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Esta refleja además la sociedad en la que vivían los primeros freudianos: un imperio en decadencia, pero cuyas
minorías estaban protegidas por una autoridad imperial que los reunía a pesar de sus diferencias, impidiéndoles
desintegrarse mutuamente. Es sobre este modelo que Freud y Ferenezi se basaron en 1910 para fundar la
international Psychoanalitian Association (IPA). Freud rehusó tomar la dirección para encarnar la figura socrática de
un maestro sin escuela.
Bajo el impulso de Max Eitington, primero y luego el de Ernest Lones , la IPA se transformó, en un periodo de
entreguerras en una organización centralizada, dotada de reglas que apuntaban a normalizar la cura y a apartar en la
formación a los analistas “salvajes”, transgresores o considerados demasiados carismáticos para practicar
convenientemente el psicoanálisis. Así, fueron prohibidas las costumbres llamadas “incestuosas”: prohibición para
un profesional de analizar a los miembros de su familia o de tener relaciones sexuales con sus pacientes.
Dos sociedades pertenecientes a la IPA: la societe psychanalytique de Paris (SPP) por un lado la association
psychanalytique de France (APF) por otro. Los otros psicoanalistas pertenecen en su mayoría a grupos o asociaciones
salidos de la antigua Ecole freudianne de Paris (EEP) fundada por Jacques Lacan EN 1964 y disuelta, aún durante su
vida en 1980.
En Francia, tres generaciones se sucedieron. La primera está compuesta por los que fundaron la SPP en 1926, tras de
ellos desempeñaron un pepel preponderante: MarieBonaparte, Rene Lafourgue, Rodolph loewenstein.
Debido a su amistad con Freud, a su celebridad, a su actividad permanentes de traductora y de militante devota de
la cusa freudiana, Marie Bonaparte due la principal organizadora del movimiento. Laforgue y Leowenstein llegaron a
ser los dos principales didactas de la SPP. Son ellos los que formaron, durante el periodo de entreguerras, a la
segunda generación grancesa y, sobre todo, a aquellos que serían los jefes del movimiento después de 1945: Daniel
Lagach, Jacques Lacan, Francoise Dolto, Sacha Nacht, Maurice Bouvet.
Vino luego la tercera generación, nacida entre 1920 y 1930, y formada por la segunda. Tuvo que enfrentar dos
escisiones. La primera en 1953 alrededor de la cuestión del análisis profano (el psicoanálisis practicado por los no
médicos), la segunda diez años mas tarde en 1963, cuando Lacan no fue aceptado como didacta en las filas de la IPA
debido a su negación de someterse a las reglas en vigor en cuanto a la duración de las sesiones y la formación de los
analistas.
Lacan, rehusaba, en efecto, plegarse el imperativo de la sesión de 55 minutos y proponía interrumpirla por
puntuaciones significativas que dieran un sentido a la palabra del paciente. Además criticaba la idea de la disolución
de la transferencia como un momento terminal del análisis. A su modo de ver, el análisis sostenía una relación
transferencial jamás consumada. Por último, rechazaba el principio de una separación radical entre el análisis
llamado didáctico y el análisis, llamado terapéutico (o personal): en consecuencia, un candidato debía ser libre de
elegir su analista sin ser obligado a recurrir a la lista de titulares autorizado. Por otra parte (y es sin duda la razón
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profunda de esta ruptura) lacan restauraba, por su enseñanza y por su estilo, la figura del maestro socrático en una
época en la que ésta era considerada nefata por la IPA, más preocupada por formar nuevos profesionales del
psicoanálisis que por reavivar las ambiciones elitistas en el seno del movimiento.
La segunda escisión, de lejos más grande, fue un drama, primero para el propio Lacan, que no había jamás
considerado abandonar la legitimidad freudiana, pero también para toda la tercera generación francesa.
Sus miembros mas brillantes habían sido analizados por él y de repente se encontraba en campos opuestos: unos
reagrupados en la APF, afiliada a la IPA en 1965, los otros reunidos en la EFP y definitivamente echados de las
instancias legitimas del freudismo, incluso cuando se consideraban mucho mas freudianos que sus homólogos de la
IPA, convertidos en sus rivales.
Contrariamente a sus colegas norteamericanos o ingleses, los psicoanalistas franceses de la tercera generación
pertenecientes a la IPA no formaron nunca una escuela homogénea. Además las grandes corrientes del freudismo
internacional no se implementaron en Francia: ni la ego psychology, ni el annafraudismo, ni la self psychology, ni las
teorías poskleinianas de Wilfred Ruprecht Bion. Es el Lacanismo, y solo él, quién divide en dos polos, luego de 30
años, el campo psicoanalítico Frances: los no lacanianos (llamados a veces Freudianos ortodoxos), de un lado, los
lacanianos del otro, por supuesto que todos invocan a Freud.
Ésta bipolarización del freudismo francés fue acentuada por la presencia de Francoise Dolto en las filas de la EFP.
Dotada de un asombroso genio clínico, fue la fundadora en Francia del psicoanálisis en niños: una figura equivalente
a la de Melanie Klein para la escuela inglesa, aunque sus tesis están más cerca de las posiciones de Anna Freud.
Ahora bien, en 1963 durante la segunda escisión, Dolto tampoco fue admitida en las filas de la IPA. Las razones
invocadas para justificar éste rechazo eran inversas a las que habían utilizado contra Lacan: no le reprochaban a
Dolto sesiones cortas (las suyas eran reglamentarias), sino la práctica de la cura didáctica demasiado carismática y no
compatible, decían, con los estándares de la formación clásica.
ERNEST JONES: fue un neurólogo galés, psicoanalista y biógrafo oficial de Sigmund Freud. Como el primer
practicante en lengua inglesa del psicoanálisis, y como presidente de la sociedad Psicoanalista Británica y de la
Asociación Internacional del Psicoanálisis en las décadas de 1920 y 1930, Jones ejerció una influencia sin
comparación en el establecimiento de sus organizaciones, instituciones y publicaciones en el mundo habla inglesa.
MARIE BONAPARTE: princesa de Grecia y Dinamarca, fue además una escritora y psicoanalista Francesa.
Estrechamente vinculada a nivel profesional con Sigmund Freud, con su riqueza contribuyó al acontecimiento y
popularidad del incipiente psicoanálisis y ayudó al propio Freud a escapar de la Alemania Nazi.
Freud y su madre-padre: desde su nacimiento Sigmund fue para Amalia un motivo de orgullo y altivez. Amalia
transmitió su convicción a Jacob, que comenzó entonces a admirar a su hijo, en la creencia de que algún día será
superior a él. En tanto que los hombres de la familia, ayudados por sus yernos o sostenidos por sus suegros, siempre
le habían visto como honrados comerciante de lana y artículos surtidos, Jacob, que ahora se adhería plenamente a la
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ilustración judía, pensó muy pronto que su hijo podría acceder a un destino distinto del de sus antepasados: ya no el
negocio, sino el saber.
Freud y la sexualidad: (1° madre): apegado a su joven y seductora madre, a quien amaba de manera egoísta, Freud la
miraba en su infancia como una mujer a la vez viril y sexualmente deseable. Durante un viaje en tren, entre quedó
deslumbrado con su desnudez, y más adelante contó un célebre sueño de angustia en el cual la veía dormida y
transportada a su cama con personajes con pico de pájaro que el recordaban las divinidades egipcias reproducidas
en la biblia paterna. A continuación consideró que los niños que habían sido preferidos por su madre acarreaban
consigo, una vez llegados a su edad adulta, un optimismo inquebrantable. Más aún, deduciría de esta convicción la
idea de que las relaciones de amor entre las madres y los hijos varones son las más perfectas y despojadas de
ambivalencia. En realidad, jamás puedo dilucidar la índole del vínculo que lo unía a su madre. Para él, el amor
maternal, y más aún el amor de la madre por el hijo varón, era algo que estaba en la naturaleza de las cosas.
Fascinado desde temprana edad por esa concepción de la libertad humana, Freud llegado a la adolescencia, tuvo
con respecto a su propia sexualidad una actitud ambivalente. Por un lado, sufría las frustraciones impuestas por la
sociedad en que vivía, al punto de considerarlas como la causa de los tormentos subjetivos más sombríos, por otro,
consideraba la exhibición pulsional como la fuente de destrucción. De ahí un culto marcado por el control de los
desordenes del yo. Prefiriendo el deseo no saciado al goce de los cuerpos, no vacilaba en rememorar una escena
infantil durante la cual había orinado en el dormitorio de sus padres en presencia de estos: “éste chico nunca llegará
a nada”, había dicho Jacob. Desafiado por esa frase paterna, Freud no dejo de contabilizar, a lo largo de muchos
años, todos sus éxitos intelectuales a fin de demostrarse que nunca sería un inútil.
Judío sin dios, puritano emancipado capaz de dominar sus pulsiones y criticar los perjuicios del puritanismo,
presento de si mismo la imagen de un rebelde bien ordenado, apasionado desde su infancia por los misterios y las
extravagancias de la sexualidad humana.
Freud y su adicción: el episodio de la cocaína, que suscitó interpretaciones delirantes en no pocos comentaristas,
debe comprenderse como una etapa importante en la trayectoria del joven Freud. Un día éste contó que el estudio
de la coca había constituido para él algo importante que había intentado en vano alejar de sí, un momento marginal
pero profundo y esencial. En otras palabras es preciso admitir que, con el uso de esa droga, Freud se enfrentó a su
“demonios”, su desmesura, la parte irracional de sí mismo que siempre lo llevaría a desafiar el orden de la razón, ya
fuera en el interés prestado a los fenómenos ocultos y la telepatía o en su atracción por las especulaciones más
extravagantes.
Durante ese episodio comprobó hasta qué punto la droga podría ser a la vez el mal y el mal remedio del mal, la
herramienta diabólica capaz de producir estados mentales patológicos para tratar a continuación de erradicarlos.
Ese paso por la droga, que duró varios años, fue para él, por lo tanto, una manera de hacer el duelo del enfoque
fisiológico en beneficio del estudio de los fenómenos psíquicos.
Freud y Jung (sueños): éstos continuaron durante mucho tiempo entregándose a su pasión de interpretar los
sueños. Uno y otro, como todos los discípulos del primer cenáculo, tenían la certeza de que, gracias a su doctrina
común, el incc había hecho una entrada espectacular en la vida cotidiana de las sociedades europeas. Todo sucedía
como si ya no pudiera contemplarse la posibilidad de sumergir el sueño en el dormir, disimularlo en lo recóndito de
una vida nocturna, porque, por el milagro de la interpretación freudiana, el propio hombre se habría convertido en
la encarnación del sueño. Esa era la máxima de los nuevos tiempos, que el poeta Joe Bousquet resumiría en una
formula sobrecogedora: “pertenezco ahora a un tiempo en que ya no soñaremos, porque el hombre es el sueño”
FREUD Y LACAN
Freud:
La universalidad del complejo de Edipo:
Todos los niños viven esa fantasía universal que es el complejo de Edipo. Ningún niño ni niña de cuatro años puede
sustraerse el torrente de pulsaciones eróticas que se liberan alrededor de los 3 o 4 años y porque ninguna persona
adulta en su entorno inmediato puede evitar convertirse en el blanco de sus pulsiones ni en el cauce para la
canalizarlas.
Deseo incestuoso:
El deseo incestuoso no solamente es irrealizable; además es inconcebible para un niño de cuatro años. No obstante,
los analistas atribuimos a ese deseo mítico, que esta más allá de toda genitalidad, el origen de todos los deseos y
fantasías humanas.
Varón: hijo con la madre
Niña: hijo del padre.
El Edipo del varón y de la niña: el varón renuncia a su madre porque tiene miedo, mientras que la niña se aparta de
la madre que la decepciona y se vuelve hacia el padre.
El complejo de Edipo del varón, en el cual, el niño desea a la madre y querría eliminar al padre en cuanto rival, se
desarrolla naturalmente a partir de la fase de su sexualidad fálica. Pero la amenaza de castración lo obliga a dejar
esta posición. La impresión de que corre peligro de perder el pene le hace abandonar, reprimir y en el caso más
normal, destruir radicalmente el complejo de Edipo, entonces se instituye como heredero un súper yo severo.
Lacan:
El Edipo es una teoría de la familia:
La teoría del Edipo es una teoría de la familia y en particular, la de la decadencia social de la imagen paterna.
Precisamente esa decadencia del rol del padre estaría en el origen de las neurosis.
La fase fálica:
En la fase fálica, el niño desea sexualmente a uno de sus padres sin consumar, por supuesto, ningún acto sexual. En
el lugar de una genitalidad inexistente, se desarrolla en el niño la fantasía de poseer un falo todo poderoso.
La omnipotencia de la madre:
Lacan se opone a la idea de que el niño este dominado por un sentimiento de omnipotencia. Solo la madre puede
disponer de la omnipotencia puesto que el niño se le atribuye a ella. La omnipotencia es solo del Otro y la primera
castración que vive el niño es la comprobación angustiosa de que su madre es tan vulnerable con él.
Triada imaginaria:
Para lacan el triangulo madre-hijo-falo es una triada imaginaria preedipica. El Edipo solo aparece con la introducción
del cuarto elemento, el padre. La triada imaginaria deviene entonces cuarteto simbólico.
El paso de una al otro se produce a través de una decepción: el niño se siente decepcionada al comprender que no
es el falo de su madre. Descubre que el objeto de deseo de la madre está en el padre y no en el. De pronto se vuelve
hacia el padre, el poseedor del falo.
Castración y privación:
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La castración es una idea, la privación es un hecho. Al mirar el cuerpo desnudo de la niña, el varón se dice: “fue
castrada”, la niña al mirarse, comprueba: “fui privada de eso”. Para el varón, la castración es una idea angustiante, la
idea de que lo esencial puede faltarle; mientras que, para la niña, la privación es una comprobación dolorosa, la
comprobación de que el falta lo esencial que creía tener.