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Como dice Childe muy expresivamente, el hombre paleolítico (del salvajismo) era un parásito de la

naturaleza, pero el hombre del neolítico (de la barbarie) es un socio de la misma. El concepto de
''revolución neolítica'' es un afortunado hallazgo del mismo autor, aunque admite que no es la calidad del
nuevo instrumental lo que define el cambio sino el comienzo de la agricultura y la ganadería. También
aquí la investigación posterior ha permitido adelantar fechas y lugares de origen (del sexto milenio al
octavo, de Palestina a Jarmo), pero la exposición de los cambios sigue siendo convincente. La barbarie, a
su vez, tiene una segunda fase, la Edad del Cobre (barbarie superior). En este caso el tránsito es de una
economía agraria cerrada a otra en la que ya existirían excedentes que, por su parte, permitirían mantener
a nuevas clases económicas que no intervengan directamente en la producción de alimentos. Su escenario
''puede ser demarcado provisionalmente: está limitado por el Sahara y el Mediterráneo, al Este por el
desierto del Thar y los Himalaya, al Norte el espinazo eurasiático - Balcanes, Cáucaso, Elburz, Hindu-
Kush - y al Sur por el Trópico de Cáncer. Después del mago, surgido en etapas anteriores, ahora es el
especialista metalúrgico el nuevo profesional liberado de las obligaciones comunes e incluso de la
pertenencia a un determinado grupo. Un paso más y estamos en la ''Revolución urbana'', que Childe
coloca en la Edad del Bronce inicial. La aldea se convierte en ciudad. El palacio y el templo estimulan el
progreso técnico en su beneficio, pero ello no impide que se extienda a toda la sociedad la gratificación
material que conlleva. La población aumenta de un modo acusado. Y la complejidad de las nuevas formas
económicas exige también un avance en el equipo no material: la escritura será el resultado más
transcendental, para poder hacer frente, en un principio, a la administración de los recursos; pero la
primera fase de la escritura, ideográfica, pictográfica o simbólica, reforzará el poder de la minoría que
también controlaba el mundo de las creencias, y, en ocasiones, el poder político. Para Childe es ahora,
además, cuando se da otro paso en el esquema económico, pues los excedentes, ya más considerables, se
integran en una red de intercambios que exige ''el uso de un medio, una ''mercancia'' de mercancías de
referencia''; no hay todavía moneda física en el sentido técnico, pero ya hay una economía monetaria en
sentido amplio, con independencia del objeto real que sirve de médula (barras de plata o cobre).

Tras detenerse con más detalle en los casos específicos de Egipto y la India, el autor pasa a analizar un
nuevo momento histórico de cambio, alrededor de mediados del tercer milenio, aún en plena época del
Bronce. En este caso, bien por invasiones, bien por disolución interna, el sistema productivo se
transforma; en ambos casos se produce una regresión, pero no al nivel anterior; caen las estructuras
políticas existentes, centralizadas y hasta autosuficientes en gran parte, y esto produce un efecto positivo
al liberar de una excesiva dependencia institucional a los profesionales especializados. Hay por tanto una
mayor ''liberalización'' del mercado y a la larga su efecto será enriquecedor: ''las civilizaciones
rejuvenecidas de Mesopotamia y Egipto del segundo milenio difieren profundamente de sus precursores
del tercero por la mayor preponderancia de una clase media de comerciantes, soldados profesionales,
escribas, sacerdotes y artesanos expertos, ya no recluidos en las ''grandes casas'', sino subsistiendo
independientemente al lado de éstas''. Y ese segundo milenio verá, además, incorporarse al grupo de
sociedades civilizadas a las del Extremo Oriente, sobre el río Amarillo, y a otras, las del Egeo y Europa
Occidental y Central, les será dado, gracias al comercio, sobre todo, integrarse en el ámbito mediterráneo,
si bien a un nivel alejado aún de la cohesión alcanzada por las áreas más antiguas. En una de ellas, la
mesopotámica, se producirá un avance sustancial en los conocimientos matemáticos, punto de partida de
lo que, a través de la Jonia del primer milenio, la Alejandría helenística y la intermediación árabe se
convertirá en la base científica acumulada antes del enorme despegue técnico occidental en la Edad
Moderna.

Otra vez se produce una aparente regresión con el inicio de la Edad del Hierro. Se desploman los grandes
imperios y nuevas invasiones aniquilan gran parte de los bienes acumulados durante la época anterior. La
posesión de armas de hierro - cuyos minerales son mucho más abundantes que los de cobre o estaño -
''democratizan el equipo material y los pueblos más bien pertrechados relevan a las sociedades del Bronce
convirtiéndose en élites dirigentes y ampliando más que nunca el espacio intercomunicado, desde las
costas atlánticas de España hasta el Yaxartes en Asia central y el Ganges en la India, desde el sur de
Arabia hasta las costas septentrionales del Mediterráneo y el mar Negro''. Y esta expansión fue también
mayor en profundidad, pues al nuevo metal hay que agregar, como equipo instrumental del alfabeto y la
moneda (en realidad, moneda ''menuda'' para pequeñas transacciones, pues la otra ya existía). Si el hierro
permitió una explotación más eficaz de la tierra y la moneda creó la posibilidad del ahorro privado, el
alfabeto acabó, gracias a su sencillez con el monopolio sacerdotal en los sistemas de escritura. Los
pueblos que mejor aprovecharon los tres nuevos instrumentos fueron aquéllos que, impelidos por las
limitaciones de su propio entorno, se lanzaron al mar para buscar en sus costas lugares de asentamiento y
productos de intercambio. Griegos y fenicios no dejarían pasar la oportunidad.
Las nuevas condiciones modifican también el ámbito de la política, la religión y la ciencia. La Edad del
Hierro trae consigo, junto a la existencia de nuevos imperios calcados de los antiguos, la aparición de
sistemas de gobierno donde la monarquía deja paso a la tiranía (apoyada en la clase poseedora de la
riqueza monetaria) y la democracia (allí donde la clase media y la baja triunfaron sobre los antiguos
privilegios de sangre). Surgen, por otra parte, las primeras manifestaciones de religiones universales o de
universalización de las anteriores (como la hebrea a través de sus profetas). Y el ''equipo espiritual''
permite ir más allá y trata de buscar representaciones del mundo por vía racional: ''la filosofía griega de la
Edad del Hierro era la especulación personal de individuos emancipados de la completa dependencia del
grupo, gracias a las herramientas de hierro y a la moneda acuñada''.

Desde el 330 a.C. (Alejandro) hasta mediados del siglo II de nuestra Era se extiende un período que
Childe llama de ''apogeo de la civilización antigua''. El espacio intercomunicado es mayor y permite, vía
indirecta, el comercio oriente-occidente, del Pacífico al Atlántico. Tanto Alejandro como Roma crean
además un ámbito político y económico unificado donde antes, y después, proliferarían los
compartimentos cerrados. Las innovaciones técnicas en el comercio y la industria multiplicarán la
riqueza. Pero también será la época de apogeo de la esclavitud. Esta, en una dimensión cuantitativa jamás
alcanzada antes, impondrá limitaciones al avance tecnológico y a la larga será responsable en gran parte
de la crisis de la sociedad a la que caracterizaba. Cuando esa sociedad empiece a ser víctima de factores
adversos, como la disminución de la circulación monetaria por efecto del comercio con Oriente, el
estancamiento productivo, el retraimiento de los intercambios por la tendencia de los artesanos a
establecerse cerca de los mercados de consumo, el coste de un ejército defensivo cada vez más numeroso
y caro, el impacto nada positivo desde el punto de vista económico del cristianismo, etc., procederá a su
vez a adaptarse (disminución de la natalidad, ruralización, vuelta a la economía cerrada casi natural,
olvido de las obligaciones militares, colonato, retroceso del nivel, ya innecesario, de refinamiento
cultural). Así, el fin de esa sociedad antigua estará ya anunciado antes de que los bárbaros lo certifiquen.
Habrá una nueva regresión, pero, a escala general, ''el progreso es real, si bien discontinuo. La curva
ascendente se resuelve en una serie de depresiones y elevaciones. Pero en aquellos dominios que pueden
ser examinados por la arqueología y la historia escrita, ninguna depresión desciende nunca al nivel de la
precedente, y cada elevación sobrepasa a su precursora inmediata''.

Al concentrarse en la historia temprana, Childe observa cómo las economías antiguas,


su desarrollo y crecimiento (así como su declive) permitieron que las civilizaciones se
desarrollaran, florecieran y, en algunos casos, desaparecieran.

Childe comienza su trabajo observando el estudio de la historia, pero pasa rápidamente


a cómo las sociedades se mueven de pequeñas bandas de personas, a formar pequeñas
comunidades y luego al desarrollo de una economía basada en clases.

Además de todo esto, describe cómo el desarrollo de la ciencia rudimentaria, la


fabricación de herramientas y el comercio asociado crearon las bases para una sociedad
más grande.

Qué sucedió en la historia, concebido en 1938 y publicado en 1942, en los años más negros del
ascenso del fascismo: un libro que nació de su intención de utilizar el estudio de la evolución
de las culturas como un argumento para fundamentar la esperanza de que era posible superar
aquellos tiempos sombríos. En estos libros destinados a un público no especializado, Childe
proponía una imagen global del desarrollo de la humanidad primitiva como un ascenso hada la
“revolución neolítica”, un fenómeno que, aunque se manifestase de manera distinta en los
diversos escenarios, presentaba unos rasgos comunes, ya que «en todas partes significó la
aglomeración de la población en las ciudades; la diferenciación en éstas de productores
primarios (pescadores, agricultores, etc.), artesanos especialistas con plena dedicación,
comerciantes, funcionarios, sacerdotes y gobernantes; una concentración efectiva de poder
económico y político; el uso de símbolos convencionales (la escritura) para registrar y
transmitir la información y de patrones, también convencionales, de pesos y de medidas de
tiempo y de espacio que condujeron a la ciencia matemática». En sus últimos años Childe, que
se había apartado de la visión dogmática de los prehistoriadores soviéticos y de los esquemas
lineales de la historia stalinista, estaba evolucionando hacia una plena superación de las
concepciones tradicionales del progreso. Condenaba, en concreto, la idea que lo presentaba
como «un simple camino lineal hacia un objetivo preconcebido y predeterminado, un “bien”
que constituye una norma a cuya luz han de juzgarse los acontecimientos históricos». Esto
corresponde, añadía, a los prejuicios de muchos, incluyendo algunos que se llaman a sí mismos
marxistas, pero no se encuentran en el propio Marx. Porque, como recordaría en 1952: «El
marxismo no significa un conjunto de dogmas acerca de lo que ocurrió en el pasado (esto os
ahorraría el trabajo de excavar para descubrirlo) sino un método de interpretación y un
sistema de valores». Tras un período en que su obra fue silenciada, en los años de la guerra
fría, los escritos y el pensamiento de Childe volvieron a cobrar nueva relevancia a partir de
1980, cuando se publicaron dos libros dedicados a su vida y a su obra: el de Barbara McNaim,
The Method and Theory of V. Gordon Childe, y el de Bruce G. Trigger, Gordon Childe.
Revolutions in Archaeology. El interés por el gran historiador australiano se ha mantenido y
aumentado desde entonces porque, como decía Trigger, «las principales cuestiones de que se
ocupó al final de su carrera son hoy más importantes para el futuro de la arqueología de lo que
parecían cuando las planteó por primera vez».

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