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Esta es una de las preguntas que, con un punto de ansiedad, le dirige una
de las protagonistas de A veces la vida a Esmeralda Berbel, prodigiosa oidora
de historias ajenas, después de avanzarle alguna de sus experiencias. No es una
pregunta baladí, todos nos la formulamos a nosotros mismos, también a los
demás, deseando que la respuesta sea afirmativa. Que nos digan, o nos
digamos, que sí, que nuestra vida, finalmente y a pesar de todos nuestros
tropiezos y errores, es o ha sido importante. ¿Qué sentido tiene que no lo sea?
Para el ser humano es difícil de aceptar cualquier otra cosa porque significaría
la insignificancia y a nulidad. Pero se trata de una importancia que poco tiene
que ver con el éxito o el fracaso social; más bien está relacionada con la
profunda, íntima aspiración a ser reconocido por el Otro. Afirma Tzvetan
Todorov que Aquiles –el hombre que prefirió la gloria a la vida- no solo es el
primer héroe del que tenemos noticia, sino que también podemos considerarlo
como el primer representante auténtico de la humanidad, porque funda su
vida en un valor que es superior a ella. La trascendencia de la vida, el saber que
de algún modo nuestra experiencia tiene, o puede tener, una utilidad para
alguien, es suficiente. Y en eso están los conmovedores personajes que
escriben, sin saberlo, este libro maravilloso, donde toda experiencia, por dura
que sea, tiene su lugar y está contada sin victimismo: la drogadicción, la cárcel,
la transexualidad, el gusto por el sado, la enfermedad, la lucha por dejar atrás
la pertenencia a una secta, la prostitución, el cambio de sexo, los abusos
sexuales… Pero, por encima de todo ello, la idea-fuerza del libro es la
conmovedora soledad de unos verdaderos y reales supervivientes. Pablo,
Manuel, Lola, Candela, Jana… No todos han querido dar su nombre real, pero,
no importa, son los protagonistas indiscutibles de su propia historia, en la que,
más allá del sufrimiento, la marginalidad o la decisión equivocada, ellas y ellos
luchan por ese reconocimiento sin el cual la identidad no existe. Para que
nosotros sepamos quienes somos, al menos necesitamos que en el mundo
haya otra persona que nos mire y nos pueda reconocer, que nos escuche, que
nos ame. Y ahí está Esmeralda Berbel escuchándolos, admirando su historia.
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La sombría descripción que hace Darwin de la evolución humana como
una incesante lucha por la vida en la cual el fuerte vence al débil y tiene, al
menos, un momento de paz: el encuentro físico de un hombre con una mujer,
de una mujer con un hombre. El ser humano no es fruto del combate o de la
lucha por el dominio del Otro, sino que es el resultado de un momento, por
efímero que sea, de reconocimiento. Y la consecuencia de ese encuentro
puede ser la génesis de ese nuevo ser. Del binomio hombre-mujer surge
entonces un nuevo binomio madre-hijo al cual el padre deberá añadir, con el
tiempo, su propio e imprescindible lugar. Desde pocos días después del
nacimiento, el hijo buscará ansiosamente captar la mirada de su madre. La
simple mirada materna le supone al niño una alegría enorme y aprende a
sonreír, a dar pataditas en el aire, a mover los brazos para manifestarla. Porque
esa mirada materna dirigida a él, y solo para sus ojos, confirma su propia
existencia y, más allá de la alegría, para el bebé significa la paz. Su primera
experiencia intrauterina de la homeostasis. La primera herramienta de que
dispondrá en su largo y complejo trato con el mundo. La vida a veces, sin
decirlo explícitamente, parte de esta situación originaria, o la busca, y analiza
por qué tantas veces se estropean las cosas y el individuo acaba sintiendo que
no pudo disponer de esa primera herramienta (el amor materno) en la medida
que lo necesitaba, o la perdió demasiado pronto, o bien el amor se confundió
con la tiranía emocional, o bien el padre no pudo o no supo estar en su lugar, o
bien… En cualquier caso, este libro habla de las dificultades y los extravíos de
esos doce maravillosos seres que tuvieron la mala fortuna de conocer el
conflicto demasiado pronto. Esmeralda Berbel, pertrechada con su propio
sentido de la épica, quiso saber cómo fue que se torcieron sus vidas y cómo fue
que, al mismo tiempo, siguieron adelante. Las doce entrevistas están
concebidas como parte de esa épica transformada en poética: “No he grabado
en ningún momento —dice Berbel—, así ellos podían parar, pensar, repetir,
rectificar… La lentitud de la escritura creaba un clima propicio. Solo he
cambiado algunos nombres y localizaciones porque me lo pidieron”.
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podamos pensar en ella y comprender mejor el mundo que nos rodea. “¿Te
parece que mi vida es importante?” Sí, claro, cómo no, y es que Esmeralda
Berbel ha obrado el prodigio de que yo te conozca.
ANNA CABALLÉ
Historias reales que marcan la fina línea entre el éxito y el fracaso, entre la
desolación y las ganas de vivir. Vidas en crudo, sinceras, que dejarán al lector
conmovido.
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singular, guiada por la voz callada de quien escucha lo que le están contando.
En cada uno de los pasajes se representa un trozo de vida de una persona que
ha estado expuesta a los límites y al desgaste de la propia existencia. Estas
historias, que a menudo contemplamos como una letanía muy lejana,
constituyen el núcleo de la cotidianidad de muchos de nosotros. Si el objetivo
de los escritores es que sus lectores se sientan identificados con la trama que
están narrando, en este libro podrás sentirte identificado no solo una vez, sino
muchas. En este sentido el trabajo la escritora ha sido consumado con éxito.
Esmeralda Berbel
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Héroes low profile y antihéroes de última generación
Hablar de la intimidad ajena desde la trinchera de la inspiración no es lo mismo
que estar frente a ella y mirarle a los ojos. Los antihéroes son los personajes
más numerosos de la historia. Estar dentro o fuera de los márgenes de la
sociedad depende de un traspiés. Nadie se escapa del capricho del azar ni de la
voluntad de los que han nacido para arruinarle la vida a alguien si se lo
proponen. A veces la vida, de Esmeralda Berbel, publicado en Salto de Página,
nos pone cara a cara con héroes low profile y antihéroes marginados que son,
sin embargo, el ejemplo de los héroes invisibles que no se reflejan en los
espejos más mundanos.
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queda dejar alguna huella que pueda servirle al caminante que transite por la
misma vereda. Berbel ha seguido con maestría esas huellas durante tiempo y
las ha ido recolectado como quien colecciona fósiles de vidas ocultas en el
ámbar.
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La exclusión –a veces autoexclusión– se vale de paliativos adictivos mientras
tanto: sexo, drogas, internet o sectas religiosas. Medicamentos sustitutivos, sin
prescripción facultativa, que consiguen aplacar su tempestad de espíritu. Nos lo
cuentan ellos ahora con las ventanas abiertas de sus casa, sin cortinajes ni
persianas, a viva voce. Personajes como un esquizofrénico que filma un
documental sobre su experiencia; un escultor transexual que vive en un refugio
en las montañas de Luchon, un delincuente juvenil que acaba participando en
la revolución sandinista; un músico punk que busca morfina para su madre
moribunda y acaba en un centro de desintoxicación; una adicta a las redes
sociales que simula una vida virtual; o una flanneusse que prefiere vivir bajo un
puente o en cuevas en Menorca mientras sigue la estela de las drogas.
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en agujeros tallados en los árboles y después se tapaban con barro para
preservarlos. En A veces la vida, Esmeralda Berbel destapa doce agujeros para
que salgan los secretos que merecen ser escuchados. Es como si a la autora las
voces silenciadas o no escuchadas le produjeran desazón. Y es que si seguimos
su trayectoria bibliografía parece ser que el testimonio es su denominador
común. Bien sean voces ajenas como en los títulos: Trátame bien, De qué
hablamos las mujeres cuando hablamos de lo que importa, Lo que piensan los
adolescentes…, o la suya propia en títulos con alto componente autobiográfico
como Irse o Detrás y delante de los puentes. Lo cierto es que a Esmeralda
Berbel se le da muy bien contar –y lo hace con devoción, alma y oficio– y a
nosotros nos encanta publicar libros que animan conversaciones.