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PORTES, Revista mexicana de estudios sobre la Cuenca del Pacífico

Tercera época • Volumen 9 • Número 18 • Julio / Diciembre 2015 • Colima, México

18
ISSN 1870-6800
PORTES, Revista mexicana de estudios sobre la Cuenca del Pacífico
Tercera época • Volumen 9 • Número 18 • Julio / Diciembre de 2015 • Colima, México

Universidad de Colima Comité editorial nacional


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Secretario General Centro Universitario de Estudios e Investigaciones sobre la Cuenca
del Pacífico, México
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Facultad de Economía
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Dr. José Ernesto Rangel Delgado Washington, Estados Unidos de Norteamérica
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de México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Directora General de Publicaciones
de Asia y África

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Coordinador Editorial de la revista y El Colegio de la Frontera Norte. Especializado
en Economía Industrial e Industria Maquiladora
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y Desarrollo Regional en el Marco de la Cuenca del Pacífico
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Especializada en Economía Agrícola
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Especializada en Relaciones Internacionales
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Colima, Col., México. Teléfono (+ 52) (312) 31 6 11 31, ext. 47801. www.portesasiapacifico.com.mx, portes@ucol.mx. Editora responsable: Gloria
González. Edición: José Luis Ramírez Moreno y Carmen Millán. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2010-030116423900-102, ISSN
1870-6800. Impresa por la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, Av. Universidad 333, Col. Las Víboras, C.P. 28040.
Colima, Col., México. Teléfono (+52) 312 31 6 10 00, ext. 35004. Este número se terminó de imprimir en diciembre de 2015 con un tiraje de 500
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la revista sin fines de lucro.
La búsqueda de la modernidad
como mecanismo de la consolidación
de las élites políticas en China en el siglo XX

Political elites and China’s search


of modernity in twentieth century

Daniel Lemus Delgado1

Resumen
Este artículo analiza la relación entre la conformación, consoli-
dación y reinvención de la élite política en la República Popular
China, y la búsqueda del proyecto político de la modernidad.
Para ello, se propone que la modernidad como proyecto consti-
tuyó una de las más importantes justificaciones ideológicas que
permitió al Partido Comunista Chino (PCC) arribar al poder. De
esta forma, en nombre de esa modernización la élite burocrática
ha sido capaz de reinventarse para consolidar su poder, desa-
fiando así la idea convencional de que la modernización econó-
mica debe ser acompañada de una modernización política. Para
analizar la relación entre modernidad como proyecto político y
la consolidación de las élites, esta investigación parte de una vi-
sión histórica. La aportación de este artículo permite ampliar la
comprensión de los procesos de apropiación y consolidación del
1
Profesor-investigador del Tecnológico de Monterrey, Centro Asia-Pacífico, Campus
Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, México. Guadala-
jara, Jalisco, México. Email: dlemus@itesm.mx

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poder político de la élite, desde una perspectiva histórica, consi-


derando las características particulares de la historia de China
en este proceso. Como conclusión, este trabajo sugiere que la
búsqueda de la modernidad ha sido un elemento constitutivo
de la identidad de las élites que se explica desde sus profundas
raíces históricas.

Palabras clave: modernización, élites políticas, República Po-


pular China.

Abstract
This article analyzes the relationship between the foundation,
consolidation and reinvention of the political elite in the People’s
Republic of China and the search to modernization from an his-
torical perspective. To do this, this article proposes that moder-
nity is a political project that has been an important ideological
justification. This justification allowed that Chinese Communist
Party took the political power. Also, the project of modernization
has favored the reinvention of the political elite. The contribu-
tion of this paper is to present this process and the particu-
lar characteristics of Chinese history. In conclusion, this paper
suggests that the search to modernization has been a constitu-
tive element with deep historical roots.

Keywords: modernization, political elites, China.

Introducción

U na de las características que define al siglo xxi es el ascen-


so de China en el escenario internacional (Shenkar, 2008).
Este hecho, que está trastocando las estructuras del sistema
internacional, tiene su origen en el proceso modernizador que
emprendió China en el año de 1978, cuando la cúpula del Parti-
do Comunista empezó un intenso programa reformador (Zhang,
2000). Este programa conocido como las cuatro modernizacio-
nes (agricultura, industria, ciencia y tecnología y Ejército), re-
presentó un parteaguas en la existencia de la República Popular
(Yeung, 2009). A partir de este programa China inició su ruta
hacia el crecimiento económico y el poderío político, fortalecien-
do su presencia a nivel mundial (Liang, 2007). A su vez, el resul-
tado de estas reformas ha trastocado profundamente la estruc-

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tura económica y social de la China contemporánea (Guthrie,


2012). Sin embargo, aunque China ha pasado de un régimen
político totalitario a uno autoritario, la posibilidad de que la mo-
dernización económica se traduzca en una reforma política que
permita adoptar un modelo de democracia de inspiración libe-
ral, parece una posibilidad muy remota (Guo, 2007).
Esta investigación propone que una modernización eco-
nómica sin una modernización política de inspiración liberal es
consecuencia del contexto histórico chino. Así, se sugiere que
si no se tiene en cuenta una perspectiva histórica, es imposible
captar cabalmente el origen de una modernización con caracte-
rísticas chinas. Y más importante aún, como ese anhelo de mo-
dernización se constituyó en la pieza clave que permitió el fin de
las élites políticas tradicionales y el surgimiento, consolidación
y transformación de la actual élite política a partir de una visión
particular del comunismo.
En este sentido, la búsqueda de la modernización ha fun-
cionado como una justificación ideológica de la élite burocrática
para perpetuarse en el poder. En China, la aspiración de alcan-
zar la modernidad, entendida ésta como un proyecto específico,
permite comprender la manera en que las élites se han consti-
tuido en el eje rector de estas transformaciones, con la finalidad
de encauzar los cambios estructurales que permiten consolidar
su poder. En este sentido, se propone que China representa un
ejemplo de la consolidación de las élites a partir de encauzar
la transformación estructural como una forma de legitimidad
política bajo el discurso de la modernización. Así, la modernidad
se convierte en el medio y el fin para alcanzar y mantener el po-
der; desde esta perspectiva, se sugiere que el concepto de la élite
política hace referencia a la minoría gobernante, cuyo dominio
político se justifica a través de un conjunto de valores —“la fór-
mula política”— que le da legitimación (Scott, 2014).
Bajo esta premisa, se analiza la consolidación de las élites
en el poder y su relación con la modernidad. La idea de moderni-
dad genera una realidad imaginada y construye una aspiración
colectiva propiciada intencionalmente por la élite para aglutinar
en torno a sí misma los proyectos políticos nacionales. Así, la
justificación ideológica y la praxis política interactúan dialéc-
ticamente para favorecer la permanencia en el poder de dichas
élites, al proveer una legitimidad al régimen. Como Wallerstein
(2006) lo ha advertido, la fuerza de dicha legitimidad radica en

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la falsa promesa del progreso como consecuencia misma de la


modernidad.
El objetivo de esta exposición es analizar la manera en la
que las élites han impulsado un proyecto modernizador, más
allá de las acciones gubernamentales que han acompañado di-
cho discurso. De esta manera, se parte del supuesto de que la
modernidad como proyecto político es una justificación ideológi-
ca que permite continuar con las estructuras de dominación de
las clases poderosas sobre la inmensa mayoría. Por lo tanto, este
escrito parte de una perspectiva histórica para presentar una
visión panorámica sobre la conformación y consolidación de las
élites. De esta manera, se contribuye en ampliar la discusión
sobre las formas de legitimidad política más allá del modelo es-
trecho de la democracia liberal.
Este trabajo se divide en cinco secciones: en la primera se
discute someramente la relación entre modernización, legitimi-
zación y empoderamiento de las élites; en la segunda sección
se analizan los intentos fallidos de modernización durante la
última dinastía y la manera en que dicho fracaso permitió el
espacio para el surgimiento de nuevas élites; en la tercera parte
se aborda el origen de las nuevas élites durante el periodo com-
prendido entre 1910 y 1930; en la cuarta sección se reflexiona
el proceso de consolidación de las élites entre 1940 y 1970; en
la quinta sección se analiza el proceso de reinvención de la élites
entre 1980 y 2000. Por último, en las conclusiones se argumen-
ta que la búsqueda de la modernidad ha sido un elemento cons-
titutivo de la identidad de las élites, que se explica desde sus
profundas raíces históricas.

Modernización, legitimización política


y empoderamiento de las élites

En este artículo se parte de la definición de


modernidad propuesta por Ellis (2005), quien la
define como: “…una condición, mentalidad o sín-
drome por presentar dilemas característicos de
los seres humanos …Los elementos de la condi-
ción moderna incluyen el rechazo de la autoridad
tradicional, una noción progresista y no cíclica
del tiempo, la emancipación individual y colec-
tiva, una orientación ampliamente empirista ha-

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cia la comprensión del mundo, y una perspectiva


prometeica que considera a todas las dificultades
como problemas técnicos que pueden ser domi-
nados a través de la actividad humana” (Ellis,
2005: 1473). Particularmente, en este artículo se
enfatiza la idea de que la modernidad es al mismo
tiempo un proyecto y una aspiración, cuyo cum-
plimiento gradual promete mejores condiciones
de la vida frente a un presente que se muestra in-
justo e inadecuado, y el cual es necesario superar
desde el pensamiento racional aplicado a todos
los campos del conocimiento.
El origen del término moderno, en su for-
ma latina, fue por primera vez utilizado a finales
del siglo V para diferenciar el presente, ya enton-
ces oficialmente cristiano, del pasado considera-
do pagano (Habermas, 1995). Desde su origen, la
modernidad es, en primer lugar, una toma de con-
ciencia sobre la ruptura con el pasado (Le Goff,
1997). Es esta toma de conciencia la que ha defi-
nido el actuar de la élite política en China. Desde
sus orígenes, las élites del PCC tuvieron en claro
que era necesario una ruptura fundamental con
el pasado para llevar al país a una nueva etapa en
la historia que implicaba explícitamente la idea
de mejores condiciones de vida para la población
(Lawrence, 1998). De esta manera, desde la pers-
pectiva de Mao Zedong, considerado el padre fun-
dador de la nueva China, la revolución implicaba
la necesidad de luchar contra los “cuatro viejos” o
las “cuatro cosas viejas”: las viejas tradiciones, la
vieja cultura, los viejos hábitos y las viejas ideas
(Spence, 1999). Al final de cuentas, no sólo se
trataba de una lucha por el poder entre faccio-
nes, sino también una lucha de mentalidades por
implantar una nueva forma de pensamiento que
permitiera superar las ataduras del pasado.

La idea del cambio fue concebida como una de las más ge-
nuinas expresiones de la modernidad. Y entre más veloz fuera
este cambio, más próximo se alcanzaría la gran promesa de la
modernidad: el progreso (Córdova, 2000). La razón, el intelecto
humano, la tecnología aplicada a los procesos productivos, los
descubrimientos de la ciencia, la movilidad social, la participa-
ción de los gobernados en las decisiones del gobierno; en re-

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sumen, los resultados palpables de la modernidad, instalarían,


tarde o temprano, a la población en una nueva tierra prometida.
La modernidad era vista esencialmente como el triunfo de la
razón, como una auténtica liberación y como un camino genui-
no hacia la revolución. La revolución entendida como cambio
transformador (Touraine, 2002).
La idea de lo moderno como lo deseable se complementó
con un tinte de excepcionalidad. Así, se generó la concepción
de lo moderno como un fenómeno exclusivamente occidental.
La modernidad era posible gracias a la excepcionalidad de la
civilización occidental. Más allá de la civilización occidental, se
podrían encontrar eventos interesantes, adelantos tecnológicos
asombrosos, manifestaciones artísticas sorprendentes y formas
de organización política y social originales; pero con la limitación
de que ninguna de ellas sería capaz de gestar por sí misma las
particularidades del proyecto moderno (Sardar, 2004).
Las demás civilizaciones, incluyendo la civilización china,
quedaron así condenadas a imitar y seguir la ruta de la moder-
nidad trazada por la civilización occidental. La nueva tragedia
no consistía en el estrato social en que uno naciera, sino en la
región del mundo de la cual una persona fuera originaria. Más
allá de la influencia de Occidente, no se podría alcanzar un au-
téntico progreso; la solución a esta situación era obvia, pues se
debían adoptar los valores de la modernidad (Wallerstein, 2006).
Por esta razón, el rechazo de las estructuras políticas,
económicas y sociales en la última fase de la dinastía Qing, tan-
to por las élites que encabezaba el Partido Nacionalista Chino
o Goumindang, así como el PCC, fue entendido como la necesi-
dad de adoptar el conocimiento y la ciencia de Occidente. Esta
adopción era una condición sin la cual no se podría alcanzar el
progreso. Por lo tanto, las ideas propias y específicas de la civi-
lización china fueron consideradas inadecuadas.
El confucionismo fue visto no sólo como un impedimento
para alcanzar la modernidad, sino como la razón principal del
ocaso de China. El siglo xix, el siglo de la decadencia y la humi-
llación para el pueblo chino, fue explicado como producto de la
ambición de las potencias europeas en su frenética expansión
por el mundo, pero también como el resultado de las propias
debilidades internas de China. Estas debilidades fueron atri-
buladas al pensamiento confucionista que permeaba a la élite
burocrática. Las estructuras políticas y económicas de China se

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sustentaban en un modelo de pensamiento confucionista, vis-


to como arcaico, caduco e inoperante. La máxima expresión de
este sistema de pensamiento retrógrado era la propia burocracia
china, la cual se mostraba a todas luces ineficiente, ambiciosa
y corrupta.2
En este sentido el comunismo no es un pro-
yecto alterno, distinto, diferenciado en su esencia
a lo que la modernidad representa. Es, ciertamen-
te, una manera diferente de modernización. En
otras palabras, un camino distinto para llegar a
la modernidad. Pero tanto el liberalismo como el
marxismo, corrientes del pensamiento derivado de
un contexto moderno, buscan los mismos propó-
sitos: ruptura con el pasado, racionalización para
comprender las estructuras que conforman al
mundo, tecnificación como medio para incremen-
tar la productividad, paradigma científico como
fundamentación del mundo económico, político y
social. Todo con el propósito de alcanzar el progre-
so. La modernización desde el comunismo repre-
senta un camino distinto para alcanzar uno de los
grandes mitos de la modernidad: el progreso.
Es por esta razón que en China la moderni-
zación se constituyó en una poderosa base para
la justificación ideológica que dio paso a la legi-
timidad política. En otras palabras, si en las so-
ciedades tradicionales las personas que tenían el
poder, la fuente de legitimidad se encontraba en la
relación con fuerzas sobrenaturales, más allá de la
comprensión y la voluntad humana, con la moder-
nidad se esperaba un uso racional del poder; es
decir, la legitimidad se desprendía así de un ejer-
cicio del poder que condujera a mejorar las condi-
ciones de vida de la población en su conjunto.

2
El sistema mandarín estuvo vigente hasta el año de 1905. Este sistema tuvo su
origen en la concepción confucionista de que solamente las personas más capaces
eran las que debían ser servidores públicos. Esta capacidad era evaluada median-
te un examen respecto al conocimiento de los clásicos confucianos. El examen es-
tatal finalizaba con un ensayo conocido como ensayo de las 8 piernas, “mediante
el cual el candidato no tenía que demostrar tanto sus conocimientos de estrategia
política o el arte de la guerra o de la diplomacia, sino más bien su perfecto domi-
nio de los clásicos confucianos, así como su capacidad de redactar comentarios
sobre aquellas obras en estilo rebuscado y esencial a la vez, que sólo el chino lite-
rario podía permitir” (Corsi, 2001: 10).

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Es importante señalar que esta forma de


conceptualizar la legitimidad política varía nota-
blemente respecto a los fundamentos ideológicos
que legitimaba el uso del poder en la antigua Chi-
na. Tal vez la diferencia más importante radica en
la cosmovisión de la civilización clásica de Chi-
na, respecto a la legitimidad política. En efecto,
los distintos pensadores de las diferentes escue-
las filosóficas consideraban unánimemente que la
unificación política de China era el único medio
factible para poner fin a un mundo caótico. De
este modo, se consideraba que el territorio chino,
conocido como tiānxià (“todo bajo el cielo”), debe
regirse por un solo monarca omnipotente. Estas
premisas de unidad y una sola autoridad política
se convirtieron en la fundación ideológica del im-
perio y no fue cuestionada durante siglos. La pre-
misa ideológica básica de la estructura imperial
fue compartida por todos los grupos sociales po-
líticamente significativos e incluso por los vecinos
inmediatos. Ninguna estructura política alternati-
va fue considerada ni legítima ni conveniente (Pi-
nes, 2012). En consecuencia, la única fuente de
legitimidad era conservar el mandato del cielo que
se expresaba en el equilibrio cósmico y social.
De esta manera, la legitimidad política vin-
culada al mandato del cielo se expresaba en la
capacidad de la élite dirigente de mantener la in-
tegridad territorial de China, y preservar sus va-
lores culturales, los cuales permitían la superio-
ridad del pueblo chino frente a otros pueblos. La
preservación de los valores culturales, desde un
interpretación específica del confucionismo, sig-
nificaba la posibilidad de mantener el equilibrio
entre el cielo y la tierra, y entre todos los seres
humanos, a partir de cumplir los principios de or-
den, armonía y jerarquía derivados de una inter-
pretación particular de los textos confucionistas.
Cuando la élite burocrática china fue incapaz de
mantener estos dos principios: superioridad mo-
ral de China frente a los demás pueblos en una vi-
sión jerárquica del mundo e integridad territorial,
se resquebrajaron los pilares de la legitimidad po-
lítica, abriendo la posibilidad de la constitución
de una nueva élite en el poder.

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El fracaso de la modernización en el antiguo régimen


Al inicio del siglo xix, el contacto que China mantenía con el
mundo era más bien limitado y secundario, y se reducía a unos
cuantos intercambios comerciales esporádicos y a la presencia
de los misioneros jesuitas que se habían asentado en ese país
desde el siglo xVi (LaFleur, 2010). De hecho, no existían rela-
ciones diplomáticas con los países occidentales ni una idea del
escenario internacional como en aquel momento la concebían
las potencias europeas. La perspectiva china de las relaciones
entre Estados respondía a una visión sinocéntrica del mundo,
desde una visión cerrada y jerárquica, en la que China ocupaba
el centro del mundo y los demás países debían de alinearse a
este paradigma: conocido como sistema tributario (Kang, 2009).
El único contacto con el mundo más allá de la periferia China
debía de realizarse desde el puerto de Cantón (Guandong) con
una intención netamente comercial (Evans, 1989). Sin embar-
go, la situación cambió drásticamente con la Guerra del Opio, el
conflicto entre China y la Gran Bretaña que obligó al gobierno
chino a abrir cinco puertos al comercio internacional, además
de ceder por 150 años la isla de Hong Kong, así como brindar
al Reino Unido el trato de la “nación más favorecida” (Evans,
1989). Éste fue el primer paso en una serie de conflictos que
desembocaron la aceptación, acuerdos forzados que dieron paso
al penoso siglo de la humillación en China. De esta manera, se
hizo evidente la incapacidad de la dinastía Qing para mantener
el estatus de potencia imperial que China había mantenido des-
de el siglo xVi (Keay, 2009).
A partir de 1860, los puertos chinos se convirtieron en me-
dio para la influencia de los valores y la cultura occidental. Los
comerciantes, misioneros, diplomáticos y militares extranjeros
llevaron a China nuevas ideas y nuevas prácticas de un nuevo
mundo. Esta influencia amenazó el sistema económico tradicio-
nal, las prerrogativas de la élite, la cosmovisión, la seguridad y
soberanía china (Evans, 1989). Así, se sentaron las bases para
la penetración de ciertas ideas respecto a lo obsoleto que resul-
taba para los nuevos tiempos el sistema imperial de gobierno, y
la urgente necesidad de emprender la modernización (Murphey,
2009). A partir de entonces, fue evidente que el sistema político,
económico y social que se había mantenido por siglos, empezó
a derrumbarse.

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El imperialismo europeo del siglo xix dejó ver con claridad


la incapacidad de la última dinastía para hacer frente de ma-
nera efectiva a los desafíos de los nuevos tiempos. La respuesta
por parte de la élite ante esta situación se puede agrupar en dos
grupos: por una parte, un grupo apostó por el conservadurismo
político. El propósito era preservar el Estado confuciano a partir
de una política de conciliación, como resultado de la incapaci-
dad de comprender a Occidente y los nuevos procesos industria-
les. El segundo grupo impulsó un movimiento conocido como
“asuntos de actualidad”, que fomentó la visión del estudio de
Occidente; la adopción de tecnologías modernas y atracción de
los “expertos bárbaros” en materias específicas de conocimiento
(Evans, 1989).
Entre las medidas que se adoptaron destaca el estableci-
miento de fábricas militares para la construcción de navíos blin-
dados; la fundación (en 1862) de una nueva escuela de “apren-
dizaje combinado”, introduciendo la “dimensión práctica” de los
estudios referentes a astronomía, química, física, biología, mi-
neralogía, metalurgia, mecánica y fisiología; el establecimiento
de la Compañía Naviera de Vapor de los Comerciantes Chinos;
el fomento a la minería; la construcción de vías férreas; el esta-
blecimiento de líneas telegráficas; el impulso a la industrializa-
ción del sector textil y el establecimiento del servicio de correo
nacional (Evans, 1989).
El movimiento de auto-fortalecimiento fue el primero, pero
no el único intento de reformar durante el antiguo régimen,
cuyo propósito fundamental fue impulsar la modernización para
mantener a China como país dominante en Asia Oriental. Otro
movimiento significativo fue la llamada reforma de 1898, con-
ocido como “la reforma de los cien días” (Evans, 1989). En este
caso, un grupo de reformadores ilustrados aconsejaron al em-
perador Guangxu iniciar un proceso de reforma con la intención
de convertir a China en una monarquía constitucional, a la vez
que apostaron como meta, fortalecer la economía y crear un
nuevo sistema educativo (Rowe, 2012).
Entre los años de 1901 a 1907 China experimentó otra
ola de reformas; en esa ocasión se trataba de una reforma con-
trolada y conservadora que incluyó un programa de industrial-
ización con créditos y capitales extranjeros, la construcción de
unos 9.000 kilómetros de ferrocarril, la creación de ministerios
modernos, la abolición del sistema tradicional de exámenes, la

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aprobación de códigos legales occidentales, la reforma del Ejér-


cito, el desarrollo de minas, bancos y distintas industrias que
se establecieron en Shanghai y en los grandes puertos; impor-
tantes reformas educativas, así como la posibilidad de adoptar
un sistema constitucional (Evans, 1989). Sin embargo, estas
reformas fracasaron también en su propósito.
En retrospectiva, al mirar los esfuerzos encabezados por
parte de la propia élite gobernante por modernizar en China
durante el periodo del antiguo régimen, se puede afirmar que la
reacción de China ante Occidente fue vacilante, contradictoria,
débil e insuficiente, la cual estuvo impregnada por sentimientos
xenofóbicos de rechazo del mundo occidental y afirmaciones del
tradicionalismo chino. Además, en sí misma la modernización
era una tarea titánica, debido a que las mismas dimensiones
del país la convertían en empresa casi inabordable. Por otra par-
te, el Imperio, pese a la extrema centralización del poder en el
emperador y a la complejidad de su burocracia, no disponía de
los instrumentos esenciales del Estado moderno: gobierno mi-
nisterial, presupuestos, cuerpos de seguridad eficaces, sistema
nacional de educación, administración local y provincial, acade-
mias militares, organización judicial, entre otros.

Los orígenes de las nuevas élites, 1910-1940


La prolongada decadencia sumió a China en un periodo de ham-
bre, parálisis económica, aumento de la corrupción y debilidad
para enfrentar las ambiciones de los países imperialistas que
veían en el vasto territorio chino una oportunidad dorada para
extender sus áreas de influencia en el contexto internacional,
y obtener jugosos beneficios económicos. Paradójicamente, el
mismo debilitamiento del régimen generó un círculo vicioso que
condujo a limitar la capacidad de acción de las élites para poner
en macha aquellas reformas que el país demandaba. Así, la élite
imperial se mostró incapaz de garantizar el crecimiento econó-
mico y generar la estabilidad social (Evans, 1989).
De esta manera, el estrepitoso fracaso de la dinastía Qing
generó una creciente oposición por parte de la población hacia
la última dinastía de origen mongol. Por un lado, esta oposición
se manifestó en crecientes rebeliones populares; la más cru-
enta de ellas: la rebelión del Reino Celestial (Taiping), que sig-
nificó la muerte de 20 millones de personas (Spence, 1996). Esta

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rebelión sólo pudo ser sofocada cuando las potencias extran-


jeras brindaron su apoyo al gobierno chino, con la intención
de preservar sus propios intereses (Rowe, 2012). Es importante
señalar que este tipo de rebeliones eran más bien de carácter
reivindicativo; en su conjunto, las rebeliones buscaban el retor-
no a un pasado idealizado o constituían una mezcla de elemen-
tos occidentales con ideas tradicionales del mundo chino, pero
sin una visión coherente sobre los cambios estructurales que
el país demandaba para transformarse en un Estado moderno.
Sin embargo, en forma paralela se fue graduando un mo-
vimiento encabezado por una nueva generación. La mayoría de
estas personas habían tenido la oportunidad de viajar y estu-
diar en el extranjero. Ante sus ojos, el mundo cambiaba a pasos
agigantados y evidenciaba la urgente necesidad de modernizar
China. De esta manera, surgieron dos visiones distintas sobre
la manera en que debía ocurrir esta transformación. Para algu-
nos, el modelo a seguir era las reformas Meiji, que habían per-
mitido que Japón se convirtiera en el primer país imperialista de
Asia. El modelo japonés representaba una fórmula de moderni-
zación económica acelerada sin la pérdida de la figura imperial.
Aunque Japón había adoptado una Constitución y establecido
su propio parlamento, la figura imperial reforzada por el culto
al emperador bajo la erección del sintoísmo como religión de
Estado, favoreció al mismo tiempo la industrialización y sentó
las bases para sus afanes expansionistas (Bolhito, 1991). Para
otros, la transición debía de encaminarse hacia la adopción de
un gobierno liberal que contemplara el fin del sistema imperial y
la transición a una democracia liberal (Hsü, 2000).
Así, surgieron numerosas agrupaciones políticas clandes-
tinas conocidas como sociedades secretas. Entre este grupo de-
stacó la figura del Dr. Sun Yat-sen; este personaje que es iden-
tificado como el padre de la nación China, fue quien pugnó por
el establecimiento de una República. El Dr. Sun Yat-sen había
estudiado en Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón. Él fue
el fundador de dos sociedades secretas: la Sociedad para la Re-
generación de China y la Sociedad de la Alianza. En 1895 inició
un movimiento revolucionario en Guanzhou. Los tres principios
que guiaron su movimiento revolucionario fueron: nacionalis-
mo, democracia y bienestar del pueblo. Cuando éste fracasó,
emigró hacia el exilio y vivió en Japón (Perkins, 2000).

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A pesar de su fracaso, Sun Yat-sen se convirtió en la figu-


ra prominente de la búsqueda por alcanzar la modernidad en
China, desde el exilio. De esta forma, cuando estalló la revolu-
ción de Wuhan en 1911, la persona ideal para encabezar dicho
movimiento fue el Dr. Sun (Keay, 2009). Con relativa rapidez, el
movimiento revolucionario liderado por Sun llevó a la caída del
sistema imperial chino que concluyó con la abdicación del últi-
mo emperador: Puyi, en febrero de 1912 (Murphey, 2009).
Pese a ello, una cosa era derribar el antiguo régimen y otra
muy distinta era apuntalar los cambios para establecer un Esta-
do moderno. La división surgida al triunfo de la revolución, los
movimientos reaccionarios, la lejanía de la ideología derivada de
la modernidad con la realidad cotidiana de la inmensa mayoría
del pueblo chino sumido en la pobreza y la desesperación, impidió
la concretización de un Estado moderno presumido por Sun.
Los años posteriores a la revolución condujeron a la división
de facto de China en distintos territorios bajo el control de los lla-
mados Señores de la Guerra. Además se experimentó el derrumbe
de la economía y la militarización del país; y como consecuencia
de la debilidad interna de China, se favoreció la invasión y ocu-
pación japonesa de Manchuria en 1932, y de una franja occiden-
tal de China desde 1937 (Hsü, 2000). El proyecto de modernidad
política sustentado en una democracia liberal mostró ser total-
mente insostenible en la realidad china. A pesar del apoyo inter-
nacional, la imposibilidad de modernización de las estructuras
económicas y políticas condujeron a la postre al derrumbe de una
nueva élite, que se había hecho del poder al caer la dinastía. Esta
élite estuvo representada por el Partido Nacionalista Chino (Guo-
mintang), encabezado primero por Sun, y después de su muerte
en 1925, por Jian Jieshi (Fairbank, 2006).3
3
Originalmente el Partido Nacionalista Chino fue fundado como una liga revolucio-
naria que trabajaba para el derrocamiento de la dinastía Qing, y se convirtió en
un partido político en el primer año de la República de China en 1912. El partido
participó en el primer parlamento chino, que pronto fue disuelta por el golpe de
Estado de 1913. Esta derrota orilló a su líder, Sun Yat-sen, para organizarlo con
más fuerza. El primer paso fue adoptar (en 1914) el modelo de una sociedad se-
creta china, y más tarde, entre los años de 1923 a 1924, bajo la dirección sovié-
tica, en un del partido bolchevique. El Partido Nacionalista le debe sus primeros
éxitos en gran parte a la ayuda y el asesoramiento de la Unión Soviética. De esta
manera, comunistas y nacionalistas colaboraron juntos en el primer frente unido
hasta 1927, cuando el partido bajo el liderazgo de Chiang Kai-shek (Jiaang Jiehs-
hih), decidieron romper con los comunistas y emprender una brutal persecución
contra los miembros del PCC, lo que a la postre condujo al debilitamiento de Chi-
na y la guerra civil entre ambas organizaciones políticas.

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El proyecto nacionalista del Guomintong no constituía la


única vía para la modernización china. Un proyecto distinto de
modernidad lo representó el Partido Comunista, fundado en la
ciudad de Shanghai en 1921 (Perkins, 2000). El comunismo en
China no fue un movimiento de protesta en contra de la condi-
ciones derivadas de la modernidad, ya que ésta nunca se había
concretizado; antes bien, fue la utopía que representaba lo que
generó a la postre su triunfo (Borsa, 1994). Es interesante men-
cionar que de aquí surgió la élite política que actualmente sigue
gobernando China. Y que la actual élite ha basado su legitimidad
en la posibilidad de concretizar un proyecto de modernidad para
China. En este sentido, se sugiere que a pesar de las enormes
diferencias entre el proyecto nacionalista y comunista de China,
los dos grupos presentaban como justificación de sus acciones
la modernización del Estado chino. La diferencia, además de la
lógica buscada por el acaparamiento del poder, se encontraba en
cómo entender esta modernidad; pero ambos bandos buscaron
con sus proyectos políticos: superar las crisis económicas, políti-
cas y sociales de la primera mitad del siglo xx a partir de apelar
a una idea específica de modernidad, como un camino para su-
perar el atraso y alcanzar el progreso (López Villafañe, 2012). Por
eso, no es de sorprender que China se haya involucrado en una
prolongada Guerra Civil, con sus periodos de tregua impuesta
por las circunstancias externas de la invasión japonesa y la Se-
gunda Guerra Mundial, la cual culminó con el triunfo de la Re-
volución Comunista en octubre de 1949 (Hsü, 2000).

La consolidación de las élites, 1940-1970


Si bien es cierto que es hasta 1949 cuando triunfaron los co-
munistas en China, se puede afirmar que al iniciar la década de
1940 el Partido Comunista se había consolidado como proyecto
político viable y había dotado de una estructura específica a una
nueva élite, para que en el nombre del partido tomara decisio-
nes que afectaron profundamente la vida de millones de perso-
nas. Al mismo tiempo, esta élite acaparó el poder, primero en los
territorios en los que tuvo presencia y más tarde en toda China.
Desde nuestra perspectiva, son tres los elementos clave
que permitieron la consolidación de la élite comunista, antes in-
cluso del triunfo comunista en todo el territorio chino. El prime-
ro de estos elementos fue la idea de un comunismo con caracte-

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rísticas chinas que complementaba la visión clásica propuesta


por Carlos Marx; el segundo elemento fue la transformación de
las estructuras sociales como parte de la modernización en un
proyecto más amplio que iba más allá de la simple moderniza-
ción política y económica; el tercer elemento fue la constitución
de una idea de progreso cuya promesa abarca a un conjunto
más amplio de la población, que superaba la propuesta de la vi-
sión estrecha de la democracia liberal. Más importante aún fue
el hecho de que este proyecto generó concretizaciones más tan-
gibles que las que pudo poner en marcha el Goumintang.
En efecto, una vez que fracasó la intención de llevar el co-
munismo a China, teniendo como base social los obreros la ciu-
dad de Shanghai, donde se había fundado el partido en 1921,
Mao Zedong consideró que la revolución comunista debía de
pasar necesariamente por el campo (Cheek, 2002). La apuesta
fue que el comunismo sólo triunfaría si partía de una revolución
agraria y campesina. De esta manera, el proyecto de moderni-
dad como vía para superar el atraso, se reflejó en la propues-
ta de transformar el antiguo régimen desde sus cimientos más
profundos: la sociedad latifundista. A partir de 1929, en que
Mao mantuvo viva la revolución al interior de China, fue en el
campo y no en la ciudad el sitio en el cual el comunismo obtu-
vo el apoyo que necesitaba, no solamente para sobrevivir, sino
eventualmente triunfar (LaFleur, 2010).
El proyecto moderno del comunismo no se conformó con la
industrialización como modernización económica ni con el de-
rrocamiento de las viejas estructuras políticas. En este sentido,
fue más allá de lo que los propios liberales plantearon. Se trató
de una profunda reforma social. Esta transformación acabó con
la sociedad patriarcal y aspiró a derribar un mundo social cons-
truido en un modelo jerárquico de inspiración confuciana. Se
proclamó la igualdad del hombre y la mujer. Se llevaron a cabos
juicios sumarios contra aquellos elementos de la sociedad, con-
siderados aburguesados o terratenientes. Pero se hizo no ape-
lando a la necesidad de que el individualismo triunfara, sino a
la movilización de las masas y la colectivización como la nueva
fórmula para alcanzar el progreso (Lawrence, 1998).
El tercer elemento fue la concretización del proyecto mo-
derno en acciones específicas para la población. La postura
asumida por los comunistas contrastaba con el discurso ideo-
lógico nacionalista, que resultaba ajeno y extraño a la inmensa

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mayoría china. Las ideas como “democracia” y “bienestar” se


contradecían con la rapiña, el abuso, la escasez, la inflación y
la inseguridad. Para la gente común, las amenazas que mer-
maban su vida provenían tanto del interior como del exterior.
Para la inmensa mayoría el derrocamiento de la última dinastía
no había representado mejora en sus condiciones de vida. Para
ellos, la idea de progreso era una quimera. En cambio, palmo
a palmo, en la medida en que los comunistas ocupan regiones
en China, tomaban medidas concretas que la mayor parte del
pueblo asumía como benéficas, al menos en corto plazo. Entre
estas medidas destacan el reparto agrario, el establecimiento de
escuelas nocturnas para la alfabetización y el respeto a los bie-
nes y garantías de las personas, en las que el Ejército Popular
se asentaba.
Lo que se prefiguró durante los años de la Guerra Civil y la
ocupación japonesa, se concretizó una vez que los comunistas
asumieron el control total del país en 1949. En retrospectiva y
al mirar el conjunto de los primeros treinta años del comunis-
mo, lo que se observa es que cada una de las acciones refería
una forma específica de concretizar el proyecto moderno. Así,
la Reforma Agraria, la Ley del Matrimonio, la intervención en la
Guerra de Corea, el Gran Salto hacia adelante y hasta la Revolu-
ción Cultural, fueron acciones derivadas de una pugna política
cobijada bajo el discurso de una modernidad comunista, que en
última instancia buscaban consolidar a la élite en el poder.
En resumen, este proyecto moderno proclamado por Mao
Zedong y soportado por un minúsculo grupo en el poder, procla-
maba la prominencia de la ideología como el medio para hacer
avanzar al país, en el supuesto de que el pensamiento correcto
era fundamental para la conducta correcta. Además, establecía
el monopolio de la correcta ideología en las manos de la dirigen-
cia del partido. Del mismo modo, se apelaba al voluntarismo
como base del desarrollo, ya que contrario a lo que proponía
Marx en cuanto a que el materialismo era la base para el desa-
rrollo histórico; para Mao, la voluntad podía acelerar las fuerzas
históricas. De la misma manera, proclamaba la lucha de clases
como el ingrediente permanente de la construcción del comu-
nismo; finalmente, se planteaba el igualitarismo como el fin de
la historia (Lieberthal, 2003).
Mientras que las acciones derivadas de este proyecto crea-
ron una síntesis de ilusión y miedo lo suficientemente enérgi-

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co para mantener a la élite en el poder, esto se debió en gran


parte a la figura idolatrada de Mao Zedong. Pero cuando Mao
falleció, se abrió un resquicio a partir del cual China entró en
la encrucijada entre radicalizar aún más el proyecto ideológico
de Mao o dar paso a una nueva época que contuviera los exce-
sos de la Revolución Cultural. Este segundo camino fue el que
se recorrió, pero cobijándose, una vez más en la promesa de la
modernización como justificación ideológica del régimen. Una
modernización distinta, pero bajo la misma promesa: el progre-
so entendido ahora bajo los nuevos tiempos.

La reinvención de las élites, 1980-2000


China se ha transformado, al inicio de este siglo xxi, en uno de
los principales actores de la economía internacional. La prepon-
derancia económica de China ha ido acompañada del resurgi-
miento de este país, como una potencia regional. Bajo el dis-
curso de la modernización, las políticas económicas impulsadas
por la élite han permitido a este país incrustarse en la economía
internacional, dejando atrás el modelo económico de orientación
soviética implantado a partir del triunfo de la Revolución Comu-
nista en 1949.
La experiencia china, sui géneris tanto por su método como
por sus resultados, fue consecuencia de una crisis política y no
de una crisis económica. No fue una modernización impuesta
desde el exterior; y esta reforma se recubrió de un discurso cen-
trado en la necesidad de modernizar China; por lo tanto, un fac-
tor fundamental que ha dado legitimidad a la élite en el poder.
Este proceso de reforma económica, conforme a Zhang
(2000) y Chai (2003), presenta cuatro grandes características:
primero, la reforma en China no es un simple proceso espontá-
neo. La élite reformista ha desempeñado un papel crucial en la
dirección del proceso de reforma, particularmente estableciendo
la dirección, señalando prioridades, reorientado el corpus ideo-
lógico, generando las políticas públicas focalizadas, adecuando
el marco legal y construyendo las alianzas necesarias en los di-
versos sectores políticos para favorecer las reformas económicas.
Segundo, la élite ha impulsado un cambio gradual, pragmático y
experimental, a través de las instituciones ya existentes, mien-
tras que las mismas instituciones son reformadas o se crean
nuevas instituciones. Si en algún momento estas reformas no

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funcionan según lo planeado, se da marcha atrás en los cam-


bios. Tercero, la reforma económica ha alterado profundamen-
te las bases económicas e institucionales del totalitarismo que
había prevalecido en China, desde el triunfo de la Revolución
Comunista en 1949, y ha modificado significativamente la natu-
raleza de la economía, el Estado y la sociedad. Esta transición,
de una economía rígidamente planificada hacia una orientada
al mercado, de un Estado totalitarista antimercado a un Estado
autoritario proempresarial, y de una sociedad “mecanizada” ri-
gurosamente administrada a una sociedad “orgánica”, cambian-
te e informalmente liberalizada. Cuarto, la reforma económica
no ha sido acompañada de una reforma política. A pesar de ello,
los cambios económicos han afectado las bases tradicionales del
poder político, orientado hacia una racionalización política.
Ahora bien, el proceso reformador en China tiene sus an-
tecedentes en la experiencia de desarrollo económico del Japón
de la posguerra y de los denominados “Tigres asiáticos”. A pesar
de que el proceso modernizador se inspiró en las experiencias de
desarrollo económico de otras naciones asiáticas, tuvo su ante-
cedente inmediato en las circunstancias políticas que atravesa-
ba el PCC en la década de 1970. En efecto, la modernización se
sostuvo en la necesidad de superar la pérdida de prestigio que
vivía la dirigencia comunista como consecuencia de los trágicos
años de la Revolución Cultural (Lemus, 2006). Una ala del Par-
tido Comunista encabezado por Deng Xiaoping, impulsó el pro-
grama reformador como una medida para otorgar legitimidad
al mismo Partido Comunista, después del cruente periodo de la
Revolución Cultural.
En el caso chino, la reforma inició en el campo. A finales
de los años setenta el sector agrícola se encontraba severamente
descapitalizado y atrasado tecnológicamente. El campo se ca-
racterizaba por una dirigencia sumamente burocratizada, una
distribución raquítica e igualitaria de los ingresos, altas tasas
impositivas y ausencia de oportunidades para la movilidad so-
cial. Hacia 1978 en forma “espontánea”, en algunas aldeas de
las provincias de Anhui y Sichuan, se gestaron una serie de
cambios que incluían el regreso a las granjas no colectivas y
la presencia de mercados rurales; como resultado, la producti-
vidad de estas aldeas se incrementó sustancialmente. De esta
forma, el gobierno central impulsó una serie de reformas ten-
dientes a reemplazar las granjas colectivas por otras formas de

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participación campesina y el establecimiento del “sistema de


contrato responsable”, en el que aunque la propiedad continua-
ba en manos del Estado, se permitía a los campesinos contar
con un área específica para labrar, herramientas propias y con
la posibilidad de comercializar los excedentes obtenidos, una
vez que hubieran cumplido con las cuotas de producción esta-
blecidas por el gobierno.
Las reformas en el sector industrial fueron más complica-
das debido a que el sistema de planeación estatal se encontraba
más arraigado; el control burocrático de las actividades produc-
tivas había derivado en la producción insuficiente, la ausencia
de incentivos para la productividad y el desvío de los precios
reales ocasionando serios desequilibrios entre la oferta y la de-
manda. Debido al éxito de las reformas en el sector agrícola a
partir de 1984, la dirigencia del partido comunista decidió im-
pulsar un programa de reforma en gran escala para la industria.
En este sentido, la reforma rural había sentado las bases para la
extensión de la actividad manufacturera debido a las mejoras en
los ingresos de los campesinos, y la demanda mayor de bienes
de consumo. El primer objetivo de la reforma industrial fue la
transformación de las empresas estatales de simples ejecutores
de las políticas planificadas, sin autonomía financiera a actores
económicos independientes, responsables de sus logros y fra-
casos económicos. De esta manera, las empresas estatales se
reestructuraron y adaptaron una serie de medidas con el fin de
elevar su productividad.
Un cambio más radical, iniciado en 1986 y concluido a
mediados de los años noventa, fue la eliminación de los con-
tratos que aseguraban el trabajo de por vida a los empleados.
En 1997 el Congreso del Partido Comunista decidió acelerar la
reforma de las empresas estatales, vendiendo las pequeñas em-
presas manejadas como conglomerados en los principales secto-
res industriales, y capaces de transformarse en empresas mul-
tinacionales.
Se puede establecer que en su conjunto estas reformas
fueron cobijadas bajo un nuevo discurso modernizador, cuya
máxima puede ser resumida en la frase del padre de las refor-
mas: Deng Xiaoping, quien proclamo que “es glorioso ser rico”.
Las reformas en su conjunto deberían llevar a una nueva tierra
prometida llamada: “crecimiento económico y oportunidades”,
de asumir una actitud de consumo y disfrute de bienes mate-

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riales. La reforma política que diera paso a un régimen liberal


no fue contemplada; la evidencia más palpable de ello fueron los
trágicos acontecimientos en 1989 con la represión brutal de los
manifestantes en la plaza de Tiananmen. Fundamentalmente,
esta reforma política nunca se emprendió porque significaba la
posibilidad de la pérdida de poder de la élite.
El retiro de Deng Xiaoping en el poder significó la llegada
de una nueva élite al poder, conocida como la tercera generación
de líderes políticos, encabezada por Jiang Zemin. Oficialmente,
Xiaoping se retiró en 1989, el mismo año de la masacre de la
Plaza Tiananmen. Cuando arribó al poder, Jiang no tenía una
base de apoyo dentro del partido o el Ejército. Los retos que en-
frentaba China al inicio de la década de 1990 eran enormes: las
empresas capitalistas habían puesto en relieve la disparidad de
clase económica y la inflación crecía constantemente; además,
los disturbios en aldeas agrícolas iban en aumento, lo que ori-
ginó más de 8.000 muertes, así como el acrecentamiento de la
discordia entre los campesinos y las autoridades gubernamen-
tales (Chang, 1998). Al mismo tiempo, las zonas urbanas expe-
rimentaban crecimiento de la delincuencia y los grupos revolu-
cionarios se estaban expandiendo. Por ejemplo, en el otoño de
1994, un grupo militante colocó explosivos en las vías del tren,
ocasionando el descarrilamiento de un tren que transportaba
tropas de China del Ejército. La explosión mató a 170 personas
e hirió a otras 190. Por otra parte, la relación de China con el
resto del mundo estaba cada vez más tensa como consecuen-
cia de los informes generalizados sobre las violaciones de los
derechos humanos, incluidos el trabajo penitenciario y encar-
celamiento político (Chang, 1998).
A pesar de estas dificultades, cuando Jiang asumió el li-
derazgo del Partido Comunista en 1989, su tarea inmediata era
regresar al país a la estabilidad política y económica. Estas dos
metas se cobijaron nuevamente bajo el discurso de la necesidad
de alcanzar la modernidad como un medio de mejorar las con-
diciones de vida de las personas. En retrospectiva, trece años
más tarde, después de su retiro como jefe del partido, sus logros
eran mucho mayores que lo que había propuesto hacer. China
se había convertido en un jugador importante en el escenario
mundial, un miembro de la Organización Mundial del Comercio
y un gigante económico que había mantenido una tasa de creci-
miento del 10 por ciento durante muchos años. Bajo Jiang, los

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chinos han logrado un mejor nivel de vida y disfrutó ahora de


más libertad personal.
Pero al mismo tiempo, Jiang fue dejando tras de sí enormes
problemas sociales que habían resultado del desequilibrio de
las reformas económicas; además de una gran cantidad de ex-
pectativas no cumplidas en una población que se había vuelto
cada vez más sofisticada. La búsqueda de la élite encabezada
por Jiang para alcanzar la estabilidad no había podido resol-
ver severos problemas internos como el desempleo y la seguri-
dad social; mientras, cada vez muchas más personas se esta-
ban preocupando por la corrupción, el mal funcionamiento del
sistema jurídico del país y su falta de voz en el gobierno, ya que
no hubo siquiera un deseo para ampliar las elecciones locales a
los niveles más altos del gobierno (Chang, 1998). El desempleo
se situó en los mayores índices jamás alcanzados, y no había
ningún sistema de seguridad social adecuado. La brecha de in-
gresos entre ricos y pobres rivalizó en algunos países occidenta-
les (Chang, 1998). Esta nueva modernización cerró un ciclo con
el ingreso de China a la oMC en 2001. Las tareas pendientes es-
peran ser resueltas, otra vez, bajo el discurso de la modernidad.

Conclusiones
En este artículo se ha demostrado que la búsqueda de la mo-
dernidad ha constituido un elemento fundamental que permite
explicar la justificación ideológica para apropiarse y permanecer
en el poder, por parte de las élites políticas. Particularmente,
este hecho se evidencia cuando se aprecia dicho fenómeno des-
de una perspectiva histórica, considerando el caso de la cúpula
del PCC. Para China, la modernidad no solamente representó un
desafío por la necesidad de adaptar las estructuras económicas,
políticas y sociales a las nuevas presiones derivadas del impe-
rialismo europeo, y de la expansión de la modernidad como pro-
yecto que prometía mejores condiciones de vida para un conjun-
to amplio de la población. La modernidad representó también la
oportunidad para que surgiera una nueva élite que se apropiara
del poder, y que en nombre de la modernidad se mantuviera en
el poder, aunque esto implicara renunciar a sus principios fun-
dacionales.
En efecto, el PCC surgió posteriormente al proceso revo-
lucionario que habían demolido las bases del antiguo régimen.

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Esta primera revolución imposibilitó el regreso a un Estado


tradicional. En sus orígenes, el proyecto trazado por la élite fue
una interpretación particular del comunismo; sin embargo, con
el tiempo, la misma idea de lo que el comunismo era y debería
ser se transformó radicalmente. Así, en el discurso de la mo-
dernidad y los proyectos concretos para la modernización del
país, constituyeron el pilar que justificó la existencia del régi-
men comunista.
En este sentido, la modernidad se proyectó en dos direc-
ciones: la primera de ellas, como cambio y transformación de
las estructuras heredades del antiguo régimen. La modernidad
entendida así como transformaciones concretas derivadas de
acciones gubernamentales. La segunda, como ilusión y utopía,
en la promesa de que la modernidad permitiría, a fin de cuentas,
el progreso de la nación. La modernidad acabaría con las
injusticias sociales y permitiría una mejor condición de vida. Es
por eso que hoy en día la élite comunista puede apelar a un nue-
vo proyecto de modernización que se aleja bastante de las bases
fundacionales del comunismo chino, porque en el fondo se trata
de un proyecto siempre incompleto e inacabado que busca me-
jorar las condiciones de vida de la población.
El hecho de que la modernidad como proyecto se consti-
tuyera en el soporte ideológico del régimen, derivó que en nom-
bre de la modernidad se justificaran los excesos, se eliminaran o
coaptaran a los enemigos, se movilizaran los recursos del Esta-
do en obras faraónicas, se uniformara el pensamiento de la po-
blación, se limitaran otras formas de participación política. Todo
bajo la promesa de llegar a ser modernos. Sin embargo, cuando
las acciones gubernamentales que deberían concretizar en la
promesa de la modernidad resultaron insuficientes para cum-
plir las expectativas revolucionarias, las élites políticas tuvieron
la capacidad de reinventarse, adoptando incluso programas
económicos y sociales totalmente distintos al corpus ideológico
que había emanado de la revolución; esos proyectos modernos
se olvidaron. Se diseñaron otros y se pusieron en marcha, pero
nunca se desprendió de la ilusión de que los nuevos proyec-
tos llevarían a la modernización para cumplir las expectativas
fallidas o al menos, incompletas. Así, se puede concluir que la
idea de lo moderno ha constituido un rasgo de la identidad de
estas élites. Paradójicamente, lo moldeable de la modernidad
ha permitido que este concepto vago, acompañado del proceso

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de modernización, derivado de dichas concepciones, constituya


uno de los rasgos que distinguen la élite política en China. La
modernidad que dio paso al surgimiento del Partido Comunista
en la década de 1920, los proyectos modernos impulsados al
triunfo del comunismo en los años de 1950, la purificación de
los proyectos modernos durante la revolución cultural durante
la década de 1960 o las nuevas cuatro modernizaciones a partir
de 1980, demuestran en su conjunto que si algo identifica y jus-
tifica el quehacer político de la élite, es esa búsqueda insaciable
por alcanzar la modernidad china. De esta manera, la moderni-
dad se convirtió a la vez, en un rasgo de la identidad de la élite
política en China.

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Fecha de recepción: 29 de julio de 2015


Fecha de aprobación: 29 de septiembre de 2015

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