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ÉXODO CULTURAL
DE LA ESPIRITUALIDAD
REYNALDO LEON GONZALEZ
Puesto que "una fe con pretensiones de valer para todos los tiempos y un ideal
supratemporal de santidad corren el riesgo de no ser jamás actuales y operantes'',
es obvio que la espiritualidad debe insertarse en la historia y expresarse según las
mediaciones culturales de los diversos lugares y tiempos, a fin de que sea palabra
de Dios para el hombre histórico. Sin embargo, la dependencia de la espiritualidad
cristiana respecto de la cultura no debe convertirse en gravoso condicionamiento y
en esclavitud; así sucedería si la cultura se absolutizara olvidando su propia
limitación y presentándose como la única visión válida del mundo, omnicomprensiva
y exhaustiva.
El sentido del límite y de la relatividad debería impedir a cualquier tipo de cultura
considerarse como la mediación cultural privilegiada, porque en este caso "la fe
cristiana se haría exclusivamente histórica y perdería su propia identidad de fe
revelada". Por el misterio inefable de la vida divina, de la que es participación, la
espiritualidad trasciende en cierto modo las estructuras expresivas y humilla la
presunción de quien se proponga reducir a categorías limitadas una auténtica
experiencia de fe. Más aún: se le reconoce a ésta capacidad para renovar una
determinada cultura: "La fe cristiana asume las modalidades que recibe y toma de
las diversas situaciones en las que viene a encontrarse, pero reservándose la
posibilidad de renovar sin solución de continuidad semejantes mediaciones
culturales; lejos de dejarse instrumentalizar por lo que asume, se vale de ello
para activar a la comunidad cristiana y convertirse en evangelización".
Tanto la teoría de la incompatibilidad como la de la continuidad natural entre el
cristianismo y cultura pierden su radicalidad frente al "criterio cristonómico", que —
como afirma I. Mancini—"mantiene unidos dialéctica, polémica y cristológicamente,
en la rica hermenéutica que ha alcanzado la conciencia contemporánea, la rica
valencia de los datos". "Como Cristo hecho hombre, la cultura cristiana debe
encarnarse en el mundo; debe tomar cuerpo, forma, base biológica, nueva
sensibilidad, dimensión histórica, imaginación inédita.
Como Cristo crucificado, la cultura cristiana debe resistir al mundo; poner en práctica
el arte de la sospecha y la escuela de la desconfianza, manteniendo un perenne
juicio crítico; debe poner en acción procesos biológico-políticos, como el abandono
y el vaciamiento; desmundanizarse progresivamente y ser para el mundo mismo
una reserva (lugar del que obtener algo) critica y, por su teoría social, una forma
perennemente alternativa, enarbolando la representación no utópica, sino basada
en la promesa de Dios de una patria siempre vislumbrada, pero aún no poseída.
Como Cristo resucitado, la cultura cristiana debe ayudar al mundo a regenerarse y
a llevar a cabo actuaciones liberadoras, superando las realizaciones humillantes;
por este carácter suyo no puede ser pura teoría,
una doctrina más, sino sotería, introyección casi
instintiva de fermentos contra lo que es
mortificante, alienante y opresivo".
Es misión de la espiritualidad cristiana no
solamente impugnar los absolutos terrenos, sino
también vivificar la cultura desde dentro
mediante el testimonio de la presencia del
Espíritu [Hombre espiritual], dinamizarla y obligarla a salir de su castillo en
nombre de la esperanza. Si la presencia disgregadora del pecado incide en el
hombre como artífice de la cultura, el cristianismo es una fuerza liberadora y
purificadora; si en los ciclos históricos de la humanidad se revela el Espíritu de Dios,
inspirador de los valores morales, el cristianismo lleva a la perfección las bases del
progreso ético: "La buena nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la
cultura del hombre caído, combate y elimina los errores y males que provienen de
la seducción permanente del pecado. Purifica y eleva incesantemente la moral de
los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las
cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo, las consolida, perfecciona
y restaura en Cristo" (GS 58).
La espiritualidad se declina en relación con las culturas en términos de encarnación
y trascendencia, continuidad y ruptura, aceptación y superación. Marcada por la
condición del "ya" y del "todavía no", vive el presente en la memoria liberadora del
misterio pascual y en la esperanza del futuro prometido. En este sentido, "el ideal
cristiano no es la princesa enviada al exilio que aspira a retornar a la patria; es
Abrahán, que se pone en camino hacia un país desconocido que Dios le enseñará"
(J. Hézing).
3. SUPERACIÓN DE LA SITUACIÓN DE ANOMIA1
1
Estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la
incongruencia de las normas sociales.
observancia de los preceptos; sabe que está llamado a vivir plenamente la vida del
Espíritu, siguiendo la vocación a la santidad; es decir, a hacerse espiritualmente
maduro [>Madurez espiritual]. Superada la concepción monopolista de la perfección
cristiana, hoy día se abren a todos los cristianos los senderos de la vida mística; es
decir, de una intensa unión con Dios y de una adhesión a su voluntad en el
cumplimiento de los deberes cotidianos. Paralelamente, también el movimiento que
desde el siglo xv había llevado a separar la ascética y la mística de los tratados
teológicos fundamentales, es frenado por el redescubrimiento de la dimensión
espiritual de toda la teología. La espiritualidad como componente esencial de la vida
de fe y de su explicación teórica, se convierte en objetivo hacia el que converge la
actividad de la Iglesia. "El problema de la espiritualidad postconciliar... —observa K.
Rahner— sigue siendo un problema muy importante. Más aún, entendiéndolo bien,
es el problema decisivo. Porque si el concilio no hubiera logrado o iniciado otra cosa
que una mejora de la figura social de la Iglesia, el aumento de su prestigio social,
una configuración más atractiva o más popular de la liturgia, un aumento de la
libertad y de la democracia en el aparato administrativo de la Iglesia o una mayor
tolerancia externa, una mejor presentación entre el conjunto de las potencias que
prometen al hombre su felicidad, en tal caso no se habría logrado nada de lo que
ha de conseguirse en la Iglesia en cuanto tal, a saber: que el hombre, que cada uno
de nosotros, ame más a Dios, que tenga más fe, más esperanza y más caridad para
con Dios y para con los hombres, que adore mejor a Dios 'en espíritu y en verdad',
que acepte más de corazón las tinieblas de la existencia y de la muerte, que sea
más consciente de su libertad y actúe en consecuencia".
b) En segundo lugar, "se hace necesario crear un nuevo estilo, pues sin un estilo y
sin una pauta es imposible vivir. Se puede 'perder el rostro', pero no se puede vivir
'sin un rostro'. Para salir de la anorak', la espiritualidad debe volver a encontrar la
fuerza de la encarnación, que la inserte en el destino del hombre contemporáneo.
El cristiano no soporta tener que vivir la fe según estructuras cristalizadas y
formularios anticuados; considera, con M. Pomilio, que "a cada generación le
compete escribir su evangelio", un "quinto evangelio" no materializado en un libro,
sino verificado continuamente en la vida. Ante la pregunta que Cristo dirige
incansablemente a todas las generaciones para que se pronuncien a su respecto,
se repite también en nuestros dias "no sólo la búsqueda de una nueva autenticidad
de vida, sino el abandono de esquemas y de perspectivas codificadas; aflora otra
vez la llamada a la verificación, la invitación a movilizar las conciencias, la negación
de cuanto está estancado o está esclerotizado". Se trata de descender al subsuelo
de la cultura para encontrar los núcleos semánticos en torno a los cuales está
organizada, para sopesar sus exigencias, captar sus interpelaciones, rechazar sus
errores, localizar sus puntos de enlace con la propuesta cristiana.
No es cuestión de confrontación meramente teórica, porque la inculturación engloba
toda la vida de la Iglesia, para que ésta pueda concienciarse sobre las modalidades
de su compromiso. Como observa H. U. von Balthasar, "el cristianismo no se
presenta nunca como una unidad y una realidad sustancial independiente, que
debería afirmarse sólo accidentalmente, insertándose de vez en cuando en las
condiciones cambiantes del mundo y de los tiempos, sino que en su 'en sí' depende
necesariamente del mundo en orden a conquistar su verdadero 'por si' al servicio
de los hermanos, de los hambrientos, de los desnudos, de los prisioneros, de los
torturados por las estructuras sociales, todas las cuales, en vez de acabar con el
sufrimiento, lo que hacen es favorecerlo... Nadie es cristiano a priori; se llega a
serlo tan sólo mostrándose como tal en el ámbito del mundo y frente al prójimo. Soy
cristiano solamente cuando a través de mí el cristianismo se presenta como
fidedigno ante el mundo".
La proclamación del Evangelio vivo es una empresa confiada a toda la comunidad
cristiana, de manera que se eliminen en un diálogo constructivo las pretensiones
sectarias de grupos anárquicos que reivindican para sí solos la autenticidad
cristiana. Por lo demás, la vinculación con los datos culturales no es indisoluble ni
abarca todos los otros espacios vitales.
En efecto, no se puede olvidar que el interrogante sobre cómo ser cristiano se
plantea sin cesar; y que, por otra parte, "el Espíritu del Señor, que anima al hombre
renovado en Cristo, cambia sin cesar los horizontes donde su inteligencia quiere
encontrar su seguridad y los límites donde su acción se encerraría de buena gana".