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El zen
y
nosotros
INTRODUCCIÓN
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Desde su más auténtica esencia, siente, cada vez
con más intensidad, que el imperio de las formas de
pensar y actuar con que ha de hacer frente a su vida
en ·el mundo, dejan vacía de sentido su vida interior.
Cuando la fe no le anima, su creciente soledad interior
le arrastra a evadirse de sí mismo y proyectarse en
el mundo exterior. Alienado de sí mismo, le falla el
hálito vital. Angustia y sentimientos de culpabilidad se
adueñan de él. No se explica por qué y, desconcertado,
busca una salida. Pero, en cuanto llega a su manos algún
texto escrito por un Maestro del Zen, algo profundo
parece agitarse en él, como si sintiera la caricia de una
brisa fresca, un aura primaveral que fundiera la capa
de hielo que recubre su ser y suscita, con promesas de
liberación, una nueva vida. En eso está la fuerza de
atracción de las fórmulas y manifestaciones del Zen:
nos prometen la liberación de la miseria que supone el
desconocimiento de nuestra propia vida y ser.
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guardianes de la ortodoxia esclerotizada y, asimismo, es
un reto para los defensores del Sistema, bien instalados
en él y desde el que dominan el mundo sin estridencias
ni resistencias; provoca también la inquietud en aquellos
que vinculan la palabra «realidad» a algo que sea total
mente comprensible para el entendimiento. Lo que nos
aporta el Zen, escapa totalmente al entendimiento.
Pero, precisamente por eso, el Zen tiene una tan
grande fuerza de atracción y está tan lleno de promesas
para cuantos añoramos horizontes más amplios por
ver que nuestra vida se queda prisionera de la perezosa
tranquilidad de conceptos ya hechos y anhelamos esa
vida real que solo hace eclosión cuando acertamos a
evadirnos de las seguridades de lo relativo para saltar a
la aventura del contacto con lo absoluto.
¿Luz de Oriente?
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depende muy poco del grado de desarrollo a que ha
llegado el pueblo griego, así también poco cambia
la importancia del espíritu del Extremo Oriente y
de sus logros, por el desarrollo político, económico
o religioso de pueblos como Japón, China o la India.
Acaso ese desarrollo, que parece tan amenazador para
los testigos supervivientes del antiguo espíritu del
Extremo Oriente, es lo que ha hecho sacar a la plena
luz de nuestra conciencia la ‘importancia que para
nosotros tiene la espiritualidad oriental. Y tanto más,
cuanto que comprendemos que el ímpetu con que los
pueblos orientales asimilan las formas de pensar y vivir
de occidente, no testimonia únicamente la avidez de las
técnicas y productos occidentales por simple afán de
poderío y bienestar, sino que expresa además, a nivel
más profundo, la necesidad de desarrollar finalmente
un sector del espíritu humano que había quedado
descuidado y, sin cuya maduración, tampoco se. es
hombre integral: el sector racional con que el hombre
se adueña teórica y prácticamente del mundo.
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cabal y, también, occidental cabal, sin menoscabo de las
calidades específicamente humanas, deberá aplicarse a
desarrollar en sí mismo todo aquello que inicialmente
le parece oriental y que está a la espera de ser valorado
y explotado.
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desgarrada entre la vida y la muerte, hunde sus
rafees en ese Ser supramundano que somos todos
en lo más profundo de nosotros mismos y en cuya
toma de conciencia reside nuestra principal tarea
y nuestra gran oportunidad. Esa experiencia y su
comprobación presuponen ciertamente la superación
de una inveterada forma de conciencia en la que
vivimos habitualmente. Lo que esto significa como
posibilidad, como exigencia, como vía a seguir y como
logro final, es lo que el Zen enseña de manera válida,
no solo para los orientales, sino también para
nosotros occidentales. Y, puesto que ha llegado para
nosotros el momento de dar ese paso superador, toda
vez que hemos llegado ya al límite, es evidente la
importancia que reviste el Zen para nosotros. Lo
que el Maestro oriental propone al alumno a quien
inicia por ese camino de superación, empujándole
con duros ejercicios hasta límites intolerables más allá
de los cuales brilla una luz totalmente inédita, es lo
que está hoy al alcance de muchos de nosotros; y no
por fuerza de la fatalidad, sino por la misma evolución
total del espíritu occidental. Cada vez son más los
hombres que han llegado a una situación límite
en que no sólo sienten desazón y repulsa frente
a lo que ocurre en su derredor y en sí mismos, sino
que sienten además en su interior los signos pre
cursores de algo Nuevo que trae promesas de libe
rac10n. Pero, así como siempre que surge la vida
entran también en juego fuerzas antagónicas y la
inercia de lo ya adquirido trata de cerrar el paso
a lo nuevo, así también está hoy en acción el poder de
las tinieblas y todas las fuerzas retrógradas para, bajo
capa de honorables tradiciones religiosas y científicas,
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cerrar el paso al mañana que canta. Y, una vez más,
la labor de zapa, clara o disimulada, de la reacción,
es facilitada por el modo nefasto de hablar y actuar de
aquellos que ·no conocen auténticamente lo Nuevo y «lo
expenden a lo barato», poniendo estas excelsas energías
que irrumpen arrolladoras, al servicio de un mundo
endemoniado, mediante desafortunadas prácticas de
conocimiento y entrenamiento.
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que vivimos con nuestra existencia, penetra hasta lo
más hondo de nuestra conciencia.
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sano que respirar, sin el que la vida humana camina
a la asfixia.
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abstruso. Y siempre acecha el peligro, cuando se trata
de compendiar lo inaprensible en imágenes o conceptos
abstractos, de que su significación profundamente
existencial. se desvirtúe en el sentido de objeto a
considerar a distancia.
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ámbito de la vida personal y existencial, marcado por
el dolor y esperanzas humanas, único campo en que
conserva su sentido, valores y vitalidad. Allí donde el
hombre no responde de corazón a una predicación,
esta se convierte en una doctrina cuyos artículos hay
que creer en un verdadero salto mortal del espíritu,
o en una visión del mundo cuya coherencia y validez
está subordinada a los principios de la inteligencia.
De otro modo, ¿cómo es posible que en la actualidad
abandonen sus creencias millones de hombres, por
el solo hecho de que les sobrevienen acontecimientos
y ocurren cosas que no logran armonizar con la
estructura racional de sus ideas sobre la ordenación y
justicia divinas?
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por alto el hecho de que en el seno de la experiencia
religiosa o personal, hay que distinguir radicalmente
entre la vivencia condicionada y puramente individual
del YO limitado en el tiempo y espacio, y esas otras
experiencias personales que brotan del núcleo medular
de la persona y de su misma esencia supraespacial
y supra-temporal. Tales experiencias ya no están
psicológicamente condicionadas o sólo lo están en las
imágenes e interpretaciones que les sirven de marco
y sólo en ese sentido son también «puramente
subjetivas». En su contenido nuclear testimonian una
esencia supramundana del hombre como sujeto
personal. Allí donde ese sujeto habla desde lo más
hondo de su ser, lo que dice tiene validez intemporal.
Por eso mismo la perenne validez de la irrupción
de esta experiencia eclipsa la validez de los demás
conocimientos científicamente objetivos. ¿Cómo, si
no, se explica que los testimonios de los grandes
maestros y místicos, a comenzar por Laotse, hoy como
siempre, hagan tan profundo impacto, con sus axiomas
atemporales en cuantos se encuentran maduros para
estas experiencias?
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con los teólogos, hemos de replicar que, dentro de la
experiencia humana, hay indiscutiblemente algo que
rebasa todas las fronteras de la humana razón. La
vivencia que aporta «ese algo», tanto por lo que se
refiere a sus calidades «a degustar»,. como por lo que
hace a la plétora de energía y sabiduría que de
ella resulta, es tan radicalmente diferente de las demás
vivencias ordinarias, por eminentes que sean, que si
a estas las denominamos psíquicas, naturales, humanas
o mundanas, a aquellas habremos de designarlas como
metapsíquicas, supranaturales, supramundanas y
transcendentes. Sólo en este sentido, utilizaremos en
la traducción castellana los términos de «supranatural»
o «supramundano». La cuestión de si esas experiencias,
en cuanto pertenecientes al marco preteológico de la
piedad natural, deben ser descartadas de la teología
propiamente dicha o si, por el contrario, toda
teología que se aferre a esa dicotomía queda superada
por la experiencia mística del Zen, es cuestión que
rebasa la finalidad de este libro y que no vamos a
tratar. Una cosa hay cierta: sólo podremos acceder al
núcleo central del Zen, si nos abrimos a él desde lo más
hondo de nuestras vivencias es decir desde lo profundo
de nuestra indigencia y llegamos a sentirlo como algo
necesario. ¡O como un presentimiento de plenitud
personal! Si el Zen ha de sernas provechoso,
debemos, pues preguntarnos:
«¿Cuáles son las indigencias y anhelos del hombre
occidental de hoy y cuál es la respuesta que les da
el Zen? ».
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NECESIDADES E INDIGENCIAS
DEL HOMBRE OCCIDENTAL
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Si el ansia de felicidad es la raíz de toda búsqueda, la
meta no es la liberación sino el logro de la perfección en
plenitud de fuerzas y energías, la acabada realización
de la personalidad y la unidad que colma de felicidad;
no la liberación de los dolores de la vida, sino renacer
a una nueva vida; no el paso de la existencia a la
inmovilidad del ser, .sino el tránsito del ser al orden
y a la plenitud. Ciertamente no son ideas orientales,
sino muy occidentales; no budistas, sino cristianas.
Pero el camino hacia todo ello pasa a través de una raya
que todos tienen que franquear: la Gran Experiencia.
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Pero el camino liberador lleva desde las indigencias del
viejo YO a la experiencia del propio ser; y desde ésta,
a la realización de u.n nuevo YO; lleva, a través de la
muerte del YO, a renacer desde lo profundo del ser.
EL HOMBRE, PRISIONERO DE LA
CONCIENCIA OBJETIVA
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individuo, deben, en cuanto puramente subjetivas,
ceder ante la realidad objetiva. Pero ¿cómo y dónde
podrá el ser del hombre y su núcleo original, lograr y
alcanzar la realidad si no es en el hombre mismo
como sujeto personal? Y, si toda pretensión del ser
humano debe ceder ante las exigencias de una vida
encuadrada en el marco exclusivo de ordenaciones
objetivas, quedará finalmente frustrado en sí mismo
y abocado a sufrimientos específicamente humanos.
Solo puede desconocerse el sentido del budismo y de
toda la sabiduría oriental, si no somos conscientes
de esa miseria y del peligro que amenaza al hombre
por parte de la solidificación y afianzamiento de
esa conciencia que lo «objetiva» todo. La sabiduría
liberadora del budismo y del Zen, es consciente de ese
peligro que amenaza al hombre y del camino que lleva
a la liberación del destierro de esa desgracia.
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que se ocupa el Zen. La eficacia, pues, de la práctica del
Zen presupone que se preste atención tanto al modo
de ser del espíritu objetivo, como al peligro y perjuicios
que ese espíritu objetivo comporta.
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pues, debe intervenir la teoría del conocimiento y poner
algo de claridad sobre la naturaleza de la conciencia
objetiva.
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El identificarse el hombre con su YO «fijador de
la realidad» y el aferrarse a las estructuras de la
conciencia objetiva que se apoya en ese YO, tiene
dos consecuencias: una visión totalmente fija, una
«teoría» sobre lo que debe considerarse y aceptarse
como real y una concepción decididamente pragmática
del mundo que decide de lo que tiene importancia para
el hombre y de lo que no la tiene. Y, así como para
el hombre, en la visión e interpretación del mundo,
sólo tiene realidad aquello exterior que es constatable,
así también él mismo no tiene realidad válida sino en
cuanto ser que constata y se afirma en su posición.
Y, todo cuanto hay en el mundo recibe de ahí su
significación positiva o negativa.
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La conciencia que percibe objetivamente y se mueve
entre opuestos (dualismos) al igual que su realidad,
depende absolutamente de la situación fija del YO. Sólo
en relación al centro fijo del YO y a lo constatado por él,
se dan un «aquí» y un «allí», un «antes» y un «después»,
un arriba» y un «abajo». Así, espacio y tiempo son
formas propias de ordenación de esa visión del mundo,
natural al hombre, que radica en el YO «fijador» y que
corresponden exclusivamente a la manera con que la
vida se hace consciente en el YO. Pero ¿qué ocurrirá
si ese YO se esfuma?
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ser del YO. Pero es una mentalidad equivocada. Ser
víctima de ese engaño es muy humano. Pero quedar
prisionero de él y endurecerse en él, pese a la cultura
científica, es específicamente occidental y agrava la
miseria espiritual del Occidente. El reconocimiento
y detección de ese error es una pieza fundamental de
la sabiduría oriental; disipar ese error y mostrar el
camino que nos libere de esa miseria mental, es la
empresa de transcendencia universal del Zen.
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intimidad originaria del Ser, que acuna y refugia
al hombre sin trabajo ni contribución por su parte, se
entenebrece totalmente por el imperio exclusivo de
la conciencia objetiva. Y esta es la situación de muchos
hombres de nuestro tiempo. Pero aquí está la gran
desazón y la piedra de escándalo en que tropieza
el hombre occidental y el reto ante el que se retrae
intimidado: que, para liberar de todo lastre su
auténtico ser, debe poner en cuestión sus modos de
ver que no sólo son portadores de su natural conciencia
del mundo, sino le dan sus capacidades específicamente
occidentales de rendimiento. ¿Cómo salir de ese
callejón sin salida?
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La indigencia existencial
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La sombra fatídica que pesa sobre el YO está en la
perpetua mutabilidad del entorno, la inestabilidad a que
todo está sujeto y, en último término, en la muerte.
La miseria radical de .la existencia: la aniquilación
siempre inminente, la incoherencia desgarradora y la
indefensión, las refiere el YO básicamente a lo mismo,
a la voluntad del hombre de mantenerse seguro dentro
de un sistema coherente y dentro de una comunidad sin
riesgos. Sólo es satisfactoria aquella existencia en que
no pese sobre el hombre amenaza alguna. La existencia
sólo tiene sentido en la medida en que discurra por
cauces ordenados y racionales. Todo gira en torno a que
el hombre encuentre algo sólido en que apoyarse. Por
eso, se aferra a la posición adquirida y se opone a todo
cambio de la posición adquirida; se agarra a lo que
ya posee; defiende toda posición conquistada; se apega
a un sistema de ideas sólidamente establecidas y sueña
con un palacio de cristal en que pueda vivir seguro en
el seno de una comunidad que le considere, y disfrutar
sin molestias de la vida y cuanto le apetezca. Incluso
cuando pone su YO al servicio de un trabajo, o de la
sociedad, lo hace siempre a condición de que le reporte
alguna ganancia. De ese modo, todo saber, posesión o
poder viene a ser símbolo de una concepción de la vida
que en su aspecto físico, en la mentalidad que le anima
y en su confort espiritual se siente al abrigo de toda
inquietud y en la que cabe vivir sin fricción alguna.
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duradero de la forma del YO. Pero el hombre-YO, como
una crisálida, sueña con un paraíso en que no sólo no
haya nada exterior que pueda destruirle, sino en el que
ni siquiera haya mariposa alguna que, precisamente, es
su razón de existir y que al fin hará estallar su capullo.
Pero a este impulso del ser profundo que sólo adquirirá
una fisonomía a través de una constante mutación, le
sale al paso el YO y su voluntad de perduración. Esta
es la miseria humana. Miseria tanto mayor cuanto
el hombre viene a ser víctima de un mundo que él
mismo se ha creado como expresión y al servicio de
la voluntad de afirmación de sí mismo: de ese modo
objetivamente ordenado y que tiene que dominar
técnicamente; el mundo en el que vivimos y, dentro del
que, interiormente, hemos arribado a fronteras en que
ya se nos amenaza con quedar pulverizados por él.
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Si el Ser gana conciencia en el hombre, lo hará mientras
el hombre siga radicado en él, como manantial de la
confianza original en la vida, como confirmación
indiscutida del individuo en la confianza primordial
en la ordenación que le corresponde, como refugio
original en la comunidad de la existencia y en la
paz del corazón. En la medida en que el hombre se
convierte en YO individualista y pierde su contacto
con el Ser, las energías inconscientemente protectoras
y orientadoras del Ser, ceden el paso a objetivos de la
voluntad y búsqueda consciente; p. ej. la búsqueda
de una existencia segura dentro de la que el hombre
edifica por sus fuerzas su saber, riquezas y poder; o
la tendencia a unas estructuras y ordenación cuya
significación entienda y controle y a una comunidad
humana que le proteja en toda circunstancia. De
ese modo la primitiva instalación en el Ser queda
sustituida por una concha artificial del mundo, que
le da seguridad, cuyas coordenadas le son familiares y
cuyos resortes están en sus manos.
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Para el hombre, en cuanto sujeto que sufre y busca
la felicidad y un sentido a su vida y que lleva la
responsabilidad de sí mismo y está abocado a la libertad
personal, el espacio disponible se va constantemente
reduciendo; porque con la creciente despersonalización
de su vida, el hombre se va progresivamente cosificando
y reduciendo a una pieza más en el mundo, a un objeto.
No merecerá otras consideraciones, ni tratamiento, ni
vida mejor. Si se trata de analizarle, como ocurre en
la medicina y psicología clásicas, el campo de visión
se estrecha y limita a aquello que puede reducirse a
simple objeto. En todos los campos de la existencia,
en particular en el del trabajo, es juguete de las
estructuras de un mundo organizado; un pequeño
engranaje en el colosal y omnipresente mecanismo del
rendimiento y producción. Portador exclusivamente de
funciones racionalmente formulables y valorables, su
misión exclusiva es la de funcionar, quedando él mismo
reducido a simple funcionario. Que no es simple cosa,
sino sujeto con vida personal, con sufrimientos y
aspiraciones a su plena realización personal, un ser
individual que aspira a conservar su autenticidad en el
mundo, esto no articula con las estructuras objetivas,
ni interesa a sus funcionarios sino a lo más en la
medida en que las desazones de tipo personal puedan
repercutir en el funcionamiento de la gran maquinaria
objetiva en que es simple peón y debe manifestarse
buen obrero.
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renunciar a su «alma», deberá achicarse para poder
hacerse herramienta o pieza de recambio. Deberá
adaptarse a las exigencias del mundo organizado en
que todo debe ir bien ájustado y funcionar sin roces.
Pero no logrará adaptarse interiormente, si no se
establece como supremo valor esa existencia sin roces.
Pero allí donde la ausencia de roces se erige en
norma suprema, toda repulsa del dolor y sufrimiento
es legítima y todo medio será bueno con tal de
descartar o eliminar el sufrimiento. Así, el hombre
viene a fracasar en el sentido fundamental de la vida.
Si este vivir una vida inauténtica llega a traducirse en
enfermedad o desazón interior, el hombre sentirá el
apoyo de una civilización que cada día se asemeja
más a una gigante fábrica de drogas que posibilitan
al hombre la persistencia, sin dolor, en sus actitudes
equivocadas. Y, lejos de interpretar sus sufrimientos
como un síntoma de los errores cometidos y una
incitación a cambiar de método, sacrificará su libertad
en aras de la ilusión de una vida sin estridencias en
la que ningún lugar queda para una profundidad
transcendente. El hombre adaptado y viviendo sin
fricciones en un mundo así, ya no necesita de Dios y
llega a creerse libre, sólo porque no cae en la cuenta
de su falta de libertad. Ya, nada sabe de las exigencias
radicales de su propio ser, ni de su enraizamiento
en el Ser. Pero puesto que ese su ser es la manera
concreta con que el Ser trata de manifestarse a través
de él y ese impulso de su ser profundo sigue, pese a
todo, presionando interiormente en él, al vivir bajo el
signo de una mentira existencial, viene a caer en una
gran miseria e indigencia personal. En tal caso, si el
hombre conserva un resto de su fe infantil, lo utilizará
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para pedir a Dios las fuerzas para seguir viviendo esa
mentira y legitimará la capa de humildad esa cobarde
evasión de sí mismo.
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profundas reprimidas, afloran en forma de agresiones
inconscientes. Si son reprimidas, repercuten en el
hombre en múltiples formas de depresión e inhibídones.
En la medida en que el hombre pierde conciencia del
transcendente «anclaje» de su ser y que su secreta pero
persistente tendencia no encuentra ya respuesta eficaz
en las fórmulas objetivadas de la fe, se convertirá
más y más en víctima de un mundo funesto. Si ya, de
nada sirven el desentenderse y la evasión, el hombre se
verá obligado a volverse a su interior, a tomar en serio
sus vivencias interiores que hasta entonces despreciaba
y buscará los caminos que le den acceso a una nueva
religión. Este proceso que encamina al hombre hacia
sí mismo, se encuentra hoy muy avanzado. Un proceso
acelerado por el hecho mismo de que por la cosificación
y organización del mundo se va esfumando el núcleo
sagrado de las asociaciones y profesiones en que
primitivamente encontró el hombre apoyo, sentido
y protección.
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todo vive como sujeto en cada uno de los individuos.
La solidaridad y cohesión de los miembros en
el todo tiene un sentido existencial. Gracias a la
identificación del individuo con el todo, vive él, incluso
cuando debe posponer sus aspiraciones individuales,
en la conciencia de su realización personal, que hace
posible una cierta plenitud humana, aunque sea pre-
personal. Sólo cuando esas comunidades se disuelven,
cediendo el paso a lo «colectivo» impersonal, y al
organismo sustituye la organización de orientaciones
exclusivamente prácticas y pragmáticas, todo queda
trastocado. Mirado sólo como funcionario y sujeto de
producción, descartado como «persona», el individuo
se ve abandonado a sí mismo y la cuestión del sentido
existencial de la vida se convierte en un problema que
el individuo debe ineludiblemente resolver por sí
solo. Cuanto más avanza este desarrollo de la sociedad,
y la educación e instrucción no ponen su mira sino en
las capacidades de producción y rendimiento con que
los individuos pueden insertarse en el ensamblaje del
sistema objetivo y asegurar su subsistencia, tanto más
hará aparición, ya desde la juventud, el ser individual
lleno de indigencias y agresividad. El joven e incluso
el niño se verá sacudido por problemas íntimos que
no se presentaban mientras la vida era sostenida y
animada en el seno de la familia. La propia realización
se convierte prematuramente en tema candente y vital
de la persona y la juventud se hace contestataria.
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ideales, normas y convenciones, que pueden parecer
poco dignas de fe y ser simplemente recusadas. Pero
allí donde la sumisión de la tradicional autoridad de
los adultos sigue siendo actuante, y siguen vigentes
las viejas normas y creencias, como urgencia interior,
el hombre viene a encontrarse, si se ve abandonado
a sus propias fuerzas, enfrentado a un duro conflicto
interior. En su convicción de que debe actuar por
su propia cuenta y ser fiel a su propio ser que bulle
pujante en su interior, se ve atormentado por el
remordimiento de enfrentarse a las normas que tiene
tan asimiladas y, al mismo tiempo, si es fiel a esas
normas, un remordimiento frente a sí mismo. En esta
situación, frecuente para tantos, no es posible volverse
atrás, sino avanzar animosamente hacia la única fuente
válida de existencia y decisión personal. Y esta fuente
no es otra que el terreno de las experiencias interiores
y la llamada irrecusable que viene desde ellas. Que esta
rebelión de la personalidad frente a las valoraciones
objetivas decadentes, favorezca también en primer lugar
el reforzamiento de lo instintivo, cuya subordinación a
la ley de la convivencia humana y de los imperativos
espirituales, es indispensable al hombre para su
verdadera evolución humana, es algo natural pero lo
esencial es que en esta rebelión, incluso en el joven,
se manifiesta la rebelión de nuestro ser profundo que
quiere manifestarse y liberarse. En ello, se manifiesta lo
nuevo: el hombre nuevo que ha llegado a su mayoría de
edad. Y ·el paso decisivo que testimonia esta madurez
es la afición del hombre de hoy por las experiencias
supranaturales. La atención prestada a las experiencias
transcendentes es un hito que marca una nueva era.
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Es el fruto de una maduración que, en los extravíos de
la alienación del hombre frente a su ser íntimo, le hace
atento a la llamada y sabiduría de su ser profundo y
le hace añorar una vida que lo sea de veras. Hacernos
conscientes de esa vida es la meta que persigue el
Zen.
SIGNOS DE CAMBIO
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el mundo capaces de colmar ese vacío; porque el pro
blema es muy distinto.
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una certidumbre. Ahora es cuando el hombre puede
prestar seria atención a esas horas estelares de la vida
cuya importancia despreciaba mientras se agarraba a lo
objetivamente tangible. Y desde ese momento, también,
se muestra dispuesto a prestar oído a los testimonios
de aquellos, que antes que él y de manera distinta han
tenido la experiencia de lo que a él le ocurre y la han
tomado como punto de arranque de un camino a lo
largo del cual, lo que él ha experimentado de manera
fugitiva, viene a desarrollarse como el auténtico ser
personal. De ese modo venimos a prestar un oído más
afinado a la sabiduría oriental que nunca ha dejado de
escuchar la voz de esa sabiduría escondida.
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oriente, que no posee algo parecido a la creencia
.cristiana, ni tomó jamás en serio la razón como
medio de encontrar la verdad sobre el sentido y
vocación de la vida, ha desarrollado otra cosa como
fuente de verdadero conocimiento y como sólida base
de la personalidad humana: la aplicación seria a la
experiencia supranatural y a la revelación natural. Es
un don hecho al hombre, que transciende las fronteras
de sus ·fuerzas naturales. Pero ese don sólo produce
sus frutos allí donde el hombre se muestra dispuesto
a prestar seria atención a su vida interior y a la voz
que brota de su conciencia más íntima. Pero lo que
hasta ahora era tenido como una fuente, inaccesible
para nosotros, de sabiduría oriental o como peculio
de ciertos espíritus privilegiados, a saber, que no sólo
debemos creer en una suprema realidad divina, sino
que podemos sentirla en nosotros ya en esta vida,
esto se ha convertido actualmente en una aspiración
vital de muchos e incluso, en muchos también, en una
certidumbre vivencia! de horas inolvidables de ·la vida.
También el hombre occidental tiene horas estelares en
su vida en que el SER penetra hasta lo más hondo
de su intimidad Pero no está debidamente educado
para prestar sería atención y tomar conciencia de lo
que le ocurre.
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Puede producirse al sentirse el hombre desfallecer, al
borde de sus fuerzas, de su saber, de su capacidad de
aguante, y aceptar ese desfallecimiento, dando libre
curso y prestando atención, como a «su peculio
primitivo», a eso nuevo, que brota en su interior con
el hundimiento de «lo viejo». Ello puede producirse
en horas de inminente aniquilación, de resignación a
la muerte, en que repentinamente cede la ansiedad y
el hombre siente en sí mismo una vida desconocida,
en virtud de la cual se siente «en plena forma» e
increíblemente indestructible. Puede producirse en
medio de la desazón ante los absurdos del mundo o
del reconocimiento de las propias culpas. Cuando el
hombre acepta lo inaceptable, soporta lo insoportable,
puede sentir, en esa aceptación y aguante, una nueva
luz que le sitúa ante una nueva aurora; una claridad
que nada tiene que ver con la claridad sobre un asunto
concreto, sino que abarca y rebasa toda otra claridad.
También puede producirse cuando el hombre acepta
una situación de desamparo y abandono en que el
hombre no acierta a vivir. Al aceptar ese desamparo
total, puede experimentar un apoyo básico y profundo.
un sentimiento de solidaridad de la que no puede
decir con quién. Se trata de la primitiva experiencia
de la unidad de todos los seres, en el SER total de
que él mismo participa. Estas inefables experiencias,
esta repentina y totalmente inmotivada vigorización,
iluminación y amor, es expresión de algo arcano que
hoy irrumpe y se revela en el hombre, del SER que se
revela en él y en el que toda existencia, en cuanto vida,
sentido y unidad provechosa, enraíza y se renueva
constantemente.
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¿Quién es capaz de barruntar el número de personas a
quienes los terrores del campo de batalla, de noches de
bombardeos, de prisiones, y campos de concentración,
es decir los momentos más sombríos de la existencia, han
aportado el encuentro personal con la potencia divina
poniéndoles, inesperadamente, en las horas más duras
de la vida, ante un amanecer radiante? Este es el tesoro
escondido ¡en la humanidad de hoy! La experiencia de
«lo totalmente otro», que a tantísimos no sólo les ha
hecho posible soportar lo insoportable, sino además
los ha constituido en testigos de ese ser profundo que
sólo espera a ser presentido en sus signos precursores;
a que sintamos su llamada y que dejemos que irrumpa
en nuestra vida. ¡Cuántos de nosotros han sentido la
inmensa fuerza que surge en la horas sombrías en que
la aniquilación parece inminente, con sólo aceptar
humildemente esa muerte y aniquilamiento! ¡cuántos
han sentido el fogonazo de una iluminación que puede
surgir de la más honda desazón, cuando aceptamos lo
inaceptable! ¡cuántos han sentido el inmenso olvido en
que puede trocarse el total desamparo, si se es capaz de
tolerar lo intolerable! pero ¡qué pocos son conscientes
de lo que les ocurre! Y, sin embargo, para muchos ahí
está la fuente de una nueva esperanza y una nueva fe y
el arranque de la búsqueda ansiosa del camino, patente
al hombre, que conduce a la verdadera vida. Esta fuente
y camino los conoce el Zen.
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y los resultados de las estremecedoras experiencias y
temores de los últimos decenios.
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Vino nuevo en odres viejos
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el nacimiento de una nueva conciencia, el resultado
es nulo es decir no es otro que el del culto ocioso a
una experiencia contraproducente. Esos ejercicios se
convierten en un malsano procedimiento de provocar
experiencias placenteras.
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misma la quietud perezosa, el engreimiento del YO y la
profonación de las energías del SER adquiridas, esos
son los peligros que acechan al que busca, cuando no
procede con la debida seriedad o carece de una buena
dirección.
Aplicación a la Esotérica
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repulsa frente a lo «esotérico» y <<místico», coinciden
con frecuencia, sorprendentemente, los defensores más
radicales de la razón que se alza con el monopolio de la
«realidad», y los defensores de ciertos credos religiosos
que se alzan con la representación de las más excelsas
realidades? ¿Cómo puede ser eso? ¿Acaso porque
ambos a dos consideran la simple posibilidad. de la
experiencia supranatural, en que amanece un Ser que
supera toda razón, pero claramente preceptible como
fuerza supranatural, como ordenación y unidad, no
viendo en ella sino una réplica a la coherencia llena de
lagunas y a la pretensión de totalidad, de la realidad
que unos y otros propugnan? Y no es solamente la
propia experiencia supranatural, sino también ese
impulso consciente y comedido del espíritu que
transciende las fronteras del pensamiento que se mueve
entre oposiciones y dualismos y que, de experiencia en
experiencia, lleva progresivamente a la estructuración
de esa formación y madurez del hombre, en virtud de la
cual se coloca, con todo su hacer y sentir, en la verdad
del Ser que supera las contraposiciones. La sabiduría
esotérica resultante, a diferencia de la exotérica, es
siempre el fruto de experiencias en que la vida queda
inquebrantablemente protegida en lo íntimo del ser
puesto que no se le convierte en objeto. Y sólo entonces
puede tomar la vida, la forma que corresponde a nuestra
verdadera imagen interior.
Pag. 51
en objeto. Así también se convierte en objeto siempre
que reflexionamos sobre nosotros mismos o nos
rendimos cuentas de nosotros mismos. La diferencia,
pues, entre la sabiduría esotérica y exotérica no está en
el tema al que se aplica una conciencia que permanece
inmutable, sino en la conversión de la conciencia
objetiva en «inmanente».
Pag. 52
Como es sabido, el punto de arranque de la experiencia
y enseñanzas de Buda fue el interrogante sobre la
esencia y origen del sufrimiento y sobre la posibilidad
de liberarse del dolor. El núcleo del pensamiento
budista del NO-YO aparece clarísimamente deducido
de lo efímero de los seres todos; y, de la misma manera,
el sufrimiento humano aparece como la consecuencia
lógica de un error, de una ilusión, a saber, de la adhesión
a algo que no tiene en absoluto realidad consistente,
sino que es un malabarismo que engaña a nuestra
conciencia, que «fija» lo que es pasajero y encubre
la verdad. Los escritos de Buda, sobre todo los
primeros, tienen con frecuencia un encadenamiento
lógico y cierta seducción para el occidental. Pero, si tan
fácil es de entender lo que leemos en los escritos
de Buda, ¿por qué fue necesario para descubrirlo la
gran iluminación de Buda? Esta pregunta nos llama
la atención sobre algo que suele descuidarse en las
discusiones que se refieren tanto al budismo como
a las otras religiones: Las doctrinas más excelsas pro
ponen la verdad bajo formas aparentemente claras
y de claridad inmediata, pero en realidad «cifradas» y,
en esa ambigüedad, reflejan el doble aspecto exotérico
y esotérico. Pero, básicamente, y eso ocurre con la
doctrina de Buda, siempre está en juego en lo que se nos
comunica, no un saber corriente, fácilmente captable,
sino una sabiduría iluminada, interior, secreta, es decir
esotérica. Eso mismo ocurre con los rebuscamientos,
grandiosos e ingenuos al mismo tiempo, del tesoro de
las experiencias orientales, cuando el sentido esotérico
de la doctrina budista es propuesto, e interpretado,
desde el punto de vista de nuestra habitual conciencia
objetiva y luego, aunque se le prodiguen algunos
Pag. 53
elogios como de muy humana y noble, se le critica acre
mente y se la desecha despectivamente como engañosa
e híbrida «autorredención».
Pag. 54
es aún consciente de su participación en el Ser y tiene
un ingenuo realismo frente al mundo. Es igualmente
comprensible que se aferre exclusivamente a sus viejos
modos de ver, en tanto que no vuelva a experimentar
la unidad del Ser oculta bajo la disposición y actitud de
su YO. Pero somete irremediablemente su conciencia
a una visión preestablecida y se engaña a propósito de
la posibilidad que ahora se le ofrece de una integración
adecuada de su ser y se engaña sobre la madurez y
cabal evolución humana, si sigue aferrándose a la
validez exclusiva de una concepción de la realidad
basada en el YO disgregador, una vez que ha llegado
a barruntar y saborear el Ser que supera los dualismos
en estas experiencias en que el yo se esfuma y sabiendo
que la seria aplicación a lo que acaba de experimentar
depende de la superación de su vieja visión yo-ISTA
dentro de la que sólo se toma en serio lo que concibe
como objeto.
Pag. 55
Pero nos encontramos tan empeñados en nuestra
seudo-viril identificación con el YO portador de
nuestra conciencia objetiva, que no nos avenimos a
dar cabida a esa otra conciencia más excelsa en que se
saborea el Ser de LO QUE ES con un sabor que traspasa
todo sentido.
Pag. 56
objetivamente conceptuables. Esto es precisamente lo
que enseña el Zen. Si el hombre se acerca al Zen con
una actitud sin prejuicios, pronto experimentará que
el Zen no es exclusivamente oriental, sino que expresa
aquello que siempre fue el manantial perenne de la vida
y a lo que, a partir. de un momento, ya no es lícito ni
sensato cerrarse. El hombre que siente la llamada y el
toque interior de la transcendencia en determinadas
experiencias y no sigue esa llamada, yerra el camino
que se le abría y algún día lo lamentará.
Pag. 57
EL ZEN COMO RESPUESTA
¡Malditos tiempos
de total falta de fe!
los hombres,
faltos de virtudes,
no quieren mejorar.
Alejados de la santidad,
el error los corroe hasta lo más hondo.
La verdad se ha oscurecido
y reina en ellos el demonio.
Abundan los malvados
y enemigos de la verdad.
Y sienten la desazón
de tener que escuchar
las enseñanzas directas
de Aquel, que está en ellos
sin poder acallar ni apagar su voz.
SHODOKA
(«Himno de la experiencia de
la verdad» del Maestro Joka año 800)
Pag. 58
LA EXCELSA DOCTRINA DEL ZEN
Pag. 59
obtenía escasas conversiones auténticas. «Y aun así»,
decía, «a la hora de la muerte, estos hombres no mueren
cristianamente sino a la japonesa». A mi pregunta
de qué quería decir con esto, respondió: «Con estos
hombres ocurre, como si al venir al mundo, apoyaran
un solo pie en la orilla de esta vida y como si a lo largo
de la vida no perdieran la sensación de tener en la otra
orilla su hogar. Por eso, morir no significa más que
retirar el pie que habían posado en la orilla de la vida.
Y eso lo hacen de la manera más natural, serena y sin
angustia».
Pag. 60
naturaleza-Buda. Todo hombre, en el fondo de su
ser, es Buda. Pero no lo sabe. Sin embargo, aunque
lo sepa, toda búsqueda de más amplios horizontes es
manifestación de ese impulso de su ser que le vincula
a su auténtica peculiaridad.
Pag. 61
Trata de la experiencia de ese Ser que todos somos
esencialmente y esa experiencia es el producto de una
determinada conciencia. En efecto, no es otra cosa que
una conciencia determinada; la conciencia en que la
vida toma en el hombre conciencia de sí misma.
Pag. 62
sólida. La sabiduría, pues, que comporta el Zen no es
un saber objetivo, sino conocimiento vivencial. Desde
el momento en que este saber vivencial se concreta en
saber objetivo, el Zen se esfuma. Pero enredados en
nuestro YO y ofuscados por aquello que la actividad
de la conciencia del YO nos presenta como realidades,
permanecemos alejados de esa experiencia. De ese
modo, vivimos y sufrimos en nuestro error hasta el
momento en el que lo que somos irrumpe sobre todo
aquello que poseemos .quedando todo transfigurado
por una nueva luz. Entonces el dardo divino ha dado
en el blanco, e inflamados por su herida, nos vemos
arrastrados por la gran añoranza, y decididos a
emprender la gran aventura. Si nos dejamos arrastrar,
entonces nos encontraremos a la búsqueda. Buscamos
el camino y, aun sin conocerlo, lo recorremos con las
manos abiertas, con las manos abiertas ...»(1). Entonces
nos sale al paso alguna persona que nos reconoce en
nuestra búsqueda y en quien nosotros mismos nos
reconocemos como buscadores. Quizá es una persona
que se nos presenta al azar en este momento preciso.
Acaso ese maestro está dentro de nosotros mismos. Si
le seguimos puede ocurrir que súbitamente nos ilumine
la gran luz. Entonces morimos y resucitamos para
proseguir el camino. Y allí comienza la gran marcha
hacia la transformación que es, al mismo tiempo, una
meta sin fin.
Pag. 64
De esa experiencia tratamos. De la experiencia de la
VIDA en que la vida es Ser y siempre es Ser y que no
nos enajena al Ser con una forma de conciencia que,
de la plétora indivisible del Ser que somos, hace la
multiplicidad de lo que poseemos. Y ciertamente,
el hombre, por serlo, sin esa conciencia, no lo sería;
ni puede despojarse de ella; pero si esa conciencia
predomina en él con exclusividad, el hombre quedará
prisionero del error del poseer y de las afecciones y no
llegará a la verdad del Ser. Vive en el error y tiene por
insensato a todo aquel que, captado por vez primera
por el Ser, todo lo contempla desconcertado y se
comporta como tal hasta el momento en que opte por
volver a las ilusiones y errores del hombre «normal», o
descubra finalmente que se encuentra en posesión del
Ser y lo guarde en su intimida en medio del mundo.
La Gran Experiencia, pues, está en despertar del
error de la conciencia objetivadora y diferenciadora;
en liberarse del destierro de sus clasificaciones y
categorías y de la coacción, no sólo de las convenciones
y de los poderosos, sino de la que proviene del trato
con los demás e incluso de la misma búsqueda de la
verdad de manera objetiva y a través de antinomias.
La liberación del error es la liberación del destierro del
pensar objetivo y, lo que es lo mismo, de la tiranía
del dualismo. En el camino de la liberación, se trata de
reducir al silencio el pensamiento y poner oído atento
a lo que surge en ese silencio más allá del pensamiento
que se mueve entre antinomias.
Pag. 65
EXPERIENCIA DEL SER Y DUALISMO
Pag. 66
experimentado como unidad, en una de esas vivencias
no objetivas, es proyectado al plano de la conciencia
exotérica y luego «fijado» y entendido como unidad.
Porque en tal caso la doctrina del nodualismo significa
la doctrina de un Uno entendido objetivamente,
en el seno del cual todos somos una misma cosa, y
Dios y el hombre son la misma cosa. De ese modo, ese
UNO es entendido como un ALGO en que no existen
diferencias y todo es lo mismo, lo cual referido a Dios
y al hombre, es una auténtica blasfemia. Pero el que
atribuye esa blasfemia al Zen, no ha entendido los textos
esenciales del Zen, ni puede entenderlos mientras no es
cape a su estado de conciencia objetiva. La experiencia
del Ser es la experiencia de la coincidencia de los
opuestos. Cuando cae el velo del error en que nos
mantiene la conciencia objetiva con su representación
dualista y antinomista, el Ser se nos hace patente con
toda su magnificencia superadora de antinomias. La
unidad se hace vivencia. El propio ser se convierte en
una modalidad de esa unidad que vive la unidad en
el habla del ser. Toda oposición entre el yo y lo demás,
entre yo y tú y entre yo y Dios, queda superada por la
vivencia sentida de la unidad en una experiencia en que
no hay contrapuestos. A pesar de ello, para el hombre,
en cuanto que sigue viviendo en su yo y contempla
en cuanto tal, el dualismo no queda anulado sino
simplemente elevado a un nivel más excelso. La imagen
de Dios en que Dios, con el creciente señorío de la
conciencia objetiva era reducido a un Dios imaginado
y conceptualizado, desaparece y precisamente el
que experimenta la Unidad Divina como la única
verdadera realidad, siente más intensamente al v9lver
sobre sí mismo la oposición entre él mismo, como ser
Pag. 67
descendido de la Unidad, y Dios, el totalmente UNO.
Al mismo tiempo se siente unido a ese TU con una
profundidad que le veda la «fijación» disociativa en una
imagen conceptual de Dios. De ese modo, Dios queda
más allá de toda imagen y concepto. Las vacilaciones
inherentes a toda contemplación yo-ísta, caen por su
base y de la unidad sentida con el «inefable» irrumpe
la auténtica fe en la que no caben dudas sobre el
Incomprensible. Es una fe que sólo puede adquirir
aquel que, pese a su afincamiento en el YO mundano,
.ha conservado fundamentalmente su propia vida, pero
con la creciente tiranía de la conciencia objetiva vino
luego a perder su fe. La gran experiencia, pues, de
que nos habla el Zen, puede ser la puerta a la verdadera
fe para todos aquellos que la habían perdido y no se
sienten capaces de recuperarla.
Pag. 68
amenaza para la pervivencia y categorías del YO,
sea imaginado como el Incondicionado, el Eterno,
el Ilimitado. Esta idea sobre Lo Absoluto, que surge
en el pensamiento condicionado por el YO, es
totalmente natural pero se basa únicamente en
la situación y actitud del YO. Lo Absoluto, aquí,
no sólo queda inserto en la cuadrícula mental del
YO, sino también contrapuesto al hombre como
algo de que ha tomado conciencia, como todo lo
que el hombre experimenta y siente. Cuando eso
ocurre, el YO estático y su correspondiente forma
de conciencia, se convierten en un velo que encubre
el Ser divino. Pero, al mismo tiempo que ello nos
presenta una realidad que llegamos a concienciar,
en la medida en que nos identificamos con el YO
fijador, nos quedamos frustrados de la realidad
divina, que tampoco alcanzamos a representarnos
adecuadamente de manera objetiva. En consecuencia,
venimos a caer en el infierno de la duda, que
siempre y básicamente es expresión de la pérdida
de la gran unidad; de esa gran unidad que nos
es restituida en la Gran Experiencia. ¿Qué es, pues,
lo que fuerza al hombre a sacrificar lo que en ella ha
experimentado con evidencia y sin titubeos, en aras
de una visión de la realidad que hunde sus raíces en
el YO «fijador» y diferenciador? Unicamente el hecho
de que no logra sacudir el hechizó de ese YO. ¿Qué es
lo que fuerza, al que ha pasado por la gran experiencia,
a doblegarse ante los errores en que persisten los que
nunca conocieron esa experiencia o que, habiéndola
conocido, no tuvieron el coraje de serie fieles? Sólo el
temor de que se confunda la experiencia esotérica con
su falsa interpretación exotérica. Pero el que habiendo
Pag. 69
sentido la Unidad a través de la experiencia mística,
la interpreta, partiendo de su experiencia objetiva,
como una unidad e identidad, y vuelve a rechazarla
escandalizado, no ha entendido bien lo que le ha sido
otorgado como una gracia.
Pag. 70
LA DOCTRINA DEL NO-DOS
La fe es NO-DOS.
La fe en lo inefable
es NO-DOS.
Pasada y futuro
¿no son
un perenne ahora?
Shindjin-mej
Pag. 71
es captado aún en contraposición· a la realidad del
yo en que siguen vigentes las antinomias. Con lo
que se evidencia que no se ha abandonado aún e1
reducto de la conciencia «fijadora» que distingue y
contrapone. Así, pues, no se trataba de la intuición
más excelsa, ni puede darse mientras el hombre siga
instalado en su antigua forma de conciencia o, aunque
la haya superado momentáneamente, vuelva a caer
en ella y se aferre a ella como a lo único firmemente
válido. Eso «no antinómico» que concibe .a partir de
esa conciencia, no es aún lo verdaderamente superador
de las antinomias, que sólo amanece a través de la
auténtica Gran Experiencia de que el Zen habla y a la
que denomina Satori.
Pag. 72
necesariamente desde el momento en que el hombre, a
quien se ha hecho partícipe de esa auténtica experiencia,
toma conciencia del YO como principio .que no sólo
escinde y desfigura la Unidad, sino también como
único principio en cuya conciencia disociadora y su
mundo antinómicamente ordenado, penetra la unidad,
que todo lo abraza, hasta la más honda intimidad. La
perspectiva dualista es reconocida como la manera
con que el SER que se eleva sobre todo dualismo, debe
hacerse presente al hombre en la medida en que
este se identifica con la actitud y posición de su
YO y su forma de conciencia. Pero este YO sólo
se convierte en fatalidad para aquel que se aferra a
él. Sin embargo todo aquel que ha conocido algo de
la Gran Experiencia, concibe esa perspectiva dualista
como un don divino hecho al hombre; porque sólo en
su transfondo hará sentir su presencia el Ser liberador,
llegando a penetrar el fondo de la conciencia.
Pag. 73
nosotros abordamos inicialmente lo noantinómico en
la concreta dependencia de nuestra experiencia con el
transfondo de una antinomia de la que partimos; por
ejemplo las antinomias mucho-no mucho, rico-pobre,
una cosa-no otra. Frente a esas antinomias, llamamos-
Doctrina «lo» no antinómico «que se sitúa más allá del
mucho-no mucho algo-nada. Pero, desde ese momento
la palabra» Doctrina «vuelve a adquirir un matiz
antinómico por más que con ella tratemos de designar
una experiencia superadora de antinomias. Es el sino
fatal de toda palabra, que siempre tiene el Zen ante los
ojos. Y de ahí brota su temor a las palabras. El
«vacío» que como tal designamos y que no sabemos
describir sino por contraposición al no-vacío, tampoco
es el auténtico vacío. El verdadero VACIO no colma
nuestra intimidad mientras no desaparezca incluso esa
contraposición. Y desde el momento en que volvemos
a utilizar la palabra VACIO para describir lo que en
esos momentos colma nuestra intimidad, la palabra
pretende tener otro sentido. (Por eso la escribimos con
mayúsculas). Ciertamente se trata de un estado lleno
de ambigüedades y fuente de múltiples malentendidos
en que también ·caemos cuando leemos las obras
de místicos como Eckehart cuando habla de Dios.
Con el término Dios ¿designa es divinidad «que se
encumbra por encima de Dios, como el cielo sobre la
tierra», es decir la divinidad que está más allá de todas
las contraposiciones, incluso de la contraposición
DIOS-YO? O ¿designa al Dios que «desaparece si
desaparece el YO»? Con igual cuidado hay que prestar
atención, al leer textos zen-budistas, a lo que se trata
de expresar ..Pero, en tales textos, la palabra vacío
rara vez designa otra cosa que el VACIO.
Pag. 74
Lo que decimos del VACIO, vale también del amor, que
se sitúa más allá del amor y del odio; de lo JUSTO,
que está más allá de lo justo y lo injusto; de la VIDA,
que también está más allá de la vida y de la muerte;
del SER que está más allá del ser y no ser, de forma
y no forma, de figura y no figura; de la LUZ que está
más allá de lo negro y claro, etc. El cambio a eso que
amanece como VACIO, AMOR, JUSTO, SER, LUZ,
sólo se produce cuando la conciencia objetiva y
antinomista queda totalmente absorbida por la nueva
conciencia interiorizada.
Pag. 75
guardamos en el silencio. Pero el UNO NO-DOS es lo
que luego aparece ya en todas las cosas y el que lo ha
sentido, luego lo descubre en todos los fenómenos de
la vida. En realidad es algo inefable, sin embargo, el
hombre pregunta una y otra vez qué quiere decir todo
ello. Hasta que llegue a darse cuenta que el Silencio es
la última respuesta a esa pregunta.
Pag. 78
El Bodhisattva Satyapriya dijo: «Realidad y norealidad
forman un binomio. El que reconoce la realidad no la
ve y mucho menos verá la no-realidad. ¿Por qué? La
realidad no puede ser contemplada con ojos carnales,
sino únicamente con los ojos de la sabiduría y en
esta perspectiva de la sabiduría no hay un ver que
se contraponga al no ver. El que comprenda esto está
accediendo al NO-DOS».
Pag. 79
No es posible captar la naturaleza de los seres ni
desdeñarla tampoco.
Sólo así se logra alcanzar
el núcleo del Inaccesible.
El habla, cuando calla:
y calla, cuando habla.
Abiertas, de· par en par, están las puertas de la
[Verdad enriquecedora
SHODOKA
No detenerse en el ser
Pag. 80
lo absolutamente Uno,
ese pierde incluso lo que ganó
de la dualidad.
Al que anda a la caza del Ser,
éste se le escapará siempre,
al que corre tras la nada
ésta le volverá la espalda.
Prodigándote en palabras y cavilaciones
tanto más te alejarás del Ser.
Tras mucho pensar, sólo te quedarás con la certeza.
Si sigues el dictado de tu pensar,
aunque sea por un instante,
te perderás en el vacío
del NO-Algo cuya mutabilidad y fugacidad sólo
provienen de tu error.
SHINDJIN-.MEJ
Pag. 81
causa de su liberación. No es extraño que crea que ha
dado con la más excelsa experiencia que buscaba con
ansia. Que no es así. lo descubrirá más tarde con pesar.
Pag. 82
su vida en el mundo (desgarrada entre antinomias) se
le hace más insoportable. Aunque llegara realmente
a experimentar aquella misma dicha e instalarse en
ella, luego no le quedará entre las manos más que una
doctrina bienhechora que le deja sediento y vacío.
Pag. 83
experiencia lo que le separa de esa unidad y lo
entiende e interpreta como campo de testimonio.
Pag. 84
tratamos, depende de un nuevo estado del sujeto; o,
mejor dicho: coincide con el nacimiento de un nuevo
sujeto.
Pag. 85
La vivencia del Ser, como el «Totalmente Otro», por
muy intensa que pueda ser esta experiencia, no es
aún la Iluminación, el Despertar, el nacimiento del
ojo interior, el Satori. Aunque el júbilo con que nos
colma la vivencia del Ser, sea tan grande que lleguemos
a experimentar algo así como «un más allá de todas
las antinomias» en el transfondo del mundo que
contemplamos objetivamente, esa vivencia no es sino
una pregustación de la experiencia de la Gran Verdad.
La inmersión del YO en el ser, no es sino el primer
paso, que a nada conduce sino le sigue un segundo
paso: la inmersión del propio ser en el YO.
Pag. 86
No volverás a reconstruir la prisión.
Tus murallas han quedado destruidas.
Las vigas yacen por tierra.
Libre de ataduras y redimido, el espíritu ha llegado
allí donde todos los deseos se apagan (3).
Pag. 88
una nueva inteligencia del sentido de la vida como
contradanza del YO relativo y el YO absoluto. Con
otras palabras: iluminación es ver cómo aquél sigue
activo y actuante a través de este. También podemos
expresarlo así: el YO absoluto engendra al YO relativo
para verse reflejado en él como en un espejo. El YO
absoluto, mientras permanezca absoluto, no cuenta
con medios de hacerse notar y manifestarse y desplegar
todas sus posibilidades. Necesita del YO relativo para
llevar a cumplimiento todas sus exigencias».
Pag. 89
en verdad somos y a adaptarnos a esa realidad de tal
manera que lo Absoluto pueda manifestarse a través
de la forma que ha florecido en nosotros en medio de
las condiciones del mundo. Así surgen la auténtica
compasión y compañerismo, el celo por ayudar a los
demás y el deseo de librarnos de las cataratas del YO
que hacen espejear ante nosotros las antinomias de su
modo de ver como si fueran la verdadera realidad.
Pag. 90
¿Quién conduce este atardecer sagrado
a la presencia de la eterna noche?
En lo profundo del corazón, como un sello sagrado,
es portador de la límpida perla de la naturaleza-Buda.
Suzuki
Pag. 91
quedan transfigurados. Es un hombre que sufre como
todos; pero, en cierto sentido, sufre como si no sufriera;
en todos sus sufrimientos, no le abandona una radiante
serenidad, que brota de lo profundo. ¿Qué lleva, pues,
consigo el Zen?
Pag. 92
la muerte, la claridad sin nubes que capta el sentido
de las cosas, sin excluir sus contrasentidos, la gozosa
seguridad en medio de todo desamparo del mundo.
Zen es el caminar
Zen es el reposar.
Ya hable, ya calle;
descanse o me agite:
esencialmente, todo ello
es lo Quieto.
SKODAKA
La transmisión de la doctrina
Pag. 94
Pero ¿cómo explicarlo sin servirse de palabras? La
cuestión está en el modo de hacerlo.
Pag. 95
EL ZEN COMO PRAXIS EXISTENCIAL
Maestro y discípulo
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Decisivo en toda praxis que haya de llevar a la
formación del hombre nuevo, es el conocimiento de lo
que puede obstaculizar ese despertar y regeneración.
¿Qué es ello? Es el YO «fijador» con su forma peculiar
de conciencia y su sistema de vida, a partir de los cuales
el hombre identificado con ese YO piensa, siente y
actúa. Por eso, es un punto capital de la praxis del Zen,
la eliminación de esa identificación, derribar ese YO
con su caparazón y sus categorías y estilo de vida.
Pag. 98
Precisamente en medio de la tormenta, puede surgir,
para el que busca, esa verdad que está más allá de los
sistemas y en la que reconocerá que lo que hasta ahora
le parecía sólido y verificable y la única realidad en la
que apoyarse, no era otra cosa sino proyección objetiva
de la posición y estado de su YO; proyección y objeto,
que por ir apoyados y sostenidos por su intelecto fijador,
no hacían sino velar aquello que no es constatable
objetivamente.
Pag. 99
Sólo aquél de quien se ha adueñado lo Absoluto, sabrá
aceptar todas las condiciones y soportar las asperezas
del camino por el que le lleva su Maestro.
De corazón a corazón
Pag. 100
alma a alma, desde el Ser que fundamentalmente
soy, al Ser que también es el otro esencialmente.
Pag. 101
conceptos e ideas no me servían. «Es un error. O ha
captado usted y aprehendido esto de que tratamos, o
no. En caso negativo, todas las imágenes y conceptos se
quedarán insípidos en sus labios. De lo contrario, usted
encontrará fácilmente el modo, la palabra, el silencio o
el gesto apropiado que conmoverá a su interlocutor en
un momento dado y derribará las barreras hasta llegar
a lo último de su ser y que facilite el paso siguiente
adecuado a su modo de ser y madurez». ¡Esto es el
Zen! Toda palabra y actuación sólo tiene sentido en
el instante dado en el conjunto del proceso; el sentido
unívoco y preciso, que tienen los conceptos y palabras
dentro del sistema religioso o cultural, frecuentemente
secan el manantial. Por eso, no me extraña oír que a
veces ocurre que los discípulos del Zen, cuando han
pasado la experiencia del Satori, en testimonio
queman los Escritos Sagrados o hacen trizas la imagen
de Buda ante la que se prosternaron durante toda su
vida.
Reposo y silencio
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Punto central de la vida de los monjes es el recogimiento
·silencioso. Pero «la sentada silenciosa» no es s6lo
practicada en los claustros. Es una práctica que forma
parte de la vida oriental fiel a la tradición antigua.
Pero esa práctica, sólo al que busca aportará su más
profunda posibilidad: el encuentro con el propio ser.
Pag. 103
sobre todo el estrépito interior de la tensión que llega
a afectar a nuestra intimidad cautiva; Acostumbrados
y habituados a ese estrépito, no acertamos a vivir sin
él y, siempre que lo echamos de menos, nos refugiamos
en ese estrépito que nos sirve de calmante. Nos
dispersamos en multitud de cosas que nos aturden y
perdemos lo UNO, lo único necesario que sólo anida
en el silencio. Rehuimos encontrarnos con nosotros
mismos. Y este es precisamente el sentido de ese refugio
en el silencio: el encontrarnos con nosotros mismos y
con nuestro propio ser y, en el camino que lleva hasta
allí, encontrarnos y hacer frente a todo lo que lo
obstaculiza.
Pag. 104
cuestión que se ha hecho acuciante tras la larga
búsqueda. Se llega a su Maestro. Ha llegado el momento
decisivo. El maestro sabe que todo está en juego en este
momento. ¿Qué dirá? El discípulo pregunta; es la hora
de la respuesta y ocurre lo inesperado: el Maestro
le atraviesa con su mirada y calla con su silencio
hermético y ese silencio traspasa al discípulo como un
rayo. Y todo el armazón, de donde brotaba la pregunta se
desploma. E irrumpe en él... Lo Incuestionable. Invade
al discípulo con su calor, con un desfallecimiento que
le hace reír y llorar: el discípulo ha despertado. Un
ejemplo conocido es la historia del maestro Djii-Dschei
que tradujo al alemán Herman Hesse:
Pag. 105
señalando mansamente con su dedo hacia adelante.
Y aquella indicación muda y elocuente de su dedo
se hacía más y más ferviente y apremiante:
porque hablaba, instruía, alababa, reprochaba,
y apuntaba tan certeramente al corazón de la verdad
[y del mundo,
que, luego, tantos discípulos
comprendieron el gesto manso de aquel dedo, y se
[estremecieron y despertaron
ENERO 1961
Pag. 106
La prohibición de la palabra
Pag. 107
experiencia con palabras, hizo que quedara a salvo el
tesoro oculto de esa experiencia.
Otro ejemplo:
El discípulo entra en la habitación del Maestro y éste se da
cuenta de que el discípulo ha sentido el Satori. Entonces
hace una última prueba. El discípulo se prosterna
en silencio y el Maestro le pregunta amistosamente:
«¿has tenido, pues, la Gran Experiencia?». El ingenuo
discípulo responde: «así es, Maestro». «Pues la has
perdido», prorrumpe el maestro, «aléjate de mí».
Pag. 109
La paradoja
Otros ejemplos:
Pag. 110
-Nunca me habían hecho esa pregunta.
-Maestro, ahora se lo pregunto yo.
-¡Idiota!
Pag. 111
PRAXIS DE ENTRENAMIENTO DEL ZEN
Pag. 114
concepción que sólo aprovecha a sus energías del
YO-MUNDO.
Pag. 115
El sentido de los ejercicios de Zen no es un aumento
de poder o saber en provecho del hombre viejo, sino
un renacer y despertar del hombre a su ser profundo y
su transformación a partir del hombre nuevo. Todos
los ejercicios, pues, giran en torno al punto crítico de
la perfecta evolución humana; en torno al ·Satori, la
Gran Experiencia en que muere el viejo YO, surge el
ser profundo y el hombre, mejor identificado consigo
mismo, reaparece en el mundo para dar testimonio
consciente, concreto y fervoroso del Ser.
La demolición del YO
Pag. 116
conciencia (Satori)-, a una nueva fisonomización en
consonancia con esa esencia y a testimoniarla en la vida
y quehacer cotidiano. El punto crítico, en torno al que
todo gira, es el Satori. Y ¡el prerrequisito para ello es el
desmantelamiento del YO!
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Pero la destrucción del YO en el Zen, significa
siempre algo más que el simple prerrequisito de la
participación válida en el espíritu «objetivo». Se trata
más bien del presupuesto del espíritu «espiritual». Para
su liberación, la vinculación tenaz a una estructura
de espiritualidad objetiva, lógica, estética y ética, puede
representar un bloqueo más difícil de franquear que el
apego al YO simplemente egoísta. Cuanto más egoísta
es un hombre, tanto más fácilmente cae y siente la
llamada a la conversión. Cuanto una persona lleva
una vida más ética e intelectual, tanto más peligro
corre de aferrarse a su vida tan ajustada (ética y
objetivamente) y de permanecer alejado de la verdadera
VIDA; porque esa VIDA no tolera corsés de «justicia
legal». Sabemos hoy, por la psicoterapia, lo intrincado y
complejo que es el problema del YO. Quedaron muy
atrás los tiempos en que la palabra YO no sugería más
que el «egoísmo» que hay que superar con sus ansias
de posesión, prestigio y poder. Hoy sabemos que la
formación de un YO vigoroso es prerrequisito de una
sana evolución humana y que son muchos los hombres
a quienes amenaza tanto un YO excesivo, como un YO
demasiado débil. Cuando el Zen habla de que el hombre
ha de hacer que se desplome su YO, siempre se refiere
al predominio de ese principio estático y «posesivo»
que le desvía del camino a la madurez, impidiéndole
que experimente y testimonie de su ser. Se trata,
pues, de la liberación del YO «posesivo».
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«prendido» y quedan bloqueadas sus energías
creadoras y liberadoras Por eso, la posibilidad de la
iluminación depende de la superación de las afecciones
y apetitos. Y los tres fallos básicos del hombre en que
tanto insiste el budismo: ignorancia, codicia y odio no
son sino derivados del apetito.
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Pero el que le da esa fijeza y hermetismo es el YO
que fija y analiza, «el arquitecto y guardián de esa
fortaleza». Por eso, todos los ejercicios comienzan
por la demolición del YO que fija objetivamente, que
anhela poseer y afirmarse, que teme el dolor y busca
con ansia el placer.
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como era, se llena repentinamente de un sentido más
profundo y columbra la plenitud de su vida enraizada
en esa base profunda del Ser que está más allá de
la vida y la muerte; más allá del YO y del mundo
y que, en todo, es «esto» y «aquello». A esa misma
transformación apuntan todos esos ejercicios en que el
dominio de una habilidad se lleva hasta una perfección
que, en definitiva, no es resultado de una destreza,
sino fruto de la madurez de lo interiormente
ejercitado y adquirido.
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Finalidad de la técnica
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Con esa repetición, a causa de la automatización del
proceso, que inicialmente exige una total atención,
va desapareciendo paulatinamente la tensión YO-
OBJETO que lleva consigo el esfuerzo por alcanzar la
meta o blanco, hasta que finalmente, el realizarse la
identificación entre el YO y el OBJETO, la conciencia
intencional va disminuyendo hasta desaparecer
totalmente. Sólo cuando esa tensión intencional se
hace innecesaria, quedará también eliminado su
portador o yo objetivador. Y sólo cuando este haya
desaparecido, podrá entrar en juego el espíritu en forma
de una energía suprapersonal, supraindividual desde
la esencia profunda del hombre y se producirán, sin
trabas y espontáneamente, los resultados apetecidos.
Resultados que ya no son el fruto de un esfuerzo, sino
manifestación peculiar, en cada caso, de nuestro ser
profundo.
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es urgente recorrer. Esos entrenamientos no son sólo
un medio de poseer una habilidad. Son un camino
para poder ayudarse, a sí mismo y a los demás, a
encontrarse con el SER y darle figura y fisonomía
en el mundo. Así entendido, el entrenamiento se
convierte en un medio magnífico de educación del
hombre. Cuando ese entrenamiento no busca otra
cosa que la transformación del hombre que, liberado
en todas sus potencialidades, testimonia su esencia
profunda en su hacer y actuar, va progresando y
acercándose al Zen.
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capta y asimila a través de los sentidos y ya no a través
del intelecto. Mediante el adecuado ejercicio del dibujo,
puede adquirir conciencia de que las falsas actitudes de
que adolece, son extravíos en el camino de la propia
evolución humana y también que no logrará plasmar su
propia personalidad mientras no ·establezca el contacto
con su ser profundo y no restaure la comunicación con
lo profundo que lleva en su base.
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El presupuesto para que esto se produzca con los
ejercicios de dibujo, grafoterapia, pintura o modelado,
es que ese quehacer tenga un carácter ritual y meditativo.
Así como toda actividad medica} presupone tener
fijos los ojos en lo transcendente, es decir, en el ser
peculiar del enfermo, el nuevo aprovechamiento de
las energías profundas, que apunta a una integración
cabal y al desarrollo del potencial de la personalidad,
sólo se logrará si la actividad ejercitada conserva el
carácter de una actividad «sagrada». Sólo si se realiza a
partir de una concentración integral sobre cada rasgo
de la escritura o dibujo, puede uno de esos ejercicios
aportar el deseado cambio. Sólo así, el descubrimiento
de cualidades originarias de percepción, logrará la
significación de una revitalización y provocará la
recuperación de un conjunto de fuerzas de un tipo
totalmente peculiar. El que practica esos ejercicios,
de repente, descubre, degusta, paladea y contempla lo
que en él y a partir de él se va operando y descubre
una nueva forma interior de agilidad y capacidad de
percepción en esa insignificante y anodina ocupación
de la que ahora aprende a extraer todo su contenido
cualitativo y rico en Ser».
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desarrollo. En esos ejercicios, el hombre debe aprender
a entender todo movimiento propio como un gesto o
ademán. Debe darse cuenta si, y hasta qué punto, su
persona está en todo ello presente y actuante, o si
en su forma de andar y moverse, su personalidad está
ausente o, si su actuar y producirse, no hace sino
seguir modelos estereotipados y ajenos. Debe descubrir
qué significa estar presente como persona, desde lo
profundo del ser, en todo movimiento, en todo rasgo
del cincel, en todo ademán. En ese sentido, no ya todo
ejercicio de entrenamiento de una habilidad, sino toda
actuación repetida y cotidiana en la oficina, en la
cocina, en la empresa o en la banda transportadora,
puede convertirse en ejercicio de entrenamiento. La
«vida diaria como entrenamiento» adquiere un sentido
muy preciso porque desde la respiración correcta, el
estilo de andar que brota de lo profundo del ser, el modo
de estar en pie o sentado, de hablar, de escribir, hasta
cualquier actividad en que el hombre debe observar
una técnica rigurosa, todo en el Zen se convierte en
campo de entrenamiento.
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ademanes, con que el hombre se produce al exterior,
el hombre, mirado desde su ser profundo, es falso
o auténtico. En su modo de producirse y presentarse,
la persona se manifiesta dentro de una concepción
integral que está más allá de la duplicidad de alma
y cuerpo. Trabajar y modelar el hombre, en cuanto
trabajo sobre su manera de manifestarse, significa
siempre modelar su concepción total personal que
abarca por igual alma y cuerpo. De esa manera, una
terapia, de suyo orientada a la personal realización del
hombre y limitada a lo psicológico, viene a integrarse
en la historia.
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propio cuerpo y de los impulsos que brotan de lo íntimo.
No hay crispación neurótica que no tenga su expresión
corporal y que no se consolida en ella. El neurótico
es una persona que se encuentra perdida en su propio
cuerpo. Por eso, la integración de ese mismo cuerpo,
que pasa por la toma de conciencia de las actitudes
erróneas, es un factor esencial e irreemplazable de
curación.
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Por la liberación de esa conciencia se interesa el
Zen.
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en la capa radical y profunda de la conciencia,
pero de la que nos vamos alejando a lo largo del
decurso de nuestro desarrollo espiritual. Y, asímismo,
se refiere a algo a lo que el hombre debe retornar si
acierta a superar esa forma de conciencia que le alejaba
de aquellas raíces. La sabiduría experimental del Zen
se refiere a ese nivel del espíritu que rebasa nuestra
habitual forma de conciencia. Pero esta se abrirá
tanto más fácilmente cuanto más sigue resonando en
profundidad aquella capa radical.
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ESENCIA. Al comienzo, el hombre no se da cuenta
sino de la tensión entre el YO y el mundo. Descuida y
reprime su ser profundo y su enraizamiento en el Ser
y se consagra a debatirse con el mundo para triunfar
en él, para servirle y dominarle. Lo cual le lleva a
una progresiva alienación del Ser. Este es el primer
momento de la etapa mental.
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del mundo materno. Pero ese refugiarse en el silencio y
paz puede también poner en marcha un nuevo proceso,
expresión de una nueva conciencia que conduce a la
auténtica realización personal. Con ello, también,
franquea el hombre un nuevo paso en el desarrollo de
su conciencia por el que el destierro del mundo- del
YO retrocede ante él, porque descubre aquello que en él
interfería su verdadero YO y su auténtica esencia. Este
tercer momento significa el paso a la III etapa.
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auténtica individualidad, integradora del YO y de la
esencia profunda. ·En el umbral del quinto momento,
fulgura ya la Gran Experiencia, el nacimiento de la
v1s1on interior que contempla íntimamente unidos el
Ser y la existencia. Aquí es posible no sentir ya la
existencia antinómica opuesta al Ser no antinómico; y
sentir, el Ser ya vivido, en medio de la existencia misma.
En el cuarto momento, el hombre trata de eliminar el
YO. En el quinto, debe volver a reconciliarse con el
mundo. Sólo si acierta a entender las antinomias de
la vida como la manera, a través de la que el No-Dos
nos es otorgado, filtrado a través del prisma del Yo
objetivador, será capaz de aceptar el sufrimiento que
llena la vida toda del hombre en la lucha entre la 1y
las tinieblas, entre el bien y el mal, entre el Ser y el
No-Ser. Por el solo hecho de que él mismo, bien
afincado en su ser, se encuentra en cierto modo más
allá del sufrimiento y del no-sufrimiento, no es que
ya no sufra más ... Porque, puede sufrir. No sufre
con sufrimientos estériles y amargos, sino que esos
sufrimientos aportan el fruto de la transformación y con
versión. Por haber experimentado aquello que está
más allá del binomio «causa-efecto», y porque conoce
el origen del que proviene esa relación, debe soportar
de manera distinta sus consecuencias y hacerles frente
en plena libertad. Ha tocado fondo. Desde ese fondo
sabe aceptar y asimilar su sino de una manera que
parece sobrehumana a la conciencia ordinaria. En
realidad, sólo muestra lo que el hombre es propia y
básicamente cuando ha accedido a su plenitud. Si sigue
viviendo eso Superador de antinomias en lo íntimo
de su ser, el sufrimiento inherente a las antinomias
adquiere otra significación. Porque el hombre siente
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ahora en todo, el Ser creador y liberador que, en todo
momento, le acuna en sus brazos que todo lo abarcan,
para lanzarle nuevamente al mundo en plena posesión
de las energías todas de la transformación.
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desde comienzos del siglo diecisiete, se transmitía la
historia de cinco gatos como instrucción secreta de
entrenamiento y que, de maestro en maestro le fue
finalmente transmitida a él.
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LA HISTORIA DE LA DESTREZA ADMIRABLE DE
UN GATO
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pero la rata saltaba como una exhalación, esquivaba
todos los tajos y al final le saltó al rostro y le mordió.
Bañado en sudor, llamó finalmente a su criado: «se dice
que a seis o siete leguas de aquí hay un gato que es el
más valeroso del mundo. Vete y tráelo». El criado trajo
el gato. No le causó especial impresión, pero cerró algo
la puerta, dejándole dentro. El gato entró con toda paz
como si no esperara cosa especial. La rata se quedó
sorprendida y no se rebulló. Y el gato se acercó con
toda calma y le dio una dentellada y se la llevó.
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las vigas, enseguida la atrapo. Pero la rata de hoy es
más fuerte y he sufrido la· derrota más grande de mi
vida. Estoy avergonzado».
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que hay que poseer cuando nos enfrentamos a algo que
no puede ser derrotado por ninguna fuerza espiritual
condicionada? ¡Aquí está la cuestión! Dice un refrán:
«una rata acosada muerde al gato». Si el enemigo está
en peligro de muerte, no guarda miramientos. Se olvida
de su vida, de sus apuros y de sí mismo y no tiene
preocupación por victorias ni derrotas. No se preocupa
siquiera de su existencia. Y, por eso, su voluntad es
dura como el acero. ¿Cómo podremos vencerle con unas
fuerzas que tenemos la pretensión de poseer?».
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en eso, por más que disimules, el contrario lo nota.
Y, aunque con ese espíritu, te muestres conciliador, tu
espíritu de combate se mezcla y lo perturba, y queda
perjudicada la precisión de tu visión y actuación. Todo
cuanto hagas con intenciones conscientes, obstaculiza
la primaria vibración de la gran naturaleza que
actúa desde lo profundo e impide el flujo de su libre
movimiento. ¿Cómo podrá brotar en esas condiciones
una energía maravillosa? Sólo si no se piensa nada, si no
quieres ni pretendes nada, sino que te abandonas al
impulso del ser, lograrás no tener forma aprehensible,
y no surgirá en la tierra forma alguna antagonista; y
entonces tampoco habrá enemigo que pueda hacerte
resistencia.
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cuerpo bien dirigido. Y entonces tampoco el contrario
se pondrá de acuerdo con nosotros, sino que tratará de
oponerse. ¿Qué camino o táctica emplear? Unicamente
si tienes esa mentalidad que está liberada de toda
conciencia, si actúas como si no actuaras, sin trucos ni
segundas intenciones, en perfecta armonía con la Gran
Naturaleza, estarás en el buen camino. Abandonemos
toda pretensión, ejercitémonos en la abnegación de
toda intención y hagamos que todo brote simplemente
desde lo profundo del ser. Este es el camino sin fin, e
inagotable.
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Shoken oía todo esto como quien sueña, se acercó,
saludó al gato viejo y dijo: «hace mucho que me
ejercito en la esgrima, pero aún no he llegado a la cima.
He escuchado vuestras consideraciones y creo que he
entendido el significado de mi camino; pero os ruego
con todo empeño que me digáis algo más sobre vuestro
secreto». El gato viejo le respondió: «¿cómo puede ser
eso? Yo no soy más que un animal que se alimenta de
ratas ¿cómo puedo ya saber algo de las cosas humanas?
Lo único que sé es que la finalidad de la esgrima no
consiste únicamente en vencer al adversario. Más bien
es el arte de llegar, en un momento dado a la gran
claridad de la base misma de la vida y la muerte. Un
verdadero caballero debería, en todo entrenamiento
técnico, cuidar el entrenamiento espiritual de esta
lucidez. Además deberá, ante todo, analizar la doctrina
ante todo la razón de ser de la vida y la muerte, de la
necesidad de morir. Esta gran lucidez sólo la alcanza
el que está liberado de todo lo que le desvía de este
camino, especialmente de todo pensar concretizador.
Si a la esencia profunda y el encuentro con ella se les da
libre curso, libres del YO y de todas las cosas, pronto
hará aparición aquello que es lo único importante.
Pero si tu corazón se apega aunque sea pasajeramente,
a alguna cosa, tu esencia queda también aprisionada
con las apariencias de algo consistente. Y, si se ha
convertido en algo consistente, automáticamente allí
hay un YO consistente también, y al que se le puede
hacer resistencia. Y ya tenemos dos seres enfrentados
por la supervivencia. Y en ese caso, quedan frenadas
las admirables funciones de la esencia que posibilitan
el progreso y cambio. Entonces ya tenemos el
torcedor de la muerte y hemos perdido la lucidez
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propia de nuestra esencia. Con esa mentalidad ¿cómo
enfrentarse correctamente al adversario, y contemplar
con tranquilidad el dilema VictoriaDerrota? Y,
aunque se logre la victoria, no es sino una victoria
ciega que nada tiene que ver con el sentido de la
verdadera esgrima. Liberarse de todas las cosas no es
pura teoría. El ser, en cuanto tal, no tiene figura o
fisonomía propia. De por sí, está más allá de todas
las formas. Ni debe atesorar nada en sí mismo. Pero
si fijamos y nos asimos a algo por insignificante que
sea, aunque sea por un momento, la gran energía
queda refrenada y el equilibrio original de fuerzas
queda desbaratado. Si el ser queda aprisionado, por
poco que sea, pierde su agilidad de movimiento y
no brota con toda su magnificencia. Si el equilibrio
del ser profundo se perturba, su fuerza, si es que
fluye, se desborda; en caso contrario, es insuficiente.
Cuando se desborda, irrumpe incontenible. Cuando
es insuficiente, el espíritu se debilita y decae y no
acierta a adaptarse a las situaciones. Lo que llamo
liberación de las cosas significa, pues, lo siguiente: si
no retenemos las cosas, ni nos apoyamos en nada,
.ni fijamos, ya no hay antinomias. Ni YO, ni anti-YO.
Si algo sobreviene, lo enfrentamos con espontaneidad
y no dejará huella tras de sí. En el «Eki » (Libro de los
cambios) se expresa así: «sin pensar, sin emociones,
en perfecta calma: sólo así podremos testimoniar la
esencia y la ley de las cosas· de manera espontánea
y podremos identificarnos con .el cielo y la tierra. El
que ejercita la esgrima de ese modo y lo entiende así,
está muy cerca del verdadero camino».
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Shoken al oír esto, preguntó: «¿qué significa eso
de que ya no hay YO ni anti-YO, sujeto ni objeto?».
Respuesta del gato: «sólo cuando, y porque hay un
YO, hay también un enemigo. Si no nos erigimos
en YO, tampoco encontraremos opositor. Lo que
llamamos así, no es sino una manera de expresar
la contrariedad. En tanto que los seres adoptan una
forma, provocan la existencia de una contraforma.
Pero siempre que algo se consolida como Un Algo,
adopta automáticamente una forma propia. Si mi ser
no adopta forma propia, tampoco habrá contra-forma.
Y donde no hay oposición, tampoco hay opositor. Es
decir: no hay YO ni anti-YO. Si nos abandonamos y
relajamos y nos liberamos radicalmente de todas las
cosas, nos encontraremos en armonía con el mundo,
identificados con todos los seres y dentro de la unidad
del universo. Aunque la forma del enemigo desaparezca,
me pasará desapercibido. Y no porque no lo hayamos
percibido sino que no nos detenemos en ese hecho y
el espíritu sigue libre de toda fijación y responde en su
actuar con libertad esencial y profunda.
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En la inmensa amplitud de cielo y tierra nada hay tan
digno de conocerse como nuestro propio ser. Decía un
antiguo poeta: «un granito de polvo en un ojo hace
que el mundo desaparezca. Si no nos apegamos a nada,
el lecho más angosto nos viene grande». Es decir: si una
mota de polvo nos molesta en un ojo, ya no lo podemos
abrir. Porque se introduce allá, donde no existe visión
clara sino cuando no hay ningún obstáculo. Esto
puede servirnos de comparación para el Ser que es
la luz que nos ilumina, y distinta de todo lo que es
algo. Pero si algo se interpone, la visión pierde toda
su visión. Otro poeta decía: «si nos vemos acosados
de enemigos, por centenas de millares, podrán
destruir todo lo que tiene forma o figura. Pero mi ser
sigue siendo mío, por poderoso que sea el enemigo.
Contra él, no hay enemigos». Dice Confucio: «no puede
robarse el ser de la persona por insignificante que sea.
Pero si el espíritu cae en la confusión, nuestro ser se
vuelve contra nosotros mismos».
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corazón, más allá de todo academicismo. El método
de toda enseñanza consiste únicamente en aludir y
referirse a aquello que el discípulo tiene dentro de sí
mismo aun sin saberlo. No hay pues secreto alguno que
el maestro pueda transmitir a su discípulo. Enseñar
es fácil. Oír, también. Lo difícil es hacerse consciente
de lo que poseemos dentro de nosotros mismos,
encontrarlo y adueñarnos de ello. Es lo que se llama:
contemplación del propio ser. Si esa contemplación
se produce, tenemos el Satori. Ese es el gran despertar
del sueño del error. Despertar, escrutar el propio ser,
percepción de sí mismo; todo es una misma cosa».
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EL ZEN PARA LOS OCCIDENTALES
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En la idiosincrasia de cada uno, va también implícito el
riesgo de su manera de apreciar las cosas. El peligro
del espíritu oriental es la propensión a derramarse y
fundirse en la Unidad del Universo; el peligro, en
cambio, del espíritu occidental es una propensión
a afincarse en formas rígidas y a la disecación de la
vida. Es un peligro que debe hacer recapacitar a ambos
mundos culturales.
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progreso interior, el reconocimiento y destrucción de
las falsas actitudes y el descubrir, dar paso y apropiarse
el contacto esencial con el Ser. Toda obra y actividad
son valoradas únicamente como indicio del logro
interior. Pero nosotros, como occidentales herederos
de la mentalidad platónica, volcamos todo nuestro
tesón en la obra bien realizada y no cejamos en nuestro
afán de llevarla a acabamiento por amor de ella
misma. Nos ponemos al servicio no sólo de -nuestro
desarrollo específicamente humano, sino también de la
obra o imagen bien acabada.
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sabiduría y amor. Incluso en el budismo aparecen
como el triple tesoro: el Buda, la Doctrina, la
Comunidad de los discípulos.
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del UNO en la figura o imagen que evidencia la infinita
configurabilidad del Ser. Que el impulso del Ser, que
nos azuza hacia la perfección, quede falseado en la
segunda etapa de la conciencia en formas rígidas en
las que lo primitivamente experimentado y lo creado
se encierran dentro de sí mismos, y que ese mismo
impulso se esclerotice racionalmente y, desvinculado
del Ser, quede finalmente paralizado, no es sino
la concreción de nuestra concepción errónea. El
oriente califica esto de «nuestra enfermedad de
la forma». Y nosotros mismos comenzamos a ser
conscientes de ello. La rebelión contra las estructuras
formalistas está en marcha. El Zen puede ayudarnos a
hacer que resulte frutuosa por los caminos que le
son propios. Por eso también, artistas y psicólogos
se interesan por el Zen y, va aumentando el número
de los que cultivan la meditación por los métodos del
Zen para ir creando las condiciones que harán posible
la afloración de las experiencias originarias del Ser
en que ha de basarse toda auténtica religiosidad cuya
interpretación fosilizada sólo lleva a pseudocreencias y
profesiones de fe puramente formales.
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una ampliación del entrenamiento dentro del espíritu
del Zen y que armoniza con la conciencia de la persona
en occidente y con su tradición cristiana. Se trata de un
Zen occidental.
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que su discípulo ha despertado y es un hombre
transformado en cuerpo y alma, se cuenta el testimonio
y afirmación valerosa y sin encogimiento de la propia
individualidad. Sólo porque ha degustado el Ser, es
capaz, en cuanto persona que ha adquirido su plena
e irrepetible individualidad, de comportarse con
plena espontaneidad y desenvoltura incluso frente a
su Maestro. Pero precisamente aquí hay una diferencia
de valoración. Mientras que el Maestro oriental valora
esa individuación, únicamente como signo de que su
discípulo ha accedido al Ser y que, a su contacto se ha
liberado del YO, a nosotros esa transformación que le
ha hecho nacer a sí mismo nos parece el principal logro
de su experiencia. Para nosotros, el sentido de ese
despertar está sobre todo en el hecho de que le conduce
a su plena individualidad y le personaliza. Y el hombre,
para nosotros, es persona no por el solo hecho de que el
Ser resuena dentro de él, sino porque se manifiesta en
él como fisonomía visible. Igualmente, para nosotros la
perfección del hombre se manifiesta en que se ha hecho
transparente al Ser y esa transparencia se patentiza en
el esplendor de su experiencia, en la irradiación
de su presencia y en· su actividad benéfica; pero, en
ese ser tan perfecto vemos ante todo el ser divino
hecho carne en la forma individual de una persona
humana que consuma y da acabamiento también a
cuanto le rodea.
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oriental es enemigo de las formas significará una vez
más que no comprendemos bien el Zen. Porque el Ser
para ·el Zen, no está más allá de las formas, sino por
encima de las antinomias, es decir más allá de la forma
y de la no-forma; presente, por tanto en toda forma.
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el occidental; aun aquél que no es cristiano, cuando
ha experimentado el Ser como el Incomprensible, debe
adorar ese misterio como la más excelsa persona y no
recatarse de llamarle con el nombre santo. El oriental
se abstiene de hacerlo así, se recoge y lo guarda en su
silencio.
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los que han conocido el abismo y la desesperación
ante lo inconcebible y, al borde de la locura, han
sentido al Incomprensible. Millones que han vivido el
abismo indefensión y han sentido el cálido refugio del
que todo lo abarca. Todo depende del hecho que la
humanidad tome en serio el Ser que sintieron como
refugio y salvación en las horas más sombrías, y que
aprenda a acogerle conscientemente como refugio que
llevamos dentro de nosotros mismos y ajeno a toda
borrasca exterior; como razón básica que supera toda
razón e inaccesible a la duda; como amor que todo lo
puede.
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llegar a ser verdaderamente una persona que, dentro de
una gran permeabilidad, nunca se desvía del camino
y acoge toda modelación de sí mismo o del mundo,
únicamente como una forma siempre transparente y
accesible a nuevas transformaciones.
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INDICE
INTRODUCCIÓN 7
Maestro y discípulo 99
De corazón a corazón 102
Reposo y silencio 104
La prohibición de la palabra 109
La paradoja 112
LA HISTORIA DE LA ADMIRABLE
DESTREZA DE UN GATO 139
El Arbol desnudo
por Manuel Lozano Garrido
La gran liberación
por Daisetz Teitaro Suzuki
El Zen
por Enomiya Lassalle