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Lectura 12
Lectura 12
Hubo una vez, hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, un rey que dijo a los sabios
de su corte:
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podían haber escrito grandes
tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran
ayudar en momentos de desesperación total...
Pensaron; buscaron en sus libros pero no podían encontrar nada; consultaron a
reconocidos filósofos de la época, visitaron brujos y gitanos en busca de la preciada
misión del rey, pero todo fue en vano.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La
madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por lo tanto lo trataban como si
fuera de la familia. Había un mutuo cariño del uno hacia el otro y para las decisiones
de mayor trascendencia en el reino la palabra de aquel viejo servía como apoyo al rey.
El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también le consultó. Y
este le dijo:
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió su reino. Estaba
huyendo en su caballo para salvar su vida mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba
solo y los perseguidores eran numerosos.
Mientras leía, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le
perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de
camino, pero lo que es cierto es que poco a poco se dejó de sentir el trote de los
caballos. El rey se sentía profundamente agradecido por el mensaje del anciano y del
místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel,
volvió a ponerlo en el anillo.
Tiempo después reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día en que entraba de
nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música y bailes... y él se
sentía muy orgulloso de sí mismo. Y el anciano que estaba al lado de su carruaje y le
dijo:
– ¿Qué quieres decir? Preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi
vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
Ninguna cosa, ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay
momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de
la naturaleza misma de las cosas...Así como de un momento a otro llegan los buenos
momentos, de esa misma manera se presentan la tristeza, la desolación, la
incertidumbre, y es de verdaderos sabios el saber manejar las situaciones, conducirlas
por el mejor camino, sin permitir que en ningún momento la desesperación tome
riendas de tus actos y pensamientos. Si en los momentos extremos de tu vida tienes en
cuenta que “ESTO TAMBIEN PASARA” seguramente tendrás los pies en la tierra y no
te dejarás llevar por la desesperación, porque ella se muestra de diferentes formas y no
diferencia entre la alegría y la tristeza.
Con ejemplos tan claros como los poderosos gobernantes que estiman su supremacía
por encima de cualquier ser humano, son prisioneros de su desesperación por alcanzar
y demostrar cada vez más su banal grandeza; o las duras pruebas que recaen en un ser
humilde, quien al percibir una recaída a su situación moral, física o económica, asume
y predispone su actitud mental a una desesperación nociva que al igual que en el
primer caso serán la consecuencia de una errada situación.