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TEOLOGÍA DE LA VIDA RELIGIOSA - TALLER LA VIDA CONSAGRADA COMO ESTÍMULO

PROFÉTICO DENTRO DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

El movimiento misionero, el caminar hacía el Reino de los Cielos, es nuestra


razón de ser, porque refleja nuestro deseo absoluto de comunión con Dios.

De la misión del Padre a la misión en la Iglesia:

Jn 3,16: ____________________________________________________________________________________

Mc 3,13-15: _________________________________________________________________________________

Hch 4, 20: __________________________________________________________________________________

Hch 4, 31: __________________________________________________________________________________

“En efecto, antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo
mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto, éste es el quehacer principal de la vida consagrada! Cuanto
más se deja conformar a Cristo, más lo hace presente y operante en el mundo para la salvación de los hombres.
Se puede decir por tanto que la persona consagrada está «en misión» en virtud de su misma consagración,
manifestada según el proyecto del propio Instituto. La vida religiosa, además, participa en la misión de Cristo con
otro elemento particular y propio: la vida fraterna en comunidad para la misión. La vida religiosa será, pues,
tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más
ardiente el compromiso en la misión específica del Instituto.”
Exhortación Apostólica Vida Consagrada No. 72

“Un domingo, al cerrar el devocionario después de terminada la santa Misa,


quedó algo fuera de las páginas una fotografía de Nuestro Señor Crucificado,
asomando tan solo una de sus divinas manos perforada y ensangrentada. A su
vista, experimenté un sentimiento nuevo, inefable. Partióse mi corazón de dolor
al contemplar aquella sangre preciosa que caía en tierra, sin que nadie se
apresurase a recogerla, y resolví siempre permanecer en espíritu al pie de la
Cruz, para recibir el rocío divino de la salvación y esparcirlo después a las almas.

Desde aquel día, el grito de Jesús moribundo: ¡Tengo sed!, resonaba a cada
instante en mi corazón, y lo encendía de un ardor vivísimo, hasta entonces para
mi desconocido. Anhelaba dar de beber a mi Amado, sentíame yo también
devorada por la sed de almas, y a todo trance quería arrancar de las llamas
eternas a los pecadores.”

Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un Alma, Cap. 5 No. 6 y 7

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