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El cuadro muestra la visión de San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced Calzada, en la que un ángel le muestra la Jerusalén Celestial. La escena se representa de forma sencilla y tranquila, siguiendo el estilo de Zurbarán. El pintor lo representó como un hombre maduro para servir de ejemplo a los frailes más jóvenes.
El cuadro muestra la visión de San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced Calzada, en la que un ángel le muestra la Jerusalén Celestial. La escena se representa de forma sencilla y tranquila, siguiendo el estilo de Zurbarán. El pintor lo representó como un hombre maduro para servir de ejemplo a los frailes más jóvenes.
El cuadro muestra la visión de San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced Calzada, en la que un ángel le muestra la Jerusalén Celestial. La escena se representa de forma sencilla y tranquila, siguiendo el estilo de Zurbarán. El pintor lo representó como un hombre maduro para servir de ejemplo a los frailes más jóvenes.
El santo, fundador de la Orden de la Merced Calzada, aparece arrodillado y recostado sobre un banco de iglesia. En su sueño, un ángel se le aparece y le muestra la Jerusalén Celestial, concebida como una ciudad amurallada con puertas y puentes levadizos por los que entra y salen numerosas personas. Es compañero de la Aparición de San Pedro a San Pedro Nolasco (P1237) siendo ambos parte de una serie pintada por Zurbarán para el Claustro del Convento de la Merced Calzada de Sevilla (hoy Museo de Bellas Artes de la ciudad), representando diferentes momentos de la vida del fundador de la orden.
En la escena lo sobrenatural se muestra de manera sencilla, sin violentos contrastes, dentro
del espíritu de calma y sosiego con que Zurbarán interpreta las historias y milagros de las órdenes religiosas sevillanas. Probablemente por indicación de los monjes, el pintor representó al santo varón de edad madura, con pelo y barba encanecidos, como ejemplo de virtud a imitar por los frailes más jóvenes.
Fue adquirido antes de 1808 por el deán de la Catedral de Sevilla, López Cepero, quien lo cedió a Fernando VII en 1821.