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La Oración en La Teologia. Ochagavia PDF
La Oración en La Teologia. Ochagavia PDF
LA ORACION EN LA TEOLOGIA *
s
IN MAYORES RODEOS, quiero poner mis cartas sobre la mesa. Al elegir
como tema de esta clase inaugural: "La Oración en la Teología", creo
e~tar tocando un punto medular de la vida de esta Facultad. Más aún,
pienso que el hecho de tratar este tema nos impone una tarea ineludi-
ble no sólo como cristianos, sino precisamente en cuanto teólogos. El
tema podrá ser meior o peor expuesto esta mañana. Pero esto no obsta a que el
desafío que nos impone permanezca igualmente fuerte e insoslayable. No podemos
sacudirlo y echarlo fuera del campo de nuestros intereses si somos y queremos se-
guir siendo teólogos.
El tema de esta exposición es simple; para muchos, quizás demasiado obvio
y demasiado simple. ¿No estamos todos de acuerdo en la importancia de la oración?
¿No es obvio que el teólogo menos que nadie puede dispensarse de hacer oración?
¿Qué se puede decir de nuevo a este respecto? ¿Lanzar tan sólo una exhortación pia-
dosa? No oculto el deseo de que esta clase sirva para impulsarnos a todos a fecun-
dar nuestro quehacer teológico y enriquecerlo con una vida de oración más pro-
funda, más actual, más amplia, más eclesial, más crítica. En este sentido le reconozco
un carácter exhortatorio, sintiéndome yo el primero, necesitado de esta exhortación.
Pienso que todos hemos de dar este paso, tanto individualmente como en cuanto
Comunidad universitaria dedicada a la teología.
1. HISTORIA DE UN OLVIDO
Las cosas que parecen ser obvias y claras, muchas veces están leios de serlo.
Su claridad puede quizás darse en un nivel superficial y demasiado abstracto del
pensamiento, desraizado, sin embargo, de las napas hondas del ser. Por ello, no
arrastra; por ello, no mueve. El conocer pleno y auténtico es el que pasa al hacer:
la teoría C!ue se verifica -fit vera- en la praxis .
• Este es el texto -con algunos retoques- de una clase de apertura del año académico 1973'. Retiene,
pues, el estilo de este género de exposición.
166 JUAN OCHAGAVIA
"¿Acaso, Señor, siendo tuya la eternidad, ignoras las cosas que te digo
o ves sólo de improviso lo que sucede en el tiempo? ¿Por qué te refiero tan-
tas cosas? No ciertamente para que la sepas por mí, sino excito con ellas
hacia Tí mi afecto y el de aquellos que leyeren estas cosas, para que todos
digamos: grande es el Señor y merecedor de toda alabanza. Ya lo he dicho
y lo diré: por amor de tu amor hago esto" (5).
Agustín sigue en esto las huellas de su maestro Ambrosio, cuando dice: Fides
ipsa de caritate promatur, "que la fe brote del amor" (6). El seudo-Dionisia, el
Areopagita -que marcó tan profundamente la teología hasta la alta Edad Media-
robustece esta misma línea, al ligar tan estrechamente ministerio y santidad. San
Anselmo, al mismo tiempo Obispo y doctor de la Iglesia, continúa esta misma línea
de identificación entre santidad, teología y oración. Aparece esto no sólo en sus
Orationes sive Meditationes, de profundo contenido teológico y compuestas para que
el lector crezca en el "amor de la piedad" (pietalis affectum) (7). Esa misma unidad
también se halla en los tratados más especulativos y directamente teológicos, como
son el Proslogion y la "Carta sobre la Encarnación del Verbo". El primero empieza
con una exhortación a la contemplación de Dios escrita en oración. Su último pá-
rrafo dice:
que no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a compren-
der. Creo, en efecto, que si no creyere no llegaría a comprender" (8).
(8) Proslogian, 1.
(9) Obras Completas de San Anselmo, [die. BAC (1952), 1, 693.
(10) Ibid, 695.
(11) Ibid, 693.
(12) Hex. 2, 3. Citado por O. González, Misterio Trinitario y existencia humana, Madrid (1966). 499.
LA ORACION EN LA TEOLOGIA 169
teología (13). Para él no basta concebir la teología como la ciencia que deduce
conclusiones de principios revelados. Para el santo franciscano, la teología es sabi-
duría -¡mucho mós que ciencia!- y entraña tanto el saber como el vivir; no sólo
el especular y la erudición, sino también el gustar. Su fuerza no reside sólo en la
capacidad intelectual, sino en el poder de la fe que, mientras mós intensa sea, ma-
yores adelantos realiza en el orden de la sabiduría divina. Su fin no se limita a
abrirnos nuevos conocimientos, sino se ordena al crecimiento en la fe yola reali-
zación del plan salvífico de Dios.
Detengómonos unos minutos en el estudio de Buenaventura a fin de percibir
cómo en un momento histórico, en que ya estaban presentes las semillas de la sepa-
ración entre teología y espiritualidad, un santo y un genio logra superar esta crisis,
marcóndonos así una ruta aprovechable para nosotros (14).
Ampliando y profundizando la noción aristotélica de ciencia y sabiduría, Bue-
naventura puede afirmar:
en el Espíritu Santo. Este es la realidad personal del amor del Padre y del Hijo y
por tanto es también la afirmación llena de amor de todo lo que ha sido creado
y que, por la misma fuerza del Amor-bpíritu, está llamado a retornar al Padre.
Por esto Buenaventura concibe la teología como "sabiduría en el amor", es
decir, en el Espíritu Santo. Ha de seguir la trayectoria del Espíritu Santo tanto en su
manar del Padre de las luces hacia nosotros por su Hijo Jesucristo (18') como en su
movimiento de retorno, por el que nos conduce al Hijo: Nunquam pervenitur ad fí-
Hum nisi per Spiritum Sanctum, qui docet nos omnem veritatem .•• (19). El Hijo a su
vez nos hace tornar al Padre (20).
Vista la teología como sabiduría en el Amor, pertenecen a ella en forma in-
dispensable el amor, la oración y la santidad de vida. Para Buenaventura este amor
no es puro "afecto volátil y pasa¡ero", sino el Espíritu Santo, que, dándose al hom-
bre, es la presencia divinizadora que lo mantiene en el ser Y que, al ser la fuerza
personal que une al Padre y al Hijo, es la fuerza también que atrae a todo el
universo y la historia hacia su fuente, al Padre. Sin el Espíritu de amor no puede
haber sabiduría, ese "perfecto sabor", conocimiento por inmediatez total o por con-
tacto directo (21).
Por esto la teología, en su esfuerzo de concreción concretísima de captar la
realidad como viene de Dios y como hacia El retorna, sin olvidar de incluir en
este proceso al mismo teólogo que teologiza, no puede ser nunca una ciencia pu-
ramente teórica. No es que el franciscano minimice el valor de lo intelectual: "la
sabiduría nace en el conocimiento y se consuma en el amor" (22). O en forma más
equilibrada: "la sabiduría encierra en sí ambos actos: en cierto modo el entendi-
miento y en cierto modo el amor" (23).
Por eso no es una pura afectividad vaga y oscura, sino un amor hecho de
claridad y una claridad encendida de amor. Pero si a algo hay que atribuir algún
modo de primacía, es al amor (24). El amor nos hace ser mejores: ut bonifiamus
(25). Esto lo afirma porque para él la adquisición de conocimientos intelectuales
está en función y servicio de la salvación: "dar al hombre caminante conocimient.o
suficiente de las cosas en la medida necesaria para la salvación" (26). En otro
"Para que lleguemos a este fruto o término (la plenitud de Dios, la fe-
licidad eterna) ... hemos de comenzar por el exordio, a saber, por acercar-
nos con fe al Padre de las lumbres, doblando las rodillas de nuestro co-
razón, a fin de que El por su Hijo en el Espíritu Santo nos dé verdadero
conocimiento de Jesucristo y con el conocimiento su amor, para que así co-
nociéndole y amándole ... , podamos conocer ... la misma Sagrada Escritu-
ra (esto es la "teología" para Buenaventura') y llegar por este conocimiento
al conocimiento plenísimo y amor excesivo o extático de la Beatísima Trinidad
adonde tienden los deseos de los santos y donde se haya el término y ple-
nitud de todo lo verdadero y bueno" (30).
especulación ... " (32). Y acto seguido de esa constatación, hace al lector esta
invitación:
(32) Prólogo, 3.
(33) Ibid. 4.
(34) Itinerario 1, 1.
(35) Ibid.
(36) Ibid., 1, 2.
(37) Ibid., 1, 8.
(38) 8revll., Pról. 4.
(39) Op. cit., 499.
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Es lástima que la escolástica posterior haya olvidado este aspecto tan básico
de la práctica espiritual y académica de su gran inspirador. ¡Hoy, con tantos Dic-
cionarios Bíblicos y Teológicos, con tantas colecciones de revistas especializadas, bo-
letines bibliográficos y bibliotecas, con tantos Congresos y viajes, se impone que
los teólogos no olvidemos nutrir nuestra piedad para que el amor se haga devoto
y la inteligencia penetre más a fondo en los verdaderos caminos de la ciencia y
sabiduría!
(47) Estos 16 consejos se encuentran en Opuscula Theologica 1, (1954). Roma, p. 451. Es decidor y
simpático el número seis: Sé amable con todos".
(48) Vila, 665. Cilado por L. Lavaud, "S. Thomas. Notes distinctives de sa sainteté". En obra en cola-
boración, S. Thomas d'Aquin, Sto Maximin (Var) (sin fecha), p. 24.
(49) Op. cil., 48.
LA ORACION EN LA TEOLOGIA 175
para los que la estudian, poco adaptada, estéril. De aquí que muchos apenas se
esfuerzan por dominarla durante el tiempo de sus estudios, o la abandonen al ter-
minarlos, para dedicarse a lo que llaman teología práctica, que sería la única fe-
cunda y útil para los hombres.
Pero después de defender la teología especulativa con diferentes argumen-
tos, Lessius con toda ingenuidad declara:
"El modo de abordar (\os temas) no será del todo escolástico, sino bas-
tante más libre, a fin de que las cosas no sólo se entiendan bien, sino se
presenten a la mente del lector de manera amplia y atrayente. Así no sólo
se instruirá claramente al entendimiento, sino se despertará también en los
ánimos el afecto de la piedad. Porque los temas deben presentarse de tal
modo, que llenen la mente de admiración, estupor, reverencia, temor, amor y
gozo. Cosa que no sucede cuando la teología se detiene en algunas minu-
cias y sutilezas, destinadas tan sólo para las disputas" (50)
Entre tanto, la situación ha cambiado, pero sin llegarse a una síntesis satis-
factoria. Quien lee un estudio teológico reciente sobre la oración, como ser: La
Priére Chrelienne, de Ch. A. Bernard (1967) París, encuentra que hay un esfuerzo
por juntar dogma y espiritualidad; pero es menester confesar que el esfuerzo queda
apenas a mitad de camino. Lo mismo resalta del estudio de una dogmática actua-
lizada, como los 6 tomos ya aparecidos de Mysterium Salutis. Pese a uno que otro
aporte disperso, tampoco se ha adquirido una tónica de integración de la oración
en la teología.
Hay, sin embargo, logros importantes: Moehler, Newman, Scheeben, en e!
siglo pasado; Oda Casel, De la Taille, De Lubac Chenu y Balthasar en este siglo,
sin pretensión de ser exhaustivos.
M. de la Taille, en su Mysterium Fidei, es bastante consecuente con la nor-
ma que en su prefacio fiia a la teología: "Lo que no sirve para fomentar la pie-
dad no tiene lugar alguno en la teología" (51).
Hoy día, al menos entre nosotros, ciertamente no se peca por exceso de
sutilezas filosóficas, aptas sólo para las disputas, como diría Lessius. Se recurre y
se conoce mucho más la Biblia que hace 20 ó 30 años.
¿Pero es éste un conocimiento de la verdad conforme a la piedad" (Tit.
1, 1)? ¿No hay tal cúmulo de datos desarticulados, que los árboles no permiten
ver el contorno del bosque? ¿No es ciencia que "hincha"?
Frente a una dificultad seria, como la que enfrentamos hoy aquí, con raí-
ces en siglos de historia teológica, surgen a menudo las soluciones de facilidad.
1. Favorecer el pietismo: Si se constatase que entre los profesores o entre
los alumnos de hoy en la Facultad no hay insistencia suficiente en la oración o la
santidad, más de algún Obispo, Superior o encargado de la formación tratará de
crearles una atmósfera de piedad. Reaparecerán los vie¡os o los modernos autores
de espiritualidad y el barómetro estará marcando buen tiempo, si hay abundancia
de afectos espirituales, aunque sean con muy poca ciencia.
Esta actitud es corriente hoy ante la "confusión de los tiempos" y la "secu-
larización". Pero dudo que sea sabia.
En efecto, no sana el mal en su fuente, que es la disociación entre dogma
y espiritualidad.
Puede que con ella, aparentemente, se avance mucho en oración; pero ni
es oración rica ni se alcanza con ella la sabiduría, porque le falta un elemento
esencial de ella: la ciencia.
En tal solución fácilmente se cae en un pietismo que a la larga puede ser
tan estéril como la "ciencia que hincha". Porque en el fondo inhabilita para com-
prender y colaborar a fondo, y en toda su pluriforme riqueza, contradicciones y
complejidad, con el plan de Dios concreto para el presente de la Iglesia en su
servicio al mundo.
2. Sacar la teología de la Universidad: Hay quienes piensan que la esco-
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Para terminar esta clase inaugural qUIsiera destacar algunos de los logros
que deberían surgir de una teología orante. Para no alargar la exposición me limi-
taré poco más que a una simple enumeración de algunos aspectos principales.
La oración da al estudio de la teología esa dimensión experiencial que es
indispensable para que sobrepase el nivel del conocimiento meramente nocional. En
la terminología de Newman, de "notional assent" pasa a ser "real assent". La ora-
ción contribuye así a que la teología suba de ciencia a sabiduría; vale decir, que
se convierta en cognitio per contactum, conocimiento inmediato, proveniente del he-
cho de que Dios se nos da en su Espíritu para que con El y en El respondamos a
Dios: ¡Abba! Y no puede ser de otro modo porque oración y fe son dos aspectos
de una realidad idéntica: la oración es la fe que se articula, se expresa; es hablar
al Padre en la fe y desde la fe de Cristo (Rom. 3, 21) presente en nosotros por su
Espíritu que nos conduce y nos hace vivir en Cristo para Dios (Rom. 8, 14).
La oración, al permitir que el Espíritu de Dios reverbere y queme en nos-
otros y el que nosotros hagamos nuestro ese fuego yeso luz, produce en nuestras
vidas movimientos incesantes a mayor conversión y santidad. De aquí surgen nuevas
búsquedas: "buscar para hallar y hallar para así seguir buscando" (S. Agustín). Así
brota el entusiasmo y la admiración por la creación de Dios; se enciende el amor
al Padre de Nuestro Señor Jesús, el Cristo, amor que es la vida del hombre y que
lo impulsa por una parte a vivir en paz y conformidad con la voluntad divina y por
otra a continuar siempre creciendo en el encuentro buscante de Dios. Así crece igual-
mente el deseo de ser cooperadores activos de la historia por la cual Dios conduce
a la humanidad toda, junto con todo el universo, hacia la plena unión y transfor-
mación en El. Todo esto enriquece la actividad teológica, porque amplía nuestros
intereses para abarcar, penetrar y hacer real todo aquello por lo que Dios vibra
y se interesa.
Así la oración afina nuestros órganos de captación para escuchar las voces
de Dios que nos llegan de la naturaleza, de la historia, de la Revelación, de las luces
e impulsos internos del Espíritu en el mundo y en nosotros (GS. 44). Esto aporta a ,la
teología contribuciones insospechadas para el progreso y mayor clarificación de la
Verdad de Dios, manifestada en Cristo y que se despliega a través de los tiempos
en nuevas y multiformes expresiones. El Cardenal J. H. Newman, en su penetrante
estudio sobre el Desarrollo del dogma, considera con razón a este elemento como
uno de los más decisivos.
La atención del teólogo por captar en oración y discernimiento los impulsos
del Espíritu, que le llegan a través de hechos, grupos y personas tan variados, sirve
para que su quehacer teológico no sea ciencia que hinche o especulación desligada
de las necesidades de los hombres, sino posea el sello misionero propio de la misión
del Hijo en la fuerza del Espíritu. Veíamos arriba que para Buenaventura -y tam-
bién para Ignacio de Loyola, que estructuró en reglas el discernimiento del Espíritu-
se da una relativización funcional del conocimiento en aras de la salvación en y
por el amor. Es todo el difícil problema de la debida dosificación del conocimiento
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teológico en miras a una mayor eficacia constructora del Cuerpo de Cristo, que es
la Iglesia; es la cuestión de la interrelación adecuada entre la teoría y la praxis, sa-
biendo que en último término -como lo expresara un discípulo de Buenaventura-
amare est vere praxis: "la praxis verdadera consiste en el amor" (52). ¿No se habrá
olvidado demasiado este principio hoy en día en que surgen como callampas y se
difunden ideas teológicas que sobrecargan a los cristianos y les dificultan el vivir
en el amor?
La oración, por último, al hacernos ver las cosas y quererlas con los oios y
con el Corazón de Dios, robustece entre los hombres los vínculos de la caridad. El
consejo de Santo Tomás al hermano Juan para que creciera en ciencia teológica: "Sé
amable con todos", es de insospechada pertinencia. Sólo comulgando con los demás
en el amor podrá el teólogo entender el fondo más íntimo de todo su quehacer: el
Dios que es amor (1 Jn. 4, 8). Viviendo en el amor, mostrarán sus búsquedas hori-
zontes positivos a los demás y sus mismas críticas a la chatura y pecado en la Igle-
sia serán para curar, no para incrementar distancias y desesperanzas.
Teología en oración: la única que es fiel a la misma naturaleza y finalidad
de la teología. La respuesta a la crisis actual de la teología no hay que buscarla
ni en un fácil pietismo ni en el alejar la teología de la Universidad. Esto último vale
por lo menos de teólogos que quieran y busquen servir en la Iglesia a un mundo en
expansión acelerada de conocimientos y culturas.
Las respuestas de apariencia fácil no convencen y hoy día ya a corto plazo
se muestran ineficaces. Más que nunca se requiere estudio serio y profundo asimilado
vitalmente en la oración. Es capital que los estudiantes penetren con la ciencia y
sabiduría cordial de la fe orante algunos de los bloques centrales de la teología.
Mediante esta comprensión a la vez profunda y religiosamente existencial de los
temas capitales se creará en ellos un hábito de transferencia que les permita aden-
trarse con igual afecto e interés en otros temas más periféricos o actuales, ya que
en el fondo todo converge. Esta es la teología que se hace con el "corazón arro-
dillado".
Pienso que lo dicho tiene proyecciones muy concretas para la actividad teo-
lógica que realizamos en esta Facultad. Pero prefiero no entrar en este campo de
las concreciones. Estimo mejor que e~.tas ideas se decanten y esperar que surjan por
parte de todos -profesores, estudiantes, Obispos y Superiores- sugerencias que a
su vez sean recibidas y ponderadas en un clima de oración para ver cuáles, cuán-
do y cómo ponerlas en práctica.
(52) Duns Scotus, Ox. Prol. q. 4 (VIII, 250). Citado por Th. Soiron, La condition du lhéologien (1953)
París, 189.