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NOMBRE: ____________________________________________

GRADO: ONCE
PROFESORA: MARGARETH SERRANO FECHA:___________________________

PROYECTO TRANSVERSAL: EL FENÓMENO DEL NARCOTRÁFICO EN LA CULTURA COLOMBIANA

*Lea y socialice los siguientes textos en clase, para que realice los subrayados y notas al margen
necesarios para su comprensión.

Texto 1: Narcotráfico y literatura

HISTORIA LITERARIA DEL NARCOTRÁFICO EN LA


NARRATIVA COLOMBIANA
Fragmento de “Hallazgos en la literatura colombiana. Balance y proyección de una década de
investigaciones”
Juan Alberto Blanco Puentes
Universidad Pontificia Javeriana. 2010

A finales de la década de los setenta y comienzos de los años ochenta, surgió en Colombia el fenómeno
del narcotráfico que como tal afectó a todo el país. Sin embargo, si bien su escenario inicialmente se ubicó
en Medellín (Antioquia); después en Santiago de Cali (Valle del Cauca); terminó situándose en Bogotá
(Cundinamarca), es más, terminó impregnando, por extensión, a todo el territorio nacional. Ubicarnos en
Bogotá a través de la palabra escrita nos permite acceder a la función fundamental de la literatura: ejercer
presión sobre la memoria para que no escape al olvido necesario que en ocasiones nos impone el tiempo.
De hecho, el primer elemento que se reconoce en la narrativa del narcotráfico es escenificarse en las
ciudades. La ciudad como lugar geográfico simultáneamente es sitio propicio para la narración actual (…)

Literatura e historia, ecos atemporales de la memoria

El necesario paso histórico que se da entre el siglo XIX y el XX en Colombia está signado por la Guerra de
los Mil días (agosto, 1899 – noviembre, 1902) y la separación de Panamá en el año de 1903 (…)

En la siguiente etapa histórica, la Violencia hace metástasis en el país, desde el discurso histórico, “La
política de violencia toma cuerpo ya en 1946, en alejados distritos rurales que favorecen electoralmente al
liberalismo o están relativamente empatados con el partido opuesto, donde bandas armadas organizadas
por los conservadores o la misma policía, reclutada en base a matones, se dan a la atarea de expropiar
cédulas electorales, a exigir que los amenazados voten por los conservadores, cuando no a asesinar a los
hombres y violar a las mujeres del odiado partido contrario” (Kalmanovitz, 297). Por su parte, la literatura
“se vio marcada tan bruscamente por este suceso histórico que, puede decirse, la “violencia” ha sido el
punto de referencia obligado de casi tres decenios de narrativa: no hay autor que no pase, directa o
indirectamente, por el tema; éste está siempre presente, subyacente o explícito, en cada obra” (Restrepo,
1985, 124).
Años más tarde, específicamente el 9 de abril de 1948, la historia nos habrá de eternizar, y con razón, el
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, “el heredero del movimiento popular a cuya dirección habían renunciado
los ideólogos burgueses del liberalismo. Era un orador que manejaba con virtuosismo los efectos capaces
de conmover a las gentes del pueblo [...]. Los mismos dirigentes liberales que ayer no más llenaban las
plazas debieron abandonar éstas al caudillo y a sus seguidores, y hasta el tránsito por las calles de la
capital les fue vedado por la agresividad de las hordas gaitanistas” (Arrubla, 190). Y el enlace desde la
historia hacia la literatura se da a partir del movimiento social que se originó con la muerte del Caudillo, y
que terminará aportando un sin número de textos enmarcados dentro de las novelas del Bogotazo.

El suceder del tiempo nos situó en la siguiente etapa: el flagelo del narcotráfico, que “empezó a enquistarse
en Antioquia y en algunas regiones del país desde hace muchos años; apareció en los finales de la década
del 70 y continuó en los años 80, cuando las mafias del comercio ilegal de las esmeraldas y de la
marihuana consideraron que estos negocios ya no eran los más seguros y rentables y que aprovechando
las experiencias adquiridas podían montar otro negocio que llenase su insaciable voracidad por el dinero
(Bedoya, 22). Y así se fue convirtiendo no en una situación nacional, sino continental, pues “A mediados de
la década del 70 América Latina es escogida como objetivo de la expansión de la droga (...) Al llegar a la
década de los 80 con una economía emergente como producto de la droga, los significativos capitales
acumulados corrompen el tejido de la sociedad civil y el nivel macrosocial, emergiendo un fenómeno muy
grave para la convivencia, la paz y la institucionalidad del país, cual es el sicariato organizado”

Con el pasar del tiempo, el fenómeno del narcotráfico se convirtió en el titular de la prensa escrita, radial y
televisiva; después se convirtió en campaña política, más luego en condicionante de las relaciones
internacionales; y de manera libre y esporádica se volvió tema para escritores, cuya visión del fenómeno
permite caracterizar múltiples aspectos del momento histórico que aún vive Colombia.

Radiografía literaria de una nación (in)imaginada

Figura 1: Portadas de libros de narcotráfico en Colombia

Con La virgen de los sicarios (1994) se da comienzo teórico a un fenómeno escritural conocido como
“novela sicaresca” , al respecto podemos decir dos cosas: primera, que el valor agregado de la novela de
Fernando Vallejo, es que sirve de “diccionario”, pues nos permite acceder a definiciones/términos que
tienen que ver con el fenómeno del narcotráfico desde sus orígenes -sicario, lenguaje utilizado, símbolos
religiosos, etc.,-así como el hecho de dar perfecta cuenta de con cuál víctima se originó el sicariato y cuál
fue la primera familia de sicarios -hoy ya muertos-, de los cuales es “descendiente indirecto” Alexis, el
niño/joven sicario de la novela de Vallejo -a quien conoce después de la muerte de Pablo Escobar, razón
por la cual es desempleado y sólo le queda como alternativa la prostitución.
Delirio (2004) de Laura Restrepo, teje en tres tiempos narratológicos la forma como la clase pudiente de
Bogotá ingresó, enceguecidos por el dinero fácil, en el lavado de dinero, con un socio por todos conocidos,
pero negado en su propia voz. En esta ocasión, también la historia gira en torno a la familia, en este caso,
los Londoño. Estamos en el momento culmen de Laura Restrepo, su novela la convierte en una escritora
de talla mundial, ha dejado de ser latinoamericana. Su Delirio, es una historia de amor que se muestra más
sólido que los valores de toda la sociedad colombiana que terminó con la orfandad como herencia social,
pues la figura paterna que reafirmaba su poder económico desaparece.

Noticia de un secuestro (1996) de Gabriel García Márquez se escribió durante casi tres años. En ella se
relata/recrea el secuestro de varios periodistas, con fines políticos, a manos de Los Extraditables, grupo
cuya cabeza visible fue Pablo Escobar. La voz del autor se aleja del realismo mágico y se proyecta sobre la
ciudad capital, como eje de un fenómeno tentacular que abraza, hasta asfixiar, a todos los estamentos
civiles y no civiles del país. Dicho fenómeno, tomó fuerza a medida que sus capos, fueron convirtiéndose,
poco a poco, en “héroes” para el pueblo colombiano.

Blanco, J (s.f) Historia literaria del narcotráfico en la narrativa colombiana.


http://nomadasyrebeldes.files.wordpress.com/2009/11/literaturaynarcotrafico

Texto 2: Narcotráfico y televisión

EL AMOR Y EL ODIO QUE PRODUCE “NARCOS”


Reacciones a la serie de Netflix acerca de la imagen que está forjando de Colombia en el exterior

Figura 2: Narcos. Netflix

“Cuando lo veo, siento un poco de tristeza, ya que representa una realidad muy dura”, fue el comentario de
Edwin Estrada, un comunicador social caleño que vio los primeros episodios de la tercera temporada de
'Narcos'. La producción de Netflix revela, a través de una mezcla de realidad y ficción, la manera en la que
operó el cartel de Cali tras la muerte del capo antioqueño Pablo Escobar.

La serie ya lleva varias semanas al aire en la plataforma de contenidos de cine y TV para la web, pero el
debate acerca de la imagen de Colombia que se construye en el extranjero a partir de ficciones como esa
se reabrió el fin de semana, durante la visita del papa Francisco al país. Un artículo de José M. Vidal, del
diario 'El Mundo' de España, titulado ‘Francisco, en la patria de los narcos’ (para hablar de la visita del
pontífice a Medellín), fue tildado de ofensivo y de perpetuar el estereotipo de que esta ciudad ‘adora’ a
Escobar.

La discusión sobre el mal que hace un producto como 'Narcos', que revive una época de violencia y
narcotráfico, llevó a algunos opinar en las redes sociales: “Cuando las personas escuchan ‘Colombia’, lo
primero que asocian es Pablo Escobar”. “... Bueno, ahora es posible que conozcan más al clan de los
Rodríguez”. “¿Por qué le dan espacio a una serie que habla mal de nuestro país?”
Sobre qué tan dañina puede ser para la imagen de Colombia una serie como 'Narcos', el periodista chileno
Matías de la Mazza, del diario 'La Tercera', dice que eso depende de la percepción que una persona ya
tenga del país. “Si alguien sigue viviendo bajo el prejuicio de que Colombia y ciudades como Cali o
Medellín son peligrosas, por supuesto que una serie como esta refuerza esa idea”, opina.

Por su parte, el escritor español Jorge Carrión (autor del libro Teleshakespeare) va un poco más allá al
decir que “la imagen y la narrativa de una ciudad no son propiedad de sus ciudadanos, y Pablo Escobar y
sus herederos ya son patrimonio de la humanidad. Como Lucifer, Atila, Robin Hood, el Joker o Adolfo
Hitler. Patrimonio oscuro de la humanidad. El cartel de Cali en 'Narcos' es pasado, es historia, una
oportunidad para reflexionar sobre los hechos desde la construcción dramática que brinda la ficción”. A su
vez, el realizador y productor colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza (Chocó, Candelaria) dice: “Creo que,
para bien, debemos entender que son historias del pasado de las que es mejor hablar (...). Imaginemos por
qué en Alemania se siguen haciendo películas de la Segunda Guerra Mundial, de lo que se vivió y cómo
eso transformó el mundo”.

La gente es libre de ver o de obviar una serie. En el caso de 'Narcos', es difícil no tomar partido (a favor o
en contra), ya que se trata de un tema cercano para la audiencia colombiana y una apuesta narrativa
seductora para el mercado internacional. “El problema no está en las series”, insiste el analista de medios
Mario Morales.  Desde su óptica, hay en la narco-serie una representación del arribismo, cortoplacismo y
otros defectos, como si fueran valores positivos. “Lo que pasa es que cuando nos lo cuentan en pantalla
pretendemos negarla”, agrega. Morales reconoce que la televisión es más emocional que racional, y no se
trata solo de ver o no ver algo como 'Narcos'. Precisamente, estar en contra de esta es parte de ese
proceso de reaccionar. “Es posible que algunos digan que la odian, pero estén pegados viéndola, porque al
final la dura realidad es que la imagen negativa del país se forja por lo que pasa, y la serie solo refleja (o
refuerza) esa idea del país que al final no nace del producto televisivo como tal”, recalca Morales.

Andrés Calderón, CEO de Dynamo –la productora de 'Narcos'–, añadió: “Que no se nos olvide que es una
ficción que tiene la labor de entretener y de ganarse la atención de la gente que le regala unas horas de su
tiempo a esta historia, que no tiene el espíritu de documental, pero sí un tema de fondo acerca de lo que
pasó en Colombia y el poder de resiliencia de un país que superó un momento crítico y que pudo pasar la
página”.

El Tiempo (2017) El amor y el odio que produce “Narcos”. https://www.eltiempo.com/cultura/cine-y-tv/reacciones-a-


narcos-la-serie-de-netflix-sobre-la-imagen-de-colombia-129968

Texto 3: Narcotráfico y cine

EL CINE COLOMBIANO Y LOS COLOMBIANOS

Figura 3: Películas de narcotráfico colombianas

Al pensar en el cine colombiano muchos compatriotas sólo traen a su memoria acciones violentas, palabras
vulgares y algunas de esas escenas que dicen que afectan al país al “vender” una mala imagen de
Colombia.  Nunca he entendido esa obsesión de algunas personas por proteger la imagen antes que
intentar cambiar la realidad, pero lo cierto es que la idea que asocia al cine colombiano con la violencia
tiene bases reales pero parte del prejuicio y del poco conocimiento que, en general, tenemos frente a
nuestro cine.

La responsabilidad por esta situación no es sólo de los espectadores, sino también de quienes
históricamente han promovido y exhibido cierto tipo de cine colombiano que es el que más se consume
porque, en un eterno círculo vicioso, es el que el público conoce.

A pesar del espíritu de la nueva ley de filmación, el cine colombiano no está hecho para vender nuestro
país al exterior, si no para contar nuestras historias, aquellas a las que ni la fuerte maquinaria de Hollywood
puede tener acceso: Las que tenemos más cercanas. 

Durante muchos años se ha hablado de cine colombiano como si fuera un género en sí mismo, aquel que
se  aprovecha de la difícil situación del país para vender una imagen llena de sicarios, narcotráfico, malas
palabras y folclorismo.  Esta impresión puede estar motivada por películas que han abordado esta temática,
pero es injusto caracterizarlo así, ante la cantidad de largometrajes que no tratan estos temas y aquellos
que, incluyéndolos, lo hacen de forma estética y con un planteamiento más allá de la denominada
“pornomiseria”.

(…) Respecto al narcotráfico, no pienso que se hayan hecho muchas películas de esta temática, como
tampoco del conflicto, pero son a veces las que más respaldo traen de la industria nacional. Son las del
boom mediático, mientras la mayoría, las hechas a pulso, con un grado mayor de trabajo en los guiones y
en la diversidad de formas e historias, solo son vistas con gracia, nada más.

Los alemanes no se cansan de hablar del tema que los marcó: el holocausto nazi, como tampoco los
italianos ni los franceses se sienten hastiados de hacer películas sobre la mafia, los argentinos no olvidan
sus periodos críticos como los de la dictadura y los desaparecidos, y en el cine eso se ve reflejado. En
Colombia nos sentimos cansados, cuando el tema ni está agotado ni ha contado lo que podría. Por
supuesto, la balanza se inclina más hacia esas películas. Las criticamos pero son las que tienen más
espectadores y las otras en cambio sufren por no obtener en la taquilla lo que han invertido.

Entonces, es falso que todo el  cine colombiano gire alrededor de la violencia. Aunque se presume que se
han hecho más de 600 largometrajes en el país, sólo hay datos de, aproximadamente, la mitad. De estas
300 películas sólo el 19% tiene una temática violenta como principal hilo conductor. Sin embargo, entre las
30 películas más taquilleras del cine nacional, 16 tienen una historia basada en el narcotráfico o el conflicto
armado colombiano.  ¿Será que todo el cine colombiano es violento o sólo que este ingrediente es el que
mejor se vende? ¿Será que al colombiano promedio solo le interesa esta temática? ¿Será que somos un
país acostumbrado a la violencia y a todos estos problemas que nos es familiar sentarnos a ver este tipo de
películas? ¿Será que Colombia tiene el cine y la televisión que se merece?

Rivera, J (2012) El cine colombiano y los colombianos. Recuperado de: http://blogs.eltiempo.com/el-tiempo-del-


cine/2012/09/10/el-cine-colombiano-y-los-colombianos-i/

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