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Graciela Repún y Enrique Melantoni

El príncipe pide una mano


Ilustrado por Virginia Piñón

PRIMER ACTO
 
PERSONAJES:
 
PRÍNCIPE
ENANITO
BLANCANIEVES
 
 
(Abre a claro en el bosque. Sobre una roca plana se ve una caja transparente donde
duerme la princesa Blancanieves. Solo se escuchan sus ronquidos. Por la izquierda
aparece un príncipe, que mira hacia todos lados.)
 
PRÍNCIPE: Jamás había estado en esta parte del bosque. Tengo que andar
con cuidado. En pocas horas llegará la noche... Por los ruidos que oigo, entre
los matorrales debe estar agazapado un peligroso jabalí. (Saca su espada.)
Texto © 2009 Graciela Repún y Enrique Melantoni. Imagen © 2009 Virginia Piñón. Permitida la reproducción
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Graciela Repún y Enrique Melantoni - El príncipe pide una mano
Pero... ¿qué es esto? (Observando la caja.) ¿Quién es esta joven y qué hace
durmiendo aquí? (Mirando a todos lados.) ¿Y dónde estará ese pequeño hom-
brecito con el que me crucé hace rato?
 
ENANITO: (Entrando por la derecha con un gorro blanco.) Aquí, aquí.
 
PRÍNCIPE: Dime, ¿quién es esta hermosa doncella?
 
ENANITO: Es Blancanieves. Hace años que duerme. Llegó a nuestro hogar
escapando de su malvada madrastra. Mis seis hermanos y yo le dimos hogar
y comida. A cambio, ella se encargó de las tareas de la casa. Pero su madras-
tra la descubrió y le envió un hechizo que la dejó del modo en que ahora la
contemplas. Muchos príncipes vinieron a tratar de despertarla y ninguno
pudo.
 
PRÍNCIPE: No me extraña. Después de cocinar y lavar para siete personas,
cualquiera querría dormir varios años...
 
ENANITO: Eso no es nada. A nosotros, la Gente Pequeña, nos gustan las
minas...
 
PRÍNCIPE: ¿Son mujeriegos?
 
Enanito: ¡No! Hacemos agujeros en la montaña con nuestros picos y palas.
Todas las tardes volvíamos con oro, piedras preciosas y las espaldas cargadas. 
Blancanieves, nos esperaba con la comida y con un masaje... (El hombrecillo
se entristece.) ¡Era tan amorosa! Antes de su llegada, en el pueblo nos decían
“Los siete mugrientos”. Cuando ella vino, nos rebautizó con apodos nuevos:
Quejoso, Risitas, Silbador, Mofletes, Roncador, Tontorrón y Aullador.
 
PRÍNCIPE: ¿Y si yo pudiera despertarla?
 

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ENANITO: Si quieres probar…
 
(El príncipe prueba con cuanto método esté a su alcance, hasta golpeándola con
un palo, tocándole la trompeta en la oreja, haciéndole cosquillas con una pluma.
No logra nada. Cuando está por desistir se acerca a Blancanieves. La mira con
expresión enamorada y suspira. Se inclina y la besa, pero se levanta de golpe,
haciendo gestos de desagrado.)
 
PRÍNCIPE: ¡Qué asco! ¡Tenía un pedazo de fruta entre los labios!
 
ENANITO: Es que se desmayó al morder una manzana... Se ve que no llegó
ni a masticarla.
 
(Se oye un prolongado suspiro del cajón y los dos se acercan. El príncipe se inclina
de nuevo sobre Blancanieves, pero ella tose ruidosamente y él se levanta enseguida
restregándose un ojo. Blancanieves se sienta. Mira a su alrededor con expresión
confundida.)
 
BLANCANIEVES: ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy en una caja de bombones
de fruta? ¿Dónde está la pila de ropa sucia? ¿Usted quién es, con esa cara de
príncipe enamorado?
 
PRÍNCIPE: Soy un príncipe enamorado...
 
BLANCANIEVES: ¡Ahora recuerdo! Una vieja sin dientes, muy simpática,
me regaló la mitad de su manzana. Yo pensé “para compota no alcanza”, así
que le di un mordisco...
 
ENANITO: Eso fue hace muchos años, Blanquita...
 
BLANCANIEVES: ¡Aullador! ¿Cómo estás? ¿Seguís cantando “heavy
metal”? ¿Dónde están tus hermanos?

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(El enanito habla mientras  retrocede y sale de escena.)
 
ENANITO: Voy a ver si los encuentro para que te vengan a saludar...
 
PRÍNCIPE: Aprovecho que estamos solos para preguntarte, ¿te casarías
conmigo?
 
BLANCANIEVES: ¡Tu pregunta me toma por sorpresa! ¿No nos conoci-
mos hace un ratito?...
 
(Entra un enanito con gorro verde y unos largos bigotes, que le llegan casi hasta
el suelo.)
 
ENANITO: ¡Blanca!
 
BLANCANIEVES: ¡Roncador! ¡Qué feliz estoy de verte! ¿Y tus hermanos?
 
(El enanito bosteza y cierra los ojos. Se queda dormido parado y comienza a
roncar. El príncipe lo sacude y lo despierta, pero vuelve a hacer lo mismo a mitad
de su frase y tienen que despertarlo nuevamente.)
 
ENANITO: Zzzzzzz ¿Mis hermanos?... Andan por ahí, trabajando, como
siempre. Zzzzzzzzzzz ¡Voy a buscarlos! (Se vuelve a quedar dormido parado.
Lo despiertan y comienza a caminar, pero se duerme otra vez. Repiten la secuencia
hasta que finalmente sale de escena.)
 
BLANCANIEVES: ¡Qué raro!  Antes andaban todos juntos, y ahora vienen
de a uno. Tengo un mal presentimiento... (Girando hacia el príncipe.) ¿Qué
me decías? ¿Me estabas proponiendo casamiento?
 
PRÍNCIPE: (Aclarando la garganta.) Es que... quiero una esposa buena,
bella y hacendosa como tú... que no les haga asco a las tareas del hogar. Que

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atienda a su marido, que se quede en casa esperándome hasta que vuelva de
mis batallas... que se ocupe de los invitados, de los hijos... que no sea llama-
tiva, que no haga mucho ruido...
 
ENANITO: (Entrando a la carrera. Ahora tiene un gorro azul y una larga barba
blanca.) ¡Blanquilla, despertaste!
 
BLANCANIEVES: ¡Mi querido Quejoso...! Me acaba de despertar el joven
aquí presente. Y recién me propuso casamiento. ¿Qué te parece? ¿Será un
buen partido?
 
ENANITO: (Poniendo cara de desagrado.) Debo quejarme de estos persona-
jes que toman decisiones apresuradas. Me imagino que todavía no le con-
testaste, ¿no?
 
BLANCANIEVES: En realidad, no. Pero además, jamás me iría sin despe-
dirme de ustedes. A propósito... ¿Por qué no vienen todos juntos?
 
ENANITO: Están por ahí, trabajando. Yo veré... veré qué puedo hacer.
 
(El enanito se va, quejándose de las piedritas del camino y del sol fuerte.)
 
PRÍNCIPE: (Mirando cómo se aleja.) Es notable lo parecidos que son...
 
BLANCANIEVES: Es que no los conoces. Con el tiempo, uno aprende a
ver los rasgos que los diferencian.
 
PRÍNCIPE: Blancanieves... ¿Te casarás conmigo? Dame una respuesta.
Pronto saldrá la luna llena, y podríamos aprovechar que el bosque estará
iluminado para emprender el camino a mi castillo, para que conozcas a mis
padres y ver si ellos te aprueban...
 

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BLANCANIEVES: ¿Luna llena? (Se escucha un aullido.) ¡Estás en peligro! (Se
oyen nuevos ruidos que ponen a los protagonistas en alerta.) Pero ahí viene Risi-
tas. Iremos con él a la casita del bosque, donde nos pondremos a salvo...
 
PRÍNCIPE: ¿A salvo de qué?
 
BLANCANIEVES: A salvo de... ¡los osos!
 
PRÍNCIPE: ¿Osos? ¿Aquí? ¡Qué raro!
 
(Entra un enanito con gorro rojo y un bamboleo gracioso.)
 
BLANCANIEVES: ¡Mi querido Risitas...!
 
ENANITO: (Habla entre risas, porque está muy tentado.) Hola, ja ja, Blanca,
jo, jo
 
(Blancanieves mira por encima de él.)
 
BLANCANIEVES: ¿Dónde están los demás? ¿Por qué vienen de a uno? ¿A
quién quieren más, a la mina o a mí?
 
(El enanito hace gestos de que va a buscarlos, pero Blancanieves, al verlo de espal-
das, le grita.)
 
BLANCANIEVES: ¡Alto, Aullador!
 
(El enanito se detiene, hace un gesto de cansancio.)
 
ENANITO: ¿A quién le decís alto? ¿A mí? (Se saca el gorro y las orejas falsas, y
se pone su gorro blanco) Ya sabía que esta farsa no podía durar mucho. ¿Cómo
me descubriste?

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BLANCANIEVES: Es que ya es de noche... Y ha salido la luna... llena.
 
PRÍNCIPE: (Sacando su espada.) ¡Atrás Blancanieves! Acabo de ver que el
enanito se está transformando en bestia. ¡Mira cómo asoma su cola por
debajo de la ropa!
 
(Al enanito le asoma por detrás  una cola larga y muy peluda. Se produce un
amague de combate divertido. El príncipe quiere atacar, pero el enanito lo sor-
prende porque pasa de tener una actitud humana a tomar las características de
distintos animales. Blancanieves se interpone entre los dos.)
 
BLANCANIEVES: Déjalo vivir. Ya sé que, por ser el séptimo hijo varón, en
las noches de luna llena se convierte en lobizón.
 
PRÍNCIPE: ¡Qué bonitos versos dices! Pero eso no evitará que nos ataque.
Córrete, para que pueda partirlo en dos con mi espada.
 
BLANCANIEVES: ¡Qué violento! ¡No te atrevas! Quiero saber la verdad...
(Mirando al Enanito.) ¿Qué pasó mientras estuve dormida? ¿Dónde están tus her-
manos? ¿Acaso tú...? (Hace un gesto con la mano, indicando que se los comió.)
 
ENANITO: No te niego que lo pensé. Si me hubiera comido a Quejoso,
automáticamente habría pasado a ser el sexto hermano, y la maldición no
funcionaría más. ¡Pero yo quiero a mis hermanos! La verdad es que se fueron
a trabajar y yo me quedé  para cuidarte de las bestias salvajes, para pasarle el
plumero a la caja, para lavar la ropa y para traer cuanto príncipe pasara por
ahí, a ver si te despertaba. Ya ves que este lo consiguió. (Señala al príncipe de
manera despectiva.) Escuche, Azul, no tiene que preocuparse por mí. Cuando
estoy cerca de Blancanieves, no soy peligroso.
 
PRÍNCIPE: (Balanceando la espada.) Un lobizón menos peligroso sigue
siendo peligroso. ¡Acabaré contigo digas lo que digas!

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(Blancanieves se acerca al enanito y lo acaricia, mientras habla con el príncipe.)
 
BLANCANIEVES: No harás nada de lo que dices. Cuando me viste en mi
caja, desperté algo en ti. Ese pequeño y dulce sentimiento fue suficiente para
vencer el hechizo de mi madrastra. Un cariño más profundo,  ¿no podría
amansar a una fiera?
 
ENANITO: Perdóname por tratar de engañarte. Quería que te fueras con
el príncipe sin pena, pero soy un pésimo actor. (De pronto se sacude, como
si tuviera convulsiones.) ¡Blancanieves! ¡La luna llena! ¡Siento que me estoy
transformando!
 
BLANCANIEVES: ¡No!, ¡resiste!, ¡aguanta, Aullador! (Mientras le habla, lo
sujeta por los hombros y lo saca de escena. Luego vuelve.) Ya está. Se transformó,
pero no nos hará daño. Lo traeré para que lo veas...
 
PRÍNCIPE: (Alzando la espada.) Ten cuidado, al menor movimiento sospe-
choso, mataré a la bestia.
 
BLANCANIEVES: Basta con esas violencias que no me gustan. ¡Yo soy
pacifista! Espera... (Vuelve enseguida, con un cachorrito en brazos. Tiene el gorro
blanco del enanito.)
 
BLANCANIEVES: Aquí está tu peligroso lobizón... ¡Qué tierno es! ¡Cuán-
tas veces, en noches de luna llena, se quedó a mi lado, ayudándome con las
tareas de la casa y haciéndome compañía, mientras sus hermanos roncaban
de lo lindo! ¡Y cuantas veces volvía de la mina con cualquier excusa y se ocu-
paba de todo mientras yo descansaba o estudiaba veterinaria, mi vocación
secreta! ¿Cómo pensar en abandonarlo? ¡Si él me quiere y yo lo quiero!
 
PRÍNCIPE: Pero... ¿y nuestro casamiento?
 

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Graciela Repún y Enrique Melantoni - El príncipe pide una mano
BLANCANIEVES: ¿Nuestro qué...? Escúchame, príncipe. Tú eres un sal-
vador de princesas. Lo demostraste conmigo. ¿Por qué entonces no vas a
rescatar a mi tía tatarabuela? Ella era la doncella más hermosa de su tiempo,
pero duerme desde hace cien años en su castillo.  Solo necesita de tu beso
para despertar... No está al tanto de los cambios sociales, así que tus ideas
irán perfectamente con las suyas...
 
PRÍNCIPE: Pero... ¡Tu tía tatarabuela debe ser un vejestorio!
 
BLANCANIEVES: ¡No! Porque el hechizo que la durmió la conserva tal
cual era a los dieciséis años. Vete ahora, y llegarás para el amanecer. Pre-
gunta en el pueblo dónde queda el castillo de La Bella Durmiente.
 
PRÍNCIPE: (Guardando su espada.) Lo haré. (Se inclina ante Blancanieves,
acaricia al perrito con cierto temor, y se va.)
 
BLANCANIEVES: Adiós, príncipe. (Hablando con el perro.) Parecía un buen
muchacho. Un poco zopenco, un poco antiguo, pero voluntarioso. ¿Vamos a
nuestra casa, Aullador? ¡Tendremos mucho de que hablar cuando amanezca!
... (se van)
 
FIN DEL PRIMER ACTO

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