Está en la página 1de 3

Frankenstein o el moderno Prometeo, o

simplemente Frankenstein (título original en inglés: Frankenstein; or, The


Modern Prometheus), es una obra literaria de la escritora inglesa Mary
Shelley. Publicado el 1 de marzo de 1818 y enmarcado en la tradición de
la novela gótica, el texto habla de temas tales como la moral científica, la
creación y destrucción de vida y el atrevimiento de la humanidad en su
relación con Dios. De ahí, el subtítulo de la obra: el protagonista intenta
rivalizar en poder con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que
arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad. Pertenece al
género ciencia ficción.
Durante el verano boreal de 1816, el año sin verano, el hemisferio norte
soportó un largo y frío «invierno volcánico» debido a la erupción del
volcán Tambora. Durante este terrible año, Mary Shelley y su marido Percy
Bysshe Shelley hicieron una visita a su amigo Lord Byron que entonces
residía en Villa Diodati, Suiza. Después de leer una antología alemana de
historias de fantasmas, Byron retó a los Shelley y a su médico
personal John Polidori a componer, cada uno, una historia de terror. De los
cuatro, solo Polidori completó la historia, pero Mary concibió una idea: esa
idea fue el germen de la que es considerada la primera historia moderna
de ciencia ficción y una excelente novela de terror gótico. Pocos días
después tuvo una pesadilla o ensoñación y escribió lo que sería el cuarto
capítulo del libro. Se basó en las conversaciones que mantenían con
frecuencia Polidori y Percy Shelley respecto de las nuevas investigaciones
sobre Luigi Galvani y de Erasmus Darwin que trataban sobre el poder de la
electricidad para revivir cuerpos ya inertes, descubriéndolo con lo que se
conoce como experimentos galvánicos.
También es interesante señalar que Byron se las arregló para escribir un
fragmento basado en las leyendas sobre vampiros que había oído durante
sus viajes a través de los Balcanes. Polidori utilizó este fragmento para
crear la novela El vampiro en 1819, que es también la primera referencia
literaria de este subgénero del terror. Así que, en cierta manera, los temas
de Frankenstein y el vampiro fueron creados más o menos en la misma
circunstancia.
Para la consecución final de su obra Mary recurrió a Percy para que le
ayudara en sus errores gramaticales y en la fluidez del texto en 1817, en
su estancia en Marlow. En 1831 Mary llegó a reescribir la obra entera, algo
que ya tenía pensado desde 1818.
Gracias al manuscrito original encontrado en la Biblioteca Bodleiana de
la Universidad de Oxford se pudo realizar la edición de la obra original, sin
intervención de Percy Shelley, al que por otra parte habría que reconocer
la coautoría de la edición de 1818. Por tanto tenemos tres ediciones de la
obra: la original de 1817, la modificada de 1818 con la ayuda de Percy
Shelley, y la reescrita en 1831. La edición original se muestra más
descarnada y dura.
Poco después de Frankenstein hubo varios relatos que utilizaban la
inmortalidad como argumento, como el relato vampírico titulado El
esqueleto del Conde o La amante vampiro, en donde el Conde revive a
una fallecida muchacha utilizando la electricidad. Esta obra fue realizada
por Elizabeth Caroline Grey, según investigaciones de Peter Haining.
Respecto del personaje del doctor Frankenstein cabe señalar que una
referencia fue el científico amateur Andrew Crosse. Mary Shelley conocía
las actividades de Crosse, contemporáneo suyo, a través de un amigo
común, el poeta Robert Southey. Andrew Crosse solía experimentar con
cadáveres y electricidad (en aquel entonces una energía apenas estudiada
y rodeada de un halo de misterio y omnipotencia). El 28 de diciembre de
1814 Mary asistió, junto a su esposo, a una conferencia del extravagante
científico. En ella le conoció personalmente y extrajo muchos datos acerca
de la forma en la que afirmaba crear vida a partir de la electricidad. En
1807, Crosse había empezado el experimento de creación de vida a partir
de «electro-cristalización» de materia inanimada. El mismo año afirmó
haber creado pequeñas criaturas en forma de insectos que lograban andar
y desenvolverse por sí mismas: «el insecto perfecto, de pie sobre unas
pocas cerdas que formaban su cola». El científico nunca llegó a explicar el
supuesto fenómeno como así reconocería más adelante. En 1807 había
consenso científico respecto a descartar la generación espontánea como
origen de la vida, si bien la esterilización de las muestras no era una
práctica extendida ni seguramente conocida por un experimentador sin
formación. Muy probablemente Crosse solo criara pequeños insectos a
partir de huevos depositados en su «materia inanimada».
La dura oposición a Crosse no solo fue científica sino religiosa y optó por
retirarse a la soledad de su mansión de Fyne Court. Los estamentos
eclesiásticos consideraron a Crosse un ser endemoniado. Se llegó al
extremo de que el reverendo Philip Smith tuvo que celebrar una serie de
exorcismos en todas las propiedades de Andrew Crosse, en sus equipos
de trabajo y sobre su propia persona. Crosse se volvió huraño y
desconfiado, aunque continuó investigando. Sin embargo el 26 de mayo de
1855 tuvo un ataque de parálisis del que nunca se recuperó. El 6 de julio
del mismo año falleció. La mansión de Fyne Court fue pasto de las llamas,
y con ellas se fueron el laboratorio y los archivos del hombre que afirmó
haber creado vida.

También podría gustarte