración del tiempo,
del espacio y de lo comunal, que nos direcciona hacia la ampliación
de los horizontes espacio-temporales de “nuestro mundo”.
En relación con la temporalidad, el giro biocéntrico supone, cuan-
titativamente, pasar de una concepción del tiempo eminentemente
cortoplacista (el tiempo cada vez más reducido del capital financiero)
que concibe/mide la vida en términos biográficos de los individuos,
hacia una radical visión de largo plazo, consciente de los tiempos
geológicos de gestación y evolución de la vida y de la temporalidad
de las especies. En íntima conexión con esto, pensar cualitativamente
la temporalidad alternativa implica salir-se del tiempo abstracto del
reloj (pieza clave del productivismo y el industrialismo) y el imperio
de la productividad, para empezar a habitar el tiempo concreto de
la relacionalidad, del tiempo libre disponible y de la creatividad re-
productora de la vida en su toda su potencial complejidad y diversidad.
En relación con la espacialidad, el giro biocéntrico supone ver en el
espacio socialmente construido una clave del poder; por tanto, de las
posibilidades de la dominación o la emancipación. En este sentido,
el giro biocéntrico ve en el espacio global contemporáneo una expre-
sión de la geografía de la dominación, una globalización perversa al
decir de Milton Santos (1996), construida de arriba hacia abajo; una
globalización oligárquica y radicalmente autoritaria, basada y soste-
nida sobre la explotación sacrificial de los lugares (Santos, 1996). En
contraposición, la espacialidad alternativa ve en los lugares y en la

38
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

territorialidad (es decir, en la preservación de las condiciones de pro-


producir territorios), la clave y la condición necesaria para la susten-
tabilidad y la emancipación. No significa negar, rechazar o renunciar
a la globalidad, sino crear una globalidad radicalmente otra; una que
parta, esta vez, de la afirmación de una pluralidad de localidades / te-
rritorialidades y que apunte a una sinfonía de vocalidades territoria-
les, en lugar del aplastamiento de los lugares y la des-territorialización
de la vida que propicia la globalización hegemónica.
Por último, respecto de la relación individuo/comunidad —en di-
recta relación con la temporalidad y la espacialidad alternativas—, el
giro biocéntrico supone una radical revisión de la drástica inversión
individualista creada por el ethos del Capital. Desde una perspectiva
biocéntrica, la vida —como dijimos— está en la trama de las relaciones,
en los flujos e interconexiones; esto implica que antes que individuos,
somos comunidad de vida; la vida está en lo común y la preservación
de la vida requiere del continuo trabajo social de sostenimiento y re-
creación de la comunalidad. No se trata de filosofía política romántica,
sino radicalmente realista y materialista: somos con otros; depende-
mos existencialmente de la especie y de la comunidad cósmica que nos
nutre y sostiene. En este sentido, el giro biocéntrico no significa negar
al individuo, sino una vez más, situarlo en la comunidad, dentro de la
cual es. El ethos comunitarista no es totalitarismo de la comunidad,
sino ética de la cooperación, la reciprocidad, la diversidad y la com-
plementariedad; es por tanto una re-afirmación del individuo, pero no
del individuo abstracto, sino del sujeto concreto, corporal, orgánico,
de carne y hueso; por tanto, concebido inseparablemente dentro de la
trama de relaciones que lo constituyen como tal.

b) Giro descolonial

Una ecología política del Sur parte necesaria e insoslayablemente del


reconocimiento del carácter fundacional que tiene el fenómeno colo-
nial en la estructuración histórico-geográfica del mundo contempo-
ráneo. La cosmovisión (seudo)antropocéntrica que instituye la Razón

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Imperial no se trató apenas de un fenómeno filosófico o espiritual.


Antes que ello, aconteció su irrupción como práctica colonial; es de-
cir, como hecho político, militar y económico de usurpación, expro-
piación, saqueo y esclavización.
En términos ecológicos y geopolíticos, la fractura colonial inau-
gurada con la Conquista y colonización de América y el subsiguiente
proceso de mundialización del capital resultan claves para el análisis
de la metamorfosis que acontece no sólo en las representaciones
sociales sobre la naturaleza, sino en el metabolismo bio-geo-químico
y energético entre el mundo material y la sociedad moderna-urbano-
industrial. En tal sentido, la organización colonial del mundo cons-
tituye una condición histórica de posibilidad del capitalismo, de su
emergencia y posterior expansión. A su vez, la irrupción del capita-
lismo / colonialismo se interpreta como una verdadera fuerza revo-
lucionaria que altera y trastorna a escala geológica mundial las bases
y principios funcionales de la ecología humana y de la vida en la Tie-
rra en general.
Desde esta perspectiva, la entidad “América” no es apenas el lugar
de una “particularidad”, reductible al estatus de “caso”, sino que es el
espacio de la ontogénesis del mundo moderno-colonial-capitalista; es
el lugar y el momento de gestación y alumbramiento del Nuevo Mun-
do, no ya sólo “América”, sino el nuevo mundo del capitalismo, el
colonialismo, el clasismo, el racismo y el patriarcado; es el alum-
bramiento, en definitiva de una Nueva Era, la era del Capitaloceno.
El giro descolonial, por tanto, es clave para una ecología política del
Sur, como saber orientado a la visibilización de las alternativas. Pues
muestra que, en cualquier caso, Occidente no ofrece alternativas y que
éstas hay que buscarlas necesariamente más allá de Occidente y en
un sentido contrafáctico a su derrotero histórico. El giro descolonial
ayuda a ver en qué medida Occidente, como núcleo geopolítico del
capital, se ha arrogado la supremacía y el dominio sobre el mundo
a costa del saqueo y la explotación sistemática; hasta qué punto su
“desarrollo” se ha logrado a costa de subdesarrollar vastas regiones
del planeta. El giro descolonial permite vislumbrar hasta qué punto
el imperialismo y el colonialismo no son un exceso ni apenas una

40
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

etapa del capital, sino que hace parte de su dinámica de acumulación


global; ayuda a visualizar que el imperialismo ecológico no es una
dimensión más de la dominación, sino el fundamento material y
sociometabólico del capital y el sustrato matricial de la hegemonía de
Occidente.
Desde esta perspectiva, el giro descolonial invita a pensar/visualizar
las alternativas como un radical proceso de descolonización y des-
occidentalización, entendiendo por tales, un radical desmontaje del
imaginario desarrollista/progresista.

c) Giro agro-cultural y cambio sociometabólico

Una ecología política del Sur piensa y visualiza las alternativas a la


crisis ecológica global desde la fundamental necesidad de afrontar
y subsanar la falla histórico-geológica que implicó la separación de
las conexiones directas entre el Trabajo/poblaciones con la Tierra/
territorios y el subsiguiente proceso de mercantilización tanto de uno
como de la otra. Desde esta perspectiva, la ruptura del metabolismo
social de la ecología humana introducida bajo la nueva dinámica de la
producción capitalista significó, como advirtiera Karl Polanyi (1989),
una Gran Transformación, de envergadura geológica. Constituye el
momento histórico en que el proceso humano de producción de
bienes y medios de subsistencia se desvía de su orientación y sentido
primario, deja de estar dirigido a asegurar el sustento de la vida de las
poblaciones, y pasa ciegamente a estar regido por la lógica del valor
de cambio y el imperativo de la acumulación de ganancias.
Esta ruptura del sociometabolismo básico de la ecología humana
altera radicalmente las matrices de las relaciones sociales y de las rela-
ciones entre las sociedades humanas y la naturaleza exterior. La Tie-
rra y el trabajo pasan a concebirse como mercancías, simples medios
de producción, ahora subordinados a la finalidad de la obtención de
ganancias. Con ello, se pierde el sentido y la finalidad primaria de los
sistemas productivos humanos: la producción de valores de uso se su-
bordina al valor de cambio y la producción de valores de cambio

41
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

(imaginada infinita) deja de ser un medio y pasa a ser un fin en sí mis-


ma. Con ello se produce un hiato entre economía y ecología; la prime-
ra se desentiende del sustento de la vida y pasa a ser la “ciencia” de la
acumulación de “riquezas” (valor de cambio); la ecología queda rele-
gada al estudio del “mundo natural” donde no hay mayor cabida para
consideraciones humanas. El sistema de producción de mercancías se
concibe como el centro fundamental de la economía humana; para
peor, se concibe como un sistema aislado, autosuficiente, (auto)regula-
do por leyes supra-humanas, por encima y por fuera de la naturaleza.
La noción de giro agro-cultural parte precisamente de la concien-
cia de las gravosas consecuencias de esta ruptura, tanto en términos
de alienación / devastación del mundo, como de in-civilización / de-
gradación de la condición humana. Desde esta perspectiva, se conci-
ben las alternativas civilizatorias como cambio sociometabólico. Ese
cambio implicaría, en términos filosóficos y políticos concretos, algu-
nas de las transformaciones ya enunciadas en cuanto giro biocéntrico,
básicamente, suprimir la institución de la propiedad sobre la Tierra,
lo que significa avanzar en la desmercantilización de la naturaleza
hacia nuevos patrones de relacionamiento y de producción basados
en el concepto de naturaleza como Bien Común. A su vez, la desmer-
cantilización de la naturaleza va asociada a la supresión del régimen
del trabajo asalariado, y la re-creación correlativa de modalidades de
trabajo libre, ahora prioritariamente ordenados a la producción para
el sustento material y espiritual de las poblaciones y no para la acu-
mulación de valor.
En términos de economía política, el giro agro-cultural supone re-
centrar la economía humana en el eje de los valores de uso; parar la
alocada carrera de producción de “riquezas” de mercancías a costa
del empobrecimiento y la destrucción correlativa de medios de vida.
Más que “redistribución de la riqueza”, el giro agro-cultural supone
una radical redefinición de la noción social de “riqueza”, medida
no ya en términos de valores de cambio ni de mercancías, sino de
bienes sociales, naturales y relacionales estrechamente ligados a las
necesidades básicas y al bienestar humano.
En términos tecnológicos, el giro agro-cultural involucra, ante to-
do aunque no exclusivamente, un profundo y radical cambio en el

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DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

régimen energético, es decir, migrar del actual régimen fosilista —prin-


cipal responsable de la crisis climática— hacia regímenes neguentró-
picos y de energías renovables. Supone, además, el no menor desafío
de avanzar hacia la desintoxicación de las tecnologías y procesos in-
dustriales, cuyas secuelas de insalubridad son cada vez más graves y
masivas.
En definitiva, las nociones de giro agro-cultural y de cambio
sociometabólico implican una profunda mudanza civilizatoria, de
envergadura proporcional y adecuada a las transformaciones que
necesitamos para afrontar con cierta esperanza la crítica situación
de deterioro de la vida en el planeta. Giro agro-cultural significa
volver a sentir-nos seres terrestres-culturales; pensar-nos y sentir-nos
como especie que, siendo parte del sistema-de-vida-en-la-Tierra,
estamos con-vocados a desarrollar-nos por y a través del cultivo de
la Tierra, es decir, ocupando el lugar ético-político de guardianes y
responsables por el uso cuidadoso, respetuoso y fecundo de la Vida en
la Tierra. Por cierto, más que un cambio en el sistema de producción
de objetos, hablamos de un cambio radical en el sistema cultural,
económico y político de producción de subjetividades, sensibilidades
y sociabilidades; un cambio ecobiopolítico que supone mudar de piel
(Fanon, 2007).

De la cuestión de fondo a lo fundamental.


Pensar-nos Tierra como clave para re-orientar
nuestras luchas emancipatorias

La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; es decir,


la naturaleza en cuanto no es el mismo cuerpo humano.
Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza
es su cuerpo, con el que debe mantenerse en un proceso constante,
para no morir. La afirmación de que la vida física y espiritual del
hombre se halla entroncada con la naturaleza no tiene más sentido
que el que la naturaleza se halla entroncada consigo misma,
y que el hombre es parte de la naturaleza.
Karl Marx
Manuscritos económicos filosóficos, 1844

43
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Salvo notables excepciones, el pensamiento tradicional de izquierda


y el marxismo ortodoxo en general ha tendido a priorizar la opresión
de clase por sobre la explotación de la Naturaleza, como si fueran
dos problemáticas distintas e inconexas. Sin embargo, este tipo
de razonamiento está en abierta contradicción con la ontología
materialista de Marx, que al pensar los fundamentos de la realidad en
lugar de la conciencia, del Sujeto o del Objeto, parte del cuerpo. En
efecto, para Marx, “la primera premisa de toda la historia humana es la
existencia de individuos humanos vivos. El primer hecho a constatar
es, por tanto, la organización corpórea de esos individuos y la relación
por eso existente con el resto de la naturaleza” (Marx y Engels, 1974:
19). Se trata de una premisa fundamental sobre la que se edifica todo
el pensamiento filosófico, antropológico y político de Marx.
Pues, en primer lugar, partir de los individuos humanos vivientes,
implica, ante todo, negar radicalmente toda separación entre Na-
turaleza y Sociedad y rechazar todo antropocentrismo. O, si se pre-
fiere, supone partir de la afirmación básica de que el ser humano es
naturaleza. La materialidad del cuerpo remite indefectiblemente al
enraizamiento histórico-material que lo humano tiene respecto de la
Naturaleza en general. Una perspectiva histórico-materialista —como
la que propone Marx— nos lleva a reconocer que, históricamente, ve-
nimos de la Naturaleza: somos parte del proceso natural de irrupción,
despliegue y complejización de la materia en el transcurso geológico
de la vida en el planeta. Y que fisiológicamente, dependemos de la Na-
turaleza: los cuerpos humanos vivientes (naturaleza interior) tienen
una relación de dependencia existencial con el conjunto de seres vi-
vos y de factores y condiciones biosféricas de la Tierra (naturaleza ex-
terior). La Tierra —como sistema viviente— nos excede, nos precede
y nos contiene absolutamente. Nuestra vida es estructural y funcio-
nalmente dependiente de una sistemática e ininterrumpida vincula-
ción material con el resto de la Naturaleza en general. Por tanto, lo hu-
mano no puede ser escindido de la naturaleza; no puede ser pensado
o concebido como algo exterior, ajeno o contrapuesto a la naturaleza.
En segundo término, al partir de los cuerpos, Marx coloca la cuestión
de la vida —la problemática de los individuos humanos vivientes— en

44
DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

la base de su construcción teórica y en el centro de sus preocupaciones


políticas. A diferencia del idealismo, del empirismo naturalista y del
materialismo mecanicista (cada uno, en sus diferentes variantes),
Marx no concibe el mundo ni como “idea” ni como “cosa”, sino como
vida-práctica. En Marx, lo real es lo vivo en cuanto tal: el conjunto
de procesos práctico-materiales a través de los cuales acontece la
vida en general; y también, en particular, la vida humana, como una
expresión histórico-específica de aquella.
Así, la centralidad del cuerpo, en cuanto permite despejar la ficción
idealista de todo antropocentrismo, es fundamental para una episte-
mología política que se piensa en clave de emancipación y realización
plena de la Vida. Pues, cuando lo que ocupa el centro de nuestras pre-
ocupaciones epistémicas y políticas es la vida plena de los seres
humanos vivientes, no hay lugar ahí para sustentar la falacia del
antagonismo de el hombre vs. la naturaleza. Por el contrario, se hace
evidente que, en realidad, la contradicción Capital vs. Trabajo, no es
anterior ni exterior, a la contradicción Capital vs. Naturaleza-Vida;
que no se trata de dos contradicciones (O´Connor, 2001), sino pues sólo
de una única gran contradicción fundamental, en la que la dinámica
necro-económica del capital supone (y requiere) sacrificar la vida (en la
radicalidad de sus fuentes y en la diversidad de sus formas y manifes-
taciones) en el altar del valor abstracto. Se hace, en definitiva, mani-
fiesto que el encarcelamiento de la Tierra —a través de la propiedad—
es el primer eslabón de los grilletes que encadenan al Trabajo.
Así, la crucial cuestión de la liberación humana (de las ataduras
del capital) requiere hoy, más que nunca, en los umbrales del siglo
xxi, re-pensar la Tierra. Re-pensar la Tierra como cuestión vital-
fundamental, es re-pensarla y re-descubrirla como Madre. Y es tam-
bién re-pensar-nos a los seres humanos, como ontológicamente hijos
de la Tierra; seres terrestres, en el sentido existencial de que no sólo
vivimos apenas sobre la Tierra y de la Tierra, sino que literalmente
somos Tierra. Precisamos, de modo urgente, volver a saber-nos y, so-
bre todo, sentir-nos Tierra.
Pues, si la (in)civilización del capital ha llegado tan lejos en la
devastación y la denigración de la Vida, es precisamente porque

45
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

no sólo ha crecido y se ha mundializado declarándole la guerra a la


Madre-Tierra, sino porque además, decisivamente, ha sido muy eficaz
en la creación de sujetos-individuos que no se conciben como hijos-
de-la-Tierra, sino que la sienten y conciben desde la exterioridad,
la superioridad y la instrumentalidad. Individuos que creen y que
sienten que viven del dinero y no de la Madre-Tierra; que conciben
el progreso y el desarrollo de lo humano, en términos de dominio y
explotación presuntamente infinita de los “recursos” de la Tierra.
Frente al escenario de barbarie mundializada y diversificada que nos
ofrece el siglo xxi, tras más de cinco siglos de “desarrollo capitalista”,
necesitamos, de modo urgente, re-pensar la Tierra para re-orientar el
horizonte y el sentido de nuestras luchas emancipatorias.
Re-pensar la Tierra como Madre no es romanticismo pachamamista
ni oscurantismo anticientífico. Si bien sí es una afirmación efectiva-
mente pre-científica (en el sentido de que se trata de un saber hu-
mano cuya articulación como tal antecede históricamente a la propia
constitución de la ciencia, como régimen hegemónico de producción
de conocimientos), se trata, sin embargo, de una verdad fundamental,
no sólo en el más profundo sentido filosófico, sino también en el más
riguroso sentido científico. Re-conocerla como tal y adecuar a ella
nuestros modos de vida, nuestras instituciones, nuestras subjetivida-
des, es decir, nuestros cuerpos y nuestros sueños, nuestras formas de
concebir, percibir, pensar, sentir y vivir nuestro lugar en el mundo,
es quizás, el mayor desafío pedagógico-político que afrontamos
como especie, en un momento donde el camino de la emancipación
se ha tornado, ni más ni menos, en el camino por la sobrevivencia; la
sobrevivencia, al menos, de la humanidad de lo humano.

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DEL DEBATE SOBRE EL “EXTRACTIVISMO”...

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49
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

50
Configuraciones del territorio:
despojo, transiciones y alternativas
Gian Carlo Delgado Ramos 1

S obre las geo-grafías de los territorios

En el espacio geográfico se torna visible la esencialidad de la


naturaleza, incluyendo la del ser humano. En lo concreto, el espacio-
territorial o los territorios constituyen la principal fuerza productiva
estratégica, es decir, son sustento de la producción y reproducción de
la vida. Por ello, se puede sostener que la historia de la naturaleza y la
historia de los seres humanos se condicionan recíprocamente (Santos,
1990). Como suscribe Porto-Gonçalves,

el territorio no es algo anterior o exterior a la sociedad. Territorio es es-


pacio apropiado, espacio hecho cosa propia, en definitiva el territorio
es instituido por sujetos y grupos sociales que se afirman por medio de
él. Así, hay siempre, territorio y territorialidad, o sea, procesos sociales
de territorialización (Porto-Goncalvez, 2009: 127).

En la diversidad de territorialidades se cristalizan las relaciones sociales


1
Investigador adscrito al programa “Ciudad, gestión, territorio y ambiente” del
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la
Universidad Nacional Autónoma de México (unam, México). Correo electrónico:
giandelgado@unam.mx

51
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

de producción y el grado de desarrollo, potencial, y tipología de la


totalidad de las fuerzas productivas.
Dado que la diferencia específica de la relación de la humanidad
con la naturaleza es lo que caracteriza a cada forma de producción, en
el capitalismo la transformación del propio valor de uso del territorio
en mercancía es central, es decir, la instauración de la propiedad
privada del espacio (Santo, 1990). No obstante, debe precisarse que en
el capitalismo no todos los territorios ofrecen las mismas condiciones
de rentabilidad y aquellos clave son altamente disputados, sea por la
presencia de recursos naturales estratégicos o de núcleos poblacionales
e infraestructura productiva y para la circulación de mercancías y
fuerza de trabajo.
La acumulación originaria de capital, posible a partir de la disolu-
ción, al menos parcial, de la propiedad colectiva de la tierra y con
ella la de otros bienes comunes ahí “contenidos”, instaló el despojo
como parte estructural del funcionamiento del actual sistema de
producción, un aspecto que se agudiza conforme se acrecienta la
acumulación misma y se complejiza la realización de los excedentes
(ya que suele derivar en crisis de sobreproducción del sistema). Se
trata de un proceso que en sí ha conducido a un despojo doble, el
de los bienes comunes y el del trabajo, contexto donde ese último
se entiende como la forma humana de mediar, regular y controlar el
metabolismo entre el ser humano y la naturaleza.
Es patente que las relaciones socioespaciales no son espontáneas
sino que se producen —socialmente y en un marco de relaciones de
poder específicas— bajo la lógica de potenciar la acumulación de ca-
pital. De ahí que el espacio territorial se ordene de modo funcional,
estableciendo prácticas, procesos de organización y planeación de
la producción, circulación y consumo, así como relaciones de poder
específicas que “naturalizan” y hasta legalizan con creces el despojo
(intensificando consecuentemente la tragedia de los comunes). No es
entonces menor que el despojo se instale como una fuerza permanente
en la geografía histórica de la acumulación de capital (Harvey, 2003:
115), siendo hasta ahora la práctica neoliberal la modalidad de
apropiación de riqueza, y en concreto de naturaleza y trabajo, más

52
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

agresiva y desigual de la historia del ser humano. Ello significa que se


ha mantenido y ahondado, no sólo el despojo de los bienes comunes o
que se ha agudizado la explotación del trabajo, sino que íntimamente
asociado a ello se han incrementado los flujos biofísicos o energético-
materiales de las sociedades contemporáneas.
El proceso de apropiación de recursos naturales descrito se da de
manera social y geográficamente disímil. Desde una perspectiva de lo
urbano y lo rural, cabe señalar que el metabolismo socioeconómico ur-
bano contemporáneo empuja la transformación de lo rural, incre-
mentando así los ritmos extractivos y los pasivos generados en el
segundo. Mientras el campo se torna dependiente de productos manu-
facturados del ámbito urbano, este último lo es abrumadoramente de
flujos crecientes de recursos naturales provenientes del primero, todo
en un contexto en que los beneficios son completamente asimétricos:
lo urbano representa alrededor de 2% de la superficie terrestre, con-
sume el grueso de los recursos naturales y concentra al menos tres
cuartas partes de la riqueza mundial (Newman, Beatley y Heater,
2009). Tal panorama, visto desde la división internacional del trabajo,
demuestra que, esencialmente, en la economía mundial África y Amé-
rica Latina son las principales regiones abastecedoras del grueso de
materiales pero también de una porción considerable de energía,
además de las regiones petroleras y gaseras clave de Medio Oriente,
Canadá y Rusia. Y aunque Asia por su parte cuenta con reservas im-
portantes de recursos, ésas ya no son, desde hace algún tiempo, sufi-
cientes para los patrones de consumo a los que tiende y aspira la
propia región (unep, 2011).

Una breve revisión del acaparamiento de tierras


a principios del siglo xxi

La acumulación por desposesión que desemboca en el actual


escenario de acaparamiento de tierras, tal y como aquí se entiende, se
aleja de la contemporánea definición de land grabbing, que se limita a
considerar acciones de compraventa de extensiones de tierra mayores

53
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

a mil hectáreas y en las que, como rasgo distintivo, participa un actor


internacional —dígase EUA, China, Corea del Sur, etcétera. Dicha
visión, propuesta desde fao, es notoriamente restringida y ha sido ya
justamente criticada por Borras Jr. et al. (2012).
Y es que en el despojo de tierras debe considerarse la apropiación de
aquellas destinadas a 1) monocultivos, incluyendo los denominados
“comodín” o flex (alimentos/ bioenergía/ insumos de producción; por
ejemplo, maíz, caña, palma africana), y la producción de insumos no
alimenticios tales como la celulosa; 2) el acceso, gestión y usufructo
de recursos como los minerales energéticos y no-energéticos, así
como 3) de agua potable (o blue grabbing); y para 4) la conservación
o la denominada apropiación verde de las tierras o green grabbing,
misma que incluye desde la conformación de áreas protegidas de tipo
privado, hasta la instauración de proyectos de mitigación del cambio
climático como los denominados redd+ (proyectos de reducción
de emisiones por deforestación y degradación + de conservación)
(Fairedd, Leach y Sconnes, 2012; Borras Jr. et al., 2012).2
Los datos precisan que, en el siglo xxi, la apropiación de grandes
extensiones de tierra por parte de actores foráneos se disparó
2
El mecanismo redd+ surge en el seno de la Convención Marco de Naciones Uni-
das para el Cambio Climático como medida de mitigación resultante de la reduc-
ción de emisiones por deforestación, degradación forestal, el manejo sustentable de
bosques, la conservación y el aumento de las existencias de carbono en los bosques.
Los proyectos redd+ suponen pues, la obtención de créditos de carbono. En Méxi-
co, tales proyectos implican el manejo integral del territorio con un enfoque que
—se sostiene desde el gobierno— promueva el “desarrollo rural sustentable”. La Es-
trategia Nacional para redd+ apuesta por una tasa de cero por ciento de pérdida del
carbono en los ecosistemas forestales originales. Dado que tal Estrategia y sus ac-
ciones se definen fundamentalmente de arriba hacia abajo, por más de que se hable
del impulso del manejo social de los bosques (lo que es inevitable en tanto el grue-
so de ellos está bajo propiedad social), diversas comunidades y organizaciones so-
ciales de México, pero también del mundo, han hecho expreso su rechazo pues se
trata de proyectos que pueden imponer criterios de manejo del territorio no desea-
dos; de ahí que el rechazo sea visto como defensa de los territorios (véase declara-
ción en el marco de la cop20: wrm.org.uy/es/files/2014/11/Llamado-COP-Lima_
NoREDD.pdf). Según se informó en el marco de la cop21, México ya trabaja en 18
millones de hectáreas la aplicación del mecanismo redd+ (www.gob.mx/semarnat/
prensa/presenta-mexico-avances-de-la-estrategia-nacional-redd?idiom=es).

54
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

particularmente como mecanismo de despojo de “paquetes” de activos


naturales en todo el mundo; con excepción de la Antártida. África y
Asia son las regiones que registran las mayores tasas de apropiación de
ese tipo. En América Latina, el fenómeno también aumenta, aunque
históricamente y aún hoy día el grueso de la apropiación de la tierra
se ha dado sobre todo por parte de latifundistas/caciques nacionales,
especuladores inmobiliarios de capital nacional y/o mixto, actores
empresariales intrarregionales y, en menor escala, por parte de capital
proveniente de paraísos fiscales (véase: Borras Jr. et al., 2012).
Frente a tal panorama se estima que, a nivel mundial, sólo entre
2008 y 2010 se realizaron acciones de compraventa de tierras, en
el sentido formal de apropiación propuesto por fao, por unos 45
millones de hectáreas (Deininger y Byerlee, 2010), la gran mayoría
sin consulta previa e informada y, en el mejor de los casos, de haberse
dado, con “compensaciones” deleznables, mismas que asumen que el
valor de los territorios se reduce al económico (por supuesto, no se
puede hablar de compensaciones cuando no hay consulta, de ahí que
en los casos en que circula dinero, se puede especular que se trata
de pagos para desactivar eventuales resistencias) (Rulli, Saviori y
D’Odorico, 2013).
Si se suma la apropiación mundial de tierras asociadas al empuje
de la frontera de los monocultivos, se necesita una extensión de entre
32 y hasta 82 millones de hectáreas a nivel mundial, dependiendo de
la fuente (http://www.landmatrix.org; http://farmlandgrab.org; Rulli,
Saviori y D’Odorico, 2013; Grain, 2009), aunque en 2011 se llegó
incluso a sugerir una dimensión de apropiación de hasta 227 millones
de hectáreas a escala global (Oxfam, 2011).
Ahora bien, desde la ya descrita noción de apropiación de tierras
para América Latina, ciertos datos precisan que hay alrededor de 13.1
millones de hectáreas de “bosques” plantados (9.4% de los bosques
plantados a nivel mundial), siendo Brasil el de mayor peso con 5.3
millones de hectáreas de pino, eucalipto y pino Paraná, seguido de
Chile con 2.7 millones de hectáreas (fao, 2006). El empuje de mayo-
res superficies plantadas, incluso con árboles transgénicos de rápido
crecimiento cuyas implicaciones ambientales se desconocen, se debe

55
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

a una creciente demanda de madera en rollo por parte de las indus-


trias de pasta y papel y de la siderurgia basada en carbón vegetal (se
pasó de 60 millones de metros cúbicos en 1980 a 182 millones de me-
tros cúbicos en 2003) (idem.), contexto en el que se registran mayores
estímulos derivados de incentivos de mitigación del clima tipo redd+.
Para los casos de la soya y la caña, en América del Sur la superficie
se duplicó en la primera década del siglo xxi, mientras que la de pal-
ma aceitera se incrementó en 30% (Borras Jr. et al., 2012). En Centroa-
mérica, la superficie de palma también se duplicó en el mismo perio-
do (idem.). Se suma además la expansión de la frontera agrícola para
monocultivos como el de piña, plátano y café. Se trata de un panorama
preocupante, pues conjuntamente con el despojo / acaparamiento de
tierras se tiende a una homogenización de la diversidad de los cultivos.
Medida en términos de superficie, hoy día en América Latina 55% de
la producción agrícola industrial se centra en el cultivo de caña
de azúcar (30.4%) y café (25.7%); y más aún, 70% de la superficie
cultivada en la región presenta especies no-nativas del continente,
tales como azúcar, café, plátano, arroz y trigo (Guevara y Laborde,
2008). Se trata precisamente de cultivos que se promueven como
fundamento de la denominada reconversión productiva del campo
que desincentiva la producción de autoconsumo —usualmente
biodiversa— para enfocarse en monocultivos supuestamente ren-
tables que permitirían a sus productores, eventualmente, mejorar su
nivel de vida. No sobra recordar que, detrás de tal impulso estaban
y siguen estando latifundistas locales, caciques comerciantes y/o
grandes multinacionales, como Dole, Chiquita (antes United Fruit
Company) o Nestlé; esta última, aparentemente más interesada en el
control de la cadena productiva del café3 y en la apropiación de agua
3
En el caso del café tal mejoría en la calidad de vida de los productores no se ha
dado pues el negocio está altamente monopolizado, sobre todo en las fases de tueste,
procesamiento, empacado y comercialización. Los esquemas agroindustriales o
modernos de producción de café, no sólo atentan contra las formas de organización
y producción tradicionales que preservan unas 500 mil familias mexicanas (sistema
rusticano o de montaña y de policultivo tradicional, ambos sustentables), sino que
además erosionan la rica biodiversidad presente en las locaciones donde suele pro-
ducirse café —en México particularmente en Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Puebla

56
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

para embotellarla y llevar a cabo sus procesos productivos (véase más


adelante).
La histórica presencia de United Fruit Company es particularmen-
te llamativa por sus implicaciones sociopolíticas, geopolíticas y am-
bientales. A finales del siglo xix, United Fruit tenía ya operaciones
en Costa Rica sobre la base del control de 320 mil hectáreas para la
producción de plátano de exportación. El negocio se extendió rápida-
mente y, para principios del siglo xx, había presencia en Colombia,
Cuba, Jamaica, Nicaragua, Panamá, República Dominicana y Guate-
mala. En este último país, United Fruit se haría de las mejores tierras
a lo largo de la costa del Atlántico pero también de una diversidad de
infraestructura, desde el correo y las líneas de telégrafo hasta los fe-
rrocarriles. Ante tal acaparamiento, el gobierno progresista de Jacobo
Arbenz decidió expropiar, de entrada, 60 mil hectáreas a United Fruit.
Dicha medida, entre otras que atentaban contra los intereses del capital
extranjero y la oligarquía local, llevaría en 1954 a la intervención,
abiertamente reconocida, de la cia para derrocar a Arbenz (Pearce,

(Moguel y Toledo, 2004. La conversión de semilla arábica en semilla robusta (que es


más barata en el mercado), impulsada en México sobre todo desde el denominado
“Plan Nescafé” y con la justificación de que así se podría enfrentar la devastante
plaga de la roya, promueve la implantación del sistema agroindustrial de produc-
ción mediante el cual Nestlé busca profundizar su injerencia en la cadena pro-
ductiva del café. La producción de semilla de café robusta, como insumo para la
elaboración de café soluble, se espera se duplique en 2020, en un mercado nacio-
nal controlado en 70 a 80% por la mencionada multinacional (de hecho, se estima
que ésta comercializa el 10% del café a nivel mundial). Cabe precisar que el “Plan
Nescafé” se desenvuelve bajo el discurso social empresarial de la empresa en que la
transición hacia semilla robusta —mediante la entrega de plantas de café mejora-
das— se visualiza como una acción de apoyo a los productores de café, de “acción
de valor compartido” (www.nestle.com.mx/media/pressreleases/24000-producto-
res-han-sido-beneficiados-con-plan-nescafe). En 2014, Nestlé entregó 12.5 millo-
nes de plantas mejoradas a productores de México (ibid.). La acción es vista por
los especialistas, así como por las cooperativas de productores de café orgánico de
comercio justo, como una amenaza. Al respecto, véase Hüsser (2015). También se
han dado acusaciones sobre el supuesto interés de Nestlé de apropiarse de tierra,
por ejemplo la realizada por el Consejo Regional del Café de Coatepec (www.pun-
torevista.com/secciones/estatal/estatal100414Denuncia_consejo_cafe_empresas_
extranjeras_apropiarse_tierras.html).

57
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

2012). Después de la guerra civil y del estado de terror que perduró


hasta 1996, la promesa de una reforma agraria a fondo, establecida
en los acuerdos de paz, no se concretaría hasta la fecha, pues todavía
2% de la población controla 70% del territorio nacional; Dole, Del
Monte y Chiquita siguen operando en el país con cientos de miles de
hectáreas de las mejores tierras bajas del norte del país (idem.).
No sobra añadir que Chiquita opera grandes extensiones de
monocultivos de plátano desde la última década del siglo xx, en Asia
—donde se la vincula con la propagación de la enfermedad de Panamá,
una epidemia que amenaza la producción mundial de dicha fruta—, y
más recientemente, en países de África, como Mozambique y Angola
(para una revisión amplia del caso de Chiquita, véase Koeppel, 2008).
Últimamente se han sumado otros casos de apropiación de tierras:
a) las 13 mil hectáreas en el valle del río Chira, Perú, en manos de Ma-
ple Energy (EUA) o las 26 mil hectáreas en Piura, Perú, en manos de
Comisa y Altima Partners (Inglaterra), destinadas a la siembra de azú-
car como insumo para la producción de etanol; b) los cientos de miles
de hectáreas propiedad de un par de centenas de brasileños y argenti-
nos, dedicadas a la siembra de soja en Santa Cruz, Bolivia; c) los
extensos monocultivos de soja y maíz transgénico en el Cerrado
brasileño, en manos de entidades como Agrifirma (de los Rothschild),
Grupo Iowa (EUA) o slc Agrícola (Brasil); d) las 325 mil hectáreas
que conforman el denominado Santuario de la Naturaleza —Parque
Pumalín en Chile, propiedad de Doug Tompkins por medio de la
fundación The Conservation Land Trust, además de otras propiedades
para la conservación en Chile y Argentina que suman más de 800
mil hectáreas;4 e) las 900 mil hectáreas en manos de Carlo y Luciano
Benetton en las provincias argentinas de Neuquén, Río Negro, Chubut
y Santa Cruz, donde producen ganado bovino (existen acusaciones
de desalojo de comunidades mapuches y de violación a la normativa
nacional e internacional;5 f) las operaciones de Vestey Group (Ingla-
terra), que detentaba más de 200 mil hectáreas al noroeste del país
4
Véase Tompkinson Conservation. Disponible en: http://www.tompkinsconserva-
tion. org; Conservación Patagónica. Disponible en: http://www.conservacionpatago-
nica.org
5
Véase Centro de Documentación Mapuche. Disponible en: www.mapuche.info/
lumaco/Benetton.html
58
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

para la producción de ganado vacuno hasta antes de la nacionalización


implementada por el gobierno de Hugo Chávez en 2010, de Agrogflora,
su subsidiaria local (Pearce, 2012); entre otros.
A su vez, el proceso de apropiación de agua de la mejor calidad
por la industria embotelladora de bebidas es también notorio. En
2010, sólo la industria del agua embotellada registró un volumen de
ventas de 237 mil millones de litros a nivel mundial, de los cuales 37
600 millones se vendieron en América Latina, siendo México y Brasil
los que registraron el mayor volumen (Delgado Ramos, 2014). La
apropiación total de agua a nivel global por parte de esa industria para
ese año se estima en 391 mil millones de litros y, según datos de Nestlé
Waters y Coca Cola, la producción de cada litro de agua embotellada
demanda para su producción entre un 65 y 70% adicional (idem.).
Los impactos ambientales de tal industria se verifican al analizar el
caso de Nestlé Waters, que a nivel mundial demandó 41 091 millones
de litros de agua directa y 18 878 millones de agua indirecta; emitió
4.35 millones de toneladas de gei y 84 673 toneladas de residuos
sólidos y lodos, sin contar las 966 275 toneladas de pet y empaques
que eventualmente acabaron como residuos (idem.).
En el caso específico de México se registra la compra, renta o
inclusión de tierras para el emplazamiento de cultivos de hortalizas
de exportación y tipo flex, mediante la promoción de la denominada
“reconversión productiva” de pequeños propietarios que se enganchan
en el último eslabón de la cadena productiva (caso claro de la palma
africana en Chiapas; Delgado Ramos et al., 2013). Entre 2000 y 2010,
la superficie cultivada de caña en el país aumentó alrededor de 10%,
mientras que la de palma africana lo hizo 80% entre 2003 y 2011;
además, al año 2012 se sumaban unas 10 mil hectáreas de jatropha,
sólo en el estado de Chiapas (idem.).
En lo que respecta a las áreas protegidas privadas que han sido
certificadas en el país, éstas sumaban 342 en 2013, con una cobertura
total de más de 378 mil hectáreas, una cifra cercana al doble de la que
se registraba en 2009 (Guerrero, 2011: 72).6 La superficie reforestada,
6
Véase Áreas destinadas voluntariamente a la conservación. Disponible en: www.
conanp.gob.mx/que_hacemos/areas_certi.php

59
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

ciertamente no toda de monocultivos de árboles de rápido crecimien-


to, aumentó en México a un ritmo de 8.9% anual, pasando de 342 mil
hectáreas en 2007 a 480 mil hectáreas en 2011 (Auditoría Superior de
la Federación, 2012); al mismo tiempo se identifican áreas prioritarias
para acciones tempranas subnacionales en el marco del mecanismo
internacional redd+ en estados como Oaxaca, Jalisco, Chiapas y la
península de Yucatán (el potencial nacional es de unas 32 toneladas de
CO2 emitidas por hectárea y hasta por una extensión de 138 millones
de hectáreas o el 70% del territorio nacional en que hay presencia de
algún tipo de cubierta forestal).
Por otro lado, la apropiación de tierras para la actividad minera
no-energética es creciente, tanto de parte de actores nacionales como
extranjeros. Éstos invierten más de seis veces que en el año 2000 y
suman ya 856 concesiones (según datos de principios de 2014). El
estimado de superficie concesionada es de 36 millones de hectáreas o
20% del territorio nacional (Hernández, 2014).
Mientras tanto, al cierre de 2013, la industria petrolera nacional
se adjudicaba cientos de miles de hectáreas en 449 campos en
producción; 9 439 pozos en explotación promedio; 232 plataformas
marinas; y para el tendido de 4 939 kilómetros de oleoductos y 8 295
kilómetros de gasoductos (Pemex, 2013). Entre los impactos de tal
actividad en el periodo 2002–2012 están los 9 475 pozos perforados,
que sumaron casi 25 mil kilómetros de perforaciones realizadas; las
fugas y derrames oficialmente reconocidos por 94 mil toneladas (la
cifra no incluye fugas menores a 5 toneladas); los 97.6 kg/Mt de agua
descargada; los 19.5 t/Mt de emisiones de óxidos de azufre; y los 1 406
t/Mt de CO2 emitidas (idem.).
En el caso del agua concesionada a la industria de bebidas en Méxi-
co, según datos oficiales del Registro Público de Derechos de Agua de
2013 el volumen asciende a 242 millones de metros cúbicos, magni-
tud que en 67% se adjudica la industria cervecera (nótese que además
de que México se ha vuelto exportador mundial de cerveza, un litro de
cerveza demanda entre 3.5 y hasta 7 litros de agua por litro de cerveza
producido). El resto del agua es concesionada a embotelladoras de
agua, jugos y refrescos. En tal escenario, debe precisarse que el grueso

60
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

de la producción de cerveza es mayoritariamente de propiedad ex-


tranjera (Heineken y AB InBev) y, de modo similar, el de refrescos, que
se hace casi en su totalidad bajo los permisos de Coca Cola o Pepsi.

De la ingeniería de conflictos y la resistencia social


contra el despojo

El dinamismo del extractivismo, que en efecto recientemente verifica


una relativa desaceleración provocada por la caída de los precios del
petróleo, ha tomado cuerpo —y lo sigue haciendo— en múltiples
proyectos extractivos y de emplazamiento de infraestructura
relacionada. Éstos no están libres de la crítica y la resistencia social,
sobre todo de parte de la población local, que vive directamente
el despojo y la devastación de su territorialidad. No es por tanto
casual, sino causal, el creciente aumento de movilizaciones sociales
bajo diversas figuras (movimientos o redes de justicia ambiental o
de afectados: por la minería, por las presas y en defensa de los ríos,
etcétera).
En el mismo tenor, mientras por un lado los discursos de
responsabilidad social y ambiental empresarial toman mayor fuerza
y presencia en el ámbito empresarial, por el otro, la conformación
de un entramado legal ad hoc a los intereses de los grupos de poder
(el denominado “Estado de derecho”, cuya defensa detenta el Estado
nación) y la consecuente criminalización de la protesta, figuran como
dinámicas que recrudecen en un contexto en el que es cada vez más
usual la ingeniería de conflictos. Tales esquemas no sólo son más y
más elaborados (en cuanto a los actores involucrados y confrontados,
la distorsión de la información y/o la cooptación y deformación del
discurso social), sino que, además, son producidos durante e incluso
antes de arrancar los proyectos extractivos, pues resultan funcionales
al despojo y al usufructo privado de los bienes comunes, que en
México, en 52%, son de propiedad social (Rivera Rodríguez, 2003).
Dicha ingeniería de conflictos pasa por la fractura y el desgaste de
la comunidad, lo que rápidamente permite calificar el asunto como

61
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

“conflicto interno”. Una vez “validado” como tal, se instala el uso de


la fuerza como medida “justificable”, misma que a su vez permite la
ocupación y la reestructuración de la gestión concreta del territorio,
incluso en medio de una situación de violencia o falta de “gobernanza”
(pero nótese, no de control del territorio).
Por ello, el Estado nacional requiere equiparse para el control
interno, promoviendo, justificando y/o avalando, de algún modo,
la criminalización de la protesta. Así, en la naturalización de la
protesta, los actores sociales, en el mejor de los casos, son descritos
como irracionales, opositores al progreso y al desarrollo, en sí, al
desarrollismo anclado en actividades extractivas como la explotación
petrolera de aguas profundas, de arenas bituminosas y de shale gas,
en la megaminería, y en las derivadas de las grandes represas y otros
megaproyectos.
La intimidación a asociaciones civiles, defensores de derechos
humanos y a movimientos sociales-populares, así como el asesinato
selectivo de líderes en defensa de los territorios es, consecuentemente,
una constante que se procura diluir —sin éxito— entre los miles de
muertos que genera la denominada guerra del Estado contra el crimen
organizado y el narcotráfico, una situación muy evidente, aunque con
distintas tonalidades, en México, Colombia y Perú. Estamos, pues, en
medio de una tensión —cada vez más notoria— entre las políticas de
estabilización y desestabilización interna, un escenario peligroso, ya
que de no ser adecuadamente manejado, el derramamiento de sangre,
a la par de la pauperización de la población, puede poner en cuestión
la fluidez de los negocios y, con ello, del desarrollo desigual pero
(sociopolíticamente) contenido (Delgado y Romano, 2011).
No es menor que en este tenor, la ingeniería de conflictos, cada
vez más usual a nivel regional e internacional, vaya de la mano con el
atropellamiento de los derechos humanos, la autodeterminación de
los pueblos y la autogestión de los territorios, ello incluso en casos en
que se cumple plenamente el Estado de derecho creado por el propio
Estado nación y el derecho internacional (un caso en cuestión es, por
ejemplo, el “conflicto” en Zacualpan, México; véase Delgado Ramos,
2015).

62
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

Ante esta situación, y de frente a la crisis sistémica y civilizatoria


por la que atraviesa la humanidad, los elementos básicos de demanda
social son, de entrada, paz, justicia, respeto, autonomía y dignidad. A
partir de tal exigencia, los actores en resistencia necesariamente tienden
a articularse cada vez más, trascendiendo lo local e involucrando
una multiplicidad de interlocutores y formas de comunicación. La
conformación de redes de actores en resistencia y de redes de redes
(incluyendo las redes virtuales) es cada vez más palpable, así como,
sobre todo, su acompañamiento, en simultáneo, a diversos procesos
concretos de defensa del territorio y de la identidad sociocultural y de
género asociadas al mismo.
Más aún, pese a que inevitablemente la resistencia social es reacti-
va, también es crecientemente propositiva, apostando, en ciertos casos,
a ejemplares ejercicios de coproducción de conocimiento (por ejem-
plo, en el caso del ordenamiento socioecológico de Cuetzalan), tanto
respecto a las mencionadas formas de organizarse y de resistir, como
en cuanto a la construcción de propuestas alternativas de y para los
espacios territoriales concretos. Se trata de alternativas que, no libres
de contradicciones, pretenden ser esfuerzos democráticos y participa-
tivos, cada vez más alejados del extractivismo y en sí de nociones de-
sarrollistas que transgreden el territorio, tanto en términos socioam-
bientales como histórico-culturales; dicho en palabras de Escobar
(2008), se trata de la construcción de territorios de la diferencia. Si
bien no se puede hablar de territorialidades que logren clara y cohe-
rentemente trascender la lógica imperante, propia del sistema actual
de producción, sí son en cierto modo, y en su respectiva escala, ejer-
cicios antihegemónicos con el potencial de configurar procesos de
transición hacia modalidades antisistémicas o poscapitalistas.

Hacia (re)territorializaciones alternativas

El metabolismo social propio del sistema capitalista de producción


crece y se acelera conforme lo hacen los ciclos ampliados de produc-
ción-circulación-consumo, sustento de la acumulación de capital. Tal
proceso amenaza, no sólo la preservación de los bienes comunes, sino

63
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

la vida misma en sus diversas expresiones, al menos tal y como la co-


nocemos. El impacto es de tal magnitud que se ha señalado la impe-
rante necesidad de respetar las fronteras ecológicas planetarias o los
límites a la perturbación antrópica de procesos críticos del planeta
Tierra.
Por lo anterior, resulta evidente que el replanteo de territorialidades
para la vida, tanto urbanas como rurales, sus relaciones y sinergias,
no puede darse sin dar cuenta seriamente de las potencialidades y
las limitaciones biofísicas imperantes a escala global, regional y local.
Tal ejercicio implica reconsiderar el concepto de desarrollo —incluso
salirse de tal paradigma—, para entonces contrastar las biocapacidades
territoriales y globales con patrones de consumo para la vida en el
corto, mediano y largo plazos. En este punto debe precisarse que los
patrones de consumo para la vida no sólo se componen de aquellas
necesidades vitalmente necesarias, sino también de otras que dentro
de las fronteras ecológicas del planeta se definan socialmente como
relevantes para potenciar la vida; no sólo la de los seres humanos y
sus capacidades.
Por tanto, es evidente que la construcción de territorialidades sub-
alternas demanda, no sólo un profundo rompimiento epistemológico,
incluso ontológico, de las ideas dominantes, sino de un verdadero
cambio del sistema de producción y reproducción de la humanidad
que requiere, de entrada, la producción del espacio territorial en tér-
minos de prácticas, respuestas, procesos de organización, planeación
y ordenamiento desde la base social (lo que permite llevar las pro-
puestas del idealismo al realismo).
En tanto el empuje de otras territorialidades suele derivar de pro-
yectos de resistencia social de base que, con todo y sus dificultades
y contradicciones, intentan desmontar la geografía del poder capi-
talista impuesta, la disputa por el derecho a la producción de otras
territorialidades biofísica y socialmente más viables, resilientes y jus-
tas, no es un asunto menor para la resolución de transiciones y la
eventual construcción (permanente) de alternativas.
Y es que en el imaginario del territorio se juega, en primera instan-
cia, la experiencia de una localidad específica con algún grado de

64
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

enraizamiento, linderos y conexión con la vida diaria, aunque su iden-


tidad sea construida y nunca fija. Además, al ser una creación históri-
ca, el territorio es atravesado en todo momento por la cultura en tan-
to creadora de lugar, naturaleza y economía; también ahí se juega la
pertenencia (o el desarraigo y la migración) y el despojo (o el desalojo
y desplazamientos). Así, entonces, en las prácticas basadas-en-el-lu-
gar, que en sí son ejes estructuradores de territorialidades, tres son los
aspectos clave: la identidad, el poder y el lugar; es decir, la creación
del lugar, de la gente y de las cuestiones de clase y de género (Escobar,
2000). En tal sentido es, pues, causal el hecho de que en los movimien-
tos sociales los derechos revindicados se centren precisamente en la
identidad, el territorio, la autonomía política y el respeto a una visión
propia del desarrollo (idem.). El móvil de tales movimientos es esen-
cialmente la defensa de un arraigo cultural y ecológico del territorio, es
decir, el derecho a existir como cuestión cultural, política y ecológica.
Pese a que no hay una receta única, sino múltiples y diversas prác-
ticas posibles, sí se pueden plantear aspectos mínimamente necesarios
en todo planteo y práctica concreta. Entre dichos aspectos, cabe men-
cionar: el reconocimiento y la genuina operatividad de procesos auto-
nómicos multiculturales y de reapropiación de la identidad territorial
de los pueblos; la revaloración de la memoria histórica socioambiental
y de la propiedad y la gestión colectiva de los bienes comunes y los
bienes públicos; el replanteo de las relaciones de poder, cuestión que
lleva a toda una nueva institucionalidad y normatividad para el bien
común de la humanidad —libres al máximo de burocracias— y con
cuotas genuinas de poder popular, todo en un contexto de verdadera
igualdad de género y de respeto a los derechos colectivos y humanos.
Requiere asimismo, no sólo de la (re)distribución más equitativa
de la riqueza, sino de la reconstitución de la base productiva —en es-
pecial la local y nacional—, ahora abocada a la producción de valores
de uso vitales y para el consumo interno (cada vez más de tipo local
y regional) y por tanto alejada de la producción de valores nocivos y,
para el caso del Sur global, de cualquier planteo de economías de ex-
portación, típicamente extractivas y de enclave.
Se trata de un planteamiento que además prioriza la seguridad

65
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

ecológica (Barnett, 2001) y, por tanto, la soberanía energética y ali-


mentaria. Que también demanda la cobertura total de servicios
básicos, incluyendo la salud (fortaleciendo tanto lo preventivo como
lo curativo y consecuentemente aquellos aspectos asociados con la
dieta y con el rescate de la cultura culinaria sana); que desarrolla
responsablemente la ciencia y las tecnologías que no contradicen
el bien común de la humanidad y el derecho de existencia de otras
especies (el valor intrínseco de la naturaleza); que busca modalidades
productivas y establece criterios para el uso racional de los recursos;
que exige condiciones ambientales óptimas y por consiguiente respeta
estrictamente las fronteras ecológicas; que aboga por la disminución
del metabolismo social, en especial de los países ricos, haciendo
prohibitivo todo derroche de energía y materiales, aumentando el
tiempo de vida de los productos e incrementando el reciclaje y re-uso
de los materiales, entre otras medidas.
Significa, pues, pasar de sociedades desigualmente despilfarradoras
a sociedades genéricamente ahorradoras; de sociedades socialmente
desiguales a sociedades que buscan ser cada vez más justas; de socie-
dades reactivas a sociedades preventivas y en armonía con su entorno
natural; de aquellas que colocan lo material como prioridad a aquellas
que buscan un genuino desarrollo subjetivo.

Conclusiones

La desterritorialización de formas precapitalistas o el desmantela-


miento de ordenamientos territoriales de baja rentabilidad ha tenido,
en la historia moderna, el objeto de empujar procesos de re-territo-
rialización más dinámicos para la acumulación de capital, ello con-
siderando relativamente las condiciones socioeconómicas, políticas
biofísicas imperantes.
Tales procesos, que no en pocas ocasiones dimanan agresivos es-
quemas de acumulación por desposesión que tienden a profundizar-
se en momentos de crisis económica, han derivado en una diversidad
de impactos que se verifican concretamente en los territorios; muchos

66
CONFIGURACIONES DEL TERRITORIO

de ellos nada positivos para los ecosistemas y los pueblos. Por ello,
mientras la acumulación por desposesión avanza y se (re)configura
bajo diversas modalidades (incluso en términos de su propia legaliza-
ción), al tiempo que se agudiza la ingeniería de conflictos y la crimi-
nalización de la protesta, se verifica cómo la defensa del territorio se
fortalece, ciertamente con todo y las contradicciones, pero también
aprendizajes, que suelen acompañar tales ejercicios.
Empero, el carácter inevitablemente reactivo de los movimientos
sociales en defensa del territorio es cada vez más propositivo, por lo
que, de manera más evidente, está abriendo, al menos en ciertas la-
titudes de América Latina, imaginarios y rutas de experimentación
colectiva de otras modalidades de territorialización que, en esencia,
ponen en cuestión la geografía del capital.
Esas otras territorialidades que se imaginan y se procuran en la pra-
xis, tienden, en efecto, a ser antihegemónicas, pero aún en el grueso de
los casos están lejos de ser clara y articuladamente antisistémicas. Lo
valioso de tales esfuerzos, sin embargo, es que posibilitan o abren rutas
de transición hacia esquemas eventualmente antisistémicos. Pero no
sólo eso. Y es que no basta con apostar por procesos de construcción
(permanente) de alternativas antisistémicas si ésas no abogan al mis-
mo tiempo por ser alternativas social, cultural y ambientalmente ar-
mónicas, diversas y resilientes, cada vez más justas y genuinamente
democráticas y participativas. Por ello, el reto de las actuales, y sobre
todo de las próximas generaciones, tanto urbanas como rurales, es
justamente abrir espacios propios y articulados de transición, espa-
cios de la diferencia, de la esperanza y de la práctica-colectiva-loca-
lizada para el bien común de la humanidad. A la academia crítica le
corresponde acompañar tales procesos, empujando la genuina co-
producción (reflexiva y participativa) de conocimiento, así como pro-
fundizar las miradas interdisciplinarias en torno a la complejidad que
se verifica en la cotidiana construcción social de los territorios.

67
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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70
Territorios y territorialidades en disputa:
naturaleza, soberanías y autarquía material 1
Efraín León Hernández 2

E l presente texto propone una caracterización de los conceptos


de territorio y territorialidad. Nos ha preocupado explicitar sus
ligas con la praxis política, con el propósito de avanzar en la re-
construcción teórica de una cualidad, o conjunto de cualidades de la
realidad histórica, que bajo estos conceptos se han mantenido difusas
en las discusiones académicas y políticas. Comienzo afirmando que
las formas en las que el concepto de territorio mantiene vigencia son
múltiples y, como tales, refieren también a múltiples fuerzas sociales,
todas ellas susceptibles de constituirse en instrumentos políticos. Por
ello, la intención de realizar su reconstrucción teórica no se agota al
identificarlo conceptualmente, porque el sentido político esencial de
reconocer cada una de estas fuerzas políticas radica en que, a su vez,
son susceptibles a su manipulación instrumental puesta al servicio de
intereses políticos. Por ello, pensar el territorio y la territorialidad bajo
1
Trabajo realizado en el marco del Proyecto papiit (IN301115) Geopolítica y dis-
curso crítico. Se agradece el apoyo prestado por la Dirección General de Asuntos de
Personal Académico de la unam.
2
Investigador y profesor de carrera de tiempo completo de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Director y fundador del
Seminario Permanente: Espacio, Política y Capital en América Latina. Correo elec-
trónico: efrainleonhernandez@gmail.com

71
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

el código de la praxis política implica pensar cómo éstos condicionan


a la sociedad y cómo repercuten en darle forma y sentido, aunque no
necesariamente hayan alcanzado su nivel instrumental en las agendas
políticas de movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil.
A esto me refiero, en primer lugar, con la necesidad de caracterizar
al territorio desde la praxis política, es decir, en su condición de
fuerza política objetiva que mediante el análisis teórico nos permita
reconstruirla, no sólo como una de nuestras determinantes históricas,
sino además como una herramienta de intervención con la facultad
de imprimir sentido a la transformación social revolucionaria.
El eje que articula este trabajo da respuesta a las siguientes
interrogantes: ¿qué entendemos por territorio y por territorialidad y
cómo podemos llevar a cabo el ejercicio de reconocer la pluralidad de
territorios y territorialidades? Esto es, lo que algunos autores llaman
territorios y territorialidades múltiples. El problema fundamental
para este ejercicio, como mencionamos arriba, radica en que las
ideas que sustentan la diversidad de nociones sobre el territorio y la
territorialidad refieren a una gran variedad de cualidades del mundo
real, que al ser considerarlas en conjunto, más que complementarse
y contribuir a la reconstrucción teórica de los procesos político-
territoriales vigentes, en no pocos casos caminan en sentido opuesto,
al repercutir en confusiones o distorsiones, e incluso, visiones caóticas
de la realidad que desea ser transformada. Nos proponemos presentar
una cartografía mínima suficiente que nos permita percatarnos de esta
diversidad, dar cierto orden teórico a su articulación constitutiva con
la praxis política y, sobre todo, presentar nuestra posición al respecto,
tanto en su reconstrucción conceptual como en su condición dinámica
social y política. Desarrollamos nuestra propuesta en cuatro ejes:

1. La liga fundamental que bajo la noción del territorio se establece


entre materia y sociedad. Donde el fundamento central consiste
en definir lo que entendemos por materia y la manera en que la
vinculamos dinámicamente con las relaciones sociales.
2. El debate sobre la unidad social soberana y la autarquía material,
para poder dar cuenta del problema del territorio y la territoriali-
dad desde un horizonte de discusión que reconozca tanto la unidad

72
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

social histórica y las unidades políticas soberanas como las disputas


por la materialización de proyectos políticos.
3. El debate sobre los límites espaciales o las fronteras territoriales.
Un debate fundamental para dar cuenta de la diferencia entre los
territorios y las territorialidades, así como de la posibilidad de
existencia de territorios y territorialidades múltiples, superpuestas
y compartiendo base material en un mismo espacio social.
4. Intentaremos convertir la espacialidad de la materia en un ins-
trumento político. Mostraremos nuestra posición sobre la unidad
social-territorial y la espacialidad de la materia. De cierta manera
volveremos al punto dos, pero en su existencia política en los pro-
cesos sociales vigentes.

1. Territorio y materia

Es verdad que no existe un consenso sobre el concepto de Territorio.


Sin embargo, de varias maneras, la mayoría de las nociones vigentes
lo vinculan a tres cualidades sociales: la materia, la unidad social
soberana y cierta delimitación espacial. En este primer apartado
trataremos el aspecto material del territorio.
La dificultad en torno al ámbito material del territorio comienza
inmediatamente. Porque pese a existir cierto consenso sobre la liga
que el territorio mantiene con la materia, no pasa lo mismo con lo que
se entiende por ésta y menos aún con lo que implica su consideración
social. Entonces, qué entendemos por materia, cómo reconocer su
condición social y cómo concebir la unidad social en la cual se inserta.
Propongo presentar este debate de una manera muy esquemática y
reducirlo a dos grupos de nociones sobre la materia que de cierta
manera, sintetizan el diverso abanico de nociones sobre el territorio
que la refieren en términos políticos: el territorio como continente de
lo social y el territorio como fuerza particular de lo social. Nosotros
tomaremos posición en el segundo grupo.
En el primer grupo, la materia contiene y posibilita las formas
sociales como unidades políticas soberanas. Aquí el territorio es el

73
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

escenario material que contiene a la sociedad y, entonces, la materia


se constituye en una condición necesaria para su existencia. Pero, se
trata de una condición con una cualidad política muy curiosa, porque
es totalmente “neutra”. Y es que esta materia se puede nombrar, usar,
legislar e incluso transformar, pero a final de cuentas, es una instancia
que posibilita la existencia de una forma social, o comunidad parti-
cular de ella, sin condicionarla de ninguna manera. Este primer grupo
presenta al menos dos versiones, la que ve en la materia un contenedor
pasivo y externo a lo social, y la que la considera un espejo que refleja
nítidamente las relaciones sociales que la habitan. En la primera ver-
sión no existen determinaciones históricas en el territorio, porque és-
te simplemente contiene pasivamente a una sociedad, mientras que las
fuerzas políticamente dinámicas son las relaciones sociales que con-
tiene. Aunque, sin duda, en esta versión el territorio se constituye en
una condición necesaria, porque sin él no habría “lugar” para la socie-
dad. En la segunda versión, la materia ya no es pasiva, porque refleja
las relaciones sociales. Ya no es un contenedor pasivo sino un refle-
jo dinámico de la praxis. Sin embargo, en esta segunda versión de
territorio continente, el dinamismo de la materia se reduce al de un
espejo o vehículo transparente, portador de una trama de relaciones
sociales. Es decir, en términos políticos la materia determina a lo so-
cial, pero lo hace de manera inocente, como si se tratara de un vehí-
culo neutral de la práctica humana, porque en sí misma, en tanto
materia, no ejerce ninguna determinación sobre la socialidad. Por
ello, en esta versión la materia es neutral en sí misma, mientras que
su condición social dinámica no depende de ella, sino de las signifi-
caciones, prácticas y conectores sociales, al igual que las formas de
organización productiva y políticas que contiene objetivadas. Esta
distinción es muy importante, porque en su especificidad, en términos
teóricos, prácticos y propiamente políticos, en este primer grupo de
nociones la materia no juega ni como determinante social ni como
factor en el campo de relaciones de fuerza. La materia se ocupa, se
usa, se disputa e incluso se trasforma, pero la materia no es una fuerza
política viva. La sustancia dinámica es la propia práctica humana que
contiene, según sea la versión que contemplemos, en su exterior u
objetivada en ella.

74
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

Esto resulta muy relevante porque en el segundo grupo de nocio-


nes, el territorio es dinámico por las condiciones materiales sociales-
naturales que lo constituyen como objeto histórico. Aunque la forma
de concebir la determinación de estas cualidades materiales abre
nuevamente un tremendo riesgo. Porque fácilmente podríamos
reconocerlas bajo naturalismos mecánicos que nos llevarían peli-
grosamente a formas renovadas de mecanicismos o darwinismos
sociales. No merecería más palabras esta noción si el mecanicismo
no mantuviera vigencia en ciertos determinismos geográficos reno-
vados dentro y fuera de la academia, a partir de los cuales se justifican
desde supuestas propensiones genéticas nacionales, enfermedades
o comportamientos, hasta políticas intervencionistas de Estados
imperiales. Pero aquí, por supuesto, nos referimos a otra manera
de reconocer las determinaciones materiales en lo social, que no
son mecanicistas ni resultado del reflejo nítido de las prácticas
sociales. Referimos determinaciones de la materia en lo social bajo
la comprensión de que es la propia sociedad la que se autodetermina
materialmente a partir de las transformaciones que imprime en
la materia, siempre en el marco de lo objetivamente posible. No
creándola arbitrariamente, ni ocupándola como si se tratase de un
objeto ingenuo que simplemente refleja el sentido de su práctica,
sino manipulándola dentro del marco de posibilidades que la materia
misma permite. No es, entonces, una determinación mecánica y ex-
terior a lo social, ni una determinación social práctica e inmaterial
sobre sí misma, sino parte de nuestra obra material como sociedad
objetiva que abre un horizonte particular de libertad humana, la
autarquía material. Es decir, la autodeterminación o afirmación so-
berana del sujeto político respecto a su forma y dinámica material,
que, en algunos casos, se establece como instrumento político. Es
muy diferente la noción de territorio contenedor, en que lo material
es un vehículo neutral del sentido de la praxis social, de la de territorio
como base material dinámica en su condición de cualidad histórica.
La cual articula, a la vez, la objetivación de la actividad transformadora
de acuerdo con las capacidades sociales y el marco fáctico de po-
sibilidades materiales. No hay en la materia ni fatalidad mecánica

75
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

ni pasividad neutra que refleja, sino autodeterminación material del


sujeto político. Ésta es la materia histórica, constituida esencialmente
por el universo comprendido en el campo técnico instrumental y la
naturaleza socialmente transformada. En esta noción de territorio
es la propia sociedad soberana que, mediante su práctica material,
establece transformaciones en la materia que limitan o potencian su
propia actividad. Materia histórica que termina por ser partícipe de la
constitución y el sentido de su forma histórica.
Para avanzar en la reconstrucción teórica del concepto de territo-
rio, lo importante de esta reflexión es reconocer que lo que se modi-
fica en términos de potencia de autodeterminación es la materia
histórica en la escala y complejidad del sujeto soberano, es decir, en
la escala de la forma social que es capaz de darse dirección y sentido
propio, sea como sentido social histórico general, o en un nivel de
mayor concreción política, como síntesis del sentido que imprime la
unidad del campo de fuerzas político. Por ello, una consecuencia me-
todológica de este debate es que si en un estudio consideramos la
materia como algo que contiene o que simplemente refleja las relacio-
nes sociales, en realidad estaríamos estudiando aspectos diversos de
la trama de relaciones sociales, pero paradójicamente, exceptuando
justo los propiamente materiales. Se estarían estudiando las prácticas
y las relaciones sociales, las representaciones del entorno, las formas de
organización política o productiva, el conflicto entre clases, pero no el
territorio como base material dinámica que es producida socialmente.
En ese último sentido, el territorio se convertiría en una herramienta
metodológica muy útil para mirar la trama de relaciones sociales
en su unidad, como campo espacial singular y especialmente como
campo de fuerzas político, pero curiosamente, sin incluir la materia
como fuerza real en dicho campo. No obstante, nuestra propuesta re-
fiere de manera puntual al territorio desde la especificidad que nos
permita identificar conjuntamente la unidad histórica en las escalas
de los sujetos políticos soberanos sin perder de vista que en ella se
despliega particularmente el ejercicio de la praxis política como au-
tarquía material. Pero, ¿cuál es la unidad histórica en la que se ins-
cribe este horizonte material y por qué nos puede ayudar, además, a

76
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

mirar y reivindicar formas sociales subalternas —sean comunitarias


o autonómicas—, sin atomizarlas y separarlas del sujeto histórico?

2. Territorio y territorialidad
Soberanía y autarquía material

Insistimos en que es necesario articular el territorio a la soberanía de


una formación sociopolítica sin confundir la unidad de una trama
de socialidad con el conjunto de sus cualidades dinámicas materiales.
De entrada estamos convencidos que es posible hacerlo sin entrar en
contradicciones lógicas, porque la noción clásica de territorio que vie-
ne de la ciencia política lo concibe como una unidad social delimitada
por su ejercicio soberano de constitución y sentido. La soberanía de
los pueblos define no sólo una forma de autodeterminación social,
sino un campo espacial necesario en el que se despliegan y definen
su identidad y su sentido común. Pero, cuando hablamos de esta
noción de territorio, es posible reconocer al mismo tiempo la unidad
de la trama de socialidad en la que se define su soberanía durante la
praxis política —la cual incorpora identidades particulares, diversas
prácticas políticas y productivas, organización social, formas de
gobierno— y, dentro de esa trama, identificar las prácticas políticas
particulares que definen puntualmente su autarquía material o, decía-
mos arriba, su capacidad práctica de autodeterminación de forma,
sentido y dinámica material del sujeto soberano. Desde esa perspectiva
proponemos establecer una primera distinción entre los conceptos de
territorio y territorialidad. Una primera que corresponde a la manera
clásica de considerar el territorio en la ciencia política, ligada a la so-
beranía de los pueblos, pero que no pierde de vista su unidad con la
materia y su posibilidad de autodeterminación material, una noción
en mayor o menor medida vigente en la economía, la economía polí-
tica, la sociología, la antropología, la ciencia política, el derecho y la
filosofía política. Y, la noción de territorialidad, cuyo foco principal
es el reconocimiento de la base material en su condición de factor di-
námico en las formas sociales. De esta manera, un territorio soberano

77
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

contiene en su interior su propia territorialidad. Un primer tipo de


territorialidad general que corresponde íntegramente a la unidad de
las formas sociales políticamente soberanas, como decíamos arriba,
en su condición de concreción general que, a la vez, imprime el sen-
tido contradictorio del campo de fuerzas de territorialidades en dis-
puta. Éste es el punto central a distinguir en un primer momento, el
concepto de territorio y territorialidad que refieren: el primero, a la
unidad social en relación con la soberanía que se despliega en una
base material socialmente dinámica; el segundo, directamente a la au-
tarquía material soberana que se establece y define en su sentido
histórico como tendencia general o como correlación de fuerzas de
diversos proyectos vigentes de territorialidad. Por ello, a cada te-
rritorio soberano le correspondería su propia territorialidad, aunque
a su vez contenga múltiples territorios y territorialidades vigentes.
Tantos territorios como soberanías populares en disputa y tantas
territorialidades como proyectos particulares de autarquía material
se desplieguen en ellas. Es así que comenzamos a reconocer la po-
sibilidad de territorios y territorialidades superpuestas que pueden o
no compartir fronteras y escalas espaciales.
De esta manera, la territorialidad de mayor alcance espacial en
nuestra forma histórica, incluso por encima de toda soberanía nacio-
nal, es sin duda, la territorialidad del capital, que políticamente obede-
ce al sentido que imprime el sujeto automático de la valorización del
valor. Un proceso histórico del capitalismo moderno que habría que
profundizar siguiendo las pistas que nos brinda la teoría marxista de
la enajenación política, para entender en código materialista la ena-
jenación territorial sin reducirlo a la pérdida de propiedad o despojo
del territorio, una de sus manifestaciones fenoménicas más comunes.

Metabolismo material social-natural y unidad histórica

Un aspecto crucial para entender la vigencia de la materia en lo social


en su vínculo con la praxis política es la reflexión en torno al metabolis-
mo material social-natural. Una propuesta que surge del materialismo

78
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

histórico, al tomar posición respecto a una vieja discusión que apa-


rece desde el periodo clásico de la filosofía bajo distintas formas: la
relación entre la sociedad y la naturaleza. El reconocimiento del me-
tabolismo social-natural implica que en una unidad material histórica
el sujeto no es la única fuerza activa sino que también lo es el objeto
o la naturaleza, es decir, que es una única unidad material donde
tanto la sociedad como la naturaleza establecen determinaciones de
ida y vuelta. Pero, en este metabolismo la naturaleza es activa, no en
términos mecánicos o de voluntad, sino porque se constituye en un
conjunto de fuerzas materiales que determinan lo social de múltiples
maneras y en múltiples combinaciones locales. Desde esta perspectiva,
el sujeto, de entrada, también es materia —es músculos, huesos y ner-
vios en movimiento—, pero es una materia más compleja que la pu-
ramente física o biológica, porque en su actividad se juega voluntad,
reproducción de su identidad y capacidad de intervenir el movimiento
y la forma del resto de la materia de acuerdo con los sentidos que mar-
ca su forma histórica.
El metabolismo material social-natural es la propia materia social-
natural que al interactuar consigo misma se transforma sin violar la
legalidad de la naturaleza y respondiendo al proceso histórico que lo
alimenta, es decir, sin responder a determinaciones mecánicas. La ma-
teria histórica, así, se constituye en una misma y cambiante unidad
material que, progresivamente, aumenta su complejidad. La teoría del
trabajo en su forma general, es decir, aún sin atender la forma histó-
rica, nos deja claro los momentos o cualidades participantes en este
metabolismo material, formas todas ellas necesarias que adopta
la materia histórica en la unidad del proceso productivo y que
sólo toman sentido en su participación y movimiento conjunto.
La materia aquí es fuerza de trabajo, medio de trabajo, objeto de
trabajo y condiciones generales de trabajo, es decir, práctica humana
viva, herramientas, recursos y entornos que se definen entre sí y
que articulan tanto la unidad como el movimiento conjunto que
caracteriza este metabolismo.
La noción de metabolismo material social-natural se aproxima
mucho a la de territorio que hemos presentado; sin embargo, algunos

79
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

aspectos refieren a cualidades distintas de la realidad histórica. La


clave para entender la diferencia está en reconocer que la escala
de vigencia del metabolismo es siempre la de la sociedad histórica
que lo dinamiza, mientras que la del territorio es la de los sujetos
soberanos que lo constituyen. Por lo que, si bien es posible mirar
fragmentos locales de este metabolismo dinamizados por soberanías
nacionales y populares, no representarían el metabolismo material
histórico social-natural, sino apenas una de sus partes o fragmentos.
En su lugar, estamos convencidos, un camino más adecuado debería
llevarnos a complejizar la noción de unidad social en la que se
entreteje este metabolismo social-natural y cada una de las soberanías
populares, como un complejo mosaico de fuerzas políticas en ten-
sión y constitución simultánea, que se caracteriza por articular, en di-
ferentes escalas, determinaciones de ida y vuelta entre los fragmentos
territoriales de este metabolismo y de la praxis política.

Territorialidad como autarquía material

Para muchos el territorio es todo, o al menos un recorte espacial del


todo, pero cuando hablamos de territorialidad, desde nuestra pro-
puesta, nos referimos al proceso político de territorialización como
autoconstitución material y, entonces, al potencial político que a futu-
ro abren nuestros actos de intervención material. La territorialidad,
como cualidad de la praxis, y la territorialización (desterritorialización-
reterritorialización) como proceso práctico en movimiento, dan
cuenta de las trasformaciones del patrón espacial de la materia social-
natural, de acuerdo con el sentido político de nuestra intervención.
Territorializarse significa gravarse en la tierra, geografizarce, como
nos ha enseñado a pensar el geógrafo brasileño Carlos Walter Porto
Gonçalves. Es decir, alterar el patrón espacial de la materia o sustitu-
ir uno previo por otro de acuerdo con la capacidad material auto-
constituyente de un sujeto político. Es un proceso histórico que, como
tal, no sólo presupone sentido político, sino también movimiento de
la forma espacial de la base material territorio y capacidad material

80
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

de sujeto autárquico de intervenir este movimiento de acuerdo con


un interés propio, esto es, de incidir en sus acomodos, conexiones,
superposiciones y usos, para extraer de ellos una forma espacial so-
cialmente útil, es decir, el valor de uso del territorio.
Por ello, cuando entendemos así la territorialidad, su concreción
histórica puede ser múltiple. Podemos reconocerla sobre las ten-
dencias generales de autoconstitución material de la sociedad
histórica o de sus unidades territoriales nacionales soberanas como
territorialidades dominantes; asimismo, podemos hacerlo sobre
las tendencias territoriales que resultan de los campos de fuerza
políticos y de las territorialidades en disputa como territorialidades
hegemónicas y subalternas, o también, como ejercicio analítico o de
abstracción, identificarlas de manera independiente, en su despliegue
de afirmación como sujetos políticos autonómicos conforme a formas
diversas de articulación política, como territorialidades subalternas.
Si bien sabemos que estas últimas son siempre formas sociales
contradictorias que, aunque portan la potencia de la libertad, también
contienen la impronta de la forma histórica capitalista y del dominio
ejercido sobre ellas. No es el todo homogéneo o heterogéneo que
contiene la disputa por una base material neutral e inmutable, sino la
disputa política por territorializar o mantener territorializado cierto
proyecto político, praxis espacial u orden territorial en un escenario
en el que se despliegan, a la vez, fuerzas y proyectos hegemónicos y
subalternos. La territorialidad es el reconocimiento de la base material
participando dinámicamente en el conjunto histórico conforme a
un proyecto político particular, pero en el horizonte de la práctica
política, sea en el momento de la intervención o afirmación material,
o en el que esta última determina la propia praxis política.
Distinguir el problema de la territorialidad en su acepción
de autarquía material, como capacidad política de constituirnos
materialmente, es una de las dimensiones desde las que podemos
combatir el voluntarismo político presente en ciertas prácticas y
análisis políticos ligados al territorio que lo reducen a un simple
escenario de lo social o campo neutral de constitución política, donde
la noción de lo político parece reducirse a la intención y al interés, o

81
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

a la organización social y al campo de fuerzas político, sin considerar


el horizonte fundamental del marco de posibilidad material y nuestra
capacidad de autoconstituirnos.

3. Fronteras entre territorios y territorialidades

Hemos analizado la diferencia entre territorio y territorialidad a par-


tir de sus ligas con la materia, como unidad soberana y como autar-
quía material. Hasta aquí el problema fundamentalmente político
como unidad territorial histórica, como unidad territorial soberana
y como proyectos territoriales en disputa. Corresponde ahora refle-
xionar sobre los límites espaciales de este tipo de territorios y territo-
rialidades, es decir, sus fronteras. Lo cual nos llevará a considerar dos
aspectos cruciales: las ligas del adentro con el afuera y la posibilidad
de compartir áreas y bases materiales.
El primero supondría la oposición de lo interior con el exterior, ya
que si el territorio tiene límites o fronteras espaciales es porque hay
algo en su interior que lo define y que deja de existir fuera de él, más
allá que la frontera se establezca en una línea precisa o en un área de
transición. Pero, cuáles son las características que podemos identificar
en los territorios que nos sirvan para delimitar sus fronteras, bajo
qué criterios definimos estos límites cuando estas características son
difusas y, entonces, bajo qué principios definimos el fin del campo
espacial de un territorio y el inicio de otro. En esta discusión vamos
a encontrar otra diferencia muy importante entre el territorio y la
territorialidad.
Es necesario, en primer lugar, insistir en que las fronteras pueden
ser nítidas o difusas, e incluso, que los límites espaciales pueden ser
cambiantes, elásticos y estar referidos directamente a aspectos simbó-
licos o inmateriales. No obstante, en nuestra propuesta necesitaremos
considerar directamente al plano material —lo que no implica hacer-
lo de manera exclusiva ni excluyente— si queremos referir las fron-
teras entre territorios y territorialidades. Recordemos que la clave
de su distinción está en diferenciar la unidad de una forma política

82
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

soberana del ejercicio de la autarquía material soberana. Entonces,


bajo qué criterios vamos a entender los límites espaciales de este tipo
de prácticas políticas.
Hemos dicho ya que en el caso del territorio evitaremos la tentación
de suponer que la soberanía se define simplemente por el área que
cubre esta práctica política. Desde la geografía, la ciencia política y la
sociología, hay conceptos que resultan más precisos para hablar de los
límites de un tipo de práctica social o práctica específicamente política;
en lugar de hablar de territorios normalmente los denominan campos
o entornos, los arquitectos y los filósofos, por poner otros ejemplos, los
llaman hábitats. Lo importante aquí es que estas categorías refieren,
no a la base material, sino a una trama de socialidad que constituye
un campo espacial que define la práctica política o el entorno que
le circunda, por ejemplo, el espacio público y privado, el campo de
fuerzas político, el entorno de representación, etcétera.
Esto nos pone frente a un dilema de consecuencia lógica y política
del que intentaremos salir airosos, que expresa el segundo aspecto a
considerar en este apartado: la vigencia que en los procesos políticos
reales mantiene la noción de territorio en su condición de entorno o
campo político de socialidad. Y es que la forma políticamente viva del
concepto de territorio en la mayor parte de los movimientos sociales
de México y América Latina, más que referir a una unidad social so-
berana en la que lo material es dinámico, recuerda más a la unidad
de las relaciones sociales desde las nociones de hábitat, campo o
entorno, que hemos definido arriba, en la que se tiene al territorio
como contenedor de lo social o como objeto de disputa. El problema
es que son instancias de la realidad en cierta medida distintas, por-
que mientras en los movimientos sociales se refieren más a los lími-
tes espaciales de su soberanía, muchas veces en disputa, nosotros sin
negar lo anterior, queremos reivindicar, en todas sus escalas, la au-
tarquía material que históricamente se ha establecido en prácticas
de disputa política. Por eso proponemos recurrir a la noción de te-
rritorio como unidad sociopolítica que en su seno alberga su propia
territorialidad como una expresión de la disputa entre diversos pro-
yectos de territorialidad, sean hegemónicos o subalternos. En esta

83
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

dimensión particular sus fronteras coincidirían, pero dejarían de ha-


cerlo al considerar por separado cada una de las múltiples prácticas
políticas que la constituyen como unidad y los alcances espaciales de
sus autodeterminaciones. La noción más adecuada sería la de super-
posición de territorialidades, en tanto proyectos múltiples de autarquía
material que conviven de manera tensa y conflictiva.
Con lo anterior creemos que es posible distinguir y reconocer co-
mo procesos políticos reales al menos dos tipos distintos de disputas
territoriales, normalmente complementarios: las disputas por territo-
rios y las territorialidades en disputa. Las primeras como procesos
que disputan soberanías en términos estrictamente espaciales, como
un ejercicio de autodeterminación de los pueblos —y no sólo de las
naciones—, donde sus fronteras se definen en la extensión espacial
del campo de sus soberanías. Por lo que es posible reconocer la exis-
tencia de más de una soberanía en un mismo espacio y entonces ha-
blar también de territorios superpuestos en disputa, por ejemplo, la
soberanía nacional frente a las soberanías populares de organizaciones
sociales comunitarias y autonómicas. Mientras que definiremos las
segundas como prácticas políticas que disputan territorialización, es
decir, que buscan por distintos medios su concreción y que pueden
cohabitar en un mismo territorio, e incluso en una misma soberanía:
la territorialidad del gobierno, las territorialidades de la producción
y el intercambio privado, así como las territorialidades subalternas.
La cuales no en todos los casos estarían en conflicto ni disputando
concreción.
Es evidente que ambos tipos de disputas territoriales existen en los
procesos políticos vigentes, por lo que no hay contradicción lógica
entre territorios y territorialidades cuando afirmamos que pueden o
no compartir fronteras espaciales y existir simultáneamente en una
misma forma territorial. En realidad, lo extraño sería que no fuera
así, porque son procesos territoriales que se definen en un campo de
fuerzas político. Y si bien algunos de ellos se acompañan y otros se
encuentran en clara contradicción, indiscutiblemente pertenecen a
una unidad histórica que define la correlación de fuerzas de la sociedad
y que contiene prácticas políticas hegemónicas y subalternas, así

84
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

como prácticas de dominio y normalización social, pero que también


contiene prácticas de reivindicación y de autodeterminación política.
Estas últimas, en tanto territoriales, son prácticas de reivindicación de
campos espaciales de ejercicio de soberanía y de autodeterminación
material que hacen parte del horizonte de la disputa política por la
forma social.

4. Territorialidad y espacialidad política de la materia

Continuemos con el último aspecto a tratar sobre la distinción entre


territorio y territorialidad: las formas u órdenes espaciales del territo-
rio y su constitución como proyecto territorial que da sentido a la
praxis política. El reto para captar esta fuerza política consiste en re-
conocer la espacialidad material y la propia territorialidad como una
suerte de rompecabezas material donde tanto la forma de la unidad
como de cada una de sus partes expresa formas particulares de deter-
minación material y de capacidad social para intervenir la materia.
Este desafío nos pone nuevamente frente al problema de las fron-
teras, pero ahora no sólo como límites de unidades territoriales o de
territorialidades, sino como líneas o áreas de articulación de procesos
materiales que, en sus diferencias, encuentran complemento, forma y
sentido común. El reto es cómo pensar la multiplicidad de territorios,
no desde la perspectiva de los campos o entornos, sino desde la que
nos brinda la noción de territorios soberanos y territorialidades múl-
tiples que hemos propuesto, donde incluso podemos ver cómo una
misma base material puede ser compartida total o parcialmente por
ellos, es decir, como prácticas políticas de intervención y de auto-
determinación material que comparten segmentos de los órdenes
espaciales de cada una de estas formas materiales. El problema de
la multiterritorialidad aquí, tiene que ver entonces no sólo con la
autodeterminación material como la hemos definido hasta ahora,
sino además con el vínculo específico que la práctica política de in-
tervención material entreteje entre las formas espaciales particulares
de la base material y su forma general, esta última de magnitudes

85
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

espaciales más amplias: la espacialidad material del sujeto histórico


global. Es decir, de estrategias específicas que caminan directamente
hacia la transformación y la intervención en el acomodo, conexión
y articulación conjunta de estas diferencias materiales. Las formas
espaciales, así como el valor de uso de estas formas en el conjunto
material, pueden reconocerse así en unidad dentro y fuera de cada
territorio y cada territorialidad, ya sea para la acumulación de capital
o para la contrucción política de un proyecto social común.
La base material de un territorio puesta como un instrumento polí-
tico no se confunde entonces con el despliegue de la práctica política
que define soberanías, porque, por el contrario, en última instancia
la soberanía sería condición para la intervención soberana de la base
material o para el ejercicio de autarquía material. De esta manera, la
territorialidad del capital y de las soberanías nacionales puestas como
instrumento político no son sólo la expresión material del dominio,
sino, en su especificidad, la intervención en el orden especial de la ma-
teria como herramienta política que sirve al dominio, es decir, el or-
den espacial de la materia puesto al servicio de la imposición de una
forma social durante el ejercicio del dominio y el despliegue de la
hegemonía.
Pero las clases subalternas también pueden tener proyecto de te-
rritorialidad, aunque, como dijimos arriba, sería un error suponerlos
puros o independientes. No obstante, sobre la instrumentalización
estratégica del orden espacial del territorio, llevan ventaja las clases
dominantes. Desde hace más de un siglo, en la administración pública
han madurado estructuras estatales que se dedican exclusivamente a
tener en la intervención material del orden territorial estatal un ins-
trumento político, sea para la producción o para la lucha de clases.
Estos segmentos de la administración pública son las famosas ofi-
cinas de planeación y ordenamiento territorial —urbano, regional,
ambiental, sectorial, etcétera. Éstas se encargan de intervenir la base
material de acuerdo con proyectos políticos de gobernabilidad, de
lucha de clases, de apoyo a la acumulación de capital o a determinados
capitales particulares, etcétera. La dificultad para percibir la im-
portancia política de estos instrumentos es que, como en muchos

86
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

ámbitos gubernamentales, sucede que se despliega a su vez una de


las funciones ideológicas más importantes del Estado: hacer pasar
el interés de las clases dominantes por el bien común. En este caso,
afirmar como interés común la forma de la territorialidad del dominio
y la acumulación del capital.
Por ello, lo interesante aquí es poner atención a que no es sólo una
infraestructura o un proyecto local lo que detona disputas territoriales,
sino el proceso de reconfiguración territorial en marcha como el pro-
ceso de reterritorialización de la forma neoliberal de acumulación de
capital. Es decir, lo que define la etapa actual de acumulación de capi-
tal es una estrategia política de reconfiguración de la territorialidad
vigente, que va más allá de las escalas comunitarias y de cualquiera de
las infraestructuras particulares. La cual, además, define el escenario
territorial de disputa en el que se reconfiguran las estructuras terri-
toriales locales de nuestro país, de América Latina y del mundo.
Permítanme una alegoría. Desde nuestra propuesta podríamos en-
tender las disputas territoriales a partir de una partida de ajedrez. En
la noción dominante sobre la consideración de este tipo de procesos
territoriales pareciera que lo único que está en juego es la diputa por
la ocupación y el control de los cuadros del tablero. Sin embargo, el
concepto de territorialidad e intervención de los órdenes territoriales,
además de referir al movimiento de las piezas para ocupar cada uno
de estos cuadros, nos muestra que en el ejercicio político de la disputa
territorial también es posible modificar la forma del propio tablero.
Con lo que, siguiendo nuestra alegoría, se cambiarían las condiciones
materiales de la disputa entre las fichas negras y las blancas. Volviendo
a la praxis social, la disputa por la autarquía material de las clases
dominantes y dominadas no se reduce entonces a la ocupación de
lugares, sino a la intervención material de los órdenes territoriales.
Por ello, no sólo entra en juego la disputa por el control de porciones
territoriales o territorios, sino las formas de determinación material
en todas las escalas. Éstos son los proyectos de ordenamiento te-
rritorial. En la praxis política no se encuentran apenas disputas por
la ocupación de territorios como si fuesen cuadritos del tablero de
ajedrez, porque con ello se establecen además disputas por el ejercicio

87
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

de autodeterminación material o de intervenciones en la espaciali-


dad de los territorios. Una disputa política por la autarquía material,
que pasa por intervenir en el orden espacial del tablero de ajedrez
sociopolítico y, con él, en el horizonte particular de posibilidad que
éste abre a la praxis política. La utilidad concreta de esta reflexión es
reconocer y fortalecer los proyectos de territorialidades subalternas
para que caminen hacia otras formas de sociedad, teniendo en la
base material no sólo la expresión de su soberanía popular sino un
instrumento de disputa de la forma histórica de la sociedad.

***

Sinteticemos nuestro esfuerzo político de reconstrucción teórica de


los conceptos de territorio y territorialidad, así como de su existencia
múltiple:
El territorio lo entendemos como unidad sociopolítica soberana que
no sólo se define en un campo espacial sino que a la vez contiene su
territorialidad como su propia base o soporte material dinámico. El
territorio, en nuestra propuesta, es la trama que da forma a la unidad
sociopolítica soberana que se define en un campo espacial y que con-
tiene a la vez su concreción material como una de sus fuerzas par-
ticulares, su territorialidad. Por lo tanto, el territorio no puede redu-
cirse a una condición de contenedor material neutral o inocente de
una forma sociopolítica, porque se trata de la unidad práctica de su
forma y sentido soberano, mientras que, por su parte, la territorialidad
se constituye en una de sus cualidades particulares y en uno más de
sus instrumentos políticos, aunque no correspondan fielmente en su
forma y escala espacial.
La existencia efectiva de territorios y territorialidades múltiples la
hemos ligado a la de soberanías múltiples y a la de proyectos particulares
de autarquía material. La clave ha sido entender que la filosofía po-
lítica de corte conservador ha restringido la facultad de soberanía a
los Estados-nacionales e invisibilizado las soberanías de los pueblos,
y de alguna forma también, ocultando la de los capitales privados.

88
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

Por lo que la coexistencia conflictiva de soberanías nacionales, a la


par de soberanías privadas y populares, evidencia la coexistencia de
territorios y proyectos particulares de autodeterminación material.
Pero no contiguos, yuxtapuestos o de convivencia armónica, sino
como campo de disputa social del ejercicio de la soberanía y de
autarquía material. Por ello, es que a cada territorio nacional soberano
le corresponde su propia territorialidad como unidad particular
sociopolítica e histórica. Pero a su vez, y sin corresponder fielmente
a sus formas y fronteras espaciales, se despliegan dentro y fuera del
territorio nacional, múltiples territorios y territorialidades vigentes
conforme al campo de fuerzas político y a la correlación de fuerzas
entre las soberanías populares y de capitales privados en disputa y sus
proyectos particulares de autodeterminación material.
La territorialidad es un instrumento político de magnitudes espaciales
mayores a los ejercicios particulares de soberanía y la autodeterminación
material. La clave es reconocer que la dinámica material vigente
va más allá de la autodeterminación material del sujeto soberano
particular y que se despliega en la escala del sujeto histórico. Lo cual,
se establece como determinaciones que se ejercen entre las formas y
conexiones espaciales particulares de la base material, que en muchos
casos son vividos de manera pasiva por las soberanías populares y sus
proyectos de autodeterminación.
Según nuestra alegoría, el motor de la historia seguiría expresándose
en una partida de ajedrez entre las clases dominantes y dominadas:
la lucha territorial entre las clases durante la disputa por una forma
histórica distinta de sociedad. La diferencia está en que, en la relación
de fuerzas vigente, las clases dominantes, además de las piezas
mueven el propio tablero en todas las escalas. Hemos presentado esta
propuesta de reconstrucción teórica de los conceptos de territorio y
territorialidad desde el reto político del fortalecimiento teórico de las
clases subalternas y desde nuestro convencimiento de la necesidad de
su escalamiento territorial. Se trató de reconstruir teóricamente una
fuerza particular con la intención de ponerla en nuestras manos como
instrumento político. Con el objetivo de perfilar una herramienta

89
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

política que nos ayude a ejercer realmente nuestra autarquía material


durante la praxis política y encaminarla a arrebatar del capitalismo
una forma histórica de sociedad más justa.

90
TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES EN DISPUTA

Bibliografía

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Siglo XXI, 1988.
León, Efraín, Geografía crítica. Espacio, teoría social y geopolítica, México, Itaca/
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Marx, Carlos, El capital. Crítica a la economía política, México, Siglo XXI, 1998.
Oliver, Lucio (coord.), Gramsci. La otra política. Descifrando y debatiendo los
cuadernos de la cárcel, México, Itaca/unam, 2013.
Porto Gonçalves, Carlos Walter, Geografando nos varadouros do mundo, Brasil
Ibama/mma, 2003.

91
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

92
Territorio como paradigma en las
luchas sociales contemporáneas
Daniele Fini 1

E ste artículo intenta dar cuenta de la centralidad que la palabra


o idea de “territorio” ha adquirido en la actualidad en ciertos
enfoques analíticos y entre los movimientos sociales latinoa-
mericanos. En los apartados que siguen se hablará en particular: (1)
de la hipótesis de que las luchas en defensa del territorio representan
una de las expresiones de la lucha de clases contemporánea; (2) de la
centralidad del territorio en las economías y en los conflictos sociales
de muchos países de América Latina; (3) del análisis —de corte so-
cioantropológico— de las luchas en defensa del territorio como con-
flictos de valoración; (4) del análisis —propuesto por la geografía crí-
tica— del territorio como dimensión relacional y política.

1
Maestro en antropología y doctorante en sociología en el Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha
estudiado movimientos indígenas y luchas socioambientales en México, así como
los debates en torno a los conceptos de bienes comunes y común. Actualmente está
investigando procesos de seguridad y justicia comunitaria en Guerrero, México.
Correo electrónico: daniempoli@gmail.com

93
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

La hipótesis de la defensa del territorio como una de las


principales expresiones de la lucha de clases en la actualidad

El territorio, en cuanto palabra, aparece recientemente en el centro del


lenguaje y las preocupaciones de muchos movimientos sociales, así
como de ciertas reflexiones teóricas en torno a la lucha anticapitalista.
Ello no responde la percepción cada vez mayor acerca del carácter
ecológicamente no sustentable del modelo capitalista de producción
y consumo, que emergió en los debates internacionales desde los años
setenta; sino que, más bien, alude al fuerte aumento de las actividades
relacionadas con el aprovechamiento intensivo de los recursos para
abastecer las necesidades de la producción capitalista a nivel global,
generado para responder a la crisis capitalista de los setenta mediante
la implementación del patrón económico del neoliberalismo. Dichas
actividades han afectado directamente a poblaciones del mundo
rural, provocando el despojo y la contaminación de sus ambientes de
vida. Al respecto, al iniciar los noventa, Midnight Notes Collective
(1990) informaba que en la década anterior se habían registrado los
más grandes cercamientos ocurridos en toda la historia mundial. Es
también la percepción de Martínez Alier (2004), quien en esos años
empezó a observar la multiplicación de movimientos en defensa del
medio ambiente entre las poblaciones pobres del “Sur” del Mundo.
Su aporte al debate sobre el tema fue que, a diferencia de las décadas
anteriores, los movimientos ecologistas de aquel entonces —es decir,
aquellos conformados en torno a la defensa del medio ambiente— ya
no sólo eran un fenómeno de los países industrializados, donde sur-
gían como fruto de cierta conciencia sobre el carácter contaminante
y no sustentable del modelo económico dominante; sino que estaban
apareciendo con fuerza en los contextos de la periferia del mundo,
en particular, entre las poblaciones rurales. Tales movimientos, que
normalmente no se definían como ecologistas, estaban defendiendo
su medio ambiente del despojo y/o la contaminación, por ser el ám-
bito que les proporciona las condiciones para la vida.
El interés por la cuestión del territorio al interior de los debates teó-
ricos surgió, fundamentalmente, de aquellas consideraciones sobre

94
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

ciertas formas de apropiación capitalista de la riqueza que, en res-


puesta a la crisis de los setenta, adquirieron cada vez más difusión.
Estamos hablando de dinámicas muy variadas, cuyo carácter común
es que la ganancia de los capitalistas parece no proceder principal-
mente de la apropiación directa del plusvalor producido por los tra-
bajadores asalariados en las fábricas, sino que se genera a través de
otras dinámicas de apropiación de la riqueza natural, estatal o produ-
cida socialmente. Para dar cuenta de la difusión de estas formas de
acumulación capitalista en la era neoliberal, Harvey propuso el con-
cepto de acumulación por despojo (2004: 118-119), para hacer referen-
cia a un conjunto de dinámicas muy heterogéneas que van desde la
apropiación de recursos minerales y naturales, hasta las privatizacio-
nes de recursos, servicios e industrias estatales, desde los dispositivos
de deuda financiera, hasta aquellas actividades económicas sustenta-
das en la legislación sobre los derechos de propiedad intelectual.
Entre los pensadores marxistas contemporáneos existe un debate
en torno a la utilidad de dicho concepto analítico. En la opinión de
varios de ellos, la explicación del capitalismo contemporáneo como
mera apropiación externa de una riqueza ya existente es equivocada,
pues no reconoce la centralidad de la relación capitalista de explo-
tación del trabajo: como ámbito en que se produce el plusvalor y don-
de, consecuentemente, el sistema capitalista se reproduce, y a la vez
ámbito en que tienen lugar el antagonismo y la posibilidad de generar
rupturas en el sistema (Gago y Mezzadra, 2015; Hardt y Negri, 2011:
152; Bartra, 2014: 195-197). A pesar de sus límites como categoría ana-
lítica, el concepto de Harvey ha tenido el mérito de visibilizar las
formas fenomenológicas en que actúa el capitalismo en la actualidad.
En particular, sus contribuciones y las de otros autores han devuelto
la dignidad y la legitimidad política a los movimientos de poblaciones
rurales que resisten el despojo de sus territorios —que luchan, pues,
para no volverse proletarios—, reconociéndolos como expresiones le-
gítimas de la lucha de clases (2004: 132 y ss.) —cuando ciertos secto-
res de la tradición marxista acostumbran a considerar los procesos
de proletarización como algo necesario y funcional a la lucha antica-
pitalista, posición contra la que también se opuso Midnight Notes

95
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Collective (1990). En particular, en lo que atañe este artículo, el con-


cepto propuesto por Harvey ha tenido gran éxito en América Latina
en tanto recurso discursivo ampliamente usado en la literatura sobre
el despojo territorial provocado por proyectos capitalistas de corte
extractivista.
En el contexto del capitalismo contemporáneo que acabamos de
describir, los territorios —entendidos como espacios que contienen
un conjunto de recursos— se han vuelto centrales para los capitalistas;
o, mejor dicho, para éstos se ha vuelto central el control de los territo-
rios en cuanto medio necesario para obtener rápidas y grandes acu-
mulaciones de riqueza (Harvey, 2004: 43; Ceceña, 2010: 197; Dávalos,
2010: 156).
El interés de los capitalistas en los territorios ha generado resisten-
cias en muchos lugares, sobre todo de los habitantes de aquellas
localidades en las que se ve amenazado o contaminado el entorno de
vida. Este tipo de movimientos, mayoritariamente nombrados movi-
mientos del ecologismo de los pobres o del ecologismo popular (Martí-
nez, 2004), o luchas socioambientales (Navarro y Pineda, 2009; Leff,
2006; Svampa, 2012), muestran una tendencia hacia la ambientaliza-
ción de las luchas sociales (Svampa, 2012), en el sentido de que están
luchando por defender el medio ambiente, considerado el entorno
que proporciona las condiciones de posibilidad para la vida. Seoane
(2006) da cuenta de esta tendencia al hablar de que la tradicional rei-
vindicación por la tierra, que en América Latina ha caracterizado a los
movimientos campesinos de las décadas anteriores, se ha trasladado,
existiendo un número cada vez mayor de luchas por la defensa del te-
rritorio y de la vida. Mientras Machado, refiriéndose a los países de
América del Sur con gobiernos progresistas, registra un cambio de la
conflictividad social, que se ha desplazado desde el campo clásico
de la lucha contra la explotación de la fuerza de trabajo al de las resis-
tencias contra la expropiación de los territorios (2013: 124).
La difusión de este tipo de movimientos al interior del capitalismo
neoliberal ha llevado a algunos autores —como ya se ha dicho— a
considerarlos como unas de las principales expresiones de la lucha de
clases contemporánea (Dávalos, 2010: 26; Navarro, 2012: 33; Harvey,

96
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

2004: 65). Obviamente, no es el tipo de lucha de clases entendido tra-


dicionalmente por el marxismo, pues el antagonismo no se da al in-
terior de las relaciones capitalistas de producción, es decir, al interior
del ámbito que opera como condición para la reproducción del capital
y el sistema capitalista.
Como primer acercamiento a esta cuestión podríamos reconocer
que dichos movimientos representan un obstáculo para que los capi-
talistas individuales obtengan ganancias, por ejemplo, cuando logran
detener un proyecto. Además, algunos autores reconocen que, respec-
to a la tradición de lucha del movimiento obrero, estos movimientos
tienen la potencialidad de trasladar la lucha de clases desde el enfren-
tamiento en torno al valor de cambio —el enfrentamiento en torno al
salario necesario, para decirlo en términos marxianos— hacia el terre-
no de la afirmación del valor de uso y la superación de la forma mer-
cancía (Caccia, 2010); en otras palabras, aunque estas luchas no se
enfrenten directamente con la relación capitalista de explotación,
pueden cuestionar el otro fundamento de la sociedad capitalista —que
también es condición para la existencia de la relación de explotación—:
la ley del valor (Harvey, 2013: 181). En fin, estamos hablando de la po-
tencialidad de estos movimientos para impulsar prácticas y sentidos
que no sólo disputan la mejoría de ciertas condiciones dentro del
sistema capitalista —como hizo la mayoría de las organizaciones
del movimiento obrero—, sino que pueden desafiarlo a partir del
cuestionamiento de las subjetividades y las abstracciones que el propio
capitalismo produce y que son la condición para su reproducción.
Ésta es una hipótesis muy atractiva, que tiene sustento en la reflexión
teórica sobre tales movimientos, pero que sólo podrá ser verificada a
partir de lo que éstos actúen en sus prácticas concretas.

La centralidad del territorio en las economías


de los países de América Latina

Como se ha dicho anteriormente, varios autores relacionan la implan-


tación del neoliberalismo con la intensificación del aprovechamiento

97
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

capitalista de recursos de los territorios y la consecuente aparición de


resistencias en muchos lugares.
En efecto, durante los últimos años, en América Latina, primero
en la parte sur del continente y más recientemente en México, se ha
registrado una multiplicación de proyectos vinculados al aprove-
chamiento de recursos de los territorios, lo que responde a la im-
plementación de las reformas neoliberales, generalmente, a partir de
los años ochenta. Más precisamente, como veremos más adelante, las
reformas neoliberales establecieron las condiciones que posibilitaron
el acceso a los recursos de los territorios de estos países, para el de-
sarrollo de actividades extractivas y de agroindustria —acompañadas
de proyectos de infraestructura de transporte y energía— dirigidas
hacia la exportación de materias primas para el mercado global. Al
respecto, algunos autores interpretan la implantación del neolibera-
lismo en América Latina como una iniciativa promovida por ciertas
potencias políticas y económicas mundiales, cuyo fin era contrarres-
tar las dinámicas de industrialización y nacionalización de recursos
emprendidas por varios países de la región en las décadas anteriores
(Machado, 2010a: 299). Esta perspectiva considera que la reprimari-
zación de las economías de todos los países latinoamericanos, a la
cual se ha asistido en los últimos años, ha vuelto a colocarlos en una
posición subordinada y dependiente en el mercado capitalista glo-
bal (Machado, 2013: 131). Justamente, con la implementación del
neoliberalismo las economías de estos países se han centrado
nuevamente en la exportación de materias primas, lo que las ha
vuelto dependientes de las fluctuaciones del valor de las mismas
en el mercado global. Esta consideración, dicho sea de paso, se ha
confirmado de manera contundente en los últimos meses, cuando
el descenso de los precios de muchas materias primas generó serias
dificultades en los ingresos de muchos Estados de América Latina.
Este artículo no pretende mostrar las transformaciones sufridas
por las economías latinoamericanas durante el neoliberalismo, ni
describir las propias reformas neoliberales. Lo que nos interesa es
afirmar que en los últimos 30 años se ha asistido a una reprimarización
de las economías de estos países (Svampa y otros, 2010: 31; Machado,

98
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

2010b: 298), que da cuenta de la intensificación de la disputa en torno


a los recursos de los territorios. En estos años, muchas publicaciones
han proporcionado información estadística que aporta evidencias
en torno al papel cada vez más importante desempeñado por las
actividades extractivas en las economías de estos países (Delgado,
2010; Machado, 2013: 127-128). A modo de ejemplo reportamos al-
gunos datos relativos a una de las principales actividades del sector
primario: la extracción de minerales. Entre 1990 y 1997, las inversiones
en exploración minera han registrado un incremento de 90% a nivel
mundial y de 400% en América Latina (Svampa y Antonelli, 2010: 15);
en el caso de México, el valor producido por esta actividad ha pasado de
4 mil millones de dólares en 2005 a 22 mil millones de dólares en 2011
(www.camimex.org.mx). Siguiendo con el ejemplo paradigmático
de la industria extractiva, podemos notar la dimensión del impacto
que tal actividad económica ha implicado en los territorios: a finales
de los noventa, 10% del territorio de los países de América del Sur
estaba concesionado a empresas extractivas (Machado, 2010b: 76); en
México, en 2014, las más de 25 mil concesiones mineras existentes
alcanzaban una superficie correspondiente a 13.07% del territorio
nacional (Sánchez, 2014).
El aumento de la intervención extractivista en los territorios
latinoamericanos encuentra su condición de posibilidad en las
reformas neoliberales. Entre varios autores que han propuesto ciertas
periodizaciones relativas a la implementación del neoliberalismo
en la región, existe bastante acuerdo en reconocer al menos dos
fases distintas de su puesta en práctica por los gobiernos (Dávalos,
2010: 48-49; Svampa y otros, 2010: 31-32; Svampa, 2012: 16-19). La
primera fase se caracterizó por las iniciativas de reajuste fiscal de
los Estados, que llevaron a la privatización de riquezas estatales, al
recorte de presupuestos y de servicios públicos, así como al ataque
a los derechos sociales y de los trabajadores. La segunda fase, la más
reciente, se ha caracterizado en cambio, por el interés de los gobiernos
y las empresas en los recursos de los territorios. Simplificando,
podríamos afirmar que la primera fase del neoliberalismo se dirigió a
atacar a los trabajadores que estaban en el mercado formal y gozaban

99
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

de los servicios y los derechos del Estado benefactor; mientras que la


segunda fase se orientó a atacar a poblaciones que viven en contextos
rurales, con la consecuencia de despojar o contaminar sus territorios.
Obviamente, como toda periodización, también ésta es arbitraria y
no da cuenta de la complejidad y de la heterogeneidad del proceso
que estamos tratando. Sin embargo, en nuestro argumento resulta útil
para sostener la hipótesis de que, en la actualidad, la disputa en torno
a los territorios desempeña un papel muy importante en estos países.
Si bien el interés en los territorios surgió recientemente, en la pri-
mera fase de las reformas neoliberales se realizaron cambios legis-
lativos que sentaron las bases normativas para permitir la entrega de
territorios campesinos a intereses privados o estatales. En el caso de
México, la reforma al artículo 27 constitucional de 1992 jugó un papel
fundamental, abriendo la posibilidad de privatizar, vender o rentar
las tierras campesinas poseídas bajo propiedad social, hasta ese mo-
mento inalienables.
En lo que respecta específicamente a la actividad minera, en esos
años también se aprobó la Ley Minera (1992) —que en su artículo 6
establece que dicha actividad es de utilidad pública, siendo prioritaria
frente a cualquier otra actividad que se esté realizando sobre cierta
superficie de tierra— y la Ley de Inversión Extranjera (1993) —que
abre la posibilidad de que empresas con capital 100% extranjero
realicen inversiones en México a (López Bárcenas y Eslava, 2011).
La lógica que sustenta estas normativas que facilitan el acceso y el
uso de los recursos a empresas privadas, limitando los derechos de
los propietarios de los terrenos en que se quieren realizar proyectos
extractivos, continúa manifestándose en leyes recientes, por ejemplo,
en la Reforma Energética a nivel nacional o en la reforma a la Ley de
Expropiación en el estado de Puebla.
Un último elemento a resaltar del tema que estamos tratando en este
apartado es que, en México, el boom del sector extractivo llegó después
que en los países de América del Sur. En estos últimos se registra la
multiplicación de proyectos de este tipo ya desde los años noventa,
mientras que en México se evidencia un incremento significativo
sobre todo a partir de la primera década del siglo xxi, cuando se pasa

100
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

de una inversión de 380 millones de dólares en la actividad minera-


metalúrgica en 2001 a una de 5 600 millones de dólares en 2011 (www.
camimex.org.mx). El periodista Hernández Navarro sostiene que, a
diferencia de los demás países latinoamericanos, México aprovechó
inicialmente su cercanía a Estados Unidos para promover su propia
mano de obra barata y eliminar aranceles aduaneros, utilizándolo co-
mo estrategia para atraer inversiones dirigidas al sector manufactu-
rero. Al iniciar el siglo xxi se registró una crisis en las maquilas: en
2005 los empleos en el sector manufacturero se habían reducido 50%
(Hernández Navarro, 2011: 15). Es entonces que el gobierno mexica-
no habría puesto en marcha una alternativa, caracterizada por la des-
regulación en materia ambiental, con el fin de atraer inversiones para
actividades extractivas (idem.).
En estos años, en el país, la defensa del territorio contra el despojo
o la contaminación se ha vuelto el centro de las preocupaciones de
muchos habitantes, comunidades y organizaciones sociales. Por ello
han surgido diferentes ámbitos de encuentro y articulación de expe-
riencias de resistencia, de corte general, como la Asamblea Nacional
de Afectados Ambientales (anaa), y de corte temático, como la Red
Mexicana de Afectados por la Minería (rema) o el Movimiento Me-
xicano de Afectados por las Presas y en Defensa de los Ríos (mapder),
y casi semanalmente se realiza algún evento, foro o encuentro sobre
la cuestión de defensa del territorio.

Territorio y las luchas socioambientales: conflictos


de distribución ecológica y conflictos de valoración

En muchas de las publicaciones existentes sobre las resistencias a pro-


yectos extractivistas aparecidas en estos años, el término territorio se
ha vuelto uno de los recursos discursivos centrales para nombrarlas y
dar cuenta de ellas. Asimismo, en muchos foros o encuentros de or-
ganizaciones sociales, la retórica de la defensa del territorio está cada
vez más presente. En los estudios académicos sobre dichos conflictos,
la idea de territorio ha sido útil para mostrar la emergencia de nuevas

101
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

formas de resistencia contra los procesos del capital que, por un lado,
dan cuenta del desplazamiento de las mismas desde los tradicionales
lugares de producción hacia los lugares de vida y sus entornos; y por
el otro, en el contexto rural, muestran un desplazamiento desde las
reivindicaciones en torno a la tierra como medio de producción hacia
la defensa del medio ambiente como ámbito que proporciona los me-
dios para la reproducción de la vida.
En estos diferentes enfoques sobre tales movimientos, el término
territorio es usado como palabra (no como concepto o categoría ana-
lítica) y con su sentido en el lenguaje común: generalmente hace re-
ferencia a un espacio físico que contiene un conjunto de elementos,
que pueden ser de tipo natural, artificial o simbólico. En este caso, la
defensa del territorio es entendida como la defensa de cierto espacio,
que es el medio ambiente, o de ciertos elementos presentes en éste;
porque a unos y a otros se les reconoce una importancia fundamental
para la propia vida material y social.
Los estudios sobre las luchas socioambientales se han enfocado en
observar diferentes aspectos, desde las reformas de tipo legal, que es-
tablecen las condiciones de posibilidad para la realización de los pro-
yectos extractivos, hasta las estrategias adoptadas por los promotores
de tales proyectos con el propósito de lograr su realización, las for-
mas de organización de quienes resisten, o los lenguajes e imaginarios
que se expresan en el conflicto. Si nos centramos en considerar aque-
llas perspectivas que estudian estos conflictos como disputas por te-
rritorios entre dos actores, entendiendo el territorio como espacio
que contiene un conjunto de elementos, podríamos distinguir dos di-
ferentes maneras de tratar el asunto, que pueden nombrarse a partir
de dos conceptos de Martínez Alier (2004): conflictos de distribución
ecológica y conflictos de valoración. Cada conflicto concreto es, al mis-
mo tiempo, tanto uno como otro; lo que cambia es el tipo de mirada
con que se da cuenta de él, pues cada enfoque prioriza ciertos aspec-
tos sobre otros. La idea de conflictos de distribución ecológica surge de
la economía ecológica, disciplina que trata de pensar la economía
desde un enfoque sistémico, es decir, que toma en cuenta no sólo el
intercambio y el consumo de bienes y trabajo entre los hombres sino

102
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

también el intercambio y el consumo de materias y energía entre los


hombres y la naturaleza. Este concepto pretende extender la noción
de conflicto de distribución económica a las situaciones en que di-
ferentes actores se pelean por las consecuencias que cierta actividad
puede causar a ciertos servicios o a los recursos, o al acceso a ellos.
En otras palabras, este concepto da cuenta de la disputa en torno
a ciertos elementos que normalmente no aparecen en los cálculos de
la economía tradicional, que suele denominarlos externalidades, pero
que en lo concreto conllevan efectos de utilidad, positivos o negativos,
para uno u otro actor. Entonces, desde la perspectiva que considera a
estos conflictos como conflictos de distribución ecológica, el territorio
se entiende como un conjunto de elementos que existen en cuanto
recursos o servicios, o bien en cuanto materia y energía; y se valora a
estos elementos en relación con la utilidad que ofrecen a los hombres,
ligados a lo que proporcionan en tanto medios para satisfacer las
necesidades materiales de la vida.
Varios estudios sobre luchas socioambientales de corte sociológico
o antropológico han tratado, en cambio, de analizarlos como conflictos
de valoración, pues parten de una mirada que los considera conflictos
en que cada actor expresa un modo diferente de definir y valorar
lo que se está disputando, sea un recurso natural o un territorio
(Machado, 2010a: 222; Ceceña, 2010: 196-197). Esta mirada no tiene
meramente un interés de tipo analítico; se basa en el supuesto de que
esta dimensión juega un papel importante, tanto en la representación
pública del conflicto como en las subjetividades de los actores en
lucha. Al respecto, cuando algunas autoras argentinas escriben sobre
los movimientos antimineros de su país señalan que, “la definición de
lo que es el territorio se convierte así en el locus del conflicto” (Svampa
y otros, 2010: 45). Esta perspectiva también entiende al territorio
como un espacio en cuyo interior hay un conjunto de elementos,
pero dichos elementos no sólo son físicos y ecológicos, sino también
simbólicos, sociales y espirituales, o mejor dicho, los elementos
físicos y ecológicos de un territorio tienen diferentes valores o
significados (y hasta existencias) según el actor que los observa o se
relaciona con ellos. En otras palabras, esta perspectiva considera al

103
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

territorio como una construcción social, tratando de observar cómo


lo piensan y lo valoran los habitantes de un lugar. Tendencialmente,
estos estudios muestran las diferentes racionalidades expresadas por
los actores en conflicto (Navarro y Pineda, 2009; Ceceña, 2011; Leff,
2006), dando cuenta de sus diferentes modos de definir y valorar la
realidad. Normalmente se suele proporcionar una representación de
los conflictos que evidencia cómo los habitantes locales valoran su
entorno a partir de la utilidad o el valor de uso de los recursos y sus
significaciones sociales y espirituales; mientras que los promotores
de los proyectos extractivos valoran al territorio a partir del valor de
cambio que algunos de sus recursos tienen en el mercado. El aporte
interesante de esta perspectiva analítica es que nos invita a pensar
que el análisis de las modalidades con que cada actor define o valora
el territorio no necesariamente dice algo sobre el territorio mismo,
mientras que sí dice algo del sujeto que lo está definiendo y valorando;
esto es, muestran la posible emergencia de subjetividades antagónicas
a la lógica dominante. Por ejemplo, con respecto a muchos de los
movimientos socioambientales que ha estudiado en América Latina,
Svampa sostiene observar la afirmación de un giro eco-territorial (2012:
25), término con que se refiere a la emergencia de un lenguaje común,
fruto de la interconexión entre las cosmologías de los indígenas y su
defensa del territorio, y el discurso ambientalista, un lenguaje que se
opone al discurso dominante centrado en una visión desarrollista y
economicista.

El territorio de los geógrafos: las territorialidades


y multiterritorialidades

A diferencia de la mayoría de los autores que hemos abordado hasta el


momento, al emplear la palabra territorio como concepto los geógra-
fos no hacen referencia sólo a un espacio físico. Para hablar de eso uti-
lizan otros términos. En general, su concepto de territorio es relacional
(Montañez, 2001: 20; Haesbaert, 2011: 69), pues refiere a la relación
que un sujeto establece con un espacio. Habitualmente, las relaciones

104
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

que producen un territorio son pensadas como relaciones de poder


de un sujeto sobre un espacio (Mançano Fernandes, 2005: 276), que
pueden establecerse en términos de dominación material —como po-
sesión o control político— o de apropiación simbólica —como signi-
ficación (Haesbaert, 2011: 194); aunque algunos autores ponen su
atención en otro tipo de relaciones no meramente de poder ni vin-
culadas exclusivamente con una dimensión política, pues aluden al
ámbito identitario y afectivo en términos de cómo ciertas relaciones
establecidas por un sujeto con un espacio constituyen una identidad
y un sentido de pertenencia (Montañez, 2001: 21). A diferencia de los
estudios sobre luchas socioambientales, estas consideraciones hablan
de una idea del territorio como algo no externo al sujeto que éste valora
desde su racionalidad; sino como un producto de su acción material y
simbólica (Porto Gonçalves, 2001: 15). En otras palabras, la acción de
un sujeto colectivo a partir de la cual se impone cierta organización
material y se da cierta configuración simbólica a un espacio, podría
considerarse como un proceso de territorialización (Zúñiga, 1998;
Haesbaert, 2011: 16; Ventura, 2011; Porto Gonçalves, 2001: 17), en
tanto proceso social que produce o constituye un territorio.
En las luchas socioambientales encontramos diferentes actores
intentando imponer diversos intereses sobre un mismo espacio; éstos
se expresan en distintas modalidades de organización-significación de
dicho espacio, con el fin de implementar diferentes tipos de relaciones
sociales a su interior. Según el lenguaje de los geógrafos estaríamos
hablando de diferentes territorialidades manifestadas o promovidas
por estos actores. Si bien el término territorialidad es usado con
variadas acepciones, generalmente hace referencia a cómo un sujeto
organiza —o quiere organizar— material y simbólicamente un espacio
(Porto Gonçalves, 2001: 90; Montañez, 2001: 22). Por lo que, en un
mismo espacio pueden existir y confluir diferentes propuestas de
organización y reorganización de las relaciones sociales a su interior:
estaríamos frente a la existencia de diferentes tipos de territorios en un
mismo espacio (Mançano Fernandes, 2009: 43). Haesbaert (2011: 284)
define esta idea como multiterritorialidad, mientras que Montañez
(2001: 23) nos recuerda que siempre las territorialidades son relativas

105
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

y jerárquicas, pues cada sujeto que disputa un mismo espacio con


otro impulsa sólo parcialmente su territorialidad; a su vez, su capaci-
dad de implementarla depende de la relación de fuerza que logra de-
terminar. En fin, la territorialidad, o el tipo de territorio que cada
sujeto intenta imponer se caracteriza por un contenido —el tipo de
organización material y simbólica que se quiere implantar— y un
poder político –la relación de fuerza que el sujeto logre determinar
(Mançano Fernandes, 2009: 41).
A pesar de no estar muy familiarizado con las posturas de los geó-
grafos, me parece que su postura acerca del territorio puede aportar
claves muy útiles para observar las resistencias al despojo territorial
llevado a cabo por proyectos capitalistas en América Latina. Los enfo-
ques mostrados en este apartado invitan a pensar cómo las relaciones
entre un grupo y un espacio son determinadas por las relaciones de
poder entre sujetos sociales, y a pensar cómo el elemento espacial
contribuye a la constitución de identidades colectivas.
Para terminar esta exposición considero necesario hacer referencia
a aquellos movimientos indígenas que, sobre todo en América del Sur,
han entrelazado la cuestión territorial con la identidad colectiva; que,
más precisamente, han tomado la reivindicación territorial como he-
rramienta de lucha para garantizar sus formas de vida y alcanzar su
autonomía y autodeterminación (Ventura, 2006). Aunque este tema
no se vincula directamente con la Ecología Política, o por lo menos no
tiene que ver con las cuestiones tratadas en este artículo, es pertinente
mencionarlo pues estamos hablando del territorio como elemento
importante en muchas luchas sociales de América Latina. En los años
anteriores se visibilizó la afirmación del elemento étnico-identitario
como base en torno a la cual muchos movimientos indígenas centra-
ron sus representaciones (López Bárcenas, 2005; De La Cadena, 2008;
Pineda, 2012), y del control territorial como reivindicación y objetivo
para lograr la autodeterminación del propio grupo. No es casualidad
que citemos estos ejemplos en este apartado sobre el territorio según
la perspectiva de los geógrafos; los mismos nos hablan de cómo cier-
tos grupos sociales pueden construir una identidad colectiva y reivin-
dicar el control político en torno a su espacio de vida, en tanto bases
para su propia autodeterminación.

106
TERRITORIO COMO PARADIGMA EN LAS LUCHAS SOCIALES

Para concluir, sólo quiero decir que quienes estudian luchas socio-
ambientales reportan que, en varios casos, los habitantes inconformes
están cuestionando los mecanismos decisionales estatales a la vez que
reivindican el derecho a decidir ellos mismos —a través de sus ámbitos
organizativos locales— lo que se hace en sus territorios. Por lo que, no
sólo estaríamos frente a luchas en defensa del territorio —así como
dicho término se entiende en el lenguaje común y en el de los soció-
logos— sino también ante luchas que construyen territorios, en tanto
construcción de un sujeto colectivo que reivindica el control político
y decisional. En otras palabras, aquellos autores que muestran la mul-
tiplicación de luchas por la defensa del territorio en lugar de las tra-
dicionales luchas campesinas por la tierra, están diciendo que, en
América Latina, muchos procesos colectivos han trasladado su acción
desde reivindicaciones de carácter principalmente económico-distri-
butivo hacia un terreno potencialmente político de autodeterminación
y autonomía. Al igual que la hipótesis de las luchas socioambientales
como luchas de clase con un potencial fuertemente emancipatorio,
esta hipótesis sólo podrá ser verificada por los procesos colectivos
concretos que mucha gente está llevando a cabo en todo el continente.

107
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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110
Conflictos socioambientales
en México: la defensa de la vida 1
María Fernanda Paz Salinas 2

L os conflictos socioambientales son luchas para garantizar las


condiciones de vida. A través de ellos se defiende la salud de los
ecosistemas y de las personas, la calidad de vida y las condiciones
de seguridad. Muchos son también luchas por determinadas for-
mas de vida, por lo que impugnan todo aquello que atente contra las
actividades productivas, las formas de organización societaria y los
valores culturales que les dan soporte. En este caso, nos hablan de
disidencia frente a un modelo socioeconómico que se busca imponer.
Algunos surgen en un inicio como reacciones sociales en contra de
la ofensa o la amenaza, pero poco a poco se van constituyendo como
expresiones y propuestas que llaman la atención sobre otras formas de
existencia posibles, fuera de la órbita del gran capital y de la mercan-
tilización de la vida. Sobre esto nos interesa hacer hincapié en este tra-
bajo, a partir de los datos recabados en el registro, sistematización y
1
El presente trabajo presenta resultados del proyecto de Investigación: “Conflictos
socioambientales y movilización social: tipificación y análisis” IN305310-3, finan-
ciado por el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tec-
nológica, de la Dirección General de Apoyo al Personal Académico (dgapa) de la
unam.
2
Investigadora del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la
unam. Correo electrónico: pazs@unam.mx.

111
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

análisis de 162 casos de conflictividad socioambiental que se pre-


sentaron en México durante un periodo de cinco años: de enero de
2009 a diciembre de 2013.3
Los conflictos socioambientales alertan sobre el deterioro ambien-
tal y su impacto, y nos informan sobre cómo éste es percibido, valora-
do y contestado socialmente. En este trabajo analizamos la relación
entre la afectación ambiental, los procesos económicos y políticos
que le subyacen y los impactos sociales denunciados por los afectados
(o con amenaza de afectación). Este acercamiento permite, por un
lado, captar la dimensión socioambiental del deterioro y las fuerzas
que lo impulsan y, por otro, dar cuenta de los ejes que articulan las
confrontaciones; es decir, lo que se defiende a través de ellas.
¿Qué provoca el deterioro ambiental (o su amenaza) en los casos
de conflicto registrados por esta causa? ¿Cuáles son los impactos so-
ciales del deterioro ambiental que se denuncian mediante las confron-
taciones sociales? ¿Qué los constituye en objeto de polémica y qué se
disputa en su defensa?
En nuestro recuento de casos de conflicto detectamos cuatro gru-
pos de causas estructurales de la afectación socioambiental: 1) las
vinculadas a procesos de expansión de capital y/o de mercantilización
del ambiente a través de proyectos de inversión y/o privatización de
bienes y servicios públicos: minería, procesos de urbanización,4 in-
dustria de la energía,5 desarrollos turísticos, obras de infraestructu-
ra,6 agronegocios, y privatización del agua o de su gestión; 2) las
3
Los datos se recabaron a través de un exhaustivo seguimiento de los diarios nacio-
nales La Jornada y El Universal entre enero de 2009 y diciembre de 2013, así como
también de los casos que se presentaron en la Asamblea de Afectados Ambientales
en los años 2008, 2009, 2010 y 2011.
4
Los procesos de urbanización a los que aludimos en este trabajo son: expansión
de fraccionamientos y desarrollos inmobiliarios, construcción de gasolineras, cons-
trucción de centros comerciales, privatización de espacios públicos, construcción
de rellenos sanitarios y algunas obras de equipamiento urbano.
5
En este trabajo nos referimos a casos de conflicto que han surgido a partir de la
construcción y operación de presas hidroeléctricas, parques eólicos, plantas ter-
moeléctricas e industrias regasificadoras.
6
Construcción de autopistas y vialidades, puertos, aeropuertos y presas de almace-
namiento.

112
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

relacionadas con la falta vigilancia o de aplicación de la normatividad


ambiental que regula las descargas de aguas residuales municipales
y/o industriales, las emisiones a la atmósfera y la contaminación por
residuos urbanos y peligrosos; 3) las ligadas a decisiones de gestión
pública del agua y del territorio no consensadas socialmente; y por
último, 4) las disputas por los recursos, ya sea por rompimiento/
violación de acuerdos intercomunitarios, o bien por presencia de
actividades ilegales en contubernio con la autoridad.
Seguimos el mismo procedimiento de clasificación para analizar
los impactos socioambientales (o amenaza de impactos) del deterioro
ambiental, cuyo rechazo se perfila como el principal motivo de
movilización. Así, a partir de la sistematización de los 162 casos
de conflictividad socioambiental registrados entre 2009 y 2013,
distinguimos cuatro impactos principales que son contestados: 1)
sobre las actividades productivas (45% de los casos); 2) sobre la salud
(37% de los casos); 3) sobre aspectos de identidad y cultura (26%); y,
finalmente, 4) sobre la cohesión comunitaria (20%).
En este trabajo nos interesa destacar a los conflictos socioambien-
tales como luchas que se presentan en contra de la imposición de un
modelo hegemónico que destruye todo aquello que no permite la
acumulación de capital (Harvey, 2005); por ello nos centramos en re-
visar los impactos que el deterioro produce sobre actividades produc-
tivas y las representaciones culturales que les dan soporte. Mostramos
cómo este tipo de impactos (o su amenaza) son contestados desde el
campo y la ciudad, y llamamos la atención sobre la disputa de terri-
torialidades que subyace a estas confrontaciones.

Actividades productivas, identidades culturales


y modos de vida afectados o amenazados

En 64 casos de conflicto registrados, es decir, en 46% del total de


nuestro registro, se plantea como causa de disputa la afectación
directa (o la amenaza de afectación) a las actividades productivas,
fundamentalmente agricultura y pesca, aunque también hay casos de

113
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

impugnación por el impacto provocado al pequeño comercio local


y a la prestación de servicios turísticos, ecoturísticos y recreativos
ofrecidos por particulares. La defensa de las actividades productivas,
y con ellas del modo de vida, es un motivo fundamental de lucha en
los casos que aquí reseñamos.
Siguiendo las enunciaciones explícitas de comunidades y grupos
movilizados, encontramos cuatro causas principales de afectación
a las actividades productivas: una tiene que ver con la destrucción
directa de los medios de producción (tierras, bosques y ecosistemas
acuáticos); otra refiere al despojo de los recursos necesarios para la
producción agrícola (agua); una más alude a la transformación del
entorno (rural, urbano, costero) a través de proyectos de inversión
privada comerciales (supermercados), de servicios (desarrollos turís-
ticos) y de obras hidráulicas (presas hidroeléctricas); y, por último, la
contaminación de aguas y tierras de cultivo, afecta de manera directa
la agricultura y la pesca, como también lo hace la contaminación de
los propios cultivos a causa de la siembra de transgénicos. Las tres
primeras responden a procesos de expansión del capital; la última,
además, a la falta vigilancia y/o aplicación de la normatividad por
parte de la autoridad ambiental.
En las líneas siguientes vincularemos los diversos casos de
conflictividad con las modalidades en que se presenta la afectación a
las actividades productivas; veremos también cómo estos procesos de
afectación socioeconómica no son daños colaterales de determinadas
acciones, sino que parecen formar parte de estrategias muy definidas
de transformación socioterritorial, lo que muestra claramente que los
conflictos aluden entonces a la confrontación de territorialidades en
el contexto de procesos de desterritorialización-reterritorialización,
en el sentido planteado por Haesbaert (2011); es decir, como pugnas
por el control de los territorios y de los procesos (sociales, económicos
y culturales) que los constituyen. Por último, revisaremos cómo son
afectadas las identidades culturales y las formas de vida distintas, o
incluso contrarias, al modelo de acumulación económica dominante,
y cómo esta afectación es contestada desde los ámbitos locales.

114
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

Afectación a las actividades productivas: destrucción


de los medios de producción

La destrucción de bosques, tierras de cultivo y sistemas lagunares y/o


ribereños por la construcción de obras de infraestructura, desarrollos
inmobiliarios, proyectos de explotación minera y obras de equipa-
miento urbano, es la principal causa de afectación de la actividad
productiva en 27 de los 75 casos de conflictividad que denuncian este
tipo de afectación, lo que equivale a 36% del total de casos.
En nuestra base de datos registramos diez casos de conflictividad
por destrucción (o amenaza de destrucción) de tierras de cultivo y
bosques por proyectos carreteros en diferentes puntos del país: en
Chiapas, en el Estado de México, en el Distrito Federal, en Puebla y
Tlaxcala, en Durango, Nayarit y Sinaloa, y en el estado de Veracruz.7
De estas entidades destacan los estados de Puebla, Tlaxcala, Estado
de México y Distrito Federal, todos ubicados en la región centro del
país, donde durante el periodo estudiado se reportaron conflictos
protagonizados por grupos de ejidatarios y comuneros de diversos
municipios y delegaciones en contra de los proyectos viales que
atravesarían y destruirían zonas de cultivo. Nos referimos al Libra-
miento Poniente en Puebla, que afectará casi 250 hectáreas de tierras
agrícolas de nueve municipios de esa entidad de las que dependen
miles de productores (Tirzo y Castillo, 2014); al libramiento Arco
Norte, que atraviesa los estados de México, Puebla y Tlaxcala y fue
construido sobre tierras agrícolas de las tres entidades (Miranda,
2008); al Circuito Exterior Mexiquense, concesionado al corporativo
español ohl; a la ampliación de la autopista Tenango del Valle–Ixtapan
7
El proyecto de la autopista San Cristóbal-Palenque, en Chiapas; el proyecto del
Arco Sur, en el Distrito Federal, que destruiría bosques y tierras de Milpa Alta,
Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco; en el Estado de México, la construcción del Cir-
cuito Exterior Mexiquense, la autopista Lerma-Tres Marías y el ramal Tenango del
Valle-Ixtapan de la Sal, así como la autopista Toluca–Naucalpan; en Puebla y Tlax-
cala, la construcción del Arco Norte y el Arco Poniente; en Veracruz, la construc-
ción de Libramiento Xalapa, que afectó tierras de cultivo en los municipios de Xa-
lapa y Emiliano Zapata; en Zaachila, Oaxaca, la construcción del Libramiento Sur
y, finalmente, la autopista Durango-Mazatlán-Tepic, que afectó a cerca de 30 ejidos
en los estados de Durango, Sinaloa y Nayarit.

115
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

de la Sal, en manos de Grupo Carso (Comisión para la Defensa de


Tlanixco, 2011); a la carretera Toluca-Naucalpan y al Ramal Lerma-
Valle de Bravo, en los que participan los grupos ica, Carso e higa
(Jiménez, 2010), y al proyecto carretero Arco Sur, que atravesaría
tierras comunales de las delegaciones Tláhuac, Xochimilco y Milpa
Alta, en el Distrito Federal, afectando de manera especial tierras
agrícolas y zonas de captación de agua en esta última demarcación
(Salas Cassani, 2011). Todos estos proyectos fueron impugnados por
comuneros, ejidatarios y/o pequeños propietarios cuyas tierras de
cultivo fueron o serían afectadas. Salvo los casos del Arco Sur, en el
Distrito Federal, y del tramo de la autopista Toluca-Naucalpan en su
cruce por la comunidad otomí de San Francisco Xochicuautla, Es-
tado de México, que han logrado detener el proyecto y las obras, res-
pectivamente, en los demás sitios éstas se llevaron a cabo a pesar de
la oposición social.
En la lógica neoliberal, las tierras campesinas de autoconsumo o de
producción de baja escala para el mercado interno son consideradas
no productivas y representan un obstáculo a la acumulación del
capital, por lo que deben cederle el paso a otros usos que, entre
otras cosas, aseguren la circulación de mercancías y la integración
de diversas zonas económicas. Desde esa perspectiva, la zona centro
del país no parece tener más cabida para los pequeños productores
agrícolas. Esto se observa en los casos de construcción de autopistas
arriba citados, pero también en el proyecto del Nuevo Aeropuerto
Internacional de la Ciudad de México (naicm), que desde el año 2000
se ha intentado construir en tierras ejidales del municipio de Texcoco
(Terrones Medina, 2012). La resistencia protagonizada por grupos
campesinos nos indica, por su parte, que éstos no están dispuestos
a ceder tan fácilmente. La confrontación entre ambos proyectos, que
implican territorialidades distintas, ha dado lugar a álgidos conflictos
sociales protagonizados por frentes de pueblos, autoridades estatales
y federales, y también por empresas constructoras.
No sólo la construcción de autopistas y libramientos es responsable
de la destrucción de tierras de cultivo/pastoreo, bosques y/o sistemas
acuáticos donde se desarrollan actividades de pesca. En nuestro

116
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

recuento de casos de conflictividad reportados por la prensa entre


2009 y 2013, contabilizamos también nueve casos en los que esto se
atribuye a la construcción de presas: siete hidroeléctricas y dos de
almacenamiento, localizadas en el sur, centro, oriente y norte del país.
En el sur y sureste del país, en los estados de Chiapas, Guerrero,
Oaxaca y Veracruz, pequeños propietarios, ejidos y comunidades han
opuesto resistencia a la construcción de las presas hidroeléctricas
Chicoasén II, La Parota y Paso de la Reina, en defensa de sus tierras de
cultivo. El proyecto hidroeléctrico La Parota, que pretende inundar
una superficie de 14 213 hectáreas en la cuenca del río Papagayo en
el estado de Guerrero, afectaría una amplia superficie de selva baja
caducifolia y más de 4 000 hectáreas de tierras de cultivo de las que
dependen cientos de familias campesinas de 19 núcleos agrarios
de los municipios de Acapulco, Juan R. Escudero y San Marcos;
mientras que en Oaxaca, el proyecto de construcción de la presa
hidroeléctrica Paso de la Reina contempla la inundación de cerca de
2 000 hectáreas de tierras cultivables de 15 comunidades mixtecas,
chatinas y afrodescendientes que viven de las actividades agrícolas y
pesqueras (Hernández, 2011). En Chiapas, ejidatarios del municipio
de Chicoasén se mantuvieron en resistencia durante 2012 y 2013 en
contra de la construcción de la presa Chicoasén II, impulsada por la
Comisión Federal de Electricidad (cfe), en tanto ésta afectaría más
de 200 hectáreas de tierras productivas.
En el occidente del país, en los estados de Jalisco y Nayarit, tres
proyectos hidroeléctricos y una presa de almacenamiento han sido
fuertemente contestados por la población, por atentar directamente
contra huertos de árboles frutales, zonas de pesca y tierras de cultivo
y pastoreo. Se trata de la presa Las Cruces en el río San Pedro, en
Nayarit; de las presas El Cajón y La Yesca, localizadas en el curso
del río Santiago en su paso por los estados de Nayarit y Jalisco, y
de la presa de almacenamiento El Zapotillo, también en Jalisco,
proyectada para abastecer de agua a la ciudad de León, Guanajuato
y a la zona metropolitana de Guadalajara. El Cajón y La Yesca fueron
inauguradas en 2006 y 2012, respectivamente; los afectados, que
perdieron casas y medios de producción, siguen movilizados en

117
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

demanda del pago de una justa indemnización (Tribunal Permanente


de los Pueblos, 2012). La presa El Zapotillo, ubicada sobre el río
Verde en el municipio de Cañadas de Obregón, Jalisco, inundaría los
pueblos de Temacapulín, Acasico y Palmarejo. Según fue denunciado
ante el Tribunal Permanente de los Pueblos a finales de 2012, 95%
de la población de esa localidad perdería las tierras donde siembra
cultivos de subsistencia.8 Una vez más, las tierras dedicadas a cultivos
para autoconsumo se vuelven sacrificables frente a otros usos.
Por último, entre los casos de conflictividad que reclaman la des-
trucción de los medios de producción por la construcción de presas
cabe mencionar el que se libra en la Sierra Norte de Puebla, sobre los
márgenes del río Ajajalpan, donde se ha proyectado la construcción
de ocho centrales hidroeléctricas (Alfaro Galán, 2012). Uno de estos
proyectos, impulsado por Grupo México, ha sido fuertemente con-
testado por pobladores totonacos del municipio de Olintla, quienes se
oponen a dicha obra que inundaría tierras de cultivo y provocaría la
desaparición de manantiales por el uso de explosivos (Consejo Tiyat
Tlali, 2013).
La destrucción de tierras de cultivo y de zonas productivas también
ha sido denunciada en otros cuatro casos de nuestro recuento: uno
vinculado a la industria de la energía y los otros tres a procesos de
urbanización. El primero es el conflicto generado por la introducción
de un gasoducto que atraviesa tierras agrícolas de 60 comunidades de
los estados de Puebla, Tlaxcala y Morelos, que conducirá el combus-
tible para las plantas termoeléctricas de ciclo combinado que se
construyen en el poblado de Huexca, estado de Morelos (Llaven An-
zures, 2014); los otros tres casos se relacionan con proyectos de desa-
rrollo inmobiliario en el estado de Puebla (Puga Martínez, 2010b;
Flores Cerezo, 2009), y de equipamiento urbano en el pueblo de Tlá-
huac, Distrito Federal, por la construcción de la Línea 12 del Metro
(Frente de Pueblos del Anáhuac, 2008). Como se aprecia, de nueva
cuenta, todos están localizados en el centro del país, lo que muestra
8
Otro caso de conflicto por la construcción de una presa de almacenamiento se lo-
caliza en el municipio de Álamos, Sonora, territorio guarijío, donde actualmente se
construye la presa Pilares o Bicentenario, que inundará poblados y tierras de cultivo
de este grupo étnico (Redacción, 2015).

118
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

que hay una clara disputa de territorialidades entre lo rural-campe-


sino y lo urbano-industrial. En la zona central no hay disputas por
la tierra, sino confrontación de proyectos socioeconómicos y cultura-
les distintos en torno al control, uso y acceso al territorio. La trans-
formación espacial no se genera, empero, sin resistencias y de eso nos
hablan los conflictos a los que aquí nos hemos referido.

El despojo de los medios de producción: tierras, bosques y agua

El despojo de agua, bosques y tierras impacta de manera directa sobre


las actividades productivas de comunidades y grupos, convirtiéndose
en afrenta que induce a la conflictividad. En nuestra muestra se
reportan 17 casos en los que esto sucede; seis de ellos se han presentado
en el contexto de aplicación de políticas de gestión pública del agua
y del territorio: decisiones sobre concesiones de agua, cambios en su
distribución y uso, decretos de áreas naturales protegidas que limitan
el acceso al territorio y el uso/aprovechamiento de sus recursos,
etcétera.9 Además se reportan casos de despojo que afecta a las
actividades productivas en conflictos vinculados con la minería, la
industria de la energía, el turismo y los procesos de urbanización.
La mayoría de los casos de despojo de agua tiene que ver con el
agua de uso agrícola, que es desviada o despojada de forma directa pa-
ra ser empleada en otros usos (urbanos o industriales), con la anuencia
de las autoridades, si no es que promovido directamente por ellas a
través de decisiones de gestión pública, como es el caso del Acueducto
Independencia en Sonora, uno de los conflictos más emblemáticos de
este tipo. Desde 2010, integrantes de la Tribu Yaqui y el gobierno de la
entidad han estado en franca confrontación debido a la decisión
de este último de canalizar 75 millones de metros cúbicos de agua del
río Yaqui —a través de una costosa obra hidráulica, el Acueducto Inde-
pendencia— hacia la ciudad de Hermosillo. El trasvase de la presa El
Novillo hacia la presa Abelardo Rodríguez afectaría directamente la
9
Sobre las áreas naturales aludidas nos referimos a los casos de conflicto en la Re-
serva de la Biósfera Montes Azules; a la Reserva de la Biósfera Alto Golfo y Delta
del Río Colorado; y finalmente, al proyecto sobre la Reserva de la Biósfera de la
Montaña de Guerrero, en esa entidad.

119
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

actividad agrícola en el valle del Yaqui, y tendría enormes beneficios


económicos para empresarios y desarrolladores inmobiliarios de
la ciudad de Hermosillo. José Luis Moreno, estudioso del caso, lo
denomina “despojo institucional del agua”, en tanto las instituciones
de gobierno (estatales y federales) son las que lo propician, ejecutan
y avalan (Moreno, 2014). Nos interesa llamar la atención sobre este
hecho y evitar la tentación de concebirlo como un caso de disputa por
el recurso hídrico, pues de plantearlo así se invisibilizaría el despojo
y se desconocerían los derechos tanto históricos como legales del
pueblo yoreme a 50% del caudal de almacenamiento de la presa,
según decreto firmado por el presidente Cárdenas en 1939. En torno
a este argumento (la defensa de los derechos) se ha construido buena
parte de la lucha; la otra descansa sobre consideraciones que atañen
a la existencia misma de este pueblo, como lo indicó con claridad
Mario Luna, secretario y vocero de la Tribu Yaqui en Vícam: “El río es
parte estructural de nuestra vida... nos están condenando a la muerte
como pueblo” (Chávez Pérez, 2013 y 2014).
Conflictos por el despojo de agua de uso agrícola para otros fines se
presentan también en proyectos mineros y de construcción de presas
hidroeléctricas. En el estado de Veracruz, los proyectos hidroeléctricos
El Naranjal y Veracruz han sido impugnados, entre otras cosas, por
este motivo. Ejidatarios y pequeños propietarios de los municipios
de Fortín, Amatlán de los Reyes, El Naranjo, Cuichapa, Omealca y
Yanga, se oponen a la construcción de la hidroeléctrica El Naranjal,
que afectaría la producción agrícola en 106 hectáreas de tierras
productivas en las que se siembra café, plátano, maíz y frijol, por la
desviación del agua del río (Sainz, 2012). A diferencia de otras presas,
El Naranjal no es una presa de inundación sino de derivación, lo que
significa que el agua del río Blanco sería desviada y canalizada para
alimentar las turbinas de la hidroeléctrica; ello afectaría directamente
al ecosistema ribereño y a las comunidades que ahí se localizan.
En la Sierra de Zongolica, la hidroeléctrica Veracruz, a cargo de
Comexhidro y de la empresa Electricidad del Golfo, S. de R.L de C.V.,
afecta a productores nahuas de los municipios de Zongolica, Mixtla de
Altamirano y Texhuacan, por el desvío del agua del río Apatlahuaya,

120
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

también conocido como Altotoco (Agencias, 2013). La población de


la zona se ha movilizado por este motivo desde 2011; sin embargo, sus
reclamos no han sido tomados en cuenta y la obra se sigue llevando
a cabo.

Afectación a actividades productivas por transformación del entorno

Algunos casos de conflictividad se generan por la oposición a


transformaciones del entorno (inmediato o remoto), ya que esto podría
provocar (o provoca) la afectación de las actividades productivas que
son fuente de sustento de numerosas familias. En nuestro recuento
contabilizamos 15 conflictos que presentan este argumento. Nos
referimos a casos en los que se cambian las condiciones físicas
y/o químicas de los ríos y esteros con la construcción de centrales
hidroeléctricas y con proyectos mineros ubicados cuenca arriba; a las
playas y zonas costeras, afectadas por los grandes proyectos turísticos
y la privatización de las playas; o bien a barrios y colonias de zonas
urbanas, donde se construyen grandes tiendas y centros comerciales.
En Escuintla, Chiapas, pobladores del ejido Nueva Francia e
integrantes de la asociación civil Escuintla es Nuestro, A.C. han dado
una importante batalla desde el año 2011 en contra de la explotación
de barita, titanio, oro y fierro en su territorio. Entre las diversas
impugnaciones a este proceso extractivo a cielo abierto, mencionan
las posibles afectaciones por azolvamiento a los esteros de la Reserva
de la Biósfera La Encrucijada, ubicada cuenca abajo, lo que acabaría
con la actividad pesquera de la que dependen numerosas familias de
la zona (Escuintla es Nuestro, A.C. 2012). Un argumento similar se
esgrime en el conflicto contra la construcción de la presa Las Cruces,
en Nayarit; por ello la obra es rechazada tanto cuenca arriba como
cuenca abajo (Redacción, 2011).
Las represas proyectadas en el río de Los Pescados, afectarían
a numerosos prestadores de servicios turísticos de Jalcomulco,
Veracruz, pues modifican el curso de las aguas donde se practican
deportes acuáticos; en Oaxaca, agricultores y pescadores de las
comunidades Los Reyes, Paso Canoa y Santa Úrsula, en el municipio

121
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

de Tuxtepec, se opusieron de manera firme a la construcción de


una central hidroeléctrica en la presa Cerro de Oro, financiada por
la Corporación de Inversiones Privadas en el Extranjero a través
de sus filiales Conduit Capital Partners, Comexhidro y Electricidad
del Oriente, en tanto dicho proyecto modificaría el ecosistema,
provocando, a su vez, la erosión de suelos y el azolvamiento de zonas
pesqueras (Comunidades Afectadas por el Proyecto Hidroeléctrico
Cerro de Oro, 2012; Fundar, 2013).
No toda la afectación socioambiental que impacta sobre las
actividades productivas —ni tampoco todas las reacciones sociales
contra ella— se presenta en los ámbitos rurales; en las ciudades,
la construcción de supermercados y megatiendas afecta el entorno
urbano, lo transforma, lo degrada en términos ambientales y destruye
la actividad económica de los pequeños comercios; a su vez, esto
modifica la vida social de los barrios y las colonias (Puga, 2010a).
Así se vivió y se expresó en los casos de conflicto suscitados por
la instalación de diferentes tiendas de la cadena Walmart en Xico,
Veracruz, Cuetzalan, Puebla y Cuernavaca, Morelos, y de una tienda
Soriana en la misma entidad en el municipio de Yautepec (Mendoza,
2012; León, 2010).
Vale la pena destacar el caso de la Bodega Aurrerá rechazada
en la cabecera municipal de Cuetzalan, Puebla, porque iba contra
lo establecido en el Plan de Ordenamiento Territorial Integral
aprobado por el pleno del cabildo en diciembre de 2010. En este
Plan de Ordenamiento, Cuetzalan puso un candado a la entrada de
Walmart o de cualquier otro consorcio comercial que pudiera afectar
la dinámica local, sus patrones de consumo, las prácticas comerciales,
e incluso, la producción y venta de productos de la región. El caso sin
duda es interesante, ya que la oposición a la instalación de una tienda
se acompaña de un proceso político de construcción de mecanismos
para el manejo y el control territorial, a partir de las especificidades
socio-eco-territoriales consensadas colectivamente.

122
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

Afectación a actividades productivas por contaminación

Además de impugnar la destrucción de los espacios de producción


económica y reproducción sociocultural, en la conflictividad socio-
ambiental encontramos conflictos que surgen por la afectación directa
a la producción agrícola y pesquera generada por la contaminación
de agua y/o tierras de cultivo. Algunas afectaciones se desprenden de
decisiones de gestión pública;10 mientras que otras, las más, se vin-
culan a otras actividades productivas. En Jalisco, Michoacán y Puebla
se han producido confrontaciones entre comunidades y las siguientes
empresas mineras, por los daños que su actividad ha provocado a los
cultivos: Minera Metalúrgica Tapalpa, S.A de C.V, en el municipio de
Tonaya, Jalisco (Covarrubias, 2011); Gan-Bo Mineral Internacional,
SA de CV en el ejido Tequesquitlán, municipio de Cuautitlán de García
Barragán, Jalisco (García Partida, 2012; Tetreault y Darcy, 2013);
consorcio ítalo-argentino-indio Benito Juárez Peña Colorada, SA de
CV, de las firmas Ternium y ArcelorMittal, que explota el yacimiento
de hierro más grande del país localizado en el ejido Ayotitlán, tam-
bién municipio de Cuautitlán de García Barragán (Arenas, 2012);
Cementera Cruz Azul y Minera Frisco, ambas en el estado de Puebla
(Asociación Ecológica Eco Tuzuapan, A.C., 2009; Alfaro, 2013).
En Tabasco, campesinos chontales de Cunduacán, Huimanguillo
y Nacajuca han dado una larga batalla contra Pemex por la con-
taminación de sus tierras de cultivo; mientras que campesinos de
Jalpa de Méndez y Nacajuca han hecho lo propio en el mismo estado,
debido al incendio del Pozo Terra 123 (Ruiz Sandoval, 2014). Por
otra parte, grupos de pescadores de la Ribera del Río Balsas, en el
municipio de Lázaro Cárdenas, Michoacán, enfrentan a la empresa
química Fertinal, SA de CV, cuyas descargas de aguas residuales
afectan seriamente su actividad productiva. El conflicto entre Fertinal
y los pescadores se ha mantenido por años y, a pesar de que se han
entablado diálogos y firmado acuerdos, la situación persiste (Mora,
2013; Toledo y Bozada, 2002).

Véase Carta Abierta de Autoridades Lacanjá Tzeltal, Nuevo Lacanjá Tzeltal y Zona
10

Lacandona, 2011.

123
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

En una situación muy parecida se encuentran los pescadores y pro-


ductores de mango de Petacalco, municipio de La Unión en Guerrero,
quienes desde el año 2000 han estado movilizándose en contra de la
contaminación generada por la central termoeléctrica Plutarco Elías
Calles (Barrios, 2014), y los pescadores de la laguna de Tampamacho-
co, en el municipio de Tuxpan, Veracruz, debido a las descargas de la
termoeléctrica Adolfo López Mateos, ambas operadas por la Comi-
sión Federal de Electricidad (González, 2012). Según denuncias de los
afectados en Tuxpan, la termoeléctrica ha impactado la producción
pesquera hasta en 80%, lo que resulta escandaloso dado que ésta es la
actividad económica de la que dependen cerca de 600 familias (Agui-
rre, 2013).
Resulta interesante comparar la forma en que han sido enfrentados
ambos casos contra la cfe. En Petacalco la paraestatal, con el apoyo
del gobierno del estado de Guerrero, en diversos momentos negoció
con los afectados un paquete de programas sociales y productivos
en compensación del daño, sin que ello implicara hacerse cargo de
la situación. En Veracruz, La Sociedad Cooperativa de Pescadores
del Puerto de Tuxpan de Bienes y Servicios, S.C.L de C.V interpuso
en 2005 una demanda penal por 1 500 millones de pesos contra la
empresa, para obligarla a remediar el daño y evitarlo en el futuro.
Tras siete años de lucha, entrega de pruebas, peritajes y estudios,
finalmente en 2012, el Juzgado Séptimo de Distrito de Veracruz,
emitió una sentencia favorable a los pescadores y contraria a la cfe
(Redacción, 2012). Hasta el momento, nadie ha obligado a la empresa
a cumplirla.
Por último, pero no menos importante, tenemos la lucha sostenida
que, desde 2012, han dado los apicultores de Campeche, Yucatán y
Quintana Roo contra la autorización de la Secretaría de Agricultura,
Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) a
la empresa transnacional Monsanto para la siembra de 253 500
hectáreas de soya transgénica en estos estados y en Chiapas, Veracruz,
Tamaulipas y San Luis Potosí. El principal motivo del conflicto es el
impacto que esta siembra tendría sobre la producción apícola de la
península de Yucatán, donde se produce 40% de la miel que México

124
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

exporta hacia el extranjero. De aprobarse la siembra de transgénicos


la miel se contaminaría y dejaría de ser comprada por los países
europeos, lo que afectaría de forma directa a más de 20 000 familias
que dependen de esa actividad (ma ogm, 2013).
Los impactos sobre las actividades productivas son impugnados
porque perjudican directamente la reproducción material de los
afectados, pero también, como hemos visto, porque en algunos casos
estos mismos afectados consideran que limitan o imposibilitan su
reproducción sociocultural. En nuestro recuento de conflictividad
socioambiental registramos 43 casos en que, explícitamente, se
alude a la identidad y a la cultura como objetos de afectación (y/o
defensa). ¿Cómo impacta la afectación ambiental sobre la cultura y la
identidad? ¿Qué es lo que está amenazado y qué es lo que se defiende?
En 34 de los 43 casos en que se denuncia la afectación de aspectos
identitarios y culturares se reporta despojo o destrucción de territorio
(79%); en 26 (60%) se denuncia la afectación a las actividades pro-
ductivas que sostienen sentidos identitarios, mientras que en 14
casos (32%) la defensa de la identidad y la cultura se vincula con la
defensa de sitios sagrados o emblemáticos en riesgo de destrucción:
los bosques templados del Estado de México, en los casos de los
conflictos suscitados por los proyectos carreteros Toluca-Naucalpan,
Tenango del Valle-Ixtapan de la Sal y autopista Lerma-Tres Marías;
los vestigios arqueológicos del Cerro de la Tortuga, municipio de
Zacatepec, y los que se encuentran en Yautepec, ambos en Morelos;
el centro histórico de Xico, en Veracruz, el pueblo de Cuetzalan, en
Puebla y el de Temacapulín, en Jalisco; los sitios sagrados: Wirikuta,
en San Luis Potosí; la ruta ceremonial del río San Pedro en Nayarit; el
Valle Sagrado Otomí-Chichimeca en Querétaro; la ruta sagrada en la
Sierra de los Huicholes, en Jalisco; los sitios ceremoniales y las capillas
de indios en Guanajuato; así como la Isla del Rey, en Nayarit.
La defensa de la identidad y la cultura tiene que ver con la defensa
de las formas de vida material e inmaterial, de las prácticas cotidianas,
del espacio donde se producen y de las representaciones que lo
construyen. Remite también a la defensa del lugar como espacio de
la diferencia, en el sentido planteado por Escobar (2010). Es decir,

125
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

el lugar como espacio construido por esa diferencia y que a su vez


la garantiza. La defensa de la identidad y la cultura refiere también
a la temporalidad: concierne al pasado, el presente y el futuro de
las colectividades; habla del enojo ante la destrucción de los sitios
arqueológicos (en tanto emblema cultural), pero también de la
indignación que surge ante aquello que atenta contra lo que se hace
y lo que se es hoy, y ante la oferta de una vida precaria para el futuro.
Defender la identidad y la cultura es, en definitiva, posicionarse frente
al poder hegemónico y resistirse a ser avasallado por él; significa,
entonces, defender la historicidad, como lo sugiere Touraine (1995);
es decir, defender un proyecto histórico, una forma de ser-hacer (en)
la historia.

Reflexiones finales

A la luz de los datos aquí mostrados podemos concluir que, bajo el ar-
gumento del progreso y el desarrollo, se busca avalar el proceso de des-
territorialización-reterritorialización generado por la expansión del
capital (Haesbaert, 2011). Los campesinos, pescadores, prestadores
de servicios y habitantes de las ciudades que protagonizan los casos de
disputa que aquí presentamos tienen claro, empero, que el desarrollo
no es para ellos y por eso se oponen a la destrucción de su fuente y
forma de vida, a la pérdida de su territorio, que no se reduce al espacio
físico, sino que se vincula de manera estrecha con las formas a través
de las cuales se apropian de él y lo ocupan colectivamente, y también
a los contenidos simbólicos que le dan sentido (Raffestin, 1986). La
promesa de un empleo precario no seduce siempre.
Muchas luchas en defensa de las actividades productivas y los es-
pacios donde éstas se desarrollan, son luchas en defensa del espacio en
tanto ámbito de producción y reproducción social, como producto y
como productor de las relaciones sociales en el sentido que lo plantea
Lefebvre (1974). La defensa del espacio es, por tanto, la defensa de las
relaciones que lo configuran y, también, de los sentidos que se cons-
truyen en torno a él y le dan soporte. La defensa del espacio puede

126
CONFLICTOS SOCIOAMBIENTALES EN MÉXICO

leerse como el deseo de controlar los procesos económicos, sociales,


políticos y culturales que lo producen en un marco de relaciones
de poder. Así, los no a las minas, a las presas, a las carreteras, a los
gasoductos, no deben ser interpretados como una resistencia al cam-
bio por la nostalgia del pasado, o por una condición de atraso, como
si ésta fuera una característica natural e intrínseca de los pueblos y
comunidades campesinas y urbanas del país. La contundencia del
no refiere a una oposición rotunda y consciente a la normalización
de un proyecto que genera fuertes ganancias para los menos y vidas
precarias para los más.
Hemos revisado en este trabajo el impacto que genera la afectación
ambiental sobre las actividades productivas y la cultura y que es
impugnado en los 162 casos de conflictividad. Nuestra intención no
ha sido la de presentar un listado de agravios, sino más bien la de
mostrar cómo la afectación ambiental construye estos últimos, ya sea
a través del despojo, bien afectando de forma directa las actividades
productivas con la destrucción y/o contaminación de los medios de
producción (agua, tierra, bosques, cuerpos de agua, zonas costeras),
o bien vulnerando los espacios sociales, en sus prácticas, sus re-
presentaciones y sus lazos comunitarios. No se buscó, insistimos,
hacer un recuento de daños, sino documentar los objetos de defensa
que se enarbolan en las luchas socioambientales.

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DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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133
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

134
Un punto y una línea en el territorio
Mayeli Sánchez Martínez 1

E n matemáticas “un punto sólo tiene una posición. No tiene lon-


gitud, anchura o grosor” (Rich, 1991); por lo tanto, un punto
es en sí mismo un lugar en el espacio, no hay materia en él.
Un punto matemático en este universo no es más que la posibilidad. Un
punto en el territorio es, en cambio, la representación simbólica de la
materia en flujo, de la vida, tal vez es por esto que empresas y gobiernos
guardan recelosamente la información geográfica de sus proyectos.
En 2011, el pueblo wixárica inició una batalla contra la empresa
minera canadiense First Majestic Silver Corp., que decidió hacer un
proyecto de explotación de minería a cielo abierto en el Cerro del
Quemado, lugar sagrado en que los wixáricas “consumen peyote para
hablar con sus dioses: la madre Tierra, el abuelo Sol, el padre Fuego,
para que les indiquen su función en esta vida” (Ferrer, 2011). Una
de las grandes interrogantes que existían en ese momento era cuál
sería la ubicación exacta de la concesión minera, información que por
ley debía ser pública pero que la Secretaría de Economía guardaba
cautelosamente.
Una vista rápida a las solicitudes realizadas al Instituto Nacional de
1
Integrante de Acción Directa Autogestiva (ada.org.mx). Correo electrónico: ac-
ciondirecta@ada.org.mx

135
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Acceso a la Información (inai antes ifai) permite ver la cantidad de


solicitudes y conocer la ubicación geográfica de las concesiones mine-
ras en toda la república. Esta información pública, vital para producir
decisión sobre los territorios, estuvo “secuestrada” en manos del go-
bierno, de empresas y de algunos particulares durante muchos años;
fue hasta 2014 que la Secretaría de Economía entregó el archivo con
las coordenadas geográficas de las concesiones mineras ante una soli-
citud del inai (antes ifai), poniéndola disponible como “datos abier-
tos”.2 A pesar de esto, aún existen muchas comunidades que desconocen
que el espacio que habitan ya ha sido concesionado a alguna empresa.
Al igual que en el caso del pueblo wixárika, muchas de las luchas
socioambientales que se han levantado en México narran cómo se
enteraron de la amenaza sobre sus territorios cuando los proyectos
ya estaban en marcha. Por ejemplo, cuando la maquinaria entró, o
cuando comenzaron a llegar a hacer mediciones de diferentes tipos,
topográficas o ambientales; también relatan el esfuerzo realizado pos-
teriormente por las comunidades para obtener información sobre
esos proyectos, entre la que destaca la información relativa a datos
geográficos, fundamental para entender las consecuencias que con-
llevan tales proyectos o para iniciar acciones jurídicas.
En el caso mexicano, el derecho a la información pública inició una
de sus primeras batallas legislativas con la necesidad de garantizar el
acceso a la información ambiental. Así, en 1996 se publicó la Ley Gene-
ral de Protección y Equilibrio Ecológico, que intentaba responder a la
Declaración de Río de Janeiro generada en el marco de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
(cnumad). En este sentido, por primera vez se reconocieron dos
cosas: a) en los casos en que sean afectadas, las comunidades deben
participar en la toma de decisiones vinculadas con el medio ambiente
y b) toda la información sobre el medio ambiente existente a nivel
nacional (incluyendo materiales y actividades peligrosas para las
comunidades) de que dispongan las instituciones gubernamentales
deber ser pública (Guadarrama-Martínez, 2016).
2
Véanse solicitudes 0001000100314 y 0001000012514. Para descargar los datos se
puede visitar http://minerasenmicomunidad.org/ sitio alojado solidariamente por
mayfirst.org
136
UN PUNTO Y UNA LÍNEA EN EL TERRITORIO

Actualmente el derecho a la información se encuentra garantizado


en el artículo 6 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, que indica:

Toda persona tiene derecho al libre acceso a información plural y


oportuna, así como a buscar, recibir y difundir información e ideas de
toda índole por cualquier medio de expresión.
Toda la información en posesión de cualquier autoridad, entidad, ór-
gano y organismo de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, órga-
nos autónomos, partidos políticos, fideicomisos y fondos públicos, así
como de cualquier persona física, moral o sindicato que reciba y ejerza
recursos públicos o realice actos de autoridad en el ámbito federal, estatal
y municipal, es pública y sólo podrá ser reservada temporalmente por
razones de interés público y seguridad nacional, en los términos que fijen
las leyes. En la interpretación de este derecho deberá prevalecer el principio
de máxima publicidad. Los sujetos obligados deberán documentar todo
acto que derive del ejercicio de sus facultades, competencias o funciones,
la ley determinará los supuestos específicos bajo los cuales procederá la
declaración de inexistencia de la información.

Para hacer efectivo este derecho, en 2002 se publicó la Ley Federal de


Transparencia y Acceso a la Información Pública (abrogada en mayo
de 2016 y sustituida por la Ley Federal de Transparencia y Acceso
a la Información Pública), creándose un organismo independiente
que se encargaría de velar por este derecho: el Instituto Nacional
de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos
Personales (inai antes ifai).
En la práctica, el acceso a la información pública resulta algo
sumamente burocrático e ineficiente para la población. En este
sentido, cabe señalar que el principal mecanismo para acceder a la
misma es vía un portal de internet. A ello se agrega que las unidades
de enlace no dudan en declarar que la información es inexistente,
se encuentra reservada o no está en su posesión. Por otra parte, en
aquellos casos en que la información aparece como disponible los
formatos no permiten realizar análisis útiles con ella; esto se pone de
manifiesto en el caso de bases de datos, que en vez de ser entregadas

137
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

en hojas de cálculo o en formatos apropiados, como tablas, son entre-


gadas como imágenes.
Ello empeora, por un lado, con la transición hacia lo que se conoce
como “gobiernos abiertos”, pues traslada lo que es una obligación del
Estado al marco de la “buena voluntad” con el argumento de trans-
parentar información que cumpla con el criterio de ser “útil”;3 y, por
otro lado, con los cambios derivados de la reforma energética, que
nuevamente cierran información vital para la seguridad de las pobla-
ciones y el medio ambiente, poniendo a las empresas y los objetivos
comerciales por encima de las comunidades. A modo de ejemplo po-
demos señalar que la reforma energética contempló la creación de la
Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (asea), ahora responsable
de evaluar los aspectos ambientales de los proyectos del sector hi-
drocarburos. Anteriormente correspondía a la Secretaría de Medio
Ambiente y Recursos Naturales la evaluación de las Manifestaciones
de Impacto Ambiental, la cual de acuerdo el Artículo 31 de la Ley
General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente tenía la
obligación hacer que esa información estuviera disponible.

A manera de ejemplo: la historia de un gasoducto

A finales de 2013, un grupo de pobladores de la comunidad náhuatl


de Cuacuila (municipio de Huauchinango, estado de Puebla) denun-
ció la construcción de un gasoducto que pasaría muy cerca de la co-
munidad. Buscando información al respecto estos pobladores se
acercaron a investigadores sensibles y comprometidos de la Universi-
dad Autónoma de Puebla, quienes a su vez, convocaron a un grupo
más amplio y multidisciplinario de profesionistas para atender el caso,
con quienes tuve la fortuna de poder colaborar. Durante el proceso
de investigación logramos encontrar la Manifestación de Impacto
Ambiental (mia), “Sistema de Transporte por Ducto de Gas Propano
Comercial entre la Terminal de Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz,
3
Véase por ejemplo Joel Salas Suárez, “Epílogo. Breve historia del gobierno abierto
en México”, disponible en: http://www.gobiernoabiertomx.com/pdf/gobierno-
abierto-epilogo.pdf [consulta: 9 de julio de 2016].

138
UN PUNTO Y UNA LÍNEA EN EL TERRITORIO

y la Terminal de Atotonilco de Tula, Hidalgo, 30VE2004G0025”. Cabe


destacar que, a diferencia de otras mia, la liga directa de internet para
conocer la correspondiente a este gasoducto no estaba disponible en
ese momento.
Cucacuila es una comunidad de casi 4 000 habitantes que, a decir
de sus pobladores, se rige por usos, costumbres y creencias, organi-
zándose en comités y grupos de acción para la división de tareas y
áreas de influencia. Cuando se decidió la construcción del gasoducto
no se llevó a cabo un proceso de consulta previa. Ello ocurrió aun
cuando se trata de una comunidad indígena y la legislación reconoci-
da internacionalmente establece que, en el caso de pueblos origina-
rios, éstos tienen el derecho a ser consultados previamente. En los
hechos es bien sabido que, como en este caso, las consultas nunca se
realizan o se simulan (López-Bárcenas, 2013; Martínez-Espinoza,
2014). Así, los pobladores narran cómo un día vieron llegar la ma-
quinaria y que se comenzaron a hacer trabajos muy cerca de su comu-
nidad, quitando del camino árboles, milpa y destruyendo manantia-
les. De ahí su larga peregrinación para entender qué pasaba.

El proyecto

El 30 de septiembre de 2004, la empresa Gasoductos Mexicanos, S.A.


de C.V. presentó una Manifestación de Impacto Ambiental (mia) en
la que indicaba que el proyecto consistía en un ducto de 260 kilóme-
tros de longitud (Figura 1), que atravesaría 26 municipios de cuatro
estados de la República Mexicana —Veracruz, Puebla Hidalgo y el
Estado de México—, partiendo de la Terminal Portuaria de Alma-
cenamiento y Distribución de Gas Licuado de Petróleo ubicada en
el puerto de Tuxpan, Veracruz, hasta las instalaciones de la Planta de
Distribución y Almacenamiento de lpg localizada en Atotonilco
de Tula, Hidalgo. Adicionalmente, se señalaba que dicho ducto ten-
dría un ramal hacia las instalaciones de la Refinería de Pemex en Tula,
Hidalgo.
De acuerdo con la mia, el trazo de la obra cruza el área natural

139
140
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Figura 1. Trazo del gasoducto que atravesaría 26 municipios de cuatro estados de la República Mexicana:
Veracruz, Puebla, Hidalgo y Estado de México.
UN PUNTO Y UNA LÍNEA EN EL TERRITORIO

protegida Cuenca hidrológica del Río Necaxa, la Región Terrestre


Prioritaria (rtp) 102 Bosques Mesófilos de la Sierra Madre Oriental,
las Regiones Hidrológicas Prioritarias (rhp) 76 del Río Tecolutla y,
en menor medida, la 69 Llanos de Apan. En el mismo documento se
anexa una respuesta del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(inah) que menciona que en la zona existen 521 sitios arqueológicos
ubicados en las proximidades del lugar en que se realizaría la obra. Un
ejercicio simple que delimite el área de impacto a partir del Estudio
de Riesgo Ambiental adjunto a la mia muestra que, de ocurrir un in-
cidente grave, 21 sitios arqueológicos podrían ser afectados de forma
directa. Este hecho, por sí solo, debió ser considerado por la Semarnat
para solicitar cuando menos un cambio de trazo e impedir la reali-
zación de la obra; sin embargo, la mia fue aprobada.
Con esta información, a inicios de marzo de 2014 los pobladores
iniciaron un juicio de amparo ante el Juez Primero de Distrito en
el estado de Puebla. Al momento del juicio, la vigencia de la mia
había vencido, ya que la empresa tenía dos años para construir todo
el proyecto y no se presentó evidencia de que se hubiera solicitado
una prórroga. Por otra parte, durante el juicio, el peritaje ambiental
demostró que se había producido daño a manantiales, mal manejo de
las zonas de desmonte de árboles, constatando, además, la peligrosa
cercanía del ducto a menos de 200 metros de la casa más próxima de
la comunidad.
La obra fue suspendida temporalmente gracias al juicio de amparo
y se mostraron evidencias tanto del riesgo al que estaban expuestos
los pobladores por la cercanía del gasoducto como de los daños am-
bientales causados durante su construcción. Sin embargo, para dar
trámite a la suspensión definitiva de la obra del gasoducto el Juez
Primero del Distrito ordenó la publicación de ciertos edictos en de-
terminados medios; el valor de la publicación de tales edictos en estos
medios superaba los 40 mil pesos y, como los pobladores no pudie-
ron conseguir ese dinero, la obra siguió su camino.

141
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

El contexto

Después del fallido plan de Vicente Fox de poner en marcha las reformas
energéticas,4 en el periodo de Felipe Calderón se logra presentar un
plan de seguridad energético (Gutiérrez, 2014) desarrollado por la
Secretaría Nacional de Energía (Sener), que en 2010 dio a conocer
las perspectivas del mercado de gas natural para los siguientes 15
años (Sener, 2010). Esta publicación destaca que el gas natural es la
tercera fuente de energía a nivel mundial y que representa una forma
de energía más limpia en comparación con otras, como el carbón.
El informe contiene la prospección de la configuración del sistema
de transporte de gas natural (Figura 2), en la cual es posible ver la
intención de conectar el territorio desde el Golfo hasta el Pacífico,
desde el sur hasta el norte. Para 2012, la misma secretaría presentó
la Prospectiva del Mercado de Gas Licuado de Petróleo 2012-2026
(Sener, 2012). Este informe contempla la terminación del ducto de
gas lp del Centro Procesador (cpg) de Gas Poza Rica a la Instalación
de Recepción, Guarda y Entrega Atotonilco, con la finalidad de des-
plazar la producción de este cpg hacia el centro del país.
Sobre la proyección de la demanda de gas natural, la Sener pro-
nostica un aumento de 2.4% anual en el territorio nacional (2010); sin
embargo, para el gas lp prevé solamente un aumento de 0.1% y, en
cuanto a la zona centro, el único sector que experimentaría un au-
mento importante en la demanda de gas lp sería el industrial (2012).
Las reformas energéticas implementadas por Enrique Peña Nieto
durante el actual sexenio han vuelto muy alarmante el panorama. El
22 de julio de 2015, el Centro Nacional de Control del Gas Natural
(Cenegas) aprobó el “Plan Quinquenal de Expansión del Sistema de
4
Cabe recordar que, durante su sexenio, Vicente Fox intentó implementar una
política energética que pretendía abrir el gas, la electricidad y el petróleo a la in-
versión de capitales extranjeros, lo cual implicaba hacer una reforma en el tema
legislativo. Sin embargo, nunca logró consolidarla; la falta de capacidad para tratar
con el Congreso, su pobre desempeño en políticas internacionales, la carencia de
un plan de desarrollo tecnológico, entre otra serie de errores, hicieron que en este
sexenio el tema energético no mejorara y, por el contrario, Pemex quedó aún más
debilitado (Gutiérrez, 2011).

142
143
Figura 2. Proyectos potenciales del sistema de gasoductos planteados por la Secretaría Nacional de Gasoductos
(Sener, 2013)
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Transporte y Almacenamiento Nacional Integrado de Gas Natural


2015-2019”, el cual posteriormente fue aprobado por la Secretaría de
Energía (Sener), previa consulta con la Comisión Reguladora. En este
documento se tomaron como factores clave las reuniones de trabajo
de Cenegas y aquello que la Sener considera estratégico (Sener, 2015):

a. Considerar como proyectos de cobertura social los proyectos Lázaro


Cárdenas-Acapulco y Salina Cruz-Tapachula, así como la solicitud de
opinión favorable de la shcp para su desarrollo.
b. Considerar como proyectos estratégicos los siguientes: (i) Colombia-
Escobedo; (ii) Jáltipan-Salina Cruz; (iii) Sur de Texas-Tuxpan; (iv)
Tuxpan-Tula; (v) Tula-Villa de Reyes; (vi) Samalayuca-Sásabe; (vii) Los
Ramones-Cempoala; (viii) Villa de Reyes-Aguascalientes-Guadalajara; y
(ix) La Laguna-Aguascalientes.
c. La instrucción de la Sener a la cfe y Pemex sobre la licitación de los
siguientes 4 gasoductos: (i) Colombia-Escobedo; (ii) Tuxpan-Tula; (iii)
Samalayuca-Sásabe, y (iv) Jáltipan-Salina Cruz.

En el Plan Quinquenal se plantea crear más de 5 150 kilómetros de


gasoductos que se sumarían a los más de 9 356 kilómetros recono-
cidos por la Sener.5 Estos nuevos gasoductos, que ahora mismo si-
guen avanzando representan nuevos riesgos y conflictos. Por ejem-
plo, el 3 de octubre de 2015 se llevó acabo el foro binacional “En
defensa del desierto y el agua. No al fracking” en Chihuahua. En éste
fue posible conocer la preocupación de las comunidades rarámuris por
la construcción del gasoducto El Encino-Topolobampo, que pasará
por zonas ceremoniales. Preocupaciones semejantes expresaron po-
bladores de la región de San Luis Potosí en noviembre de 2015, por la
construcción de un gasoducto de 48’’ de diámetro con una longitud
de 120 kilómetros entre la Estación 11, Veracruz y Tamazunchale,
San Luis Potosí.

5
Este cálculo fue hecho a partir de los datos disponibles en http://egob2.energia.
gob.mx/SNIH/Reportes/ para Pemex Gas y Petroquímica básica → Ductos → Gaso-
ductos (se restaron los que estaban marcados como Fuera de Operación).

144
UN PUNTO Y UNA LÍNEA EN EL TERRITORIO

Notas finales

Es importante destacar que la construcción del gasoducto Tuxpan-


Tula violentó el derecho a la consulta de los pueblos indígenas. Asi-
mismo, su construcción no está contemplada en los Programas de
Ordenamiento del Territorio registrados en algunas de las regiones
que atraviesa y se contrapone con la preservación de ecosistemas con-
siderados relevantes y en los que hay presencia de sitios arqueoló-
gicos. Más aún, si se hiciera un análisis de redes que midiera el efecto
ecosistémico de la red de gasoductos junto con los impactos provo-
cados por otro tipo de industrias, veríamos el desastre al cual nos en-
frentaremos los comunes que habitamos estas tierras. Antecedentes de
efectos secundarios en el deterioro de ecosistemas pueden rastrearse
en casos como el reportado para la construcción de hidroeléctricas,
que no sólo deterioran el ambiente por sí mismas, sino que además
conllevan asociados proyectos de construcción de carreteras o de
caminos que impactan de forma sinérgica los ecosistemas (Tollefson,
2011). En el caso de los gasoductos es probable que generen un efecto
parecido, ya que las modificaciones al ambiente no sólo responderán
al proceso de construcción, sino también a las obras asociadas a ellos,
como caminos o carreteras.
De acuerdo con cifras del inegi, en México en 2007 sólo 59% de la
tierra que podía albergar Bosque Mesófilo de Montaña estaba cubierta
por este tipo de vegetación. La poca importancia que se dio al hecho
de que este proyecto cruzara la rtp 102, precisamente una zona de
bosque mesófilo de montaña, muestra en los hechos que en los planes
de desarrollo impulsados desde el gobierno, la salud ambiental no
está contemplada.
Además, si bien en la naturaleza existen mecanismos de resilien-
cia que podrían absorber parte de los efectos negativos de esta obra,
y que sería posible generar planes de mitigación, los efectos sociales
sólo serán absorbidos por las comunidades, que verán determinada
su gestión del territorio por un proyecto que no las beneficia y que re-
presentará un riesgo constante todo el tiempo que dure su operación.
Nos encontramos nuevamente ante el par dicotómico planteado por

145
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Gutiérrez (2011), entre el Estado y las corporaciones confrontados


con los entramados comunitarios para los cuales lo importante no
son las comodidades mediadas por el dinero, sino la reproducción de
la existencia.
Es claro que el capital requiere la expansión de sus mercados y ha
logrado acelerar los procesos de extracción y el uso de los que debe-
rían ser considerados bienes comunes naturales, generando una gran
diversidad de conflictos socioambientales.6 Sin embargo, como plan-
tea Harvey (2014), no debemos apresurarnos a pensar que la contra-
dicción que implica la destrucción de la naturaleza en sus procesos
de producción para el capital representa su fin; en este sentido, la na-
turaleza no es algo estático, un mero espacio donde habitamos, sino
que está llena de relaciones dialécticas; la naturaleza también es pro-
ducida constantemente.7 Tal vez esto es lo que se evidencia al plasmar
un punto o una línea en el espacio geográfico desde las comunidades:
la emergencia de un territorio que, a su vez, es una lucha simbólica
por mostrar que existimos, que somos parte de este ambiente que el
capital pretende consumir. Desde mi intuición, el reconocimiento del
territorio como categoría práctica de las comunidades en resistencia
no pretende realizar una delimitación superflua de los marcos de ges-
tión sobre los bienes; por el contrario, implica identificar la pertenen-
cia del ser humano a la vida en flujo, es el reconocimiento de los de
abajo de que, cuando vienen por los “recursos naturales”, está en juego
la posibilidad de decidir sobre la forma en que habitamos el mundo;
sin duda, en algunos casos esto lleva a algo más duro que la muerte
6
Véase el reciente análisis de Navarro y Composto (2014).
7
En particular, en las tesis 11, “Desarrollos geográficos desiguales y producción de
espacio”, y 16, “La relación del Capital con la Naturaleza”, Harvey postula la cons-
trucción de un paisaje geográfico por el Capital, que tiene su propia lógica de flujo,
es cambiante e internaliza aspectos específicos de los ciclos de los seres vivos dentro
de sus procesos, a la vez que cuestiona la tendencia a asumir que la consecuencia de
la crisis ambiental representa el fin del capitalismo; además muestra un capitalismo
que se alimenta de todas las crisis y va subsumiendo el ambiente a su paso. Otro
aspecto importante mencionado por Harvey es que existe un Estado funcional a
estos fines, que cerca los bienes comunes ante la propiedad privada, creando las
condiciones necesarias para su división y explotación (Harvey, 2014).

146
UN PUNTO Y UNA LÍNEA EN EL TERRITORIO

individual: la inexistencia, la nada. El cambio en el discurso de las que


se denominaron luchas socioambientales, que transitó de defender la
vida sobre los proyectos de muerte a la defensa del territorio, podría
estar dando cuenta del reconocimiento de que la muerte no es en sí
misma el opuesto que hay que combatir, sino algo más amplio, que
expropia la vida en su conjunto, sometiéndola a la explotación, y
destaca el hecho de que la pertenencia al territorio sólo puede darse
en tanto hay un ser que es parte del mismo; así, el territorio sería una
producción continua.

Epílogo

En 2011 se llamó a ofrendar un Ojo de Dios por Wirikuta. En mi caso,


ése fue el llamado que me llevó a buscar la información geográfica.
Ese año sólo pude escribir un haiku que hasta hoy comparto. Sea pues
este escrito una pequeña ofrenda a la tierra.

Wirikuta

Es el desierto
corazón de la tierra
y ojo de dios.

147
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

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Tollefson, J. “A Struggle for Power”, en Nature, No. 479, 2011, pp. 160-161.

149
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

150
En defensa de lo común y de la vida digna:
horizontes comunitario-populares en México
Lucia Linsalata y Raquel Gutiérrez 1

E l modo de vida capitalista se estructura en torno a una contra-


dicción fundamental que ha condenado al género humano a una
existencia desgarrada y profundamente autodestructiva. Se trata
de la irresoluble contradicción existente entre la lógica del valor capi-
talista y la necesidad de los seres humanos de vivir su vida de forma
digna, preservando las condiciones materiales, los vínculos sociales y
las relaciones de interdependencia que posibilitan la reproducción de
su vida y la del entorno en el que ésta se sostiene (Echeverría, 1998).
Para la lógica del valor capitalista, la vida —humana y no humana—
en todas sus diversidades, posibilidades y creaciones, es sólo un me-
dio, no un fin. Todas las infinitas “creaciones” de la naturaleza (el agua,
los bosques, las plantas, los animales, las montañas, los minerales y los
múltiples elementos que se encuentran en el subsuelo), al igual que
los seres humanos y su capacidad de trabajar, desear, proyectar y
transformar, no tienen valor en sí mismos, sino únicamente como
medio para la valorización del capital (Gutiérrez; Navarro; Linsalata,
2016). En su inagotable ansiedad de ganancias, el capital —este sujeto
1
Lucia Linsalata y Raquel Gutiérrez son profesoras-investigadoras del Posgrado
en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades-buap. Correo elec-
trónico: raquelgutierrez.icsyh@gmail.com, lucia.linsalata@gmail.com.

151
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

automático que parece haber secuestrado el futuro del planeta— bus-


ca cada día más recursos naturales para despojar, más ámbitos de la
existencia para privatizar, más trabajo humano para explotar y ena-
jenar, más vida para someter y refuncionalizar a la lógica del valor. La
racionalidad capitalista no se preocupa por cuidar la vida, ni mucho
menos por garantizar las condiciones de su reproducción. Lo único
que el capital hace con la vida es explotarla, agotarla hasta la muerte,
deformarla, imponiendo a los seres humanos y no humanos un modo
de existencia funcional a su acumulación.
La imposición del modo de existencia capitalista por encima y en
contra de la multiplicidad de modos de vida y sentidos de mundo que
los pueblos del planeta han sabido darse, ha sido y sigue siendo es-
crita, como diría Marx, “con letras de sangre y fuego”. Históricamente,
el capital ha podido afirmar su dominio sólo a partir del despojo siste-
mático de los territorios, de la expropiación de los medios de existen-
cia de los pueblos, del sometimiento de las mujeres y del disciplina-
miento de los cuerpos a las lógicas del trabajo abstracto (Federici, 2013).
Lejos de ser el recuerdo de un pasado lejano, el despojo de los territo-
rios y el recurso sistemático de la violencia siguen siendo los medios
que el sistema capitalista adopta para seguir expandiendo su hori-
zonte de muerte y explotación sobre vastas regiones del mundo.
La ofensiva extractivista (Navarro, 2015) que el capital transnacio-
nal ha lanzado en las últimas décadas sobre México y gran parte de
América Latina, poniendo en riesgo la vida de muchos territorios y la
existencia digna de millones de hombres y mujeres, no es otra cosa
que un renovado intento histórico por volver a imponer a los pue-
blos de América un modo de existencia funcional a la lógica actual de
la acumulación capitalista; un intento por apropiarse de los recursos
presentes en sus territorios y despojarlos de sus medios de vida, de su
cultura, de sus entramados comunitarios y de las posibilidades políti-
cas de autodeterminar su existencia.
La multiplicidad de luchas que hoy se levantan en todo el país y
en el continente para defender los territorios y la vida que en éstos
se alberga, representan, al igual que en los tiempos pasados, el “freno
de emergencia” que los pueblos están intentando activar para detener

152
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

la lógica de devastación impuesta por el capital y hacer estallar “el


continuum de la dominación” (Benjamin, 2005): un enésimo esfuerzo
por defender los bienes naturales que garantizan la vida colectiva y
poner en discusión el modo de existencia capitalista.
Las luchas contra el despojo son, para los pueblos, momentos de
gran peligro, pero también momentos de gran aprendizaje y creación
colectiva. Son momentos en que los pueblos se confrontan contra la
dureza de la dominación y con las contradicciones que los habitan
y los desgarran; sin embargo, a la vez, son momentos de ruptura, de
cuestionamiento, de experimentación, de transformación.
¿Qué se está poniendo en cuestión en la multiplicidad de luchas
que hoy se levantan en defensa de lo común y de la dignidad de los
pueblos? ¿Qué horizontes de transformación están emergiendo en
estos tenaces ejercicios de insubordinación a las lógicas de la rapiña
capitalista?

1. Horizontes comunitario-populares

A partir del estudio de diversas experiencias de lucha en México y


América Latina que durante los últimos veinte años se han levantado
en defensa de los bienes comunes y de las riquezas colectivamente
poseídas y usufructuadas, hemos rastreado ciertos rasgos de los con-
tenidos más profundos anidados en tales flujos de insubordinación y
resistencia (Gutiérrez, 2009, 2015, Escárzaga y Gutiérrez, 2005, 2014).
Hilos de experiencias que nos alumbran el surgimiento de un hori-
zonte de transformación social y política al que llamamos comunita-
rio-popular.
¿Qué entendemos cuando hablamos de horizonte comunitario-po-
pular? La noción de horizonte comunitario-popular (Gutiérrez, 2009)
fue inicialmente formulada en discusión con una idea central del pen-
samiento de René Zavaleta: la de “lo nacional-popular”, desarrollada
en un libro homónimo por el sociólogo boliviano (Zavaleta, 1986) a
fin de comprender las tensiones y dificultades de la abigarrada socie-
dad boliviana en sus empeños —a decir de Zavaleta— por construir

153
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

un Estado-nación moderno. En este texto, el autor se propuso pensar


las relaciones de articulación entre Estado y sociedad civil a partir del
estudio de algunos momentos de crisis y reconstitución de la socie-
dad boliviana, con el fin de alumbrar la “forma Estado” de la Bolivia
del nacionalismo-revolucionario tardío.
En discusión con esta visión preocupada por entender los momen-
tos de crisis abiertos por las luchas sociales en clave estatal, a partir
del estudio de la ola de movilizaciones y levantamientos indígena-
populares acaecidos en Bolivia entre 2000 y 2005, nosotras consid-
eramos que en estos momentos de insubordinación social se iluminó
un horizonte de lucha que rebasó el ámbito de lo “nacional-popular”
pensado por Zavaleta, ampliando los contenidos de la lucha hacia la
prefiguración de una política no estadocéntrica.
Las luchas que han tenido la capacidad de iluminar tal horizonte
político han sido protagonizadas por variopintos y polifónicos con-
tingentes de hombres y mujeres que se han insubordinado, radical
y tenazmente, una y otra vez, contra la expropiación de sus bienes y
recursos colectivos y/o comunes, contra el colapso de sus condiciones
de reproducción de la vida y contra su violenta expulsión o devalua-
ción de añejos dispositivos de producción de decisión política. En
casi todas esas luchas las reivindicaciones y exigencias han sido de lo
más diversas y, con frecuencia, el curso de su despliegue ha quedado
codificado, de manera tensa, entrampándose en marcos de intelec-
ción establecidos desde arriba. Sin embargo, no es esto lo único que
ha ocurrido y nosotras no nos concentramos en estudiar los límites
de las luchas, sino en escudriñar las posibilidades que se anidan en su
potencia desplegada.
Entre los ejemplos más elocuentes de estas luchas se inscribe la
Guerra del Agua acaecida en Cochabamba, Bolivia, entre enero y abril
de 2000. Dicho acontecimiento, desde nuestra perspectiva, alumbró
los contenidos profundos de un renovado horizonte comunitario-
popular que impugnó el orden social, político y económico domi-
nante en sus pilares fundamentales. Al proponerse la defensa de un
bien natural común por excelencia como el agua frente a la amenaza
de apropiación privada de la cual era objeto, la Guerra del Agua rein-

154
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

staló en la discusión política la cuestión central acerca de quiénes de-


ciden “sobre asuntos que a todos incumben porque a todos afectan”,
tal como se decía insistentemente por aquel entonces. A lo largo de
las reiteradas movilizaciones populares que acontecieron en Cocha-
bamba, el rechazo sostenido y belicoso a la privatización del agua,
poco a poco se fue desdoblando y expandiendo hacia un rechazo gen-
eralizado de la privatización, también en marcha, de lo político; esto
es, de la creciente monopolización de la facultad de decidir sobre los
asuntos colectivos y/o públicos.
De esa manera, la Guerra del Agua volvió visibles dos rasgos
centrales de lo que entendemos por horizontes comunitario-popu-
lares: en primer lugar, la disposición colectiva a rechazar el despojo
de riqueza material reforzando o produciendo colectivamente, a lo
largo del tiempo, formas organizativas renovadas para garantizar tal
acción de defensa. En segundo lugar, la habilidad para regenerar y
reapropiarse de capacidades organizativas añejas para la producción
de decisiones políticas sobre asuntos generales (aquellos que “a todos
incumben porque a todos afectan”), que garantizaron una creciente
posibilidad de intervenir y disputar, justamente, los asuntos públicos
de fondo.
El ejemplo de la Guerra del Agua nos permite enunciar muy clara-
mente el contenido de lo que, a partir del estudio de las luchas bo-
livianas, hemos venido llamando horizontes comunitario-populares.
Esto es, un horizonte de transformación que brota de una constelación
de luchas que, en su sintonía básica, dibujan una posibilidad concre-
ta de transformación de la vida social fundada en la defensa y re-apro-
piación tanto de ciertos ámbitos de riqueza material disponible como
de capacidades políticas para producir colectivamente decisiones so-
bre cómo gestionar y usufructuar tales riquezas materiales. Un hori-
zonte cuyos ejes articuladores discurren, por tanto, en torno a dos
dimensiones centrales: la defensa de la riqueza poseída y usufructua-
da en común y la reapropiación de capacidades masivas y eficaces de
intervención en la gestión de la vida colectiva. Tales horizontes tien-
den a rebasar el horizonte simbólico del Estado moderno y, con ello,
de lo nacional popular, en la medida en que ambicionan producir

155
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

formas de organización y de autorregulación de la vida social centra-


das en la capacidad de las colectividades organizadas de intervenir
directamente en los asuntos públicos, a partir de la consolidación de
formas locales de autogobierno y autogestión.
Ahora bien, aclarado el “contexto de surgimiento” de la noción “ho-
rizonte comunitario-popular” y su contenido, en las siguientes sec-
ciones de este ensayo escudriñaremos su pertinencia para el caso de
las luchas mexicanas en defensa de la vida y los bienes comunes. Para
ello, tomaremos como punto de partida el amanecer de 1994, esto es, el
alzamiento de las comunidades zapatistas de Chiapas. Reflexionamos
desde ahí, pues si bien en años anteriores es posible rastrear, princi-
palmente en Oaxaca, algunas tenaces luchas en defensa de bienes co-
munes asentadas en enérgicos esfuerzos de reactualización de añejas
formas políticas colectivas para encargarse de los asuntos propios,2
serán las acciones y palabras de los insurrectos de Chiapas las que
desafiarán con claridad el horizonte nacional-estatal consolidado du-
rante el siglo xx y, de forma más compleja, sacudirán, reactualizando,
tradiciones de lucha populares3 del México profundo, alterando las
claves de su lectura “nacional” y, sobre todo, cuestionando radical-
mente la forma de la relación sociedad-gobierno construida durante
décadas por el nacionalismo revolucionario institucionalizado.
Nuestra apuesta es destacar cómo la lucha zapatista desafió los pi-
lares de la forma estatal sedimentada históricamente en México, que

2
Nos referimos específicamente a la ola de luchas de los setenta y ochenta en de-
fensa de los entonces llamados “recursos naturales” y contra los cacicazgos locales,
que se articuló bajo la clave de “comunalidad” tanto en la Sierra Mixe —por Flori-
berto Díaz— como en la Sierra Norte —por Jaime Martínez Luna. Bajo la clave que
sostenemos, las luchas por y desde la comunalidad comenzaron a hacer visible de
manera compleja un horizonte político más allá del Estado nación, resquebrajando
añejas prácticas políticas y abriendo un tenso escenario de disputa, impugnación-
negociación. Véase, entre otros, Martinez Luna (2013).
3
La noción de tradición de lucha, elaborada a partir de la lectura de E.P. Thompson,
busca alumbrar el conjunto articulado y más o menos coherente i) de supuestos y
creencias que están en la base de diversas acciones de movilización e impugnación
del orden existente; ii) de prácticas y modos de hacer y decidir que sostienen tales
acciones y, iii) de perspectivas y propuestas que se generan, explicitan y discuten
durante los momentos más álgidos de la movilización (Gutiérrez, 2009).

156
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

combinó de manera abigarrada prácticas políticas de inclusión sub-


ordinada, de tutela y de despojo. Consideramos que la atención a este
mosaico dinámico de relaciones, muchas veces antagónicas, orien-
tándonos por sus contenidos populares y comunitarios, contra y más
allá de la explotación capitalista y del Estado-nación, es una clave
fértil para comprender los múltiples mundos populares que habitan
México, sus luchas, así como las multiformes impugnaciones al orden
del capital que ensayan a través de sus acciones y palabras.

2. Horizontes comunitario-populares en México: un acercamiento


desde el alzamiento de las comunidades zapatistas

Antes de reflexionar sobre los contenidos comunitario-populares de


la lucha zapatista y sus desafíos al horizonte nacional-estatal que se
consolidó a lo largo del siglo xx en México, nos parece pertinente
una breve digresión sobre la relación de mando y tutelaje que el Es-
tado posrevolucionario mexicano fue estableciendo con los sectores
campesinos, indígenas y populares del país durante el transcurso de
este siglo.
A partir del gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), el partido-
Estado de la revolución institucionalizada, que condujo los destinos
de México por casi 70 años, tuvo la habilidad de construir un orden
de mando, jerárquico y estable, caracterizado por una relación de tu-
tela de los gobernantes respecto de los gobernados. Tal relación se
construyó históricamente mediante la monopolización por parte de
los gobernantes de i) un conjunto de riquezas materiales que se codi-
ficó en la figura legal de público-estatal, presentada como “propiedad
nacional” (de tierras, aguas, bosques, recursos minerales e hidrocar-
buríferos, etcétera), a ser gestionada por una élite en consolidación y
ii) la prerrogativa de reconocimiento de los interlocutores considera-
dos válidos, legítimos, a través de rígidos dispositivos legales y pro-
cedimentales.
Así conformada, la relación de tutela que el Estado posrevolu-
cionario mexicano estableció con amplios sectores de la sociedad,

157
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

entrañó una radical negación de la autonomía material y política de las


diversas colectividades sociales que habitan la República (Gutiérrez,
2007). Pues, en muchos casos, anudó el acceso a los medios de exis-
tencia a mecanismos administrativos y burocráticos ante los de arriba
y, sobre todo, construyó rígidos dispositivos para fijar y clasificar la
legitimidad de las capacidades políticas colectivas desplegadas desde
la sociedad, al reconocimiento desde arriba de quien interpela las de-
cisiones de los gobernantes.
De las ligas agrarias en lucha por la tierra a la formación de la Con-
federación Nacional Campesina (cnc), de las luchas obreras de las
primeras décadas del siglo xx a la construcción del corporativismo
sindical y de ahí al “charrismo”; la construcción de la relación de
mando-obediencia al interior del Estado mexicano estuvo ligada,
primordialmente, al monopolio gubernamental de la prerrogativa de
segmentar y decidir jerárquicamente sobre la riqueza material colec-
tiva en términos locales y también nacionales; y a la subordinación de
los sujetos que buscaban disponer de ella, a través de acciones contin-
uas de reclamos e interpelación, al reconocimiento estatal y a la acep-
tación de los términos de la tutela. Subordinación y reconocimientos
que se lograban por las buenas o por las malas, empleando múltiples
formas de represión dirigidas a afirmar una y otra vez los términos
del orden de mando.
Así, durante varias décadas del siglo xx, los pueblos y las múlti-
ples tramas colectivas mexicanas quedaron atrapadas en un proceso,
siempre ambiguo y complejo, de estatalización. Las huellas de todo
esto no han sido borradas, sino únicamente alteradas y reacomoda-
das durante las tres décadas neoliberales. En los últimos años hemos
vivido la alteración de los pactos fundacionales de la añeja relación
estatal de mando y obediencia en medio de un cataclismo de “de-
spojos múltiples” (Navarro, 2015) y guerra desatada. Así, a lo largo
de las últimas décadas y más allá de los discursos de la “transición
democrática”, tutela y despojo, se han trenzado de forma aún más des-
carada, produciendo el dramático y largo proceso de descomposición
de la antigua forma estatal que hoy habitamos. La proliferación del
recurso del uso de la violencia cada vez más brutal como medida de
control de la población para garantizar su radical desposesión y ren-

158
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

ovar su tutela por nuevos medios es la continuación perversa de lo


viejo que no termina de morir.
En el marco de esta historia reiterada de subordinación y despojo,
el alzamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(ezln) el 1 de enero de 1994 representó no sólo un desborde sin pre-
cedentes de la relación de tutela que el Estado mexicano había esta-
blecido sobre los sectores indígenas, campesinos y populares del país,
sino también una puesta en discusión, abierta y radical, del imagina-
rio del nacionalismo revolucionario y de la forma Estado como única
forma posible de conducción del cambio social y de regulación de la
vida colectiva. El zapatismo tuvo, entre otras virtudes, la capacidad
de poner radicalmente en cuestión el paradigma revolucionario cen-
trado en la toma del poder y exhibir, ante los ojos de los mexicanos y
del mundo entero, otra forma de concebir la transformación social
y el ejercicio de la política. Otra forma que impugnaba abiertamente el
orden económico capitalista articulado en torno a la forma política
estatal, en la medida en que aspiraba a eliminar radicalmente la sepa-
ración entre gobernantes y gobernados, y a ampliar lo más posible la
capacidad política de los pueblos para reapropiarse de las riquezas
materiales disponibles y gestionarlas autónomamente.
Los rasgos centrales de esta ruptura emergieron con claridad des-
de la madrugada del alzamiento, cuando los zapatistas hicieron pú-
blicos su palabra y su horizonte de lucha a través de los documentos
contenidos en El Despertador Mexicano, el órgano informativo del
ezln. Este documento contenía, además de la Primera Declaración
de la Selva Lacandona, el conjunto de las leyes revolucionarias que
los zapatistas lanzaron al pueblo mexicano para que se sublevara y
las hiciera propias.4 De la lectura de este primer documento, pode-
mos recabar tres ideas claves a las que los zapatistas se han mantenido
fieles a lo largo de su camino, pese a que las han ido elaborando y
nombrando de forma distinta en la medida en que han transformado
su lenguaje y consolidado su práctica autonómica; tres ideas que, en
nuestra opinión, alumbran claramente lo que podríamos llamar el
horizonte comunitario-popular de la práctica política zapatista:
4
Para un análisis exhaustivo del contenido de El Despertador Mexicano se aconseja
la lectura de Hernández (2015).
159
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

1. En primer lugar, desde el inicio del alzamiento, los zapatistas


no se asumen como una vanguardia revolucionaria. Por lo contrario,
rechazan la idea misma de vanguardia como el elemento más avan-
zado del pueblo que puede conducirlo hacia su liberación. Pues, la
noción de vanguardia trae consigo la idea de la toma del poder estatal
y de la construcción ex novo de una sociedad liberada. Los zapatis-
tas, en cambio, plantean desde el principio que los pueblos pueden
liberarse sólo si se hacen cargo de su liberación a través de un ejerci-
cio continuo y constante de autoorganización. Esta idea aparece muy
claramente en la “La Ley de Derechos y Obligaciones de los Pueblos
en Lucha”, en la que el ezln dice abiertamente que su objetivo como
organización armada no es el de encabezar un gobierno revoluciona-
rio, sino que los pueblos puedan decidir, libre y democráticamente,
sobre sus formas de organización y gobierno, a partir de sus propias
costumbres y acuerdos (Hernández, 2015: 48-51).
Ahora bien, este planteamiento ha llevado a los zapatistas a reco-
nocer y legitimar la existencia de múltiples formas de organización
y lucha y, por lo mismo, de múltiples sujetos susceptibles de volverse
revolucionarios. A pesar de ser una organización mayoritariamente
indígena, desde el inicio del alzamiento los zapatistas se han dirigido
hacia un sujeto de lucha amplio y heterogéneo al que, con el paso de
los años, han nombrado como los y las de abajo; esto es, la multiplici-
dad de hombres, mujeres y pueblos organizados que habitan “el lugar
del oprimido, del despreciado, del explotado, del despojado”5 y que,
en sus diferentes luchas, ensayan y buscan caminos para rebelarse y
desafiar el orden dominante.
En tal sentido, para los zapatistas la transformación social se pu-
ede ir generando sólo a partir de la emergencia de una multiplicidad
de luchas capaces de impugnar el orden dominante a través del cul-
tivo de una práctica política centrada en la autoorganización popular
y en la consolidación de formas de autogobierno que trasciendan e
impugnen tanto la tutela estatal como la supuesta dirección de una
vanguardia revolucionaria.

5
http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2013/01/26/ellos-y-nosotros-v-la-sexta/

160
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

2. Otra idea clave del zapatismo, que está presente desde el alza-
miento y que emerge claramente de la lectura de las leyes revolucio-
narias, es que los pueblos tienen el legítimo derecho a recuperar el
control sobre las riquezas disponibles y sobre los bienes comunes de
los que han sido sistemáticamente despojados. Quizá, la ley que más
visiblemente expresa este horizonte es la Ley Agraria Revolucionaria,
no sólo por la radicalidad de su contenido, sino también por el hecho
de que su emisión fue acompañada por la recuperación masiva de
tierras por parte de las comunidades bases de apoyo zapatistas; re-
cuperación que se convirtió en la base material de la formación, pri-
mero, de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (marez) y,
posteriormente, de los Caracoles.
En su camino de lucha, los zapatistas han insistido repetidamente
en el hecho de que la recuperación del control sobre la tierra y el te-
rritorio ha representado la base material a partir de la cual ha sido po-
sible edificar el camino de la autonomía y de la construcción de una
vida digna para los pueblos. La noción de vida digna en el zapatismo
está asociada directamente con la posibilidad para los pueblos de con-
servar, defender, generar, producir y reproducir en común, las condi-
ciones materiales, espirituales y simbólicas que les permitan seguir
siendo lo que son y elegir libremente lo que quieren seguir siendo.
3. Tal elección en el horizonte zapatista sólo es posible si los pue-
blos recuperan, junto con el control sobre las riquezas disponibles, la
capacidad de decidir colectivamente sobre el uso de tales riquezas a
través de la práctica del autogobierno y del mandar obedeciendo. La
tercera idea que podemos encontrar desde el principio del alzamiento
es, en efecto, la idea de que el horizonte del autogobierno implica la
producción o actualización de formas políticas arraigadas en la capa-
cidad de producir decisiones comunes y traducirlas en una práctica
de gobierno que se ciñe al mandato colectivo. La práctica zapatista
del mandar obedeciendo reactualiza y se hace portadora de una con-
cepción radicalmente distinta de la delegación del poder, clave de la
forma liberal de lo político. La práctica zapatista del mandar obede-
ciendo se arraiga en la cultura política comunitaria de diversos pue-
blos latinoamericanos; y visibiliza una concepción de lo político en la

161
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

cual, el poder, la autoridad de quienes asumen un cargo o una función


electiva está permanentemente bajo control pues se ciñe a múltiples
procesos de negociación, interacción colectiva y deliberación asam-
blearia. Es decir, es una práctica política que busca ampliar la capaci-
dad colectiva de decidir sobre los asuntos comunes y, simultánea-
mente, evitar la concentración monopólica de las decisiones en ma-
nos de unos cuantos.
Tras el alzamiento zapatista, estas ideas en conjunto alumbraron
un horizonte de lucha que quebró radicalmente el horizonte simbóli-
co que el Estado nación mexicano logró consolidar durante el siglo
xx en torno a la relación de tutelaje y control establecido con las or-
ganizaciones populares, indígenas y campesinas. Esto contribuyó a
la apertura de la imaginación colectiva y de la práctica política de los
pueblos y de las colectividades organizadas, hacia el reconocimiento
y la experimentación de otras formas políticas donde quienes tuvie-
ran el derecho de decidir sobre la vida colectiva fueran las personas y
comunidades reales organizadas según sus necesidades, sus criterios,
sus acuerdos y sus sentidos de vida.
Desde la madrugada del 1 de enero de 1994, los ecos de estas rup-
turas han seguido resonando con fuerza en las luchas que, una y otra
vez, los pueblos de México han tenido la capacidad de levantar para
poner un límite a la rapiña capitalista y seguir reafirmando el control
colectivo sobre las riquezas comunes. En las páginas que siguen, en-
sayaremos un breve recorrido por algunas de ellas.

3. Luchas en defensa de lo común y por la


reconstrucción de prácticas de autogobierno

A lo largo del siglo xxi, en múltiples regiones de la geografía me-


xicana se han desplegado reiteradas luchas en defensa de lo común
que, además, se han esforzado de múltiples formas por impugnar las
relaciones de tutela y subordinación empujadas desde el Estado, re-
construyendo con más o menos éxito y amplitud prácticas de au-
togobierno. Tales esfuerzos han ido socavando desde abajo la antigua

162
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

forma política estatal mexicana; la cual, desde arriba, también fue im-
pugnada, primero en el marco de la transformación económica neo-
liberal y, más aún, a partir de la llamada “transición a la democracia”
después de las elecciones de 2000.
En esta sección revisaremos muy brevemente tres importantes lu-
chas en defensa de lo poseído en común: tierra, agua y bosque, dis-
tinguiendo lo que consideramos rasgos comunitario-populares. Co-
menzamos haciendo mención a la vigorosa ola de levantamiento
popular y movilización protagonizada por ejidatarios y pobladores
del municipio de Atenco en defensa de sus tierras y territorio ame-
nazados de despojo tras el decreto expropiatorio del 22 de octubre
de 2001. Cuando se pretendió obligar a los ejidatarios a vender sus
tierras por causas de supuesta “utilidad pública” a fin de destinarlas
a la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México,
los hombres y mujeres del pueblo de Atenco no sólo expresaron con
fuerza su rechazo a tal medida sino que paulatinamente se dotaron
de nuevas capacidades políticas. Por decreto, en 2001 se determinaba
la expropiación de 5 391 hectáreas, afectando a 4 375 familias de la
zona oriente del Estado de México. El 70% de las tierras expropiadas
se ubicaban en Atenco, el resto en Texcoco y Chimalhuacán. Ante la
amenaza de expropiación, el 23 de octubre de 2001, los ejidatarios
se movilizaron, organizados en el Frente de Pueblos en Defensa de
la Tierra (fpdt), bloqueando la carretera Texcoco-Lechería y con-
frontándose fuertemente contra las fuerzas policiales. Fue una movi-
lización de todo el pueblo de Atenco, a la que siguieron innumerables
marchas y diversas acciones de protesta. Tales acciones abrieron un
debate público de gran envergadura y concitaron una gran solidari-
dad y apoyo. Ante la tenacidad de la lucha de Atenco y la tendencial
confluencia en el ánimo social de insubordinación contra desfavora-
bles decisiones impuestas desde arriba por el primer gobierno del
pan, el decreto expropiatorio fue derogado el 1 de agosto de 2002.
Esta potente lucha contra el despojo y en defensa de la tierra y el
territorio, también por su cercanía a la Ciudad de México, así como,
insistimos, por la perseverancia y radicalidad de sus protagonistas

163
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

tuvo, a nuestro entender, dos consecuencias muy relevantes: genera-


lizó una importante discusión pública, seguida de una ola de impug-
nación muy amplia sobre las prerrogativas gubernamentales a deci-
dir sobre la riqueza colectiva; en este caso, sobre el uso y destino de
las tierras bajo amenaza de expropiación. Además, tras dejar sin efec-
to el decreto expropiatorio en 2002, la energía de la lucha del pueblo
de Atenco fisuró la renovada alianza entre la fracción gobernante de
la élite y otros grupos político-empresariales de larga data, esto es,
desafió un pilar central del arreglo cupular para la ya mencionada
“transición”.
Así, la de Atenco es una lucha central, que descarriló el afán de re-
construcción de un esquema gubernamental neoliberal desde arriba
por vías “institucionales”. Exhibió que el desmantelamiento desde arri-
ba de ciertos códigos de la forma estatal mexicana no sería aceptado
sin una enérgica resistencia. La lucha de Atenco puso en el centro del
debate público la defensa de las tierras y recursos obtenidos por los
pueblos en añejas luchas y el rechazo completo a la llamada “moderni-
zación” liberal del país. Visibilizó, también, en una de las puertas de
la Ciudad de México, una forma de participación política fundada en
los pueblos, en sus asambleas y organizaciones propias, exhibiendo
sus potentes capacidades de autoorganización.
Reverberaciones de estos esfuerzos inaugurales en defensa de lo
común y contra la expansión capitalista neoliberal, se encuentran asi-
mismo en los levantamientos y luchas ocurridos en Ostula y Cherán,
Michoacán, enfrentando circunstancias políticas mucho más difíciles,
dada la generalización de la violencia militar explícita y desbocada
que se desparramó por el país a partir de 2007.
Santa María Ostula es un comunidad indígena organizada en
torno a una “cabecera” ubicada en el municipio michoacano de Aqui-
la, que cuenta con una porción de costa en el Pacífico sobre la carrete-
ra que va del puerto de Lázaro Cárdenas en Michoacán al de Manza-
nillo en Colima. La comunidad de Santa María Ostula está organizada,
además de la cabecera, en 22 “encargaturas” o poblados adscritos,
que han sufrido la sistemática invasión de tierras por “pequeños
propietarios” protegidos por élites locales desde varias décadas atrás.

164
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

En el lugar conocido como La Placita, la reiterada invasión de tierras


comunales, cada vez más asociada a grupos paramilitares y a otras
fuerzas policiales y armadas, fue confrontada por los comuneros de
Ostula el 29 de junio de 2009, en un durísimo levantamiento que
incluyó una confrontación armada contra los invasores y sus fuer-
zas paramilitares a fin de recuperar las tierras expropiadas de facto.
Según la narración de Pedro Leyva Domínguez (Leyva, 2014: 73-
80), tras múltiples esfuerzos legales fallidos por detener la invasión
de sus tierras comunales, los habitantes de Ostula, hartos de la ex-
propiación y de la violencia que poco a poco invadía su territorio,
organizaron un levantamiento para recuperar las tierras despojadas
y echar a los invasores. Fue un largo esfuerzo por recomponer lazos
y regenerar la autoridad de la asamblea comunal, a fin de organizar
la defensa de su territorio y garantizar sus propias vidas. Leyva lo ex-
presa con las siguientes palabras:

De esa forma nos empezamos a levantar y fuimos cada vez más y más. Fui-
mos a ver a los comisariados. Fuimos a ver al jefe de la vigilancia, quien
se encargaba de ver qué problemas hay en los linderos, pero él andaba
enredado en los partidos políticos en lugar de mirar los problemas de los
linderos de nuestros terrenos (ibid.: 74).

La lucha ha continuado después de 2009 de manera sangrienta, sobre


todo cuando los comunarios desgarraron con sus acciones las añejas
prácticas “negociadoras” de la forma política estatal mexicana, co-
menzando a desbordarlas, autoorganizándose para encargarse de los
problemas y reconstruyendo formas de autogobierno:

Al día siguiente [del levantamiento] ya empezamos a tener negociaciones


con el gobierno. Pero después de todo eso, nos pedían que nos saliéra-
mos de la comunidad para negociar; pero nosotros dijimos: “Si tienen
ganas de venir a negociar, vengan aquí al paraje, al lugar del conflicto”
(ibid.: 78).

Tras la instalación de retenes en torno a las tierras recuperadas, en

165
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

ocasión de la detención de funcionarios de la Secretaría de Gobierno,


éstos expresaron: “‘Nosotros somos del gobierno’ y nosotros le con-
testamos: ‘Éste es el gobierno de la comunidad’ y los bajamos del
auto” (idem.).
Tan sólo dos años después de estos hechos, otra emblemática ac-
ción de levantamiento y rebelión en defensa de la vida y la riqueza
común sacudió la meseta purépecha en Michoacán. Se trata del levan-
tamiento de Cherán, ocurrido el 15 de abril de 2011. Cherán, situada
al poniente del estado de Michoacán, cuenta con casi 25 000 hectáreas
de tierra forestal que había sufrido una gran devastación cuando ta-
lamontes y grupos armados comenzaron a saquear de manera brutal
los recursos comunes, controlando a la población a partir del terror.

Entonces, ante tanta inseguridad, y ante el panorama de saqueo, los po-


bladores de Cherán decidimos poner un alto, lo que generó, el pasado
15 de abril de 2011, una situación de emergencia (Campanur, 2014: 59).

La situación de emergencia fue, en realidad, un levantamiento en de-


fensa de sus recursos saqueados y sus vidas amenazadas:

En la madrugada de ese 15 de abril la comunidad se organizó y bloqueó


las entradas y salidas por donde se llevaban la madera y, aunque la ma-
yoría de las personas escaparon, detuvimos a cinco taladores que estaban
protegidos por grupos armados (ibid.: 59-60).

En esta ocasión, la lucha del pueblo purépecha de Cherán en defensa


de sus recursos comunes se desplegó como esfuerzo colectivo por re-
construir capacidades políticas:

Como la situación de emergencia continuaba [...] la asamblea se replan-


teó sus derechos históricos como pueblo y decidió recuperar una prác-
tica tradicional, un ejercicio que se conoce como la ronda tradicional,
destinada a la vigilancia y protección (ibid.: 60).

También se formó una “Comisión de Honor y Justicia”, inicialmente

166
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

para hacerse cargo de asuntos internos y del “diálogo con el gobier-


no”, y se propuso una reconstrucción integral de los bosques. Comen-
zaron, además, diversos trámites legales por el reconocimiento de sus
autoridades y por el respeto de sus “usos y costumbres”.
Como en los casos anteriores, si las acciones de defensa han sido
difíciles, más dura todavía está siendo la impugnación y ruptura con
algunas de las formas estatales de ejercicio del mando político anti-
guo. Sin embargo, la permanencia de la lucha en Cherán ha llevado
a la regeneración tendencial de prácticas de autogobierno no exentas
de tensión, donde una de las principales tareas sigue siendo la auto-
protección.

A manera de conclusión

A lo largo de las páginas anteriores, de manera muy rápida, hemos


presentado algunos rasgos de las más notables acciones de levanta-
miento y movilización contra los afanes expropiatorios de las rique-
zas colectivas ocurridas en México en los últimos años. Leemos tales
acciones de lucha bajo la clave alumbrada por la insurrección zapatis-
ta, buscando entender los hilos más potentes para la reconstrucción
de un horizonte comunitario-popular en México. Tal ejercicio busca
recuperar lo que queda oculto, como posibilidad y esperanza, bajo el
manto de sangre que la violencia generalizada ha lanzado sobre el país
entero. Son tres elementos fundamentales, a nuestro juicio, los que
reverberan en estas luchas sintonizándose con las enseñanzas del za-
patismo:

1. La autorrecuperación de la calidad de sujeto político colectivo


de diversos pueblos y comunidades, más allá del reconocimiento
estatal.

Este rasgo, cultivado también a través de sistemáticos esfuerzos or-


ganizativos de nuevo tipo —como la generación y cuidado del Con-
greso Nacional Indígena (cni)—, y de forma más explícita en luchas

167
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

muy sangrientas como la ocurrida en San Juan Copala entre 2009 y


2012 (López Bárcenas, 2009), ha ido resquebrajando la clásica forma
política mexicana de inclusión subordinada a las prácticas y modos
estatales que reconstruye relaciones de tutela. La autonomía política
del Estado, en casi todas las luchas recientes —las que mencionamos
en este trabajo y otras muchas— se ha convertido en una clave que
alumbra caminos que van más allá de lo nacional-popular.

2. La importancia del resguardo y protección de los bienes y rique-


zas comunes para usufructo colectivo, confrontando la amenaza
de despojos privados.

3. La centralidad de construir formas políticas renovadas que ga-


ranticen, justamente, la gestión y usufructo adecuados de dichas
riquezas, de acuerdo a la renovación de prácticas colectivas de pro-
ducción de decisiones políticas comunes.

Así, la ofensiva extractivista (Navarro, 2015), que se fundamenta en la


descomunal ola expropiatoria en múltiples niveles que hemos vivido
a lo largo de la última década, ha puesto en el centro las luchas por
lo común, en defensa de lo colectivamente poseído y usufructuado.
La dureza y amargura de los tiempos que corren no debe hacernos
perder de vista, pues, la potencia que se anida en tales acciones de
defensa y los variados aprendizajes generados durante tales luchas.
Hasta cierto punto, la posibilidad misma de abrir nuevas vetas de
comprensión y práctica de lo político se fundan en la centralidad que
en estos tiempos ha adquirido la defensa de los bienes y riquezas co-
munes como fundamento de la garantía de sustento más allá y en
contra de las imposiciones de la expansión capitalista.
Estos tres nuevos sentidos de las luchas fracturan desde abajo pi-
lares básicos de la forma nacional-estatal mexicana —que son, tal
como ya argumentamos— la concentración de recursos materiales
que habilitan relaciones de tutela sobre gran parte de la población y la
monopolización de la prerrogativa de reconocer a los sujetos políticos

168
EN DEFENSA DE LO COMÚN Y DE LA VIDA DIGNA

legítimos.6 Se vislumbran, de manera difícil, las claves de otro hori-


zonte político al que llamamos comunitario-popular, en tanto rompe
la relación de tutela cuyo sistemático desafío ha sido uno de los ras-
gos de lo popular en México, al tiempo que se combina con el difícil
cultivo de prácticas políticas colectivas para hacerse cargo de asuntos
comunes, es decir, que disputan ámbitos de autogobierno a nivel local
y, por lo mismo, desafían desde múltiples flancos las antiguas formas
estatales. La violencia desatada en México, según esta mirada, es la
contracara oscura de tales luchas: la reconstrucción parcial de forma-
tos de circulación del mando político por la vía de la brutal violencia
local es, ante todo, una reacción contra lo que las luchas más potentes
comenzaron a proponerse, explícitamente, a partir de 1994. Plante-
ando claves para la comprensión y la distinción de horizontes comu-
nitario-populares en nuestro país, buscamos aportar a la gestación de
cierta sintonía colectiva que nos permita desafiar el caótico estruendo
de la guerra.

Ciudad de Puebla, marzo de 2016.

6
Una explicación más amplia de esta perspectiva se desarrolla en Gutiérrez R.,
“Horizontes popular-comunitarios a la luz de las experiencias de defensa de lo
común en México”, en Linsalata (2016).

169
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

Bibliografía

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171
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

172
La comunalidad, una “eco-política del sur”
ante la crisis de civilización
Víctor M. Toledo 1

I ntroducción

Dos corrientes de avanzada, el pensamiento complejo y el pensa-


miento crítico, confluyen para dar lugar a una mirada científica a la
altura de los complejos procesos del mundo globalizado. Esa nueva
óptica logra resolver dos magnas limitaciones del pensamiento con-
temporáneo. Por un lado, adopta un enfoque integrador, holístico o
interdisciplinario, pues aborda de manera conjunta, no separa, los pro-
cesos naturales y los procesos sociales. Por el otro, trasciende la visión
dominante de una (tecno)ciencia al servicio del capital corporativo,
para adoptar una ciencia con conciencia (ambiental y social) que ya
no busca solamente interpretar al mundo ni transformarlo sino, para
ser más precisos, emanciparlo. Se trata de la ecología política, una nue-
va área del conocimiento humano cuya originalidad la convierte en
un campo potencialmente poderoso en las luchas de la humanidad
por salir del caos global cada vez más evidente al que la ha condenado
la civilización moderna o industrial.
¿Qué proclama la ecología política? Tres tesis, sencillas pero
1
Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, unam. Correo elec-
trónico: vtoledo@cieco.unam.mx

173
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

todopoderosas. La primera es que el mundo actual y su deslizamiento


hacia el caos o el colapso provienen de la doble explotación que
efectúa el capital sobre el trabajo de la naturaleza y el trabajo humano.
Doble explotación que alcanza su máxima expresión en el mundo
contemporáneo. Ambos fenómenos se encuentran indisolublemente
ligados y surgen en el momento en que los grupos humanos generan
sociedades desiguales, donde un sector minoritario explota al resto.
La segunda tesis tiene que ver con la expresión espacial de esa doble
explotación. La escala también determina los procesos actuales, desde
lo global hasta lo local y viceversa. Por ejemplo, hoy es necesario
adoptar la visión de sistema-mundo de Wallerstein (1979-1998), pero
agregándole la “contradicción ecológica” de escala global, cuya situa-
ción es estudiada por miles de científicos en colectivos internacionales
(Hornborg y Crumley, 2007). La tesis tercera deriva de las anteriores y
establece que la sucesión de crisis de las últimas décadas, en realidad,
responde a una crisis de civilización. El mundo moderno, basado en
el capitalismo, la tecnociencia, el petróleo y otros combustibles fósi-
les, el individualismo, la competencia, la ficción democrática, y una
ideología del “progreso” y el “desarrollo”, lejos de procrear un mundo
en equilibrio, está llevando a la especie humana, a los seres vivos y a
todo el ecosistema global, hacia un estado caótico. Tres procesos su-
premos provocadores de desorden aparecen como resultado de la
consolidación y expansión de la civilización moderna: el disloca-
miento del ecosistema planetario (cuya mayor amenaza es el cambio
climático); la inequidad social, y el desgaste, ineficacia y disfuncio-
nalidad de las mayores instituciones, como el Estado, los aparatos de
justicia, la democracia representativa y la difusión del conocimiento.
Se trata de tres expresiones entrópicas (generadoras de desorden)
dentro de las cuales el mundo moderno queda irremediablemente
atrapado (González de Molina y Toledo, 2014).
El caos global que sacude cada vez con más frecuencia a las socie-
dades siempre es doble: ambiental y social. En ambos casos se trata de
fenómenos de oscilación extrema, que aparecen de manera sorpresiva
y en consecuencia incrementan la incertidumbre y el riesgo. En franca
contradicción con la “ilusión sistémica” que cada día construye la

174
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

ideología de la modernidad, los datos duros provenientes de las cien-


cias naturales y sociales indican un desplazamiento del sistema-mun-
do hacia el caos o colapso que, dependiendo de cada país, puede ser
suave o abrupto. Como lo señaló Wallerstein (2015), en las últimas
cuatro décadas han aumentado el desempleo y la inestabilidad geopo-
lítica, y han oscilado locamente los precios de la energía. A lo anterior
se suma el estudio de Thomas Piketty (2014), que mostró cómo en los
últimos siglos se ha incrementado la desigualdad social, fenómeno
confirmado por los reportes sobre la mayor concentración de riqueza
entre los más ricos y entre las mayores cincuenta corporaciones. Por
otro lado, la secuencia de informes del ipcc2 ofrece suficiente eviden-
cia científica del aumento de la inestabilidad climática provocada por
la contaminación industrial, incluyendo los sistemas modernos de
producción de alimentos, además del agotamiento de los recursos
pesqueros, el agua, los suelos, los glaciares, los bosques y selvas, y los
mecanismos de autorregulación ecológica. Mientras los erráticos fe-
nómenos económicos, políticos e institucionales se viven metafóri-
camente como “huracanes, inundaciones o sequías”; los desastres
climáticos, la transformación de paisajes y la pérdida de recursos re-
cuerdan de inmediato a los primeros.

La crisis de la civilización moderna

El mundo moderno está en crisis; ¿cómo salimos de ella? Sólo hay una
pista: recuperando nuestra capacidad de recordar, pues justo el rasgo
principal del hombre moderno es su amnesia, su “pensamiento ins-
tantáneo”, su mirada sobre sí mismo y su estrecha visión circunscri-
ta a su tiempo. Ello significa adoptar una perspectiva histórica que nos
permita desentrañar los significados profundos del presente, que es
la única manera de vislumbrar los futuros posibles. Necesitamos recor-
dar. Por ejemplo, que la modernidad es un invento social de hace ape-
nas unos trescientos años. Un origen difícil de precisar pero que se
ubica en algún punto donde confluyen industrialismo, pensamiento
2
Véase Intergovernmental Panel on Climate Change. Disponible en: http://www.
ipcc.ch/
175
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

científico, mercado dominado por el capital y uso predominante


de petróleo. En la perspectiva de la historia de la especie, de unos
200 000 años, la aparición de la era moderna ocurrió en apenas “un
abrir y cerrar de ojos”. En unas cuantas décadas se pasó de un meta-
bolismo orgánico a un metabolismo industrial. La crispación que hoy
se vive se debe, fundamentalmente, a lo ocurrido en los últimos cien
años, un lapso que equivale solamente a 0.05% de la historia de la es-
pecie humana. El siglo xx ha sido entonces la época de la consolida-
ción del mundo moderno, industrial, capitalista, racional, tecnocráti-
co, y de su expansión por todo el planeta. También ha sido el siglo
de los mayores genocidios, de decenas de millones de seres humanos
eliminados por miembros de su misma especie.
Hoy vivimos ya una crisis de la civilización industrial cuyo rasgo
primordial es la de ser multidimensional, pues reúne en una sola
trinidad la crisis ecológica, la crisis social y la crisis individual, y
dentro de cada una de estas a toda una gama de (sub)dimensiones.
La crisis de civilización requiere de nuevos paradigmas civilizatorios
y no solamente de soluciones parciales o sectoriales. Buena parte de
los marcos teóricos y de los modelos existentes están hoy rebasados,
incluidos aquellos que parecían más avanzados y críticos. Estamos
entonces en un fin de época, en la fase terminal de la civilización
industrial, en la que las contradicciones individuales, sociales y
ecológicas se agudizan y en que la norma son cada vez más los
escenarios sorpresivos y la ausencia de modelos alternativos. Por vez
primera se vislumbra que la humanidad se puede convertir en una
especie amenazada por la extinción.
La clave es recordar todo aquello que el mundo moderno ha de-
saparecido o ha intentado desaparecer (todo lo que no se “desarrolla”
fenece o muere). La clave está entonces en los significados de los
mundos que se ubican antes o por fuera de ese mundo moderno. Las
periferias espaciales y temporales que por fortuna aún existen, subsis-
ten, persisten, como enclaves premodernos o preindustriales.
Durante más de 99% de su historia, el ser humano aprendió a con-
vivir y a dialogar con la naturaleza, al considerarla una entidad sagrada
y al concebir a sus principales elementos como deidades y dioses.

176
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

También aprendió a formar colectivos basados en la cooperación y


la solidaridad, la sabiduría de los más viejos y el uso de una memoria
comunitaria y tribal. La época de oro de la especie humana tuvo lugar
hace unos 5 000 años cuando cerca de 12 000 culturas, distinguidas por
la lengua y distribuidas por todos los hábitats del planeta, aprendieron
a vivir en comunidades o aldeas soportadas por relaciones armónicas
con sus recursos locales. La aparición de sociedades no-igualitarias
cada vez más complejas, permitió el incremento de la población, del
comercio y del conocimiento, pero también desencadenó usos impru-
dentes de los recursos naturales y la explotación de unos pocos sobre
el resto.
La historia que siguió a esa época de equilibrio no ha sido más que
la historia de una doble explotación, social y ecológica, un largo
proceso de degradación y decadencia que alcanza su cenit con el ad-
venimiento de la modernidad. Hoy como nunca antes, a pesar de los
avances tecnológicos, informáticos y sociales (como la democracia),
la especie humana y su entorno planetario sufren los peores procesos
de explotación y destrucción. ¿Qué ha quedado de esta memoria de la
especie? ¿Aún existen ejemplos vivientes de sociedades que contengan
elementos de utilidad e inspiración para una transformación civili-
zatoria? En lo que todavía queda de tradicional en el planeta, 7 000
pueblos indígenas con una población estimada en 400 a 500 millones,
se encuentran las claves para la remodelación de las relaciones sociales
y de las relaciones ecológicas, hoy convertidas en meras formas de
explotación del trabajo humano y de la naturaleza (Toledo y Barrera-
Bassols, 2008). ¿Cómo lograr que esos pueblos nos hablen, nos revelen,
nos compartan, nos indiquen? ¿Qué valores, mecanismos, fórmulas,
les han permitido permanecer durante cientos, miles de años?

La importancia civilizatoria de la comunalidad

Todo lo hasta aquí señalado nos permite comprender y dar el valor


universal que tiene a la idea de comunalidad, que como otras que
brotan de los pueblos originarios (como el buen vivir o la minga)

177
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

contienen un arsenal de visiones, valores y conceptos de enorme


importancia para la regeneración humana en un mundo en crisis.
La comunalidad es la ideología, pensamiento y acción que ha
permitido a las comunidades originarias enfrentar y resolver retos
y problemas tanto históricos como actuales. La cooperación, el
altruismo, la solidaridad y la reciprocidad, son valores que cruzan a
la comunalidad y dictan su devenir y sus relaciones con la naturaleza.
Todos contrastan con aquellos que impone la modernidad industrial,
basada en el individualismo, la competencia, el afán por el poder y el
interés egoísta, y en la idea de dominar y explotar a la naturaleza.
Se trata de un concepto que procede de Oaxaca, que es “el corazón
del México profundo”, pero que no se circunscribe a las culturas de
esa entidad. En esa porción del territorio nacional se halla la mayor
riqueza biocultural del país, los más altos valores de diversidad
biológica (número de especies) y, al mismo tiempo, el mayor número
de lenguas y sus variantes de una población multicultural que ocupa
y utiliza 80% del territorio.

Oaxaca —afirma Martínez Luna (2016)— cuenta en su tercer nivel de


gobierno, establecido en la constitución federal, con 570 municipios. De
estos municipios dependen o están sujetas más de diez mil comunidades.
El régimen político que los identifica como sistemas normativos internos,
se fundamenta para su ejercicio en la comunalidad. Efectuados los
cambios jurídicos necesarios, 418 de los quinientos setenta, se integraron
a las reformas, con la categoría de municipios de usos y costumbres. Esto
supone o evidencia que más de las dos terceras partes de municipios y
comunidades se organizan políticamente bajo normas diseñadas en una
libre determinación interna, a la que no accede el modelo de partido
político como mecánica de elección.

Se trata entonces de enclaves, pequeños y relativamente aislados, que


han logrado sobrevivir al “desarrollo”, es decir a la modernidad, y
que mantienen la vida humana y no humana en pleno siglo xxi bajo
un modelo societario diferente y de pequeña escala.
La comunalidad como fenómeno vivo existe para el mundo, ya
no sólo para sí, desde que el término que lo nombra fue inventado.

178
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

Dos fueron sus primeros inventores (porque seguro vienen más):


Floriberto Díaz de la Región Mixe y Jaime Martínez Luna de la Sierra
Norte. En ambos casos, lo que generó el alumbramiento fue la lucha
social, la resistencia comunitaria y regional: el Comité para la Defensa
de los Recursos Naturales y Culturales de la Región Mixe (codremi)
en el caso del primero; la Organización para la Defensa de los Recur-
sos Naturales y el Desarrollo Social de la Sierra de Juárez (Odrenasij)
en el caso del segundo. En sentido estricto se trata de reflexiones
paralelas surgidas de dos batallas ecológico políticas escenificadas
desde lo local y “desde afuera”. Dos pensamientos de intelectuales
indígenas que, aunque formados en el mundo académico occidental,
retornaron con una nueva mirada a sus lugares de origen. Su talento
analítico y reflexivo hizo el resto. ¿No se trata acaso de una ecología
política concebida desde el Sur profundo, desde una óptica con
capacidad de recordar y, no sólo de eso, sino de elaborar una filosofía
y su praxis a partir de lo concreto, lo cotidiano y lo local? ¿No estamos
ante un pensamiento que abreva de una realidad que procede de un
continuum directo con una historia de larga duración, que por un
conjunto de circunstancias sigue manteniendo relaciones humanas y
de éstos con la naturaleza que se han perdido en el mundo moderno?
¿No estamos ante un nuevo paradigma epistemológico?
La comunalidad toca todos los aspectos de la vida social y socio-
natural, aunque hace especial énfasis en lo ético, lo educativo y en la
gobernanza. Propone, por ejemplo, una innovación pedagógica pro-
funda basada en las raíces, la memoria, el recuerdo y la naturaleza
como realidad que envuelve, que forma, que orienta y que da sentido
a lo colectivo. Igualmente, revisa lo que se entiende por autoridad y
el papel central de la asamblea, es decir, de las decisiones tomadas
colectivamente. Veamos algunos preceptos derivados de la obra de
Jaime Martínez Luna (2009; 2015 y 2016; y http://jaimemartinezluna.
blogspot.mx/p/publicaciones.html ):

Una visión de la vida, que tiene una cosmogonía, un conocimiento orien-


tado a la armonía, tiene un respeto absoluto de la equidad, y del valor de
la autoridad. En la visión naturólatra, la autoridad se construye con el co-
nocimiento, con el respeto, con el obedecer...

179
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

La naturaleza no es tratada como materia, por lo contrario se le encuen-


tra su expresión vital en todas sus manifestaciones. No es tratada como
mercancía, no se le valora con signos de valores humanamente deter-
minados. Habla, se entristece, goza, igual que cada hombre. La naturaleza
es animada, es decir tiene alma. Con ella se comparte la vida, como tal, se
le cuida como a los hijos o a los padres, se le festeja porque vive...

Las leyes naturales hacen del hombre una parte suya. El hombre descubre
en cada elemento natural, la substancia que le mantiene, que le cobija,
que le sana, que lo divierte, que lo asusta, que lo dirige, que le enseña. El
universo del conocimiento es ilimitado. Cada labor que realiza es fruto de
la observación, de la investigación. Todos estos elementos son útil para
algo. Produce nuevos alimentos al reunir componentes y componentes.
Lo transmite a sus hijos y éste a los suyos. El conocimiento no responde a
una necesidad de apropiación, sino al intercambio. La necesidad de vivir
la tienen todos, por ello no hay secretos, no hay propiedad...

En la primera se vislumbra la Comunalidad y una integración a la natu-


raleza, en la otra está la individualidad la que se impone a la naturaleza.
En la primera se guarda la génesis del conocimiento, en la otra, se utiliza
el conocimiento en contra de su génesis...

La Asamblea es la instancia que determina, a partir de la experiencia, y la


esperanza. Los planos económicos, sociales y espirituales, que se desean,
son analizados y determinados en la asamblea. Por lo tanto, todo plan de
trabajo que implique la movilización de la comunidad, y el manejo de los
recursos con que cuenta, deberán ser acordados en la instancia definitiva
que es la asamblea...

Se comparte el aprendizaje y éste es una enseñanza, común social, total. Se


aprende el jugar, el obedecer, el ritual, el bailar, el trabajar, el intercambiar,
se aprende al cumplir, en fin de todo el universo se investiga y se aprende,
llena la multiplicidad de necesidades vitales, no las necesidades de
mercadear...

La pedagogía está en relación a las características del conocimiento. Si


bien la educación escolarizada se funda en el discurso y la educación na-
tural en el trabajo, este aparente antagonismo debe subsanarse integrando
ambas prácticas pedagógicas.

180
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

Pero antes debemos señalar los propósitos específicos de lo que puede


ser una nueva educación. En primer lugar se concibe ésta como la in-
corporación de contenidos regionales, comunitarios, al currículo en
todos los niveles de escolaridad. Es decir, se parte de que la escuela ya
está. Se trata de que ésta sea coherente con su contexto, que deje de ser
una isla, separada de la comunidad. Se trata que la resistencia o la defensa
de lo propio se encaucen en el salón de clase...

Nuestros principios básicos parten de necesarias obligaciones, no de de-


rechos en abstracto, nos orienta la satisfacción de necesidades comunes,
no individuales, por ello nuestro proceder no expone el derecho a la
participación política, se obliga, no expone el derecho a la comunicación,
se comunica en asamblea por obligación, no se vota en secreto para ob-
tener poder, se opina públicamente para hacer autoridad, y esto es obli-
gatorio, no un derecho para obtener poder...

Lo comunal ha permanecido al paso de los siglos. Es una demostración


de que la unión hace la fuerza, y de que todos podemos ser autoridad, si
nuestro comportamiento es bien visto por el colectivo. Los derechos
individuales son respetados pero se procede obligatoriamente en colec-
tivo. El razonamiento es sencillo, si se entiende que lo que se busca es la
solución de problemas comunes, la obligación es moral y éticamente en-
tendida, ya que es un beneficio común...

La comunalidad desde una perspectiva evolutiva

Hay todavía una dimensión más de carácter histórico natural o evo-


lutivo que proyecta las reflexiones surgidas desde las intrincadas
montañas del norte de Oaxaca, enclaves de la no-modernidad, hasta
los escenarios universales de la discusión científica y del debate políti-
co actual. La publicación de la obra de Charles Darwin en el siglo xix
dio lugar a una polémica que se ha extendido hasta la actualidad: ¿Es
el ser humano un individuo por naturaleza individualista y competiti-
vo, o altruista y cooperativo? En plena sintonía con el despliegue del
capitalismo, el darwinismo social dio como verdad científica que los
seres humanos nacieron para competir y ganar en “la cruenta lucha

181
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

por la vida”. Pero fue Pior Kropotkin uno de los primeros en cues-
tionar esa idea al ofrecer evidencias del papel del apoyo mutuo en
las sociedades animales. A ello siguió la sociobiología impulsada por
Edward O. Wilson y otros autores. En su último libro, La conquista
social de la Tierra, Edward O. Wilson (2012) culmina una obra de
más de sesenta años, dedicada al estudio profundo de las sociedades
animales, su origen y evolución, en especial, de los insectos sociales y
sus repercusiones para la sociedad humana. Por la dimensión de sus
aportes y la originalidad de sus descubrimientos, Edward O. Wilson
puede ser considerado el gran evolucionista del último siglo y el más
notable continuador de Darwin (y no los genetistas, bioquímicos o
biólogos moleculares).
La historia no comienza ni termina con la humanidad. Creer lo con-
trario es un acto de soberbia elevada no de la especie humana, sino de
la ciencia o más precisamente de la tradición intelectual surgida en Oc-
cidente. La vida en sociedad tampoco es un invento humano, pues en
el torrente de evolución de la vida existen sociedades animales en al
menos cuatro momentos cumbres: con los invertebrados coloniales,
los insectos, los mamíferos y los primates. No obstante su rareza, el éxi-
to y predominancia de las especies sociales por sobre las especies so-
litarias es un hecho comprobado, a tal punto que hoy por hoy la socie-
dad humana comparte con los insectos sociales, y especialmente con
las hormigas, el dominio de los espacios terrestres del planeta. Hoy
existen más de 20 000 especies conocidas de insectos sociales, no sólo
hormigas, sino abejas, avispas y termes que dominan el mundo de la
pequeña escala por su número, peso e impacto en los ecosistemas. Las
hormigas surgieron hace unos 120 millones de años y en un lapso de esa
magnitud realizaron una verdadera revolución al generar sociedades
complejas capaces de crear colonias o nidos bien defendidos y prote-
gidos, al mismo tiempo que crearon mecanismos avanzados para
localizar y transportar alimentos desde distancias remotas. Este mis-
mo patrón fue reproducido y perfeccionado por nuestros parientes, las
especies de homínidos surgidos hace apenas dos millones de años.
El salto espectacular de una especie solitaria a una especie social ha
comenzado a ser explicado por la llamada selección natural de grupos

182
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

que remonta y enriquece la teoría general de Darwin enfocada en la


selección de individuos. Mientras que esta última permite explicar
la evolución por competencia, la primera exalta la evolución por
cooperación como única manera de generar organización social exitosa.
Por todo lo anterior, ¿no seremos simples hormigas promoviendo y
realizando una revolución por la cooperación, la equidad y la ayuda
mutua? ¿No estamos simplemente escenificando una batalla por la
vida, es decir a favor del proceso evolutivo y en contra de los parásitos
y los depredadores (la élite política y económica que hoy domina y
explota al mundo)? En las últimas décadas, una secuencia de obras
etnográficas, paleontológicas, psicológicas, matemáticas y bioevolu-
tivas muestran que el ser humano es esencialmente cooperativo, tanto
por razones genéticas como culturales. Entre éstas destacan: The Evo-
lution of Cooperation (1984) de R. Axelrod, Hierachy in the Forest
(2001) de Ch. Boehm, y el monumental libro de S. Bowles y H. Gintis,
A Cooperative Species (2011).

Reflexiones finales

Durante 2015, la discusión sobre la comunalidad alcanzó una amplia


cobertura y se hizo visible. Siguiendo a un número especial de la revis-
ta Cuadernos del Sur3 sobre el tema apareció El Apantle,4 una pu-
blicación periódica dedicada a la comunalidad, y la revista Argumen-
tos5 dedicó también un número a este tema. El hecho más significativo
fue, sin embargo, la realización del Primer Congreso Internacional
sobre Comunalidad, que tuvo lugar en Puebla en octubre de 2015,
reuniendo a unos 500 participantes de una docena de países que aten-
dieron 315 ponencias en 60 mesas de trabajo. La trascendencia del
concepto ha quedado certificada por los intensos debates que tuvieron
lugar en ese congreso.6 Lo que aquí hemos tratado de enfatizar es la
3
No. 34, enero junio de 2013.
4
No. 1, octubre de 2015.
5
No. 28, enero-abril de 2015.
6
Véase Primer Congreso Internacional de Comunalidad. Disponible en: https://
www.youtube.com/watch?v=HPZkfN1KZ6w

183
DESPOJO CAPITALISTA Y LUCHAS COMUNITARIAS

importancia ecológico política del concepto y, en consecuencia, su


enorme potencial para la resolución de la crisis de la civilización
moderna o industrial, un asunto que se irá volviendo cada vez más
frecuente y seminal.
Termino con un corolario. De las muchas definiciones de comuna-
lidad, destaco la formulada por Jaime Martínez Luna en su obra Eso
que llaman comunalidad, por su enorme fuerza telúrica y su contun-
dente posición contestataria:

Somos comunalidad, lo opuesto a la individualidad, somos territorio


comunal, no propiedad privada; somos compartencia, no competencia;
somos politeísmo, no monoteísmo. Somos intercambio, no negocio;
diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad también se nos
oprima. Somos interdependientes, no libres. Tenemos autoridades, no
monarcas. Así como las fuerzas imperiales se han basado en el derecho
y en la violencia para someternos, en el derecho y en la concordia nos
basamos para replicar, para anunciar lo que queremos y deseamos ser.

184
LA COMUNALIDAD, UNA “ECO-POLÍTICA DEL SUR”...

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EN DEFENSA DE LA VIDA EN MÉXICO.
Claves desde la Ecología Política se terminó
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Privada Emiliano Zapata 5947,
Col. San Baltasar Campeche, Puebla, Pue.
El tiraje consta de 300 ejemplares.

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