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ES TIEMPO DE SER VALIENTES 

Josué 1:1-9

 Es común que el hijo de Dios pase por diversos tiempos de temor y angustia. Pero no es la voluntad de Dios que esto ocurra con demasiada frecuencia. Me atrevería a decir que no es su
voluntad que ocurra (¿..?). Pero como Él sabe que nos enfrentaremos a esos “gigantes”, nos prepara para que les hagamos frente, dándonos valor y ejercitándonos contra el desánimo  y la
profunda depresión.
Es una verdad bíblica que “el temor pone lazo” (Pr 29,25).
Nos sentimos atrapados en el pantano de la angustia, perdemos la confianza en las promesas de Dios y nos inclinamos a oír otras voces, antes que oír la voz del Señor. Sería irreal pensar
que las enfermedades, los problemas económicos, los desastres naturales, los sueños frustrados, las relaciones rotas (los amores que se van y no vuelven), todo eso, no causan dolor y
generan desaliento y temor. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir más fortalecido de las crisis?

La palabra de Dios nos ofrece una solución para ello y nos da esperanza, nos muestra que no somos los únicos que sentimos temor ante los nuevos retos. Los grandes hombres de Dios
también pasaron por tiempos así. Sea que estemos a las puertas de una gran bendición y atemorizados -quizás- por el nuevo desafío que supone alcanzar dicha bendición o, en medio de una
seria derrota, lidiando tal vez con las cosas más insignificantes que en otro tiempo no nos causarían desaliento ni nos pondrían melancólicos, Dios tiene una salida y nos provee aliento por
medio de su Palabra. Hay un ejemplo bíblico que nos ayudará a poner las cosas en la perspectiva correcta, Josué estuvo en una circunstancia que lo hizo sentir temor y desaliento antes de
entrar a una gran bendición. Se sentía derrotado antes de comenzar la batalla.

Hoy quiero que estudiemos qué hizo Dios para cambiar su temor en seguridad y qué podemos aprender para cuando enfrentemos momentos similares.

II DIOS LE DA TRES ÓRDENES Y TRES PROMESAS


1. La primera orden: “Levántate y pasa el Jordán” (v. 2)
El reto era grande: Moisés había muerto. − ¿Y, ahora? “Te toca a ti, Josué”—. La promesa anticipada consistía en que Dios ya les había entregado la tierra. Desde mucho antes, Dios había
planeado darles una gran cantidad de tierra como posesión: “todo lugar que pisare la planta del pie…”. Eso significaba que la meta la ponían ellos, los límites los ponían ellos. ¿Adónde
querían ir y qué tierras querían poseer? Si miraban al sur tenían el desierto de Arabia; si se dirigían al norte, tenían el imponente Líbano; si cruzaban al este, encontrarían el  río Éufrates y si
al occidente, el Mar Mediterráneo.

Era una gran extensión de tierra; con una motivación adicional, tomarían posesión de una nación superior a ellos en cultura y tecnología, con avanzados y sofisticados métodos de guerra (los
hititas perfeccionaron el carro de combate y fueron de las primeras civilizaciones en utilizar el hierro); indudablemente  Israel estaba en desventaja, con armas más rudimentarias para la
guerra y sin modo alguno de poder hacerse de las ciudades amuralladas de sus enemigos, incluso, inferiores en estatura, sólo podían confiar en Dios para vencer.

Los heteos (¿hititas?) llegaron a ser la tercera potencia del Próximo Oriente (después de Babilonia y Egipto), a éstos, la potencia de aquel entonces en Canaán, Dios entregaría en manos de
Israel; eran los gigantes y fuertes del momento, los poderosos. La conquista era una gran motivación, no sólo por el territorio que Dios daría a su pueblo, sino por el enemigo al que
conquistarían. Es como si hoy Dios nos diera el territorio de Estados Unidos en posesión, no sólo codiciable por su extensión y riqueza, sino desafiante por ser la primera potencia. En medio
de tan prometedoras posibilidades, hay, sin embargo, un hombre que necesita ánimo, que se siente desmayar.

En la mente de Dios el triunfo estaba asegurado: Dios veía el plan y la conquista, como realizados. No había forma de perder esa guerra. Dios había prometido esto hacía mucho tiempo, a los
antepasados de ellos, con juramento −y se los repite ahora, como confirmación del tiempo cumplido, porque ellos viven el momento escatológico de esas promesas pasadas, v6−. Dios se
haría responsable de cumplir su promesa, pero se necesita la cooperación del  hombre. Josué y su pueblo tienen la responsabilidad de entrar y poseer, – ¡y había que hacerlo pronto!–. La
expresión: “levántate y pasa este Jordán” (v.2), implican prisa, obediencia sin retraso. No puede haber dilación en nuestra voluntad para hacer lo que Dios dice. Ellos no deberían claudicar
entre dos pensamientos. Al final de la vida de Josué (cap24), todavía se alcanza a ver este dilema en el pueblo.
2. La segunda orden: “Toma posesión de la tierra” (v.2b).
No hay excusas. Hay una tarea que cumplir, es entrar y poseer. Incluía desalojar y matar hasta el exterminio a todos los enemigos. No debían tener piedad de ninguno. Debían extenderse por
todo el vasto territorio de Canaán y hacerlo suyo. El límite era: “todo lugar que pisare la planta de vuestro pie…”. La promesa para Josué era que “nadie le haría frente en todos sus días” (v.5).
Dios le promete que estará con él, le asegura su presencia diariamente: no lo iba dejar ni a desamparar.

Como representante y jefe del pueblo, la promesa incluía no sólo a Josué sino a todos. Las frases: “estaré contigo”, “no te dejaré”, “ni te desampararé” son una misma promesa dicha en tres
modos diferentes, por repetición sinonímica (propio del idioma hebreo), para asegurarle la certeza de su presencia. Debió de ser una tranquilidad para Josué saber que Dios estaba
comprometido con su presencia diaria y constante, cada vez que lo necesitara y donde lo necesitara, siempre estaría ahí.

3. La tercera orden: “Se valiente y medita en la Ley de Dios” (v.6)


El término usado para esforzarse es jazaq, que implica una combinación de fortaleza moral y física. Tres veces Dios le pide a Josué que se esfuerce y sea valiente (v.6.7.9) y hasta la misma
gente le dice a Josué que se esfuerce y sea valiente (v.17.18). Con todo esto en mente, lo más seguro es que Josué −el buen espía, valiente y esforzado de otros años (cuando Moisés lo
envió a reconocer la tierra junto con Caleb), lleno de experiencia y conocimiento, es ahora el hombre temeroso, miedoso y al que le faltan las fuerzas−. Había crecido a la sombra del
“poderoso” Moisés, y remplazarlo, era otra cosa.
Pero Dios era el mismo. ¿Cuál temor había que temer? Ninguno. Pero Josué lo tiene, es un ser humano, a veces fuerte, creyente, confiado, valiente; otras veces, dubitativo, triste, y hasta
derrotado sin emprender aún la batalla. ¿Qué necesita?: la presencia de Dios. Es eso lo que Dios le promete, después de la orden de marcha. Vuelve y le reitera que tendrá su presencia a
“donde quiera que él vaya” (v.9).

No es la primera vez que Dios está pensando en Josué para fortalecerlo, no es la primera vez que se lo dice, ya van tres veces y hasta una más: si vemos Dt 3,28, Dios le pide a Moisés que
anime y fortalezca a Josué: “Da tus órdenes a Josué, dale ánimo y valor, porque él pasará al frente de este pueblo: él le pondrá en posesión de esa tierra que ves.”. Todos tenemos una imagen fuerte de
Josué, pero parece que Josué era un hombre al que había que fortalecer continuamente, Dios siempre estaba pensando en eso (ver también, Jos 8,1).
Sin embargo, Josué es el hombre de Dios para  la gran tarea de la Conquista. Si el desánimo era una falla en Josué (no hay forma de probarlo, salvo por estas repetidas ocasiones), por lo
menos, sabemos que fue un motivo para que él, el gran general del ejército de Dios, no confiara en su propio poder, sino en el poder de Dios y en su fuerza. Lo vemos, al final del libro,
cuando ha repartido toda la tierra, insistiendo en que si todo el pueblo quiere ir en pos de otros dioses, él no, porque él y su casa servirán al Señor (Jos 24,15).

Siempre confió en Dios a pesar de sus debilidades, y a Dios le plugo usarlo, porque Dios se especializa en dar fuerzas al que no tiene ningunas. De hecho, sus ojos andan buscando a quien
fortalecer. La Biblia de Jerusalén traduce en 2Cr 16,9, así: “Porque los ojos de Yahvé recorren toda la tierra, para fortalecer a los que tienen corazón entero para con él”. Aquí aparece el
mismo término  jazaq, que el hebreo utiliza para referirse a Josué.  La verdad que nos queda de esto es que ¡Dios se complace en buscar gente a quien fortalecer!
Sin embargo, esforzarse y ser valiente no es la única orden que Dios le da a Josué. La orden que acompaña al esfuerzo y la valentía, es meditar en la ley de Dios (v.7). ¡Como si el esfuerzo y
el valor moral y físico del hombre dependieran de ello! Y es así. No hay  otro pan  que sostenga y nutra más nuestra vida que el alimento de la palabra de Dios.  “No te apartes de ella ni a
diestra ni a siniestra”, es la orden de Dios (v.7).
El problema de Josué estaría en escuchar otras voces, o en seguir sus propios pensamientos, y no la voz de Dios, esa sería su derrota. La frase “Nunca se apartará de tu boca” (v.8), es
repetición de “No te apartes” (v.7).  También se repiten los resultados de meditar y guardar la ley de Dios (vers. 7.9), siempre son los mismos: traernos prosperidad, que todo salga bien, que
todo emprendimiento y toda empresa que comencemos sea prosperada (si no a los ojos del mundo, sí a los ojos del Señor – ¡y su concepto es el que importa!–). Si somos prosperados a la
manera de Dios, tendremos éxito. Josué pudo terminar en prosperidad, porque prosperidad significa “terminar los días bien”.

III  REFLEXIONES TEOLÓGICAS


¿A dónde iremos, que sea demasiado lejos de Dios? No existe tal lugar. “Donde quiera que vayas…” (v.9), ése era el límite que Dios ponía a Josué.  Si meditamos en su palabra y guardamos
su ley, podremos seguir cualquier camino y extender aún más nuestro territorio. Tendremos la certeza de que poseeremos la tierra que Él ya nos ha entregado; haremos las obras que de
antemano preparó para que anduviésemos en ellas (Ef 2,9-10). ¿Y cómo sabremos cuál es el camino y cuál la tierra de promisión? Solamente hay que hacer una cosa: meditar en lo que el
Señor nos dice, dejar que Dios clarifique nuestros pensamientos y deseos, que sean filtrados por medio de su palabra.
Pero pensemos en algo más. El lugar que Dios tiene para darnos incluye todo: desde el desierto y los lugares inhóspitos, los caminos difíciles, la tierra árida y dolorosa (como el Desierto de
Arabia al sur), hasta los grandes caudales del río Eufrates al oriente; o los cedros del Libano al norte; y el descanso de las playas del Mediterráneo al occidente, “el gran mar”, donde se pone
el sol (v.4).
El vasto territorio, los límites de la Tierra Prometida tienen de todo, y quienes la habitan también, lo más sofisticado de sus industrias, prosperidad material y poder; ¡pero cuidado!, también
hay idolatría, sacrificios de niños, prostitución sagrada, una serie de antivalores contrarios a Israel; es la corriente del mundo, la codicia, el aborto, el placer sexual y mucho más. Eso es
Canaán, la tierra que fluye leche y miel, “la tierra de montes y vegas”, que,  sin embargo, necesita ser regada por el rocío del cielo (Dt 11,11), como cualquier otra.

Pasamos por todos los momentos y estadios de la vida hasta encontrar el lugar que Dios tiene para nosotros, y aun allí, tampoco estaremos satisfechos, si Dios no permanece con nosotros,
todos los días. Pasamos de estar inmóviles, perturbados por la muerte de alguien (como Josué por Moisés, v.2), como vagando sin rumbo, esperando la nueva orden de Dios, invadidos por el
dolor y la incertidumbre, “haciendo el duelo”. Repitiendo las experiencias pasadas, como cruzando de nuevo un montón de aguas, menos caudalosas que el Mar Rojo, pero igual, desafiantes,
como el impetuoso Jordán (v.2). Una prueba repetida, con un líder distinto.

Extrapolemos. ¿Un nuevo reto?, ¿un nuevo trabajo?, ¿un nuevo jefe?, ¿una nueva tentación?, ¿una enfermedad inesperada? Sí. Pruebas que se repiten, tiempos que cambian, nuevos
desafíos, nuevas gentes; pero el mismo Dios que te sostiene, al que nunca le falta una palabra de aliento y ánimo, que renueva sus misericordias todos los días. Sí.  “Toda la tierra…”, allí
donde están tus enemigos (los heteos) y donde tienes tus luchas y victorias, tus éxitos y tus fracasos.

Todos estos son estadios en nuestro peregrinar cotidiano; lugares de posesión a los que no debemos renunciar, por difíciles que sean ¿Lugares complicados? Sí. ¿Enemigos? También.
¿Tareas fáciles? No. ¿Grandes responsabilidades? Sí. Pero nuestro Dios está con nosotros SIEMPRE. Su promesa es que NADIE nos podrá hacer frente en todos los días de nuestra vida
(v.5). ¡Pero no será gratis! Y esta es la parte más crucial del mensaje a Josué: “El valor y la esperanza de victoria, dependerían de la obediencia firme e inalterable a la ley de Dios” (lo mismo le dijo
Dios a Moisés, ver Dt 11,22-25).
La Ley de Dios debería estar en nuestra boca, no sólo cuando predicamos, sino cuando la estamos leyendo inteligentemente: la evocación al  Salmo Uno salta a la vista, inmediatamente.
Porque debe ser una lectura diaria, cuidadosa, esmerada, que incluya obediencia a lo que Dios nos pide. Un continuo ajustarnos a los lineamientos del Pacto. No es fácil, porque los caminos
de Dios tampoco son mediáticos.

Dios hace exigencias fuertes para nuestra carne: morir a nuestros deseos puede resultar muy doloroso, pero debería ser la meta del creyente. ¿Por qué nuestras derrotas y  temores?
Preguntémonos si acaso hemos fallado en guardar la ley de Dios. ¿Qué parte de ella no estamos cumpliendo? A veces puede ser la pereza para estudiar la Biblia, para meditar; otras veces
nuestra dificultad para obedecer. Quizás, fuertes tentaciones que nos derrotan y deprimen constantemente. Necesitamos oír de nuevo a Dios: “Esfuérzate y sé valiente; no temas ni desmayes”.  

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