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FESTINA LENTE

DE NOÉ MORALES MUÑOZ

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Borrowed time and borrowed world and borrowed eyes with which to sorrow it.

CORMAC MCCARTHY – THE ROAD

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A L, por darme tanto sin darse cuenta.

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BALTRA

Treinta y ocho años. Delgada, caucásica.

KIMA

Cuarenta y cinco años. Delgada. Hermana de Baltra.

JUVA

Medio siglo. Físico robusto pero mejorado con base en métodos quirúrgicos.

Hermana de las anteriores.

EL ALBANÉS

Edad incierta. Delgado y apuesto. Aires de galantería y oportunismo.

Todo transcurre en una mesa de comedor dentro de un ambiente sobrio, y

entiéndase esto último como antónimo de saturación. Hay algo en la atmósfera

que remite oblicuamente a una casa de campo. Sobre la mesa sólo hay

montones de cabello preferentemente oscuro; su aspecto es el de un grupo de

insectos disecados. Además hay un cuchillo. Los espectadores podrían estar

sentados a la mesa misma.

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Kima y Juva observan fijamente los montones de cabello sobre la mesa.

Tras unos segundos, entra Baltra. Se dirige directamente a los

espectadores mientras habla. Si sus hermanas reparan o no en ella es algo

un tanto ambiguo.

BALTRA:

No dormí bien. Una imagen en sueños me despertó a las cuatro de la mañana.

Era la de una araña enorme en el desagüe del baño. Fue tan fuerte que me

levanté y fui al baño pensando que estaría desplegada sobre la coladera. Pero

no había nada. Me quedé parada allí, inmóvil, con la mirada perdida en los

azulejos de la pared. No pensaba; me quedé en blanco durante horas, hasta que

una serie de imágenes comenzaron a atravesar mi cabeza. Imágenes sin lógica,

sin sentido. Sin juicio. No reconocí nada ni a nadie y tuve una extraña sensación

de paz… Eventualmente, claro, mi mente terminó pensando. Pensé, entre otras

cosas, en lo poco particular que es mi vida; en cómo no será recordada cuando,

al cabo de un tiempo, alguien haga un relato de estos tiempos de horror. Nadie

recordará esta pequeña sucesión de decisiones mal tomadas, descartes

impulsivos, alternativas tan muertas como los cuerpos desmembrados que

aparecen día a día en las plazas y en las calles. Cuando llegué a esa conclusión

estaba en la escalera de entrada del edificio, en la calle, a eso de las cinco y

media de la mañana. No sentí miedo; pensaba por momentos en la posibilidad

de que alguien me tomara y me hiciera desparecer. Y no sabía cómo acomodar

eso que sentía, si era un deseo o una pesadilla. Estuve sola allí hasta que vi a un

hombre a lo lejos. Caminaba despacio. Lo seguí con la mirada desde que

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apareció en el horizonte hasta que estuvo a unos pasos de mí. Entonces pude

sentir que había algo peculiar en él; no sé describirlo, sólo puedo decir que de

alguna u otra forma me inspiraba paz pese a sus ropas raídas. Sin mediar nada

tomó una de mis manos entre las suyas y me dijo: “He estado aquí miles de

veces. Y sin embargo todo es siempre nuevo, conmovedor. Cerca debe estar el

lugar de mi muerte, cerca debe estar el muro altísimo que resguarda el jardín

en que alguna vez, cuando fui rey, mandé tallar una inscripción que le hablaba a

los hombres como yo te hablo a ti. Lo que pasa es que ahora los hombres no

escuchan más nada. Y tú… qué será de ti que estás atendiendo los disparates de

un monarca en desgracia.” Dio un paso hacia atrás y comenzó a alejarse. Y

mientras lo veía irse comencé a pensar, no sé por qué, en un árbol altísimo y en

una estatua inmensa, hecha de metales preciosos, a la orilla de un mar interior

tranquilo y cálido… No sé cómo interpretar todo esto. O si de hecho tendría que

interpretarlo. Y acabé pensando, tal vez, que mi vida no es como cualquier otra.

Y que en estos tiempos de horror muchas cosas no son para interpretarse…

Las otras dos mujeres reparan decididamente en Baltra, quien se les une.

Eventualmente comenzarán a distribuir los montones de cabello a lo largo

y ancho de la mesa.

KIMA (a Baltra):

Princesa...

BALTRA:

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Me parece increíble que a estas alturas me sigas llamando princesa. Es un

apodo que no merezco y—

KIMA (interrumpiendo):

Tranquilízate, princesa. ¿Te pasa algo? ¿Hay algo que te inquiete, que te

abrume? ¿Hay algo que quisieras compartirnos?

JUVA:

Otra vez no, por favor. Hoy no…

KIMA (a Baltra):

Ponme atención aunque sea por un segundo, princesa. Mírame a los ojos…

Anda, Baltra, por favor, sólo te pido que me mires a los ojos por un segundo.

¿Crees que puedes ocultarme algo a mí? Si yo te miro a los ojos y te miro todo:

el alma, las contradicciones, la sangre, el tuétano…

BALTRA:

Nadie me obliga a contarles nada. Y además, no tengo nada qué contarles.

Desde lo de mamá, la realidad es que en mi vida no pasa nunca na—

JUVA (interrumpiendo):

Cómo es posible que hablen de mamá en este preciso momento, por el amor

de Dios. Tengan un poco de respeto. Y ténganse ustedes mismas un poco de

lástima.

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KIMA (a Juva):

¿Te parece en verdad una falta de respeto?

BALTRA (bajo, sin que nadie repare en ella):

Si tanto quieren saber de mí, está bien. Claro que hay novedades en mi vida,

por supuesto…

JUVA (a Kima):

De respeto y de buen gusto. No entiendo cómo puedes ser tan cursi, Kima, en

verdad. Y menos entiendo que no puedas dejar a un lado tu cursilería en un día

como hoy.

BALTRA (un poco más fuerte, pero sin que nadie repare en ella igual):

Hoy, cuando me desperté, me sentía tremendamente desorientada…

KIMA (a Juva):

No soy cursi, Juva. Simplemente es que desde hace un tiempo he decidido

contactar más con mis sentimientos. He decidido que la razón no va a ser un

obstáculo para la expresión de mis emociones, sean las que sean. Durante

todos estos años he vivido reprimida y creo que es buen momento para—

JUVA (a Kima, interrumpiéndola):

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Para ser aún más ridícula, por supuesto. Viejas, solas y ridículas, en verdad que

sobre nuestro clan han caído todas las desgracias juntas…

BALTRA (ídem):

… no tenía idea de dónde estaba. Lo primero que pensé es que me había salido

a la calle en la noche, dormida, sin darme cuenta…

KIMA (a Juva):

No digas esas cosas, Kima. Suena como a una maldición. Y nosotras no estamos

malditas, Kima, bajo ninguna razón voy a aceptar que insinúes que—

BALTRA (ídem):

… y me tocaba el culo y sentía un dolor agudísimo y pensé que efectivamente

me había salido a caminar dormida y que de seguro algún miserable se había

aprovechado de eso y—

KIMA (a Baltra):

¿Qué estás diciendo?

JUVA (a Kima):

Tengo todas las razones del mundo para decirlo. Y sabes bien que es cierto…

BALTRA (a Kima):

Pues eso: que pensé que—

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KIMA:

Esto es la locura. El sinsentido. No hay más…

JUVA (a Kima):

No, te equivocas. Es nuestra maldición. La que traemos desde siempre…

BALTRA:

… pero en realidad no pasaba nada. Me acabo de mudar hace poco y no

reconocía dónde había despertado…

KIMA:

Me resisto a creer en eso. Me resisto a creer en cualquier tipo de maldición. Hay

dentro de mí una especie de voz que no reconozco pero que me conforta y que

me dice que estamos a tiempo de resarcir algo de lo que hemos padecido en el

pasado. Me dice que hay aún hay tiempo para reparar…

JUVA:

No hay nada qué reparar. No tenemos remedio. Estamos aquí para otra cosa…

BALTRA (un poco más fuerte pero sin ser escuchada):

Me acabo de mudar, no sé si les había dicho…

KIMA:

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Si esa voz que escucho está equivocada no hay mucho qué hacer. Supongo que

sólo resignarse…

JUVA:

No lo sé. No sé en realidad a qué hemos venido. Lo que sí sé es que estamos

más allá de cualquier salvación…

BALTRA (gritando):

¡¡ME ACABO DE MUDAR, NO SÉ SI LES HABÍA DICHO!!!

Silencio. Inmovilidad. Kima y Juva voltean a verse. Tras unos instantes, se

estrechan la mano. Y voltean hacia Baltra.

KIMA:

No. Aunque tampoco es novedad, ni que te mudes ni que no nos hayas dicho.

Jamás cuentas nada.

JUVA:

Por qué no empiezas por contarnos por qué coños tenías tú los cabellos cuando

habíamos acordado que nadie iba a llevárselos sin avisar…

BALTRA:

Lo importante de haberme mudado de nuevo es que—

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KIMA:

Lo importante es que jamás cuentas nada. Llevo toda mi vida construyendo la

tuya a partir de intuiciones, pedazos, ideas que me hago sobre lo que te sucede,

sobre lo que haces y lo que te preocupa… Pero fíjate, qué curioso: justo ahora

que hablas, Baltra, justo ahora que veo cómo se mueven tus aretes y cómo te

saltan los músculos del cuello mientras hablas, me ha invadido la certeza de

que te conozco como a nadie, querida, que por más caprichos, idas y vueltas

que tenga la vida no podrá existir nunca nadie que pueda conocer mejor que a

ti. Debe ser algo genético. O no.

Silencio.

No sé, me llegó la idea y la quería compartir…

JUVA:

Yo añoro un jardín zen que tuve cuando viví en Italia.

Silencio.

BALTRA:

Hace mucho ya de eso…

JUVA:

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Hace milenios, sí. Pero si soy sincera es una pérdida que nunca he podido

superar. Se perdió cuando se perdió mi relación con el hijo de puta albanés…

KIMA:

No empieces…

JUVA:

Cállate…

KIMA:

Es que siempre que comienzas con lo del albanés—

JUVA:

Cállense. Cállense porque me va a tronar el diablo… Lo que voy a hacer la

próxima vez es sacar una grabadora y grabar sus vocecitas. Guardaré el casette

y lo llevaré siempre que viaje en barco. Si hubiera un naufragio pondría el

casette en un audífono. Así se me inflarían los ovarios y me mantendría a flote.

BALTRA:

¿Qué con lo del albanés?

KIMA (A Baltra):

¿Qué con lo de tu mudanza?

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BALTRA:

Es que—

JUVA:

Comienzo yo por ser la mayor…

BALTRA:

Pero—

JUVA:

Cállate. Cállate un instante, por Dios… En Italia, decía, tuve un jardín zen. Eso no

es extraordinario ni sublima mi existencia, lo sé. Pero el quid del asunto es que

este jardín zen que tanto añoro fue un regalo. Me lo dio un señor ciego que

fabricaba juguetes. Tenía el taller precisamente en la casa de enfrente a donde

yo vivía mi infierno con el hijo de puta albanés. El señor, Damiano se llamaba,

era lo que podemos llamar un artista… Era un portento, más bien, era un

prodigio construyendo unos juguetes hermosos únicamente —y aquí hay otro

quid, dense cuenta—con lo que encontraba en los basureros de todo el pueblo.

Era un personaje el viejo Don Damiano, era una celebridad. La gente

seleccionaba lo “mejor” de su basura para llevarla hasta su taller. Los domingos,

sobre todo, se armaban unas colas tremendas en la puerta del taller. Y Don

Damiano me tocó a la casa, una mañana, y me entregó el jardín zen. Me

sorprendió, no pude articular palabra. Me lo entregó y me dijo que era un

regalo porque era la única mujer que había conocido a la que quedara bien el

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color anaranjado en la ropa. Yo en ese momento no entendí qué quiso decir, ni

tampoco lo entiendo ahora. Pero el caso es que me lo dio. Estaba hecho con

retazos de toallas íntimas…

BALTRA:

…¿toallas femeninas?

JUVA:

¿Pueden imaginar lo que era ese jardín zen, sus piedritas, sus herramientitas,

todo hecho con pedazos de toallas íntimas? Laqueado en color vino, además. Y

lo mejor de todo…

BALTRA (encimándose al relato y sin que Juva se inmute):

Ah, todavía hay algo mejor, hay otro quid…

JUVA:

…es que al fondo del jardín, debajo de la arenilla —que era de verdad, desde

luego, ésa no estaba hecha de toallas íntimas— había un dibujo. Un dibujo

sencillo y al mismo tiempo hermoso. Y al mismo tiempo perturbador. Era un

cangrejo deteniendo por las alas a una mariposa.

Silencio. Las tres reparan en los montones de cabello.

Tampoco entiendo el dibujo ahora.

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KIMA:

¿Y cómo es que dibujaba tan bien si era ciego el pobre?

JUVA:

Pues no lo sé. Nunca le pregunté…

BALTRA:

Ahora con el internet podrías. Pon su nombre en Google y de seguro te sale su

página o su correo…

JUVA:

No me serviría de nada el internet porque Don Damiano ya murió. Murió

cuando yo estaba allá. Una tragedia espantosa… ¿No se los he contado ya? He

contado la historia miles de veces…

BALTRA:

Siempre lo cuentas, siempre…

JUVA:

Resulta que en ese pueblo vive la comunidad de enanos más grande de Europa.

Qué chistoso, “la comunidad de enanos más grande”… En fin, pues resultó que

a pesar de ser tantos, a los enanos los discriminaban terriblemente. Los

insultaban en la calle, se burlaban de ellos, a veces apedreaban sus casas. O de

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repente aparecían pintas en las paredes: “FUORI MOSCERINI, SIETE IL

DIÁVOLO”, es decir “FUERA LOS MOSQUITOS, SON EL DIABLO”. O “NANI

LAVATEVI”, o sea “ENANOS A BAÑARSE”. Había unos cuantos activistas que los

defendían, pero al final resultaron peores; imagínense que para ayudarlos

estaban promoviendo una ley para que los pudieran adoptar como mascotas…

El caso es que un buen día a los enanos les tronó el diablo. Hubo una rebelión

de enanos. Bloquearon calles, quemaron coches, barricadas… Una revolución. Y

justo se acuartelaron en la calle donde vivíamos. Estábamos atrapados. Qué

horror: yo entre los duendecitos, el miserable cabrón del albanés y el pobre

ciego… En fin, que el motín debe haber durado unos cinco o seis días. Los

enanos controlaban todo. Nadie entraba ni salía, sólo los cabecillas y la

comisión negociadora del alcalde. Los enanos, por pura venganza por la ley que

los quería volver mascotas, adoptaron cada uno a su “gigante favorito”. Así lo

decían. Yo era la gigante favorita de uno al que le decían el Big Ben y que era

vendedor de relojes. Tenía que darle chocolates, porque le gustaban mucho, y

regar sus orquídeas. No es que fuera un castigo, porque la verdad el Big Ben era

muy amable y me caía bien, pero había mucha tensión y angustia. Hasta que un

día uno de los enanos, al que le decían Il Gran Capitano y que además de enano

y narizón era árbitro de fútbol, se emborrachó con una sidra que le había

regalado su gigante favorito. Se puso muy agresivo y gritaba cualquier

barbaridad en plena calle. Y justo pasó que Don Damiano abrió la puerta de su

casa, alarmado por el escándalo. Se asomó a la banqueta y volteó hacia el

enano, que le estaba haciendo una seña. Y claro que Don Damiano no se

enteró. Y el enano estaba tan borracho que no recordó que el señor era ciego.

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Sacó una pistola y antes de desparramarle cuatro tiros por la espalda gritó:

“Non abbassare gli occhi per vedere un nano, figlio di una cagna?” Ahí fue

donde entró la policía y el motín se acabó. Al final el asesino se ahorcó en la

cárcel con la agujeta de su zapatito, a los demás enanos no les cumplieron su

pliego petitorio, que era larguísimo, y al pobre Don Damiano le hicieron un

funeral con honores y muchos homenajes póstumos. Incluso el alcalde mandó

hacer un museo en la casa del señor para exhibir sus juguetes. Y un pariente

suyo quiso seguir un rato con la tradición, pero después de un tiempo lo dejó.

Ya no era lo mismo.

Silencio.

BALTRA:

Al final a Don Damiano le crecieron los enanos…

Silencio.

JUVA:

Sólo de acordarme me vuelve a tronar la tristeza. Y el coraje, porque me

acuerdo de que el malparido del albanés no hacía más que pitorrearse del

pobre señor. “A Don Gepetto lo traicionó Pinocho”, decía. Qué hijo de puta.

KIMA:

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Años y años hablando sobre lo mismo. Sobre el viejo, el jardín zen, sobre el

albanés. Tanto hemos hablado de ellos que ya no necesité conocerlos. Antes

tenía la curiosidad, pero ya no. Ahora la he postergado. Como he hecho con

muchas cosas. Quizá me haya postergado yo también. Lo único que no quisiera

postergar son mis cigarros mentolados. Y mis libros. He descubierto que me

gusta la lectura. Dicen que mejora a la gente. No sé si ya se ven resultados en

mí…

Nuevo silencio.

BALTRA:

Así me truena mucho la melancolía. El vacío. Las arañas del desagüe. Me

truenan mucho y—

KIMA:

No te resistas. Déjate ir. Puede ser sanador. He leído mucho sobre eso. Te

explicaría pero no me vas a entender y todas nos vamos a aburrir un poco más.

Sólo te diría que, al final todo tiene que ver con abismos y con abandonarse a

ellos. Para allá vamos y no hay remedio. Y últimamente he pensado que no

debe ser tan malo. ¿Qué más podría pasar que no haya pasado ya?

Otro silencio más, un poco más breve.

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Esa frase también la leí, tampoco la inventé yo. Últimamente leo mucho y no

tengo muchas ideas propias.

En silencio, nuevamente, las tres mujeres organizan los mechones de

cabello sobre la mesa. De a poco componen grupos más o menos

uniformes, más o menos parecidos en cuanto a volumen, forma y cantidad.

BALTRA:

Tengo un amante.

Silencio.

No pienso dar detalles vergonzosos. Tampoco espero que me pregunten nada.

Sólo diré que en cinco minutos ya me había encontrado el Punto G. Y que cada

vez que tengo un orgasmo grito: “quizás”.

Silencio. Kima va hacia Baltra y la abraza con un entusiasmo que no es

correspondido.

KIMA:

Quiero que sepas que nunca jamás te juzgaría. Que aunque no seamos tan

unidas, todos los días, en algún momento —y eso también es para ti, Juva—,

todos los días en algún momento siento un hormigueo en el pecho,

exactamente en el esternón. No dura mucho, apenas unos segundos. Pero

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inevitablemente lo siento a diario, y no me pregunten cómo llegué a esta

conclusión, pero sé que eso significa que las tres estamos pensando en

nosotras al mismo tiempo. Y eso me conmueve. Y me emociona. Y me da paz.

Quiero que sepas —que sepan— que no me importa lo que hagan de sus vidas.

Pero que mientras este pecho siga cosquilleando todos los días van a encontrar

en él una casa. Una casa que siempre tendrá las puertas abiertas para ustedes…

Y esta frase sí se me ocurrió a mí. A mí sola.

JUVA:

No cabe duda que nacer es como un secuestro. Y que vivir es como ser esclavo.

Sobre todo cuando—

Juva es interrumpida por Baltra, quien la calla con un gesto sutil, casi

amoroso.

BALTRA:

No, no hables. Escucha. Escúchame bien. Te tengo que decir un par de cosas. Lo

primero es que desde ahora no vas a opinar más sobre mí. Sigo siendo la

misma pusilánime de siempre, la misma enfermiza a la que todos cuidaban.

Pero hay algo que ha cambiado. Hay algo en mi que se está moviendo pero que

al mismo tiempo está duro, sólido, bien asentado en la tierra. Es una

contradicción pero es lo que siento. No sé si me gusta del todo, pero lo cierto

es que es diferente. Y que me da fuerzas. Y me gusta. Tambien me gusta que

veas de cerca este puño. ¿Lo habías visto bien alguna vez? Quiero decir, ¿alguna

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vez has pensado en lo que podría hacer? Seguramente no. Te ahorro el esfuerzo

y te cuento. He descubierto que este puño es capaz de los milagros más

grandes y también de las peores torturas. Puedo metértelo por el culo y

sacudírtelo adentro, fuerte y rápido como se mueven las aspas de los aviones. O

puedo estrellártelo en la cara y cambiarte las facciones para siempre. ¿Me

entendiste bien? Perfecto. Ahora te toca adivinar cuál es el milagro y cuál es la

tortura…

JUVA:

El milagro sería que te callaras e hicieras cualquiera de las dos. La tortura es que

no quites esa cara de imbécil y sigas hablando…

Kima se abalanza para separarlas. Lo consigue.

KIMA (A Baltra, conteniéndola):

Tranquilízate, princesa, por favor. Respira y contacta con tu ser interior… Lo que

pasa, princesa, es que estás inflamada. No digo enamorada ni ilusionada,

porque a esta edad ninguna de nosotras podría creer en nada de eso, sería

mucha estupidez y mucho masoquismo. Pero la inflamación es otra cosa. Yo he

estado en tu lugar y me he sentido absolutamente avasallada por mis

emociones… Mejor dicho: por mis hormonas. Estamos, como todas, presas de

por vida en la cárcel de nuestras hormonas. Y hay que vivir con eso para

siempre. No hay cura. Pero creo que si uno es consciente de las cosas todo se

hace más llevadero. Pero llegar a eso no es fácil. Tú, princesa, sabes mejor que

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nadie lo que he batallado, lo que he padecido en mi vida. He pagado un precio

muy alto por ciertas equivocaciones. Pero me he hecho cargo. Eso es mío y de

nadie más. Doy gracias de no haberme suicidado, o matado a alguien, o

haberme vuelto drogadicta, lesbiana, evangelista. Por no haberme dejado

arrastrar por ese remolino que hay afuera y que todo lo despedaza.

BALTRA:

Creo que tú tampoco entiendes lo que—

KIMA:

¡Ya, por Dios! Esta no es manera de honrar a nuestros muertos… O acaso sí...

Últimamente no sé ni lo que digo. Debe ser porque estoy leyendo mucho y me

confundo. Debe ser…

Silencio. Las tres se miran un rato y dedican otro rato a ver los cabellos

sobre la mesa. Tras esto, y paulatinamente, se acercan a la mesa. Se sientan

en torno a ella. Kima divide los mechones en tres partes iguales. Por fin,

las tres vuelven a mirarse. Sonríen.

KIMA:

Hace poco me acordaba de la época de la clandestinidad…

JUVA:

Fue hace siglos… (A Baltra) Tú no debes acordarte. Estabas muy chica…

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BALTRA:

Pero sí me acuerdo…

KIMA (riendo):

Lo más absurdo fueron nuestros nombres en clave, nuestros nombres falsos...

BALTRA:

Los no nombres, nuestros no nombres…

JUVA (riendo):

Yo todavía me acuerdo de mí nombre falso…

KIMA:

¿De verdad? Yo no me acuerdo de los de ustedes pero sí del mío…

JUVA:

Yo igual…

KIMA:

Yo me llamaba… Mariana.

Todas ríen, Baltra un poco menos.

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JUVA:

Yo era… Daniela.

Carcajadas, no de Baltra.

KIMA (A Baltra):

Lo que no me acuerdo es del tuyo…

JUVA:

Ni yo…

BALTRA:

Yo sí me acuerdo…

KIMA:

¿En serio? Dinos, anda…

BALTRA:

Yo dije que quería llamarme Cámara de Fotos.

KIMA/JUVA:

¿?

BALTRA:

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Yo estaba enamorada de la cámara de papá. Incluso un día se armó un lío

porque se la descompuse, la abrí y me puse a ver todas las piezas. Y cuando

salió lo del nombre falso, pensé que llamarme así me quedaba muy bien.

Porque a una cámara todo mundo le sonríe y se supone que ella ve todo muy

claramente, pero por dentro está hecha de un montón de cosas rarísimas que ni

la misma cámara sabe cómo funcionan.

Silencio breve.

KIMA:

Por más que queramos conciliar, no podemos ir contra nuestra naturaleza.

Tenemos el escorpión en la sangre, un bicho que nos truena en la sangre a la

menor provocación. Esto también lo he pensado sola, sin necesidad de

comparar lo que pensé. Yo, se sabe, no tengo demasiadas gracias. Quizás

ninguna, porque lo que siempre he pensado como mi gracia, bien vista, no lo

es…

JUVA:

...especifica, por favor…

KIMA:

…me refiero a que siempre veo más cosas de las que debiera. Visión periférica.

Nunca puedo fijar la vista ni la atención en un solo lugar. Al principio, las

imágenes que logro encuadrar con la mirada parecen inmóviles, como si fueran

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cuadros o fotografías. Pero en cuanto me concentro, comienzan a revelarse los

detalles del contorno, lo que está en los márgenes. Eso sucede más allá de mi

control y de mi voluntad. Casi todo lo que se me ha revelado ha sido

desagradable y triste. He visto puñaladas, abusos, rostros que se deforman por

el llanto o por el asombro, criaturas extrañas que saltan a morder el cuello de

los desprevenidos. Pero lo que siempre tendré como la más triste de mis

revelaciones, como lo más horrible que vi sin querer ver, fue cuando se llevaron

a Papá…

JUVA:

Tranquila, por favor…

BALTRA (tomándose la cabeza):

Esto no está pasando, estonoestápasando…

KIMA:

No se supone que debiera verlo, como muchas cosas que no se supone que

debiera ver y que acabé viendo. Yo estaba asomada mirando a Mamá regar las

flores del jardín de la casa… De la casa donde nos escondíamos. Lo que me

tenía embobada era el tono de su cabello. El tono y la forma, porque además de

teñírselo de rojo se lo había alaciado. Nunca había visto a Mamá así. Y, de

repente, en la esquina, en el rabillo, aparece Papá. Se había bajado de un taxi al

otro lado de la calle. Su cabello sorprendentemente corto, su barba entintada, el

traje azul y el portafolios. El mejor actor Papá, el mejor actor de sí mismo. El

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grito hacia Mamá, el nombre falso que habían convenido decir de memoria y

con naturalidad. Mamá que gira el cuello hacia donde escucha la voz de Papá. Y

de repente el carro frenando, los gritos y los empujones, la marabunta que se

lleva a Papá, los gritos ahogados de Mamá… Nada qué hacer, nadie a quién

reclamar. Sólo la espera, la maldita espera de años… Pude ver el momento

preciso en que nos quedamos huérfanas…

BALTRA:

Pararpararpararpararparar…

KIMA:

Lo que pasa ahora allá afuera tiene un origen. O al menos una continuidad. Qué

suerte hay que tener para haberla vivido directamente…

Baltra parece escapar de un trance con violencia. Toma el cuchillo de la

mesa y lo sujeta ante sus hermanas.

BALTRA:

Esto tendría que haber terminado hace mucho tiempo. Este aferramiento a la

ausencia, quiero decir. Me hubiera ahorrado tanto. Tanto insomnio, tanto sudor

frío en la madrugada, tantas imágenes repetidas, tantos candados en la cabeza

y tantas telarañas en el coño. Cada día siento crecer este odio que se ha

incubado en mí durante siglos… Mi odio, sí, es milenario y retroactivo. Y ahora

sé también que este odio que siento es el mismo odio que se esparce por las

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calles, que desmiembra y disloca cuerpos en plazas, en explanadas. Mi odio se

asienta en todo aquello que ustedes no se han cansado de recordarme desde

que tengo memoria, en todos los rostros que habitan en los suyos y que de un

tiempo a la fecha no se esfuerzan por ocultarse. Están allí, en cada pliegue de

sus pieles y en cada surco que se les ha formado a lo largo de toda esa vida

dedicada a lucrar con la ausencia de otros que, sinceramente, hace tiempo que

no las piensan ni las recuerdan ni las añoran. Se han encargado, esos rostros

suyos y los otros que viven en ellos, de que no me olvide nunca de lo que no he

sido. Se han encargado de restregármelo en la cara todos los días, y ahora eso

las tiene aquí, sintiendo cómo el frío les recorre el espinazo mientras sostengo

este cuchillo… ¿Tanto miedo les doy? ¿Tanto temor les inspiro? Lo más que

podría hacer es darle cuerda a estas ganas tremendas que tengo de

comérmelas crudas. A las dos. Despacio…

KIMA:

Princesa, pero qué cosas estás diciendo. Cálmate, no hagas nada de lo que

puedas—

BALTRA:

Por favor, no estoy tarada. Sería verdaderamente imbécil sentir arrepentimiento

por algo a estas alturas. No hay retorno. Lo que sucederá a partir de este

momento será definitorio. Tengo que confesarles, sinceramente, que esta

inminencia me causa mucha emoción. Es como llegar a casa, por fin, después de

una ausencia de siglos. Así me siento ahora. Y nada puede hacer que esto se

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detenga. Mucho menos ustedes y sus deseos por mantener las cosas como

están. Siento cómo las imágenes de lo que viene corren por mi cabeza. Es un

desfile que se ha vuelto incontrolable. Es tan mío y está tan dentro de mí como

lo están ustedes, y no me queda más remedio que aceptarlo como se acepta un

arma que libera.

JUVA:

Dios mío, cuánta valentía. Si fueras hombre podríamos hacer una omelet con

tus huevos y seguro acabamos con el hambre en África. Eres admirable…

BALTRA:

Deberías conmoverte de verdad. Después de todo, esto es responsabilidad de

las tres. Ésta, hermanita, es una certeza que hemos conquistado en conjunto. Es

el resultado de la conjunción de nuestras voluntades, con todo lo que tienen de

erráticas y blandengues…

Se escucha el sonido de un timbre, elegante y altísimo.

KIMA:

¿Esperábamos a alguien?

BALTRA:

Como nunca antes…

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Sin necesidad de que le abran, entra un hombre atractivo, elegantemente

vestido en tonos grises. Es El Albanés. No hay nada que pueda quitarle la

sonrisa. Saluda con cierta calidez a Baltra pero sin quitarle los ojos de

encima ni por un segundo a Juva, que es a quien le habla.

EL ALBANÉS:

¿Qué? ¿Pensaste que se me iba a olvidar? Imposible. Ni por un solo segundo he

dejado de pensarlas. Llevo tanto añorando este momento… Nada como volver a

la familia. Porque he de decirte, he de decirles a todas, que ustedes son mi

entraña. Sin ustedes no he sido más que un extraviado, un remedo inútil, un

pusilánime… Dios mío, me conmueve tanto todo esto… El momento más

conmovedor de mi existencia junto con cuando me gané el premio en el

Eurolotto y cuando fuimos, preciosa, al funeral del ciego aquél que hacía

juguetitos con mierda y basura. Pero no, si lo piensan ni siquiera es comparable,

porque cuando gané el premio sabía que me lo iba a gastar enseguida —y así

fue— y cuando murió el ciego intuía que iba a ser la primera de una serie de

desgracias que no han parado hasta ahora, cuando por fin nos

reencontramos… Fui tan frágil mientras nos las tuve. Viví en una confusión

permanente. Me dio por andar. Recorrí caminos, brechas, senderos de todo tipo.

Y en la medida en que conocía gente, crecía mi necesidad de una revelación, de

encontrar una razón para mi caminata. Y al cabo de ese recorrido me encontré,

sin darme cuenta de cuánto había viajado, en medio de una ciudad

descomunal, donde la gente no reparaba en mí y cuando lo hacía me hablaba

en lenguas extrañas que no podía comprender. Y allí otro viaje, esta vez por las

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entrañas de esa ciudad. Me perdí en ese submundo durante un tiempo que no

puedo precisar. Hasta que un día, al pie de un gran templo, me llevé las manos

a la cabeza y estallé en llanto. Y entonces sentí la calidez de una mano, una

mano que al instante alivió esa pena inexplicable. No hubo necesidad de

palabras. Menos aún cuando alcé la vista y vi ese cabello negro que me resultó

tan familiar. Una cascada que me hizo sentir protegido. Y eras tú, Baltra querida,

eras ese arraigo y esa ancla que necesitaba para dejar de deambular. Supe

entonces qué es lo que estaba buscando. Estaba buscando, mujeres preciosas,

mi reinserción a este linaje. Y lo he conseguido de la mejor manera:

compartiendo orgasmos y sudores con Baltra. Quién lo hubiera imaginado, ¿no

creen? Esa niñita escuálida que no me daba ni los buenos días me ha regalado

las mejores explosiones de mi vida… Pero no pongas esa cara, querida Juva, no

es el momento. Sé que puede sonar extraño que ahora me acueste con tu

hermana, pero si lo pensamos bien es perfectamente congruente. Y se dio sin

planearlo, sin buscarlo, como un signo del destino, como una señal de dónde

debo afincarme. No lo supe hasta que estuve dentro de Baltra y me di cuenta

de que me conectaba con el mundo. Son mi grey, preciosas, somos legión y al

mismo tiempo somos uno. Y no hay nada que pueda cambiarlo…

Silencio breve.

Bueno, ya hablé mucho. No sé, digan algo. ¿No tienen hambre? En el carro

tengo jamón y galletas. Estoy cansando, pasé por muchos retenes para llegar

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hasta aquí. Podemos ir a comprar una botella o rentar una película. A mí me

gustan las de terror. ¿Dónde puedo lavarme las manos?

JUVA (A Baltra):

No lo puedo creer…

KIMA (A Baltra):

Princesa, deberías guardar ese cuchillo, no vayas a—

EL ALBANÉS (A Juva):

Yo tampoco lo podía creer, mujer. Pero es real: estoy de vuelta. Ven y dame un

abrazo…

KIMA (A Baltra):

Veme a los ojos, Princesa, concéntrate…

EL ALBANÉS (mientras avanza con los brazos abiertos hacia Juva):

Ya no hay por qué postergarnos más…

JUVA (A El Albanés):

No te me acerques, grandísimo cabrón…

KIMA:

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Tenías razón, Juva: nos atraviesa la catástrofe. Estamos malditas por la tradición

o por los genes o por algo planetario que jamás podremos entender…

JUVA (A El Albanés):

Todo lo vas a pagar en doctores y quimioterapia, hijo de tu perra y puta madre.

No sabes cuánto he deseado eso y no sabes cuántas veces he repetido esa

frase…

EL ALBANÉS:

No te hagas esto, Juva. No lo eches a perder (Repara en el cabello sobre la

mesa. Silencio breve). ¿Qué es esto? ¿Por qué está sobre la mesa? ¿De verdad

no quieren el jamón y las galletas que traigo en el carro? ¿O vamos por un pollo

al carbón?

JUVA:

No puedo creer que estés aquí. No lo concibo, no es aceptable, no puede ser.

Qué horror, siento cómo en este momento me está tronando el diablo, siento

cómo me truena la sangre y se mezclan los caldos de mi estómago y me

confundo y no sé si debiera partirte la cara a ti, vivales de mierda, o si te debiera

machacar a palos a ti, mosca muerta, Baltra maldita, o si la del problema soy yo

o el cosmos, como dice Kima, o quién carajos…

EL ALBANÉS:

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Lo que pasa es que, bien visto todo, no hay ningún problema, adorada Juva.

Sucede que estamos acostumbrados —y digo estamos— a ver en todo el

asomo de la tragedia. Nadie podría culparnos de ello. Basta ver lo que sucede

hoy en cualquier calle. Pero siempre está la oportunidad de aceptar

sumisamente que no todo está bajo nuestro control ni bajo nuestra injerencia.

Mucho menos la barbarie que sucede a nuestro alrededor. No podemos incidir

en ello. Tampoco debemos. Por eso, también, es que estoy aquí de vuelta…

JUVA:

Porque eres un cínico absoluto, por eso regresas como si nada hubiera pasado,

mientras a mí me truena la furia y me dan ganas de estrellarte la cabeza contra

la pared…

EL ALBANÉS:

Yo no veo en ti eso que dices, Juva. Lo que hay en tu cara y la de tus hermanas

es más bien un miedo terrible. Se están cagando de miedo y no es para menos.

Todos acá vivimos con miedo… Pero lo de ustedes es más agudo porque lo

arrastran hace más tiempo. Lo de ustedes es más agudo porque lo traen en la

sangre. Y eso las aísla, las hace únicas. Sólo se tienen la una a la otra. Por más

que se relacionen con gente externa sólo se tendrán realmente a ustedes. Sólo

ustedes se comprenden. Y la suya, sin duda, es la historia de su nación, su

historia es simplemente un epítome —sí, sí, no pongas esa cara, así se dice;

búscalo en Wikipedia— de la historia de esta nación milenaria. Viéndolo bien,

entonces, el problema no es saber quiénes son los que hicieron huir y

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esconderse a sus padres, quienes los vejaron y los desaparecieron para siempre

y sin rastro, sino definir qué van a ser ahora… En fin, si me lo permiten y antes

de que pasemos a comernos las galletas y el jamón que traigo en el coche —

perdón, mi amor, es que no desayuné—, desde mi punto de vista tienen poco

por hacer. No sé exactamente qué planean con estos cabellos, por ejemplo, y la

verdad es que no quiero ni imaginármelo, pero fuera de eso no creo que

puedan hacer más. Ustedes son, Juva querida, como aquel dibujo que venía en

el juguetito que el ciego nos regaló en Italia. El cangrejo tomando por las alas a

la mariposa. Lo entendí hace poco, el dibujo y el motivo por el que te lo

regalaron. Sólo hasta ahora veo la sabiduría del ciego en su justa dimensión…

JUVA:

¿Cómo te atreves, hijo de puta, a hablar de mi familia? ¿Cómo es posible que te

acuestes con mi hermana y luego vengas a contárnoslo como si nada? ¿De

dónde salen esas ínfulas y esos aires de pensador? Si yo te recogí de la calle en

Albania, te saqué de vender suscripciones a clínicas de belleza a las que nadie

iba y te traje aquí, te di calor, familia, cobijo, para que ahora tú quieras robarme

todo eso de nuevo, robarme a mi familia otra vez, vienes de lejos para volvernos

a saquear, a saquearme. De ella, de Baltra no espero nada, y por eso no le

reclamo. Además de todo no me va a registrar…

EL ALBANÉS (A Juva):

Hay cosas que nos atraviesan y contra las cuales no se puede luchar. Y otras a

las que de hecho hay que dar un impulso de vez en vez…

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JUVA (gritando decididamente):

Miserable cabrón malparido…

Juva se abalanza sobre El Albanés dispuesta a golpearlo. Éste la contiene

con la ayuda de Kima. Baltra observa.

JUVA:

¡Desaparece de una vez! ¿No ves que nosotras nos bastamos para hacernos

mierda? No te necesitamos, eres absolutamente prescindible. Como siempre…

EL ALBANÉS (mientras batalla para quitarse de encima a las hermanas):

Nunca desdeñes ninguna ayuda, Juva, ni siquiera para la destrucción de algo

que ya está destruido…

KIMA:

¡Basta ya, por favor!

Juva aprovecha un instante de distracción de El Albanés para propinarle

un golpe seco en el rostro. Compungido, El Albanés rueda por el suelo,

quejándose. Silencio largo. Juva y Kima parecen no creer lo que ha

sucedido. Baltra sigue como ausente.

JUVA:

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Nacimos torcidas y así moriremos. Al final, este miserable va a tener razón. Y

por eso mismo me truena más la rabia… (A El Albanés) Sé que viniste para

aprovecharte de esto que nunca va a cambiar y a llevarte lo que pudieras. Como

rapiña. Pensabas que Baltra era más débil por su enfermedad y supusiste que

todo te sería más fácil. Ya ves que no…

KIMA:

Baltra no está enferma, Juva, de dónde sacas eso…

JUVA:

Al menos no disimula. No es hipócrita. Siempre fue así y así se mantuvo.

Tampoco es que pudiera hacer nada, supongo, es así y punto. Y nosotras no

podemos hacer más que mirarla sin despreciarla ni segregarla demasiado.

Porque tampoco es que tú y yo podamos contener a nadie…

KIMA:

¡Basta ya, por el amor de Dios! Hagamos lo del cabello, por el amor de Dios…

EL ALBANÉS (a Juva):

Quiero ver de qué eres capaz, vaca obesa. A ver si aún puedo acomodarte con

unos cuantos golpes y luego ponerme a ver una película de vaqueros con una

copa de tinto en la mano. Seguro que eso es un hábito que extraño.

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Juva, cegada por la ira, se abalanza de nueva cuenta sobre El Albanés. El

escándalo es mayúsculo: El Albanés grita cosas en su lengua, Juva chilla

como becerro, Kima repite cosas como “No perpetuemos esto” o “Baltra

no está enferma”. La confusión los lleva a alejarse de la mesa, acercándose

a la puerta de salida. Por fin, hechos un ovillo y jadeantes, viene el

silencio. Después de unos instantes, Baltra parece salir de su shock.

Mientras habla, se escuchan los sollozos de Kima, aún enredada en el

ovillo que ha formado junto con los otros dos.

BALTRA:

Lo que El Albanés dice tiene sentido. Hasta cierto punto. Pero siempre hay una

salida probable, un respiradero. A veces están allí, a veces hay que fabricarlos.

De algún modo. Para no ahogarse…

Baltra toma a Kima del cuello y deshace el ovillo. La toma como una

especie de rehén y le pone el cuchillo en la garganta. Kima grita.

BALTRA:

Es el momento. Es así de simple. No se resistan. No hay nada qué hacer. O se

respira o se estalla. O ambas cosas a la vez. No es tan malo, ni tan difícil de

pensar. Es bastante simple…

JUVA:

Por fin alguien tiene los cojones. Quién iba a pensar que fueras tú…

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EL ALBANÉS:

Tranquila, mi amor, por qué no—

BALTRA (a El Albanés y sin escuchar a Juva):

Yo estoy tranquila. No te proyectes. Vamos a respirar (A Kima). Sé que eso de

respirar con un cuchillo en la garganta suena raro, pero en realidad todo esto lo

es. Haber vivido, haber estado, haber compartido lo que compartimos. Esa

forma tan melcochosa del horror…

KIMA (A Baltra):

Mi amor, escucha, lo que te digo. Y más aún: escúchate a ti. Esto no tiene por

qué estar pasando, no tienes que hacer esto…

BALTRA:

Me escucho y me gusta lo que me digo. Incluso ahora mismo me escucho

cantar. Es tan reparador…. Quizás eso las haga decir que estoy enferma. O lo

dirán por mis insomnios y por mis mudanzas. No sé, yo me siento bien. Hoy

más que nunca... Todos a la mesa, por favor…

Juva obedece lentamente, sin quitarle los ojos de encima a Baltra y con

cara de estupefacción. Kima lo hace mientras siente en las costillas la

punzada del cuchillo de Baltra, que se cuida de El Albanés, que se levanta

lentamente y se dirige a Baltra con un gesto pacificador.

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KIMA:

Princesa, cálmate por favor. No es algo que tú quieras hacer…

EL ALBANÉS:

Mi amor, creo que sería mejor si—

Baltra lo hiere en la mano. El Albanés pega un grito y retrocede hacia la

mesa, tomándose la herida.

BALTRA:

No eres mi amor. No soy tu amor, no soy el amor de nadie. Jadeé contigo, sí,

pero eso no tiene nada que ver con el amor. Era una forma de comprobar cosas

sobre las cuales no vale la pena hablar. Y tampoco vale la pena decir si las

comprobé o no… Nunca te diste cuenta que con cada orgasmo no liberabas

nada, sino que cada embestida tuya hacía más profunda mi abertura hacia algo

que nadie conoce, ni yo misma. Así que te has forjado esta suerte… Ahora

tomen un mechón de pelo cada uno y cómanselo…

JUVA:

¿Qué dices? ¡Estás enferma, repito, estás enferma! ¡Hoy por fin estás mostrando

algo de valor pero estás definitivamente enferma!

BALTRA:

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Por favor, Juva, no tienes cara para decir eso…

KIMA:

¡Princesa, son los cabellos de Mamá, por el amor de Dios! ¿Cómo vamos a

comérnoslos?

BALTRA:

Porque eso es lo que somos. Dejemos que nos habiten…

KIMA:

Baltra, entra en razón, por favor. No vinimos a comernos lo único que nos

queda de Mamá, vinimos a honrar su memoria y a dedicarle—

BALTRA:

Idiota, qué no te das cuenta de que nunca hemos tenido memoria para honrar.

En realidad, no podemos rendirle honor a nada. Eso no es para nosotras…

Baltra los azuza con el cuchillo. Por fin, y no sin dudas, los tres se llevan su

respectivo puñado de cabello a la boca. Hacen distintas muecas mientras

se ven los unos a los otros.

EL ALBANÉS:

Bueno, en realidad no está tan mal… Sabe como a pasas…

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JUVA (A Baltra):

Nunca te voy a perdonar esto, loca de mierda, escúchalo bien y que no se te

olvide…

BALTRA:

Nadie te va a pedir perdón por nada. Menos yo. Nunca más…

El Albanés comienza a tener arcadas. Se lleva la mano a la boca y sale

corriendo, al borde del vómito.

KIMA:

Baltra, esto no tendría que estar pasando. No era necesario…

Se escucha a El Albanés vomitando agrestemente.

BALTRA:

No se preocupen por él. No puedo decirles que va a estar bien, pero tampoco

es que vaya a estar peor de lo que ya estaba. Lo mismo con ustedes. Y no finjan

sorpresa porque es algo que ya sabían. Porque han vivido sembrando el veneno

que todo este clan trae oculto en el aguijón. Y ahora, más que nunca, las que

están llenas de veneno son ustedes…

Los vómitos de El Albanés se hacen más fuertes. Luego una queja larga.

Silencio. Ahora es Juva la que comienza con arcadas.

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Pero no se preocupen. Lo más probable es que antes del fin tengan una

dilatación del clítoris y luego un orgasmo. En inglés se le dice “angel lust”, o

lujuria angelical. No me pregunten por qué sucede esto. Son sensaciones y

tienen otra lógica…

Juva avanza hacia Baltra, tambaleante. Su gesto sin embargo es de enojo y

terror. A miedo camino se detiene y cambia de trayectoria. Sale

tropezándose por una puerta exterior. Kima intenta hablar pero su voz se

entrecorta.

BALTRA:

Ay, hermana…

Baltra se acerca y la acuchilla con una especie de delicadeza. La acomoda

suavemente en el piso. Deja el cuchillo sobre la mesa. Mira largamente los

puñados de cabello y luego los desperdiga por el aire. Por fin sonríe.

Mientras nos habla se quita el abrigo.

Ahora que por fin se hizo un respiradero, veo que El Albanés tenía cierta razón.

En eso de nuestras incapacidades. No nos es posible entender algunas cosas.

Nos está vedado, no podemos ni podremos nunca insertar ciertas cosas dentro

de un orden o alguna genealogía. Y no hablo de lo que pasa ahora. Quién

puede entender el horror de estos tiempos, quién puede entender el

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apilamiento acumulativo de la muerte ante nuestros ojos. Quién puede

entender lo que acaban de ver. Es un continuo de acciones. Un continuo

inexplicable desde nuestra lógica. Pero que existe, que nos atraviesa la

conciencia… Aunque en realidad nos fascina. Nos fascina la idea de que hay

algo que descifrar, sin importar que se manifieste bajo formas que nos

espanten. Nos da un aire de leyenda que en el fondo nos enorgullece. Porque

así podemos decir que hemos llegado hasta donde estamos tras superar ciertos

obstáculos, aunque en realidad no hayamos hecho más que arrastrarlos. No

hacemos más que simular. Quizás si lo pensamos más de una vez nos demos

cuenta de que entender ciertas cosas no nos está vedado en realidad. O no,

quién puede saberlo. Quién puede interpretarlo…

Baltra se queda de pie frente al público, inmóvil, viendo a la nada. Lleva

en las manos unos trozos de cabello. Podrían pasar unos tres minutos.

Luego lentamente comienza a comerlos. Sonríe. Extiende a la mano y los

ofrece al público, en silencio.

Pero al final lo cierto es que no pasa nada. Nada de nada. Aquí no ha pasado

nada, sigan su vida normal.

De a poco se apaga la luz, la presencia.

***

CIUDAD DE MÉXICO / GUADALAJARA / LEÓN, 2010—2014.

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© NOÉ MORALES MUÑOZ

OBRA REGISTRADA ANTE INDAUTOR Y SOGEM

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