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Lesley Tentler
Vivir en los corazones que dejamos atrás no es morir.
-Thomas Campbell.
Traducción sin fines de lucro hecha por y para fans.
Sinopsis
En medio de un caliente verano en Atlanta, alguien está cazando policías…
La investigación se torna personal para el detective de narcóticos Ryan Einter cuan-
do un colega y amigo es asesinado, siendo la segunda víctima en solo semanas. Pero
incluso mientras se encuentra atraído a la tensa cacería de un asesino serial de policías,
é les forzado a reexaminar su propia tragedia personal.
La médico de emergencias del ajetreado Hospital Mercy, Dra. Lydia Costa no es aj-
ena al sufrimiento. Aun así, las ejecuciones de policías abren heridas apenas abiertas, y
la llevan cara a cara con su ex esposo Ryan Winter.
Mientras el conteo de los cadáveres aumenta y la paranoia tensa su agarre en la fuer-
za policial, Lydia y Ryan son reunidos por las circunstancias y el destino… ocasionan-
do que Viejas pasiones revivan a pesar del dolor de su pasado compartido. Pero mi-
entras Ryan se acerca a descubrir la identidad del asesino, alguien está observando, co-
locándolo a él y a Lydia en peligro mortal.
Prólogo
—Siento llegar tarde— El Detective del Departamento de Policía de Atlanta, Nate
Weisz echó un vistazo a los números digitales que relucían hacia él en verde luminis-
cente desde el salpicadero del coche. El pasó su celular a la otra mano, presionándolo
contra el oído mientras doblaba hacia el garaje del edificio de condominios Midtown
Atlanta —Arrestamos a cuatro prostitutas en Ponce esta noche en una redada. Me qu-
edé atrapado con el papeleo.
—Ya son pasadas las nueve, Nate. Esas entradas fueron difíciles de conseguir.
Él podía oír la irritación en el tono de voz de Kristen. Esta sería una larga noche, el
final perfecto para otro día de mierda. —¿Si era tan importante, por qué simplemente
no llevaste a tu hermana?
—Porque yo quería ir contigo. Tú eres mi esposo ¿O es que acaso eso ya no te im-
porta más?
El suspiró en la oscuridad interior del sedán antes de apagar el motor y abrir la pu-
erta—¿Estoy en el estacionamiento ahora, de acuerdo? Voy a subir, cambiarme de ro-
pa y nos iremos a algún otro lugar. Tal vez lleguemos a tiempo para ver una película
en la Estación Atlántica…
La voz de Kristen se volvió petulante —No. Es demasiado tarde.
Ella desconectó la llamada sin decir adiós. Con una maldición murmurada, Nate
metió el celular en el bolsillo de su abrigo. Mientras salía del coche y cerraba la puerta,
su enojo se volvió a encender ante la ralladura que permanecía visible en el lado del
conductor. El conectó la alarma con la llave y se encaminó hacia el elevador, con el so-
nido de sus zapatos de vestir haciendo eco en las paredes de concreto del estacionami-
ento. El sólo esperaba no estar oliendo a licor. Lo último que él necesitaba era otro en-
contrón con Kristen. Había habido muchos de ellos últimamente, y francamente, él
estaba condenadamente cansado. Ocho años como detective de Narcóticos y Vicios, y
para Kristen sus excusas se habían convertido en algo intercambiable, una redada a
narcotraficantes, una red de prostitución, una orden para desmantelar una operación
ilegal de apuestas. Cualquiera de ellas podían ser las culpables nocturnas detrás de su
llegada tarde a casa.
Así mismo podían serlo unos cuantos tragos, admitió él, pero había necesitado rela-
jarse.
Encima de él, la iluminación del techo del garaje titileo. Los condominios se estaban
volviendo viejos y necesitaban una renovación, pero la ubicación era excelente, con un
fácil acceso a la I—85 y a la zona cinco del precinto cercano al Parque Centenario
Olímpico. Ellos también estaban a menos de diez minutos del rascacielos en donde
Kristen trabajaba. Aun así, ella había estado fastidiándolo para mudarse a uno de los
apartamentos más nuevos, más elegantes—aunque más pequeños y más costosos—
que habían a lo largo de Midtown.
El panel fluorescente zumbó, emitiendo un chisporroteo eléctrico antes de dejar a
Nate a oscuras. Renegando, él presionó el botón del elevador y echó un vistazo a través
de las barras de hierro del estacionamiento hacia el edificio IHOP que ahora era un
buffet Coreano de come—todo—lo—que—quieras. El espero con impaciencia mient-
ras que el cajón mecánico retumbaba bajando hacia él, casi ahogando lo que sonaba
como la aproximación ligera de pasos. Él se dio la vuelta y miró hacia la granulosa os-
curidad.
Nada. Él estaba solo.
El garaje le daba escalofríos. El hablaría con el encargado mañana—él no quería que
Kristen estuviera allí abajo en la oscuridad. A pesar del giro entusiasta de los de Relaci-
ones Públicas de la alcaldía, el crimen dentro del Perímetro sólo había continuado em-
peorándose. Había atracos, asaltos y robos de coches en estos días incluso en las mej-
ores partes de la ciudad. Sin mencionar que la actividad criminal siempre empeoraba
durante el calor del verano. Cuando el elevador estaba por llegar a su piso, la luz del
techo volvió a la vida. La curva convexa del espejo de seguridad hacia el lado derecho
del área de estacionamiento llamó la atención de Nate. Una forma humana, vestida
con una sudadera de gran tamaño con capucha a pesar de la calurosa noche, era visib-
le en el reflejo del espejo.
El vio la pistola.
Nate giró. El extrajo su arma de la funda, perdiendo el agarre de su.38 cuando el dis-
paro lo alcanzó. Él se tambaleó y cayó al suelo de concreto. La sorpresa dio pasó a un
intenso dolor.
La luz parpadeó otra vez mientras que la forma encapuchada se acercaba cada vez
más. Incrédulo, Nate se impulsó para distanciarse, pateando torpemente con sus pies
como un cangrejo de arena herido. ¿Tú? Su arma estaba fuera de alcance, perdida en
alguno de los recovecos oscuros del estacionamiento. Detrás de él, las puertas del ele-
vador se abrieron. Su frenético pulso resonaba en sus oídos. Nate trató de localizar su
celular, palpando los bolsillos de su abrigo, pero sentía los dedos adormecidos e inúti-
les. Su voz graznó un grito de ayuda pero terminó en una tos mojada. El paladeó sang-
re.
En el exterior, la Calle Atlanta Norte era un bombardeo de bocinas, motores de coc-
hes y radios con el volumen alto en una noche de viernes. Ruidos que habían enmas-
carado la descarga de la pistola, tampoco era que ésta hubiese hecho mucho ruido.
Incluso con el abotargamiento que lo invadía, la mente entrenada de Nate reparó en el
silenciador del cañón.
El cañón que quedaba apuntó hacia él.
Su cuerpo convulsionó ante la entrada de la segunda bala. Esta vez no sintió dolor,
sólo una cortante frialdad y una presión en el pecho como si una pesa de diez libras
hubiese caído en su esternón. Él quería hablarle a Kristen, decirle que la amaba y ro-
garle que lo perdonara. Débilmente, él levantó su mano, intentando negociar.
No, no lo hagas. Por favor.
Dios ayúdame.
La tercera bala lo lanzó a la oscuridad y a lo desconocido.
Capítulo 1
—¡Herido de bala, dos minutos, fuera!— Jamal Reeves hizo el resonante anuncio
desde detrás del escritorio de admisión de Emergencias en el Hospital Mercy. Sus pa-
labras pusieron en alerta al personal médico, incluyendo a la Dra. Lydia Costa, quien
estaba parada ante el brillo amarillento de la caja de luz, revisando unas radiografías
de pecho de un hombre de ochenta años con sospecha de neumonía.
—Es un diez—doble—cero, gente— añadió él, utilizando el código policial que con
el tiempo se había deslizado en el lenguaje coloquial del centro uno de trauma.
Oficial caído.
Un silencio momentáneo cayó sobre el personal antes de que el hervidero de activi-
dad volviera a comenzar, dejando sólo a Lydia congelada. Las heridas de balas siempre
eran unas lesiones terribles, pero era el diez—doble—cero lo que causaba que la ansi-
edad se instalara en su estómago. Había cientos de policías dentro de la ciudad, se re-
cordó a sí misma. Aun así, dejando colgada la radiografía, ella se abrió paso a través de
la muchedumbre vestida con ropa quirúrgica desechable. Llegando al escritorio de
Jamal, ella preguntó —¿Qué más sabes acerca de él que llega?
El sorbió de una taza Varsity —Múltiples balas en el pecho y el abdomen, entubado
por los paramédicos en la escena…
—¿Tienes un nombre? ¿Un precinto?
—¿Qué? Uh, uh—no pregunté— Jamaal se encogió de hombros, volviendo sus ojos
a la pila de papeleo enfrente de él, formularios de información para las tres docenas o
más de gente con apariencia miserable que tosían, vomitaban, u otras cosas, y que es-
peraban en las filas de sillas cubiertas de vinilo para su tratamiento.
—Ropa de civil, sin embargo— murmuró él como una idea tardía, escribiendo di-
rectivas en uno de los formularios.
Lydia sintió que las rodillas se le debilitaban. Aun así, su voz interior le habló, seña-
lándole que ella era una de los médicos tratantes en una ocupada noche de viernes. El-
la se movió rápidamente hacia las puertas de cristal deslizantes automatizadas que lle-
vaban al interior desde el aparcamiento de las ambulancias, uniéndose y preparándose
para hacerse cargo de lo que fuera a lo que se enfrentaba con la llegada de los paramé-
dicos.
—Que preparen la sala de trauma tres— ordenó ella, alzando la voz para ser oída
por sobre el ruido —Vamos a necesitar un electrocardiograma. Tengan un resucitador
y un equipo de traqueotomía preparado.
En todo momento una mantra se repetía en su mente. Era algo más parecido a una
plegaria, si es que ella creía en tales cosas. Ella acostumbraba a hacerlo, pero ya no lo
hacía más.
Por favor no permitas que sea él.
Detrás de ella, ella escuchó a Roe Goodman, una de las enfermeras jefas de piso —
Eres un idiota, Jamaal. Su ex—esposo es policía. Un detective.
—¡Notifiquen a la Sala de Operaciones que esté preparada!— gritó Lydia cuando las
luces rojas intermitentes de una ambulancia tiñeron las paredes del vestíbulo. Sus lati-
dos aumentaron, el miedo la llenaba mientras estaba parada con el resto del personal
en espera, observando a los paramédicos abrir las puertas dobles del vehículo y sacar
la camilla, soltando las patas de la misma y haciéndola rodar hacia el edificio. La espal-
da de uno de los trabajadores de emergencia oscureció su vista, haciendo imposible
que le diera una mirada a la víctima.
—Múltiples heridas de bala, dos en el pecho y una en el abdomen. Sólo una herida
de salida— Ravi Kapoor, el paramédico jefe, iba informando mientras entraba en la
parte de adelante de la camilla —La sistólica ha bajado a sesenta y dos, la presión ha
estado cayendo. Probablemente tiene una grave hemorragia interna. La acidosis va
empeorando, hipoxia…
—¿Tipo de sangre?— preguntó alguien.
—O—negativo.
—Grupo sanguíneo y compatibilidad cruzada— dijo Lydia, encontrando su voz. —
Llamen al banco de sangre y díganles que necesitamos seis unidades de O—negativo,
de inmediato.
Ella casi dejó de respirar cuando la víctima apareció ante ella. Él estaba cianótico, su
piel azulosa y pálida, la máscara de ventilación ocultaba sus facciones. Pero una mira-
da le dijo que no era Ryan el que estaba sobre la camilla, con la camisa abierta y la
sangre cubriéndole el pecho. La víctima era más fornida, su pelo era negro tinta, cuan-
do el de Ryan era castaño claro. Lydia casi se desmadejó de alivio.
Pero ese alivio se evaporó. Lydia sí lo conocía a él. Nate Weisz. Él era un colega de
Ryan, del mismo precinto, aunque Nate era un detective Narcóticos y Vicio, mientras
que Ryan trabajaba en Homicidios. Lydia conocía a su esposa, Kristen, de los picnics
del Departamento de Policía de Atlanta y los torneos de béisbol. Eventos que ya no
eran parte de su vida.
Saliendo de la conmoción, ella se puso en acción —Llévenlo a la sala tres de trauma.
Lydia trotó al lado de la camilla, sabiendo que era una cuestión de minutos antes de
que Emergencias estuviera llena de uniformes azules. Las noticias acerca del tiroteo
sin duda ya estaban infiltrándose en los rangos, extendiéndose desde los comandantes
de zona a los capitanes, detectives y policías de disturbios. La concurrencia de la zona
del precinto cinco en particular sería voluminosa. También habría equipos de noticias
de la televisión en la escena.
—¡Entrando!— gritó Ravi, chocando con un hombre tambaleante con una camiseta
negra y dorada de Georgia Tech. El hombre, que realmente más parecía un muchacho
larguirucho, parecía intoxicado y sostenía un paño de gaza contra su frente sangrante.
Lydia llamó a un interno mientras ellos pasaban —¡Lonigan, saca a ese tipo del pa-
sillo! Tiene una laceración en la cabeza y necesita sutura.
Ellos entraron a la sala de trauma, haciendo rodar la camilla hasta que estuvo para-
lela a la mesa.
—En mi cuenta. Una—dos—tres— instruyó Lydia. El equipo de trauma hizo la
transferencia a la mesa, la sala se convirtió en una organizada coreografía mientras
cables y sensores eran colocados, y las pértigas para las intravenosas y los goteos eran
instaladas.
—Consigamos el pulso…
—¿En dónde está la O—negativa? Necesitamos una línea central, ¡ahora!
—Yo lo haré, Dra. Costa— se ofreció un ansioso residente.
—Tengo otra corrida. Buena suerte, Lydia— dijo Ravi, golpeando tres veces en el
marco de metal de la puerta. Sus ojos se encontraron con los de ella a través de sus
lentes de seguridad mientras los paramédicos regresaban al corredor.
—La sangre está aquí, Doctora— Una enfermera entró apresurada a la sala con una
bolsa de plaquetas.
—Cuélguela. Díganle a Radiología que vamos a necesitar radiografías de la espina, el
pecho y el estómago.
Lydia miró ceñuda el monitor cardíaco cuando emitió un agudo sonido electrónico.
Ella estudió el electrocardiograma, se le cayó el estómago. Maldita sea —¡Tenemos ta-
quicardia ventricular! Den energía a las paletas y comiencen compresiones.
Un residente de segundo año, un hombre alto llamado Kevin Rossman, se adelantó
y comenzó a bombear el pecho de Nate lo bastante fuerte como para quebrarle las cos-
tillas. Tenía que ser así de fuerte para que funcionara. Lydia sintió un cosquilleo de
preparación bajando por su espalda mientras tomaba las paletas.
—Carguen a dos—sesenta.
Unos segundos después, el sonido del desfibrilador llenó la sala —¡Despejen!
Rossman interrumpió las compresiones y dio un paso atrás, con las palmas alzadas.
Lydia presionó las paletas contra el pecho de Nate, cuyo cuerpo saltaba con la descarga
eléctrica. Movió la mirada hacia el monitor. No había cambio —¡Dos—sesenta de nu-
evo! ¡Prepárense!
Vamos, Nate.
—¡Despejen!— El segundo shock reguló el ritmo cardíaco. Lydia sospechaba la ra-
zón de la taquicardia ventricular —Necesito una cuchilla—diez.
Alguien le entregó el escalpelo quirúrgico. Contando entre las costillas, ella hizo una
cuidadosa incisión en la cavidad pleural. La sangre salió disparada, manchando su ro-
pa desechable mientras ella empujaba el tubo del pecho a través de la abertura para
volver a inflar el pulmón. El aire siseó a través del tubo, seguido por más sangre y flu-
ido.
—Denle una ampolleta de atropina, una ampolleta de epinefrina. Voltéenlo y cerra-
remos el sangrado externo. Tan pronto como esté lo bastante estable se va arriba a Ra-
diología y luego a cirugía.
Lydia sabía que no tenían mucho tiempo. Él estaba perdiendo sangre a través de la
herida de salida, y Ravi tenía razón, probablemente a través de perforaciones internas.
Las balas tenían una forma de rebotar alrededor dentro del cuerpo, creando un cami-
no cruel de destrucción —Alerten al Dr. Varek de que estamos en camino hacia arri-
ba.
Varios minutos después, Lydia y Rossman acompañaban la camilla pasillo abajo ha-
cia el elevador. Un pequeño grupo de fuerzas de la ley ya se había empezado a reunir,
un puñado de uniformados y hombres en pantalones y camisas de vestir.
—Lydia.
Ella escuchó la voz de Ryan. Volviéndose pero todavía caminando pasillo abajo, ella
miró su atractivo y sombrío rostro. El parecía cansado, sus ojos azules interrogantes y
preocupados. El echó un vistazo a la forma quieta de Nate, y a la sangre en la ropa de-
sechable de Lydia, entonces siguió a la camilla. —¿Él lo va a conseguir?
Lydia no le respondió, su mirada comunicaba la severidad de la situación. Ryan me-
tió las manos en los bolsillos. Las mangas de su camisa de vestir estaban enrolladas, su
corbata estaba floja y colgaba alrededor de su cuello. El usaba una funda sobaquera, su
placa estaba prendida del cinturón en su cintura.
—¿En dónde está Kristen?— preguntó Lydia.
—Ella es la que lo encontró. Ellos no la dejaron venir en la ambulancia. Una unidad
estaba trayéndola ahora.
Ella hizo un leve asentimiento. Los ojos de él sostuvieron la mirada de ella mientras
la campana del elevador timbraba. Lydia ayudó a hacer rodar la camilla hacia adentro.
Ella sintió que la emoción la envolvía después de ver a Ryan. Siempre lo hacía. Una
vez que las puertas se cerraron, ella volvió a mirar a Nate. Rossman bombeaba aire a
sus pulmones con el ventilador manual mientras hacían su travesía hacia arriba. La
única oportunidad era ponerlo en un rápido infusor, encontrar las balas y tratar de re-
parar el daño.
Podría haber sido Ryan, pensó Lydia. Sin importar lo que había sucedido o el tiem-
po que habían estado separados, el darse cuenta de ello todavía la hacía sufrir.
***
El Detective Ryan Winter del Departamento de Policía de Atlanta sorbió el café
amargo y tibio de la máquina expendedora del hospital, parte del mar de integrantes
de las fuerzas de la ley se agrupaban fuera de las puertas cerradas de la sala de operaci-
ones. Excepto por el compañero de Nate, Mike Perry, y el capitán del precinto de la
zona cinco, la sala de espera privada cruzando el pasillo había sido dejada abierta para
la familia que llegaba. El aire alrededor de Ryan zumbaba con conversaciones en voz
baja centradas en Nate.
Él era un colega y un amigo, uno de los suyos. Todos ellos sabían que el trabajo te-
nía sus riesgos, pero cosas como ésta nunca se llevaban con más facilidad.
Apoyado contra la pared del corredor, Ryan podía ver dentro de la sala que contenía
sillones tapizados y dos sofás, así como mesitas laminadas en los extremos llenas de
revistas. Kristen Weisz estaba sentada en uno de esos sillones, con los ojos enrojecidos,
agarrando una toallita de papel y viéndose como si apenas se estuviera sosteniendo. El
corazón de Ryan se contrajo. Lydia estaba sentada con ella.
—Lydia se cortó el pelo— La declaración vino de su compañero, Mateo Hernández,
quien había estado paseando por el pasillo de arriba a abajo antes de encontrar un es-
pacio al lado de Ryan contra la pared. El también echó un vistazo a la sala —Se ve bo-
nito.
—Sí— concordó Ryan quedamente. Él había estado observando a Lydia desde que
ella había entrado unos minutos antes. Ella estaba hablando con Kristen, su mano co-
locada consoladoramente en la espalda de la otra mujer. El cabello oscuro de Lydia
que una vez había estado por debajo de sus hombros ahora estaba cortado en un estilo
más corto y romo que caía justo debajo de la línea de su mandíbula. Ryan se había
sorprendido de ver su nueva apariencia, pero tenía que admitir que le gustaba. El esti-
lo del corte realzaba sus delicadas facciones e iba bien con su estructura pequeña. Ella
levantó la vista, sus ojos marrón—cocoa se encontraron con los de él cuando lo vio fu-
era de la sala. La mano de Ryan apretó imperceptiblemente el vaso desechable y lo le-
vantó hasta su boca, dándole un sorbo.
—Acabo de hablar con Darnell. Él está encargado de asegurar la escena del crimen
— dijo Mateo, refiriéndose a Darnell Richardson, otro detective del DPA —No hay cá-
mara de seguridad en el estacionamiento del condominio, y hasta el momento nadie
está declarando haber visto u oído algo.
Ryan frunció el ceño —¿Nadie escuchó un disparo de bala en una zona ajetreada?
¿Nadie escuchó tres disparos?
—Yo supongo que es un silenciador— Mateo se rascó la mejilla —Él todavía tenía
su billetera, de manera que no parece ser un robo.
—Podría haber sido alguien a quien arrestó, buscando la revancha— Nate tenía más
que unos cuantos enemigos, todos ellos los tenían. Eso venía con el territorio. Algún
arresto reciente o un ex—convicto que Nate había ayudado a encarcelar. Había muc-
has posibilidades.
—Este es el asunto— Mateo tomó del hombro a Ryan llevándolo a unos cuantos pi-
es de distancia de la multitud de policías —Un uniformado fuera de servicio murió ba-
leado hace seis semanas atrás fuera de una tienda de empaques en Howell Mill Road
en donde hacía el turno de noche como guardia de seguridad. El acababa de terminar
su turno nocturno y fue a la parte posterior por su coche. Tampoco fue un robo. Él tra-
bajaba fuera de la zona del precinto dos…
Ryan lo recordaba. —John Watterson.
Mateo asintió —Darnell echó un vistazo a los casquetes en el estacionamiento don-
de Nate fue baleado. Estos son del mismo tipo de balas que las utilizadas para matar a
Watterson. ¿Coincidencia?
Ryan tensó los labios —No lo sé. Tal vez.
—Sin embargo esto es algo para ponerte a pensar, ¿no es así? Yo estoy yendo a la es-
cena tan pronto como sepamos algo de Nate.
—Yo también iré— Él se masajeó los párpados cerrados brevemente con la punta de
los dedos. Este había sido un largo día, y él había estado de camino a casa cuando se
enteró del tiroteo. Él había dado vuelta al coche y se había dirigido al Hospital Mercy,
sintiendo la necesidad de hacer la vigilia con sus compañeros oficiales. Pero él también
había estado consciente de que Lydia podría estar allí, ya que a menudo ella tenía el
turno nocturno del viernes. Ryan volvió a abrir los ojos cuando un agudo sonido de
beeps llegó desde la sala de espera. Lydia chequeó su beeper, entonces abrazó a Kristen
antes de marcharse.
—Lydia— la saludó Mateo mientras ella caminaba hacia ellos dirigiéndose a Emer-
gencias. El dio un paso adelante envolviéndola en un abrazo de oso.
—Es bueno verte, Mateo. ¿Cómo están Evie y Carlos?
—Ellos están geniales. Deberías de llamar a Eve de vez en cuando. Ella está trabajan-
do a medio tiempo ahora que Carlos está en el kindergarten. Deberías verlo. Dando
vueltas con su bicicleta, sin rueditas, es verdaderamente temerario…
Él se interrumpió, siendo sus palabras reemplazadas por un incómodo silencio.
Ryan estaba familiarizado con las pausas incómodas. Él sabía que también Lydia lo es-
taba, aunque él todavía veía la leve sombra de dolor en sus ojos. Pero su sonrisa era ge-
nuina cuando le tocó el brazo a Mateo —Dales mi amor, ¿vale?
—¿Cómo está él, Lydia?— Preguntó Ryan, interrumpiendo su marcha. Él había no-
tado que ella se había cambiado la ropa desechable desde que la había visto llevando a
Nate al piso superior, cambiándose las azules manchadas de sangre por unas verde
menta.
Ella sacudió la cabeza y bajó la voz—No está bien. Una de las balas se alojó en la cá-
mara izquierda de su corazón. Tiene una perforación en los intestinos y daño en la
médula espinal. Él todavía está en cirugía. Es una situación inestable en este momento.
—¿Qué hay de Kristen?
Ellos echaron un vistazo al interior de la sala. Una mujer que Ryan supuso era la
hermana de Kristen, había tomado el asiento que Lydia había dejado vacante.
—Ella se está culpando a sí misma bastante mal—dijo Lydia —Ella y Nate habían
estado peleando en el teléfono.
Su beeper volvió a sonar. Ella le echó un vistazo con un suave suspiro.
—Tengo que regresar. Pronto volveré a chequearlo.
Ella se volvió y anduvo pasillo abajo. El la observó mientras ella esperaba varios se-
gundos enfrente del elevador, entonces tomó las escaleras cuando éste no llegó.
—Cristo. Lo siento, hombre— le ofreció la disculpa Mateo, luciendo arrepentido —
Mi boca está dos pasos adelante de mi cerebro.
—No te preocupes por eso.
Ryan simuló no sentir la mirada de Mateo en él, evaluando su reacción al volver a
ver a Lydia. La verdad era que él sí la veía de vez en cuando. Ella iba a la casa ocasi-
onalmente para dejar insulina y jeringas para Max, su gato atigrado diabético de once
años de edad que se había quedado con él en el bungalow del Parque Inman después
del divorcio. Y él la había telefoneado unas cuantas veces, principalmente con relación
a algún asunto rezagado de su matrimonio—pago de impuestos, correo llegado a la di-
rección equivocada. Principalmente, sin embargo, él había querido escuchar su voz.
—Daño en la médula espinal— dijo Mateo incrédulo.
Todos los policías consideraban la posibilidad de caer en un tiroteo—durante un at-
raco, una situación de rehenes, un disturbio doméstico violento. Pero Nate había sido
baleado en el estacionamiento de su propio edificio, al parecer cogido con la guardia
baja mientras esperaba al elevador para llevarlo arriba por la noche. Un lugar en don-
de él había creído que estaba a salvo. Ryan pensó en la última vez que había visto a
Nate. Él había estado afuera del precinto ayer por la tarde, envuelto en una conversaci-
ón tensa en su celular. Nate había lucido ansioso, nervioso, y había dejado de hablar
cuando se había dado cuenta que Ryan estaba cerca como para oírlo, en camino a al-
morzar algo.
Tú haces eso y yo te mataré.
Eso fue lo único que Ryan había oído decir claramente a Nate. Él se preguntaba aho-
ra con quién había estado hablando.
Capítulo 2
—Pensé que debería decírtelo a tí primero. Conoces a la mayoría de los que están al-
lá afuera.
Lydia estaba de pie fuera de la sala de operaciones con el Dr. Rick Varek, jefe de me-
dicina cardiotorácica.
—¿Qué sucedió?— preguntó ella.
El suspiró, pasándose una mano a través de su pelo canoso. El usaba ropa desechab-
le, y se había quitado la gorra de cirugía, aunque su máscara todavía colgaba alrededor
del cuello —La bala básicamente desgarró el ventrículo izquierdo, resultando en un
derrame pericárdico y taponamiento cardíaco. Le administramos shock eléctrico y
compresiones internas más tiempo del que probablemente deberíamos haberlo hecho.
Rick la miró —¿Estás bien, Lydia?
Ella asintió, sin hablar. Sería imposible explicar lo que ella estaba sintiendo. Ver a
los policías reunidos, la situación en general, todo esto había tocado puesto el dedo en
la llaga.
—¿A quién necesito hablarle?
—A su esposa, Kristen. Su madre también está allá. Ella es anciana, Rick. En sus se-
tentas…
—Utilizaré mi mejor trato con los pacientes,— dijo él con seriedad.
—Iré allá contigo. Mi turno terminó. Sólo necesito ir a firmar mi salida en el piso
inferior.
Lydia empezó a marcharse, pero él cogió su mano, atrayéndola de regreso hacia él.
—Mañana estás de descanso. Verifiqué el horario.
Ella sacudió levemente la cabeza vacilando —Rick…
—Hay un nuevo restaurant en la Plaza Phipps qué está teniendo muy buenas reco-
mendaciones— Él sonrió encantadoramente —Estaba pensando que podríamos ir a
cenar mañana en la noche, y luego ir a ver la nueva exhibición de Renoir en el Museo
High…
—No es un buen momento. Quiero decir, con lo de Nate y todo eso— explicó Lydia.
Ella se sentía culpable por utilizar la muerte de Nate como un pretexto, pero no estaba
con ganas de quedar en salir fuera una noche, no ahora. Ella y Rick habían tenido un
puñado de citas, y hasta el momento él había respetado su petición de tomar las cosas
lentamente. Ella había aceptado sus invitaciones, principalmente porque ella sabía que
era algo que debería hacer. Seguir adelante con su vida. Al menos, todo el mundo se-
guía diciéndole lo mismo. Tenía treinta y seis años y no se estaba volviendo más joven,
como su hermana menor, Natalie, se lo había señalado tan francamente por teléfono
justo ayer. La mayoría de las doctoras y personal de enfermeras consideraban a Rick
Varek un buen partido, refinado, exitoso, un cirujano altamente respetado como uno
de los más importantes en su campo. Unas cuantas de las enfermeras de Emergencias
pensaban que él se parecía un poco a Richard Gere.
—Entiendo— Rick pareció tomarse el rechazo con calma. El indicó la sala de opera-
ciones a oscuras en donde permanecía el cuerpo de Nate —Puedo darme cuenta de
que estás alterada, Lydia ¿Conocías bien al fallecido?
—A través de las funciones policiales. Es un grupo bastante cerrado…
—¿Él está allá afuera, no es así? ¿Tu ex—esposo?— Su rostro debía de haberle dado
la respuesta porque él añadió —Eso pensé.
Rick se dio la vuelta y empujó las puertas que llevaban al fondo de la sala —Haré
que un interno empiece a cerrar el pecho. La familia querrá verlo. Ve a firmar, Lydia.
Entonces les hablaremos juntos. Va a ser un grupo de gente difícil. Puedo utilizar tu
ayuda.
Cinco minutos después, ellos caminaban corredor abajo hacia el grupo de unifor-
mes azules. La gente se apartó a ambos lados, el zumbido de las conversaciones fueron
muriendo cuando Lydia y Rick caminaron hacia la sala de espera. Mientras ella pasa-
ba, sus ojos se encontraron con los de Ryan. Ella lo vio apretar la mandíbula y acunar-
se la nuca, encorvándose debajo de su camisa azul de vestir.
El la conocía demasiado bien, podía saber por su expresión la noticia que ella había
venido a entregar, pensó Lydia.
Ella sintió el toque casi posesivo de los dedos de Rick en la parte baja de su espalda
cuando entraron al lugar en donde ahora estaba sentada Kristen Weisz con su suegra.
Un grupo de otros miembros de la familia, hermanos, primos, tías y tíos, supuso
Lydia, también habían llegado. Palideciendo ante su aparición, Kristen agarró la mano
surcada de finas venas de su suegra.
—¿Nate va a estar bien?— preguntó un hombre, dando un paso al frente para encar-
garse. Él tenía un parecido con Nate, ojos y pelo oscuro similares, y probablemente era
su hermano. Lydia sintió los fuertes latidos de su corazón dentro de su pecho.
Ella cerró la puerta de la sala —Este es el Dr. Varek, jefe de medicina cardiotorácica.
El operó a Nate.
Lydia tomó asiento en la silla vacante del otro lado de Kristen, quien había comen-
zado a llorar suavemente. Rick tomó el asiento enfrente de ellos. Él se inclinó hacia
adelante, con las manos juntas entre sus rodillas.
—Como ustedes saben, Nate llegó a Emergencias con tres heridas de bala, dos en su
pecho y una en su abdomen— explicó suavemente —Durante la cirugía encontramos
daños extensivos…
Con la compasión creciendo en su interior, Lydia sintió que las lágrimas amenaza-
ban detrás de sus ojos. Ella le extendió un caja de toallitas a Kristen mientras Rick con-
tinuaba —La lesión en el lado izquierdo de su corazón era especialmente mala. Le di-
mos respiración cardio pulmonar con paletas en el interior por más de cuarenta minu-
tos…
—No entiendo— interpuso la madre de Nate. Ella miró alrededor a los rostros de su
familia, asustada y confundida.
—¡Simplemente díganoslo!— sollozó Kristen, volviéndose hacia Lydia —¡Por favor,
no puedo soportarlo!
Lydia tragó saliva y puso su mano sobre el muslo de Kristen. Ella odiaba esta parte
de su trabajo, y su involucramiento personal esta vez lo hacía especialmente difícil. Es-
to también le trajo de vuelta dolorosos recuerdos que ella había trabajado duramente,
todos los días, de poner a un lado. Su mente entrenada le recordó que sea directa y
concisa.
Aun así, su voz tembló —Lo siento. Nate murió.
***
El grupo había comenzado a dispersarse, todo el mundo marchándose a sus hogares
o para tomarse juntos un solemne trago en memoria de Nate antes de que los bares de
la ciudad dejaran de atender a las dos a. m. Unos cuantos otros se habían infiltrado en
el vestíbulo del hospital para oír la declaración del jefe del departamento de policía a
los medios que esperaban, de lo que sería la primera plana de las noticias. Ryan era
uno de los que se habían quedado atrás, queriendo hablar con Lydia antes de encont-
rarse con Mateo en la escena del crimen en el estacionamiento del edificio de Nate.
Por ahora, ella todavía estaba detrás de las puertas cerradas de la sala de espera con la
familia de Nate y un miembro de la unidad de capellanía de la policía.
—¿Detective Winter?
El cirujano que había entrado a la sala de espera con Lydia caminó hacia él. Él tenía
una apariencia digna, probablemente en sus primeros cincuentas, con todo el cabello
canoso y lentes de diseñador con marcos de metal.
—Soy el Dr. Varek— El extendió su mano, y Ryan se la apretó —Yo llevé a cabo la
cirugía del Detective Weisz. Hicimos lo mejor posible. Lamento mucho su pérdida.
Ryan asintió —Gracias.
—A pesar de las desafortunadas circunstancias, quería aprovechar la oportunidad
para conocerlo y presentarme a mí mismo— Varek sonrió agradablemente —Lydia y
yo nos hemos convertido en buenos amigos. Usted debería saber que ella habla muy
bien de usted. Grandes halagos de parte de la ex. Eso es inusual en los casos de divor-
cio, ¿no cree usted?
—Yo supongo que sí— Ryan sintió sus hombros poniéndose tensos. El tono en su
forma de hablar no se le había escapado. Varek había dicho buenos amigos, no colegas
o compañeros de trabajo. Él también había reparado en su mano en la espalda de
Lydia cuando entraban en la sala de espera.
—¿Usted es nuevo?— preguntó él casualmente —Porque yo solía conocer a la ma-
yoría de los compañeros de trabajo de Lydia.
—Soy el nuevo jefe de medicina cardiotorácica. Me mudé aquí para tomar el puesto
hace unos cuantos meses atrás. Yo estaba en el personal de Mass Gen previamente—
Varek cambió levemente de posición, permitiendo que dos oficiales uniformados pa-
saran por el lado de ellos en el pasillo —Lydia ha sido invaluable en ayudarme a acli-
matarme al personal de aquí, así como a una nueva ciudad. Atlanta está a un universo
de distancia de Boston. Ella es una traumatóloga excepcional y una buena persona, pe-
ro estoy seguro de que usted ya sabe eso —El hizo una buena pausa antes de añadir —
También estoy consciente de que ella ha tenido que lidiar con su parte de tragedia.
Ambos lo han tenido que hacer.
La garganta de Ryan se apretó, pero miró a Varek a los ojos —Hemos conseguido
superarlo.
Los ojos del cirujano eran comprensivos. Justo entonces, el sistema de intercomuni-
cación del hospital envió una alerta para él —Me temo que tengo que irme. Fue agra-
dable conocerlo finalmente, Detective Winter.
Mientras Varek se alejaba, Ryan no pudo evitar sentirse a la defensiva y territorial.
Pero al mismo tiempo él sabía que no tenía derecho a estarlo. Habían estado divorci-
ados por cerca de un año. Con quién pasaba su tiempo Lydia, a quién le confiaba su
vida personal, ya no le concernía a él. Él se preguntó si ella y Varek eran realmente só-
lo buenos amigos o si él había usado la frase como un eufemismo por algo más. Era un
pensamiento inquietante.
Hemos conseguido superarlo.
Esa había sido una pobre elección de palabras. Era verdad que ambos habían sobre-
vivido a la muerte de Tyler, se las habían arreglado para seguir respirando y viviendo
de alguna manera, pero ellos no lo habían superado juntos.
La pérdida los había separado.
Ryan miró fijamente la puerta cerrada de la sala de espera. Él no estaba seguro si es-
perar para ver a Lydia era tan buena idea, después de todo. Al final, eso probablemente
sólo le haría más daño. Él había empezado a caminar pasillo abajo cuando la escuchó
gritar su nombre. Deteniéndose, él esperó para que lo alcanzara.
—Kristen se va a quedar con la familia por un tiempo— dijo ella, caminando al lado
de él.
—Eso es bueno. Ella no necesitaba regresar a su casa en este momento.
—No— estuvo de acuerdo Lydia.
—Gracias por estar allí para ella— El presionó el botón cuando llegaron al elevador.
—¿Cómo está Mike? Preguntó ella refiriéndose al compañero de Nate.
—Bastante devastado. Él se marchó hace un rato. Lo han puesto en descanso pagado
por un tiempo. Es el protocolo del departamento cuando algo como esto sucede.
Ella lo miró, preocupada —¿Y qué hay de tí, Ryan? ¿Estás bien? Conocías bastante
bien a Nate.
El dejó que la pena así como la ira chispearan dentro de él —Yo sólo quiero encont-
rar al bastardo que hizo esto.
—¿Es esta tu investigación?
Yo no fui asignado a la escena del crimen esta noche— Inicialmente, sin embargo,
este no había sido un homicidio —No importa quien coja el caso, toda la fuerza va a
querer tomar parte. Ahora estoy yendo a encontrarme con Mateo en el edificio de Na-
te.
El elevador se abrió, y ellos entraron. El pregunto —¿Qué piso?
—Dos.
El pulsó el segundo piso y luego el vestíbulo —Es el segundo tiroteo a policías en se-
is semanas.
Lo sé— contestó Lydia solemnemente. Como el principal hospital público en la ci-
udad y el centro de traumatología más importante, la mayoría de las lesiones a policías
pasaban por las puertas de Emergencias del Mercy.
Ryan la miró antes de decir —Me gusta el nuevo estilo.
Ella se tocó el pelo oscuro con timidez —Gracias. Me ahorra tiempo en las mañanas.
Él quería preguntarle acerca de Varek, pero no lo hizo. Ciertamente no era una pre-
gunta que podía soltar a la ligera. Además, después del trauma de las horas pasadas, él
no estaba seguro si podría manejarlo si ella le confirmaba lo que él creía que Varek ha-
bía estado tratando de implicar, de que ellos eran más que sólo amigos —¿Te estas
yendo a casa?
—Sólo tengo que sacar mis cosas de mi casillero.
—Te esperaré y te acompañaré a tu coche.
Ella no rechazó su ofrecimiento. Ryan salió en el segundo piso con ella y se quedó
en el pasillo mientras Lydia entraba a la sala de descanso de los doctores. Ella regresó
unos minutos después ataviada con una camiseta corta sin mangas y unos jeans capris,
con una mochila echada sobre uno de sus delgados hombros. Ryan pensó que ella se
veía más como una linda universitaria que como una doctora tratante de Emergencias
con una media docena de residentes a su cargo.
Ambos habían llegado muy lejos. Lydia había sido una residente de primer año cu-
ando se conocieron, y él había sido un policía uniformado. Desde entonces, él había
obtenido su maestría en justicia criminal y había sido promovido a detective del DPA,
entonces ascendió a teniente detective, primera clase. Ni él ni Lydia habían venido de
hogares privilegiados. Ambos habían trabajado duro para llegar adonde estaban.
Fue su dedicación en particular lo que les había costado todo.
Dejando el elevador, se abrieron camino pasando por los equipos de camarógrafos
que todavía quedaban en el vestíbulo, saliendo juntos por las puertas de cristal. En el
exterior, el aire de la noche era tibio y húmedo, un agudo contraste con el aire acondi-
cionado del interior del hospital. Era mediados de Junio, y la ciudad estaba experi-
mentando un record de calor.
Ellos llegaron al coche de ella, el mismo Volvo plateado, en uno de los niveles del
garaje reservados para el personal. Ya eran pasadas la medianoche, y el estacionamien-
to estaba oscuro y ensombrecido, con sólo unas cuantas luces anémicas en el techo.
Ryan pensó en el lugar en donde Nate había sido baleado, y no le gustó la idea de que
Lydia viniera aquí sola. Él se preguntó si alguna vez Varek la escoltaba.
—Pensé que eras tú esta noche— dijo ella suavemente, sorprendiéndolo. Sus ojos
castaños estaban líquidos y preocupados —Todo lo que sabía era que un policía vesti-
do de civil había sido baleado…
El sacudió la cabeza, mirándola ceñudo —Lydia.
—Me alegro de que no fueras tú, Ryan. Yo… yo espero que sepas eso.
Un pesado silencio cayó entre ellos, hasta que finalmente él abrió la puerta del coche
para ella y retrocedió un paso. El sintió la vibración de su pulso. Lydia tiró la mochila
en el asiento del pasajero y subió al coche. Un corto tiempo después, ella lo miró una
vez más a través de la ventana del coche y arrancó el motor. Con las manos metidas en
los bolsillos, Ryan observó mientras ella salía conduciendo del garaje hacia su casa.
Él había tenido que dejarla ir. A pesar de lo mucho que él había estado sufriendo, él
sabía que el dolor de ella era peor y que él había sido el responsable. El divorcio fue lo
que ella quiso. Ryan no se había negado.
Él se había merecido perderla, se dijo a sí mismo.
Capítulo 3
Ryan estudió la sombría y acordonada escena del crimen iluminada por luces móvi-
les de los forenses. A pesar de que el estacionamiento había sido mantenido despejado
hasta que el área fuera procesada, varios miembros de la división de Crímenes Mayo-
res del DPA todavía merodeaban, no dispuestos a dejar el lugar en donde uno de los
suyos había sido baleado. Pequeños conos amarillos marcaban los lugares en donde
habían sido hallados los casquetes de las balas en el piso del garaje, y un charco de
sangre, ahora medio marrón y espeso, permanecía en frente de las puertas cerradas del
elevador. Una horrible mancha en el suelo indicaba donde Nate aparentemente se ha-
bía empujado a lo largo del concreto tratando de escapar. La imagen era perturbadora.
—¿En dónde estaba la pistola de Nate?— preguntó Ryan, con la garganta adolorida.
Él se apartó cuidadosamente de una pila de paños de gaza ensangrentados y viales de
plástico vacíos dejados atrás por los paramédicos.
—El cono naranja— Mateo asintió hacia un marcador distinto a los otros —El arma
no fue disparada. De acuerdo con los técnicos de evidencias, la salpicadura de la sang-
re y las trayectorias indican que el primer disparo fue hecho desde una distancia de
cerca de veinte pies. La bala pasó a través del cuerpo de Nate y salió incrustándose en
la puerta del elevador.
—¿Y las otras dos?
Mateo se acercó al charco de sangre y se paró directamente sobre éste. Todavía con
los guantes de látex puestos, él apuntó su dedo hacia abajo simulando tener un arma,
demostrando —El tirador estaba básicamente parado sobre él.
Ryan recordó la conversación que tuvieron antes —¿Qué hay de Watterson? ¿El po-
licía baleado detrás de la tienda de empaques?
—La misma cosa— respondió el Detective Darnell Richardson mientras se apartaba
de un grupo de fuerzas de la ley y se acercaba adonde estaban parados Ryan y Mateo.
Un fornido Afroamericano de mediana edad, él típicamente manejaba los robos a ma-
no armada y los asaltos. Él estaba a cargo de la escena del crimen y había sido el que
alertó a Mateo sobre el mismo tipo de bala usada en los dos diferentes asesinatos de
los policías.
—El primer disparo fue disparado desde una distancia para hacer caer a Watterson,
los dos siguientes de cerca— dijo Darnell —Se sospecha que fue usado un silenciador,
ya que la tienda de empaques todavía estaba abierta y nadie oyó nada ¿Cómo estás,
Ryan? Mateo dijo que estabas de camino para acá.
—Es bueno verte, Darnell.
Darnell le dio un abrazo. Este era un gesto inusual, pero las emociones dentro de las
fuerzas de la ley estaban bastante alteradas —Vi a tu hermano menor esta noche. Él es-
tá de servicio, dijo que probablemente se encontrará contigo mañana.
Ryan asintió. El y Adam a veces tomaban parte de juegos de basketball en el Parque
Goldsboro los sábados, si ninguno de ellos trabajaba.
—Maldita vergüenza lo de Nate— Darnell sacudió la cabeza con pesar —¿Así que
cuál es tu opinión? ¿Está la temporada abierta para cazar policías?
Solos, los casquetes eran comunes y podían ser pura coincidencia. Pero Ryan tenía
que admitir que el Modus Operandi similar: tres disparos, dos de cerca y el posible uso
de silenciador, era preocupante —Opino que necesitamos esperar el informe de balís-
tica para ver si estamos buscando la misma pistola.
Darnell asintió —De cualquier manera, ésta no va a ser mi investigación. Ahora es
un homicidio.
Ryan echó un vistazo más allá de la cinta de la escena del crimen que bloqueaba la
entrada al estacionamiento. Un policía uniformado estaba estacionado allá para man-
tener fuera a los equipos de noticias y a los peatones curiosos, y para dirigir a los resi-
dentes del edificio hacia un lote público cruzando la calle, en donde ellos tendrían que
aparcar temporalmente. Los coches dentro del garaje actualmente estaban inaccesibles
para sus propietarios y así permanecerían hasta que el equipo de limpieza viniera a ha-
cer su trabajo en algún momento dentro de las siguientes horas.
—Si esto no fue un robo armado, fue un asesinato. Una ejecución— señaló Mateo,
levantando la vista cuando la luz del techo parpadeó, haciendo un ruido zumbante.
Ryan volvió a pensar en la discusión que Nate había estado manteniendo con algui-
en en su celular el día anterior afuera del precinto. Valía la pena averiguarlo. Ellos ne-
cesitarían conseguir una autorización para el registro de llamadas de Nate de la com-
pañía inalámbrica—o pedirle a Kristen sus efectos personales del hospital, los cuales
probablemente incluían su celular. Él no quería molestarla más de lo necesario.
—Yo puedo decirte esto, puedo pensar en dos docenas o más de delincuentes a los
que no les importaría meterme una bala— Darnell echó un vistazo a su reloj —Son ca-
si la una, hace rato que pasó mi hora de acostarme si puedo conseguir dormir algo
después de todo esto. Vamos a mantener una unidad de vigilancia aquí por lo que qu-
eda de la noche. Una camioneta de noticias del Canal Dos todavía está aparcada en la
calle de enfrente, pero si ellos piensan que van a poder entrar aquí, van a estar triste-
mente desilusionados.
—Si hay sangre, es primera plana— gruñó Mateo en voz baja.
—¿En dónde está el coche de Nate?— preguntó Ryan.
Darnell ya había empezado a alejarse, pero se dio la vuelta y señaló la última fila —
Los forenses ya pasaron por allí. Nate era un fanático de la limpieza, de manera que el
interior estaba tan limpio como las sábanas de un predicador. El exterior tiene un ras-
guño hecho con una llave, sin embargo. Un lindo y largo rasguño en el lado del con-
ductor.
A los miembros de las pandillas en particular les gustaba rasguñar con llaves los
coches de los policías. Como detective de Narcóticos y Vicio, Nate había lidiado con
un número de ellos. Ryan volvió a llamar a Darnell, quien ya se había agachado por
debajo de la cinta de la escena del crimen —¿Qué hay del coche de Watterson? ¿Algo
similar?
—Lo verificaré.
Ryan echó un vistazo al charco de sangre en el piso del estacionamiento. La ira le
apretó el pecho.
—Yo quiero este caso— dijo él quedamente.
—Ten cuidado con lo que deseas— Mateo estaba parado a su lado —Thompson me
llamó cuando venía para acá. Él quiere que Homicidios vaya al precinto a las ocho
a.m. Le dije que te lo informaría.
***
Eran más de las dos de la madrugada pero Lydia se encontraba incapaz de dormir.
Ella estaba parada ante su ventana del piso al techo en su condominio del rascaci-
elos, mirando abajo hacia Buckhead que se extendía hacia la Plaza Lenox y la Peacht-
ree Road. Desde su vista de ocho pisos de altura, Atlanta parecía silenciosa y pacífica,
una panorama de la ciudad de luces parpadeantes.
Todo era una fachada.
Alrededor de la ciudad estaban ocurriendo accidentes de coches—sucedían asaltos,
la gente era baleada. Alguien estaba muriendo de un ataque al corazón o de cáncer.
Las posibilidades eran interminables. Como una doctora de Emergencias, Lydia lleva-
ba ese conocimiento en su interior. Ella agarró el fino tallo de su copa de vino, toman-
do otro sorbo. La muerte de Nate, el dolor de su familia, ver a Ryan en los confines del
hospital… todo eso había vuelto a abrir viejas heridas.
Una tragedia podía ocurrirle a cualquiera.
—Están trayendo un niño, una víctima de inmersión— Abe Solomon, el jefe de per-
sonal de Emergencias la había llevado a un lado. Él había hablado en su tono calmado
y paternal, con su rostro mostrando comprensión y temor mientras le ponía una ma-
no en el hombro —Lydia, yo… tengo malas noticias. Es Tyler. Tu esposo está en la am-
bulancia con él. Ellos están en camino.
Las palabras no le habían parecido reales. Algunas veces todavía no se lo parecían.
La sirena de un coche policial por Peachtree la trajo de nuevo al presente. Distraída-
mente, Lydia observó mientras las luces azules intermitentes navegaban alrededor de
otros vehículos, el patrullero se pasaba una luz roja y desaparecía calle abajo. Dándole
la espalda a la ventana su mirada se dirigió a las fotos enmarcadas en un estante cerca-
no. Ellas eran imágenes atesoradas de su vida anterior. Hipnotizada, ella se acercó
más, sus dedos tocaban los marcos plateados uno por uno. En su foto favorita, Tyler le
sonreía ampliamente, un trébol de cuatro hojas había sido pintado en su mejilla por
un artista callejero en el Festival Dogwood, un festival anual de la ciudad. Un niño
hermoso, él había heredado el cabello oscuro de ella y los brillantes ojos azules de
Ryan. En otra foto, ella, Ryan y Tyler estaban en la playa en Hilton Head. Él había es-
tado bajando hacia el océano detrás de ellos, el agua se veía incendiada con naranjas y
dorados. Ryan sostenía a Tyler contra su pecho, su brazo alrededor de él, sus sonrisas
idénticas. La cabeza de Lydia se apoyaba en el hombro de Ryan, ella con sus dos
hombres.
Esa había sido sus últimas vacaciones familiares.
Ella cerró los ojos, intentando borrar los recuerdos.
—Varón de tres años de edad, no responde. Aspiración de agua resultando en hypo-
xia y pérdida de consciencia…
—Apnea sostenida después de resucitación cardiopulmonar en escena y en ruta…
Lydia había corrido junto con la camilla de los paramédicos, agarrando la manita
sin fuerzas de Tyler. Él se veía tan quieto y pálido. Azulado. Ellos le habían puesto un
tubo endotraqueal por la garganta, lo cual significaba que no estaba respirando por sí
mismo.
Oh, Dios. Tyler.
Ella había sollozado, suplicado que abriera los ojos, hasta que Abe y un ordenanza le
habían bloqueado el paso hacia la sala de trauma. Ella no había tenido elección sino
observar indefensa a través de la ventana de observación mientras los médicos y las
enfermeras, los hombres y mujeres con los que trabajaba a diario, luchaban por salvar-
lo. Su mundo se había convertido en algo gris.
—Hagan una gasometría de sangre arterial, radiografía de pecho, conteo completo de
sangre…
—Verifiquen las funciones renales y hepáticas…
—¡Que Patel de Neuro venga aquí ahora!
Cada frase, cada jerga médica, había sido como un escalpelo rebanándola por dent-
ro. Esta vez, era su niño, su hijo.
Tyler.
Le había tomado un tiempo ser consciente de la presencia de Ryan. Él había estado
parado en el pasillo a una corta distancia. Sus ojos estaban enrojecidos, su rostro ceni-
ciento, el pelo y la ropa húmedos. Temblando, él hizo un débil gesto con las manos, su
garganta se convulsionaba.
—¿Cuánto tiempo?— Ella avanzó hacia él —Cuánto tiempo estuvo él allá abajo.
—Yo—yo no lo sé. Cinco minutos…
Incluso ahora Lydia todavía podía sentir el ardor contra su palma, el completo ador-
mecimiento de su muñeca. Ella lo había golpeado en el rostro con fuerza, necesitando
arremeter contra alguien, para enfocar su dolor en otro sitio. Ryan había parecido
aturdido, al borde del colapso. Las lágrimas habían rodado por sus mejillas mientras
ella lo golpeaba en el pecho y entonces lo empujaba lejos.
Ella terminó el vino y fue a la cocina, en donde se sirvió otra generosa copa, espe-
rando que eso pudiera adormecer la actividad dentro de su mente. El cuarto estaba
dolorosamente silencioso. Ella ni siquiera había encendido la televisión, se dio cuenta.
Alrededor de ella, los electrodomésticos era de acero inoxidable, enmarcados por gabi-
netes de roble color miel y encimeras de granito. El piso era de losetas italianas. Era
hermosa pero también estéril, faltándole una verdadera calidez. Lydia pensó en el aco-
gedor bungalow artesanal en el Parque Inman, en el que ella y Ryan habían trabajado
tan duramente para renovarlo juntos, para convertirlo en un hogar.
Él se lo había comprado a ella como parte del divorcio. Lydia no podía soportar vi-
vir allí con los recuerdos, y el mercado de bienes raíces había tenido una baja al igual
que la economía, haciendo más difícil la venta. Pero el mercado estaba recuperándose
ahora.
Algunas veces ella creía que él se quedaba allí para castigarse.
Ella había ido a terapia después de la muerte de Tyler. Tomando un permiso de
ausencia del trabajo para regresar a casa en Nueva Orleans, para estar con su familia y
amigos. El tiempo había pasado, permitiendo que su dolor se calmara de alguna ma-
nera y junto con él, la necesidad de culpar a alguien por la terrible cosa que había su-
cedido.
Había sido un jodido accidente. Tyler podría haberse ahogado bajo su vigilancia, tan
fácilmente como bajo la de Ryan. Ella era capaz de admitir eso para sí misma ahora.
Ellos habían sido dos personas ocupadas haciendo malabares con demasiadas tareas.
Pero eso no disminuía el vacío en su corazón.
Terminando su segunda copa, ella no estaba segura de cuánto tiempo había estado
ahí parada, sólo mirando al vacío. Dejando la copa vacía sobre la encimera, Lydia se
dirigió al dormitorio para prepararse para acostarse. Ella también tomó una pastilla
para dormir, consciente del peligro de mezclarla con alcohol. Doblando el cubrecama,
ella se deslizó debajo de las sábanas y apagó la lámpara de la mesa de noche. El resp-
landor brumoso de la ciudad en el exterior era su luz nocturna.
Mientras se iba quedando dormida, Lydia se hizo la pregunta que siempre se hacía:
si Tyler había luchado, había estado asustado. Si él había sentido algún dolor mientras
sus pulmones se llenaban. Sus gritos algunas veces todavía la despertaban en la noche,
el fantasma de los sollozos de un niño que ya no existía.
Capítulo 4
Un lugar popular para pasar el rato con la policía, McCrosky era un pub en un edifi-
cio de ladrillo renovado cerca del Parque Olympic Centennial. Entrando a la fresca ta-
berna, Ryan divisó a su hermano sentado en una de las mesas de atrás, cerca de una
pared con ventanas que daban a la plaza del parque y al prado.
—Podría haberte usado en la cancha hoy día— dijo Adam mientras Ryan se desliza-
ba por el banco de madera enfrente de él. Adam tenía treinta y tres años, menor que
Ryan por cinco años y era un oficial de policía uniformado en otra zona. Sin embargo,
en ese momento estaba vestido con pantalones cortos de basketball, zapatillas y una
camiseta emblazonada con el logotipo de un popular fabricante de artículos deporti-
vos.
—Policías versus los muchachos del balde— continuó él, refiriéndose a la tradici-
onal rivalidad entre los policías y los bomberos. Él le dio un sorbo a su cerveza —Nos
patearon el culo. Fue una tragedia.
—Lo siento, tuve que trabajar.
La expresión de Adam se volvió seria. Los hermanos tenían facciones parecidas, pe-
ro el Winter más joven había heredado decididamente los genes Negros Irlandeses del
padre de ambos. En donde los ojos de Ryan eran azules, los de Adam eran de un pro-
fundo color ámbar que complementaba con su pelo oscuro —¿Te asignaron el asesi-
nato de Nate Weisz?
—Mateo y yo estamos tomando la dirección— dijo Ryan. De hecho, ellos la habían
pedido a pesar de que ya tenían una carga completa de casos —Pero tú sabes cómo
son estas cosas. Es más que nada una investigación de todo el precinto. Asuntos Inter-
nos también está involucrado.
La tensa reunión matutina se había convertido en un evento de todo el día. Después
de ser informados por los forenses sobre la evidencia en la escena del crimen, Ryan y
Mateo habían regresado al edificio para volver a sondear el área, buscando testigos que
podrían haber estado allí o cerca del garaje de estacionamiento durante el tiempo del
tiroteo. Ellos no habían conseguido mucho. Sólo un adicto a la metanfetamina que
merodeaba afuera del edificio declaró ser testigo, y después de unas cuantas preguntas
había quedado claro que él sólo estaba buscando algo de dinero. Ellos también habían
ido a la casa de Mike Perry para discutir los casos actuales que él y Nate estaban traba-
jando, con la esperanza de identificar a alguien que pudiese representar una amenaza.
Mike había estado con los ojos enrojecidos y desaliñado, oliendo a whiskey y clara-
mente afligido. Pero nadie había destacado para él, al menos no más que el siguiente
perpetrador. Nadie había hecho amenazas abiertas.
—¿Algunas pistas?— quiso saber Adam.
Ryan sacudió la cabeza —Pensé que teníamos una, pero no dio resultado.
Ellos habían conseguido los registros telefónicos de Nate de su servidor móvil. Nate
había recibido una llamada en el lapso de tiempo en que Ryan lo había visto fuera del
precinto, pero el número era un callejón sin salida, rastreado hacia un teléfono pre—
pago en el Distrito Fairlie—Poplar del centro. Él le había preguntado a Mike al respec-
to, pero él no sabía nada acerca de la misteriosa llamada o de algún desacuerdo que
Nate pudiera haber estado teniendo con alguien. Tanto como Ryan quería evitarle
molestias a ella, él sabía que lo siguiente que tendría que hacer era entrevistar a Kris-
ten Weisz. Tal vez Nate le había confiado a ella algo que él había sentido que no podía
compartir con su compañero.
Los archivos de Nate estaban en el vehículo de Ryan. El planeaba darles una revisa-
da para sacar una lista de arrestados, tanto recientes como pasados, los cuales podrían
valer la pena de ser investigados.
—¿En dónde está Mateo?— preguntó Adam.
—Se fue a casa para pasar un tiempo con su familia. Gracias por reunirte conmigo.
—No es problema— Adam tomó otro sorbo de cerveza, sus labios curvándose hacia
arriba con una sonrisa —¿Tú estás invitando, no es así?
—Hola, Ryan— El levantó la vista. Molly, una de las camareras del bar, estaba de pie
al lado de la mesa. Le estaba faltando su sonrisa normalmente radiante —Todos esta-
mos tan apenados de oír sobre lo de Nate.
—Sí. Yo también.
—Ellos harán la vigilia aquí el miércoles en la noche, después del funeral. Sólo la po-
licía. Frank va a cerrar el lugar— dijo ella, refiriéndose al propietario del bar. Frank
mismo era un oficial retirado —¿Qué puedo servirte?
—Tendré una de esas— Ryan indicó la cerveza de Adam —Y un club sándwich.
—En seguida.
Adam meneó su botella casi vacía —¿Me traes otra, Mol? ¿Y algunas nachos con qu-
eso?
Ella asintió amigablemente y tiró su largo pelo rubio sobre un hombro, dándose la
vuelta y dirigiéndose de regreso a la cocina. Adam se aseguró de admirar su retirada.
—¿No vas a ordenar una comida?— preguntó Ryan, añadiendo —¿Quiero decir, ya
que yo estoy invitando y todo eso?
—Tengo una cita para cenar en unas horas. Una chica de mi gimnasio— Él le diri-
gió a su hermano una mirada directa —¿Supongo que tu has oído hablar de las citas?
Ryan presionó los labios, sin gustarle adónde sabía él que se dirigía la conversación.
—Tal vez deberías intentar tener tú mismo una.
El miró a su hermano a los ojos. El esperaba ver en los ojos de Adam una mirada
burlona, pero su expresión era dura —Ya ha pasado casi un año, Ry ¿Sólo olvídala, de
acuerdo? Debes de dejar de actuar como un hombre muerto.
El no respondió. A través de la ventana, Ryan podía ver la Fuente de los Anillos
dentro del Parke Centennial Olympic. Estaba terminando la tarde, y los niños corrían
y se salpicaban con el agua de la fuente, mitigando el calor abrazador. El recordó haber
traído a Tyler a la fuente en un día de verano muy parecido a este. El y Lydia habían
estado ambos en sus días de descanso, y habían empaquetado el almuerzo para hacer
un picnic, parte de las vacaciones dentro de la ciudad. Su pecho se oprimió mientras
miraba hacia afuera. Tyler siempre había amado el agua, nunca le había tenido ningún
temor.
—Ya podría estar hablando con uno de los taburetes del bar— gruñó Adam —¿Para
qué querías que nos encontráramos?
Ryan pensó en qué decir. Él no quería extender rumores infundados o crear un te-
mor injustificado, pero Adam era su hermano menor. El padre de ambos había muer-
to en la línea del deber cuando Ryan apenas era un adolescente, y de muchas maneras
él había criado a Adam tanto como lo había hecho su madre.
—Mira— dijo él, bajando la voz —Son solamente especulaciones en este punto, pe-
ro hay algunas similitudes entre el asesinato de Nate y el de un oficial de policía fuera
de servicio hace seis semanas atrás…
—El contrata—a—un—policía en la tienda de empaques en Howell Mill.
—El mismo tipo de balas. Ambas pistolas probablemente tenían un silenciador. El
Modus Operandi también es similar— Ryan frunció el ceño, pensando en lo último
que habían descubierto. La placa de Nate estaba desaparecida. Esta no había estado
entre sus efectos personales.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?— preguntó Adam.
El suspiró —Nada, realmente. Yo sólo quiero que tengas cuidado. Usa un chaleco…
—Lo hago cuando estoy de servicio. O por lo menos la mayoría del tiempo ¿Esta-
mos a cuánto? ¿Noventa en el exterior? Tu trata de usar uno en este calor y persigui-
endo a un delincuente por algún callejón.
—Es el protocolo, y yo sí lo he tratado de hacer— le recordó Ryan —Yo usé un uni-
forme durante cuatro años.
Adam siempre había sido un adicto a la adrenalina, razón por la cual se había qu-
edado con la patrulla por tanto tiempo. Ahí era donde estaba la mayoría de la acción.
Después de la preparatoria, él se había ido directamente al ejército. No había habido
manera de convencerlo de lo contrario. Después de dos períodos de servicio en Afga-
nistán, él había trabajado en Costa Rica en operaciones especiales anti—drogas antes
de regresar a Atlanta, terminando la universidad y uniéndose a la fuerza.
—¿Simplemente haz lo que te digo por una vez?
Adam hizo girar los ojos.
—Cervezas para los chicos Winter.
Molly reapareció ante su mesa llevando dos botellas y los nachos y queso que Adam
había pedido. Ella apoyó una mano en el hombro de Ryan y le sonrió —Tu comida es-
tará en un instante.
Una vez que ella se había acercado a otra mesa, Adam sonrió ampliamente, sus ho-
yuelos se profundizaron mientras sumergía un nacho en el queso derretido —Hey,
¿qué hay de Molly? Tú le gustas. Es bastante obvio. Ella siempre está preguntando por
tí. Si estás pensando en volver a subir a la silla de montar…
Ryan sacudió la cabeza, irritado.
—¿Qué?— quiso saber Adam —En la escala de las guapas ella está al menos en el
número nueve, quizás un nueve y medio…
—¿Entonces porque no la invitas a salir? ¿Cuántos años tiene? ¿A mediados de los
veinte? Ella es demasiado joven para mí, y es más de tu tipo, en todo caso.
Adam levantó las manos en defensa —Lo siento, ¿vale?— Sus ojos oscuros se en-
sombrecieron —Yo sólo quiero que mi hermano deje de estar colgado de una vida que
ya no existe más.
—No estoy colgado de nada.
Fue el turno de Adam para sonar irritado —Sí. Sigue diciéndote eso.
Sus palabras se quedaron con Ryan mientras se encaminaba a su vehículo aparcado
algo más de media hora más tarde. El sol había descendido en el cielo, permitiendo
que los altos edificios de la ciudad dieran algo de sombra, aunque eso tenía muy poco
impacto en la humedad. El calor enturbiaba el interior de su Ford Explorer negro cu-
ando él entró. Adam lo decía de buena fe, lo hacía, pero Ryan sabía que él estaba enoj-
ado con Lydia. A él no le gustaba la forma en que ella lo había dejado fuera después de
la muerte de Tyler, o que ella había sido la que finalmente se separó de él.
En el fondo, él sabía que Adam tenía razón acerca de que él necesitaba seguir ade-
lante con su vida.
En el Downtown Connector, él tomó la salida hacia Freedom Parkway y el Centro
Jimmy Carter, viajando bajo el puente cubierto y pasando una fila de viejos almacenes
hacia el Parque Inman.
Conteniendo cabañas de estilo Victoriano, bungalows artesanales intercalados con
lofts contemporáneos, el histórico vecindario urbano estaba en medio de una revitali-
zación. Ryan y Lydia habían comprado la casa antes de que naciera Tyler, y ellos habí-
an pasado casi todo su tiempo libre renovando y reparando el hogar de un sólo piso
que tenía casi un siglo de antigüedad. Incluso ahora, quedaban algunos pocos proyec-
tos.
Cuando Ryan entró a Blue Willow Lane, su estómago dio un pequeño vuelco. El
Volvo de Lydia estaba estacionado en la calle enfrente de la casa. Estacionando en el
camino de entrada para un sólo coche, él extrajo la caja de cartón de los archivos de
Nate de la parte trasera de la camioneta, entonces subió los escalones frontales hacia el
porche cubierto y entró a la casa. Lydia estaba sentada ante la mesa de desayuno con
Tess Greene.
—Lydia está aquí— le anunció Tess a Ryan, sonriendo brillantemente mientras tira-
ba hacia atrás su larga trenza plateada. Activa y vibrante a pesar de estar bien entrada
en los sesentas, Tess alquilaba el pequeño apartamento estudio sobre el garaje separa-
do de la casa. Ella también hacía algunos quehaceres domésticos para Ryan a cambio
de una renta mensual reducida.
—Ya lo veo— Su corazón latía un poco más fuerte mientras sus ojos sostenían los
de Lydia.
Ella indicó la bolsa plástica sobre la mesa en frente de ella, la cual contenía jeringas
—Traje insulina y agujas para Max. Estaban en mi mochila anoche, pero me olvidé de
dártelas. Puse la insulina en la nevera.
Justo en ese momento, los ojos amarillos del gato atigrado miraron por sobre el bor-
de de la mesa. Él estaba sentado en el regazo de Lydia, ronroneando como un bote a
motor mientras ella le acariciaba el pelaje.
—Gracias— Ryan se acercó a la encimera y colocó la pesada caja de cartón sobre és-
ta.
—Estamos tomando té dulce— dijo Tess —¿Tú quieres un poco?
Ryan se agarró la nuca. Su camisa de vestir estaba húmeda por el opresivo calor del
día, y la cerveza en McCrosky no había hecho mucho por aliviar su sed. Él se quitó la
funda sobaquera con la pistola todavía en su interior y la colocó al lado de los archivos
de Nate —Sí. Eso sería agradable.
Tess se puso de pie y fue a traerle un vaso. Ella usaba mallas negras y un blusón azul
salpicado de pintura. Tess era una artista, aunque ella vendía la mayoría de sus pintu-
ras y dibujos en los mercadillos y festivales, o en las tiendas de moda en Little Five Po-
ints, en vez de en una de las galerías importantes en Buckhead o en el centro. Ryan
también sospechaba que la antigua hippie fumaba un poco de marihuana, y él ignora-
ba el leve olor parecido a soga quemada que algunas veces flotaba a través del patio
desde el apartamento de Tess. A pesar de que Tess no se había mudado allí hasta des-
pués del divorcio, ella había llegado a conocer a Lydia durante sus ocasionales visitas a
la casa.
—Lydia— Tess se inquietó mientras se quedaba parada al lado de la nevera, sus ojos
estaban fijos en la ventana sobre la mesa —hay una avispa aquí dentro.
La avispa zumbaba y se chocaba contra el panel, tratando de encontrar una manera
de salir. Lydia se quedó perfectamente quieta, pareciendo impávida, aunque Ryan sa-
bía que ella probablemente se revolvía internamente. La presencia del insecto causó
que un dardo de temor también navegara a través de él. Lydia era altamente alérgica a
las abejas de cualquier clase. Un sólo pinchazo podía hacerla entrar en un shock anafi-
láctico.
—No te muevas— la instruyó él. El levantó una copia de The Atlanta Journal Cons-
titution de la mesa. Haciéndola un rollo la utilizó para golpear a la avispa, la cual cayó
en las baldosas del piso blancas y negras.
—Yo sabía que el AJC era bueno para algo— dijo él cínicamente, una broma de po-
licías.
—Gracias— Lydia observó mientras el pisaba a la avispa para asegurarse de que es-
taba muerta, entonces la recogió con el periódico y la arrojó en el tacho de basura.
—¿Todavía llevas tu EpiPen?
—Está en mi bolso.
Tess le entregó su té a Ryan. Ella le había puesto una rodaja de limón, la cual flotaba
encima como la rueda de una carreta amarilla.
—Bueno, me voy a ir arriba. Ryan, hay una carga de ropa en la lavadora. No te olvi-
des de pasarlas a la secadora— dijo ella, enjuagando su vaso y poniéndolo en el lavap-
latos. Lydia, cariño, es agradable volver a verte.
Ryan oyó la puerta en el vestíbulo cerrarse cuando Tess salía al porche y bajaba los
escalones, dejándolos a Lydia y a él solos. En el exterior, una briza susurrante—rara en
un día de verano soleado—empujó los carillones de viento que colgaban de las vigas
del bungalow. Max saltó del regazo de Lydia y se fue a investigar algo en la otra habita-
ción.
—Me gusta el piso en el invernadero— dijo Lydia, rompiendo el silencio mientras
cruzaba sus piernas desnudas. Ella usaba sandalias, pantalones cortos caqui y un top
azul de cuello en U.
—¿Tess te lo enseñó?— Ella asintió. Ryan estaba orgulloso del trabajo que había
hecho. Él había lijado las capas de barniz oscuro para revelar el cálido corazón de los
paneles de pino originales de la casa, trabajando en ello en sus días de descanso. Eso le
servía como una distracción.
—Supongo que entonces también viste su pintura. Fue un regalo.
Ella sonrió suavemente —No está medio—mala.
Ryan se apoyó contra la encimera, sorbiendo su té. Le parecía extraño verla otra vez,
dos veces en veinticuatro horas —Mateo y yo estamos llevando a cabo la investigación
del asesinato de Nate. He estado trabajando hoy día, en realidad.
—Lo supuse— Lydia miró su camisa blanca de vestir y sus pantalones oscuros, su
placa dorada de detective prendida al cinturón —No estás exactamente vestido para
un Sábado.
Entonces ella se puso de pie, cruzando sus esbeltos brazos sobre el pecho, y cami-
nando lentamente alrededor de la cocina, sus ojos parecían tomar nota de los cambios
que Ryan había hecho desde que ella se había mudado. No había muchos—un soporte
para colgar ollas de cobre, un panel de vidrio pintado sobre la ventana encima del la-
vabo. Ryan había comprado el último en una tienda de antigüedades y artículos recu-
perados en el distrito de artes Castleberry Hill de la ciudad y lo había recortado para
que encajara en el espacio. El reparó en que Lydia se había detenido ante el umbral ar-
queado de la cocina, sin atreverse a entrar al pasillo que llevaba a los dos dormitorios
que habían sido de ellos y de Tyler.
—¿Hay alguna otra información?
—No en realidad— El indicó la caja de cartón que había traído —Esos son los archi-
vos de los casos de Nate. Voy a revisarlos esta noche, buscando a alguien—a cualqui-
era—con los que podríamos necesitar hablar.
Echándole un vistazo a la caja, Lydia se mordió el labio —Ten cuidado, ¿vale?
Él sabía lo que ella estaba pensando. Que si alguien de los archivos de Nate era el
asesino, sería probable que él se sintiera amenazado por otro detective que se pusiera a
hacer preguntas. Dejando su vaso sobre la encimera, Ryan se acercó adonde ella estaba
parada, decidiendo preguntarle lo que había estado en su mente todo el tiempo desde
la noche anterior.
—¿Te estás viendo con Rick Varek?— le preguntó suavemente.
Ella levantó la vista hacia él, con sus sorprendidos ojos castaños —Por qué tu quer-
rías…
—Porque él se me acercó anoche en el hospital— Ryan se encogió de hombros, tra-
tando de parecer indiferente, aunque él no estaba seguro de estar lográndolo —Él se
aseguró de contarme que tú y él se habían convertido en buenos amigos. Me dio la
impresión de que él quería que yo supiera que había algo más que eso.
Lydia soltó el aliento, su expresión la delataba —Ryan, yo…
Él se acercó un poco más —Tú tienes derecho. Es sólo que no me gusta ser tomado
por sorpresa por algo como eso.
—Lo lamento— Ella cerró brevemente los ojos —Rick no tenía derecho de contárte-
lo.
El sintió un dolor en el pecho —Así que ustedes están juntos.
—No— Ella sacudió la cabeza —Quiero decir, hemos salido algunas veces, pero ha
sido algo casual. Cenar fuera, mayormente. Nosotros hablamos sobre el trabajo.
Ryan presionó los labios para evitar hacerle la pregunta que casi lo estaba sofocan-
do. ¿Haz dormido con él? Él se tragó el dolor y los celos —Él es un poco mayor para tí,
¿no es así?
—Él tiene cincuenta años. Eso no es ser tan mayor.
Se estaba acabando el día, haciendo más suave y más difusa la luz del sol que entra-
ba a la habitación. Lydia se veía hermosa parada en esa luz, con su complexión de por-
celana y el cabello oscuro enmarcándole el rostro. Ryan suprimió un suspiro. Él se da-
ba cuenta de que si no era Varek, eventualmente sería algún otro hombre el que quer-
ría reclamarla. Sería mejor que aprendiera a lidiar con ello.
Ella se puso el cabello detrás de la oreja en un gesto casi nervioso. Entonces caminó
de regreso a la mesa y alcanzó su bolso —Debería ponerme en camino.
Ryan metió las manos en sus bolsillos, observando mientras ella colocaba la tira de
su bolso sobre el hombro y se daba vuelta hacia él. Él no quería que se fuera, y supuso
que su pregunta la había hecho sentirse incómoda.
—El funeral de Nate es el Miércoles— dijo él —¿Vas a ir?
—Tengo que trabajar. Puede que consiga cambiar el turno con alguien, sin embar-
go.
El asintió, entendiendo los horarios a menudo inflexibles de los doctores de Emer-
gencias —Se ha planeado una reunión en McCrosky esa noche para recordarlo. Sólo
policías. Eres bienvenida a asistir después de tu turno si no puedes llegar al funeral. Tú
todavía eres considerada parte de la familia.
—Gracias. Podría ser— Ella sonaba sincera.
Lydia le tocó el brazo, dejando su mano allí por un instante, y luego abandonó la ca-
sa. Eventualmente, él la escuchó arrancar el coche y separarse del bordillo de la calle.
Por varios segundos, Ryan se quedó parado en silencio, escuchando el constante tic
tac del reloj del abuelo en el vestíbulo. Entonces tomando la caja de cartón de la enci-
mera, la llevó hacia el invernadero, que contenía muebles de mimbre acolchados y un
escritorio que el utilizaba para el exceso de papeleo que venía con su trabajo. Él se da-
ría una ducha rápida y se pondría a trabajar.
Una pared hecha casi completamente de ventanas proveía una vista del patio de bal-
dosas trasero del bungalow, el cual estaba rodeado por una cerca de arbustos bajos. Un
cerezo silvestre y un masivo arce japonés de hojas rojas sombreaban la zona. Ryan se
cruzó de brazos, mirando más allá del patio trasero. La piscina de un vecino captaba la
luz del sol, el agua estaba veteada de oro.
El sintió que un dolor sordo y familiar lo llenaba.
Después de la muerte de Tyler, la piscina había permanecido cubierta por una lona
negra. Pero unos meses atrás, los antiguos residentes habían vendido la casa. Una nu-
eva familia se había mudado y habían vuelto a abrir la piscina. Ryan no los había co-
nocido, y no tenía idea de si ellos no estaban conscientes o no les importaba lo que ha-
bía ocurrido en su propiedad. Él se preguntó si Lydia la había visto descubierta.
El nudo en su garganta se hizo más grande.
El daría con gusto su vida por traer de regreso a Tyler.
Él había estado tan concentrado en completar el reporte sobre una investigación esa
helada mañana de Enero. Él no había oído abrirse la puerta trasera, no se había dado
cuenta de que su dulce niño había salido por allí.
Con el estómago hecho un nudo por la culpa, él miró fijamente el agua apacible has-
ta que su celular timbró. Aclarándose la garganta, sacó el teléfono de su bolsillo y lo
respondió.
—Ryan, soy Darnell Richardson. He sabido que tú y Mateo están tomando el caso
de Nate.
—Sí— Ryan se presionó el puente de la nariz.
—No sé si ofrecer mi gratitud o mis condolencias— Añadió él —Mira, tengo una
información para tí. Hoy día revisé el coche de John Watterson como me pediste. Es
un Honda Accord nuevo que ahora está recolectando polvo en el garaje de su madre.
La pobre mujer hizo que lo limpiaran pero dice que no puede soportar el venderlo.
El hizo una pausa con expectación —Pensé que querrías saber que hay un gran ras-
guño hecho con una llave en el lado del conductor.
Ryan sintió una leve sacudida.
—¿Sabes si la placa de Watterson faltaba después del tiroteo?
—No— Darnell sonaba confundido —No pregunté.
—Está bien. Yo lo averiguaré.
—¿Qué estás pensando?— preguntó Darnell —¿Pandilleros?
Ryan echó un vistazo a la caja de cartón —Pienso que es un buen sitio donde empe-
zar.
Capítulo 5
Alguien había colocado una sola rosa en el escritorio de Nate, un gesto que marcaba
la sensación de pérdida que pesaba sobre el precinto de la zona cinco. Esta yacía sobre
el papel secante entre las manchas marrones de los círculos de café y notas casi ilegib-
les que Nate había hecho para sí mismo mientras hablaba por teléfono. Cerca a esto, el
papeleo amenazaba con desbordarse de la caja plástica de entradas. Ryan hojeó los for-
mularios y memorándums a pesar de que ya los había revisado después de la reunión
informativa del sábado, buscando algo que pudiera resaltar.
También había una foto enmarcada de Kristen sobre el escritorio. El sintió un tirón
de emoción.
Alrededor de él, la división bullía de actividad, alguna relativa a la investigación sob-
re el tiroteo de Nate, el resto enfocado en las docenas de otros casos que pedían atenci-
ón a gritos. El mismo Ryan tenía tres homicidios abiertos, ahora eran cuatro, inclu-
yendo el de Nate.
—Qué tal forma de empezar un Lunes— comentó Mateo por sobre el sonido de un
teléfono timbrando. Echándole un vistazo al escritorio de Nate, él sacudió la cabeza y
sorbió de una taza de café, su tercera taza esa mañana —Sigo pensando que se va a
aparecer por aquí, puteando sobre el tráfico en Peachtree.
Ryan había verificado con detectives de la zona dos quienes se habían encargado del
asesinato de Watterson; a diferencia de Nate, su placa había sido recuperada. Él había
sido enterrado con ella, de hecho. A pesar de ello, Ryan todavía creía que los arañazos
con llave en ambos coches sugerían alguna correlación. Pero en caso de que su teoría
estuviera equivocada, él quería cubrir todas las pistas potenciales.
—¿Te comunicaste con Hoyt y Chin?— preguntó él, refiriéndose a otro par de de-
tectives.
—Sí. Ellos están en camino para hablar con Leo Moore y su supervisor de libertad
condicional.
Él había identificado a Moore y a un puñado de otros de los archivos de Nate du-
rante el fin de semana. Ryan había estado buscando nuevos arrestos y acusaciones
pendientes que requirieran el testimonio del detective, así como antiguos enemigos
que posiblemente buscaban venganza. Leo Moore caía en la última categoría. Nate lo
había arrestado por posesión de drogas con intento de distribución cinco años atrás,
antes de que lo asociaran con Mike Perry. Moore tenía un prontuario largo, y se ru-
moreaba que había amenazado a Nate fuera de los tribunales en su audiencia. De acu-
erdo al Departamento de Enmiendas de Georgia, él había sido liberado de la prisión
seis semanas atrás, lo que en la mente de Ryan era una razón bastante buena como pa-
ra hablar con él.
Habiendo terminado de hojear la caja de salidas, él se giró, encontrándose con la
mirada evaluadora de Mateo.
—¿Por qué tengo la sensación de que enviaste a Hoyt y a Chin a ver a Moore porque
nosotros tenemos un pescado más grande que freír?
—Nosotros vamos a ir a buscar a Quintavius Roberts.
—Genial— gruñó Mateo —¿Podemos tratar de mantener la cuenta en un detective
muerto?
Quintavius Roberts era el líder de HB2, la más notoria pandilla callejera de Atlanta
cuyo territorio se extendía desde los bordes del centro hasta los vecindarios destartala-
dos que bordeaban el Campo de Brave Turner. Sus actividades ilegales, principalmen-
te tráfico de drogas y robos de coches, los mantenían en continuo conflicto con las fu-
erzas de la ley. Los vehículos rasguñados, de Nate y de Watterson, sugerían la posibili-
dad de que la pandilla estuviera involucrada, ya que semejante vandalismo contra la
policía era común en el rito de iniciación de los HB2.
Lo que Ryan quería saber era si los requisitos de la iniciación habían sido subidos
unos cuantos niveles a asesinato.
Un corto tiempo después, él estaba sentado en su escritorio devolviendo una llama-
da telefónica de un fiscal de la oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Fulton cu-
ando escuchó ladrar al Capitán Thompson.
—Winter— Un oso de hombre, afroamericano, de mayor edad con la cabeza afeita-
da, le hizo señas a Ryan para que fuera al corredor. Ryan terminó la llamada y fue a
encontrarse con él.
—La esposa de Nate está aquí para recoger sus cosas. Ella preguntó por tí.
Ryan asintió. Ayer, él había llamado a la casa de los parientes en donde Kristen se
estaba quedando, pero le habían dicho que ella estaba en la funeraria finalizando los
arreglos —¿En dónde está ella?
—La puse en la sala de interrogatorios dos.
Él se encaminó a través del vestíbulo, y luego corredor abajo del precinto hacia el se-
gundo piso con una ventana de observación con un panel de vidrio, hizo una pausa
afuera de la sala. A través de las persianas él podía ver a Kristen, abrazándose a sí mis-
ma mientras caminaba de un lado a otro lentamente. Una caja de cartón estaba sobre
la mesa. Ryan ya sabía lo que contenía porque él también había revidado el casillero de
Nate. Como el primario de la investigación, de hecho, él había sido el que había dado
el visto bueno para liberar los artículos.
Esto no sería fácil. El respiró hondo y entró.
—Kristen— él carraspeó mientras la abrazaba. Ella se prendió de él por un largo
momento, luego se alejó y se secó los ojos. Su cabello castaño rojizo estaba despeinado,
y su rostro parecía haber envejecido una década en el espacio de unos pocos días.
—Mi cuñado me dijo que llamaste. Lamento no haberte devuelto la llamada, pero
no estaba como para hablar.
—Este bien—dijo él gentilmente —Podemos hablar ahora ¿Por qué no tomas asien-
to?
El sacó una de las sillas y esperó que ella se sentara —¿Podría traerte un poco de ca-
fé? ¿O agua?
Cuando ella lo rechazó, Ryan se sentó a la mesa enfrente de ella —Lamento tener
que hacer esto, pero necesito hacerte algunas preguntas sobre Nate.
—Lo comprendo. Oh…— Ella abrió su bolso y sacó un celular —Steve dijo que pre-
guntaste por esto.
Ella se lo entregó. A pesar de que el servidor había conseguido poco de los registros
telefónicos de Nate, Ryan todavía planeaba revisar el directorio personal y el calenda-
rio del aparato.
—Te lo devolveré— prometió él —¿Había algo fuera de lo normal últimamente con
Nate?
Ella sacudió la cabeza —No.
—¿Algunas horas inusuales?
—Nate era un policía. Todas sus horas eran inusuales— Ella sorbió suavemente.
—¿Qué hay acerca de llamadas telefónicas?— Ryan estaba pensando en el acalorado
intercambio que él había oído mantener a Nate por el celular el día anterior al asesina-
to —¿El recibía algunas llamadas inusuales en casa? ¿Tal vez una discusión o argu-
mento que tu hayas escuchado?
—Yo no recuerdo nada. Nate… trataba de no traer el trabajo policial a nuestra vida
hogareña. Eso me ponía nerviosa— Kristen sacudió la cabeza tristemente —Yo siemp-
re temía que algo como esto sucediera.
Unas carcajadas estallaron en el pasillo. Varios uniformados conversaban mientras
salían a la parte posterior, a las instalaciones cercadas en donde estaban aparcadas las
unidades de patrullas, inconscientes de que una apenada viuda, una de los suyos, esta-
ba al alcance del oído. Ryan esperó a que ellos pasaran antes de volver a hablar —Hay
un rasguño en el coche de Nate. Uno bastante grande en el lado del conductor. ¿Tú sa-
bes hace cuánto tiempo ha estado allí?
—Yo no he visto su coche en días. No he estado en el garaje desde…—Ella se inter-
rumpió, el labio inferior le temblaba. Ryan sabía que ella había sido la que había en-
contrado a Nate cuando él no había subido. Sus manos se agitaron sobre la mesa mi-
entras se componía —Yo—yo no recuerdo un rasguño, así que debe de haber sido re-
ciente. Tú sabes cómo era Nate con su coche. Él hubiese mencionado algo como eso.
¿Eso tiene algo que ver con la que sucedió?
—No estamos seguros— Mike Perry no había sabido sobre el rasguño tampoco, lle-
vando a Ryan a creer que éste había sido hecho en algún momento justo antes del ase-
sinato de Nate.
—Tú no estás tratando esto como un atentado de robo, ¿no es así, Ryan? Tú piensas
que alguien estaba esperándolo en el estacionamiento. Ellos se llevaron su placa. Él fue
asesinado debido a su trabajo.
Sus ojos se anegaron, y él le cogió la mano.
—Es una fuerte posibilidad, Kristen. Estamos averiguando cada ángulo— Después
de que le hiciera las preguntas que quedaban, sin averiguar mucho más, él se puso de
pie —Yo realmente lamento haber tenido que molestarte ¿Necesitas transporte?
—Mi hermana está esperando afuera— Con cansancio, ella se puso de pie —Yo sólo
quiero que captures a quien hizo esto. Nate siempre pensó que tú eras un buen policía.
El estaría contento de que éste sea tu caso.
El elogio cayó pesadamente en su interior.
Ella hizo una pausa, con expresión reflexiva —Nosotros estuvimos casados casi doce
años. Nuestras últimas palabras del uno al otro… no fueron agradables. Nate siempre
estaba ocupado, y yo estaba molesta porque él llegaba tarde para llevarme a un conci-
erto en el Chastain Park. Josh Groban. Yo había tenido las entradas durante sema-
nas…
Ella sacudió la cabeza, su voz se quebraba —Todo eso parece tan tonto ahora. Yo re-
almente sí lo amaba.
—Estoy seguro de que Nate lo sabía— le ofreció Ryan solemnemente.
—Desearía que hubiéramos tenido un hijo, ¿sabes? Hablamos sobre eso por mucho
tiempo, pero ninguno de nosotros estaba seguro.
Mientras él sostenía la puerta para ella, ella se detuvo y lo miró a la cara. Sus ojos
empañados buscaron los de él.
—¿Cómo superaste esto?— susurró ella —¿El perder a Tyler?
Ryan tragó, inseguro de qué decir. El recordó su punto más bajo, cuán malas habían
sido las cosas. Algunas veces los sentimientos de auto-recriminación todavía eran sufi-
cientes para bajonearlo. Pero Kristen parecía estar buscando algún pedacito de enten-
dimiento, de esperanza. Finalmente, él dijo —Sigues respirando y tratas de no morir
junto con él. Nate querría que sigas viviendo, Kristen. El querría que reconstruyas tu
vida.
El la escoltó a la división para que recogiera lo que quedaba de las cosas de Nate. El
ruido se desvaneció hasta quedar todo en silencio cuando ellos aparecieron. Varios de
los detectives se acercaron para ofrecer sus condolencias.
Kristen lloró cuando vio su foto enmarcada sobre el escritorio de Nate.
***
Eran las primeras horas de la tarde, era día de juego, y la gente estaba en las calles
circundantes al Campo Turner. Los comerciantes vendían recuerdos de los Atlanta
Braves sobre mesas plegables mientras que los revendedores blandían entradas pro-
moviendo a voz en cuello su mercancía a las multitudes que ingresaban al estadio. En
las aceras, había hombres que sostenían letreros de cartón publicitando espacios imp-
rovisados para estacionamiento pagado en las cercanías de la iglesia y tiendas comerci-
ales.
—Los Gigantes están en la ciudad— mencionó Ryan distraídamente desde el asiento
del pasajero del Chevy Impala. El todavía seguía pensando en Kristen Weisz.
—Está todo vendido. Debería hacer felices a los revendedores— Mateo frenó en una
intersección para permitir que pasaran los que se dirigían al juego. El agregó secamen-
te —¿Yo no creo que Quintavius pueda tener palcos con aire acondicionado? ¿Nosot-
ros podríamos hablar con él aquí tomando una Guiness?
Ryan le dio una lánguida sonrisa pero mantuvo sus ojos en el camino —Ya quisi-
eras.
Mientras dejaban la zona del estadio y entraban con más profundidad en los vecin-
darios periféricos, él fue consciente del creciente predominio de nombres de pandillas.
Las cuales estaban pintadas con spray en las paredes de concreto del paso a desnivel,
en los lados de los edificios deteriorados y de los contenedores de metal oxidado, estas
eran marcas territoriales puestas para intimidar. Los HB2s tenían más de cien miemb-
ros y casi gobernaban toda el área. Aquellos que vivían aquí guardaban silencio por te-
mor y también por desconfiar de la policía. Ryan miraba detenidamente el escenario
urbano mientras pasaban. Dos miembros de la pandilla habían sobresalido en los arc-
hivos de Nate como arrestos recientes, pero uno todavía estaba encerrado, sin poder
salir con una fianza, mientras que el otro había sido vuelto a encarcelar en la prisión
del estado hacía una semana por quebrantar su libertad condicional. Mientras que eso
significaba que ninguno era el tirador, los arrestos podrían haber sido el catalizador
para poner un blanco en la espalda de Nate, razonaba él.
Varios minutos más tarde, su coche giró hacia la mayormente residencial Calle Pur-
vis. Quintavius dirigía un negocio legal como tapadera, pero todo el mundo sabía que
él todavía pasaba la mayor parte de su tiempo alrededor de su antiguo vecindario. Ma-
teo desaceleró mientras se acercaban a una fila de casas que tenían por lo menos un
siglo de antigüedad. Una tienda de abarrotes de mamá-y-papá se ubicaba al lado de las
casas, y un joven negro, probablemente de no más de diez años, se apoyaba contra su
pared de ladrillo. Al ver el sedan, él se enderezó y salió disparado cruzando la calle y
entrando a una de las casas.
—Pee Wee nos reconoció— notó Ryan, usando la terminología de las pandillas para
aquellos demasiado jóvenes para ser miembros pero que aun así eran utilizados como
vigilantes o transportadores de drogas. El chico se había ido a advertir a quien sea que
estuviera en la casa de que los policías habían llegado.
—A mí no me mires— Mateo dijo impávido mientras se estacionaba contra el bor-
dillo y apagaba el motor del Impala —Un muchacho blanco como tú probablemente
sobresale en estas partes.
Mientras bajaban del coche, Ryan exploraba sus alrededores. Ellos estaban aquí para
hablar, no para traer una orden de arresto, pero eso no significaba que ellos fueran bi-
envenidos. Abriendo la reja encadenada a la cerca que circundaba el pasto y el sucio
patio de la casa, ellos comenzaron a subir por el sendero de concreto hacia el elevado
porche. Un hombre enjuto, de complexión oscura de unos veintitantos años salió an-
tes de que ellos llegaran, sin embargo. Una bandana azul—el color callejero de la pan-
dilla e indicador de su membresía—estaba atada alrededor de su cabeza. Ryan lo reco-
noció como Warren Rucker, también conocido como Pooch. El inocuo nombre callej-
ero era engañador, debido a que él ya había estado una temporada en prisión por robo
a mano armada.
Pooch los reconoció también, porque se cruzó de brazos y frunció el ceño —Detec-
tives Winter y Hernández. A menos que tengan una orden, pueden detenerse justo
aquí.
—Vamos, no seas así, Pooch. Sólo estamos aquí para ver a Quintavius— Mateo le
lanzó una mirada por encima de sus lentes de sol.
—Visita social, ¿eh? Bueno, él no está aquí.
—¿Entonces en dónde está?
—Se fue a Miami por un poco de descanso y relajación.
Ryan se preguntó si eso sería cierto. Pooch era un miembro duro de los HB2s y se
rumoreaba que estaba entre los que estaban en línea para el liderazgo si algo le pasara
a Quintavius. El no dejaría pasar la oportunidad de darle un golpe de estado al matón
en algún punto —Entonces nos conformaremos contigo. ¿Quieres bajar de ese porc-
he?
Pooch los observó con una mezcla de animosidad y sospecha, entonces se tomó su
tiempo para unirse a ellos en el patio. Ryan reparó en alguien que estaba mirándolos a
hurtadillas desde la ventana del piso superior de la casa.
—Muy bien. ¿Ahora qué es lo que quieren?
—¿Los HB2s todavía acostumbran rasguñar los coches de los policías con llaves?—
preguntó Mateo.
Pooch hizo un gesto de asentimiento hacia el Impala —El suyo se ve bien.
—Ese coche no es el problema. Es un artículo de la ciudad. La cuestión es que tene-
mos a dos policías muertos, ambos con rasguños de llaves en sus vehículos personales.
El miembro de la pandilla hizo un ruido burlón —¿Así que la policía de homicidios
está aquí preguntando si nosotros lo hicimos?
Ryan habló —El Oficial Watterson fue asesinado hace mes y medio afuera de una ti-
enda de empaques, el Detective Weisz el Viernes por la noche. Él estaba fuera de servi-
cio y en el garaje de su propio edificio.
—Escuché que alguien había tiroteado a Weisz— Pooch sonrió con suficiencia, sus
ojos fríos —Maldita vergüenza.
—¿Pero tú no sabes nada al respecto?
—Nop.
Un perro ladró dentro de la casa—uno grande, juzgando por el sonido del ladrido.
Ryan cambió de postura, luchando contra la urgencia de llevar a Pooch al precinto por
joderlo. Él estaba bastante seguro que si lo cacheaban, encontrarían algo interesante.
Pero en cambio él dijo —Yo pienso que tú sí sabes. Quizás tienes a algunos reclutas
corriendo alrededor viendo la forma de ganarse sus galones…
—Sangre joven— interpuso Pooch, siguiendo el juego.
—Así que ellos se embolsan dos policías y dejan rasguños de llaves detrás para mar-
carlos como golpes de la pandilla. Algo como eso podría impulsar tu credibilidad en
las calles y hacerte subir más rápido de rango— apostó Ryan —Quizás ellos vieron una
oportunidad e incluso se llevaron una placa del DPA para mostrarla como un souve-
nir.
Pooch resopló burlonamente.
—Usted sí que tiene imaginación, Detective. Como ya dije, yo no sé nada al respec-
to. El que sus muchachos hayan sido hechos humo no fue algo que nosotros hicimos.
—Entonces los rasguños en ambos coches son pura coincidencia— aclaró Mateo,
sarcásticamente.
—Podría ser— Él se encogió de hombros y añadió —Además, si ustedes tuvieran
una verdadera prueba, estarían haciendo arrestos en vez de sólo venir a pescar por
aquí. ¿Tengo razón?
El hizo una pausa cuando pasó retumbando un camión de reparto —¿Ustedes qui-
eren mi opinión? Muy bien, aquí la tienen. Weisz cabreó a alguien. Se metió en el jodi-
do negocio de alguien y consiguió que lo borraran. Eso es sólo parte del juego, yo, y lo
que ellos llaman enseñar lecciones.
El miró enfáticamente a los dos detectives.
—Esto no es un juego— advirtió Ryan.
—¿Acaso estoy llorando por Weisz, Detective Winter? La respuesta es diablos, no.
No podía pasarle a un mejor cerdo. Y yo nunca he oído de ningún Watterson, no es
que él me importe un carajo, tampoco. Pero lo diré otra vez en caso que sean duros de
oído. No lo hicimos nosotros.
El sol del mediodía golpeaba con fuerza. Los ojos de Ryan se fijaron en los de Pooch.
Él había tenido suficiente de su bravuconería. Él se acercó un paso más y bajó la voz—
Un consejo. A menos que quieras que tu operación se ponga candente, si uno de los
tuyos hizo esto, sería mejor que lo delates.
El sintió el sutil codazo de Mateo. Ryan miró hacia el porche. Tres miembros más
de la pandilla, sin camisas, con los pechos tatuados con HB2, habían aparecido en el
umbral de la puerta. Uno de ellos sostenía a un pitbull gruñendo con una pesada cade-
na como correa. Varios pandilleros más estaban ahora mirándolos desde las ventanas.
Ellos estaban superados en número.
—Dile a Quintavius lo que te dije— enfatizó Ryan, señalando con un dedo antes de
que él y Mateo dieran vuelta para marcharse —Él es un hombre de negocios, y es una
decisión de negocios. El sabrá qué hacer.
Los ojos de Pooch se entrecerraron, indicando que había captado el desprecio.
Los policías siempre guardaban una bala en la cámara de sus armas cuando estaban
en el campo. En guardia, Ryan sintió el peso de su pistola en la sobaquera mientras él y
Mateo volvían a su coche. En la distancia, las sirenas aullaban mientras los coches pat-
rulla entraban a velocidad a algún lugar más profundo del distrito.
—Bueno, eso fue divertido— murmuró Mateo, arrancando el motor. El sacudió la
cabeza —¿Tú tienes deseos suicidas?
Ryan apenas si gruñó, quedándose callado mientras salían del bordillo. Lo irritaba
no haber sido capaz de conseguir una mejor lectura de Pooch. Y él estaba bien lejos
del primer delincuente que lo había amenazado.
—¿Así que qué? ¿Todavía estás pensando que los disparos están relacionados con la
pandilla?
—No lo sé. Pero en este momento es la mejor corazonada que tenemos.
Ellos pasaron por un centro comunitario, un hermoso edificio antiguo que todavía
estaba siendo cuidado y se veía fuera de lugar en el destartalado vecindario, anidado
entre una tienda de empeño y casas de vecindad. Mateo subió el aire acondicionado
del Impala, el cual estaba luchando una batalla perdida contra la humedad.
—Si estás hablando en serio acerca de poner las cosas candentes, los de Narcóticos
podrían conseguir una orden de registro para esa casucha que ellos utilizan como sede
de su club— Él le lanzó una mirada a Ryan, sus ojos estaban ocultos detrás de los len-
tes oscuros —Pero si nosotros volvemos aquí, lo hacemos con un jodido pelotón.
Ryan no estuvo en desacuerdo. Y mientras tanto, ellos tenían a otros que investigar
en relación con el asesinato de Nate. Hasta que tuvieran algo más concreto, él no se
podía permitir meterse en la madriguera de un conejo con los rasguños de llaves, en el
caso de que estos no significaran nada en absoluto.
Su celular timbró. Él lo sacó del bolsillo y contestó, frotándose la frente con dos de-
dos de su mano izquierda mientras escuchaba lo que tenía que decir el que lo llamaba.
Una vez que desconectó el teléfono, le informó a Mateo.
—Ese era Hoyt. Leo Moore tiene coartada para la noche del viernes. Él estaba en
una reunión social de la iglesia con su novia. El ministro puede garantizar que él estu-
vo allá.
—Moore en una iglesia— Mateo sacudió la cabeza con cinismo, ya que conocía la
historia del ex—convicto —Él ha tenido la maldita suerte de que no lo haya partido un
rayo.
Ryan no había terminado —Balística ya dio los resultados también. Las estriaciones
en las balas usadas en ambos homicidios coinciden.
Las impresiones dejadas en las balas disparadas por pistolas eran únicas, como las
huellas dactilares. No había dos armas de fuego iguales, incluso si estas eran de la mis-
ma marca y modelo. Sin considerar los rasguños de los coches, esto era una prueba in-
discutible de que los dos asesinatos estaban conectados. La misma arma había sido
usada para matar a Nate y a Watterson. Lo cual significaba que o era el mismo tirador,
o la pistola había sido pasada a otra persona.
Mateo frunció el ceño con fuerza —¿Lo que Darnell dijo en el estacionamiento acer-
ca de que era temporada abierta de policías? Espero como el infierno que no tenga ra-
zón.
Capítulo 6
Era miércoles por la noche, y el bar dentro de McCrosky estaba lleno. Unos cuantos
oficiales seguían con sus uniformes azules a pesar del tiempo que había pasado desde
el funeral. Nate había recibido un entierro policial con todos los honores, incluyendo
cincuenta coches patrulla que habían escoltado el coche fúnebre hasta el cementerio a
las afueras de la ciudad. Con el corazón pesado, Ryan le había ofrecido sus condolen-
cias a Kristen después del entierro. Ella había tenido un aspecto demacrado y pálido,
rodeada por la familia.
Ryan ya no usaba su abrigo de policía, el cual se había quitado en la apretada multi-
tud. Alrededor de él, todo el mundo estaba hablando sobre Nate, recordando historias
de guerra y especulando sobre su asesinato.
Apareciendo al lado de Ryan, Adam hizo un gesto hacia Mike Perry, quien estaba
sentado con varios detectives, incluyendo a Darnell Richardson. Una botella estaba si-
endo pasada alrededor de la mesa —¿Cómo lo está llevando Mike?
—Va a necesitar ayuda para llegar a casa.
Con un gesto de asentimiento, Adam tomó un sorbo de su cerveza —Sabes lo que se
dice sobre estas cosas. El único que no tendrá una resaca mañana es el fallecido.
La familia de Nate había sido invitada pero no había venido. Ryan pensaba que su
ausencia era para mejor, ya que la reunión que seguía a un entierro policial a menudo
terminaba en alboroto ya que los asistentes ocultaban su pesar con carcajadas y bebi-
da.
—¿Qué es lo último?— preguntó Adam. Habían pasado dos días dese que balística
había concluido que la misma pistola había sido utilizada en ambos homicidios, infor-
mación que había sido mantenida fuera de los medios pero que ya circulaba en el inte-
rior del departamento de policía.
—Revisé los archivos de arrestos de Watterson para ver si alguno de los arrestados
por él coincidían con los de Nate. No coincidían— Y Watterson tampoco había arres-
tado a ningún miembro de la pandilla callejera ya que su territorio estaba fuera de su
zona. Aun así, eso no impedía que los de narcóticos trataran de conseguir una orden
para la propiedad de Purvis Street.
—¿Qué hay acerca del teléfono de Nate?
—Nadie de sus contactos personales o de su registro de llamadas destacó— Con
cansancio, Ryan se masajeó la nuca. Había sido un largo día, empezando con más visi-
tas infructuosas a los previos arrestos de Nate. También había tenido que comparecer
en los tribunales por otro caso antes de conducir hacia el cementerio. Nate había sido
enterrado en una verde ladera, el tranquilo lugar de reposo era una contradicción con
su brutal muerte. Ryan esperaba que estuviera en paz.
Terminando su cerveza, Adam hizo un gesto hacia la cerveza tibia que Ryan soste-
nía. —Tengo un soldado muerto aquí. Voy por otra. ¿Quieres una?
—No, gracias— No se sentía con ganas de beber. Mientras Adam se abría paso hacia
el bar, Ryan escaneó la atestada sala. Mateo se había marchado hacía poco rato, pero la
mayoría de los otros detectives todavía estaban aquí.
Lydia no había venido.
Acalló su desilusión y se fue a un rincón para revisar su correo de voz. Cuando ter-
minó de escuchar varios mensajes, incluyendo uno de un reportero que eligió ignorar,
llegó hasta él una ronca voz masculina sobre el ruido de la sala. Era imposible no oírla.
—Vamos, nena. ¿Eres demasiado buena para mí o algo así?
Un policía joven, de rostro franco compañero de Ryan, Seth Kimmel, había estado
sentado en una de las mesas más revoltosas cerca de los baños. Molly había estado es-
perando para entrar, y aunque Ryan no sabía qué había sucedido, Seth al parecer se
había levantado y la había seguido desde su mesa.
El la agarró del brazo deteniéndola.
—Sólo estoy bromeando contigo. Relájate…
Soltándose, Molly se retiró hacia el corredor que llevaba a la cocina. Seth fue tras el-
la, alentado por las carcajadas y abucheos que llegaban de los policías de su mesa. Con
un suspiro interno, Ryan depositó su botella sobre un estante cercano que contenía fo-
tos enmarcadas de policías y recuerdos. Nunca le había agradado Seth, quien era un
cliché andante del policía musculoso y pendenciero, y la ruda manera en que había
agarrado a la camarera le molestaba. Se sintió obligado a seguirlo.
Abriéndose camino a empujones a través de un grupo que se agrupaba en frente de
una de las pantallas planas de televisión del bar, giró adentrándose en el pasillo de lad-
rillos. Seth tenía a Molly arrinconada, su brazo se apoyaba contra la pared al lado de su
hombro. Él se movía cada vez que ella lo hacía, bloqueándole el paso.
—Déjame en paz, Seth…
—Sólo dame una oportunidad, Mol— Él se inclinó acercándose, deslizando una ma-
no sobre su cintura.
—Hablo en serio— Lo empujó.
—Ya la oíste— dijo Ryan, haciendo conocer su presencia.
Seth le lanzó una mirada enfadada —Relájate, Detective. Sólo estamos teniendo una
charla privada— Con decisión, volvió su atención hacia Molly.
Ryan se aproximó y le puso una mano firme en el hombre —Déjalo estar, Kimmel,
¿de acuerdo? Ella te ha dicho que retrocedas
El temperamento de Seth explotó. Quitándose de un manotazo la mano de Ryan de
encima, lo empujó haciéndolo retroceder un paso. Ryan lo empujó a su vez. El policía
le lanzó un salvaje puñetazo a la mandíbula, fallando por los pelos, pero Ryan agarró el
brazo extendido del hombre y se lo retorció con fuerza, doblándolo hacia su espalda,
poniendo presión en su codo y aplastándolo de cara a la pared. Seth luchaba y escupía
maldiciones. Era un tipo grande, más grande que Ryan, pero la incómoda posición de
su brazo y el peso de Ryan sobre éste restringían sus movimientos.
—Regresa a tu mesa o márchate. Me importa un carajo lo que decidas— ordenó
Ryan, irritado. Lo soltó y dio un paso hacia atrás.
Seth se dio la vuelta, con el rostro rojo como un tomate bajo su corte militar, listo
para pelear. Pero la llegada de otros que habían oído la conmoción, Adam y Darnell
incluidos, evitó que la confrontación llegara a las manos. Respirando con fuerza, Seth
lo apuntó con un dedo —Cuida tu maldita espalda, Winter.
—Perra— le escupió a Molly antes de salir empujando a los hombres y marchándo-
se.
Darnell soltó un bajo silbido mientras lo veía alejarse —Maldición. ¿Kimmel está
borracho?
—Yo me quedo con que es estúpido— Ryan no podía creer que en verdad le había
lanzado un puñetazo. Se alegraba de haberse mantenido en las clases de combate cuer-
po a cuerpo, las cuales no eran obligatorias para los detectives. Pero Seth era un bruto
grandote y bien entrenado, y Ryan también sabía que había tenido suerte. Se pregun-
taba si los rumores acerca de su uso de esteroides eran ciertos. Eso podría explicar la
agresión.
—Se volvió hacia Molly —¿Estás bien?
Ella asintió, pareciendo un poco temblorosa mientras retiraba su largo cabello hacia
atrás. Llevaba vaqueros y un camiseta de corte bajo de McCrosky —Gracias, Ryan.
—Le pediré a Frank que ponga otro camarero en su mesa— Con suerte uno feo, pen-
só él. Molly se retiró a la cocina mientras Ryan caminaba con los otros de regreso al
bar. Seth le lanzó una mirada desde su asiento. Hizo una nota mental para discutir su
comportamiento con el Capitán Thompson, quien parecía que ya se había retirado.
Un corto tiempo después, Ryan observó mientras Darnell se llevaba a Mike afuera
para meterlo en un taxi. Pensó que pronto él también se estaría retirando.
—Por cuenta de la casa— Se dio la vuelta para encontrar a Molly cerca de él. Le son-
rió ampliamente y le extendió una cerveza —Es tu marca, ¿verdad?
—Gracias— Ryan la aceptó, aunque no había estado planeando tomar otra.
—En verdad agradezco lo que hiciste esta noche.
Su curiosidad lo ganó, agachó la cabeza más cerca de la de ella y bajó la voz —Así
que, ¿de qué se trató todo eso?
Ella suspiró —Seth ha estado pidiéndome salir. A mí me gustan los policías o de ot-
ra manera no podría trabajar aquí, pero no me gustan los cavernícolas cabrones.
Ryan no pudo sino sonreír ante su franqueza.
—El no aceptará un no por respuesta. Se estaba jactando en frente de sus amigos, di-
ciendo groserías, poniéndome las manos encima y diciéndoles que a mí me gustaba
eso— Sus cejas se juntaron mientras hablaba —Le bajé un poco los humos así que me
siguió, tratando de probarles un punto, supongo.
Ryan había oído hablar a algunos de los otros acerca de Molly de la forma en que lo
hacen los hombres. Alta y de largas piernas como una modelo, tenía la apariencia de
una chica de California, en donde había vivido antes de mudarse a Atlanta, si recorda-
ba correctamente. Era joven pero definitivamente atractiva, como ya había señalado
Adam. Echó un vistazo alrededor del bar. Seth todavía estaba allí, aunque se había
acercado a las mesas de billar en la esquina del extremo. Se apoyaba contra la pared
mientras que uno de sus amigos colocaba las bolas para un juego. Sin embargo, sus oj-
os sin expresión permanecían sobre Ryan. Que Molly le estuviera hablando ahora,
probablemente sólo estaba añadiendo más leña al fuego —¿Me haces un favor?
—Absolutamente.
—No te vayas sola esta noche. No quiero que Kimmel te siga y continúe en donde lo
dejó. Alguien puede asegurarse de que llegues a tu coche.
Él se había enrollado las mangas de su camisa azul, y Molly le puso los dedos en su
antebrazo.
—Yo tomo el metro, en realidad, pero todavía podría necesitar que me acompaña-
ran a la estación— sugirió ella casi tímidamente. Sus ojos verdes brillaban bajo sus lar-
gas pestañas —Nosotros nunca hemos tenido la oportunidad de llegar a conocernos el
uno al otro, y en verdad fuiste mi héroe esta noche.
Ryan se dio cuenta de que estaba coqueteando, no era la primera vez desde su divor-
cio, aunque nunca había llegado a acostumbrarse a eso. Trató de pensar en una respu-
esta apropiada, pero sus pensamientos se fragmentaron cuando Lydia emergió de la
multitud. No la había visto llegar, y le dio un ronco saludo, sorprendido.
—Sé que es tarde— dijo ella con indecisión —Pero yo… quería estar aquí.
Su mirada se dirigió hacia Molly, quien todavía estaba parada cerca aunque en algún
momento sus dedos se habían deslizado de su brazo. Ryan se aclaró la garganta y las
presentó.
—Tú eres la ex—esposa— Molly extendió su mano y sonrió —He oído a algunos de
los tipos mencionarte. De manera que debes de haber conocido a Nate.
Lydia respondió que lo había conocido. Los tres se pusieron a conversar de triviali-
dades hasta que Ryan hizo un gesto hacia la botella que sostenía —Gracias otra vez
por la cerveza.
—Está bien…— Molly dio un paso atrás —Bueno, debería volver a trabajar. Ryan, te
avisaré cuando termine mi turno.
Él asintió levemente. Una vez que se había marchado, volvió su atención a Lydia.
Suponía que ella había visto la mano de Molly en su brazo. Si lo había hecho, no lo
mencionó.
—A pasado un tiempo— dijo ella mientras mirada alrededor del lugar —Pero todo
está bastante igual.
Ryan pensó en las incontables veces en que se había encontrado con Lydia aquí des-
pués del trabajo, cuando estaban saliendo y más tarde, después de mudarse juntos y
casarse —Conoces a Frank. No es un gran admirador de los cambios.
Justo en ese momento, Frank la llamó desde detrás del bar, entonces salió para en-
volverla en un cálido abrazo. Unos cuantos más se acercaron para saludarla. Ryan se
quedó cerca mientras Lydia hablaba con sus colegas. Llevaba un cárdigan de verano
sobre un lindo vestido veraniego, y sandalias con tacones en lugar de los zapatos bajos
que normalmente usaba después de un largo turno en Emergencias. Su cabello recien-
temente cortado estaba liso y brillante bajo la iluminación de la taberna. Se pregunta-
ba, con un poco de pesar, si había estado en una cita.
—Me alegra que vinieras. Significa mucho— le dijo con sinceridad, una vez que vol-
vieron a estar solos los dos.
—Lamento no haber podido llegar al servicio— Miró hacia Molly, quien estaba a
una distancia de doce pies despejando una mesa que recién habían dejado vacante —
No quiero distraerte de nada que…
—¿Te quedas un rato?— le preguntó él en un impulso. A pesar de que algunos de la
fuerza habían empezado a dispersarse, los que quedaban se estaban poniendo escan-
dalosos. Alguien, Pearson, un detective de la zona tres, había empezado con una preci-
osa interpretación a capela de Danny Boy. Pero en lugar de tener un efecto adormece-
dor, varios en la multitud estaban levantando sus copas y brindando en memoria de
Nate —Quiero decir, hiciste todo el camino hasta aquí, ¿verdad? Podemos irnos fuera,
al patio.
Ella vaciló, sus suaves ojos castaños lo miraron, entonces asintió.
La terraza había estado atestada más temprano. Pero mientras la noche declinaba,
Frank al parecer había detenido el servicio en el exterior para rebajar el personal de ca-
mareros. Los quinqués encima de las mesas habían sido apagados, aunque el olor de la
cera de las velas todavía flotaba en el sofocante aire nocturno. Ellos eran los únicos que
aprovechaban las titilantes luces del centro. Lydia había pedido una copa de vino, mi-
entras que Ryan había dejado su cerveza dentro, optando en cambio por un café.
—Todavía bebes cafeína por la noche.
Él sonrió levemente mientras sorbía de su taza —Es una cuestión de policías. Desar-
rollamos una tolerancia. Pregúntale a Mateo.
Lydia suspiró al recordar —¿Todavía tiene una vía intravenosa de café insertada en
el brazo?
—En tu profesión creo que es lo que llaman una línea central.
Su conversación ligera eventualmente fue cayendo en el silencio. Depositando su ta-
za sobre la mesa, Ryan se permitió estudiar su perfil mientras que ella miraba hacia el
alto edificio del Centro de la CNN que se erguía al borde del parque público, el logoti-
po de las noticias por cable era un objeto familiar en el cielo del centro de la ciudad.
Más allá de este, la rueda de veinte pisos del SkyView Atlanta Ferris, la última de las
atracciones turísticas, daba vueltas lentamente, un disco iluminado contra la noche.
—Ha sido un día duro— le confió él.
—Estoy segura— dijo ella con seriedad, sus ojos volviendo a encontrarse con los de
él —¿Hay algo nuevo?
Él le contó confidencialmente acerca del informe de balística que unía los asesinatos
de Nate y de Watterson. Ella parecía preocupada —¿De manera que alguien puede es-
tar por ahí disparando policías?
—Asuntos Internos está conduciendo su propia investigación. El Departamento de
Investigaciones de Georgia también está involucrado. A menos que puedan encontrar
algo impropio en lo que ambos estuvieran involucrados, esa es una posibilidad.
—Ten cuidado, Ryan.
Eso era lo mismo que le había pedido en el bungaló el pasado fin de semana, algo
que también le había dicho cada mañana cuando habían estado juntos. Su corazón se
apretó ante el descubrimiento de cuánto extrañaba oírla decir eso. Otros policías tení-
an su medalla de San Miguel, pero su talismán siempre había sido el pedido de Lydia
de que regresara sano y salvo al hogar, a ella y a Tyler. Un recuerdo de los tres aquí en
el patio cenando, Tyler, todavía un infante de mejillas regordetas en ese tiempo, masti-
cando alegremente sus galletas de animalitos, le apretó la garganta. Durante varios se-
gundos, simplemente se miraron fijamente él uno al otro, hasta que ella inclinó la ca-
beza.
—Encontré a alguien para que hiciera mi turno esta tarde— confesó ella —Fui a ca-
sa y me vestí, pero yo…— Sacudió la cabeza, su voz crispándose —Simplemente no
pude ir… lo siento.
Ryan sintió el lento latido de su corazón. De pronto él estaba agradecido de que ella
hubiera evitado asistir a otro funeral. Para él había sido doloroso, pero para Lydia po-
día ver que aún después de diecisiete meses desde la muerte de Tyler, todavía era de-
masiado pronto. Estar allí, sólo habría vuelto a despertar los recuerdos agonizantes, el
lugar similar, muchas de las mismas personas que asistieron. Él dio un paso más cerca.
—Quizás es mejor que no hayas ido— le dijo gentilmente.
—No lo es. Debería haber estado allí para Kristen— Se oía molesta consigo misma
—Ella estuvo allí para nosotros…
—Lo entenderá. Puedes llamarla la próxima semana— Tentativamente, él la agarró
de la parte superior de sus brazos, queriendo tocarla pero medio esperando que ella se
echara para atrás. En cambio, ella posó sus dedos en el frente de su camisa. Ryan tragó
con fuerza.
Sus cejas delicadamente arqueadas se fruncieron —Yo… no me entiendo algunas
veces. Soy doctora de Emergencias. Veo la muerte todos los días…
—Lydia— murmuró él, haciéndola quedar en silencio mientras él buscaba algo que
pudiera decirle para hacer que todo estuviera bien. Como si algo pudiera estar bien al-
guna vez para alguno de ellos otra vez. Pero hizo una pausa ante la figura que estaba
parada en el umbral de las puertas del patio. Las luces en el interior de la taberna silu-
eteaban el cuerpo de Molly. A regañadientes, dejó caer las manos, y Lydia cohibida se
apartó de él, fijando su mirada en otro sitio.
—¿Ryan? Estaré lista para salir en diez minutos. Sólo necesito dividir mis propinas
con el otro personal y marcar mi salida.
—Está bien— gruñó. Volvió a mirar a Lydia una vez que la camarera se había marc-
hado. Se había alejado de él, obligándose a asumir su compostura habitual.
—No recuerdo a Molly— dijo ella de forma casual. Él se imaginaba que ella había
saltado a sacar conclusiones. Ryan recordó cómo se había sentido él enterándose de lo
de Rick Varek.
—Ella es nueva aquí, algo así. Tal vez tres o cuatro meses.
—Es bonita— Sus ojos lo miraron un segundo, y alcanzó su bolso de mano, que ha-
bía dejado en la repisa del patio —De verdad tengo que irme. Tengo rondas a las seis y
media de la mañana.
—Déjame acompañarte hasta tu coche— Sentía que había más que decir entre ellos.
Estás haciendo un hábito de eso— señaló ella, forzando una sonrisa —Eso no es ne-
cesario…
—Es tarde y esta no es una zona segura de noche ¿Pero me esperas un minuto? Ne-
cesito ocuparme de algo.
Ella suspiró suavemente pero asintió levemente. Ryan entró y divisó a Adam, quien
estaba sentado en el bar con otros dos viendo ESPN y comiendo pistachos, al parecer
sin apuro por irse a casa —¿Haces algo por mí?
—Eso depende— dijo Adam secamente —¿Acaso tiene algo que ver con que Lydia
haya aparecido?
Él había reparado en que su hermano no se había acercado para saludar.
—Ella conocía a Nate. Y para que conste, yo la invité…
—Supongo que dejó al cirujano en casa esta noche— Adam partió otra cáscara y sa-
cudió la cabeza hacia él. Ryan lamentaba haber mencionado a Varek. Pero lo había
soltado el domingo por la noche cuando Adam había ido a la casa para hacer su cola-
da.
—¿Quieres ayudar o no?
—Está bien— suspiró Adam —¿Qué?
Él ya había echado un vistazo alrededor del bar y ya no había visto a Seth Kimmel.
Debía haberse ido, pero Ryan no quería correr riesgos. Le pidió a Adam que esperara
por Molly cerca de la cocina y que se asegurara que llegara a la estación del tren sin in-
terferencias.
A él no pareció desagradarle la asignación —Claro. Pero si me lo preguntas, estás
perdiendo una verdadera oportunidad.
—No te pregunté— Poniendo su mano en el hombro de Adam en agradecimiento,
se dirigió de regreso al patio pero iba caminando más despacio mientras se acercaba a
las puertas. Ya podía ver que no había nadie. Desanimado, camino hacia allí, sabiendo
instintivamente que ella se había marchado por allí en vez de entrar al bar para espe-
rarlo. Lydia tenía una fibra independiente de una milla de ancho. Él supuso que la dec-
laración de Molly acerca de la hora en que terminaba el trabajo había dejado bastante
para interpretar. Su ego había evitado que se lo aclarara. Sólo su copa vacía de vino
quedaba. Su borde mostraba la leve impresión de su lápiz de labios. La copa estaba
sobre una de las servilletas del bar, anclándola contra la brisa que había empezado a le-
vantarse y daba indicios de la lluvia que se aproximaba.
Estoy bien, Ryan. Buenas noches, había escrito ella con un lapicero sobre el papel.
No estaba muy seguro, y se preguntó si todavía podía alcanzarla, o por lo menos ver
en qué dirección podría haber estacionado.
Pero una voz interior le dijo que simplemente la dejara ir.
Miró brevemente hacia el parque con resignación. Entonces se dirigió al vestíbulo
de la taberna y cogió su abrigo azul marino de una fila de ganchos de madera detrás
del escritorio de la anfitriona, decidiendo dejar las cosas como lo había hecho con
Adam vigilando que Molly llegara a la estación. El ruido del bar flotaba alrededor de
él. Doblando el abrigo sobre su brazo, salió hacia la acera. Los truenos retumbaban, el
aire estaba pegajoso y caliente, y un relámpago iluminó el cielo distante. La tormenta
se estaba acercando desde el oeste.
El distrito del centro Luckie Marietta era una comunidad segura para pasear llena
de restaurantes y bares, aunque en ese momento había pocos peatones debido a la ho-
ra tardía y la lluvia inminente. Pasando por la iglesia, convertida en escenario musical
conocido como El Tabernáculo y llegando a la calle en donde había estacionado para-
lelamente, Ryan se paró ante su todoterreno, cogiendo las llaves de dentro del bolsillo
de sus pantalones. En ese mismo momento, su atención fue atraída hacia la esquina de
la calle. Una figura ensombrecida llevando una sudadera grande con la capucha puesta
a pesar del calor estaba parada allí. Estaba demasiado oscuro, y él estaba demasiado le-
jos para verle la cara, pero parecía que estaba observando a Ryan. Se dio la vuelta y de-
sapareció por el costado de la calle cuando una patrulla pasó por allí.
Entrando en su vehículo y arrancando el motor, Ryan hizo una vuelta en U y fue en
la misma dirección, le había picado la curiosidad. Las primeras gotas de lluvia golpe-
aron el parabrisas mientras conducía por la Spring Street.
La acera estaba abandonada. Quien sea que fuera, se había marchado.
Capítulo 7
Eres un policía. Mantén la calma.
Volvió a gritar, dando la vuelta en un círculo para ver todas las áreas del compacto
patio trasero. Su respiración soltaba vaho en el frío cortante.
Encuéntralo.
Aun gritando mientras caminaba más lejos, escaneó los arbustos que marcaban el lí-
mite de la propiedad. Hojas muertas marrones cubrían las partes superiores de los ar-
bustos. Buscó el destello súbito de un pijama azul contra la mañana gris. Una cabecita
de cabello oscuro revuelto, una manita cubriendo una boca sonriente. A Tyler le encan-
taba jugar.
No era el momento para hacerlo, amigo.
—Esto no es un juego— gritó Ryan más alto, una inquietud creciente dentro de él —
No estamos jugando a las escondidas. Sal ahora.
Todo en la pequeña habitación permanecía igual. La cama gemela de niño mayor
con su alegre manta hecha de parches, los juguetes ordenados en estantes y apilados
en alto dentro de un arcón pintado. Un móvil de cohetes flotaba en el aire a media al-
tura, aunque la lámpara de noche que proyectaba estrellas en el cielo raso se había qu-
emado meses atrás.
Cansado de no conseguir dormir, Ryan a menudo terminaba aquí arriba.
Nunca había sido capaz de empaquetar las cosas de Tyler, en cambio seguía mante-
niendo una conexión con él a través de aquellos artículos que probaban su existencia.
En este lugar casi podía oír su risita ronca, todavía podía oler la cálida esencia de va-
inilla de su piel. Con un nudo en la garganta por los recuerdos, Ryan fue consciente de
otro retumbar de truenos. Una tormenta, la segunda de esa noche, moviéndose a tra-
vés de la ciudad.
Eso era lo que originalmente lo había despertado de su inquieto sueño.
Dando vueltas en sus manos distraídamente a uno de los animales de peluche de
Tyler, se acercó a la ventana de la habitación con sus cortinas azules. A través de ésta
vio las luces ardiendo en el pequeño apartamento sobre el garaje separado. Con el pec-
ho desnudo, Ryan miró a través de la lluvia el suave resplandor.
Tess se quedaba hasta tarde o empezaba temprano, dependiendo de cómo se mirara.
Una camioneta aparcada en la calle con las matriculas de Florida indicaba que otra vez
tenía un invitado pasando la noche. Ryan lo había visto antes, un caballero canoso que
pasaba por la ciudad cada pocos meses.
Bien por ella, pensó.
Nadie debería estar completamente solo.
Por un rato, se quedó parado en este lugar demasiado tranquilo y observó la lluvia
caer, pensando otra vez si había hecho lo correcto en no ir tras Lydia anoche. Ryan ha-
bía creído, Dios, había esperado, que darle la libertad que quería le permitiera empezar
a sanar. Que distanciarse de él y de la aplastante tragedia le permitiera volver a empe-
zar, de alguna manera.
Pero después de su rara receptividad con él en el bar y la fragilidad que había visto,
ahora se preguntaba si eso no era simplemente lo que él había querido creer.
Tal vez nadie se recuperaba nunca de este tipo de pérdida.
Sombríamente, le echó una última mirada a la habitación antes de poner el juguete
contra las almohadas y cerrar la puerta tras él. Volviendo a su propia cama, volvió a
recostarse, mirando durante un rato el alto techo blanco. Entonces encendió la televi-
sión de la habitación, aún inquieto e incapaz de dormir. Su alarma empezaría a sonar
en una hora o algo así.
Había empezado a pasar canales, buscando algo aparte de comerciales y reposici-
ones de Ley & Orden, cuando su móvil vibró sobre la mesa de noche. Había apagado el
sonido para el sepelio de Nate. En su profesión, las tardías llamadas nocturnas y en las
primeras horas de la mañana no eran inusuales, pero raramente traían buenas notici-
as. Alcanzando el teléfono, entorno los ojos hacia la luz plateada de la pantalla del tele-
visor.
—Sí— A pesar del tiempo que llevaba despierto, su voz sonaba ronca por la falta de
uso.
—Acabo de enterarme por Narco— dijo Mateo —Un informante confidencial dio la
información sobre un cargamento de metanfetamina que está almacenado en la propi-
edad de Purvis Street. Llegó anoche. Ellos sacaron a un juez de la cama hace una hora
para que firmara la orden.
Surgió la adrenalina. Ryan se sentó, desplazando a un ofendido Max del lugar que
había escogido sobre el cubrecama. Su plan era llevar con ellos la orden de allanamien-
to. Una redada por drogas podría darles la oportunidad para entrar en la casa e identi-
ficar posibles evidencias. Si eran sumamente afortunados, podrían hallar la pistola uti-
lizada en ambos asesinatos. Ya estaba encaminándose hacia la ducha —¿Cuándo?
—A los pandilleros les gusta trasnochar y divertirse, ¿no es así? El equipo de ataque
quiere caer sobre ellos temprano mientras los bastardos todavía están acurrucados en
sus camas.
Ryan escuchó la voz adormilada de Evie en el fondo. Mateo le habló rápidamente en
español, entonces volvió a la llamada.
—Trae tu Kevlar, amigo. Vamos a caer al romper el alba.
***
Los agentes de la DEA habían empezado a referirse a Atlanta como el nuevo Miami
debido a su creciente reputación como el meollo central para el tráfico de drogas en la
Costa Este. Y mientras que los cárteles Hispanos estaban volviéndose predominantes,
las jóvenes pandillas urbanas todavía prosperaban en el comercio. Un informante con-
fidencial había dado información acerca de que la casa estaba siendo utilizada como
almacén temporal, hasta que la metanfetamina pudiese ser procesada y distribuida.
Había dejado de llover, el primer indicio de que rompía el día cubriendo la deca-
dente calle con una bruma granulosa. Las botas sonaban suavemente sobre el concreto
húmedo cuando los oficiales del SWAT se deslizaron en la propiedad y alrededor de
los costados de la vieja casa para sellar posibles rutas de escape. Manteniéndose agac-
hado, Ryan se adelantó cautamente, sincronizado con Mateo y varios detectives de
Narcóticos encargados de ocuparse de la retaguardia una vez que el equipo especiali-
zado hubiera ingresado. El aire húmedo les llenaba los pulmones. Llevaba zapatillas,
vaqueros y una camiseta, su placa dorada de detective colgaba de una cadena alrede-
dor de su cuello y sostenía su Glock. Al igual que los otros vestidos de civil, su chaleco
lo marcaba claramente como del Departamento de Policía.
Por encima de él, cuatro hombres del SWAT habían trepado silenciosamente sobre
el porche. Ataviado con el equipo para disturbios, el líder de la unidad dio la señal pa-
ra comenzar. La orden de entrar sin llamar con suerte les permitiría atrapar a los ocu-
pantes desprevenidos.
—¡Policía!— Dos golpes con un ariete y la puerta se abrió con fuerza. Los oficiales
irrumpieron al interior. Ryan avanzó con ellos, según las órdenes fluyendo hacia izqu-
ierda y derecha del reducido interior de la casa, más hombres ascendían por una des-
tartalada escalera hacia el segundo nivel. La casa cobró vida. Gritos y los sonidos de pi-
es escabulléndose llenaron las habitaciones. La luz color orina que había estado encen-
dida en el primer piso se apagó cuando los ocupantes salieron en desbandada.
En frente de él, Mateo puso sus manos sobre un muchacho que huía, probablemen-
te no mayor de dieciséis años, agarrándole por la espalda de un gran suéter—¿Adónde
vas?
Lo empujó de cara contra el interior empapelado que ya se estaba pelando. Ryan se
acercó para ayudar, manteniendo en su lugar al combativo joven hasta que Mateo pu-
do ponerle los brazos en la espalda y esposarlo. Lo dejaron boca abajo en el suelo. El
muchacho los maldecía, con su mejilla derecha contra la asquerosa alfombra.
—¿Lo tienes?
—Sí, adelante. ¿Tienes algo que pueda pincharme?— le ladró Mateo, poniéndose a
horcajadas sobre el adolescente mientras se preparaba para revisarle los bolsillos de los
bolsudos vaqueros en busca de armas.
Ryan siguió adelante, subiendo las escaleras hacia la conmoción del segundo piso. A
mitad de la escalera, el seco sonido de disparos sobre él hizo que la piel se le electriza-
ra. Poniendo la espalda contra los paneles del hueco de la escalera, sosteniendo la pis-
tola con las dos manos, apresuró su ascenso hasta arriba. El segundo piso también es-
taba escasamente iluminado. Un oficial de la SWAT en el descansillo estaba parado
sobre un hombre con el torso desnudo tatuado que yacía despatarrado sobre el malt-
ratado piso de madera. Una linterna de alto poder sostenida por otro de los oficiales
iluminaba una herida mortal en su cráneo y un arma sobre el suelo cerca de su mano.
La sangre brotaba por debajo de su cabeza, sus ojos miraban inexpresivamente hacia
arriba. Ryan lo recordó como uno de los miembros de la pandilla que habían salido al
porche con el pitbull dos días atrás.
Alrededor de él, otros pandilleros estaban de rodillas, esposados. El primero de ellos
fue puesto en pie y escoltado escaleras abajo.
—Todas las habitaciones despejadas— anunció en voz alta un oficial a sus espaldas.
Ryan enfundó su pistola.
—Tenemos seis. Los que ves aquí y dos más en la parte trasera— le dijo Sam Jan-
kowski, un ex—Marine musculoso y líder de equipo de los SWAT —El mismo núme-
ro en el primer piso.
—¿Alguno de nosotros está herido?
—Manning recibió un disparo en el chaleco antibalas— Llevaba un aparato de co-
municaciones en su oído, permitiéndole hablar con otros miembros del equipo —Lo
tienen acostado abajo. Debería estar bien. Los paramédicos están en camino— Asintió
hacia el cadáver —También el Médico Forense.
La pistola en el suelo cerca de la mano del matón no era del modelo que estaban
buscando. Un oficial de la SWAT se ocupó de sacarla con cuidado de la zona por mo-
tivos de seguridad.
—¿Pooch está aquí?— Ryan dirigió la pregunta a uno de los miembros de la pandil-
la arrodillados. Hasta el momento él no lo había visto. El chico retorció la boca con in-
dolencia, negándose a hablar.
—Que te jodan— entonó otro arrestado más bocazas.
Uno de los del equipo del SWAT le dio un empujón entre los omóplatos —Cierra la
boca.
—¿Eres tú, Winter?— Antoine Clark uno de los detectives inspectores de Narcóti-
cos lo llamó desde una habitación trasera.
Ryan se abrió camino a través de los oficiales que controlaban la escena y se encami-
nó por un estrecho pasillo con el piso inclinado por la antigüedad. Estridentes ladridos
que venían del exterior indicaban que el pitbull estaba encadenado en alguna parte
detrás de la casa. Entró en un cuarto trasero que contenía un surtido de armas, once
pistolas, un rifle de asalto, así como una caja de cartón llena de lo que en su mayoría
serían iPhones robados y bolsitas conteniendo pastillas. Un foco colgado del techo por
un cordón emitía una luz opaca. Reparó en la Smith & Wesson calibre 9 mm, que era
lo que estaban buscando, entre las pistolas. Ryan sintió un destello de esperanza, aun-
que dependía de balística determinar si tenían el arma homicida.
—¿Sabes lo que es eso?— Antoine señaló una pila de cajas de cerveza sobre una me-
sa. Era afroamericano alto y desgarbado que había jugado baloncesto en la Universi-
dad de Georgia a mediados de los ochenta, también encabezaba el cuerpo especial
contra las pandillas del Departamento. Era un experto en el comercio callejero.
—¿Cerveza?
—Metanfetamina líquida, disuelta en agua para disfrazarla y transportarla en botel-
las de cerveza, o botellas de tequila, si es que están sacándola de México.
Usando guantes de látex, sacó una de las botellas y miró su contenido a través del
vidrio ambarino, con la frente arrugada por la concentración —Oh, sí. Eso es lo que
tenemos aquí. Y aquellas pastillas son Oxycodone, ya repartidas para venderlas en la
calle.
—Tremendo arsenal— Mateo soltó un silbido bajo cuando entró y vio el surtido de
armas. Reparando en la nueve milímetros, intercambió una mirada victoriosa con
Ryan.
—Pondré en alerta a los del departamento del Forense— Mateo metió la mano en
su bolsillo buscando su teléfono, entonces miró con fijeza hacia arriba ante las pesadas
pisadas de pies huyendo —¿Qué demonios?
Los tres hombres sacaron sus armas y apuntaron con ellas hacia arriba en el caso de
que quien fuera él que estaba en el tejado sobre ellos les disparara. Ryan gritó alertan-
do a los oficiales de la SWAT.
—Debe de haber una forma de subir— gritó él —¡Busquen un panel flojo en el tec-
ho!
Con su visión periférica vio algo grande caer en el exterior por la única ventana de
la habitación. Giró hacia ésta cuando algo se precipitó por la ventana. ¿Una forma hu-
mana? La ventana explotó, y se agachó, cubriéndose instintivamente el rostro en reac-
ción a la retumbante descarga de una pistola.
Corrió hacia la ventana hecha añicos. Uno de los miembros de la pandilla yacía aba-
jo en el suelo, retorciéndose de dolor. Pero el otro estaba de pie y moviéndose. Habían
saltado desde el tejado, una acrobacia del demonio, su ruta de escape era una caída de
cerca de nueve metros. Ryan reconoció al que corría. Pooch, llevando sólo sus vaqu-
eros. Tenía una pistola en una mano y miraba por encima de su hombro hacia atrás.
Increíblemente, se las había arreglado para disparar dentro de la habitación en su ca-
ída hacia abajo.
—¡Le dieron a Antoine!— gritó Mateo a sus espaldas.
Abajo, un oficial avanzaba desde la parte trasera de la propiedad, ordenando a gritos
que dejara caer el arma. Pooch empezó a disparar, y el oficial se zambulló para cubrir-
se detrás de una línea de rebosantes cubos de basura.
Rompiendo lo que quedaba de vidrio e inclinándose hacia fuera de la ventana, Ryan
apuntó. Disparó y falló, pero tuvo éxito en llamar la atención de Pooch lejos del poli-
cía cubierto. Mirándolo ceñudo, giró el cañón de la pistola en represalia y disparó va-
rias veces. Ryan saltó hacia atrás, las balas astillaron el marco de la ventana de madera
a un centímetro de su cabeza.
El sonido de los disparos había activado la alarma de un coche, la cual aullaba en
medio del caos, uniendo fuerzas con los frenéticos ladridos caninos. Al mismo tiempo
sonaron más pisadas sobre ellos, indicando que el camino hacia el tejado había sido
hallado.
Pooch se había escabullido como una liebre a través de un estrecho callejón forma-
do por las partes traseras unidas de las filas de casas destartaladas en Purvis y la calle
adyacente.
Ryan tenía una vista de él que se deterioraba rápidamente. Pero todavía no era lo
bastante clara, el disparo era demasiado arriesgado con los civiles dentro de las casas
de paredes delgadas. Maldiciendo, les gritó a los oficiales del SWAT que ahora estaban
en el exterior llenando el patio —¡A través del callejón!
Se volvió de la ventana, respirando con fuerza.
—Estoy bien— dijo Antoine a través de los dientes apretados, aunque no lo parecía.
Estaba sentado en el maltratado suelo de madera, con los ojos cerrados, su espalda
contra la pared y con sangre manchando el hombro de su chaleco del Departamento.
Mateo estaba arrodillado a su lado, tratando de evaluar el daño.
Pasando su Glock de la mano derecha a la izquierda, Ryan se acercó al umbral de la
habitación, gritando hacia el piso inferior —¡Necesitamos paramédicos aquí arriba,
ahora! ¡Oficial caído!
Cuando volvió a darse la vuelta, los ojos de Mateo estaban fijos en él, sus manos
presionando la herida de Antoine. El rostro de su compañero estaba pálido.
—Maldita sea, Ry… tú también estás herido.
Sólo entonces fue consciente de la sangre que bajaba por su antebrazo.
Capítulo 8
Lydia dirigía sus rondas en Emergencias con Amanda Jeoung, una de las residentes
de tercer año. La hora temprana se hacía patente por la luz superficial que entraba a
través de las ventanas de cristal laminado por las que pasaban en el pasillo.
—Hombre caucásico, empezando los setenta, creo. No tiene identificación y se ni-
ega a darnos su nombre— Amanda hablaba con su habitual forma eficiente mientras
se preparaban para entrar en uno de los cortinados cubículos para exámenes. Llevaba
monturas de carey, con lunas de gato que casi anulaban sus finas facciones —Los pa-
ramédicos lo trajeron después de recibir reportes del 911 acerca de un hombre enfren-
te del edificio del Capitolio deambulando en el tráfico.
Un hombre anciano con pelo peinado estaba sentado en el borde de la mesa de exá-
menes, murmurando algo para sí mismo y balanceando una pierna en obvia agitación.
Lydia le echó un vistazo a su historia clínica en su Tablet electrónica.
—Señor, ¿me puede usted decir su nombre?
—Ha estado hablando sobre extraterrestres que lo vigilan— dijo Amanda en voz ba-
ja —Y no quiero decir del tipo ilegal.
Parecía demasiado bien alimentado para ser un adicto, y sus prendas estaban razo-
nablemente limpias y en buena condición, probablemente había que descartar que fu-
era un indigente, pensó Lydia. También había sido afeitado recientemente. Pertenece a
alguien. Considerando la hora, se preguntó compasivamente si había estado fuera toda
la noche. Intentó examinarle los ojos con la linterna de bolsillo, pero él retrocedió y le
apartó la mano.
—Está usted tomando alguna medicación, ¿señor? ¿Hay alguien a quien podamos
llamar por usted?
La apuntó con un dedo, su mirada perdida se enfocó en ella —Eres una de ellos, ¿no
es así? Pequeña con ojos de corderito. ¡No me engañas!
Comenzó una encolerizada diatriba contra el gobierno. Reprimiendo un suspiro,
Lydia volvió a poner la linterna en el bolsillo de la bata de laboratorio que se había pu-
esto sobre su ropa descartable, una barrera contra el aire acondicionado del hospital
demasiado fresco —Espere aquí, señor, ¿de acuerdo?
Amanda la siguió afuera mientras ella daba instrucciones —Estado mental alterado,
posiblemente demencia con paranoia. Llama para que el psiquiatra baje aquí para una
consulta y comprueba con la policía para ver si alguien ha reportado una persona de-
saparecida que encaje con su descripción. Luego trata de obtener un conteo sanguíneo
completo y un estudio básico de química sanguínea. Mientras tanto, dale cinco milig-
ramos de Lorazepam para tranquilizarlo…
Amanda se sorprendió cuando una bandeja en el interior del cubículo se estrelló
contra el suelo. Las lamentaciones del hombre se hicieron más audibles.
—Doctor Rossman— llamó Lydia, deteniendo al corpulento residente cuando pasa-
ba —Deje lo que esté haciendo y échele una mano a la Doctora Jeoung con el cubículo
dos. Va a necesitar ayuda.
Volvió su atención a Amanda —¿Quién sigue?
—Cubículo cuatro, una víctima de accidente automovilístico. Daños menores, pero
se está quejando de dolor en el cuello. Los paramédicos le pusieron un collar cervical
que no ha sido quitado todavía…
—El Doctor Kelley está disponible. ¿Lo traes para que le eche un vistazo?— La mira-
da de Lydia había caído en el cubículo más alejado. Su cortina estaba parcialmente
abierta, revelando a una mujer que se sentaba acurrucada sobre la mesa de exámenes.
Estaba en sus primeros treinta, impresionantemente bonita y bien vestida, su cabello
rubio estaba tirado hacia atrás en una larga cola de caballo. Lydia la reconoció. Elise
Brandt.
—¿Señora Brandt?— dijo, entrando al cubículo y cerrando la cortina a su espalda.
Lydia la había tratado unos cuantos meses atrás por una muñeca fracturada. Lo recor-
daba porque la radiografía había revelado otra antigua fractura en el radio del mismo
brazo que no había sanado bien. También habían habido magulladuras sospechosas,
pero cuando se le preguntó, Elise rápidamente las había atribuido al patinaje en el Pi-
edmont Park.
Estaba pálida. Un moratón ensombrecía el lado derecho de su mandíbula, la cual
también estaba un poco hinchada, y se sostenía un brazo protectoramente contra su
estómago. Parecía nerviosa, evitando mirar a Lydia a los ojos.
—Soy la Dra. Costa, Sra. Brandt. La traté antes…
—Ya estoy siendo tratada por alguien—interpuso ella tensamente —Acaba de estar
aquí.
Lydia consultó la historia clínica de la mujer en su Tablet. Notó que la presión san-
guínea de la mujer estaba baja —Un interno tomó sus signos vitales. Yo soy la doctora
tratante esta mañana.
La mujer no dijo nada, en cambio daba vueltas a su anillo de bodas, el cual tenía un
gran diamante rodeado de zafiros. Lydia examinó el moratón en su rostro. Era fresco,
tal vez tenía unas dos horas, pero no creía que su mandíbula estuviera rota. Mirando la
expresión ansiosa de la mujer, su intuición le habló al igual que lo había hecho la últi-
ma vez.
—Es un poco temprano para patinar, ¿no es así?— preguntó enfáticamente, tratan-
do de conseguir una reacción.
—Yo… me caí en casa, en las escaleras— tartamudeó Elise —Puedo ser tan torpe.
—¿Esta herida en algún otro lugar?
—Creo que tal vez me rompí una costilla. Me duele al respirar.
—Acuéstese sobre la camilla, por favor.
Hizo lo que le pedía, sus movimientos eran lentos y cuidadosos. Elise hizo una mu-
eca de dolor y se mordió el labio mientras Lydia presionaba cuidadosamente su caja
torácica, entonces sus manos se movieron más abajo hacia su abdomen. Su estómago
parecía un poco rígido al tacto, posiblemente indicando una hemorragia interna. Eso
podría explicar la presión sanguínea baja —En una escala del uno al diez ¿cómo evalu-
aría su dolor?
—Un ocho, tal vez.
—Voy a echar un vistazo, ¿de acuerdo?
Ella agarró la muñeca de Lydia, evitando que le subiera la blusa —¿Es eso necesario?
Quiero decir… preferiría que no lo hiciera.
—Tengo que hacerle un examen completo. Puedo hacer que una enfermera venga
aquí con nosotras si está incómoda
Elise finalmente sacudió la cabeza. Tragó con fuerza y volvió a poner la mano sobre
la camilla, mirando a las baldosas del techo.
Levantando la blusa de la mujer, Lydia sintió una silenciosa ira extenderse a través
de ella. Una contusión púrpura manchaba la piel sobre las costillas derechas inferiores
de Elise, justo por debajo de la banda elástica de su sujetador. Pero había otros more-
tones también visibles en su abdomen, sus colores iban del azul a un verde y amarillo
pálidos. Su variación indicaba que no habían sido causados al mismo tiempo. Algunos
eran de hacían días, otros de semanas atrás. La última vez que había visto a Elise, le
había dado una férula protectora para su muñeca y una prescripción para analgésicos
antes de darle de alta. Aun así, había pensado en ella después de que se marchara de
Emergencias, preguntándose si debería haber averiguado con más insistencia. Debería
haberlo hecho.
Lydia bajó la blusa de Elise. Su voz era gentil pero firme —No creo que usted se ca-
yera por las escaleras, Sra. Brandt.
La mujer apartó la mirada, su labio inferior temblaba —Lo hice.
—Alguien le está haciendo daño. ¿Es su esposo?
Su voz tembló mientras se sentaba —Por favor, sólo necesito algo para el dolor. No
debería haber venido. Pedí no verla a usted otra vez…
—Usted entiende que yo tengo la obligación de contactar con la policía acerca de las
lesiones no—accidentales o intencionales…
—Por favor,— repitió ella. Una lágrima se deslizó por su mejilla, y ella se la limpió.
—Yo… sólo quiero ir a casa, ¿de acuerdo?
Lydia sintió que sus hombros se tensaban. Esta siempre era una decisión difícil. In-
volucrar al cuerpo policial podía poner a la víctima en un mayor riesgo con el abusa-
dor, especialmente si se negaba a abandonarlo. Miró las costosas prendas y joyería de
la mujer, su bolso de diseñador y su manicura perfecta. Lydia se preguntó si, a pesar
de las apariencias, ella tenía los recursos para marcharse.
—Puedo ponerla en contacto con un refugio para mujeres,— le ofreció, tocándole el
hombro. —¿O quizás tiene amigos o familia adonde poder ir?
—Ni siquiera sabe quién es mi esposo, ¿no es así?— susurró Elise.
Lydia soltó un suspiro reflexivo. —La voy a admitir en el hospital, Señora Brandt…
Los ojos de ella se abrieron con temor. —¿Por cuánto tiempo?
—Eso depende. Necesitamos radiografías de sus costillas y llevar a cabo exámenes
de sangre y orina, además de un ultrasonido para descartar una hemorragia interna.
—No. No puedo quedarme…
Lydia bajó la voz. —Si está sangrando por dentro, puede ser muy serio. Sólo haga-
mos los exámenes y veamos con qué estamos lidiando primero, ¿de acuerdo? Puede
descansar aquí.
Elise parecía exhausta. Después de un largo rato, cerró los ojos con fuerza y asintió
levemente, otra vez retorciendo su anillo de boda. El gran diamante destellaba como
fuego bajo la iluminación fluorescente.
Lydia salió del cubículo y cerró la cortina a su espalda. Hizo un esfuerzo por repri-
mir su emoción. Llamando la atención de Roe, una de las jefas de enfermeras, le orde-
nó los exámenes. —Haz que alguien la vigile hasta que Radiología o Gastro vengan pa-
ra llevarla arriba.
Roe al parecer había visto a Elise en la sala de espera —¿Alguien golpeó a la mujer?
Lydia sintió náuseas. Necesitaba una cámara. Si Elise daba su consentimiento, pre-
tendía documentar las lesiones.
Un corto tiempo después, dejó el cubículo una vez más, habiendo tomado las fotog-
rafías con Roe y una trabajadora social presentes. Para su sorpresa, Elise no les había
refutado, ni había objetado cuando Lydia había sugerido que por lo menos hablara
con la policía para que entendiera sus opciones. Pero no había sido capaz de detener el
flujo de lágrimas o sus temblores.
Lydia esperaba haber hecho lo correcto en contactar con la policía.
Reparó en el aumento de actividad dentro del vestíbulo. Dos ambulancias estaban
descargando al frente, sus luces rojas se mezclaban en la bruma mañanera con las lu-
ces azules de los coches patrulla. —¿Qué está pasando?
—Una redada de Narcóticos salió mal,— le dijo Jamaal mientras registraba a través
de uno de los gabinetes detrás del escritorio de recepción.
Pensando en el tiroteo de Nate, Lydia sintió un inquietante deja vu. En ese momen-
to, las puertas automáticas se abrieron para las camillas que estaban siendo ingresadas
por los paramédicos. Un joven afroamericano fue ingresado primero, una pierna en-
tablillada y su muñeca derecha estaba esposada a la barra lateral de acero de la camilla.
Dos oficiales de policía lo acompañaban. Otra camilla llevaba a Antoine Clark, un de-
tective de Narcóticos que Lydia conocía del equipo de Ryan. Su ancho torso había sido
desnudado, y una venda estéril cubría un hombro. Estaba bromeando con uno de los
trabajadores de emergencias que caminaba al lado de la camilla, aunque hablando mal
de la última temporada de baloncesto de UGA. Lydia se hizo cargo, enviando al arres-
tado a una de las habitaciones en donde el equipo de trauma estaba instalado.
—Hola, Lydia.
—¿Cómo te va, Antoine?— preguntó ella, sacándole la venda para echarle un vista-
zo.
—Está yendo como la mierda…
—No hay herida de entrada. La bala lo rasguñó bastante bien,— le informó el para-
médico. —Eso va a doler como el infierno mañana, pero podría haber sido mucho pe-
or. Le dimos morfina, cuatro miligramos.— Hizo girar un dedo al lado de su oído —
Está un poco chiflado.
—Detective de Narcóticos con una maldita borrachera,— dijo Antoine sonriéndose
a medias.
—Vamos a cuidarte muy bien,— le aseguró. Más policías estaban apareciendo ahora
en el vestíbulo. Ella dirigió a otro de los doctores bajo su cargo. —Lleve al Detective
Clark al privado tres. Empiece a irrigar la herida y póngale un goteo de antibióticos.
—Tu esposo está viniendo en la retaguardia,— le gritó Antoine mientras se lo lleva-
ban.
Había querido decir ex—esposo. Los ojos de Lydia giraron hacia las puertas de
Emergencias, la sorpresa y el temor se entrelazaban en su interior. ¿Qué estaba hacien-
do Ryan con Narcóticos? Un oficial uniformado estaba entrando en una camilla, con
una máscara de oxígeno sobre su rostro. No era Ryan.
—Lesión con elemento contundente. Recibió un tiro en el chaleco,— le dijo el para-
médico acompañante. —Respira bien, pero tiene algunos moretones.
—Privado cuatro. Doctor Gulacki vaya con él.
Ryan entró con Mateo y otro oficial. Estaba herido pero, al menos, caminaba por sí
mismo, aparte de la gasa envuelta en su antebrazo derecho. La sangre se filtraba a tra-
vés del blanco vendaje.
—¿Cómo está Antoine?— preguntó él cuando lo alcanzó.
—Parece que sólo es una herida superficial. Tiene suerte.— Pero su enfoque estaba
en Ryan. Le miró el brazo.
—Una ventana rota,— explicó él. —Me hice el corte con el vidrio.
—Parece bastante profundo,— comentó Mateo.
Una enfermera llamó a Lydia desde la habitación donde había sido llevado el arres-
tado. Vaciló.
Ryan asintió dándole a entender que comprendía. —Estoy bien, Lyd. Ve.
Quería quedarse y encargarse ella misma de la laceración, ver cuán mala era en re-
alidad. También quería disculparse por su desaparición de anoche. No había sido justo
de su parte. Pero se había sentido rara y fuera de lugar en McCrosky, especialmente
después de que la camarera rubia se había presentado en el patio, indicando por se-
gunda vez que ella y Ryan tenían planes de algún tipo. La revelación la había sorpren-
dido y la había lastimado a la vez, pero sabía que no tenía absolutamente ningún de-
recho a sentirse de esa manera, especialmente cuando ella misma estaba viendo a algu-
ien más. También comprendía que era necesaria para las lesiones más serias. Rompi-
endo el contacto visual con Ryan, Lydia llamó con un gesto a Rossman.
—Lleve al Detective Winter para que le limpien el brazo. También necesita la antite-
tánica. Y es alérgico a la penicilina.
***
—Hablamos con ella. A menos que presente una queja, no hay mucho que podamos
hacer,— dijo el joven oficial de policía, dándole a Lydia un pesaroso encogimiento de
hombros.
Miró hacia la puerta cerrada de la habitación de Elise Brandt. Ian Brandt, su esposo,
había irrumpido en el hospital un poco más temprano, creando una escena en el escri-
torio de administración y demandando ver a su esposa. Lydia había estado ocupada
con otro paciente, pero se había enterado de la conmoción. —¿Usted no puede mante-
nerlo fuera de allí?
—No, señora. No si ella no quiere que lo hagamos.
Seavers estaba impreso en la placa de identificación de latón del oficial. Lydia no lo
conocía, aunque había visto a su oficial de entrenamiento en el campo unas cuantas
veces en el pasado. El policía mayor ya había bajado a la cafetería, sacudiendo la cabe-
za y diciendo que su involucramiento era desperdiciar el tiempo.
—Ella está insistiendo en que se cayó por las escaleras,— volvió a decirle el Oficial
Seavers. —Nos pidió que nos marcháramos.
Lydia frunció el ceño. —Yo tengo fotos de sus lesiones. Esas no fueron causadas al
caer por las escaleras…
—Serán evidencia si ella cambia de parecer con respecto a presentar cargos.
Ella sabía que el sí era uno bien grande. Al parecer, cualquier coraje que Elise Brandt
había exhibido había muerto rápidamente ante la llegada inesperada de su marido.
Frustrada, metió las manos en su bata de laboratorio. No salía ningún ruido de la ha-
bitación. Se preguntaba qué estaba sucediendo dentro.
—Si no le importa, Doctora Costa, necesito encontrarme con el Oficial Kirkpatrick.
Lydia le agradeció con poco entusiasmo y se quedó arraigada en el sitio mientras él
entraba al elevador. Las puertas se cerraron, y durante varios minutos se quedó miran-
do los grupos de macetas de plantas de plástico que servían como decoración en el pa-
sillo, tratando de decidir qué hacer. Una enfermera empujando un carrito de medici-
nas pasó por su lado. No podía dejarlo ir. Lydia se mordió el suave labio inferior, en-
tonces se dirigió hacia la habitación. No tocó antes de entrar.
Elise yacía en la cama, vestida con la bata de hospital y un goteo intravenoso sujeto a
la parte interior de su antebrazo. Apartó la vista de Lydia, fijándola en la pared. Ian
Brandt estaba sentado en una silla al lado de la cama, sosteniendo la mano de su espo-
sa. Era un hombre grande, bien vestido con un traje de negocios costoso, llevaba una
perilla y tenía el pelo negro como ala de cuervo engominado.
—Quería ver cómo estaba,— le dijo Lydia a Elise. Levantó la historia clínica sujeta a
los pies de la cama y le echó un vistazo, pasando varias hojas.
—¿Quién es usted?— quiso saber Brandt.
—Soy la Doctora Costa.
—¿Usted es su médico tratante?
—La Señora Brandt ha sido transferida al Doctor Waslow, uno de nuestros gastro-
enterólogos.— Ella no se inmutó por su dura mirada. —Yo admití a su esposa en
Emergencias.
Su mandíbula pareció tensarse mientras soltaba la mano de Elise y se enderezaba en
el asiento. El desafío se mezclaba en su voz, la cual había notado que tenía un muy li-
gero acento, uno que no podía situar completamente —¿Acaso los doctores de emer-
gencias hacen visitas a las habitaciones?
Lydia no respondió. Continuó enfocada en la historia clínica, no gustándole lo que
leía allí.
—Ya que éste Waslow no ha estado aquí todavía, usted puede firmar los papeles.
Quiero que den de alta a mi esposa de inmediato,— demandó. —Ella preferiría estar
en casa en su propia cama en donde estará más cómoda.
Lydia acalló el disgusto que irradiaba a través de ella. Habló con una paciencia for-
zada. —La Señora Brandt se presentó con dolor en la parte superior del abdomen y
falta de respiración. Una tomografía indicó una costilla rota y sangre filtrándose en su
diafragma. Mientras que la filtración puede resolverse por sí misma con descanso en
cama…
—Como ya dije, ella puede tener eso en casa.
Ella alzó la barbilla —La estamos manteniendo aquí veinticuatro horas, para obser-
vación y administración intravenosa de un analgésico. Si la hemorragia se vuelve peor
o no se aclara por sí misma dentro de un tiempo razonable, podría haber la necesidad
de cauterizar el área laparoscópicamente. Estoy segura que usted no querría arriesgar
su salud llevándosela fuera de aquí.
Brandt le lanzó una mirada. Elise sorbió suavemente y se pasó la mano por los ojos.
—Ella se queda.— Tocándole el hombro, Lydia suavizó su voz. —Quiero que me lla-
me si necesita cualquier cosa, ¿de acuerdo?
Ella no esperaba una respuesta, ni tampoco recibió ninguna. Aun así, dejó su tarjeta
sobre la mesita de noche y con una última mirada dura hacia Brandt, se marchó. Qu-
ería que él supiera que estaba vigilando. Con la espalda rígida, apenas había presiona-
do el botón del elevador cuando oyó la voz de él.
—Doctora Costa.
Lydia se dio la vuelta. Brandt caminó hacia ella. —¿Usted es la que llamó a la poli-
cía?
—Esta es la segunda vez que he tratado a su esposa en tres meses. Sus lesiones…
—Se las causa ella misma.— Hizo un gesto displicente con la mano, un Rolex de oro
destelló en su ancha muñeca, y suspiró pesadamente. —Sé lo que esto debe parecer.
Pero Elise está sola mientras yo estoy trabajando, y lo que ella no le dijo es que bebe
demasiado y toma pastillas. Tiene desmayos y no recuerda la mitad de las cosas que
hace.
Ni alcohol ni drogas habían aparecido en los exámenes de sangre de Elise. Lydia sin-
tió la ira burbujeando en su interior.
Él consultó su reloj, frunciendo el ceño. —Estoy faltando a una reunión importante
debido a esto. El ama de llaves llamó y dijo que Elise no se estaba sintiendo bien y que
había tomado un taxi desde casa. Tuve que llamar al servicio de taxis para averiguar
que ella había venido aquí, de todos los lugares.
Lydia entendió lo que él quería decir. Un hospital público. Ella apretó la mandíbula
cuando su compostura se quebró. —Esas lesiones no fueron causadas por una caída, y
usted lo sabe.
Brandt se envaró, entrecerrando los ojos.
—¿Entiende por qué vino al Mercy, y no a uno de los hospitales privados? Ella no
quería que usted supiera que había ido para ser tratada.— Lydia apuntó hacia la puerta
cerrada de la habitación. —Intentó presentarse como una indigente. Dígame por qué
su esposa estaría escondiendo el hecho de que necesita cuidado médico de su esposo.
Usted vino buscándola porque estaba preocupado de que alguien pudiera notificar a la
policía acerca de sus lesiones.
Su tono se volvió indignado. —No me gusta lo que está implicando…
—No estoy implicando nada. Usted está abusando de ella, y ella le tiene tanto miedo
que no hace nada para detenerlo.
El habitualmente ajetreado corredor estaba vacío por una vez. Ceñudo, Brandt se
acercó un paso, invadiendo su espacio e imponiéndose sobre ella. Lydia sintió que se
le secaba la boca. A pesar de las prendas costosas, de pronto parecía más un amenaza-
dor matón callejero. Sus labios se curvaron hacia atrás con fría diversión y sus ojos la
miraron de arriba a abajo.
—Lástima. Toda esa belleza arruinada por prendas desechables de hospital y una ac-
titud presumida.
La cara le ardió. —Yo soy doctora en este hospital…
Él bajó más la voz. —Me importa un carajo quién es usted. Debería aprender a ocu-
parse de sus propios asuntos.
—Y usted debería estar en la parte trasera de un coche patrulla.
Lydia sintió un fuerte estremecimiento, pero se negó a retroceder. La rabia llenaba
los ojos de Brandt. Comprendió el temor de Elise, claramente, en ese momento. La
campana del elevador sonó y las puertas se abrieron. Se volvió y entró en éste. Él no la
siguió, pero su mirada castigadora permaneció en ella hasta que las puertas se cerra-
ron otra vez. Sólo cuando el elevador empezó a descender, Lydia se permitió respirar.
Podía escuchar correr su sangre en sus oídos.
Ella quería, necesitaba, un trago. Sus nervios crispados pedían uno a gritos. Pero su
turno no terminaba hasta las seis, faltaba mucho tiempo.
¿Había hecho lo correcto reportando las lesiones a la policía? Insegura, Lydia se fro-
tó los ojos. Su esperanza había sido que su presencia le diera a Elise una sensación de
seguridad de manera que estuviera más dispuesta a levantar cargos. Ese plan había fal-
lado con la llegada de Brandt. Pensó en el precepto moral machacado en todos los es-
tudiantes de medicina.
Primum non nocere. Primero, no hacer daño.
Era posible que ella acabara de empeorar todo.
Llegando al piso principal, salió del elevador. Ryan estaba de pie en el vestíbulo de
Emergencias con Mateo y un puñado de otros policías, algunos con ropa de civil así
como uniformados. Al verla, Ryan se aproximó.
—¿Cómo está Antoine?— preguntó ella.
—Drogado y sin sentir dolor. Está en una habitación. Están manteniéndolo aquí es-
ta noche. Su esposa está adentro con él.
Ella le echó un vistazo a su brazo vendado, con una gasa estéril nueva. La manga de
su camiseta sólo ocultaba parcialmente el familiar tatuaje en su bíceps superior. Este
creaba un recuerdo involuntario y candente en su interior para el cual no había estado
preparada.
—El Doctor Rossman no tiene tu suave toque,— dijo Ryan. —Cuatro suturas. El
músculo no está dañado.
—Bien.— Ella asintió débilmente, contenta de recibir alguna noticia optimista.
Él la miró con sus ojos azules llenos de preocupación. Gentilmente, la tomó del bra-
zo y la guio a un lado fuera del flujo de tráfico. —Hey… ¿qué está mal?
La conocía así de bien, al parecer. La confrontación con Brandt la había sacudido.
Todavía se sentía como gelatina por dentro. Pero sacudió la cabeza, no queriendo in-
volucrarlo. —No es nada. Tuve un desacuerdo con un miembro de la familia de un pa-
ciente, es todo.
Ryan escrutó su rostro pero no la presionó, comprendiendo la confidencialidad con
el paciente. —Se suponía que esperaras por mí anoche.
Su tono era más inquisitivo que acusador. Ella apartó la vista de su mirada fija, no
queriendo señalar que había parecido que él había hecho planes, y ella no había queri-
do inmiscuirse. Se volvió a preguntar si su confirmación de que ella estaba viendo a
Rick Varek lo había incentivado para empezar a tener citas. Si era así, debería sentirse
feliz por él. —Lo sé… lo siento.
—El centro de la cuidad puede ser peligroso por la noche, Lyd. ¿Todavía llevas tu
spray de pimienta?
Él se lo había dado varios años antes, después de que una enfermera del turno noc-
turno había sido asaltada fuera de la cercana estación de trenes. Había insistido en que
lo llevara.
—¿Alguna vez dejas de pensar cómo policía?— Ladeando su cabeza hacia él, suspiró
suavemente. —Lo guardo en mi llavero, el cual estaba listo en mano durante todo el
camino hasta mi coche.
Una leve sonrisa tocó sus labios. —Esa es mi chica.
La familiar expresión de cariño hizo que una punzada de dolor la atravesara. Él apa-
rentemente se dio cuenta de lo que había dicho, porque la ligereza desapareció de sus
ojos, pero su mirada todavía sostenía la de ella. Buscando un cambio de tema, ella pre-
guntó, —¿Por qué estabas con Narcóticos? ¿Tenía algo que ver con Nate?
Él mantuvo su voz baja. —Teníamos la corazonada de que una pandilla callejera po-
día estar detrás de los tiroteos. Narco tenía una orden de registro, así que Mateo y yo,
y unos cuantos más de Homicidios nos unimos a ellos. Tenemos la esperanza de que
una pistola confiscada en la redada coincidirá con el arma homicida.
Ryan hizo un gesto de asentimiento a varios oficiales que le hablaron mientras se
marchaban. Mateo se quedó, aunque se había entretenido en una máquina expende-
dora en el área de espera de los pacientes, probablemente para darles a Ryan y a ella ti-
empo de conversar. Lydia podía verlo, buscando cambio en el bolsillo de sus vaqueros.
—¿Cuándo lo sabrás?
—Estamos esperando a los de balística. Les hemos metido prisa. Probablemente más
tarde.
Su arma no estaba en su sobaquera. El estómago de Lydia se agitó —Disparaste tu
pistola.
—Fallé, desafortunadamente. De todas formas, estoy fuera del campo hasta que me
den el visto bueno.
Como esposa de un detective, había aprendido el protocolo. Los forenses de la esce-
na del crimen estudiarían la trayectoria de las balas, incluyendo las que entraban en
los cuerpos. Las balas y los casquetes serían emparejados con las armas de manera que
tuvieran un conteo sólido de quién había disparado y desde donde. Esta era una legali-
dad necesaria. El trabajo policial tenía un conjunto de reglas, así como una cultura
completamente propia.
Por alguna razón, pensó en el abrigo formal de policía de Ryan, habiéndolo visto
colgado en el vestíbulo cuando ella se marchaba de McCrosky la noche anterior. Vari-
os otros habían estado allí también, pero había reconocido de inmediato el de él entre
ellos, sabiendo de memoria el número exacto de rayas en su manga indicando los años
de servicio, conociendo cada broche de cada mención honrosa, cada barra. Sus dedos
habían rozado brevemente su fina lana mientras salía, la nostalgia creada por la taber-
na y los otros oficiales la afectó.
—Víctimas en camino,— alertó Jamaal desde el escritorio. —Dos limpiadores de
ventanas cayeron del andamio sobre una cornisa inferior. Huesos rotos y una posible
fractura craneal. Vamos a necesitar un traductor.
—¿Cuánto falta para que lleguen?— preguntó Lydia.
—Cinco minutos.
—Te dejaré ir.— Ryan dio un paso atrás. Mateo ahora lo esperaba en el pórtico cu-
bierto de Emergencias. Era visible a través de las puertas de cristal, paseando de aquí
para allá y bebiendo una lata de Red Bull.
—¿Más cafeína?
Ryan se encogió de hombros. —En su defensa, hemos estado en esto desde las cinco
de esta mañana.— Sus ojos volvieron a ponerse serios. —No ha sido bajo las mejores
circunstancias, pero ha sido bueno verte estos pocos días pasados, Lydia.
Ella sintió un dolor sordo en el pecho.
Se miraron el uno al otro un buen rato. Entonces Lydia lo observó mientras pasaba
a través de las puertas automáticas, esquivando una camilla que estaba siendo ingresa-
da. Mirándolo mientras se unía a Mateo, reparó en la amplitud de sus hombros y en
sus esbeltas caderas cubiertas con los vaqueros.
El intercomunicador en lo alto llamó al Doctor Varek al ala de cirugía, lanzándola
de regreso al frenesí de actividad que la rodeaba. Se volvió a tiempo de ver a Ian
Brandt caminando a través del vestíbulo. Se estaba dirigiendo a la salida, aparente-
mente, pero no se había dirigido a la entrada principal del hospital. En cambio, quería
dejar algo en claro al pasar por Emergencias. Fijo sus ojos color obsidiana en los de el-
la, haciendo que su boca volviera a secarse.
—Manténgase lejos de mi esposa,— le ordenó al pasar.
Capítulo 9
—Adivina a quién hice detenerse en Peachtree anoche— le dijo un policía unifor-
mado a otro mientras pasaban a través de la central de policía —A Janet Jackson.
—¿Me estás jodiendo? ¿Para qué?
—Una de sus luces delanteras estaba apagada.
Ryan vio a Mateo levantar la vista de su papeleo y poner los ojos en blanco a pesar
de las risitas alrededor de la sala. Era una antigua broma.
En el exterior, tonos de berenjena y malva habían reemplazado el previo azul del ci-
elo mientras el día se acercaba al anochecer. Los detectives habían empezado a retirar-
se mientras los uniformados que trabajaban los turnos nocturnos se estaban reunien-
do para pasar la lista de asistencia. Ryan miró entre las persianas mientras completaba
su conversación telefónica. Observando el ajetreo de la última hora punta, estaba sen-
tado en el borde de su escritorio, sosteniendo el auricular entre su hombro y la oreja.
Balística le había dado el informe sobre la nueve milímetros.
—No coincide,— dijo mientras colgaba. No había habido silenciador en la pistola,
algo que él había esperado que no significara nada.
—Maldición,— murmuró Mateo —Sigue siendo una buena redada, Ry. Dos kilos de
metanfetamina y otras drogas, sin mencionar una docena de pistolas.
Pero no los había llevado más cerca de identificar al asesino de Nate.
El sonido de una puerta siendo cerrada con fuerza captó su atención. Seth Kimmel
había salido de la oficina de Thompson. Le lanzó una mirada letal a Ryan antes de salir
al pasillo, al parecer consciente de que él había sido el que había hablado con el capi-
tán. A Ryan no le importaba. Él ya se había ganado una reprimenda. Mateo se levantó
de donde había estado sentado en su escritorio y se acercó. Había oído acerca del al-
tercado.
—Espero que Thompson le haya hecho un reporte por escrito y no sólo una regañi-
na.
Ryan estuvo de acuerdo con un gruñido. Se decía que esta no era la primera en el
expediente de Kimmel. Ya había habido quejas de civiles acerca de su descortesía y fu-
erza excesiva.
—Mientras te vuelvas a poner las pilas otra vez…— Mateo indicó la pistola que le
habían devuelto hacía poco tiempo y que ahora yacía en un cajón abierto del escritorio
de Ryan. —¿Quieres hacer una última llamada?
—¿Adónde?
—A Old Fourth Ward. Lamar Simmons acaba de entrar a The Copper Coin. El bar-
man me envió un mensaje de texto. Se ha encerrado con una botella y dos de sus da-
mas en el cuarto trasero.
Simmons era una persona a tener en cuenta en el caso de una prostituta de diecioc-
ho años estrangulada y abandonada en un contenedor de basura detrás del Philips
Arena. Un conocido proxeneta, había mantenido un perfil bajo, y los dos detectives
querían hablar con él. Habían sospechado que eventualmente se dejaría ver en uno de
sus puntos regulares y habían dejado correr la voz.
Considerando la noticia con relación a la nueve milímetros confiscada, Ryan pensa-
ba que podrían hacer progresos en algún sitio.
—Vámonos.— Se puso de pie y enfundó su Glock en la sobaquera. Debido a que ha-
bía tenido que esperar la autorización después de la redada en Purvis Street, no había
tenido más remedio que pasar la mayor parte del día sentado en su escritorio, comple-
tando formularios y haciendo llamadas telefónicas. Tenía claustrofobia. Otra nota
amarga, se habían enterado de que la casa de la redada no podía ser conectada a Quin-
tavius Roberts, ya que la propiedad pertenecía a la abuela fallecida de uno de los mi-
embros menores de la pandilla. Quintavius estaba a salvo a menos que el muchacho lo
implicara, lo que era dudoso. Pooch también se había escapado, evadiendo su captura
hasta el momento. Pero con el decomiso, los HB2 habían perdido una importante can-
tidad de ingresos potenciales.
—¿Cómo está el brazo?— preguntó Mateo mientras salían al aparcamiento en el
crepúsculo.
—Viviré.
Se detuvieron cuando el coche patrulla de Kimmel pasó rodando. Aceleró el pode-
roso motor y picó llantas mientras utilizaba la barra de luces intermitentes para cortar
a través del tráfico en Baker Street.
—Gilipollas,— gruñó Mateo.
Mientras llegaban al Impala, otra unidad se paró a su lado en el ajetreado aparcami-
ento. Randal Kirkpatrick, un policía veterano que estaba sirviendo como Oficial Ent-
renador de Campo para uno de los novatos, se sentaba detrás del volante, su pupilo
mucho más joven estaba en el asiento del pasajero. Ryan y Mateo hablaron con ellos
mientras salían.
—Oímos acerca de la redada en Purvis,— dijo Kirkpatrick. —Pandilleros saltando
desde los tejados y disparando mientras caen. Esa sí que es una mierda de Spiderman.
Y que lo digas.— Mateo abrió la puerta del lado del conductor del Impala.
Hey, Winter, ¿todavía estas en términos decentes con tu ex?
La pregunta tomó a Ryan por sorpresa. —Sí.
—Bien por ti. Yo no puedo soportar a la mía. Entonces querrás darle un consejo.
Que se mantenga lejos de los asuntos de Ian Brandt.
Las bocinas de los coches sonaron en la calle adyacente. El nombre no le era familiar
—¿Quién?
—Empresario, un tipo de cuidado,— dijo Mateo. —Vi un artículo de él hace unas
semanas. El periódico le estaba besando el trasero como lo hacen con todas las seudo
—celebridades en Hotlanta.
Kirkpatrick asintió. —Ese es él. Tiene negocios legítimos, estudios de grabación que
abastecen a la multitud del hip—hop, restaurantes elegantes y un montón de inversi-
ones comerciales en bienes raíces. Pero también dirige unas cuantas empresas de las
que se hace la vista gorda, El Suede y unos cuantos clubes nocturnos más. Está conec-
tado, y contribuye en grande con los políticos locales, algunos de los más corruptos, ya
sabes a lo que me refiero. Lo peor es que tiene vínculos con el bajo mundo, drogas, la-
vado de dinero, aunque nunca ha sido encerrado por eso. No es alguien con quien
conviene meterse.
Ryan frunció el ceño. El Suede era un nuevo salón para el entretenimiento de adul-
tos. Este tenía una creciente reputación de ser un lugar de moda así como un imán pa-
ra meterse en problemas, incluyendo prostitución y drogas. —¿Cómo está Lydia invo-
lucrada con este tipo?
El Oficial Seavers habló. Era un P2, en entrenamiento, en la segunda fase de su perí-
odo de prueba. —Fuimos al Hospital Mercy esta mañana para comprobar una situaci-
ón de abuso conyugal. Resultó que era la esposa de Brandt. Ella se negó a presentar
cargos. Su esposa, quiero decir, su ex estaba bastante fastidiada con esto.
Brandt debía ser con quien Lydia había tenido una confrontación en el hospital. —
¿La esposa estaba maltratada?
—Estaba bastante golpeada— Kirkpatrick se alzó la gorra del uniforme y se rascó la
cabeza canosa antes de volver a ponérsela. —Pero como dijo el muchacho aquí pre-
sente, ella niega que su esposo sea el responsable. Insiste en que se cayó por las escale-
ras, lo cual la buena doctora no se creía. Sabes cómo es esto. Si la esposa no pide ayu-
da, no podemos hacer nada.
Intercambió insultos bien intencionados con otro policía que se dirigía al edificio,
entonces volvió a la conversación. —De todas formas, yo pensé que querrías saberlo.
—Gracias.
Kirkpatrick y Seavers partieron. En lo alto, las luces parpadearon alrededor del re-
cinto amurallado. Ryan procesó la información, el aire a su alrededor mantenía el olor
de los gases de escape de la calle.
—¿Quieres volver a entrar?— preguntó Mateo. —¿Investigar a este sujeto?
Ryan entendía la ley con respecto a la violencia doméstica. Pero también conocía lo
sensible que era Lydia a ésta. Tales casos en Emergencias siempre habían sido particu-
larmente angustiantes para ella, volviendo a abrir heridas de su pasado. Su madre ha-
bía sido una víctima, el abuso verbal y físico de su padre había ocupado gran parte de
la niñez de Lydia hasta que Nina Costa finalmente lo había dejado, llevándose con ella
a Lydia y a su hermana menor, Natalie. Imaginaba el encuentro que Lydia probable-
mente tuvo con Brandt. Aun así, el deber llamaba. —Vamos a ver a Simmons antes de
que vuelva a salir del radar. Investigaré a Brandt cuando regresemos.
En el interior del coche, la voz de Mateo era tentativa mientras arrancaba el motor.
—Tú y Lydia estáis hablando en estos días. Eso es bueno, ¿no es así?
Ryan hizo una mueca de dolor al utilizar su brazo lesionado para asegurar el cintu-
rón de seguridad. —Es sólo la situación, el asesinato de Nate, el viaje a Emergencias
esta mañana. Nos ha estado juntando.
—Pero es un comienzo.
El no respondió, en cambio se ocupó de buscar la prescripción del antibiótico que
había puesto en la guantera, la que compraría en la farmacia abierta 24 horas en cami-
no a casa. Aun así, era consciente de que Mateo seguía mirándolo mientras salían del
estacionamiento.
Los compañeros se unían por necesidad. Aparte de Adam, Mateo lo conocía mejor
que nadie, sabía lo mal que lo había pasado con la muerte de Tyler. Mientras Lydia se
retiraba a Nueva Orleans, Ryan había regresado a trabajar no mucho después, buscan-
do refugio en la rutina del trabajo tan pronto como el psicólogo del personal le dio el
visto bueno. Había creído que era la mejor manera de sobreponerse. Pero también sa-
bía que Mateo había sido una especie de niñero para él, asegurándose de que estuviera
estable y lo bastante enfocado para no poner vidas en peligro.
La verdad era que había estado hecho un desastre.
Mateo lo había apoyado un montón. Pero él era también un esposo, un padre… ha-
bía comprendido. Con una sensación de vacío en su interior, Ryan metió la prescripci-
ón en el bolsillo de sus vaqueros. El escáner policial en la consola cobró vida, el código
suministrado indicaba una queja pública más allá de la Internacional. Algo para que
manejen los uniformados.
—Todavía le importas, hombre.— Mateo giró bruscamente a la izquierda, pasando
con las justas una luz amarilla en la intersección. Le lanzó una mirada a Ryan, con
expresión seria. —Ella volverá. Evie piensa eso, también. Ustedes dos han pasado a
través de la peor clase de infierno, pero os pertenecéis. Cualquiera puede ver eso.
Ryan dejó escapar un suspiro, mirando hacia fuera por el parabrisas. Adam lo sabía.
Mateo también debería saberlo.
—Ella está viendo a alguien,— dijo quedamente.
En realidad no había una respuesta que Mateo pudiera dar a eso. Con una suave
maldición, aceleró el coche.
***
La entrevista con Simmons había tomado más tiempo que el anticipado, la actitud
poco cooperativa del proxeneta le valió un viaje a la central. Y mientras que su coarta-
da era sospechosa, por el momento no había evidencia suficiente para retenerlo. Dos
horas después, salió pavoneándose, acompañado por su abogado defensor. Las dos
mujeres con las que había estado en el bar lo habían estado esperando. El instinto le
decía a Ryan que Simmons era tan culpable como el pecado, aunque probarlo sería ot-
ro asunto. Y tampoco era que las prostitutas adictas estuvieran en un nivel alto en la
lista de prioridades del departamento. Pero LaShonda Butler tenía una madre con el
corazón partido que quería respuestas. No planeaba rendirse.
Pensó en la nueve milímetros de la redada de esa mañana que no había coincidido.
Tampoco planeaba rendirse en relación a Nate.
Por el momento, sin embargo, estaba sentado en su escritorio en frente de la com-
putadora. Mateo se había ido, las luces estaban bajas alrededor del interior del edificio,
y solamente otro detective quedaba, absorbido en su propia carga de papeleo. Averi-
guar antecedentes no estaba autorizado, pero la advertencia de Kirkpatrick acerca de
Ian Brandt había estado en su mente. Como doctora de Emergencias, Lydia no era aj-
ena a confrontaciones con pacientes o con sus familiares, pero estaba bastante claro
que había estado alterada por el intercambio.
No encontró nada sobre Brandt en un chequeo de su historia criminal en la base de
datos del Centro Nacional de Información de Crímenes. Pero pasando a sus archivos
con Orden de Protección, Ryan localizó su nombre dos veces. Dos mujeres habían pe-
dido órdenes de alejamiento contra él, una no hace mucho tiempo en Atlanta y otra en
Boca Ratón cinco años atrás. No eran buenas noticias.
Cerrando la base de datos, comenzó una búsqueda general en la Web que generó
una avalancha de resultados. Intercalado con las Relaciones Públicas y giros en la mer-
cadotecnia, incluyendo la participación de Brandt en varias juntas empresariales y sin
fines de lucro, Ryan encontró lo que estaba buscando. De acuerdo a varios artículos,
Brandt había sido nombrado en investigaciones locales en dos ocasiones separadas,
una relacionada con lavado de dinero y una por asalto, pero no podía encontrar nin-
guna mención de lectura de cargos. No era que eso importara. Había sido policía el ti-
empo suficiente para saber que el dinero y las conexiones, así como abogados muy bi-
en pagados, a menudo podían hacer desaparecer esas cosas.
Un corto tiempo después apagó el monitor, esperando que la implicación de Lydia
con Brandt estuviera terminada. Si la esposa se había negado a presentar cargos, su
implicación debería terminar allí.
Eran casi las diez. Le dio las buenas noches al detective que quedaba y salió a través
del vestíbulo. Adam estaba parado hablando con un empleado en la mesa de recepci-
ón. Estaba uniformado.
—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó Ryan.
—Transferencia de mi zona a la tuya. La verificación de antecedentes en un control
rutinario de tráfico mostró tres órdenes judiciales activas. Tienes aquí a un detective
que reclama al tipo. Sólo estoy esperando por el papeleo.— Señaló con el pulgar hacia
el pasillo que llevaba a los baños. —Y por mi compañero.
Adam reparó en el antebrazo vendado de Ryan. —¿Qué sucedió?
—Un desacuerdo con una ventana. Yo perdí— Ryan lo puso al tanto de la redada,
incluyendo el fracaso en localizar el arma homicida.
—Mala suerte,— dijo Adam con seriedad. Cambió de postura para permitir que pa-
saran dos oficiales que escoltaban a un detenido que se debatía. El hombre esposado
gritaba obscenidades. Adam sacudió la cabeza mientras aceptaba los papeles de trasla-
do del empleado. —Hay luna llena. Los locos andan sueltos.
—¿Alguna interferencia al llevar a Molly a la estación anoche?
—Era tarde así que simplemente la llevé a su casa.
Ryan alzó las cejas.
—Nos tomamos otra cerveza en su casa y pasamos el rato. Podías haber sido tú,
hombre.— Cambió de tema. —Hey, hay un grupo de nosotros que estamos quedando
para ver el partido el Sábado por la noche. ¿Te apuntas?
Ryan pensó en su carga de casos. Los uniformados trabajaban turnos asignados mi-
entras que los detectives generalmente trabajaban las veinticuatro horas del día. —Eso
depende. Ya te avisaré.
El compañero de Adam salió del baño. Saludándolo con un asentimiento, Ryan ob-
servó a los dos oficiales salir por las puertas principales de la central. Entonces firman-
do su hora de salida en el escritorio de administración, se encaminó hacia el recinto
trasero por su todoterreno. Después de hacer una parada en la farmacia 24 horas para
comprar su prescripción, tomó la dirección de Peachtree hacia la Avenida Ponce de
León, conocida por los de la localidad simplemente como Ponce. La calle era un revol-
tijo de antiguos edificios deteriorados intercalados con nuevos edificios y centros co-
merciales. Ryan transitó un par de millas por allí, pasando por el recientemente reno-
vado Mercado de la Ciudad de Ponce antes de girar hacia la derecha hacia la Avenida
North Highland y entrar al Parque Inman. Llegando a su casa, ingresó en el camino de
entrada para un solo coche. El anestésico utilizado para las suturas había perdido su
efecto hacía horas, y el brazo le dolía. Se dio cuenta que estaba absolutamente cansado,
recordando lo poco que había dormido la noche anterior.
Estacionando debajo de la ventana oscura del apartamento de Tess, se encaminó ha-
cia el porche frontal y entró utilizando su llave. El sistema de seguridad no estaba acti-
vado, no era algo inusual ya que Tess detestaba cualquier tipo de electrónico y nor-
malmente lo dejaba desactivado después de terminar de hacer los quehaceres de la ca-
sa. Con seguridad había estado aquí, se dio cuenta mientras dejaba caer la bolsa de la
farmacia sobre una mesa en la entrada envuelta en sombras. Había dejado una nota al-
lí, dejándole saber que había alimentado a Max y que le había puesto su inyección de
insulina.
Está demasiado gordo. No permitas que te convenza de alimentarlo otra vez, había
escrito en su escritura florida. Pero el gato no estaba por ningún sitio.
Caminando hacia la oscura sala de estar, Ryan lo llamó, quitándose la sobaquera
con la pistola enfundada y depositándolas sobre el sofá. Alcanzando la lámpara en la
mesa lateral, se congeló ante el sonido metálico de una bala cayendo en la recámara.
Su sangre se congeló cuando la punta del cañón de una pistola presionó detrás de su
oreja derecha.
—Has estado muy preocupado por dos policías muertos,— dijo una voz gutural. —
Casi como si supieras que serías el siguiente.
Capítulo 10
Ryan reconoció el áspero tono callejero. Con el corazón latiéndole con fuerza, se en-
derezó y levantó las manos a los lados. —Estoy desarmado.
Pooch presionó el cañón con más fuerza. —¿Te crees que me importa un carajo?
Impaciente por desquitarse por el tiroteo a Antoine, la policía había emitido una or-
den de búsqueda para Pooch después de la redada de esa mañana. Los coches patrulla
habían explorado partes de la ciudad que se sabía que frecuentaba. Ryan se preguntaba
cuánto tiempo había estado aquí, esperando por él.
Tess. Sintió una ola de temor. Ella había estado en la casa. —Había una mujer…
—¿Esa es tu mamá?
—No. Limpia la casa, eso es todo…
—Qué mal. Me gusta la idea de que el Detective Winter sea un niñito de mamá.—
Empujando a Ryan con el cañón de la pistola para que avanzara, Pooch los encaminó
a ambos lejos de la luz del porche que se filtraba a través de las ventanas frontales. Fu-
era de la vista de un posible transeúnte de la calle. Ryan miró alrededor buscando al-
guna señal de Tess, esperando que la nota significara que había entrado y salido sin in-
cidentes. No quería pensar en Pooch confrontándola.
La presión abandonó su cráneo. —Da la vuelta lentamente…
Obedeció. Apuntándolo con el arma, caminando hacia atrás, Pooch levantó la soba-
quera y el arma del sofá, y las arrojó fuera de alcance. Sus ojos destellaban como fuego
en las sombras. —Fiel a tu palabra, ¿eh, Winter? Hiciste que los de narcóticos nos ca-
yeran encima. Encendiste el calor como dijiste que harías. Tengo un consejo para ti,
Detective. Nunca confundas una sola derrota con una derrota final.
Con la garganta seca, Ryan enfrentó la mirada dura de Pooch. —Narcóticos estaba
yendo por ti de todas formas. Habían estado esperando la oportunidad. El cargamento
de metanfetamina se la dio.
—Mira, creo que tú hiciste más que eso.— Agarró el arma de costado, disfrutando
obviamente el control que él tenía.
La tensión atravesó a Ryan. Si pudiera distraerlo, podría atacarlo, pero su mente ra-
cional sabía que casi con seguridad podía acabar con un balazo letal. —Entonces, ¿qué
es lo que quieres, Pooch?— le preguntó con calma, a pesar de que la adrenalina bom-
beaba a través de él.
La boca del otro hombre se extendió en una mueca de desprecio. —¡Lo que quiero
es que tus sesos exploten por toda esa pared!
Aun así, no apretó gatillo. En cambio, hizo todo un espectáculo en echar un vistazo
al lugar. Dio unos cuantos pasos antes de hacer que la lámpara sobre la mesa lateral se
estrellara contra el suelo. Levantando la enmarcada foto familiar que había estado al
lado de ésta, le echó un vistazo. —¿Esta es tu mujer? ¿Tu hijo?
La mandíbula de Ryan se apretó. Las manos del matón sobre la atesorada imagen lo
hacían arder.
—¡Te hice una pregunta!—Aun apuntándolo con el arma se le acercó amenazadora-
mente, su tono alto hacía eco en el techo.
—Es mi ex—esposa.
—Ex, ¿eh? ¿No pudiste mantenerla satisfecha? Apuesto a que yo podría.— Con una
sonrisa lasciva arrojó la foto. Ryan se encogió ya que no se estrelló por unas pulgadas
contra artículos de porcelana china y de cristal en el estante de libros, haciendo volar
las esquirlas. Pooch ladeó la cabeza, endureciendo sus facciones enjutas. —¿Qué? ¿No
me vas a suplicar? ¿Pedir por tu vida?
Mirando el cañón del arma, Ryan sintió que sus pulmones se estrujaban. Aun así,
dijo la verdad. —Estás aquí por una razón. Si es matarme, entonces el que yo te supli-
que no va a cambiar nada. ¿Pero el policía al que disparaste? Va a estar bien. Si me
matas, eso es una historia completamente diferente.
Pooch se le acercó como un depredador, la poderosa pistola apuntaba ahora al rost-
ro de Ryan. Sus latidos resonaban en sus oídos. Luchó contra la urgencia de levantar el
brazo en autodefensa, un instinto natural pero sin sentido. Pocos sobrevivían a dispa-
ros en la cabeza a corta distancia. Nadie querría hacerlo. Con los nervios crepitando y
acidez estomacal, se preparó para agarrar la pistola. Al menos caería luchando.
—¿Qué te parece si hacemos esto de forma agradable y lenta, Detective?— Sonrien-
do con frialdad, Pooch hizo un giro rápido con el cañón como si fuera un puntero la-
ser. —Una en la rodilla, una en el estómago. Puedes sentir eso por un rato antes de que
te coloque una en la cabeza. Puedo hacer que esto dure varias horas, hacer un sánd-
wich en tu maldita cocina mientras yaces en el suelo y te desangras. ¿No quieres rogar
por tu vida, hijo de puta? ¿Qué tal si yo te hago rogar hasta morir?
Estaba tan cerca ahora que incluso en la oscuridad Ryan podía ver sus ojos enrojeci-
dos, su esclerótica surcada de venas. La baba volaba de sus labios mientras continuaba
despotricando contra él. Era el momento.
Con el corazón agarrotado, saltó hacia adelante, agarrando el brazo de Pooch y for-
zándolo hacia arriba. La pistola disparó hacia el techo mientras los dos hombres luc-
haban por el control. Los zapatos de vestir de Ryan se resbalaron en el suelo de made-
ra, dándole al codo de Pooch la oportunidad de golpearlo fuerte en las costillas. Se
tambaleó, apoyándose contra la mesa justo cuando el pandillero le dio un golpe en el
rostro con el cañón de la pistola. Sintió un agudo dolor a través del cráneo. Se desmo-
ronó, quedando tumbado en el suelo. Su visión se emborronó.
—Tienes suerte de que no dependa de mí.— Pooch se cernía por algún lugar encima
de él —Te sacaste la lotería, cabrón. Quintavius está cabreado, pero va a dejar que vi-
vas.
Ryan escuchaba a través de la bruma que lo envolvía, el suelo se ladeaba.
—Jewel Magill. Es por eso que todavía estás respirando. Pero Quintavius quiere que
entiendas una cosa.— Puntualizó sus palabras. —Nosotros no hemos matado a nin-
gún policía, ¿me oyes? Todavía. Ahora mantente fuera de esto.
Ryan intentó enderezarse, pero una fuerte patada en su costado lo volvió a tumbar.
Un escupitajo le cayó en la nuca. Oyó el sonido de pasos corriendo y una puerta abri-
éndose en la parte trasera de la casa. Para cuando había recuperado el suficiente equ-
ilibrio para impulsarse hacia arriba, unas llantas chirriaron en el exterior. Ryan se fue
tambaleando hacia la ventana, pero el coche ya había desaparecido por la calle de tres
carriles.
—¡Tess!— llamó en la silenciosa casa. Revisó las habitaciones una por una, encont-
rando sólo a Max en un armario abierto, escondiéndose del intruso. Los ojos amarillos
del felino lo miraron parpadeando. Poniendo a un lado el mareo, Ryan corrió hacia
afuera. Gritando el nombre de Tess. Había llegado a la mitad de las escaleras de su
apartamento cuando escuchó su voz en el camino de entrada de abajo.
—Ryan, ¿qué diablos?
El alivio lo llenó mientras bajaba. Llevaba una túnica roja con cuentas doradas sobre
sus mallas. Los brazaletes tintinearon cuando la agarró de la parte superior de los bra-
zos.
—¿En dónde estabas?
—En el Inman Drip,— dijo ella, refiriéndose a una cafetería cercana. —Había una
lectura de poesía…
—¿Viste un coche?
—No. Me fui por la parte de atrás.
Como muchos residentes del vecindario, Tess no tenía un coche propio. Apuntó ha-
cia un espacio entre el garaje y unos setos que bordeaban el patio del vecino. Aunque
el vecindario estaba volviendo al aburguesamiento, el crimen seguía siendo un proble-
ma, y él le había advertido acerca de usar rutas sin iluminación por la noche. Ryan hi-
zo un gesto de dolor cuando se tocó el lado de la cabeza. No estaba sangrando, pero se
le había formado un doloroso bulto. El costado le dolía por la patada de Pooch.
—Muchacho, ¿estás bien? ¿Qué le pasó a tu brazo?
No respondió, en cambio sacó su teléfono del bolsillo de sus vaqueros. Sosteniendo
en alto una mano indicando silencio, hizo una llamada al 911, identificándose con su
número de placa y explicando al secretario lo que acababa de ocurrir. Pero sin la desc-
ripción del coche, no era probable hacer un arresto. El vehículo había tomado la izqui-
erda en la calle principal, sabía eso por el sonido. Probablemente había ido por el Bo-
ulevard a la cercana interestatal, ya estaría saliendo de la zona.
Ryan sentía una incertidumbre creciente. Quintavius se había tomado muchas mo-
lestias para asegurarle que los HB2 no estaban involucrados en los tiroteos. Junto con
el fracaso que tuvieron al no coincidir la nueve milímetros confiscada con los homici-
dios tenía que abrirse a la posibilidad de que los arañazos con las llaves no fueran una
conexión con la pandilla. Tan sólo un callejón sin salida que había estado persiguien-
do ciegamente.
—Eso que oí fue un disparo en vez del escape de un coche,— se inquietó Tess, con la
cara pálida mientras él desconectaba la llamada. —Todo esto es mi culpa. Me has dic-
ho una y otra vez que active la alarma…
Él sacudió la cabeza. —Entonces me habría estado esperando afuera.
Jewel Magill. Ryan conocía el nombre. Había sido profesora de un colegio público,
una mujer decente brutalmente golpeada y asesinada a tiros durante una invasión a su
hogar. Después de una investigación de dos días, había hecho el arresto, uno de los
primeros que hizo después de ser promovido a detective. Eso había sido años atrás,
antes de que lo pusieran de compañero de Mateo. Se preguntaba qué conexión tenía
Quintavius con ella.
En todo caso, ella era la razón de que estuviera respirando en este momento. Pooch
se le había anticipado. Tenía suerte de estar vivo.
***
Lydia le señaló el bungaló al conductor del taxi, pagó la tarifa y emergió bajo el
manto violeta de la noche. Pasando el oscurecido coche patrulla que estaba estaciona-
do en la calle, subió por los escalones de ladrillo bordeados de hiedra hacia el porche
con su balancín de dos asientos. Se sentía mareada por el vino que había estado bebi-
endo pero Tess había llamado, contándole lo que había ocurrido y pidiéndole que vi-
niera ya que Ryan se había negado tercamente a que lo viera un médico. Había estado
en pijama, pero se había vuelto a vestir rápidamente y llamado a un taxi.
La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Los dos oficiales uniformados que sa-
lieron la saludaron educadamente mientras pasaban por su lado, uno de ellos llamán-
dola por su nombre. Al entrar, el pulso de Lydia se disparó ante la destrucción, el cris-
tal hecho añicos y el yeso caído. Levantó la vista hacia el agujero que indicaba la direc-
ción de la bala, sospechando que ésta ya había sido sacada del techo y tomada como
evidencia.
—¿En dónde está?— preguntó cuándo Tess entró a la sala.
—Se fue a tomar una ducha. Gracias por venir, Lydia. Me va a despellejar por lla-
marte, pero necesita alguien que lo vea.
—Hiciste lo correcto,— le aseguró mientras Max se frotaba contra su tobillo.
—La gente de la escena del crimen vinieron y se marcharon. He estado tratando de
limpiar, pero Ryan quería hablar con los oficiales aquí a solas.— Sacudió la cabeza, ec-
hando una mirada alrededor con desaliento por el caos. —En mis tiempos, los crimi-
nales trataban de evitar a la policía. No venían a buscarlos. Él no piensa que se hayan
llevado algo a excepción de algo de dinero, gracias al cielo por la caja de seguridad.
La caja a la que ella se refería estaba en el armario del dormitorio principal. La pequ-
eña caja atornillada al piso era donde Ryan había guardado su pistola de servicio y de
respaldo a salvo del alcance de Tyler, así como papeles importantes y unos cuantos ar-
tículos irremplazables.
Hablaron unos cuantos minutos, hasta que Tess se retorció las manos y soltó un
cansado suspiro. —Bueno, ahora que estás aquí, me voy arriba para pintar un rato.
Eso me estabiliza los nervios. Dile a Ryan que me encargaré de todo esto por la maña-
na.
—Buenas noches.
—Te diría que no lo sorprendas allí dentro, pero no es nada que no hayas visto an-
tes.— Con un guiño que contradecía el estrés en sus facciones le palmeó el brazo a
Lydia y salió de la casa.
Lydia observó desde la ventana hasta que la otra mujer estuvo a salvo en su aparta-
mento, entonces cerró los ojos y se pasó una mano por el rostro. Parpadeando para ac-
lararse la cabeza, con los brazos cruzados sobre su pecho, se encaminó hacia el umbral
del pasillo. La puerta del dormitorio principal estaba cerrada, y podía oír el leve sonido
del agua detrás de ésta, que venía del cuarto de baño adjunto. Sabía que debía avisarle
a Ryan que estaba allí, pero en cambio permaneció en silencio, con sus ojos fijos en la
otra puerta cerrada.
Sintió un dolor familiar.
Cuando había tomado la decisión de mudarse, el dormitorio de Tyler había perma-
necido intacto, como si él de alguna forma pudiera regresar a ellos. Lo había evitado
cuidadosamente en sus visitas. Lydia no tenía idea de si estaba vacío ahora, si Ryan ha-
bía finalmente empaquetado su ropa y juguetes.
La culpa le tensó la garganta. Eso era algo más a lo que lo había dejado enfrentarse
solo.
Mordiéndose el labio, recordando imágenes agridulces, se retiró a la cocina para
buscar una escoba.
Apenas se había levantado de estar arrodillada, donde había estado barriendo los
cristales rotos y el yeso, cuando Ryan dijo su nombre. Con las manos metidas en los
bolsillos de sus vaqueros, su pelo húmedo, él se había puesto una camisa, pero ésta es-
taba desabotonada y fuera de los vaqueros, revelando los duros pectorales y el vello del
pecho. Claramente había pensado que Tess se había marchado y que estaba solo.
—Tess te llamó,— dijo él como disculpándose. Cuando ella bajó el recogedor y se le
acercó, él se agarró la nuca. —Maldita sea. Es tarde. Eso no era necesario.
—Ella dijo que te negaste a que te vieran los paramédicos.
—No los necesitaba. No es para tanto.— Señaló su brazo vendado, frunciendo leve-
mente el ceño. —Y sin ofender, pero ya he tenido mi parte de ser pinchado por un día.
Mirándolo, Lydia presionó sus labios. —Bueno, ya que estoy aquí, ¿por qué no te ec-
ho una mirada? Te prometo que mantendré los pinchazos al mínimo.
Sus ojos se quedaron fijos en los suyos hasta que finalmente él soltó un suspiro de
resignación y fue a sentarse en el sofá. Tess le había dado un resumen de sus lesiones
por teléfono. Sentándose a su lado, pasó los dedos cuidadosamente a través de su pelo,
localizando el área hinchada en el costado de su cráneo. —¿Perdiste el conocimiento?
—No.
—¿Sientes mareos o nauseas?
—Un poco de mareo, pero ya pasó.— Parecía inquieto y preocupado. Sacando de su
bolso la linterna de bolsillo que había traído consigo, le hizo algunas preguntas para
chequear su concentración y memoria mientras le examinaba las pupilas. Estas parecí-
an estar de igual tamaño y reaccionaban bien a la luz.
—¿Te importa si le echo un vistazo a tu costado? Tess dijo que te lo habías estado
sosteniendo.
Soltando otro suspiro, se volvió levemente hacia ella y se abrió más la camisa. Lydia
se acercó más, consciente de la peculiaridad de su situación. Siempre había habido una
fuerte atracción física entre ellos. A pesar de su entrenamiento médico, tuvo una res-
puesta involuntaria a la familiaridad de su amplio pecho, el estómago plano y fuerte.
Examinó el moratón que todavía se estaba formando debajo de sus costillas, notando
su encogimiento cuando presionó contra éste.
—Me gustaría hacer una tomografía y un ultrasonido como precaución.— Volvió a
alcanzar su bolso para sacar su teléfono. —Llamaré de antemano e iré contigo para
que no tengas que esperar…
—Lydia.— Los dedos de Ryan envolvieron su muñeca estirada, deteniéndola. Ella se
enderezó, un calor instantáneo comenzó a circular en su estómago ante su toque. Sus
facciones estaban a pulgadas de las de ella.
—Estoy bien. No necesito nada de eso, cariño,— enfatizó él en voz baja, pareciendo
no darse cuenta del término cariñoso que una vez fue familiar. La estudió. —¿Has es-
tado bebiendo?
Lydia sintió que le ardía el rostro ante la inesperada pregunta. Debía de haberlo oli-
do en su aliento a pesar del caramelo que se había metido a la boca.
—Yo estaba… fuera,— mintió ella, cohibida. Se obligó a detenerse antes de inventar
algo más elaborado y añadió a la defensiva, —No estoy de guardia.
Soltándole la muñeca, él apretó levemente la mandíbula. —Entonces lamento inclu-
so más que Tess te llamara y te arruinara la noche.
Avergonzada, se preguntaba si él había notado su respuesta física a su cercanía, tam-
bién, si es que había sido tan evidente como el licor que creía haber ocultado de forma
tan experta. Levantándose del sofá y buscando un cambio de tema, preguntó, —¿Có-
mo entró él?
—Tess había estado aquí y no reinicio la alarma. Rompió una ventana de la parte
trasera y pasó la mano por ahí para abrir la puerta.
—¿Es alguien que hayas arrestado?
—Le disparó a Antoine Clark esta mañana.
Lydia sintió una inquietud creciente cuando hizo la conexión. —Es parte de la pan-
dilla que has estado investigando en conexión con el asesinato de Nate.
—El trabajo sigue siendo el trabajo, Lyd— recordó Ryan con cansancio mientras se
tocaba el bulto en el cuero cabelludo. —Su nombre callejero es Pooch. Vino aquí para
convencerme de que los HB2 no están involucrados. Ya he hablado con Mateo y le di-
je que estuviera alerta, pero creo que recibió su mensaje a través de lo que ocurrió
aquí.
Ella veía con frecuencia a los miembros de la pandilla, así como a sus víctimas, co-
mo pacientes dentro de Emergencias. Las heridas de bala y de cuchillos eran comunes.
—¿Tú le crees?
Inclinándose hacia adelante en el sofá, Ryan levantó la foto familiar de ellos que ya-
cía sobre la mesa de café. El vidrio quebrado en forma de tela de araña se extendía sob-
re la imagen. La volvió a bajar, frunciendo el ceño. —No pudimos encontrar una coin-
cidencia entre las pistolas confiscadas en la redada. Eso no es prueba de inocencia, el
arma podría haber sido escondida en algún otro lugar, pero estoy teniendo mis dudas.
Yo estaba siguiendo una corazonada. Podría ser que estuviéramos dirigiéndonos en la
dirección equivocada. Perdiendo el tiempo.
Se puso de pie y comenzó a pasear, frustrado.
—Has tenido un largo día, Ryan.— Acercándose a él, le tocó el brazo vendado. Se
había mojado la gasa, y la venda debajo de ésta probablemente necesitaba ser cambi-
ada. —Esas suturas se suponía que tenían que mantenerse secas veinticuatro horas. ¿El
Doctor Rossman te dio instrucciones para el cuidado en casa?
Él se encogió de hombros, tenía las facciones duras. —Necesitaba una ducha. El hijo
de puta me escupió. Quería darme una buena fregada.
—¿Todavía tienes el estuche de primeros auxilios? Puedo volver a vendarte el brazo.
Probablemente estás adolorido, y va a ser difícil que lo hagas por ti mismo.
Estuvo de acuerdo soltando un suspiro, indicándole que lo siguiera. Un espeso si-
lencio flotaba entre ellos mientras pasaban por la puerta cerrada de la habitación de
Tyler.
Ryan la guio hacia el dormitorio principal. Los tonos neutros de buen gusto y la
gran y antigua cama tipo trineo que habían compartido una vez no habían cambiado.
Lydia no pudo evitarlo, se preguntó si otras mujeres habían estado en la cama desde su
partida.
El cuarto de baño contiguo todavía estaba húmedo por su ducha. Este fue un agre-
gado completado durante las renovaciones, ya que habían deseado un cuarto de baño
más grande que el que había en el pasillo, el cual era típico de los bungalós de los años
20. Construido con baldosas blancas y arenisca gris, con tocadores de madera antiguos
y una ducha de gran tamaño, éste había sido un lugar tranquilo para relajarse. Habían
hecho algo más que relajarse aquí. Los íntimos recuerdos que había tratado de evitar
en el dormitorio la volvieron a confrontar, y se le vino a la mente una imagen de ellos
haciendo el amor en el gran compartimento, con sus piernas envueltas alrededor de
las caderas de Ryan y su espalda contra las frías baldosas mientras él la penetraba, con
el agua cayendo sobre ellos. El recuerdo de músculos duros debajo de la piel lisa y mo-
jada, su boca en la de ella, haciéndola jadear.
Buscando una distracción, se agachó para sacar el estuche de primeros auxilios de
debajo del tocador. Depositándolo al lado del lavabo, rebuscó a través de la gasa y las
vendas estériles, el peróxido de hidrógeno y las pomadas antibióticas. Lydia se congeló
cuando sus dedos cayeron sobre una cajita de venditas adhesivas. El cartón con alegres
caracteres de dibujos animados en la parte delantera la había tomado desprevenida,
estrujándole el corazón. Parado detrás de ella, Ryan silenciosamente colocó su mano
sobre su hombro. Lydia volvió a encontrar su respiración y se concentró en su tarea.
Un corto tiempo después, mientras ella utilizaba las tijeras para quitar la gasa de su
brazo, él habló. —Me enteré que tuviste un encuentro con Ian Brandt.
Examinando las suturas, ella presionó lo labios, pensando en los dos oficiales del
hospital. —Había olvidado que los policías cotillean como un grupo de viejas.
—Mantente alejada de él, Lyd.
Ella sintió que se llenaba de ira mientras aplicaba a las suturas cuidadosamente el
peróxido de hidrógeno con una bolita de algodón. —Está golpeando a su esposa…
—Hey.— Su tono era firme, haciendo que ella levantara la vista hacia él. —Lo digo
en serio. El tipo significa malas noticias. Déjalo ir. Ambos sabemos que en nuestros
trabajos…
—Algunas cosas están fuera de nuestro control,— finalizó ella con un suspiro.
Esa era una sabiduría que se habían recordado uno al otro con frecuencia, después
de un largo y depresivo turno en el hospital, o después de una escena del crimen parti-
cularmente desalentadora. Era por eso que a menudo los que trabajaban en emergen-
cias terminaban juntos, casados entre ellos. Cada uno de ellos entendía el trabajo.
Lydia dejó caer la bolita de algodón en la basura. Volviendo a alzar la vista hacia él,
sintió que el pecho se le tensaba ante la preocupación que vio en su rostro. Después de
todo lo que había ocurrido entre ellos, él permanecía cumpliendo su deber de prote-
gerla.
—¿Por qué eres tan agradable conmigo?— Su voz tembló levemente, haciendo la
pregunta con sentimiento. —Cuando yo… no siempre lo he sido contigo.
Ante su pregunta, sus ojos azules se oscurecieron, sus facciones parecieron llenarse
de emoción. Entonces Ryan alzó la mano hacia su rostro, acariciándole el pómulo con
el pulgar. El corazón de Lydia latió con fuerza, se le secó la garganta mientras se mira-
ban fijamente el uno al otro. Se tambaleó un poquito cuando dejó de tocarla.
—No deberías estar conduciendo, Lydia,— la regañó él.
Sintió que se volvía a ruborizar de vergüenza. —Yo… no lo he hecho. Llamé a un ta-
xi.
Él frunció el ceño. —¿Desde dónde?
No respondió, no queriendo mentirle una segunda vez pero tampoco quería que su-
piera la verdad, que había estado en casa, bebiendo sola. Se imaginó su lástima y de-
saprobación, y no quería eso de él. En cambio, se concentró en volver a vendar la heri-
da con una nueva gasa y una venda esterilizadas.
—¿Estuviste con él esta noche?— preguntó él cuando había terminado, causando
que volviera a mirarlo. Pequeñas líneas de tensión se habían formado alrededor de la
boca y los ojos de Ryan. Lydia se quedó magnetizada.
—No,— susurró ella.
Una voz al frente de la casa rompió el cargado silencio que los envolvía. Adam.
Ryan dejó escapar una suave maldición. Con una sensación agria en su estómago,
Lydia salió con él del cuarto de baño.
—Escuché lo que sucedió…— Adam se interrumpió cuando los vio en el umbral del
cuarto de baño. Sus ojos se deslizaron de Lydia a Ryan, endureciendo su mandíbula.
—¿Qué está haciendo ella aquí?
—Adam,— le advirtió Ryan.
Adam no se había acercado a saludarla la noche anterior en McCrosky, aunque
Lydia había sido testigo de su fría mirada antes de que le diera la espalda. Cruzando
sus brazos sobre el pecho con nerviosidad dijo, —Tess me pidió que pasara por aquí
porque él iba a ir a Emergencias. Está bien, por cierto.
—¿Ese es tu diagnóstico o el de él?
—El de él,— respondió, consciente de la animosidad en sus ojos. Adam tenía un as-
pecto intimidante en su uniforme. Se parecía mucho a Ryan, facciones similares, la
misma altura, la esbelta estructura. Era como una foto en negativo, un hermano era de
pelo claro y de ojos azules, el otro una versión más oscura y misteriosa. Ryan siempre
había sido protector con su hermano menor, pero Lydia sabía que en lo que a ella con-
cernía, sus roles se invertía.
—Has estado apareciendo mucho últimamente,— señaló Adam, con una sutil frial-
dad en sus palabras. —Este fin de semana pasado aquí en casa, anoche donde
McCrosky y ahora otra vez aquí. Justo como en los viejos tiempos.
—¿Dónde está tu compañero?— Interpuso Ryan.
—Afuera en el coche.
—Todo está bien aquí. Puedes regresar con él y terminar tu guardia.— El teléfono
sonó en el dormitorio. Ryan no parecía contento. —Tengo que coger esa llamada.
Le dio a Adam una severa mirada antes de marcharse. Lydia lo tomó como su opor-
tunidad. Bajó la mirada y dijo —Es bueno verte, Adam. Si me disculpas, necesito lla-
mar un taxi.
Escapando por su costado hacia la sala de estar, sacó el teléfono de su bolso y con-
tactó con el servicio de taxis. Pero mientras daba la dirección de la calle tomó concien-
cia de que él la observaba desde el pasillo. Una vez que desconectó, él se acercó a ella.
—¿Qué demonios haces aquí?— le demandó él en voz baja y severa.
Ella suspiró. —Ya te he explicado…
Adam apuntó hacia el pasillo con un dedo. —Él perdió a Tyler y luego te perdió a ti.
Le ha tomado todo lo que tiene conseguir pasar a través de eso.
Alzando la barbilla, sintió una punzada de dolor. —Ambos perdimos a Tyler…
—Eso es correcto,— dijo él tensamente. —Pero tú no sacaste a tu propio hijo fuera
de una piscina y le hiciste respiración cardiopulmonar hasta que los paramédicos apa-
recieran. No despiertas cada mañana sabiendo que está muerto porque dejaste que se
deslizara fuera de tu vista unos cuantos minutos.
Ella tragó saliva y tensó la mandíbula.
La voz de Adam se hizo más dura. —Yo estuve aquí para él cuando tú no estuviste,
Lyd. Lo vi romperse en pedazos. Y te puedo prometer que tanto como tú lo culpaste
por lo que ocurrió, él se culpa mil veces más.
Lydia presionó una mano contra su estómago cuando la mirada de él la recorrió. —
Tú no has tenido problema en seguir adelante, pero ahora que él finalmente ha empe-
zado a recuperarse sin ti regresas para joderlo otra vez, ¿no es así?
La radio de su hombro cobró vida. Con una maldición murmurada respondió al
despachador, dejándole saber que él y su compañero estaban en camino. Caminando
hacia la puerta sacudió la cabeza. —Eres buena en abandonar, Lydia. Regresa a Nueva
Orleans… o a tu maldito cirujano. Y hueles a licor.
Durante varios momentos después de que se cerrara la puerta detrás de él, ella se
quedó paralizada, con los ojos y el rostro ardiendo.
Ryan la encontró un rato después en el porche.
—Lo siento. Tenía que tomar esa llamada.— Él se paró a su lado, apoyando los an-
tebrazos en la baranda. El jazmín crecía a lo largo de la cercana pared de ladrillos. —
Una unidad pensó que tenía acorralado a Pooch en un hotel cerca del aeropuerto. Me
quedé en la línea lo suficiente para averiguar que tenían al hombre equivocado.
—¿Cómo te sientes?— preguntó ella, apocada.
Ryan se encogió de hombros, observando una polilla gorda volar en círculos alrede-
dor de la farola de la calle. Más allá de ésta, las ramas de los árboles colgaban pesada-
mente con glicinias. —Tengo un ligero dolor de cabeza, es todo.
Ella sintió un sordo dolor dentro de su cráneo. —Si el dolor persiste o empeora, ne-
cesitas ver a un doctor de inmediato. Prométemelo, Ryan.
Él se enderezó, frunciendo el ceño cuando un taxi se estacionó frente a la casa. —Iba
a llevarte a casa.
Ella forzó una pequeña sonrisa, sin mirarlo directamente. —Es pasada la medianoc-
he. No podía permitirte hacer eso.
Su suspiro estaba cargado de cólera. —Adam se metió contigo. ¿Qué te dijo?
—Nada en lo que no tuviera razón,— admitió ella quedamente. Le tocó el brazo. —
Buenas noches.
Bajó los escalones y subió a la parte trasera del taxi. Mientras este avanzaba, se atre-
vió a mirar atrás. Ryan seguía en el porche, con sus facciones ensombrecidas, obser-
vándola partir.
¿Adónde señorita?— preguntó el conductor del taxi con un fuerte acento hindú.
El remordimiento le tensaba la garganta. Lydia le dio su dirección de Buckhead.
Capítulo 11
Mirándolo, su rostro aparecía lívido, las líneas que una vez fueron leves se habían
profundizado haciéndolo parecer mayor que sus treinta y seis años. Con los hombros en-
corvados debajo de su camisa de vestir, la corbata aflojada en su garganta, Ryan estaba
de pie en la decreciente luz solar que se filtraba a través de las ventanas de la cocina. Al-
rededor de ellos, cacerolas y pasteles traídos por bien intencionados dolientes llenaban
las encimeras. El zumbido bajo y respetuoso de las conversaciones llegaba desde la sala
de estar, las voces de su madre y su hermana entre las otras.
—¿Cuándo?— él se las arregló para preguntar con voz ronca, pareciendo aturdido.
—Mañana… con ellas— Los ojos de Lydia ardían de tanto llorar y no haber dormido
lo suficiente. Trató de hablar, sus palabras vacilantes, y trató otra vez —Ellas ya han re-
servado mi asiento.
Ryan tragó saliva, sus propios ojos enrojecidos velados de dolor.
—Ya he avisado al hospital.
Él asintió en silenciosa aceptación. —¿Por cuánto tiempo?— Su voz tembló.
Apretándose las manos, ella apartó la mirada. —No lo sé.
—Dije, ¿está usted bien, señorita?
Lydia levantó la mirada, la pregunta del conductor del taxi la trajo de regreso al pre-
sente. Él la estudió por el espejo retrovisor.
—Estoy bien.— Ella se enderezó en el asiento para probarle que en realidad lo esta-
ba.
—Usted está callada,— comentó él mientras conducía. —A mí me gusta conversar
para mantenerme despierto.
Él continuó hablando sobre sus hábitos de trabajo cuando la luz delante de ellos
cambió en Peachtree Street, pasando de verde a amarilla y luego roja. Se detuvieron en
frente del Teatro Fox, sus minaretes y domos en forma de cebolla lo hacían verse co-
mo una opulenta mezquita entre los edificios de la ciudad si no fuera por la marquesi-
na de luz neón publicitando un musical de Broadway en la ciudad. Lydia observaba
distraídamente a la gente que deambulaba por las aceras, entrando en los restaurants
todavía abiertos y en los bares.
—¿Usted es de aquí?— le inquirió el conductor una vez que avanzó otra vez, inten-
tando todavía charlar con ella. —¿Atlanta?
—No originalmente,— respondió ella quedamente. —Yo crecí en Nueva Orleans.
—Ah, La Buena Vida— Él le tocó la bocina a un peatón imprudente —Yo hago esa
pregunta todo el tiempo — ¿de dónde es usted? La gente trabaja aquí, vienen de visita
aquí, pero ellos nunca son de aquí. ¿Usted trabaja?
—Soy doctora de Emergencias en el Hospital Mercy.
Sus cejas se levantaron en el espejo. La información pareció impresionarlo.
—Mi hijo va al Tecnológico de Georgia,— dijo él orgullosamente —Él está en el
programa de honor, estudiando para ser un ingeniero.
Lydia lo felicitó. Él siguió charlando, su monólogo eventualmente se fue desvaneci-
endo en el vacío. En su lugar eran las duras palabras de Adam las que ella oía haciendo
eco en su interior.
Tú eres buena en abandonar, Lydia. Regresa a Nueva Orleans…
Ella volvió a cerrar los ojos contra la justificada ira que había habido en su voz. Des-
pués de perder a Tyler, ella había necesitado a su madre y hermana. Pero Lydia se en-
cogió interiormente ante la dura verdad. Ella también había necesitado alejarse de
Ryan. No había sido posible mirarlo sin ver rastros de su dulce pequeño en sus facci-
ones, sin preguntarse cómo él podía haber permitido que lo impensable sucediera. Sin
culparlo. Sintiéndose él mismo devastado, golpeado por la culpa, él no había cuesti-
onado su decisión de volver a casa.
El haberlo abandonado le parecía tan cruel ahora, irracional e inexcusable.
Un poco después, llegaron al grupo de bellas iglesias antiguas en Buckhead a las cu-
ales los vecinos se referían como La Intersección de Jesús. Lydia sintió una profunda
emoción al ver los vitrales de las ventanas, la estatua de María afuera de la catedral de
Todos los Santos. En donde Tyler había sido bautizado. En donde la misa de su fune-
ral había sido llevada a cabo. Ella sintió un melancólico dolor en donde lo había lleva-
do en su matriz. Se lo habían arrebatado tan de repente que algunas veces parecía que
sólo se lo había imaginado, se había imaginado amar tanto a alguien.
Muchas de las siguientes semanas después de su muerte eran brumosas para ella.
Había estado inconsolable. Por último, había pasado diez días en el Centro Médico de
Tulane en Nueva Orleans, diagnosticada con un agudo colapso emocional, algo de lo
que nadie más que su madre y su hermana estaban enteradas. Por solicitud de Lydia
ellas habían cerrado filas alrededor de ella, todavía aturdidas por la pérdida de su nieto
y sobrino. Ryan sabía de la terapia para procesar el dolor pero no sobre la hospitaliza-
ción. Ella les había suplicado que no se lo dijeran, no queriendo verlo y sabiendo que
él vendría.
Esa había sido otra manera de sacarlo de su vida.
Semanas después, cuando ella finalmente se había estabilizado lo suficiente para
regresar—a su trabajo en el hospital, a él y a su casa demasiado silenciosa—había una
tensión en su relación, una distancia entre ellos que no podía superarse, aunque Ryan
lo había intentado ciertamente. Tyler había sido el alma de ellos.
Ella estaba consciente de las asombrosas estadísticas, cómo tantas parejas no podían
superar la pérdida de un hijo.
Un rato después, el taxi estacionó en frente del elevado edificio de condominios,
con sus lados de vidrios polarizados destellando con el reflejo de las luces de la ciudad.
Después de pagar la tarifa, ella cruzó la plaza y, utilizando su código de seguridad, ing-
resó al vestíbulo. Era tarde, el conserje ya había terminado su turno de la noche. Rode-
ada por paredes y pisos de mármol, con un candelabro brillando sobre su cabeza, pre-
sionó el botón del elevador para subir.
Una vez dentro de su departamento, ella se encaminó a la cocina, depositó su bolso
sobre la encimera y revisó su correo de voz. Había dos que habían colgado, así como
un mensaje de Rick, que llamaba para decir que había estado pensando en ella y que
estaba esperando con ganas el próximo fin de semana. Lydia suspiró con cansancio. Se
había olvidado de la gala del hospital el sábado. Rick le había pedido que fuera con él
semanas atrás, se había asegurado de que ella no estuviera de turno en Emergencias.
No habría forma de salirse de esto.
Ahora que finalmente él ha comenzado a recuperarse sin ti, tú regresas para volver a
joderlo, ¿no es así?
¿Qué estaba haciendo ella? Se pasó la mano por los ojos, sabiendo que Adam tenía
razón. Había sido la elección de ella el dejarlo.
No queriendo seguir pensando ya que sus emociones estaban muy sensibles, Lydia
contó las horas que faltaban para su turno del día siguiente, asegurándose de que hu-
biera un tiempo adecuado para que los efectos aletargados de las píldoras para dormir
hubieran desaparecido. Ella las tomó. Sentía un nudo en la garganta, y también se sir-
vió una copa de vino de la botella abierta sobre la encimera.
Ella se la llevó a su dormitorio para desvestirse.
Capítulo 12
—Jewel Magill era la tía de Quintavius,— dijo Ryan mientras entraba a la división
de Homicidios. Quitándose la chaqueta, la colgó en el respaldo de su silla, el sol de las
últimas horas de la tarde entraba oblicuamente a través de la ventana a sus espaldas. Él
había estado liado en los tribunales otra vez durante la mayor parte del día—el mismo
juicio por asesinato del miércoles, que se había vuelto a programar después de la prór-
roga para un examen de los testigos de la parte contraria. Mateo alzó la vista hacia él
de la pantalla de su computadora.
—Tengo alguien en el periódico revisando los archivos.— Él se sentó detrás de su
escritorio —El nombre de soltera de Magill era Roberts. El obituario listaba a Quinta-
vius como el sobrino que la sobrevivía. Tenía alrededor de quince años en ese tiempo.
—
—Seis grados de separación.— Mateo se quitó los lentes que necesitaba para trabajar
con la computadora y se frotó los ojos —Gracias a Dios por eso, ¿verdad?
Extendiendo la mano hacia su repleta bandeja de entrada, Ryan sintió el dolor en su
costado, un recuerdo de su confrontación con Pooch la noche anterior. Se preguntó si
ellos lo habían visto por última vez, considerando la creciente recompensa por su ca-
beza. —¿Alguna suerte con las transacciones?
Ellos habían asegurado los registros de las tarjetas de crédito de Nate y de John Wat-
terson, esperando encontrar algo en común—quizás algún local que ambos hombres
hubieran frecuentado—ya que no habían podido identificar ninguna referencia cruza-
da en sus registros de arrestos. Mateo había estado comparando las cuentas mientras
Ryan estaba en la corte.
—Nada, pero tengo más para continuar.— Volviendo a ponerse los lentes, él estu-
dió la pantalla de la computadora. —Nate dejó una buena cantidad de pistas en papel.
Seis tarjetas de crédito. ¿Quién necesita tantas? Él puso prácticamente todo en plásti-
co, incluso las compras en las tiendas de abarrotes. Por otro lado, Watterson parece
que tenía la política de utilizar sólo efectivo. Sólo un puñado de transacciones de cré-
dito en los seis meses anteriores a su muerte—menos de un total de setenta.
Lo que significaba que si incluso había una locación en la que se conectaban física-
mente, ésta no sería aparente. Ryan frunció el ceño —Sigue buscando.
—Chin y Hoyt están ayudando con los últimos nombres de los archivos de Nate.—
Mateo le entregó un archivo a un empleado de administración que había venido por
éste —Estamos raspando el fondo del barril por ahora, pero ellos dijeron que llamarí-
an si cualquiera de los nombres resaltaba ¿Cómo te fue en la corte?
El caso era un asalto que se convirtió en homicidio en Grant Park, el cual había
ocurrido cinco meses antes. Como detective principal en la detención, Ryan había sido
citado para testificar —A menos que el abogado defensor consiga algo, estamos bus-
cando una condena por asesinato en primer grado.
—Esperemos que no le permitan alegar.
Ryan estaría contento de ver al perpetrador—un criminal violento que ya había de-
linquido repetidamente—permanentemente fuera de las calles. Pero el testimonio le
había quitado tiempo para sus actuales investigaciones, particularmente la de Nate.
Las primeras cuarenta y ocho horas eran críticas para resolver homicidios. Estadística-
mente, la mayoría de los casos cerrados tenían identificados a los sospechosos en las
primeras veinticuatro horas. Con Nate, ya había pasado una semana.
La impaciencia lo carcomía, Ryan había levantado el auricular de su consola para
contactar con Chin y que éste le diera una actualización cuando Mateo chasqueó los
dedos —Mierda, casi lo olvidé. Probablemente tú no los has oído ya que has estado en
la corte todo el día.
—¿Oído qué cosa?
—Kimmel. Él está suspendido con una investigación interna pendiente. Como des-
de anoche.
Ryan volvió a poner el auricular en su lugar.
—Él hizo estacionar a un coche en la rampa de la Calle Catorce—no se detuvo cuan-
do se le dijo o algo así. Hubo un altercado que terminó con Kimmel sacándole la mier-
da a un tipo con su pistola eléctrica.
—¿Qué muestra la cámara de la consola?
—No lo sé. Thompson no quiere hablar, y Kimmel estaba conduciendo solo ya que
está todavía esperando que le asignen un compañero. Pero el civil tuvo que ser hospi-
talizado, y está gritando que hubo brutalidad policial. Las estaciones de noticias están
solicitando el video.
Ryan echó un vistazo a la puerta cerrada de la oficina del capitán. Normalmente, él
se tomaba esas alegaciones con un grano de sal, pero sabía de primera mano que Kim-
mel era una bomba por explotar. Él volvió a tratar de comunicarse con Chin.
—Encárgate del fuerte,— dijo un rato después, poniéndose de pie y cogiendo su ab-
rigo mientras Mateo regresaba de la sala de descanso.
—¿Chin y Hoyt encontraron a alguien?
—Desafortunadamente, no. Pero ya que estoy libre ahora, voy a ir por uno por mi
cuenta. Leonard Salyers.
Salyers había sido un corredor de apuestas ilegal quien una vez había tenido a una
docena de corredores trabajando para él en las esquinas hasta que había sido el objeti-
vo de una operación encubierta de la Brigada Antidrogas dirigida por Nate. Después
de haber sido liberado de prisión, él había abierto un taller pequeño para reparación
de coches en Clairmont Road. Salyers estaba bajo en su lista ya que había estado fuera
por dos años y se había mantenido alejado de problemas, pero se estaban quedando
sin nombres.
—¿Quieres que vaya contigo?— preguntó Mateo. —Salyers solía ser un cliente rudo.
—Lo que estás haciendo es importante. Yo puedo manejar esto solo.
Al salir al exterior el calor de junio lo golpeó como un horno cuando empujó las pu-
ertas del precinto, y Ryan luchó contra el desánimo. En la semana pasada, ellos habían
sondeado el área alrededor del edificio de Nate en tres ocasiones distintas, habían ent-
revistado a más de cincuenta delincuentes de sus archivos y conducido una redada en
búsqueda del arma homicida. Nada de esto había dado resultados.
Él pensó en la noche anterior y también en Lydia. Esto no lo ayudo con su humor.
Había otra parada que planeaba hacer después de ver a Salyers.
***
El taller de reparaciones había parecido legal, con vehículos en gatos hidráulicos,
mecánicos en mamelucos hablando en rápido español y el mismo Salyers debajo del
capó de un anticuado mercedes, cuando Ryan llegó. El canoso ex—convicto no se ha-
bía lamentado por la muerte de Nate, pero la grasa debajo de sus uñas indicaba que es-
taba inmerso en su nueva carrera. Él también había tenido una coartada para la noche
del asesinato. Su hija había estado dando a luz en un hospital suburbano al norte de la
ciudad.
Había detalles que verificar, pero el instinto le decía a Ryan que otro nombre podría
ser descartado.
Conduciendo por las tres pistas de Clairmont, él se contactó con Mateo, quien esta-
ba en la interestatal luchando con el éxodo de las primeras horas de la noche desde el
centro de la ciudad, en camino a una fiesta para su madre que cumplía setenta años.
Ryan terminó la llamada cuando llegó a la pequeña casa tipo rancho en la Calle
Chandler que Adam rentaba. Ubicada en el perímetro de la Universidad Agnes Scott
en Decatur, ésta se la rentaba la universidad femenina a una tarifa reducida ya que les
tranquilizaba tener cerca a un agente policial. Adam no le había devuelto la llamada
que le había hecho ese día más temprano, y ahora parecía que no estaba en casa.
Ryan sabía que él no estaba de servicio y sospechaba en donde podía encontrarlo.
Haciendo un giro en U, se dirigió hacia la plaza pública de Decatur, la cual estaba bor-
deada por edificios de ladrillos con un siglo de antigüedad que albergaban escenarios
para música moderna, restaurantes y bares, muchos de los cuales sólo cobraban vida
los fines de semana. Divisando el Jeep sin capota de Adam, él estacionó en el último
espacio disponible.
Su hermano era muy predecible. Si él no estaba de servicio, venía a Ocho’s los vier-
nes por la noche por cerveza y comida Mexicana.
Metiendo monedas en el parquímetro, con el aire pesado y caliente, Ryan se enca-
minó hacia el patio a la intemperie en la parte trasera del restaurant. El patio ya rebo-
saba de gente. Lucecitas blancas colgaban arriba de un enorme roble, y varias mesas
tenían perros sentados debajo de éstas, con las correas sostenidas por sus dueños. El
área era conocida por su atmósfera amigable para los perros.
Adam estaba parado cerca del bar con un grupo. Ryan reconoció a varios de ellos
como oficiales del precinto de su hermano. Vistiendo jeans y una camisa de golf,
Adam sostenía una botella de cerveza, de espaldas a él.
—Hey,— dijo él, sorprendido cuando Ryan apareció. Adam lo presentó a todos —
¿Quieres una cerveza?
—No, gracias… En realidad, quiero hablar contigo,— dijo Ryan una vez que todos
habían dirigido su atención hacia otro lugar —En caso de que no lo hayas entendido
del mensaje que te dejé en tu celular.
Adam frunció el ceño. Él todavía usaba lentes de sol, a pesar de que el sol ya se había
retirado del cielo, dejando atrás un cielo azul turquesa.
—¿Qué le dijiste a Lydia anoche?— Su tono debió de decirle a Adam que este no era
el lugar para su conversación. Él salió del patio con Ryan siguiéndolo. Ellos se acerca-
ron a un callejón al lado del restaurant.
—Yo sabía que ella iría a llorarte,— gruñó Adam.
—Ella no me lloró acerca de nada. Pero yo podría decir que estaba alterada cuando
se marchó. Tú le dijiste algo, y yo quiero saber qué fue.
Con un movimiento brusco, Adam le dio un sorbo a su cerveza. —Yo sólo estaba
tratando de cuidarte, ¿vale? Ella no necesita estar acercándose otra vez…
—Eso no te incumbe,— lo cortó Ryan con severidad.
Adam se quitó los lentes de sol, la incredulidad endurecía su expresión. —Al carajo
que no me incumbe. Tú eres mi hermano. Yo sé lo mal que lo pasaste.— Su voz se en-
dureció. —Yo estuve contigo la noche que ella se fue a Nueva Orleans, o ¿también te
has olvidado de eso?
Ryan hizo un gesto de dolor, sentía el rostro ardiendo mientras Adam continuaba.
—Permíteme recordártelo. Tú estabas sentado justo en el suelo en la oscuridad con
una botella de whiskey y tu pistola al lado.
Él no lo había olvidado. El recuerdo de Adam arrodillándose a su lado, su mano
sobre su espalda mientras él lloraba, le endureció las entrañas. Había hecho lo mejor
posible para permanecer fuerte por Lydia, pero con su partida, él se había desmorona-
do. La casa vacía, su dolor y culpa… eso había sido demasiado. Adam había pedido
vacaciones para estar con él.
—No quiero hablar acerca de eso,— dijo él tensamente. Con los hombros encorva-
dos, Ryan se volvió para alejarse, pero Adam le bloqueó el paso, con su cara a pulgadas
de la suya.
Adam bajó la voz —Yo sé cuánto lo amabas… todos lo hacíamos.— hizo una pausa,
con dolor en sus ojos —Pero lo que ocurrió fue un accidente. Podía haber estado Lydia
con él ese día, pero tú nunca la hubieses dejado sola. Sin importar cuánto estuvieras
sufriendo, tú hubieras hecho todo lo que estaba en tu poder para poder superarlo. Y
tan seguro como el infierno que no la hubieses castigado subiéndote a un avión y
marchándote.
La mandíbula de Ryan se tensó—Yo sigo esperando que un día sigas con tu vida,
Ry. Que la dejes ir. Sal de esa casa con sus malditos fantasmas…
—Aprecio tu preocupación, lo hago.— Su corazón sufría por la fiera lealtad de
Adam. Él colocó sus manos en los hombros de su hermano —Tú no tienes que pre-
ocuparte por mí. Pero simplemente no seas tan duro con Lydia, ¿vale? Ella todavía es-
tá… es más frágil de lo que tú piensas.— Él deseaba que pudiera hacer entender a
Adam —Eso es todo lo que vine a decir.
Ryan dejó caer las manos. Adam lo miró ceñudo, pareciendo a punto de refutarle.
Pero en cambio dejó escapar un resignado suspiro —Lo que sea. Yo simplemente no
quiero verte más herido de lo que ya lo has estado. O poniendo tu vida en espera otro
maldito minuto por ella.
—Nada está en espera.
Adam pareció dudarlo. Él miró hacia el patio —Si hemos terminado aquí, tengo una
cita que acaba de aparecer.
Ryan siguió su mirada. Una linda pelirroja se había unido al grupo de Adam en el
bar. Ella se tiró el pelo sobre el hombro y levantó la mano para saludarlo. Adam asin-
tió en respuesta. No se podía negar que su hermano la pasaba bien. Pero él era joven y
soltero. Ryan suponía que él había sido así una vez.
—¿Quién es esta? ¿Otra chica del gimnasio?
—Esta es diferente,— dijo Adam, sonando realmente serio. —Su nombre es Rachel.
Ella es una profesora de kindergarden. La conocí hace un tiempo en un día de campo
juvenil cuando ellos pidieron a algunos policías del precinto para que fueran volunta-
rios. Ella me la puso difícil, hombre. Yo ya me había dado por vencido de poder salir
con ella, y entonces ella finalmente me texteó esta mañana… Hey, si nosotros estamos
bien, ¿por qué no te quedas a tomar una cerveza?
Él sacudió la cabeza.
—Vamos. Un importante detective de homicidios podría impresionarla— Él indicó
el antebrazo de Ryan vendado, visible con las mangas de la camisa enrolladas —Pu-
edes interpretar al héroe herido. Le hablas bien de mí.
—Yo no voy a entrometerme en tu cita.
—No te estoy ofreciendo compartirla,— dijo Adam con una amplia sonrisa —Esta
noche es como una reunión en grupo de cualquier forma. Sólo estamos pasándola bi-
en ¿Quién sabe? En realidad tú deberías divertirte un poco por una vez. Así me puedes
probar que nada está en espera.
Ellos habían empezado a regresar hacia el patio cuando el celular de Ryan timbró. Él
volvió al callejón para tomar la llamada mientras Adam seguía sin él a encontrarse con
su cita. Una sensación nauseabunda lo atravesó por lo que le dijeron a través de las on-
das aéreas.
Regresando a su vehículo llamó al celular de Adam para decirle que no podría qu-
edarse después de todo. Debió de haber habido algo en su voz, porque Adam dijo, —
Cristo. ¿Hay otro, verdad?
Él sintió que la tensión en sus hombros empeoraba. Subiendo a su SUV, colocó la
luz móvil estroboscópica en la consola.
—Guárdate esa información por ahora.
Antes de que le pudiera hacer más preguntas, Ryan desconectó la llamada.
Capítulo 13
El Cabo Matthew Boyce había estado fuera de la zona del precinto seis del DPA, te-
nía treinta dos años y estaba recientemente divorciado. Ryan se había enterado que
había estado programado para dar el examen para detective la siguiente semana.
—Pobre bastardo,— musitó el uniformado que primero había respondido a la lla-
mada, todavía claramente sacudido. Esperaba cerca mientras Ryan se arrodillaba al la-
do del cadáver, los de la oficina del Médico Forense habían terminado de examinarlo.
La cólera y la compasión le apretaban la garganta. La palidez azul—verdosa de la cabe-
za y el cuello, el casi ausente rigor mortis y el olor de la primera etapa de descomposi-
ción, como de carne podrida, indicaba que la muerte había ocurrido unas veinticuatro
horas antes. Mirando por encima del cuerpo, Ryan presionó el dorso de su mano en-
guantada contra sus fosas nasales intentando bloquear el hedor.
—Que Dios le de paz a su alma,— entonó el oficial.
Tres heridas de entrada eran visibles a través de la camiseta ensangrentada de Boy-
ce. Ellos estaban en el garaje de su residencia, una estructura para un solo coche con
piso de concreto y paredes sin ventanas. Este estaba ligeramente detrás de la pequeña
casa en el vecindario de Maplehurst, no lejos del restaurant del que Ryan acababa de
marcharse.
Conos pequeños marcaban los casquetes de las balas en el piso. Un caos controlado
estaba por todas partes —los técnicos forenses se ocupaban de su trabajo, la furgoneta
de la oficina del Forense retrocedía hacia la puerta abierta del garaje. Otros detectives
de expresión grave con jurisdicción estaban allí también, mientras que justo más allá
del patio, los oficiales mantenían alejados a los mirones curiosos.
—¿Quién hizo la llamada al 9—1—1?— preguntó Ryan, reparando en una camione-
ta de noticias cuando ésta se detenía al frente mientras él se ponía de pie.
El oficial señaló una amplia casa que parecía nueva apretada sobre una parcela cru-
zando la calle —El vecino reparó en que la puerta del garaje había estado abierta desde
la noche anterior. Pensó que era algo inusual y vino a ver de qué se trataba.
Ryan le echó un vistazo a la residencia. Empequeñeciendo a los bungalós de la época
Victoriana de la calle, ésta era a lo que los conservacionistas de la ciudad se referían
despectivamente como una McMansión. Deseosos de una ubicación conveniente, los
acaudalados compraban pequeñas casas nativas de la zona, las derrumbaban y const-
ruían sus grandes viviendas.
—El vecino es el Director Ejecutivo de una compañía de programas para computa-
doras. Está bastante alterado. Indicó que había discutido con Boyce cuando construyó
la casa, pero que habían suavizado las cosas recientemente. Dijo que le gustaba tener a
un policía cruzando la calle.
—¿Él no escuchó disparos anoche?
—No. Dijo que también estaba en casa. ¿Estoy pensando en un silenciador?
Ryan no respondió. —Voy a querer hablar con él.
—Está esperando eso. Estamos investigando la dirección de su ex—esposa también.
Él echó otro vistazo alrededor del pequeño y ordenado garaje. Había un banco de
trabajo con herramientas en una esquina y un modelo antiguo de un Subaru Forester
que pertenecía a Boyce. La puerta del conductor estaba abierta, aunque la luz interior
se había apagado. Un profundo arañazo hecho con una llave corría a lo largo del cos-
tado del vehículo. Ryan se aseguró de que el fotógrafo de los investigadores de la esce-
na del crimen hubiera sacado fotos de eso. Tanto el coche como la pared adjunta esta-
ban salpicados de sangre.
Parecía que Boyd había salido del coche y había sido confrontado de inmediato por
el tirador. Basándose en las zapatillas, la camiseta y los pantalones de buzo que él usa-
ba, así como el maletín en el asiento del pasajero del coche, parecía como si hubiese
ido a entrenar después de terminar su turno. Uno de los detectives en la escena del
precinto de Boyce ya había indicado que el fallecido había marcado su salida alrededor
de las siete de la noche del jueves y no había sido programado para el viernes.
Caminando con cuidado alrededor del cadáver, Ryan extendió la mano dentro del
vehículo para sacar el maletín. Depositándolo sobre el capó, él hurgó a través de su
contenido. La pistola de Boyce, el chaleco Kevlar y el uniforme—camisa, pantalones y
zapatos—estaban metidos dentro. Ryan extrajo la camisa azul marino, de mangas cor-
tas, sintiendo una agitación en el estómago. La placa que debería haber estado debajo
de la placa de identificación del oficial no estaba, el algodón estaba desgarrado como si
alguien la hubiera arrancado con prisa.
Ellos tenían los rasguños de llave, lo mismo que con los otros dos tiroteos. Y parecía
que la placa de Boyce había sido tomada al igual que la de Nate ¿Sería que el tirador
simplemente no había tenido la oportunidad de obtener la de Watterson?
O el tomar suvenires era parte de un Modus Operandi en evolución.
Cada vez parecía más y más que Pooch estaba diciendo la verdad y que estos no
eran ataques de la pandilla. Ryan sintió la boca amarga. Él había manejado un caso co-
mo este sólo una vez anterior, y había resultado ser un camionero atacando prostitutas
en el centro de la ciudad. No hombres y no policías.
—Si ha terminado, Detective, los oficiales de la oficina del Forense necesitan trans-
portar el cuerpo.
—Este maletín y su contenido van como evidencia,— le dijo al técnico forense que
se aproximó mientras él volvía a meter la camisa —Lo quiero sellado. Yo lo firmaré
una vez que hayan terminado. Y quiero que busquen en el interior huellas digitales.
Revisen este vehículo con un peine de dientes muy finos.
El técnico asintió y se marchó. Ryan se alejó, sintiendo una pesadez interior mient-
ras dos empleados con mamelucos se acercaron con una bolsa negra para cadáveres.
Aunque Ryan no había conocido al oficial muerto, el asesinato se sentía profunda-
mente personal. Divisó a Mateo al final del camino de entrada, caminando de aquí pa-
ra allá hablando por su celular.
—No tengo más preguntas. Puedes regresar ahora,— le dijo Ryan al oficial que res-
pondió a la llamada, quien aún miraba la escena con una mirada aturdida. Ryan se fue
junto con él, ambos hombres evitando la sangre seca en el piso de concreto. En el exte-
rior, el cielo se había oscurecido y el cálido aire nocturno llevaba el aroma de la mad-
reselva. Esto era un agudo contraste con los pútridos confines del garaje.
—Usted piensa que lo siguieron aquí o ¿que alguien lo estaba esperando?— pregun-
tó el oficial.
—No lo sé.— Ryan no quería especular. Se detuvo para quitarse los guantes de látex
y las botas de papel que cubrían sus zapatos, tirándolos en un tacho cercano.
—¿Nosotros tenemos que preocuparnos, Detective?
Una vez más, él no respondió. Los medios no habían especulado todavía sobre un
vínculo entre los recientes tiroteos a policías, hasta el momento los trataban como in-
cidentes aislados. Pero con un tercero ahora tan pronto después del segundo, Ryan se
figuraba que no tardarían mucho—probablemente esta noche. Él no tenía ninguna
duda de que los rumores se estaban expandiendo a través de los rangos de los departa-
mentos, algo que se evidenciaba por el creciente número de policías que se estaban
uniendo a los vecinos afuera del perímetro de la acordonada escena del crimen. Reuni-
endo al equipo, consciente de la tensa atmósfera, dio instrucciones a los oficiales para
empezar el sondeo puerta—a—puerta en el vecindario para determinar si alguien ha-
bía sido testigo de algo, incluyendo coches desconocidos aparcados en la calle una
noche atrás.
Frunció el ceño cuando otra camioneta de noticias apareció. Viendo que él se apro-
ximaba, Mateo terminó la conversación y desconectó. Habiendo llegado detrás de
Ryan, él había tenido que quedarse atrás por una llamada entrante.
—Thompson,— indicó él —Nate todavía es nuestro caso, pero este asunto se está
ampliando con rapidez. El jefe está en camino hacia aquí. El departamento está for-
mando un cuerpo especial y llamando a un perfilador del Departamento de Investiga-
ciones de Georgia. Tenemos una reunión mañana a mediodía.
Ryan asintió, sin estar sorprendido. —¿Protocolo de Seguridad?
—Va a ser revisado con todos los oficiales en los resúmenes matinales.— Mateo se
rascó la garganta, un hábito que usualmente significaba que estaba irritado e inquieto.
—Viste los casquillos de las balas. Se ven como del mismo tipo de pistola otra vez.
Aunque esta vez no hubo un primer disparo desde una distancia para derribarlo. To-
das las balas fueron disparadas de cerca y personales. ¿Qué piensas sobre eso?
—Él está desarrollando confianza. O es eso o Boyce lo conocía y no se dio cuenta de
sus intenciones.
—Podemos seguir buscando una conexión entre las víctimas, pero Thompson dice
que el DIG piensa que tenemos a un asesino serial entre manos, eligiendo policías al
azar.
Ryan echó un vistazo hacia el garaje. Había casi dos mil oficiales en la zona del met-
ro.
—Jodido baño de sangre el de allá,— murmuró Mateo, siguiendo su mirada. Él ent-
recerró los ojos contra las luces móviles instaladas alrededor del camino de entrada. —
Por una vez yo estaba contento de tomar la llamada del capitán.
—¿Cómo está tu mamá?
—Es su septuagésimo cumpleaños. No estaba contenta de que me hubieran llama-
do. Evie le va a dar la sangría y a ponerla en la cama antes de las últimas noticias. Ella
ya se preocupa demasiado.
Fuertes voces afuera de la barricada capturaron su atención. Ryan supuso que el
hombre que trataba de entrar era el compañero de Boyce. Vistiendo ropa de civil, él
mostró una placa y empujó a los oficiales estacionados allí, tratando de pasar.
—Déjenlo entrar,— gritó él, temiendo esto. Ellos hablaron brevemente con él, haci-
éndole algunas preguntas, luego lo acompañaron a ver el cuerpo. Ryan puso una mano
en el hombro del oficial cuando él se quebró al ver el deteriorado cadáver. Su propio
corazón sufrió.
Un rato después, él y Mateo se abrieron paso a través de las hordas de los medios,
ignorando las preguntas que les lanzaban. Cruzaron la calle hacia la elevada casa del
ejecutivo de programas para computadoras que había alertado al 9—1—1. Mientras lo
hacían, Ryan observó unas vías de metal incrustadas en el asfalto, antiguas y oxidadas
con los años. Estas eran rieles que una vez habían sido usadas por los tranvías cerca de
un siglo atrás. Estas todavía podían ser halladas en algunos de los vecindarios más an-
tiguos de la ciudad.
Mateo pasó por encima de ellas mientras subían a la acera en frente del cuidado cés-
ped de la casa.
—Tiempos más simples, hombre,— dijo él.
***
La pistola utilizada para matar a Matthew Boyce coincidía con los otros homicidios,
algo que había sido revelado en la reunión del sábado del cuerpo especial. La noticia
había inquietado a los policías reunidos allí.
Ahora que la reunión había terminado, Ryan estaba sentado en su escritorio en el
interior del precinto, repasando los otros informes forenses que todavía se estaban filt-
rando vía correo electrónico. Se frotó los ojos con la fuerza suficiente para ver estrel-
las. Su día había empezado con la autopsia de Boyce a las siete a.m. Él la había obser-
vado con la esperanza de escuchar de primera mano cualquier evidencia deducida del
cuerpo que no se hubiera mostrado en el examen preliminar. También había estado
presente en la de Nate, a pesar de la conexión personal. Ambas veces, sin embargo, él
había salido sin nada útil.
—Los camionetas de la comida están en el parque,— anunció Mateo, entrando des-
de el corredor. Le lanzó a Ryan una bolsa de papel marrón. —Te traje algo—Cubano,
con pepinillos.
Ryan se dio cuenta de que no había comido en varias horas. —Gracias.
—¿Algo nuevo ha aparecido desde que estuve fuera?— Mateo desenvolvió su propio
sándwich en su escritorio.
—En el maletín del coche de Boyce estaba faltando algo más. Una pistola eléctrica
del departamento. Boyce la sacó hace pocos días.
Las cejas de su compañero se alzaron. Ryan supuso que se estaba preguntando lo
mismo que él. ¿Qué quería el tirador con ella?
—Los informes forenses todavía están llegando. Ellos sacaron una media docena de
huellas digitales dentro y fuera del coche además de las de Boyce, pero ninguna coinci-
de con los ejemplares en el IAFIS,— dijo Ryan, refiriéndose a la base nacional de datos
de huellas digitales e historia criminal. Sin una coincidencia, significaba que las huellas
serán básicamente inútiles a menos que tuvieran a un sospechoso en custodia.
—¿Qué hay acerca del maletín?
—No hay huellas discernibles. El nylon no es una buena lona.
Mientras que la investigación de la muerte de Watterson siete semanas atrás había
estado fuera de su control, ellos revisaron el vehículo de Nate por huellas dentro y fu-
era también. Un recibo dentro de la guantera indicaba que él recientemente había hec-
ho que le hicieran una revisión detallada al coche lo cual había disminuido el potencial
de encontrar algo útil.
Comieron por un rato en silencio hasta que Mateo preguntó, —Así que ¿qué pien-
sas sobre la teoría de Danielson? No que él pudiera limitarla a solo una, eso sí.
Ryan captó el filo cínico de sus palabras. El Agente Especial del GBI Joe Danielson
era un perfilador entrenado que creía que las víctimas habían sido elegidas al azar. Ha-
bía especulado al cuerpo especial de que el sospechoso desconocido guardaba un ren-
cor extremo contra la policía por alguna injusticia percibida. Como una teoría alterna,
él también había sugerido que el sospechoso desconocido podría haber intentado ent-
rar al cuerpo policial en algún punto pero falló, alimentando el deseo de darles su me-
recido.
—Nuestro perpetrador sólo odia a los policías o ¿acaso secretamente quiere ser uno?
— Reflexionó Mateo con la boca llena de jamón y cerdo asado. —Si nosotros vamos
con todo el asunto del odio a los policías, hemos rebajado esto a la novena parte de la
población. No hay problema, caso cerrado.
—Nosotros no le hemos dado a Danielson mucho para seguir adelante,— señaló
Ryan.
Cinco pares de detectives, todos los jefes del precinto seis y varios miembros de los
altos rangos del departamento, así como representantes del DIG, habían asistido a la
reunión del cuerpo especial. Ellos tenían más manos para ayudar ahora, sin embargo
Ryan y Mateo todavía eran identificados como los primarios en el tiroteo de Nate—y
ahora el de Matthew Boyce. La reunión había sido tensa. Además de las especificaci-
ones de los homicidios, había habido discusión sobre el protocolo para los medios y la
seguridad policial, con un nuevo mandato de que ningún oficial iba a patrullar solo.
De hecho, Ryan había señalado que ninguno de los hombres había sido baleado mi-
entras estaban en servicio. Watterson acababa de salir de su trabajo nocturno y se ha-
bía dirigido a su coche en un lugar aislado, mientras que Nate y Boyce habían estado
volviendo para quedarse en casa. Esto parecía como si cada uno hubiese sido cuidado-
samente vigilado, con el perpetrador conociendo los patrones de los hombres y espe-
rándolos en el lugar y la hora más segura. Ese era el problema que él tenía con la teoría
de Danielson de escoger las víctimas al azar. Lo que sea que fueran los homicidios, no
parecían ser tiroteos impulsivos. Este no era un perpetrador simplemente conducien-
do por ahí en un coche buscando a un policía para apuntarle.
Aun buscando alguna conexión entre los hombres muertos, Ryan colocó los tres in-
formes de los homicidios separándolos en la pantalla de la computadora en frente de
él mientras comía.
¿Estás listo?— preguntó Mateo poco tiempo después. Él tragó lo que quedaba de su
soda.
—Sí. Te encuentro allá atrás— Ryan tiró la envoltura del sándwich en el bote de ba-
sura y se puso de pie. Se dirigían a la casa en Dunwoody en donde vivía la ex esposa de
Boyce, aunque la entrevista era más que nada una formalidad. Ella no era una sospec-
hosa. Había estado con su nuevo novio y sus dos hijos toda la noche del asesinato.
Aun así, podría ser capaz de darles alguna idea sobre la vida privada de Boyce, de sus
hábitos. Ella había sido notificada de la muerte por oficiales uniformados la noche an-
terior, pero le habían dicho que esperara detectives.
Ryan se encaminó hacia el único baño de los policías, el cual estaba combinado con
una gran zona para casilleros y una fila de compartimentos para las duchas. Breve-
mente echó un vistazo a su reflejo en el espejo sobre los lavabos, consciente de las leves
líneas que se abrían como un abanico desde sus ojos y la tensión que rodeaba su boca.
Había ido para lavarse de las manos lo pegajoso del cubano, pero en cambio se echó
agua fría a la cara. Él había estado revisando las fotos de la escena del crimen desde la
noche anterior en su computadora también. El cadáver de Boyce, el garaje ensangren-
tado—todo esto estaba grabado a fuego en su cerebro. Casi una repetición de lo que le
había ocurrido a Nate una semana atrás. Pensó en Kristen y la promesa que le hizo de
que encontraría al asesino de Nate.
Cuando él cerró el grifo del agua y abrió los ojos otra vez, vio el reflejo de Seth Kim-
mel en el espejo. Estaba parado a una distancia de casi seis pies detrás de él. Eran los
únicos en la habitación.
Ryan extendió la mano para tomar una toalla de papel.
—Oí que un pandillero te pateó el trasero la otra noche.— Vestido de civil, Seth
sonrió con suficiencia —Tengo que darles a esos amigos un pase libre la próxima vez
que estén en mi territorio.
Ryan inhaló hondo y sostuvo la respiración, luego se dio la vuelta para enfrentarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Kimmel? Pensé que te habían suspendido por ese asunto
de la pistola eléctrica.
—Las cámaras de consola muestran la verdad. El cabrón se metió con un policía y
pagó el precio. Voy a salir libre de polvo y paja, así que mi representante del sindicato
dice que disfrute de las vacaciones pagadas. Yo sólo vine para sacar algunas cosas de
mi casillero.— Él se aproximó pavoneándose —Yo no he olvidado que te debo una.
La irritación inundó a Ryan. No estaba de humor para la mierda de Seth. —¿Enton-
ces por qué esperar? Estoy justo aquí.
—A ti te gustaría eso. Que te dé otro golpe aquí en el precinto y que todos tus ami-
gos me sostengan y Thompson pueda extender mi suspensión— Su voz bajó amenaza-
doramente. —Ten presente eso, Winter. Cuando yo esté listo para la revancha, ni siqui-
era me verás venir.
Ryan le dio una sonrisa exenta de alegría —Gracias por el aviso.
—Y a propósito, que tengas suerte arrestando al asesino de Weisz. Ahora otro de
nosotros ha caído. Contigo en el trabajo, será mejor que empiece a dormir con mi cha-
leco antibalas puesto y con un ojo abierto.
Ryan arrugó la toalla de papel que había usado y la tiró al tacho de basura. Seth lo
estaba provocando, esperando que él fuera el que iniciara otra confrontación física.
Pasó por su lado, dirigiéndose a la salida.
—Claro, por lo que oigo, tienes una historia sobre dejar que los tuyos mueran bajo
tu cuidado.
Ryan se detuvo, un calor aturdidor lo llenaba.
Él había aceptado que sus compañeros de trabajo supieran de su tragedia personal.
Un puñado de ellos, mismos detectives, incluso habían escuchado la grabación de su
angustiada llamada desde el costado de la piscina al 9—1—1. Los policías no eran es-
peciales. El caso había sido investigado como cualquier muerte de un niño.
Con los hombros rígidos, él se obligó a no dar la vuelta. Seth era escoria.
—Yo no sé quién te dejó entrar hasta aquí, pero es una violación a la política,— le
dijo con voz ronca. —Tienes dos minutos. Agarra tus cosas y vete o yo mismo te escol-
taré.
Con el pecho ardiendo de rabia, él salió.
Capítulo 14
La Gala Hope se llevaba a cabo anualmente bajo una enorme carpa en el Jardín Bo-
tánico de Atlanta. El evento de corbata negra era la más grande recaudación de fondos
del hospital, y la flor y nata de la ciudad eran sus asistentes. Miembros de la sociedad,
ejecutivos de negocios y políticos se mezclaban con la directiva del hospital y sus ad-
ministradores, mientras que una banda en vivo tocaba y los camareros servían cham-
pagne.
Lydia estaba parada afuera de la carpa con su celular presionado contra la oreja. Ella
estaba chequeando a una paciente, un anciana con un cáncer en fase cuatro quien ha-
bía estado en Emergencias en múltiples ocasiones recientes, incluyendo la noche ante-
rior. Lydia la había admitido e iniciado el papeleo para solicitar su ingreso al hospital.
Ella se había encariñado con Phyllis Holt, con su dulce rostro y amables palabras a pe-
sar de la sonda en su brazo y los constantes procedimientos médicos. No había ningu-
na duda de que ella no duraría mucho más. Lydia quería saber cómo se encontraba.
Phyllis no tenía familia que la cuidara, y lo último que ella necesitaba era ser dada de
alta y enviada a casa sola.
Después de estar en espera por casi diez minutos, ella recibió la confirmación de que
la mujer había sido aceptada. Desconectando la llamada, triste por los últimos días de
Phyllis pero agradecida de que fuera a tener un apoyo, Lydia deslizó el teléfono de reg-
reso a su bolso. Pero en vez de volver al interior, ella se quedó en la tranquila soledad.
Ciertamente, la noche había sido encantadora hasta el momento, los espléndidos
jardines y la cena, así como el viaje en la limosina que Rick había arreglado. Pero sin
importar lo mucho que lo intentara, sus pensamientos seguían volviendo a las notici-
as.
Otro oficial asesinado.
Lydia había salido de dos turnos de doce horas cada uno, determinada a perderse en
su trabajo. Ella no había escuchado las últimas noticias del viernes por la noche, en
cambio había caído en cama exhausta. De descanso por el fin de semana, también ha-
bía dormido esa mañana y se había enterado del último tiroteo sólo mientras hacía el
café en su cocina con la televisión encendida. Ella no había conocido al Oficial Boyce,
pero ese era un pobre consuelo. Los noticieros de los medios ahora estaban especulan-
do que un asesino serial estaba teniendo de objetivos a los policías.
Ryan había estado brevemente visible en el metraje de la noche anterior afuera de la
última escena del crimen, la cual parecía estar repitiéndose perpetuamente en la pan-
talla de la televisión. Había querido llamarlo, pero la severa crítica de Adam había ca-
lado hondo. Lydia había mantenido su distancia.
—Allí estás.— Rick se aproximaba, emergiendo de la oscuridad en un elegante es-
moquin negro. Fue a pararse al lado de ella, mirando los jardines con sus caminos ilu-
minados y el reflejo de la piscina —Esto es tranquilidad. Difícil de creer que todavía
estamos en la ciudad.
Él miró hacia arriba, y Lydia le siguió la mirada hacia los parpadeantes rascacielos
visibles sobre el techo en forma de domo del conservatorio. Con modestia, añadió, —
Bueno, tal vez no tan difícil de creer.
Él asintió hacia la carpa —Tranquilidad no es la palabra para describir el interior de
la carpa. Tuviste suficiente, ¿verdad?
Lydia se sintió mal por su larga ausencia Pero Rick había estado inmerso en una
conversación con un filántropo quien regularmente donaba para el ala de cardiología,
así que ella había aprovechado la oportunidad para retirarse —Yo sólo necesitaba ha-
cer una llamada.
—Pero ¿la estás pasando bien? Yo sé que has estado distraída por los tiroteos a los
policías.
Ellos habían conversado sobre el último homicidio durante el viaje en la limosina.
—Ha sido una noche maravillosa,— le aseguró Lydia.
Ella llevaba un vestido de noche de chiffon con cuentas, aretes colgantes y sandalias
de tacón alto.
—Me alegro. Yo tengo que estar aquí debido a mi posición, pero el que tú hayas es-
tado aquí conmigo ha hecho que esto sea más placer que negocios.
Cohibida bajo su mirada, ella se puso nerviosamente el pelo tras la oreja. Pero Rick
le tomó las manos y la atrajo más cerca. El estómago de Lydia se sacudió inquieto mi-
entras él bajaba la cabeza y la besaba. Ella cerró los ojos y lo aceptó, decepcionada por
no sentir ni una pizca de deseo.
—Eso es algo que he querido hacer por un largo tiempo,— dijo después él, mirán-
dola a los ojos —Y por mucho que me gustaría volverlo a hacer, nosotros deberíamos
regresar. Estamos recibiendo grandes contribuciones allá adentro. Mientras más fluya
el licor, más fluye la tinta en los cheques.
Con su mano apoyada en la parte baja de su espalda, él la guio al interior de la carpa
con aire acondicionado y hacia la multitud. Mesas arregladas elaboradamente llena-
ban el interior. Un mar de lucecitas blancas colgaban del techo, bajo las cuales las pa-
rejas bailaban sobre un suelo de parquet. Ante el apremio de un fotógrafo que cubría
el evento, ellos posaron para la página de sociedad del periódico.
Rick nunca bebía, pero le consiguió otra copa de champagne, entonces la guio hacia
su mesa y retiró su silla. Lo que Lydia vio la dejó congelada en su sitio.
Ian Brandt—en un elegante esmoquin, con el pelo negro engominado tirado hacia
atrás de su amplia frente—estaba parado a una distancia de seis metros. Estaba con-
versando con varios administradores de importancia del hospital, pero sus ojos oscu-
ros estaban fijos en ella.
—¿Tu lo conoces?— le habló Rick al oído para que lo escuchara por encima de la
música.
—Él es… el esposo de alguien que traté en Emergencias.— Aunque su voz estaba
calmada, el pulso de Lydia se aceleró mientras ella tomaba asiento en su silla. Ella no
había reparado en Brandt hasta ese momento, y se preguntaba en dónde había estado
él durante el evento. Girando la cabeza, ella echó un vistazo alrededor discretamente
buscando a Elise pero no la vio. Sabía que le habían dado de alta del hospital el día an-
terior.
—Bueno, debes de haber hecho una gran impresión.— Sentándose a su lado, Rick
pasó un brazo por el respaldo de su silla. —Él acaba de presentar un cheque por cincu-
enta mil dólares.
Lydia había oído el aplauso mientras había estado afuera. Ahora su estómago se
hundió al saber la razón. Brandt continuó mirándola con su mirada obsidiana, enton-
ces despectivamente, volvió su atención hacia los otros.
***
Afortunadamente, no había sucedido una confrontación entre Lydia y Brandt. La
había ignorado por el resto de la noche, mientras que ella se había cuidado de mante-
nerse en el lado opuesto de la carpa.
Ella caminaba ahora con Rick entre la marea de los invitados que se marchaban, re-
corriendo el sendero que atravesaba el jardín de las rosas. Pero mientras que se supo-
nía que ellos dieran vuelta a la derecha hacia el estacionamiento y a la limosina que los
esperaba, él se desvió hacia la dirección contraria. Capturando su muñeca, él tiró de
ella pasando una gran escultura y detrás de una de las altas glorietas de la que habían
colgado espesos arreglos florales.
—Rick,— refunfuñó ella, con sus tacones hundiéndose en el suave césped mientras
se alejaban cada vez más de los otros. —¿Qué estás haciendo? Hay un letrero allá atrás
que dice que nos mantengamos en el sendero…
Él la atrajo hacia él y la volvió a besar, esta vez con más avidez que antes. Lydia trató
de no tensarse en sus brazos, consciente de los románticos alrededores. Ella entendía
completamente cómo debería sentirse, y se dijo a sí misma que lo intentara, por lo me-
nos. Ella escuchó la voz de su hermana, Natalie—siempre la del espíritu libre—dicién-
dole que se soltara.
Es sólo una acostada, Lydia. El sexo puede hacer bien al cuerpo.
Las manos de él se deslizaron sobre la curva de su trasero, y ella cerró los ojos con
más fuerza, tratando con todas sus fuerzas de conseguir un relámpago de deseo. Pero
después de un momento, ella gentilmente puso una mano entre ellos, separándose y
cortando el beso antes de que las cosas se salieran más de control. Rick le buscó la mi-
rada en las sombras granulosas, respirando con fuerza —¿Qué pasa?
Ella sintió que se ruborizaba —Es sólo… nosotros no deberíamos estar aquí atrás.
Él soltó lo que sonó como un suspiro de impaciencia, aunque su voz fue gentil —
Nos hemos estado viendo por un tiempo ahora, Lydia. Y lo he ido tomando lentamen-
te, ¿no es así?
—Rick,— le pidió suavemente, no queriendo discutirlo aquí.
—Yo sé por lo que has pasado, y he hecho lo mejor que he podido para darte el ti-
empo que necesitas, para que vayas entrando lentamente…
Interrumpido por un sonido electrónico, él frunció el ceño.
—Mi teléfono,— dijo él disculpándose, y buscándolo en el bolsillo interior de su
chaqueta. —Ese es el tono de emergencia del hospital. Me han texteado.— Sus cejas se
fruncieron mientras leía la pantalla. —Me están pidiendo que vaya.
Lydia se alisó el vestido, avergonzada por el alivio que sintió ante la interrupción. —
Pensé que no estabas de guardia esta noche.
—No lo estoy, pero Beau Wilkins está experimentando un posible IM.
Lydia parpadeó. Un infarto al miocardio. Un ataque al corazón. Wilkins era el ent-
renador en jefe en la Universidad de Georgia y una leyenda del futbol. Él también te-
nía setenta y dos años —¿Cuán grave?
—Estoy esperando un informe de los paramédicos. Está siendo llevado por aire de
una expedición de pesca de fin de semana en Tallulah Gorge. Voy a necesitar esperar
al helicóptero.
Ella lo entendía. Rick estaba en una prestigiosa lista de especialistas para ser llamado
en caso de emergencias de perfil alto. Mientras estuvo en el Mass Gen en Boston, él
había ejecutado una cirugía a corazón abierto en un actor ganador de un Oscar de la
Academia y había implantado un catéter en el corazón del vice presidente de los Esta-
dos Unidos.
—No era así como había esperado que terminara la noche,— dijo él. —Lo siento.
—No lo sientas.
Mientras regresaban al sendero, él colocó un brazo alrededor de sus hombros. —
Haré que el servicio de limosinas me deje en el hospital y luego te lleve a casa.
Un poco después, ellos se deslizaron en el asiento trasero. Cuando el chofer cerró la
puerta tras ellos, Rick se volvió hacia ella. —Yo recuerdo la primera vez que te vi,
Lydia. Yo acababa de aceptar tomar el puesto aquí. Tú estabas con tu ropa desechable,
tu cabello en una cola de caballo, gritando órdenes y luchando con una paciente.—
Una sonrisa curvó sus labios. —Ella pesaba unas buenas cuarenta libras más que tú.
Lydia lo recordaba. La paciente había estado drogada con sales de baño, algo que el-
los habían estado viendo cada vez más, y Emergencias había estado a toda su capaci-
dad. No había sido una situación ideal para conocer al nuevo jefe de Cardiología.
—Supe que te deseaba entonces,— susurró él.
El teléfono de Rick volvió a timbrar mientras el chofer entraba al camino de entra-
da. Él contestó, cambiando instantáneamente al modo de negocios. Juzgando por su
lado de la conversación, este era el informe por radio de los paramédicos en ruta vía
helicóptero a la azotea del hospital. Incluso mientras él hacía preguntas y daba instruc-
ciones, los dedos de Rick jugueteaban posesivamente con los de ella sobre el asiento.
Ella sentía la garganta tensa. Había esperado que tarde o temprano, él se volvería más
insistente. Que él querría una relación física para que su relación creciera. Esto sólo
era algo natural.
Un rato después, la limosina se detuvo en frente del edificio de hospital en el centro
de la ciudad.
—Nosotros continuaremos nuestra discusión,— prometió Rick, en voz baja. Él le
dio un rápido beso en la mejilla y salió. Ella lo observó caminar hacia la entrada prin-
cipal como James Bond en una misión.
Cuando la limosina se puso otra vez en movimiento, Lydia sintió un creciente abati-
miento.
Antes de Ryan, ella nunca se había considerado abiertamente sexual. Ella había sido
demasiado seria y trabajadora, demasiado enfocada en su entrenamiento médico y en
los préstamos para estudiantes. Ella había creído que la pasión era algo de lo que ella
no era capaz, no en realidad.
Involuntariamente, su mente trajo la imagen de su primera experiencia sexual. La
boca de Ryan en la de ella, sus manos sacándole el suéter por sobre la cabeza, el cuerpo
de él atrapándola contra la parte interior de la puerta de su apartamento mientras que
sus dedos temblaban luchando con los botones de la camisa de él. El calor entre ellos
había sido inmediato. Intenso. Incluso después—incluso con los mundanos argumen-
tos que tenían las parejas casadas, el estrés de dos trabajos de alta presión y luego un
hijo que criar—su relación física siempre había sido una necesidad regular y carnal.
Pero todo eso había terminado con su pérdida.
Ella no había sido tocada íntimamente por nadie desde que se había separado.
Su falta de excitación con Rick la asustaba. Se preguntó si esa parte de ella también
había muerto.
Un rato después, el chofer abrió la puerta del pasajero en frente de su edificio. Lydia
salió y, utilizando su código en la entrada principal, entró en el vestíbulo. Este parecía
desierto, las luces del candelabro estaban bajas y el conserje ya se había retirado por la
noche.
Encaminándose hacia el elevador, ella se dio cuenta que había estado equivocada
con respecto a que el vestíbulo estaba desierto. Una solitaria figura se acurrucaba en el
asiento debajo de una pintura al óleo en la esquina del extremo. Una mujer. Ella estaba
sentada fuera del aura de una lámpara cercana, fundiendo su cabello y sus facciones en
las sombras. Pero el pulso de Lydia comenzó a retumbar al darse cuenta. ¿Acaso el
conserje le había permitido entrar antes de marcharse?
Elise Brandt se puso de pie y se acercó cojeando. Su cabello rubio estaba liso, sus oj-
os hundidos y tenía el rostro pálido. Nuevos moretones eran visibles en la esbelta co-
lumna de su garganta. El entrenamiento médico de Lydia se despertó. Fue hacia ella.
—Usted dijo que si yo necesitaba cualquier cosa… — Su voz temblaba —Por favor
ayúdeme, Dra. Costa.
Capítulo 15
El crepúsculo había comenzado a caer sobre la ciudad. Ingresando su código en la
entrada al estacionamiento enrejado detrás de su edificio, Lydia esperó que el brazo se
elevara y condujo al interior. Ella se había salido de la interestatal y conducido directa-
mente a la tienda de comestibles para comprar café y unas cuantas cosas básicas, así
como suficientes verduras para preparar una ensalada para una cena tardía. Afortuna-
damente, no había habido muchos compradores en una noche de lunes.
Los dos días pasados habían sido bastante largos.
Aparcando, ella bajó del coche y abrió el maletero para sacar su bolso de lona para
las compras. Colgándola sobre su hombro, ella volvió a meter la mano en el interior
para sacar la bolsa de viaje. Pero la profunda voz que la llamó la sobresaltó, causando
que la dejara allí. Lydia cerró con rapidez el maletero y se dio la vuelta.
—Este es un lote privado ¿Qué está usted haciendo aquí?— demandó ella mientras
Ian Brandt se aproximaba, esperando que la adusta pregunta ocultara su inquietud.
Una mirada alrededor le dijo a ella que estaban solos.
—¿En dónde está mi esposa?
Brandt aparentemente había emergido del Lexus deportivo negro con las ventanas
polarizadas. La puerta del lado del conductor estaba abierta, el motor lo había dejado
andando. Lydia sabía lo fácil que era para un segundo coche, deslizarse dentro del lote
antes de que el lento brazo de seguridad bajara. La dirección del edificio había adverti-
do a los inquilinos para que estuvieran alerta ¿Acaso él la había seguido dentro y, pre-
ocupada, ella no lo había notado? O ¿él ya había estado aquí, esperándola? De cualqui-
er manera, la velocidad con la que él había rastreado a Elise hasta ella era inquietante.
—Quiero saber en dónde está ella. Ahora— demandó él con los ojos entrecerrados.
Sobreponiéndose a su miedo, ella contestó fríamente —No tengo ni idea. Sí escuché
que ella había sido dada de alta del hospital el viernes pasado…
—No me mienta— espetó él. Él usaba pantalones de lino y una camisa de vestir que
se veía costosa que había dejado abierta en la garganta, revelando el vello oscuro de su
pecho —Ella ha desaparecido desde el sábado por la noche.
—¿Trató de rastrearla a través del servicio de taxis? Eso pareció funcionarle la vez
anterior.
Los labios de Brandt se tensaron ante su sarcasmo —Usted está jugando un juego
peligroso.
—Yo no estoy jugando a nada— Lydia levantó la barbilla a pesar de su acelerado
pulso —Y usted necesita marcharse.
—Usted sabe en dónde está ella— El leve acento que ella había notado antes se había
pronunciado más con su rabia —Se llevó con ella su tarjeta de negocios.
—¿Y? Eso no significa nada…
—Yo la puse en un cajón cerrado con llave en mi escritorio. Ella lo palanqueó. La ta-
rjeta ya no estaba— él casi gruñía. Una vena se le hinchó en la frente —Elise no tiene
ningún amigo o familia. Ella no es lo bastante inteligente para desaparecer por su cu-
enta. Usted es la única que podría…
Él se detuvo en seco, pasándose la mano a través del pelo.
¿Ayudarla? Lydia quería finalizar su declaración pero se mordió la lengua a tiempo.
Por supuesto que Elise estaba sola sin nadie que la ayude, pensó ella, la ira sobrepasó
temporalmente su temor. Brandt la había separado de todo el mundo.
—Yo estaba en la gala el sábado en la noche con el Dr. Varek, el jefe de medicina
cardiotorácica del hospital— señaló ella —Usted me vio allí. Así que a menos que us-
ted esté sugiriendo que él es un conspirador en lo que sea de lo que usted me está acu-
sando…
—¿En dónde ha estado usted los últimos dos días?— la interrumpió él —Usted no
se presentó al trabajo hoy día. Usted tampoco ha estado por aquí. Yo no soy ningún
tonto. No es una coincidencia que mi esposa desapareció de la faz de la tierra justo al
mismo tiempo.
El hecho de que él hubiese estado intentando vigilarla le dio un escalofrío por la es-
palda a pesar del calor. Aun así, Lydia lo miró con desafío —En dónde estuve yo no es
de su…
Ella jadeó cuando él la agarró con fuerza del brazo, llevándola de la parte trasera del
coche y poniéndola de espaldas contra la puerta del pasajero en donde sería menos
probable que fueran vistos por alguien que estuviera mirando por las ventanas del edi-
ficio. Su bolso y su bolsa de la compra cayeron al asfalto mientras ella luchaba por des-
hacerse de su agarre.
—¡Quíteme las manos de encima!— gritó ella, con pánico.
Él la dejó ir pero siguió parado demasiado cerca, cerniéndose sobre ella con las pier-
nas plantadas a ambos lados y bloqueándole el escape. Su voz, cuando finalmente
emergió, temblaba a pesar de su mejor intento —Llamaré a la policía.
Su teléfono estaba dentro de su bolso, el cual ahora yacía a sus pies. La sonrisa mal
intencionada de Brandt se sintió como un cuchillo presionado en su garganta. Lydia
estaba usando pantalones cortos, sandalias de cuña y un top sin mangas. Pero sus ojos
en ella la hacían sentir expuesta y vulnerable, casi desnuda, mientras él se inclinaba
más cerca. Su aliento caliente, oliendo a goma de mascar de menta, le abanicó el rost-
ro. —¿Y eso tomaría cuánto? ¿Cinco minutos para que lleguen? Tres si tiene usted su-
erte y hay un coche patrulla cerca— Su voz bajó de tono —Un montón de cosas podrí-
an pasarte por entonces, Lydia.
La amenaza fluyó por sus venas.
—¿En dónde está ella?— volvió a demandar él, dando un puñetazo en el techo del
volvo lo bastante fuerte para hacer saltar.
—Yo—¡yo no puedo ayudarlo!
—¿Está usted bien, Dra. Costa?— Franklin, el conserje del edificio, la llamó desde
una corta distancia. Un caballero anciano, con piel color café con leche, con una est-
ructura muy delgada y cabello gris, aparentemente sólo había salido con una bolsa de
basura para el contenedor. Se quedó parado bajo el pórtico trasero del edificio.
Brandt retrocedió ante la llegada de Franklin. Él la apuntó con un dedo —Si sabes
en dónde está, me lo vas a decir.
Lydia observó mientras él regresaba a su coche. Salió disparado del lote una vez que
la reja se abrió para dejarlo pasar. Ella estaba temblando, se dio cuenta, el metálico sa-
bor del miedo como bilis en la parte de atrás de su garganta. Ella se arrodilló para re-
unir los artículos que habían salido rodando de su bolsa de las compras.
—¿Conoce a ese hombre, Dra. Costa?
Ella levantó la mirada. Franklin ya no tenía la basura, y sostenía su lata de pasta de
tomate que había rodado. Ella se sentía agradecida de que él hubiera aparecido cuando
lo hizo y de que Brandt no hubiese visto la maleta en el maletero. Lo último que ella
quería revelarle era que ella había hecho un viaje fuera de la ciudad. Eso sólo podría
aumentar sus sospechas.
—Sí— Lydia se las ingenió para poder hablar. Levantándose, ella agarró la lata y la
devolvió a su bolsa.
—¿Está bien?
Ella asintió levemente —Estoy bien.
—Él estaba en el vestíbulo haciendo preguntas acerca de usted ayer. Y acerca de la
mujer rubia que estaba esperándola la noche del sábado.
Sus ojos se fijaron en los de él —¿Usted la dejó entrar?
—No, señora. Pero fui a ver la cinta de seguridad del vestíbulo después que él se
marchó, ya que él insistía en que ella había estado aquí. Me mostró su foto y dijo que
lo llamara si recordaba cualquier cosa. Me pasó un billete de cien dólares a través del
escritorio y me dijo que había más de donde ese venía.
Él frunció el ceño, mirando en la dirección en que se había marchado el coche —Yo
no lo tomé. Le dije que saliera de la propiedad.
Al parecer algún inquilino de buen corazón debía haber dejado pasar a Elise al vestí-
bulo después de que Franklin ya se había marchado a casa por la noche. Lydia sabía
que cien dólares era un montón de dinero para él. Ya estaba trabajando más allá de la
edad para retirarse. Ella abrió su bolso, agradecida —Gracias por su discreción. Permí-
tame darle algo.
Él sacudió la cabeza —Usted ha sido buena con mi esposa y conmigo, Dra. Costa.
Ayuda a la gente que está sufriendo, y yo supongo que la mujer necesitaba su ayuda
también. Con seguridad ella se veía que la necesitaba en la cinta. Cualquiera que venga
a verla, sólo le incumbe a usted.
Franklin le había pedido ayuda a Lydia ese invierno pasado cuando su esposa, Cal-
lie, había caído seriamente enferma. El seguro de ellos era mínimo, e inicialmente ella
había sido enviada a casa de la oficina de su doctor con nada más que medicación para
el dolor. Lydia había intercedido, pidiendo favores para asegurarse que ella fuera vista
por el especialista apropiado, que le hicieran los exámenes correctos para diagnosticar
la razón de su persistente pancreatitis.
—Si él regresa…
—Haré que se vaya de inmediato— ofreció Franklin con fiereza, a pesar de su est-
ructura delgada y avanzada edad. Él le palmeó el hombro, con preocupación en sus oj-
os. —Estaba invadiendo la propiedad aquí atrás. Yo puedo llamar a la policía y presen-
tar una queja.
Las cámaras de seguridad estaban colocadas en el vestíbulo del edificio y en el esta-
cionamiento trasero. Ian Brandt sin duda había sido capturado en el metraje, pero
también Elise. De hecho, probablemente había un video de ella saliendo con Elise en
su coche en la madrugada del domingo. Consideró pedirle a Franklin que encontrara
la grabación y la borrara, pero no quería que él hiciera nada que pudiera causarle
problemas con la dirección del edificio. Ni quería aumentar más la ira de Brandt pre-
sentando cargos.
Lydia sacudió la cabeza —No. Preferiría que solo dejáramos pasar el asunto.
El crepúsculo se había profundizado a su alrededor. Ellos entraron al edificio con
Franklin insistiendo en llevarle la bolsa de la compra hasta el vestíbulo. Ella tendría
que regresar a su coche por el maletín más tarde, y eso sólo sería si estaba segura de
que no estaba siendo vigilada.
Arriba en su departamento con las puertas cerradas y con cerrojo detrás de ella,
Lydia entró a la cocina y colocó la bolsa de las compras sobre la encimera. Los vegeta-
les habían suministrado una especie de almohadilla, de manera que ninguno de los ar-
tículos embotellados o en frascos estaban rotos. La intimidación de Brandt flotaba
sobre ella, pero todavía creía que había hecho lo correcto. Sin embargo, había perdido
todo el apetito para cenar.
Y Brandt había estado equivocado con respecto a Elise. Ella había sido inteligente
esta vez, escabulléndose de su elegante mansión del Parque a través de la ventana del
dormitorio para que la doncella que vivía allí no lo notara. Había caminado hasta la
parada del bus y tomado tres transportes alrededor de la ciudad antes de desembarcar-
se a diez cuadras del edificio de Lydia.
Cuando no pudo localizar a Lydia en el hospital, y cuando en el servicio de contesta-
dor no le habían dado sus números personales, Elise había encontrado la dirección de
su casa utilizando el navegador web de su teléfono. Entonces había apagado el teléfono
y lo había arrojado lejos antes de subir al bus.
Brandt había prometido matarla si alguna vez volvía a buscar ayuda, Elise se lo ha-
bía contado llorando mientras Lydia le examinaba las nuevas lesiones. Él la había vuel-
to a golpear como castigo por llamar a la policía, una acción de la cual Lydia había si-
do responsable. Una nueva culpa la atravesó. Brandt le había advertido a Elise que si
ella alguna vez volvía a considerar hacerlo arrestar—si él no podía llegar a ella, uno de
sus hombres lo haría. Elise finalmente había tomado la decisión de marcharse, pero
Lydia no había sido capaz de persuadirla para que levantara cargos. En cambio, con
una expresión atormentada, Elise con voz entrecortada le había contado acerca de lo
que le había sucedido a la primera esposa de Brandt.
Lydia se había puesto enferma.
Había encontrado la única solución con la que estaría de acuerdo la atemorizada y
maltratada mujer. Ella había llevado a Elise a Nueva Orleans, a la seguridad, bajo el ve-
lo de la oscuridad, un viaje de ocho horas en coche. Nada de buses o reservaciones en
líneas aéreas para dejar rastro. Lydia había regresado sola.
Con los nervios crispados, los músculos tensos de la larga conducción, ella abrió
una botella de pinot noir del estante de los vinos. Sirviendo una copa, contempló la luz
intermitente de su teléfono fijo. Los dígitos luminiscentes indicaban seis mensajes. En
vez de darle al botón para que corrieran los mensajes de voz, ella levantó el auricular y
escaneó el identificador de llamadas, notando que tres de los mensajes eran al parecer
de Rick. Él también la había estado llamando a su celular, así que ella finalmente había
contestado en su camino de regreso desde Nueva Orleans y le había asegurado que to-
do estaba bien, contándole solamente que la había llamado una antigua compañera de
habitación de la universidad que tenía una crisis personal. La mentira había sido nece-
saria. Aun estudiando la pantalla, ella notó dos llamadas más que el identificador las
listaba como desconocidas. Con una punzada de inquietud, ella se preguntó si la per-
sona desconocida había sido Ian Brandt. Ella se saltó los mensajes de Rick y fue a los
dos siguientes, pero estos solo eran silencios que culminaban en la desconexión de la
llamada.
El mensaje más reciente era de Natalie, dejado menos de una media hora atrás. A
pesar de que Lydia la había abrazado al despedirse esa mañana, ella sintió que su cora-
zón se contraía ante el sonido de la voz de su hermana.
—Intenté llamar a tu celular pero no contestaste. Sólo quería que supieras que todo
está bien— dijo Natalie, siendo vaga a propósito —Feliz cumpleaños otra vez, herma-
na mayor. Espero que tu regalo llegue a tiempo. Lo envié al hospital ya que allí es don-
de estás prácticamente las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.
Sin saber que vería a Lydia ese fin de semana, Natalie ya había enviado por correo el
regalo. No lo necesitaba—ya que su hermana y su madre eran regalo suficiente. Des-
pués de haber dejado instalada a Elise, después de haberse tomado unas cuantas horas
de sueño, ellas habían pasado el tiempo restante juntas. Lydia suspiró con cansancio.
Ella cumpliría treinta y siete años mañana, pero se sentía mucho mayor. Rick estaba
insistiendo en llevarla a cenar después de su turno para celebrar, pero planeaba pedirle
que no lo hiciera, no estaba preparada para volver a tener su interrumpida conversaci-
ón del sábado por la noche.
Pero tarde o temprano tendría que hacerlo.
Lydia se llevó el vino consigo, encaminándose a su dormitorio para ducharse y cam-
biarse. Esperaba que el agua caliente se llevara la sensación de las manos de Brandt
sobre ella. El maletín se quedaría dónde estaba. Ella se detuvo en la sala de estar cuan-
do el teléfono timbró, haciendo que el estómago se le agitara. Alzando el auricular de
la mesa lateral, una vez más volvió a mirar con cautela la pantalla.
El número conocido la tranquilizó. Ella contestó, incapaz de resistirse.
—Feliz cumpleaños, Lyd— La voz de Ryan la envolvió. En el fondo ella podía oír las
conversaciones con estática que salían de la radio policial en su SUV.
—Mi cumpleaños no es hasta mañana— le recordó ella, sintiendo que se le levanta-
ba un poco el ánimo.
—Lo sé. Pensé que podía adelantarme— Él hizo una pausa —No estaba seguro de
que estarías en casa.
—Estoy aquí. Justo estaba pensando en ir a acostarme temprano— Lydia se dio cu-
enta de que no había estado al tanto de las noticias locales desde el sábado. La situaci-
ón de Elise había dominado las pasadas cuarenta y ocho horas —Yo he… estado fuera
de la ciudad. ¿Hay algo nuevo con el caso?
Él la puso al día, aunque lo que le decía no parecía ofrecer mucha esperanza. Toda-
vía no había pistas reales, agravado por una creciente sensación de paranoia entre los
policías. Ryan sonaba cansado.
—¿Tu conocías a Matthew Boyce?
—No— dijo él soltando un pesado suspiro —Pero él sigue siendo uno de nosotros.
Tres hombres caídos, Lydia.
—Lo sé— dijo ella suavemente.
—Estaba pensando en tu cumpleaños treinta y uno el otro día— dijo él, cambiando
el tema hacia algo más ligero —Ese viaje que hicimos a la Playa Rosemary.
Lydia lo recordaba. Había sido una semana mágica, todavía en el principio de su
matrimonio, incluso antes de Tyler. Ellos habían disfrutado del cálido sol y las playas
arenosas, de deliciosos mariscos, de largas siestas y de sexo abrasador.
—¿Recuerdas esa pequeña tienda de antigüedades? ¿La que tenía todo ese vidrio de
mar y candelabros hechos de jarras de Mason?
Ella sonrió —Yo recuerdo al propietario coqueteando contigo. Él no estaba muy fe-
liz cuando aparecí por la esquina.
—Yo estaba buscando antigüedades. Fue un error sin mala intención.
Cerrando los ojos mientras él hablaba, Lydia visualizó las equilibradas facciones de
Ryan, recordó la fortaleza de él. Ella sintió un repentino anhelo de estar con él, de sen-
tirse segura otra vez. A pesar de su bravata exterior, la aparición de Brandt en su edifi-
cio la había sacudido. Ella quería confiarle a Ryan lo de Elise, pero no podía. Él se pre-
ocuparía al igual que se enfadaría. Le había advertido que no se metiera en eso. Ella no
le añadiría más problemas a él. Lydia esperaba fervientemente que Brandt eventual-
mente dejara de buscar.
—Podría necesitar un poco de Playa Rosemary en este momento— dijo ella con me-
lancolía.
—¿Ha sido un día duro para ti también?
—Fuera de lo normal ¿Estás en camino a casa?— preguntó ella, oyendo por el radio
de él un código policial acompañado de la dirección de una calle en el centro de la ci-
udad.
—Me estoy dirigiendo allá. Seguí una pista con Mateo esta noche, que resultó sien-
do una pérdida de tiempo, entonces me fui a McCrosky por una cerveza y algo de ce-
nar. Con suerte, conseguiré dormir unas horas y empezaré mañana otra vez.
—Que duermas bien— le deseó ella.
—Lydia…— Él volvió a hacer una pausa, y ella esperó en el cargado silencio. Pero
cuando él simplemente dijo —Yo sólo quería llamar y desearte un feliz cumpleaños.
Tú te lo mereces.
Ella tragó por encima del nudo que tenía en la garganta, su corazón latía con fuerza
mientras ella se lo agradecía y le daba las buenas noches con un tono apagado.
Ella había hecho su elección. Estaba mal que se sintiera así.
Mucho después de que la llamada hubiese terminado, ella se quedó parada con su
copa de vino vuelta a llenar en la mano, mirando pensativamente por la ventana hacia
el panorama centelleante de la ciudad.
Un tiempo después, el sonido del teléfono la despertó de un sueño que se había hec-
ho más profundo por el reconfortante pinot. Ella había estado entrando y saliendo de
sueños, secuencias veladas de ella misma con Ryan, con Tyler, sus vidas juntas desple-
gadas ante ella como unas fotografías favoritas y gastadas por el tiempo. Atontada, le-
vantó el auricular de su mesa de noche. Su saludo farfullado fue respondido por un
abismo de silencio que la puso inmediatamente alerta, seguido por tres palabras que la
golpearon de lleno.
—Perra. Maldita puta.
—¿Quién es?— preguntó ella con voz ronca, tenía el corazón en la garganta mient-
ras se sentaba.
La línea quedó muerta.
Capítulo 16
—¿Jesús, Puedo irme ahora?— Jimmy Branford estaba sentada al frente de Ryan y
Mateo en la sala de interrogatorios del precinto. Corpulento, con marcas de acné en el
rostro y con una calvicie prematura, él vestía su uniforme pantalones azul marino y
una arrugada camisa del mismo color con el logo Dogwood Mall Security emblazona-
do en la espalda. Una radio móvil estaba enganchada a su cinturón utilitario que tenía
enfundada la porra pero no una pistola. Con los hombros encorvados él miró a los de-
tectives con los ojos entornados— El centro comercial abre a las diez. Estoy tarde para
el trabajo, gracias a ustedes.
Ryan quería decirle que cierre la boca, pero la discusión ya había durado lo suficien-
te. Ellos tenían que dejarlo ir. Él se puso de pie, señalando que Branford podía irse —
Si tenemos otras preguntas, estaremos en contacto.
Branford gruñó. Con un empujón a su silla y una mirada torva, él salió de la sala.
—¿Entonces? — presionó Mateo una vez que lo habían escoltado pasillo abajo. Ellos
lo observaron mientras salía por las puertas de cristal del vestíbulo y desaparecía por la
acera.
—Este no es nuestro hombre.
—¿Estás seguro? Si las miradas pudieran matar, ambos estaríamos siendo metidos
en bolsas para cadáveres en este momento.
El nombre de Branford había sido seleccionado de la base de datos del DPA. Ellos lo
habían traído porque encajaba con el perfil del Departamento él no había sido acepta-
do en la academia de policía y ahora trabajaba en un cuerpo seudo—policial como po-
licía de un centro comercial. Él también había cumplido servicio comunitario por una
llamada en broma al 911 varios años atrás, algo de lo que Ryan se preguntaba si la di-
rección del centro comercial estaba enterada. Basado en su interrogatorio, quedaba
claro que Branford tenía algún rencor por su fallido intento en la carrera policial, pero
Ryan no pensaba que tuviera la aptitud para asesinar. Su descuidada apariencia indica-
ba que era ocioso, y había sido muy poco comunicativo en vez de confrontarlos, algo
que él hubiese esperado de un hombre que quería demostrar su superioridad sobre la
policía. En cualquier caso, él parecía lento.
Ellos habían entrevistado a otros cinco con antecedentes similares desde la reunión
con el cuerpo especial del sábado.
—Si a ti te parece sospechoso, le pondremos una bandera y confirmaremos su para-
dero en las noches de los tiroteos.
Ryan echó un vistazo a su reloj, esperando que el resto de los registros de las tarjetas
de crédito de Matthew Boyce llegaran pronto. Ellos habían presentado una moción de
apremio a la corte ya que una de las compañías de tarjetas de crédito se había estado
demorando, citando las leyes de confidencialidad de datos del cliente. Él había acepta-
do la responsabilidad para repasar las transacciones, sin rendirse todavía en su convic-
ción de que tenía que haber una conexión entre las víctimas que iba más allá de sus
trabajos. El planeaba comparar los cargos de Boyce contra los de los otros dos oficiales
fallecidos. Ya habían chequeado que no había conexión entre sus arrestos.
El funeral de Boyce era mañana. Volviendo con Mateo a la división, Ryan estaba
consciente del tenso cuchicheo dentro del precinto. Los de civil y los uniformados es-
taban hablando sobre usar chalecos antibalas fuera de servicio y llevar armas secunda-
rias. Él estaba preocupado de que la paranoia pudiera causar que alguien reaccionara
exageradamente por el temor.
Había habido un alza de pedidos de respaldo incluso para eventos simples como pa-
rar el tráfico.
—Qué bonito, — gruñó Mateo mientras tomaban asiento, apuntando con su barbil-
la hacia la sala de sesiones informativas con la pared de vidrio — Sabíamos que se veía
venir. Saludos al cabrón. Kimmel ha vuelto.
Seth estaba parado dentro de la sala con el capitán y varios otros, una vez más de
uniforme después de haber recibido el visto bueno de Normas y Protocolo. Había re-
sultado que el civil que se había quejado tenía un prontuario en otro estado, deslust-
rando con efectividad la validez de sus quejas con los medios. Un novato que se veía
nervioso se movía inquieto al lado de Seth, probablemente su nuevo compañero. Seth
le sonrió presuntuosamente a Ryan a través del vidrio. Con la mandíbula tensa, Ryan
lo ignoró y se concentró en la pantalla de su computadora, revisando sus correos elect-
rónicos. Todavía no había registros de las tarjetas de crédito. El volvió a levantar la vis-
ta un rato después, oyendo lo que Mateo decía mientras contestaba una llamada que
recién había entrado.
—Nos sacamos la lotería con Lamar Simmons— dijo él mientras colgaba— Él puso
a una de sus chicas en el hospital anoche. Ella ha tenido suficiente y declara tener in-
formación sobre el asesinato de LaShonda Butler
Poniéndose de pie, Mateo agarró su chaqueta — Ella está en el Mercy. Vamos. Al
menos podemos dirigirnos a algún lugar.
Ryan echó un vistazo a la gran pizarra de la división que contenía los nombres de las
víctimas de homicidios, los que estaban escritos con el marcador rojo los identificaban
como no resueltos.
Él se imaginó que Lydia estaba trabajando hoy día. El, la había telefoneado anoche,
algo que él se había prometido no hacer después de ver la foto de ella con Varek mi-
entras hojeaba el periódico The Atlanta Journal-Constitution. La inesperada imagen
en la columna de sociedad, tomada en un elegante evento para recaudación de fondos,
con el brazo del cirujano alrededor de ella, le había dolido. Él se había ido a correr por
un largo tiempo después, tratando de soltar algo de vapor, pero todo lo que él había
logrado fue que casi le diera una insolación con la alta temperatura. Aun así, en un
momento de debilidad Ryan había llamado para desearle a ella un feliz cumpleaños,
queriendo oír su voz. Él no había planeado verla hoy día, no queriendo importunarla
con cualquier plan que ella hubiera hecho. Más que nada, él no quería saber si ella es-
taría pasando su cumpleaños con Varek.
El prospecto de arrestar por fin a Simmons ofrecía algún consuelo, por lo menos.
—Vamos, — dijo él, poniéndose de pie.
Este era un hospital grande. Él podía evitarla si quería.
***
El Jueves por la mañana en Emergencias había sido atareado y no mostraba señales
de que la actividad bajara.
—Fractura con la bisección de la arteria femoral— gritaba Ravi Kapoor mientras ir-
rumpía a través de las puertas del vestíbulo en frente de Lydia. Él estaba a horcajadas
sobre el paciente, la camilla ensangrentada era empujada por dos paramédicos. Sus
manos enguantadas mantenían presión sobre la herida taponada con gaza sobre la ro-
dilla izquierda de la mujer inconsciente.
Lydia caminaba al lado de la camilla, viendo el resultado de un accidente automovi-
lístico en el Downtown Connector. Aunque las facciones de la mujer estaban ocultas
por la máscara de oxígeno, ella parecía joven, no más de veintitantos. Su pierna estaba
muy aplastada— ¿Presión Arterial?
—Ochenta sobre cincuenta— le dijo otro de los paramédicos— Taquicardia con rit-
mo cardíaco de uno—treinta
Nada bueno. Dentro de la habitación, Lydia comenzó a dar instrucciones al equipo
que se había juntado rápidamente.
—¡Necesitamos otra enfermera aquí! — gritó alguien.
—No hay tiempo para averiguar su tipo de sangre. Tenemos O—negativo, tres uni-
dades. ¡Inserten esa intravenosa ahora! —Lydia fijó su mirada en uno de los residentes
mientras la camilla era puesto en posición — ¿Curso de acción, Dr. Massey?
El vaciló —Ponerle dos litros de fluido, entonces administrar bitartrato de norepi-
nefrina para subirle la presión.
—Todavía no —Lydia se puso los guantes de seguridad. Ella podía sentir que su
propio pulso volaba —Eso va a aumentar la hemorragia. Un puente restaurará tempo-
ralmente el fluido de sangre alrededor de la lesión
—Si ella no sufre un paro cardíaco primero, — señaló él.
La mandíbula de Lydia se tensó con determinación— Esta es la mejor manera de
salvarle la pierna y que la lleven a Sala de Operaciones, de inmediato.
La línea intravenosa estaba colocada. Manteniendo un ojo en el monitor cardíaco,
ella dio las órdenes, sabiendo que el plan podía irse al sur rápidamente si la paciente se
volvía inestable. Ella sintió mariposas en el estómago. Massey tenía razón. Con una la-
ceración arterial, incluso con la transfusión ella corría el riesgo de desangrarse si ellos
pasaban demasiado tiempo intentando salvar el miembro, pero ellos tenían que tratar.
Ravi quitó sus manos de la gaza, y un residente tomó su lugar en un sólo movimien-
to, manteniendo la presión sobre la venda. Él se bajó de la camilla— La niña está vini-
endo en otra ambulancia, Lydia. Ellos todavía estaban tratando de sacarla cuando no-
sotros nos fuimos.
La radio había avisado sobre los particulares, colisión trasera con vuelta de campa-
na. El primer conductor había muerto en la escena, el segundo coche con dos víctimas:
una madre y su hija. Lydia ignoró la punzada de emoción mientras hacía la incisión
sobre la lesión, engrapaba con cuidado la artería y se ponía a trabajar con rapidez, in-
sertando y conectando el tubo.
Diez minutos después, la paciente estaba en camino a la sala de operaciones, Lydia
se quitó los guantes ensangrentados y se encaminó al frente de Emergencias. Casi al
mismo tiempo, las luces rojas de la segunda ambulancia que llegaba se reflejaron en las
paredes del vestíbulo.
Llegando a las puertas automáticas mientras éstas se abrían, su corazón se retorció
ante los rizos rubios visibles en la cabecera de la camilla. A la niña le habían colocado
un collarín cervical y tenía una tabla rígida entre su cuerpo y el almohadillado de la ca-
milla. Lydia reconoció a la paramédica como Lynn Reed, a mujer alta, de huesos largos
con un anillo en la nariz y cabello pelirrojo cortado a lo militar.
—Niña de seis años de edad con reciente pérdida de consciencia, — informó Lynn
con tensión. — Ella nos estaba hablando cuando entramos y simplemente se desmayó
Trotando al lado de la camilla, Lydia hizo una evaluación visual— ¿Ella estaba ata-
da?
—En el asiento trasero en una silla de seguridad que no estaba adecuadamente colo-
cada. Esta se soltó con el choque. No hay lesiones físicas discernibles, pero hablaba in-
coherencias, y se estaba quejando de un dolor de cabeza. Signos vitales todavía en los
rangos normales.
Lydia frotó el puño con fuerza sobre el centro del pecho de la niña, intentando des-
pertarla — ¿Puedes oírme, cariño?
No hubo respuesta. Ella detuvo la camilla el tiempo suficiente para abrirle un ojo y
luego el otro. Ella frunció el ceño ante la desigual dilatación— Tenemos la pupila de-
recha dilatada. Vamos.
Lydia le gritó a una enfermera mientras pasaban corriendo— Avisa a Neurología
que estamos en camino para una Tomografía y que no quiero esperar.
Mientras el elevador se abría, ella oyó su nombre. Abe Solomon, el jefe de personal
de Emergencias, se aproximaba rápidamente por el pasillo, con los bordes inferiores
de su blanca bata de laboratorio ondeando.
—Retengan el elevador, — ordenó él.
La paramédica había entrado a la cabecera de la camilla, tirando de ella hacia el inte-
rior consigo. Lydia presionó el botón para evitar que se cerraran las puertas.
—¿Qué es lo que tienes? — preguntó Solomon mientras los alcanzaba.
—Niña de seis años con posible lesión cráneo cerebral por un accidente automovi-
lístico, — dijo Lydia.
—Salga del elevador, Dra. Costa. El Dr. Rossman se encargará — El llamó al resi-
dente.
—Yo me estoy encargando— recalcó Lydia. Sus instintos protectores se habían acti-
vado —La madre está en Sala de Operaciones. Ella tiene una laceración arterial con
una significativa pérdida de sangre. Me gustaría quedarme con ella
—Dr. Rossman—Solomon miró al residente con severidad sobre el marco de sus bi-
focales. Rossman inicialmente se había quedado atrás ante la objeción de Lydia, pero
pasó al lado de ella con un encogimiento de disculpa. Ella salió del elevador frustrada.
—¡Ella está convulsionando!
Lydia giró. La niña convulsionaba sobre la camilla, sus delgados miembros se esta-
ban poniendo rígidos y su cabeza saltaba de la almohada. Pero la mano de Solomon en
su brazo evitó que ella volviera a entrar al elevador. El llamó a otro de los residentes,
quien rápidamente se unió a los otros, y las puertas se cerraron.
La rabia y la vergüenza le tensaban la garganta. Esta no era la primera vez que ella
había sido retirada de un caso como ese — Yo puedo manejar una emergencia infantil.
Si usted no piensa que yo puedo hacer mi trabajo
—Yo tengo completa confianza en sus habilidades, Dra. Costa. Si no lo hiciera, us-
ted no estaría en mi sala de Emergencias —Él se aclaró la garganta, viéndose apenado
— ¿Unas palabras en mi oficina? Hay un asunto que necesitamos discutir.
Claramente, este no era un pedido. Con una sensación de temor, Lydia le pidió a
una enfermera que pasaba que tratara de encontrar a los familiares de la madre y la ni-
ña. Con la espalda rígida, ella siguió a Solomon pasillo abajo.
***
La oficina de Solomon era un lugar grande en esquina con ventanas del piso al techo
y una vista del campus de la universidad adjunta. El instruyó a Lydia para que se sen-
tara en uno de los sillones orejeros de cuero mientras que él tomaba asiento en el sil-
lón detrás de su escritorio, la parte de encima de éste estaba atestada con ordenadas
pilas de papeles y revistas médicas, así como fotos de la familia. Ella espero para saber
la razón por la que la había traído aquí.
—¿Cómo estás, Lydia?— Dentro de la oficina, su tono se había suavizado, y había
empezado a tutearla.
—Estoy… bien.
—¿Entiendo que cambiaste turnos con el Dr. Haan ayer debido a una emergencia?
¿Todo está bien?
Sintiéndose deshonesta, Lydia repitió la mentira que le había dado a Rick— La
emergencia no era mía. Una antigua amiga de la universidad estaba teniendo una cri-
sis, así que yo tomé el día de descanso.
Ante su mirada evaluadora, Lydia respiró con lentitud — ¿De qué se trata esto, Abe?
Quitándose los anteojos, él suspiro con cansancio y los tiró sobre el escritorio— Ha
habido una queja sobre ti. Ian Brandt declara que tú has estado aconsejando a su espo-
sa en asuntos ajenos a nuestra especialización.
Ella no estaba tan sorprendida.
—No es una queja formal, eso sí, — añadió él, intentando suavizar el golpe — Pero
él se contactó con uno de los miembros de la directiva con el que está en buenos tér-
minos para expresarle su descontento. Como estoy seguro que tú lo sabes, el Sr.
Brandt es un reciente y significativo colaborador. El miembro de la directiva me llamó
a mí.
Lydia se paró del sillón y comenzó a pasear.
—Yo sé que Elise Brandt estuvo en Emergencias la semana pasada. Que tú contac-
taste a la policía
—Seguí el protocolo.
—A pesar de que la Sra. Brandt te aseguró que no era víctima de violencia domésti-
ca.
—Yo seguí el protocolo— repitió Lydia— Cada vez que una lesión parece no ser acci-
dental, es mi responsabilidad contactar a la policía. Ese es el requisito dentro del esta-
do.
—No es una ley rígida— le recordó Solomon— A menos que sea un niño, o un dis-
capacitado o una persona anciana, eso depende de la discreción del médico tratante.
Lydia trató de contener su frustración — Elise Brandt está siendo maltratada. Ella
ha estado aquí dos veces con lesiones sospechosas. Ella dio indicios que me llevaron a
creer que ella estaría dispuesta a hablar con la policía.
—Pero al final ella no levantó cargos — Él se frotó las marcas rojas que le habían de-
jado los anteojos en el puente de la nariz— Como una doctora, es ahí en donde tu in-
volucramiento debería de haber cesado ¿No es así?
Echando chispas, Lydia no respondió.
—La Sra. Brandt desapareció este fin de semana y se llevó una gran cantidad de di-
nero con ella. De acuerdo al Sr. Brandt, su esposa tiene problemas de abuso de drogas,
razón por la cual está desesperado por encontrarla. El teme que pueda utilizar el dine-
ro para comprar drogas y hacerse daño a sí misma. Él está convencido de que tú sabes
en dónde está ella. ¿Lo sabes?
—No.
—¿Y si lo supieras?
Ella no respondió. Solomon presionó los labios con fuerza.
Lydia sacudió la cabeza con incredulidad — Brandt golpea y aterroriza a su esposa.
No puedo creer que tú estés justificando.
—Yo no estoy justificando nada — El rostro de Solomon había enrojecido, y parecía
estar un poco enfadado — Pero yo estoy viendo por los mejores intereses de este hos-
pital, lo cual es mi trabajo. Bart Rosedale es el propietario de Distribuidores de Comi-
da del Sur está sentado en nuestra directiva y contribuye con mucho dinero a través de
una donación anual. El insiste en que Brandt es un buen hombre de negocios. Él tiene
un contrato para proveer a sus clubs. Y que él sepa, su esposa nunca ha levantado car-
gos contra Brandt.
Lydia se mordisqueó el labio — ¿Así que qué sucede ahora?
—Le voy a asegurar a él que tú no sabes nada acerca de la desaparición de Elise
Brandt. Y espero que esa sea la maldita verdad.
—Gracias, — dijo ella suavemente.
—Tú eres una muy buena doctora de Emergencias, Lydia. Una de las mejores. Pero
en el futuro refiere casos como éste a la trabajadora social, que es adonde pertenecen, y
hazte a un lado. El involucrarte personalmente te agotará. Hay una razón por la que
debemos permanecer objetivos.
Ella se sintió culpable por la preocupación que vio en sus ojos. Lydia recordaba cuán
comprensivo había sido Abe después de la muerte de Tyler. Él había sido el que había
aprobado su pedido para una ausencia extendida, el que le había prometido a ella que
todavía tendría su trabajo en cuanto estuviera preparada para regresar. Ella odiaba la
situación en la que los habían colocado.
—Bart Rosedal puede pensar que conoce a Brandt, pero Brandt no es un buen
hombre, — dijo ella — El hospital no debería estar aceptando dinero de él.
—Piensa como una mujer de negocios, Lydia. Nosotros somos un gran hospital
público que apenas se las arregla para operar sin deudas. Demonios, la mayoría de las
veces no lo logramos. La realidad es que no podemos permitirnos escoger a nuestros
contribuyentes. El mismo diablo puede aparecer aquí con un cheque en la punta de su
trinche, y nosotros lo haríamos efectivo. Es simplemente la forma en que son las cosas.
Él se puso de pie desde detrás de su escritorio, señalando el final de su conversación.
Acompañándola a la puerta, él la abrió para ella. — ¡Feliz cumpleaños, por cierto!
Lo más probable es que él hubiese visto el ramo de rosas ridículamente grande que
Rick le había enviado a Emergencias. Agradeciéndole, Lydia se marchó a través del
corredor hacia el elevador. Una vez que estuvo fuera de su vista, sin embargo, ella se
detuvo en frente de las ventanas que miraban hacia el puente cubierto de peatones
entre el hospital y la universidad y trató de componerse. Ella no se había dado cuenta
de que Elise hubiese tenido nada más con ella aparte del pequeño bolso conteniendo
sus prendas de ropa. Si ella había tomado dinero de su casa, Lydia suponía que ella se
lo merecía. Tal vez éste la ayudaría a comenzar una nueva vida.
Pero la misma Lydia había caído en un agujero negro del cual no podía salir. Ella
había cruzado una línea en lo que concernía a Brandt. Ella sólo se preguntaba hasta
donde estaba él dispuesto a llevar esto. Anoche, después de la llamada telefónica obs-
cena, había habido dos más, aunque las dos veces que ella contestó, nadie le respondió.
Su identificador de llamadas había enlistado todas las llamadas como números desco-
nocidos.
Cuando ingresó a Emergencias unos minutos después, ella notó que la actividad fi-
nalmente había bajado, parte del diario flujo y reflujo. Cuando ella se acercó al tablero
para revisar el registro siempre cambiante sobre qué doctores estaban tratando qué ca-
sos un diabético con piel ulcerada, una sospechosa arritmia cardíaca, Roe pasó por ahí.
—¿Alguna novedad sobre la madre y la niña? — preguntó ella, notando que una pa-
ciente con fibrosis quística estaba esperando un trasplante de pulmón en el cubículo
tres. Ella había llegado a conocerla bien durante el año pasado.
—La madre todavía está en cirugía, pero se está manteniendo. Encontramos al espo-
so. Él está arriba con la pequeña. Neuro está haciendo exámenes para determinar la
severidad del traumatismo craneal.
Traumatismo craneal. Lydia sintió un peso en su interior.
—¿Tienes un descanso pronto? Hay un pastel en la sala de descanso. Algunos de los
internos le han estado echando el ojo, pero les dije que mantuvieran las manos afuera
hasta que estuvieras lista.
—Gracias, Roe, — dijo ella, agradeciendo el esfuerzo. Lydia no estaba de humor pa-
ra celebrar, pero no había razón para arruinárselo a todo el mundo. Ella echó un vista-
zo al reloj de pared. — Si las cosas siguen lentas, ¿tal vez en quince minutos?
—Voy a alertar a los bastardos hambrientos — Roe hizo un gesto hacia un estante
debajo del escritorio de admisiones que contenía varios archivos y paquetes — Hay
también un paquete que llegó para ti.
Una caja marrón de embalaje estaba depositada al lado de las rosas de Rick. El rega-
lo de Natalie. Ella había estado dando a entender que era algo especial, picándole la
curiosidad a Lydia. Su hermana tenía buena mano para escoger regalos inusuales de
las tiendas del Barrio Francés.
Ella se acercó a la caja que llevaba su nombre y la dirección del hospital en una eti-
queta escrita a máquina. Prestándose unas tijeras del cajón de un escritorio, ella utilizó
las cuchillas para abrir la caja de cartón, entonces sacó del interior una caja más pequ-
eña, envuelta en papel verde azulado. La caja se sentía más bien liviana. Conociendo a
Natalie y a su lívido, probablemente eso era alguna pieza de lencería.
Ella sacó el lazo de satín y abrió la tapa. El corazón de Lydia se le cayó hasta el estó-
mago. Ella arrojó el paquete al suelo y retrocedió tambaleándose.
Avispas.
Docenas de ellas.
La mayoría parecían muertas, pero unas cuantas caminaban sobre el papel de seda
que había dentro de la caja, mientras que las más fuertes se alzaron en el aire volando
y zumbando con furia. El cuerpo de un pequeño ratón con la lengua colgando, y el ab-
domen desgarrado, yacía entre el papel manchado de sangre. Con la piel hormigueán-
dole, Lydia rápidamente revisó sus muñecas y brazos. Ella no había sentido una pica-
dura. Con un grito de sorpresa, ella se sacudió una de la parte superior de su ropa de-
sechable, dándose cuenta al instante de la tontería de ese movimiento reflexivo. Ella
había dejado su EpiPen en la bata de laboratorio en su casillero.
—¿Qué demonios? Exclamó Jamaal, regresando de su descanso.
—¡Saca eso de aquí! — ordenó Roe, acercándose velozmente. Lydia agarró la chaqu-
eta de alguien del respaldo de una silla y se la tiró a Jamaal, quien arrojó ésta sobre las
avispas que quedaban en la caja. Maldiciendo, él pisoteó varias más que se arrastraban
por las baldosas del piso.
—¿Te picaron, Lydia? Preguntó Roe, con los ojos agrandados.
La respiración de Lydia salía en jadeos. Ella no podía estar segura ya que su cuerpo
había caído en la modalidad de pelear o escapar, pero no sentía ninguno de los sínto-
mas inmediatos, el mareo, el sudor profuso, la garganta hinchada cerrándose.
—Estoy bien, creo, — dijo ella con voz calmada.
—Llama a seguridad, — Roe instruyó a Jamaal.
Lydia puso una mano en su brazo, deteniéndolo. — No.
—Lydia
A pesar de sus músculos temblorosos, ella sacudió la cabeza.
—No los llames.
Capítulo 17
Ryan reconoció a Vanessa Parks como una de las mujeres que habían estado espe-
rando por Lamar Simmons fuera del precinto la noche que él había sido para interro-
gatorio. Ella les había dicho que Simmons la había cortado con una botella rota y qu-
ebrado dos costillas por rechazar a un cliente. Vanessa quería la revancha. Con los oj-
os brillantes de furia, ella les había revelado desde su cama del hospital de que ella ha-
bía sido una pasajera en su coche la noche que él había arrojado el cuerpo de LaShon-
da Butler.
Siendo ella misma una adicta, era dudoso si Vanessa podría ser una testigo creíble,
pero al menos ellos tenían lo suficiente para levantar cargos contra Simmons por ase-
sinato. Saliendo de la habitación al lado de Mateo, Ryan llevaba su declaración escrita.
—¿Viste los cortes en su brazo?— preguntó Mateo— Ella se retractará tan pronto
Simmons la vuelva a enganchar.
—O después de que la amenace con hacerle a ella lo que le hizo a LaShonda.
A pesar del tiempo que llevaba en Homicidios, Ryan no se había endurecido ante la
violencia. La herida de Vanessa era espantosa, el corte corría casi desde su ojo derecho
hasta su mandíbula. Pero tampoco se le había escapado a él que ella había sido indife-
rente acerca del asesinato de LaShonda de dieciocho años. Ella había revelado lo que
sabía cuándo eso podría beneficiarla. Mientras caminaban corredor abajo, un oficial
uniformado salió del elevador.
—Nadie entra allí excepto el personal médico— lo instruyó Ryan, indicando la habi-
tación que acababan de abandonar— Simmon es un afroamericano de piel clara, al fi-
nal de los treintas, 1,88 mt. con un tatuaje de una serpiente en su cuello. Estese alerta.
—Así será, Detective.
Ellos podían mantener a Simmons alejado de Vanessa mientras ella estuviera allí.
Después, ellos tendrían menos opciones.
—Empezaré con el papeleo para la orden de arresto— dijo Mateo mientras el oficial
sacaba una silla de la habitación — La auténtica putada será encontrar a Simmons pa-
ra arrestarlo.
—Aún si no podemos localizarlo, él se va a aparecer por aquí eventualmente.
Con un gruñido, Mateo hurgó en su bolsillo buscando su celular— Pongamos a
unos de civil en el piso también.
Ryan se dio la vuelta cuando alguien lo llamó por su nombre. Roe Goodman, una de
las enfermeras en jefe de Emergencias, venía hacia él, con el estetoscopio rebotando
contra su pecho. Ella usaba ropas desechables con diseños brillantes. Ellos se habían
conocido por años. El dejó a Mateo para que hiciera la llamada y fue a encontrarse con
ella— Roe.
—Lydia debe de haberte llamado, después de todo — Pareciendo aliviada, ella sacu-
dió la cabeza, haciendo que se balancearan sus cortas trenzas rastas — Gracias al Se-
ñor. He estado preocupada de que esa mujer haya perdido la razón.
—¿De qué estás hablando?
Su boca se abrió levemente— ¿Tú no estás aquí por lo de las avispas?
—Estoy aquí tomándole declaración a una testigo — Él se llenó de preocupación.
— ¿Qué pasa con las avispas, la picaron a Lydia?
—Ella está bien. Ella tuvo un susto, es todo— Roe vaciló — A ella no le va a gustar
que yo te lo esté contando, pero eso ya es demasiado malo. Necesitas hablar con ella,
Ryan. Averiguar qué está sucediendo. Alguien le envió una caja de avispas esta maña-
na, envuelta como un regalo.
La sorpresa y la cólera le endurecieron el estómago— ¿Ella lo abrió?
—Ella pensó que era un regalo de cumpleaños de su hermana— Roe frunció el ceño,
frotándose distraídamente los brazos— Había un ratón mutilado dentro, también.
Lydia se había hecho de enemigos en su trabajo al igual que él pacientes drogadictos
a los que ella les había negado las drogas, rufianes con heridas de cuchillo o de bala de
los que ella había notificado a la policía. Pero su mente se fue directamente hacia Ian
Brandt. — ¿Cómo llegó aquí?
—Fue dejado esta mañana. Las cámaras de seguridad mostraron a un muchacho
con el cabello grasiento en el vestíbulo principal. La recepcionista es nueva y no hizo
preguntas. Ella simplemente lo aceptó y lo dejó que se marchara — Roe puso una ma-
no en su brazo, con tono confidencial— Lydia no quiso que llamáramos a seguridad.
Yo los llamé de todas formas, así que ya sabes que estoy en su lista negra. Ella le restó
importancia y los persuadió para que traigan a la policía, diciendo que sólo fue una
broma y que lo dejaran pasar.
Ryan frunció el ceño con fuerza. Maldita sea, Lydia. — ¿En dónde está ella ahora?
—Ella tiene M & Ms hoy día. ¿Qué tal está eso para un cumpleaños?
Él estaba familiarizado con las reuniones de mortalidad y morbilidad en las cuales
los doctores repasaban casos en donde se habían cometido errores. Estas no eran agra-
dables pero eran necesarias — ¿Hace cuánto tiempo han estado reunidos?
—Casi una hora en este momento. No debería durar más.
Habiendo terminado la llamada, Mateo se acercó, sintonizado con la seriedad de su
conversación — Ellos están enviando a Washington para que ayude— ¿Qué sucede?
Ryan le dio el resumen, todavía echando chispas sobre el hecho de que Lydia no hu-
biese querido notificar a la policía. Lo que él quería saber era por qué no. El que haya
sido picada o no, la amenaza era real. Alguien había hecho un esfuerzo para averiguar
información personal sobre ella, que hoy día era su cumpleaños, que ella tenía una se-
vera alergia al veneno de las abejas y las avispas. Él tomaba esto seriamente aún si ella
no lo hacía.
—Regresa sin mí y comienza con el papeleo para la orden de arresto— Él le entregó
la declaración de Vanessa Park a Mateo. Tomaría un tiempo conseguir la aprobación
del fiscal de distrito, llenar los formularios y encontrar un juez para los firme, de cual-
quier manera— Llamaré al capitán y le diré que necesito tomar un tiempo personal.
Mateo asintió — Claro, hombre.
—Pero no vayas a buscar a Simmons sin mí.
—Ni hablar. Tan sólo encárgate de esto con Lydia.
El elevador se abrió, y una multitud de visitantes salió, llevando una canasta de fruta
y globos de helio. Sus ojos escudriñaron la muchedumbre. Simmons no estaba entre
ellos. Cuando Mateo entró y las puertas se volvieron a cerrar, Ryan volvió su atención
a Roe.
—Voy a ir abajo a seguridad para ver la grabación de este repartidor ¿En dónde está
la caja?
—Ellos se la llevaron. Dijeron que iban a revisarla.
Lo que significaba que por lo menos una media docena de personas la habían mani-
pulado hasta ahora. Si la caja hubiese contenido ántrax o una bomba, la policía así co-
mo el DPG habrían estado por todas partes. Pero nadie consideraba que una caja de
avispas fuera un arma mortal. Excepto él. La mandíbula le dolía, y Ryan cayó en la cu-
enta de que había estado apretando los dientes.
Frunciendo el ceño, él le dio a Roe su tarjeta de negocios — Llama a mi celular ape-
nas ella salga de esa reunión.
***
El M & M había sido brutal. Estas lo eran usualmente. Lydia había presentado en
uno de los casos una obstrucción intestinal mal diagnosticada como intoxicación por
comida, lo que había llevado a una perforación y la contaminación de los intestinos
unas veinticuatro horas después.
El paciente había sobrevivido a la cirugía para reparar la fisura pero permaneció
hospitalizado, luchando contra una peritonitis, una infección que podía ser mortal.
Aunque el error no había sido de ella, el residente que lo diagnosticó estaba bajo su
cargo, y Lydia se sentía responsable.
Con su energía flaqueando, ella se detuvo en la cafetería por un café antes de enca-
minarse de regreso a Emergencias. En cuanto ella entró, llevando la gruesa taza de car-
tón cubierta con una tapa de plástico, Lydia sintió que el corazón se saltaba un latido.
Sus ojos se conectaron con los muy azules y muy serios de Ryan a través del vestíbulo.
Al verla a ella, él se detuvo a media frase en el mostrador de admisiones. Ella soltó el
aliento con fuerza, con su intuición hormigueándole.
Mierda. Mierda. Él lo sabe.
Su mirada acusadora pasó a Roe, quien estaba de pie detrás del mostrador pero se
dio la vuelta rápidamente, ocupándose de algo en uno de los monitores. Ryan se apro-
ximó —Necesitamos hablar, — dijo él tensamente.
Ella no necesitaba preguntarle acerca de qué. Él estaba parado con las manos en sus
esbeltas caderas, el arma en su funda sobaquera y la placa dorada enganchada en su
cinturón. Por las líneas rígidas de su cuerpo y el destello de una ardiente furia en sus
ojos, estaba claro que había entrado en completo modo protector. Ella no había queri-
do que Ryan se involucrara en esto. Con una mirada dura a la espalda de Roe, ella dijo
— Le dije a ella que no llamara a la policía.
—Ella no lo hizo. Yo estaba por algunos asuntos, y ella simplemente asumió que tú
me habías llamado. Lo cual deberías de haber hecho. O si es que no me quieres aquí,
por lo menos a alguien con una placa oficial.
—Por favor no hagas de esto algo de mucha importancia
Sus facciones se endurecieron, su voz bajó más de tono— Que alguien te envíe una
cantidad de avispas es de mucha importancia, Lydia. Estamos hablando de acoso por
lo menos, si no intento de asalto mortal. Esto no es algo que puedas endosarle a los
imbéciles de la seguridad del hospital.
—Agradezco tu preocupación, pero tengo esto bajo control
Ryan la agarró de la parte superior de los brazos. Sus ojos tormentosos buscaron los
de ella— Lydia, háblame ¿Qué está pasando?
La preocupación en su rostro erosionó la fachada de fortaleza que ella había estado
manteniendo durante los últimos días. Pero una serie de bips del intercomunicador
anunció un código azul. Un paciente con paro cardíaco.
—Yo—yo no puedo hablar ahora— dijo ella con un nudo en la garganta, girando la
cabeza hacia el personal que corría hacia el cubículo con el domo de luz intermitente
sobre éste. El agarre de Ryan se tensó.
—Roe te puso en descanso por la siguiente media hora. Deja que alguien más se en-
cargue por una vez. No me voy a ir, y no voy a aceptar un no por respuesta.
Marcus Gambrella, otro doctor en servicio entró corriendo al cubículo. Lydia echó
un vistazo al tablero de pacientes al lado del mostrador de admisiones. Efectivamente,
su nombre había sido borrado de la parte superior.
—Solamente dime que no has tenido más contacto con Ian Brandt.
Leyéndolo en su rostro, él la soltó y dejó escapar una maldición en voz baja.
***
—Así que dímelo.
Buscando privacidad, ellos habían terminado en la sala de descanso de los doctores,
que había estado ocupada por dos residentes estudiando clandestinamente para el co-
mité examinador. Ambos habían cerrado sus libros de texto y se apresuraron a salir
cuando Lydia y Ryan llegaron. Ella se paró en frente de él mientras él se apoyaba cont-
ra la encimera en la cocineta, con los brazos cruzados sobre el pecho y esperando
sombríamente.
—El vino a mi edificio anoche, preguntándome acerca de su esposa. Ella ha desapa-
recido, y él piensa que yo estoy involucrada.
—¿Lo estás?— preguntó él, con unas leves líneas de tensión profundizándose alre-
dedor de sus ojos.
Lydia miró lo que quedaba de su pastel de cumpleaños sobre la encimera. Entonces
con un suspiro de resignación, ella le contó sobre su viaje a Nueva Orleans con Elise.
Ella la había dejado en las capaces manos de las Hermanas de Santa Mónica, un refu-
gio de mujeres ubicado en una antigua catedral católica a unas cuantas cuadras del La-
go Pontchartrain. Como Ryan sabía, Lydia tenía lazos personales allí. Su madre era vo-
luntaria allí y Natalie, una abogada que proporcionaba asistencia legal pro—bono en
la Parroquia Orleans enviaba mujeres maltratadas. Siendo niña, la misma Lydia había
vivido en el refugio por un tiempo después de que Nina Costa abandonara a su abusi-
vo esposo, llevándose con ella a sus hijas. Lydia confiaba completamente en las herma-
nas.
Una vez que ella terminó su confesión, cuadró los hombros mientras Ryan se frota-
ba la frente cansinamente, aparentemente tratando de procesar lo que ella le había
contado. Lydia esperaba que él le recordara que le había advertido que no se involuc-
rara más con Brandt. Pero en cambio, ella vio lo que parecía compasión en sus ojos.
—¿No podías simplemente referirla a un refugio aquí? Atlanta es un lugar grande.
—Elise estaba segura de que él la encontraría. Él tiene gente trabajando para él,
Ryan. Y no de la clase de los que están en una nómina. El considera a Elise su propi-
edad. Yo prometí ayudarla
—Ella podría presentar cargos en contra de él.
—Ella no lo hará. Está demasiado asustada— Lydia vaciló— Ian Brandt…tuvo otra
esposa. Ella murió hace nueve años en un accidente de navegación fuera de la costa del
Mar Negro. Fue declarado un ahogamiento accidental.
—He estado investigando a Brandt. Nada como eso apareció.
—Eso es porque ese no era su nombre entonces— El corazón de Lydia con más fu-
erza mientras le repetía lo que Elise le había confiado a ella— Él se lo hizo cambiar le-
galmente hace ocho años cuando vino a los Estados Unidos. El verdadero nombre de
Brandt es Ion Bojin. Él es rumano, aunque ahora ostenta la nacionalidad americana.
Él estaba involucrado en cárteles de drogas allá, pero ha intentado de legitimarse por
lo menos en la superficie. A él le gusta considerarse completamente americanizado.
Ella respiró hondo antes de contarle el resto.
—Él le contó a Elise lo que realmente le sucedió a su primera esposa para mantener-
la a raya. Ella quería un divorcio y amenazó con testificar en su contra de contarles a
las autoridades Rumanas lo que ella sabía acerca de sus operaciones si él no estaba de
acuerdo con el divorcio. El la mantuvo en un yate, torturándola por varios días antes
de matarla finalmente y arrojar su cuerpo descuartizado a los tiburones. Se presumió
que ella se había caído por la borda y se ahogó en el mar.
Lydia sintió la piel de gallina— Él le hablaba a Elisa acerca de eso mientras tenían
sexo, describiéndole lo que le había hecho a Ruxandra. Ella dijo que hablar de ello… lo
excitaba. Él le advirtió que algo similar le podía suceder a ella.
Ryan se paseaba por la angosta cocina— Su actual esposa probablemente sabe muc-
ho sobre sus tratos de negocios aquí, también. Los cuales apuesto que no todos son le-
gales.
Lydia asintió levemente. Ella había sido la esposa de un oficial de policía lo suficien-
te para saber que lo que ella había expuesto era referencial, inadmisible en la corte. Y
la misma Elisa nunca testificaría lo que le había contado a ella. Brandt la había aterro-
rizado para que no hablara.
—Elise no es una persona fuerte —dijo ella enfáticamente— Ella ha sido maltratada
por demasiado tiempo. Ella no quiere llevar a Brandt a la justicia. Ella sólo quiere lib-
rarse de esto.
—Brandt te envió las avispas.
Lydia se quedó en silencio pero estaba de acuerdo con esa probabilidad.
—Miraste la grabación de seguridad, ¿al tipo que trajo el paquete?
—Yo no lo reconocí— A ella la habían llevado a la oficina de seguridad del hospital
para que viera la grabación. El hombre pobremente vestido se veía como cualquiera,
un vagabundo, un drogadicto de la calle al que le hubiesen entregado un billete de ve-
inte dólares para hacer la entrega.
—He hecho que envíen al precinto por correo electrónico el archivo del video digi-
tal. Con suerte, podremos hacer coincidir el rostro con alguien en nuestro sistema—
dijo Ryan— También estoy confiscando la caja de cartón y la caja de regalo. Los foren-
ses puede que consigan algunas huellas.
—Lydia había visto la caja desenvuelta en la oficina de seguridad. Agujeros diminu-
tos habían sido pinchados para permitir que entrara el aire. También había una larga
abertura en uno de los costados que había sido cerrada con cinta adhesiva. Probable-
mente por donde habían metido las avispas. Ella se pasó una mano por la cara. Si ella
se hubiese llevado el paquete a algún lugar para abrirlo en privado… ella no quería
pensar en lo que podría haber sucedido. Pero ella también sabía que Brandt era dema-
siado astuto como para dejar detrás evidencia incriminatoria.
Ella se acercó a Ryan— Si no puedes encontrar ninguna prueba de que Brandt está
detrás de lo del paquete, no hay nada que pueda hacerse legalmente. Tú lo sabes. Yo
no quiero seguir echando leña al fuego.
Su ceño se profundizó— Así que tu plan es simplemente ignorarlo y ¿esperar que te
deje en paz?
—Él lo hará, eventualmente. Yo fui cuidadosa. El sólo está suponiendo que yo esté
involucrada, y él no puede encontrar pistas que me involucren con la desaparición de
Elise. Después de un tiempo él se dará por vencido y comenzará a buscarla por otro la-
do.
—Tú crees eso, — dijo él con desconfianza.
Ella le imploró con sus ojos— Tú ya tienes suficiente con tu trabajo y los asesinatos
de los policías. Yo no quiero que te veas enredado en esto por mi culpa
—Deja que yo me preocupe por mí, — dijo él bruscamente.
Ellos se quedaron mirando mutuamente. Su garganta se secó cuando Ryan suspiró,
entonces tomó su mano en la suya. Su voz se suavizó, aunque sus facciones seguían
tensas por la preocupación— Tu valentía es una de las razones por las que me enamo-
ré de ti, Lydia. Pero me asusta como los mil diablos algunas veces.
La emoción se arremolinó en su interior. A pesar de todo, ella todavía sentía un vín-
culo con él.
—Casi parece sarcástico decirlo ahora, pero feliz cumpleaños— dijo él en voz baja
— Yo… vi las rosas en el mostrador del frente. ¿Son de Varek?
Ella asintió levemente, desanimada con la admisión. Ryan era un policía. El repara-
ba en todo. Aunque no era que el ostentoso ramo fuera difícil de pasar por alto.
Él le ofreció una débil sonrisa— Eso debe de haberle costado caro. Allí hay lo sufici-
ente como para abrir una florería.
El dio un paso atrás alejándose de ella, y Lydia se abrazó a sí misma.
—¿Hay algo más que yo necesite saber acerca de la situación? Con Brandt, quiero
decir.
Lydia pensó en lo que Brandt le había dicho en el estacionamiento de su edificio. Si
Ryan supiera que le había puesto las manos encima, nada bueno saldría de eso. No te-
nía lesiones corporales, ni siquiera un moretón, así que ella dudaba de que incluso un
cargo por agresión, un delito menor, podría imputársele. Ni tampoco mencionó las
llamadas telefónicas no identificadas. Lydia temía que al convertir esto en un asunto
legal se pudiera crear una mayor animosidad con el hospital. Al final, podrían incluso
requerir que ella divulgue el paradero de Elise, especialmente si ella se había llevado el
dinero de Brandt algo que ella estaba determinada a no divulgar.
Ni tampoco quería que Ryan se involucrara más. Él se merecía estar libre de los
problemas de ella. Mordisqueándose el labio, esperando fervientemente que esta situ-
ación terminara por sí sola, ella sacudió la cabeza.
—No— dijo ella suavemente.
Ryan la miró. Sus ojos azules estaban serios— Tú sabes que a mí todavía me impor-
ta lo que te ocurra. Siempre me importará.
Las palabras le llegaron al corazón.
—Te quiero segura. No más contacto con Brandt. Si él vuelve a acercarse a ti en cu-
alquier parte, me llamas.
La puerta de la sala se abrió. Rick estaba parado en el umbral, vestido con la ropa
desechable, con una máscara quirúrgica colgándole del cuello. Viéndolos a los dos, él
pareció sorprendido— ¿Espero no estar interrumpiendo? Me dijeron que podía en-
contrarte aquí dentro, Lydia. Acabo de salir de cirugía y me enteré de lo que ocurrió
—El entró y se paró al lado de ella —Detective Winter. ¿Yo supongo que usted está
aquí debido a esto?
Los dos hombres se dieron la mano.
—Usted no está interrumpiendo— Ryan miró sombríamente a Lydia— Y yo ya me
estaba marchando.
Ella hizo una última súplica — Por favor mantente alejado de esto, Ryan.
Él le dio su respuesta por sobre el hombro mientras salía— Ni hablar.
Capítulo 18
La oscuridad había caído fuera de las ventanas del hospital. Dando la vuelta a la es-
quina hacia el corredor Lydia se paró en seco al ver a Rick, sin la ropa quirúrgica y ves-
tido con un abrigo sport, pantalones y corbata.
Emergencias había estado corto de personal y ella había extendido su turno hasta la
noche, por un lado por necesidad pero también como una manera de evitar la invitaci-
ón a cenar de Rick, aunque ésta más había sido una proclamación que una invitación.
Después de la partida de Ryan, Rick le informado que había hecho reservaciones en
The Magnolia Room para las 7 p.m. Él había estado decepcionado, incluso un poco
malhumorado, cuando ella le había dado la noticia un rato después de que no podía ir.
Lydia había asumido que Rick ya se había retirado por la noche. Al verla a ella, él se
enderezó de donde había estado apoyado contra la pared y se aproximó.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperándote, por supuesto. Fui a ver cuándo terminaba tu turno— Él le dio una
sonrisa autoritaria— Nosotros vamos a celebrar tu cumpleaños, Lydia. Incluso aunque
no estés de humor después de las travesuras de esta mañana ¿Has tenido noticias del
Detective Winter?
—No— admitió ella. Él había estado en su mente, sin embargo, su declaración al
marcharse la preocupaba.
—Bueno, estoy seguro que te informará si hace algún progreso— El echó un vistazo
a su reloj de muñeca —Aunque es una noche de semana, tenemos suerte. El restaurant
pudo acomodar el cambio de reservaciones para más tarde. Ellos dejan de atender en
una hora más, pero podemos lograrlo si nos vamos ahora.
Lydia se había cambiado la ropa del hospital en la sala de descanso de los doctores,
pero ahora usaba pantalones caquis y un top de marca corta— Apenas estoy vestida
—Pasaremos por tu casa para que te cambies rápido — Él le tomó la mano.
—Rick… — Lydia liberó sus dedos con suavidad— Este ha sido un día bastante ma-
lo. Yo preferiría simplemente ir a casa.
Ella vio que se le tensaba la mandíbula, pero soltó el aliento y asintió —Muy bien. Si
eso es lo que quieres, iremos a tu casa. Pediremos que nos lleven la comida del resta-
urant hindú que te gusta, pondremos un poco de música y nos relajaremos. Pero tú no
deberías estar sola esta noche— El bajó la voz —Solomon tiene razón acerca de que
necesitas dejar tranquilas las vidas personales de los pacientes. Nosotros somos sana-
dores, Lydia, no consejeros o policías. Ese no es nuestro trabajo.
Ella sintió que el rostro se le encendía ante el regaño. Cuando Rick la había presi-
onado, ella le había contado un poco acerca de la situación con Ian Brandt, aunque no
le había revelado su verdadero papel en la desaparición de su esposa.
—Antes de que te cabrees, el sermón se terminó— dijo él con ligereza. Él se acercó,
sus manos acariciaban los brazos de ella con una familiaridad que le hacía un nudo en
el estómago— Ahora que lo pienso, tal vez una noche en casa no será algo tan malo.
¿Quizás puedo ayudarte a liberar tu mente?
Lydia no había olvidado las palabras de Rick en la limosina eventualmente, ellos
podrían hablar sobre llevar su relación un poco más lejos. Y por lejos, él quería decir
sexo. Ella no podía culparlo por eso, y ella sentía remordimientos por no afrontar las
cosas, por tenerlo esperando, como diría su madre. Pero lo que había sucedido en la
gala le había abierto los ojos. A pesar de su mejor intento, ella no sentía por Rick nada
más que amistad y un profundo respeto por su habilidad como cirujano. Lydia había
pospuesto esa realidad debido a la crisis con Elise, pero ya era tiempo de lidiar con el-
lo. No era justo para él de otra manera.
—Tú… no entiendes— Ella vaciló antes de aclararle suavemente— Yo quisiera ir a
casa sola.
La línea vertical entre sus cejas se profundizó— ¿He hecho algo malo?
—No — le aseguró ella con voz afectada— Para nada. Esto tiene que ver conmigo.
Yo… simplemente no estoy preparada para esto.
Su postura se volvió rígida— Lo tomo como que no sólo te refieres a esta noche.
El pulso de Lydia se aceleró un poco. Los cirujanos tenían egos. Ellos tenían que te-
nerlos para poder tomar las decisiones de vida y muerte que hacían diariamente. Ella
sabía que lo que le estaba diciendo, sin importar lo gentilmente que se lo dijera, era un
golpe.
—No puedo creerlo— El soltó una risita mientras se pasaba la mano por el pelo ca-
noso— ¿En verdad estás terminando conmigo?
Ella se llenó de culpa, pero lo miró a los ojos— Lo siento, Rick. De verdad. Pero
yo… pienso que ya no deberíamos vernos fuera del trabajo. Es sólo que estamos en di-
ferentes lugares en nuestras vidas. Queremos cosas diferentes.
—¿Exactamente qué es eso que tú quieres, Lydia?— Su rostro se había enrojecido
perturbadoramente— Porque he estado tratando como el demonio de averiguarlo ya
hace un tiempo.
—¡¡¡Rick!!!
—Yo he hecho todo bien, ¿no es así? He sido comprensivo y paciente con relación a
tu reciente tragedia. Te he llevado a cenar a los mejores lugares de la ciudad. He estado
a tu alrededor como un tonto, de hecho, esperando que continúes con tu vida.
Lydia parpadeó ante su aspereza—Por favor créeme. Lo último que quiero hacer es
herirte, pero necesitaba ser honesta.
—¿Esto es acerca de tu ex—esposo?— Su mirada apenada también contenía un des-
tello de celos— ¿Interrumpí algo esta tarde? Porque tuve la impresión de que estaba
importunando.
Ella tragó con fuerza, la preguntaba se acercaba mucho a la realidad.
—No, — dijo ella, sacudiendo la cabeza. — Es acerca de mí.
—Esto es absurdo— murmuró él casi para sí mismo. Todo estaba en silencio mient-
ras él la estudiaba. Entonces dio unos cuantos pasos y respiró hondo para tranquilizar-
se antes de hablar— Tú estás alterada por lo de esta mañana, es todo. Estas demasiado
cansada y no estás pensando con claridad
—Estoy pensando con claridad.
—Hablaremos de esto después.
—No hay necesidad. Y lo siento, Rick.
El la miró fijamente, las cuerdas de su cuello sobresalían sobre el cuello de su camisa
de vestir. Entonces demostrando su rabia y dolor, él salió empujando las puertas dob-
les que llevaban al vestíbulo del elevador, dejándola sola. Lydia esperó en el corredor,
dándole tiempo para que se marchara antes de salir. Ella trató de reprimir el temblor
que sentía. El estallido de Rick sólo aumentaba la sensación de nauseas que había esta-
do llevando en su interior.
¿Esto es acerca de tu ex—esposo?
Ella cerró los ojos. Estos interludios recientes con Ryan la habían confundido. Había
empezado a cuestionarse cada decisión que había tomado después de la muerte de
Tyler. Ella había sido la que se había marchado, la que quería terminar, incapaz de ver
más allá del dolor que envolvió su matrimonio. La incertidumbre y un agudo arrepen-
timiento le tensaban la garganta.
Ella no tenía derecho.
Con esos pensamientos cruzando por su mente, Lydia bajó en el elevador y se enca-
minó a la salida del hospital. Pero cuando llegó a su nivel en el estacionamiento, se le
ocurrió que debería de haber pedido que la acompañase alguien de la seguridad del
hospital, especialmente a la luz de los eventos de esa mañana. A pesar del calor húme-
do, Lydia sintió un escalofrío correr por su piel, consciente de los sombreados alrede-
dores mientras caminaba hacia su coche. Ella se detuvo una vez, con la certeza de que
había oído un leve eco de pisadas detrás de ella —¿Rick? — Ella miró alrededor pero
no vio a nadie. Tenía los nervios de punta, ella lo sabía, alimentando su imaginación.
Aun así sus dedos buscaron dentro de su mochila el llavero que también tenía la del-
gada lata de spray pimienta.
Ella aceleró el paso. Llegando al Volvo casi corriendo, Lydia se apresuró a entrar y a
cerrar con seguro, entonces rápidamente arrancó el motor y salió de su espacio en el
garaje.
Mientras el coche bajaba la rampa hacia el siguiente nivel, ella pensó que había vis-
lumbrado una puerta cerrándose en el hueco de la escalera.
Capítulo 19
Acunando una cerveza mientras se sentaba ante el escritorio en el invernadero,
Ryan continuó estudiando los registros de las transacciones de Matthew Boyce recibi-
dos de la compañía de tarjetas de crédito a finales de la tarde. Cansado de estar miran-
do la pantalla de la computadora, él los había imprimido y se los había llevado a casa,
había pasado las últimas dos horas comparándolos contra los registros exhaustivos de
Nate y la menor cantidad de cargos que ellos tenían de John Watterson.
Hasta el momento, nada.
Tenía la espalda y los hombros rígidos por el trabajo, él se puso de pie y fue a mirar
por la ventana hacia la oscuridad, sus pensamientos iban en una docena de distintas
direcciones.
Ellos habían arrestado a Lamar Simmons después de recibir un dato sobre su para-
dero, un arresto sorprendentemente fácil. Pero Ryan no había recibido la misma satis-
facción con Ian Brandt. Llevado por una marea de rabia, él había acudido a sus ofici-
nas en un lujoso rascacielos en West Paces Ferry. Ryan había mostrado su placa y de-
mandado verlo, pero la recepcionista le había dicho que el Sr. Brandt había tomado un
vuelo a Nueva York e iba a estar en viaje de negocios hasta la tarde siguiente.
La probabilidad de que Brandt había enviado el paquete a Lydia se hizo más profun-
da. Aunque no era que Ryan pudiera respaldar esa teoría con evidencias. Las huellas
dactilares de Brandt estaban archivadas por un arresto previo uno para el cual los car-
gos no se habían mantenido pero éstas no habían coincidido con ninguna de las en-
contradas en el paquete. De hecho, ninguna de las huellas que habían encontrado ha-
bía estado en el sistema. Resuelto, Ryan planeaba tener un encuentro cara a cara con
Brandt cuando regresara mañana.
Distraídamente, dio un sorbo a su cerveza. Su mente todavía se aferraba a la conver-
sación que había tenido con Lydia más temprano ese día. Tocarla había sido para él
como encender una cerilla en un barril de pólvora, y había tenido que controlar su ac-
titud defensiva ante la llegada de Varek. Ryan se preguntaba si alguna vez le parecería
completamente bien que ella estuviera con alguien más.
Reprimiendo un suspiro, él regresó a comparar los registros en su escritorio.
Cuando el reloj de la repisa de la chimenea dio la hora, él oyó que le quitaban la lla-
ve y abrían la puerta principal. Pisadas conocidas en el piso de madera le dijeron que
era Tess.
—No deberías estar sola afuera tan tarde — le recordó Ryan con severidad, levan-
tando la vista de su trabajo cuando ella entraba al invernadero. Ella traía su ropa de la
lavandería en seco, su abrigo oficial de la policía cubierto con una bolsa plástica que
publicitaba el servicio de veinticuatro horas.
—Oh, vamos. Yo soy una mujer mayor y tan pobre como un pordiosero. Nadie está
interesado en mí. Además, tú necesitas esto para mañana, y pasé por la lavandería de
camino a casa.
Esto era algo menos que él tendría que hacer mañana, al menos. Ryan planeaba asis-
tir al entierro de Boyce por respeto, y para estar allá entre los vestidos de civil para ob-
servar a los dolientes, buscando a alguien que sobresaliera. Inseguro de la razón, tal
vez sólo porque estaba en su mente, él dijo — Hoy es el cumpleaños de Lydia.
Tess se quedó parada en el umbral de la puerta — ¿La viste?
—No intencionalmente. Estaba en el hospital por asuntos policiales.
—Debes de llevarla a cenar— lo regañó ella — No estar aquí sentado, vestido toda-
vía con tu ropa de trabajo y frunciendo con tanta fuerza el ceño como para hacer que
te duelan las cejas.
Era verdad que él todavía estaba con sus pantalones y su camisa de vestir, aunque se
había quitado la corbata junto con la funda sobaquera y el arma.
—Nosotros estamos divorciados, Tess, — señaló él. Sintiendo una tensión en el pec-
ho, él añadió— Y estoy bastante seguro de que ella tiene planes para esta noche.
Tess colocó la bolsa de la lavandería sobre el brazo de un sillón y se acercó a él. A la
luz de la lámpara del escritorio Ryan podía ver las patas de gallo a los lados de sus ojos,
así como la leve tela de araña de arrugas bordeando sus labios que estaban presiona-
dos en una seria expresión. El cabello largo, que usaba suelto esta noche así como un
par de aretes colgantes en forma de pirámides era su única vanidad.
—Cosas malas les suceden a gente buena. Y lo que les pasó a ti y a Lydia… no puedo
imaginarme nada peor— Sacudiendo la cabeza, ella miró hacia el pasillo— Sólo ver la
puerta cerrada de esa habitación, las fotografías de ustedes tres… ese dulce niñito…
me rompe el corazón todos los días. Yo sólo puedo imaginarme lo que eso les hace a
ustedes dos.
Con los pulmones oprimidos, él se concentró en los papeles que tenía delante.
—Escúchame, Ryan. Lo único bueno que viene con la edad es la sabiduría, de mane-
ra que te voy a dar algo de ella, ¿está bien? Aprende de mis errores. La vida pasa con
demasiada rapidez. No la pases sin Lydia si todavía la amas, y no me digas que ella está
viendo a alguien más. Eso es sólo una excusa. Tú necesitas pelear por ella, decirle que
es tiempo de que venga a casa y que vuelvan a intentarlo.
—No es tan sencillo — dijo él finalmente, consciente de la ronquera de su voz. El
vio una imagen de Tyler riendo, jugando con sus bloques en esta misma habitación.
Sintió que lo cubría una dolorosa culpa.
Tess se acercó a su lado del escritorio. Ella puso una mano en su hombro— La ma-
yoría de las cosas por las que vale la pena luchar no lo son. No esperes hasta que sea
demasiado tarde— Después de un rato, ella se aclaró la garganta— Ya dije mi parte.
Ahora voy a ir a colgar ese uniforme en el closet, gorrear un par de cervezas de tu ref-
rigerador e irme arriba. Buenas noches, cariño.
Ryan permaneció pensativo mucho después de que Tess se hubiera marchado. Con
una sensación ardiente en su estómago, él se preguntaba si Varek estaba con Lydia en
este momento.
El volvió a la distracción de las transacciones de las tarjetas de crédito. Poco tiempo
después, sin embargo, él se enderezó en su silla. Dos de los cargos de Matthew Boyce
habían tenido lugar en fechas separadas en un lugar nocturno cerca de Georgia Dome.
Él había visto el lugar en los registros de Nate, también, habiéndolo recordado porque
había parecido un sitio poco usual para que él vaya. Buscando a través de la pila sepa-
rada de papeles que constituían las transacciones de Nate, él volvió a buscar ese cargo.
Le tomó un rato encontrarlo, pero allí estaba.
No queriendo esperar hasta mañana, él agarró su arma y placa y abandonó la casa.
***
El Grindhouse era un club de música ubicado en el edificio de una fábrica remode-
lada, con múltiples pisos conectados por escaleras de concreto. Este olía a cerveza ran-
cia y sudor, aunque el hedor no parecía dañar su popularidad estaba repleto para ser
una noche de semana. Adultos jóvenes y algunas personas sofisticadas un poco mayo-
res estaban apretados juntos en el espacio cavernoso y sombreado en donde Ryan hab-
laba con el gerente del club.
—Si sus tarjetas de crédito dicen que ellos estuvieron aquí, estoy seguro de que así
fue, pero no los recuerdo— dijo él, hablando en voz alta para ser oído sobre el ruido
mientras le devolvía las fotos de Nate y Matthew Boyce. Él tenía el pelo desgreñado y
múltiples piercings faciales. Como usted puede ver, atraemos una gran multitud. Hay
bandas en vivo las siete noches de la semana
Ryan sentía la intensa pulsación del bajo del piso de arriba. — ¿Cámaras de seguri-
dad?
—Sólo en el estacionamiento. Es un sistema digital, programado para borrarse auto-
máticamente cada siete días para ahorrar en almacenamiento de registros —dijo él
con un encogimiento de hombros indiferente, echando un vistazo hacia el área del bar
— Lo siento.
Lo que significaba que cualquier grabación relevante ya había sido borrada.
—¿Lo estoy reteniendo de alguna cosa?— preguntó Ryan, irritado— Porque aquí es-
tamos hablando sobre dos oficiales de policía muertos, quienes estuvieron aquí en las
semanas previas a sus asesinatos. El Oficial Boyce estuvo aquí dos veces en Mayo, y el
Detective Weisz el tres de Junio.
El gerente arrugó el ceño— ¿Estaban en alguna especie de asignación encubierta?
—¿Deberían haber estado?, inquirió Ryan enfáticamente.
—Eso ha estado en todas las noticias, Detective— El gerente asintió hacia una gran
pantalla de televisión sobre varios de los bares— Me gustaría ayudarlo y decirle que
recuerdo haber visto a cualquiera de ellos aquí, pero no es así.
—Voy a mostrar las fotos a su personal de camareros.
—No hay problema. Nosotros seguimos las reglas, por cierto. Nadie menor de vein-
tiún años y nada de drogas.
Cuando el hombre se excusó, Ryan miró hacia la multitud poco convencional. Boy-
ce era más joven, de manera que no hubiera estado fuera del campo de posibilidades el
que se hubiera dejado caer por ahí para escuchar una banda. Pero por su vida, él no
podía visualizar al estirado y conservativo Nate viniendo aquí a menos que estuviera
trabajando.
Haces eso y te mataré.
La amenaza de Nate a quien quiera que haya estado al otro lado de la llamada telefó-
nica ese día todavía lo carcomía. El lugar era oscuro y estaba atestado, pero él había re-
parado en que también había lugares para conversaciones privadas. Cabía la posibili-
dad de que Nate hubiera estado encontrándose con un informante confidencial aquí.
Los informantes típicamente escogían los lugares del encuentro, lugares en donde el-
los se sentían cómodos. Ellos habían investigado a los informantes conocidos de Nate,
pero Ryan se preguntaba ahora si deberían investigar más profundo.
Algún tiempo después, él volvió a salir a la acera. Ninguno de los camareros había
recordado a Nate, aunque una chica de cabello cobrizo con anillos en los pezones que
eran visibles a través de la delgada camiseta pensaba que tal vez Boyle le resultaba co-
nocido. Pero había sido incapaz de recordar algo más, incluyendo si es que él había es-
tado solo.
Quitando el cartel del DPA del salpicadero, Ryan arrancó el vehículo y salió del bor-
dillo, sintiéndose decepcionado mientras conducía. Pero cuando se aproximaba a la
intersección cerca del enorme Georgia Dome, un particular código diez en el escáner
de la policía se introdujo en sus pensamientos.
Sospechoso buscado fue visto.
Agarró con fuerza el volante mientras escuchaba los detalles.
Un civil reportó haber visto al sospechoso del tiroteo a un policía el veintitrés de
Junio… hombre negro, de unos veinticinco años, fue visto entrando a un edificio aban-
donado en Cutler y Bard. Llevando un tatuaje de pandillero en la parte superior del
brazo derecho, vestido con jeans, con camiseta blanca sin mangas y un pañuelo azul…
Pooch.
Luego de haber baleado a Antoine Clark, el rostro de Pooch había estado en las no-
ticias junto con el ofrecimiento de una recompensa por información que llevara a un
arresto. El área que el despachador de la policía había identificado era un refugio para
el crimen, particularmente prostitución y drogas. Esta también estaba dentro del terri-
torio de Pooch. Ryan estaba a menos de una milla de distancia.
En un impulso, él tomó la izquierda en contra de la luz del semáforo, entrando pro-
fundamente a la selva urbana. Las calles en este lado del Domo se deterioraban con ra-
pidez, con los edificios convirtiéndose en más estructuras en decadencia en el espacio
de una docena de manzanas. El tráfico decreció cuando él pasó por una clínica gratu-
ita, la estación de trenes y luego por una fila de escaparates cada vez más destartalados.
El SUV de Ryan se paró justo abajo del edificio que había sido una tienda de departa-
mentos décadas atrás, antes de que tales negocios se mudaran al norte de la informal
comunidad de Buckhead. El nombre Schreiber’s todavía permanecía en la fachada de
piedra desteñida por el sol.
Sacando su celular, Ryan dio el código para anunciar su llegada. Todavía no había
llegado ninguna unidad, sin embargo él sabía que los crímenes en comisión tenían
prioridad sobre un posible avistamiento, y uniformados que trabajaban esta zona típi-
camente tenían las manos llenas. Saliendo del vehículo para echar un cuidadoso vista-
zo alrededor, él se dio cuenta de que había sólo dos personas más en la calle un par de
jóvenes a una manzana de distancia quienes aparentemente estaban vendiendo drogas
a los coches que pasaban. El soltó el aliento con tensión, manteniendo un perfil bajo y
caminando hacia la parte trasera del edificio con su arma desenfundada. Allí había
una puerta entornada.
La sangre se le congeló ante los gritos femeninos que escuchó viniendo de algún lu-
gar en el interior.
Todavía no había sirenas aproximándose, aunque Ryan razonó que las unidades
podrían estar en camino de manera encubierta con las luces apagadas, tal como él lo
había hecho. Él había planeado esperar por el respaldo, pero la urgencia de los gritos
lo presionaba, haciendo que se le pusiera la piel de gallina en los brazos.
No había otra elección. Él se deslizó al interior del edificio.
Con la Glock apuntando enfrente de él y el corazón latiéndole con fuerza, él caminó
despacio por un oscuro corredor antes de alcanzar las puertas que llevaban a una sala
de exposición abandonada. Los chillidos que había estado siguiendo hacían eco en las
paredes del vasto espacio, haciendo difícil obtener su ubicación original. Moviéndose
cautelosamente, con los sentidos alertas, él sintió debajo de sus pies el crujido de los
cristales rotos de unos exhibidores. A pesar de que las ventanas al nivel de la calle ha-
bían sido entabladas, él podía distinguir formas granulosas debido al sombrío resplan-
dor que se filtraba desde la claraboya a varios pisos de altura. Los agujeros en las pare-
des de yeso y la basura desperdigada alrededor indicaban que los vagabundos estaban
utilizando el edificio como refugio. Escuchando un ruido, él dio un giro un apuntó su
arma hacia unas sombras movedizas en una de las esquinas. Varias formas humanas,
aparentemente drogadictos que estaban descansando, le devolvieron la mirada parpa-
deando lánguidamente. Ninguno era quien él estaba buscando. Un maniquí desnudo
sin brazos estaba de pie como un fantasma a la sombra de una escalera mecánica in-
móvil que llevaba al segundo piso. Los gritos, ahora mezclados con una amenazante
voz masculina, venían del piso de arriba.
Manteniendo su arma agarrada con ambas manos, Ryan subió cautelosamente los
escalones inmóviles.
Cuando llegó a ver el descanso de la escalera, sintió que la piel le hormigueaba. La
fuente de los aullidos yacía entre la basura, sus piernas estaban enfundadas en mallas
llenas de agujeros y unas botas gastadas. Ella estaba tumbada, pareciendo haber sido
tirada de un golpe, aunque ella se sentó con rapidez y se arrastró hacia atrás ante la lle-
gada de Ryan. Incluso en la oscuridad, él podía ver el mechón blanco de su cabello
despeinado. Ella era vieja, delgada, con pómulos afilados y ojos desesperados. El olor a
inmundicia la rodeaba. Acercándose, Ryan soltó una mano de su arma y le hizo un
gesto para que se quedara callada.
Mirándolo, ella levantó un huesudo puño y lo sacudió— ¡Tú también lárgate de
aquí! ¡Es mío! ¡MIO!
En su visión periférica Ryan detectó movimiento. Una segunda figura estaba huyen-
do adentrándose en el edificio.
—¡Pooch! ¡Policía! ¡Detente!
La figura comenzó a correr. Ryan repitió la orden, las pisadas de sus zapatos de ves-
tir hacían eco a través del edificio mientras perseguía al hombre que huía con rapidez
pasando por unos estantes vacíos y unidades de almacenamiento volcadas. Un pálido
rayo de luz de otra claraboya hizo visibles brevemente la camiseta blanca y la bandana
azul antes de que la oscuridad lo volviera a tragar.
Treinta yardas más adelante, una puerta se abrió con fuerza. Respirando con fuerza,
Ryan maldijo cuando la figura le disparó, el fogonazo de una pistola y la explosión del
sonido llenaron el aire antes de que la puerta volviera a cerrarse. Con la ira alimentan-
do su persecución, y esperando como el demonio que el respaldo estuviera ingresando
al piso inferior, él se detuvo sólo lo suficiente para abrir la puerta de una patada, saltar
hacia atrás contra la pared y, con el corazón martilleándole, echar un vistazo alrededor
de la esquina apuntando con el arma antes de seguir. El hueco de la escalera era oscuro
como una cueva. Ryan oyó el golpe seco de los pies de Pooch ganando distancia por
encima de él, sin duda dirigiéndose hacia el tejado. Un deja vu pasó a través de él.
Con una mano deslizándose contra la pared, Ryan palpó ciegamente su camino es-
caleras arriba, tropezando dos veces en los escalones hasta que una puerta abierta en
otro nivel le proporcionó un hilo de luz antes de que volviera a cerrarse.
Su entrenamiento policial le dijo que esperara, pero su agresor había invadido su
hogar y lo había golpeado con una pistola. Le había escupido. Ryan apretó los dientes.
La necesidad de darle su merecido ganó. Él quería ser el que le pusiera las esposas y ar-
rastrara al hijo de puta a la cárcel.
Respirando hondo para estabilizarse, él se abrió camino a través de la puerta y salió.
Una noche negra encubría el cielo arriba de él. El tejado maltratado por el clima sobre
el que estaba parado brillaba con un gris sobrecogedor bajo la perlada luz de la luna.
Cajas oxidadas de aire acondicionado y un sistema de ventilación grande acordonaban
el espacio. Las simas de las claraboyas en forma de domo se curvaban como las espal-
das de las ballenas en el agua. Sólo un poco más allá, una figura estaba de pie en las
sombras.
—¡Pooch! — volvió a gritar Ryan — ¡Suelta el arma!
Pooch disparó, la bala rebotó en el equipo de metal, entonces saltó hacia la cornisa.
Su cuerpo atlético flotó hacia arriba, con las piernas y los brazos haciendo círculos mi-
entras daba un largo salto a través del aire.
El desapareció.
Ryan corrió hacia la cornisa, respirando con fuerza. Mierda. Pooch había saltado los
seis pies de distancia entre la tienda por departamentos vacía y el edificio vecino. Él ya
estaba a más de la mitad de camino a través del segundo tejado más bajo. Demasiado
lejos como para que Ryan pudiera dispararle. Pooch miró hacia atrás, levantando su
dedo medio, y continuó corriendo.
Sus pulmones se estrujaron con la decisión. Ryan no podía creer lo que estaba por
hacer. Enfundando su arma y retrocediendo, él se impulsó hacia adelante, sintiendo el
salto de su corazón y oyendo su propio gruñido mientras él también volaba a través de
ese espacio, cayendo dolorosamente y rodando varias veces sobre el siguiente tejado.
Él se puso de pie a tiempo de ver a Pooch dando otro salto Olímpico hacia el siguiente
edificio.
Un grito rasgó el aire.
Faltándole el aire, con la adrenalina corriendo por sus venas, Ryan corrió hacia la
cornisa y miró hacia abajo sintiéndose mareado. Se le encogió el estómago. Pooch ya-
cía dos pisos más abajo, su cuerpo retorcido e inmóvil sobre el asfalto. Dos coches pat-
rulla habían llegado y ahora estaban aparcados de cualquier modo en la calle con las
luces parpadeantes de la barra encendidas.
Transpirando, con el cuerpo caliente, Ryan se frotó el rostro con la mano. Él se pre-
guntaba qué había estado haciendo Pooch aquí si es que había estado sirviendo de re-
caudador de los dos traficantes de drogas que estaban trabajando en la calle, o si es que
la Orden de Búsqueda lo había forzado a refugiarse en el decrépito edificio, resultando
en una guerra territorial con la mujer anciana quien claramente consideraba suyo el
segundo piso.
Apartando los ojos de la horrenda escena, él se dio la vuelta para ver ahora a varios
oficiales más desplegándose hacia el tejado adyacente de la tienda por departamentos.
El echó mano a su placa. Sosteniéndola en alto, Ryan se identificó.
Capítulo 20
Al terminar la tarde la luz del sol se filtraba a través de las hojas en el Tuxedo Park
en el próspero vecindario de Atlanta. Ryan y Mateo estaban sentados en el Impala al
frente de la mansión de Ian Brandt, la cual estaba anidada en un marco arbolado a
unas cuantas manzanas de la Mansión del Gobernador. La casa era como las residen-
cias típicas de ese lugar una mansión tipo Tudor envejecida dignamente con una imp-
resionante mampostería y cubierta de hiedras trepadoras. Una reja de hierro cerraba el
paso hacia el camino de entrada y la propiedad.
Ryan le echó un vistazo a su reloj. Basado en la información de la recepcionista de
Brandt, había sido un asunto relativamente simple el comprobar el horario del vuelo
de Hartsfield a Jackson y calcular su regreso.
—Una fuerte concurrencia al funeral de Boyce esta mañana— dijo Mateo por sobre
el zumbido del aire acondicionado— Él era altamente considerado.
Ryan concordó con un gruñido, sus ojos permanecían en la casa mientras buscaba
signos de vida en su interior— Seis menciones de honor. Eso es un montón para un
muchacho de su edad.
— Él no era exactamente un muchacho ¿Cuántos años tenía él? ¿Era seis años me-
nor que nosotros?
Ryan no respondió. Tal vez él sólo se sentía mucho mayor. Él todavía pensaba que
Adam era un muchacho también.
Él había estado en el cementerio a la búsqueda de alguien que no encajara, alguien
que pareciera un mirón o que se mantuviera aparte de alguna manera indefinida, pero
no había visto a nadie entre el mar de uniformes azul marino aparte de aquellos que
parecían ser amigos y familiares. Al menos Boyce no había tenido hijos, pensó Ryan,
con el codo apoyado contra la ventana del lado del pasajero mientras continuaba mi-
rando afuera. La ex—esposa de Boyce había parecido estar devastada a pesar del novio
que la había llevado hacia los asientos en frente del féretro cubierto de rosas y la tum-
ba abierta.
—¿Vamos a hablar de lo que salió mal anoche?— dijo Mateo interrumpiendo sus
pensamientos. — Obviamente tu no estas planeando traerlo a colación.
Ryan se encogió de hombros— No hay nada de lo que tú ya no estés enterado. Po-
och se quedó corto en el segundo salto. Fin de la historia.
—Todo está en el informe.
—Sí.
—Cristo, Ryan —Mateo sacudió la cabeza— ¿Qué carajo estabas haciendo respon-
diendo llamadas como algún uniformado? Tú conoces la orden. Nadie sale solo.
Él había estado esperando eso. Hasta ahora ellos habían estado ocupados con el fu-
neral, luego con una reunión de información de los detectives con el cuerpo especial,
no había habido mucho tiempo para una conversación de compañero a compañero.
Ryan contestó con forzada paciencia — Yo estaba siguiendo una pista sobre los tirote-
os, ¿está bien? Un código diez con la descripción de Pooch llegó por la radio, y yo esta-
ba en la zona. Fui para echar un vistazo.
—Podría haber ido contigo a ese club anoche. Todo lo que tenías que hacer era pe-
dirlo
—Yo no quería alejarte de tu familia. Era un local público.
—¿Y no podía haber esperado hasta que fuera de día?
—No.
Mateo tamborileó los dedos contra el volante, claramente agitado— Mira —dijo él
finalmente— Yo entiendo que tú quisieras a Pooch. No te culpo. Pero han sido asesi-
nados unos buenos policías. Si es que hay un asesino serial allá afuera, ¿quién puede
decir que no te hubieran puesto una trampa?
Ryan hizo un sonido de burla y se rascó la nuca.
—Piénsalo —, persistió Mateo. — Tú ya sabes que Nate y Boyce estuvieron en ese
club. ¿Qué tal si el asesino estuvo allá anoche y te vio? Él podría haber hecho la llama-
da de ese avistamiento de manera que pudiera seguirte allá. Embolsarse a uno de los
primarios en su propio caso sería un verdadero trofeo.
—Tú en verdad estás exagerando — masculló Ryan.
—No lo creo así. Pooch ha estado en todas los noticieros desde que le disparó a An-
toine. De manera que nuestro hombre llama para informar de un avistamiento falso,
sabiendo que tú estás a unas manzanas de distancia, deseando ponerle las manos enci-
ma y probablemente ser el primero en responder. Eso podría haber sido una carnada
para que vayas allá.
—Aquí está la falla en tu teoría. No fue un avistamiento falso— Ryan recordó la hor-
rible imagen del cerebro destrozado de Pooch— Tú deberías de usar esa vívida imagi-
nación que tienes para escribir un guion cinematográfico. Ganarías muy buen dinero.
Mateo se rió por lo bajo. Entonces volviendo a ponerse serio, él dijo, — Tú no debe-
rías estar corriendo riesgos como ese, Ry.
Ryan se enderezó en su asiento cuando un oscuro Lexus cupé deportivo con lunas
polarizadas se entró en la calle — Ese es él.
Cuando el coche giró hacia la reja abierta para entrar al camino de entrada, Mateo
condujo el Impala detrás de éste, bloqueando la reja para que no se cerrara.
—Espera aquí — dijo Ryan, saliendo del vehículo. Esto era entre Brandt y él.
—¿Por qué? ¿De manera que yo pueda oír lo suficiente para testificar contra ti en la
corte?
Un hombre de pelo oscuro con un traje de negocios bien confeccionado emergió del
otro coche mientras Ryan se aproximaba.
—¿Ian Brandt? — confirmó él.
—¿Y usted es?
El indicó su placa en la cintura— Detective Winter del Departamento de Policía de
Atlanta.
Un reloj de pulsera de apariencia costosa destelló a la luz del sol cuando Brandt ca-
sualmente se rascó la perilla, pareciendo poco impresionado. — ¿Qué puedo hacer por
usted, Detective?
—Usted puede decirme lo que sepa sobre una caja de avispas entregadas en el Hos-
pital Mercy en la mañana de ayer.
Brandt cliqueó su mando del coche para abrir el maletero del cupé. Una maleta de
cuero de diseñador estaba en su interior, indicando que él, en efecto, había estado fu-
era de la ciudad— ¿Avispas? Eso es sencillo. Yo no sé nada.
—La caja estaba dirigida a la Dra. Costa en Emergencias. Usted la confrontó la se-
mana pasada cuando ella se contactó con la policía acerca de las lesiones de su esposa.
Usted también fue a su casa hace dos días y la acusó de ser parte de su desaparición.
—Yo sé quién es usted, Detective. Usted debe de estar en buenos términos con su
antigua esposa para obedecer sus órdenes. ¿Ella lo envió con relación a esto?
—Estoy aquí porque aquellas avispas apuntan justo hacia usted— Luchando con el
deseo de darle un manotazo a la arrogante sonrisa en la cara de Brandt, Ryan sintió
que el pulso se le aceleraba un poquito.
—Desde donde yo estoy parado, parece que usted se tomó algunas molestias para
buscar información sobre la Dra. Costa. Usted sabe que ella estuvo casada con un poli-
cía, y sabe en donde ella vive. ¿Acaso el hecho de que ella tiene una alergia letal hacia
el veneno de las abejas también lo encontró en su investigación?
La mirada del otro hombre no vaciló. A pesar de las finas prendas de ropa, de la cos-
tosa casa y el coche, él emanaba una siniestra oleaginosidad— Me temo que usted está
¿cómo dicen ustedes?, oliendo el culo equivocado, Detective. La Dra. Costa y yo sí tuvi-
mos un desacuerdo, pero fue algo difícilmente ilegal. Y como he dicho, yo no tengo
ningún conocimiento en absoluto sobre esa caja de avispas. No me gusta su acusación.
El alzó una mano extendida en un gesto especulativo — ¿Quizás alguien más la en-
vió? Usted debe admitir que la Dra. Costa tiene una personalidad abrasiva y una incli-
nación a meter la nariz en donde no le corresponde. Una mujer como esa, incluso una
atractiva, probablemente tiene un montón de enemigos.
Ryan se acercó un paso más, apenas manteniendo su rabia a fuego lento — Usted las
envió.
—Y yo le diré una vez más. No lo hice— Las facciones de Brandt se habían endureci-
do, su acento previamente leve se pronunció un poco más— ¿Tiene usted alguna pru-
eba de eso?, ¿Trajo usted una orden de arresto?— Él sonrió como un tiburón— Enton-
ces salga de mi propiedad.
Ryan podía llevarlo al precinto para un interrogatorio, pero eso no sería más que
una técnica de acoso, y no había duda de que Brandt ya tenía un abogado de primera
por anticipado para asegurarse de que fuera liberado en pocos minutos. Además, su
instinto le decía que este cabrón no se asustaba fácilmente. Era tentador dejarle saber
que él estaba al tanto de sus antecedentes, el cambio de nombre, el cártel de las drogas,
incluso la muerte de su primera esposa, pero él no quería que pareciera que Elise
Brandt había confiado en Lydia, un indicador de que ellas habían pasado un tiempo
juntas. Él se lo guardaría para cuando tuviera algo más concreto. Por ahora, Ryan ent-
regó la advertencia.
—Esto se terminó. Manténgase lejos de la Dra. Costa. Usted no se vuelve a acercar a
ella otra vez.
—Yo tendría cuidado en amenazarme, Detective.
Ellos estaban parados prácticamente nariz contra nariz en el calor del verano. Ryan
sentía la transpiración cosquillearle por la espalda. Su voz bajó significativamente — Si
ella hubiese estado herida, usted no estaría respirando en este instante.
Brandt volvió a sonreír con arrogancia una vez más, aunque sus ojos oscuros esta-
ban fríos.
Ryan retornó al coche que lo esperaba, consciente de que ahora Mateo estaba para-
do fuera de la puerta del conductor, sin duda preparado para intervenir si la confron-
tación llegaba a las manos. Ambos subieron al vehículo, y Mateo lo puso en reversa,
haciendo chirriar los neumáticos mientras retrocedía del camino de entrada.
—¿Cómo te fue?
—Fue — gruñó Ryan, mientras pasaban por grandes casas con céspedes del tamaño
de un parque.
El sólo esperaba que su mensaje le hubiera llegado a Brandt.
***
Dos horas después, Ryan salía de la oficina del Capitán Thompson. Él había sido ci-
tado al precinto vía radio. No le había tomado mucho tiempo a Brandt hacer una lla-
mada con relación a su visita, y no mucho más tiempo que eso en llamar al político
que era su amigo para que contacte con el rango más alto dentro del DPA. Ryan había
explicado a Thompson que él había tenido fundamentos para interrogar a Brandt
acerca del paquete, pero sin una evidencia incriminatoria, él había sido advertido para
que dejara pasar el asunto.
—¿Así que en cuánta mierda estás metido? — le preguntó Mateo cuando Ryan reg-
resó a su escritorio.
Él se encogió de hombros— Me han ordenado que me mantenga alejado de Brandt.
Mateo echó un vistazo a la puerta cerrada del capitán— Thompson conoce a Lydia.
Yo pensé que te respaldaría en esto.
—Él lo hizo— A través de la ventana al lado de su escritorio, el cielo previamente
azul había comenzado a atenuarse, y las largas sombras de los edificios adyacentes
ahora se extendían sobre la acera— Esto está por encima de su rango. Brandt se dirigió
a lo más alto, de manera que considerando sus conexiones, esto podría haber sido pe-
or.
Ryan había esperado completamente que Brandt se quejara sobre su visita. Basado
en lo que él sabía por Lydia, esto era parte de su Modus Operandi. Pero Thompson
había dejado claro que había arriesgado su cuello con su propio superior y que espera-
ba que Ryan retrocediera.
—Brandt debe de estar codeándose con la gente correcta y por codearse, quiero de-
cir que les está llenando los bolsillos—Mateo agarró el teléfono que timbraba en su
escritorio. Ryan fue alertado por el cambio inmediato de su tono mientras hablaba con
quien fuera que estuviera al otro lado de la línea— Sí, estamos en camino.
—¿Qué?— Ryan se puso de pie junto con su compañero. Ya ellos estaban dirigién-
dose a la salida.
Mateo mantuvo la voz baja mientras andaban a través del corredor— Oficial invo-
lucrado en un tiroteo. Un uniformado de la zona cuatro acaba de hacer una llamada
de emergencia. Un tipo lo sorprendió cuando salía de su vehículo en el callejón al lado
de su casa. El disparó.
Ryan sintió acidez estomacal. La paranoia dentro de los rangos del departamento
había estado aumentando desde el asesinato de Boyce. Todo el mundo estaba con el
dedo en el gatillo, buscando tiradores en su visión periférica. El respiró con dificultad.
— Sólo dime que este tipo portaba un arma.
Cuando ellos empujaron las puertas dobles que llevaban al aparcamiento, Mateo le
lanzó una mirada, su sombría expresión le confirmó a Ryan su peor temor.
—La escena en este momento es un lío, de manera que ellos todavía no están segu-
ros. Pero hasta el momento, no hay arma.
***
Entrando a su condominio oscurecido, Lydia sintió la tensión del día anudándose
sobre sus hombros. Su turno había sido uno particularmente depresivo con varios ca-
sos difíciles entrando a través de Emergencias: una víctima de asalto y violación, un
adolescente con sobredosis, un caso probable de cuadriplejía por un accidente en bi-
cicleta. Todo esto había sido opacado por las noticias de Jessica Barkeer, la niña de seis
años lesionada con su madre en un accidente automovilístico el día anterior.
El rumor había llegado desde Pediatría. Había habido complicaciones en la cirugía
para mitigar un hematoma que estaba poniendo presión en su cerebro. Como la ma-
yoría de los traumatismos craneales, había poco más que hacer que observar y esperar,
pero el pronóstico no era esperanzador.
Entrando en la cocina, fatigada, con todo eso en mente Lydia encendió la luz y se
quedó mirando la habitación con la mirada perdida. Ella no tenía hambre. En cambio,
ella pensó en el adicto a la Oxycodina que había estado tratando de conseguir drogas y
que la había amenazado cuando ella lo había dado de alta sin la prescripción. De me-
moria, ella se sirvió una generosa copa de la botella de vino abierta que estaba sobre la
tabla de picar. Impulsivamente, ella se la tomó de un solo trago, con la garganta ardi-
éndole por el estimulante cabernet que debía de beberse en sorbos. Los ojos le lagri-
mearon ante el castigo auto infringido, y tosió, limpiándose la boca con el dorso de la
mano.
Tomando aire, ella se sirvió otra copa.
Lydia cerró los ojos con fuerza.
El vino no la hacía sentirse mejor. Este sólo la adormecía.
—¿Esto es debido a tu ex—esposo?
Después del incidente con las avispas, después del rompimiento con Rick anoche y
su pregunta, ella había llegado a casa y había bebido hasta quedarse dormida franca-
mente, estuvo inconsciente en la cama. Ella se había despertado temprano esa mañana
con dolor de cabeza y los miembros temblorosos. La vergüenza le encendió el rostro.
Esta no había sido la primera vez. Lydia no estaba segura exactamente de cuándo se
había empezado a auto medicar, yendo más allá de una o dos copas en la noche hasta
tomarse toda la botella algunas veces. Esto había sido algo gradual de lo que ella de al-
guna manera no se había dado cuenta.
A ella la atemorizaba haber empezado a depender del vino para poder dormir du-
rante la noche.
Yo todavía puedo funcionar. Lo planeo cuidadosamente. Esto no ha afectado mi tra-
bajo.
Pero en su corazón, ella lo sabía. Su estómago se tensó.
Esto tiene que parar. Antes de que no pueda detenerme. El beber se está empeorando.
Ella vertió la copa en el lavabo. Lydia se pasó una mano por el rostro, observando
mientras el borgoña profundo manchaba el lavabo de porcelana. Esto le recordaba a la
sangre en el piso de Emergencias. Ella también se deshizo de lo que quedaba en la bo-
tella. Enjuagó todo para que se fuera por el desagüe.
Aterrorizada por su bravata, ella dejó escapar una triste risa. Ese era todo el alcohol
que tenía aquí. Habían pasado meses desde que se había quedado dormida sobria. Esta
sería una larga noche. Pero ella cruzó la unidad, y mientras todavía tenía el valor, ella
también tiró las pastillas para dormir por el inodoro.
Ella se dio una larga ducha con el agua muy caliente, se preparó una de taza de té
herbal y se fue a la cama.
Sin el alcohol para adormecer sus pensamientos, pareció que pasaron horas antes de
que comenzara a sentir sueño. Lydia estaba durmiéndose cuando el teléfono timbró.
Encendiendo la lámpara de la mesa de noche, parpadeando, ella alcanzó el auricular y
miró la pantalla identificadora.
NUMERO DESCONOCIDO.
No otra vez. Ella la dejó pasar al correo de voz mientras se volteaba hacia su lado.
No pasó ni un minuto antes de que empezara a timbrar otra vez.
Ella había tenido suficiente. Sentándose, Lydia agarró el auricular — ¡Deje de lla-
mar! Ya le he dicho que no sé nada de su esposa
—¿Mami? — La vocecita de un niño congeló las palabras en su garganta. Un niñito.
La nuca le hormigueaba cuando se enderezó — ¿Quién… quién es?
El silencio crujía con la electricidad —… Tyler.
La mano que sostenía el auricular se le entumeció. Lydia sintió la espina dorsal hela-
da.
—Ven a buscarme, Mami, — suplicó la vocecita. — Está oscuro aquí. Tengo miedo.
Se le puso la piel de gallina, el estómago se le hizo un nudo
—¿Quién es? — espetó ella.
Más silencio. Entonces una risita. — Adiós.
La línea se cortó. Lydia desconectó y tiró el aparato al piso, recogiendo las piernas
hacia sí y envolviendo los brazos con fuerza alrededor de sus canillas mientras se re-
costaba contra la cabecera de la cama. El corazón le latía con fuerza en los oídos. Ella
no estaba loca. Tyler estaba muerto y ese no había sido su hijo. Ella lo sabía.
Pero había sido el hijo de alguien. El ceceo, la voz fina había sido real. La inquietud
la invadió, y ella no era capaz de sacudirse lo que intentaba la llamada.
Brandt había ido demasiado lejos esta vez. Llamando a la madre de un pequeño mu-
erto… Haciendo que un niño simulara ser…
Ella tragó sobre el nudo que tenía en la garganta. Lágrimas de rabia ardían detrás de
sus ojos.
La fortaleza que había conseguido más temprano se había ido. Lydia sintió una pun-
zada de arrepentimiento cuando su cuerpo ansiaba un consuelo adormecedor.
No pienses así.
Levantándose con las piernas débiles, ella comprobó la pantalla del teléfono para
asegurarse de que no había estado atrapada en una vívida pesadilla. Que ella en verdad
no estaba volviéndose loca. Dos llamadas se habían registrado. Volviendo a poner el
teléfono en la consola, temblando interiormente, Lydia se sentó al borde la cama y en-
terró la cara en las manos. Ella lo estaba pasando mal. Pero sin importar la treta que él
utilizó, ella se prometió colérica que nunca le diría a Brandt ni una maldita cosa de su
esposa.
La súplica del pequeñito le había atravesado el corazón, sin embargo. Ella pensaba
en ello todo el tiempo en cómo había muerto Tyler. Sólo en la tumba fría y llena de
agua. Ahogándose y asustado. Queriéndola a ella. Eso era suficiente para llevarla al lí-
mite.
Oh, Dios.
Ella respiró hondo y cuadro los hombros. Ella no le permitiría a Brandt hacerle esto,
ella no haría…
Lydia dio un chillido cuando el teléfono volvió a la vida
Capítulo 21
Un asesino sin rostro no había tirado del gatillo esta vez. Pero un hombre estaba
muerto y la carrera de un oficial había terminado con probables cargos pendientes, al-
go que ahora estaba en manos de la oficina del Fiscal de Distrito del Condado Fulton.
Ryan miraba pensativamente a través del parabrisas en su SUV estacionado. Su mente
le traía las mismas imágenes, el mendigo derrumbado en el piso, el policía novato ar-
rodillado cerca, llorando de arrepentimiento. Sorprendido por el desarmado mendigo,
él había entrado en pánico y había disparado.
El incidente no era su caso, no estaba siendo categorizado con los otros tiroteos. Pe-
ro Ryan todavía sentía en su interior un persistente tirón de culpa.
Aunque se había separado de Mateo hacía un rato, él había estado demasiado tenso
para ir a casa. En cambio, había estado conduciendo alrededor de la ciudad hasta que
había terminado aquí. Ryan estaba sentado al frente del edificio de Lydia. Él había es-
tado en el interior una vez, meses atrás cuando le había llevado algún correo extravi-
ado. Su unidad estaba en el octavo piso, y él alzó la vista hacia la fila de ventanas del
piso al techo, calculando cuáles eran de ella.
Él verdaderamente era patético. Llevando a cabo una vigilancia en la casa de su ex—
esposa.
Las luces en la que él creía que era su unidad habían estado apagadas más temprano,
pero él reparó en que ahora había un pálido resplandor viniendo desde el interior. Lo
que significaba que ella estaba en casa y despierta. Ryan le había dejado un mensaje
ese día más temprano, diciéndole que ellos no habían podido recopilar ninguna evi-
dencia del paquete utilizado para enviar las avispas. Él no había tenido una respuesta
de ella, y se preguntaba ahora si él debería advertirle acerca de su visita a Brandt.
O tal vez él sólo era un masoquista y necesitaba saber si Varek estaba allá arriba con
ella.
Cogiendo su celular, él hizo una pausa con inseguridad antes de marcar su número.
Lydia contestó en el segundo timbrazo. La forma jadeante y nerviosa con la que ella
dijo su nombre lo puso en alerta instantánea —¿Qué sucede?
Un momento de silencio. Él se enderezó en el asiento del conductor —¿Lydia?
—Yo… yo recibí una llamada… —ella tartamudeó, con voz temblorosa y titubeante
— ¡Yo sé que no era real! No me he vuelto loca…
¿Qué no era real? Ella estaba hablando sin ton ni son ahora, las palabras que pro-
nunciaba eran acerca de bromas retorcidas y de Ian Brandt. Él sintió un nudo en el es-
tómago, no gustándole hacia donde se dirigía esto. —Lydia, tranquilízate. Sólo cuénta-
me acerca de la llamada.
—Era un niño, un niño pequeño —Ella hizo una pausa, obviamente luchando para
permanecer tranquila—. Él me llamó Mami. Dios. Él… dijo que era nuestro Tyler.
Ryan se quedó quieto, sintiendo en la piel la conmoción de esto.
—¡No estoy loca! Yo… yo sé que no era nuestro bebé, pero yo… —Ella hizo un so-
nido de ahogo que lo atravesó—Pensé que podía lidiar con esto por mi cuenta, que
con el tiempo Ian Brandt se rendiría y todo esto simplemente tendría que parar…
—Estás bien, cariño —dijo él con voz ronca, intentando tranquilizarla a pesar de la
rabia ardiente que se agitaba en su interior. Brandt no tenía hijos, al menos ninguno
del que Ryan se hubiese enterado. Pero él probablemente conocía a alguien que sí los
tenía—. ¿Estás sola?
—Sí.
Él salió del SUV. —Dame el número que salió en el identificador de llamadas.
—Yo… yo nunca puedo decir de dónde están viniendo. Todas ellas dicen número
equivocado…
—¿Ha habido otras? —dijo él con el ceño fruncido. Ella se lo había guardado ayer en
el hospital. Él esperó con impaciencia que pasaran varios motoristas y entonces cruzó
trotando la calle de varios carriles hacia su edificio—Maldita sea, Lydia. ¿Cuántas y
durante cuánto tiempo?
—Yo… yo no sé. Siete, ocho llamadas durante varios de los últimos días. Pero en to-
das colgaban o decían obscenidades. Esas no eran…
Ryan hizo un gesto de dolor. Él subió con tensión los escalones hacia la plaza del
edificio.
—Debería haberte contado sobre las llamadas ayer —dijo Lydia disculpándose—.
Pero me metí en este lío sola. Adam tenía razón al decirme que me mantuviera alejada
de ti. Yo no quería meterte en esto…
—Está bien —le aseguró él mientras intentaba abrir las puertas—. Mira, estoy en tu
edificio, pero el vestíbulo está cerrado.
—¿Estás aquí? —sorbió ella, sonando confusa.
—Estaba en el área —Un eufemismo. Ryan miró hacia el elegante interior—. Dame
tu código. Voy a subir.
Ella se lo dio. —Lo siento tanto, Ryan. No pensé que las cosas llegarían tan lejos. Sé
que estoy exagerando, pero los últimos días han sido… yo no estoy… manejando esto
bien.
—Escúchame. No hay nada de que lamentarse, ¿vale?
Desconectando la llamada, con el rostro ardiendo, Ryan presionó el código de segu-
ridad y entró en el vestíbulo. Él había visitado a Brandt como una advertencia, pero
parecía que ésta le había resbalado por la espalda. Tal vez incluso hizo que las cosas
empeoraran. Estaba claro que Brandt había hecho su tarea con Lydia, así que sin duda
él sabía acerca del hijo de ambos, también. Los medios locales habían informado del
ahogamiento, una historia en la segunda página y un breve segmento en las noticias
nocturnas. Incluso ahora cualquier búsqueda en la Web podría sacar el tema. Ryan
tragó saliva, sintiendo un dolor en la garganta al ver cuán destrozada había sonado
Lydia. La idea de que Tyler pudiera ser utilizado como un arma contra ella le causaba
una furia ardiente en su interior. Él presionó el botón del ascensor.
Tranquilízate. Sé inteligente.
Aun así, Ryan apretó las manos mientras esperaba que el ascensor llegar al piso. Él
fantaseaba con tener cinco minutos a solas con Ian Brandt.
***
Lydia no sabía cuánto tiempo él había estado allí, pero ahora ella sentía su presencia
detrás de ella. Su cuerpo se puso rígido mientras él se acercaba más y cuidadosamente
la envolvía en sus brazos, atrayéndola de espaldas hacia su pecho. Apretándola contra
él. Con la garganta tensa, ella se limpió las lágrimas del rostro. La luz brillaba a través
de las ventanas de su hogar, el día estaba cruelmente soleado y cálido en el exterior.
Ella había estado pasando la aspiradora y encontró el dinosaurio de juguete olvida-
do debajo del sofá. Sus dedos envolvieron el plástico moldeado. Este había sido uno de
los favoritos de Tyler.
—Vamos a estar bien —prometió Ryan contra su oído, con voz seria. Desesperada
—. Nosotros vamos a salir de esto.
Lydia sabía que él estaba sufriendo también. Que la culpa lo estaba matando. Desde
que había regresado de Nueva Orleans, ella era consciente del tiempo que él pasaba
mirando fijamente hacia la reja ahora cerrada y la piscina cubierta, de los viajes que
hacía solo al cementerio. Aun así, ella quería pedirle que no la tocara. Que no la abra-
zara. Ella se sentía quebrada por dentro. Ella quería morir en silencio de manera que
pudiera estar otra vez con su bebé.
—Yo no quiero hacerlo —susurró ella.
Verlo a él en el pasillo, usando todavía su funda sobaquera y la placa de detective en
su cintura, hizo que Lydia sintiera una ráfaga de alivio. Ella no sabía qué lo había tra-
ído tan cerca de ella tan tarde en la noche, pero estaba intensamente agradecida por el-
lo.
Por un breve momento, ninguno dijo nada. Entonces ella fue hacia sus brazos. Sin
palabras, él la abrazó.
—Lo siento —musitó ella contra su pecho, sabiendo que ya se había disculpado, sa-
biendo que él le había dicho que no había necesidad. Se sentía bien ser abrazada por él,
se dio cuenta ella con una punzada de emoción. Estar segura en sus brazos. Cuando él
finalmente la soltó, la expresión de preocupación en sus facciones fue casi suficiente
para que las lágrimas volvieran a formarse en sus ojos.
Siguiéndola al interior, él cerró la puerta y la guio al sofá, haciéndola sentarse a su
lado —Háblame sobre las llamadas.
Con las manos agitándose en su regazo, Lydia le contó lo que el niño había dicho,
consciente de los ojos tormentosos de Ryan y de su mandíbula apretada. Ella también
le contó acerca de las repetidas colgadas de teléfono y del hombre maldiciéndola.
—Reconociste la voz de Brandt?
—No estoy completamente segura, pero no sonaba como él.
—De manera que él tiene a alguien más para que lo haga— Cogiendo el auricular de
la consola, Ryan echó un vistazo a la pantalla, pasando a través de la lista de llamadas.
Entonces se puso de pie y comenzó a andar de aquí para allá mientras usaba el teléfo-
no.
—Soy el Detective Ryan Winter de la Policía de Atlanta— dijo él, dando su número
de placa para verificación —Necesito una búsqueda en reversa de las más recientes lla-
madas hechas a este número.
Después de un momento, él dio las fechas y las horas de las otras llamadas también.
Él esperó por la información, entonces desconectó.
—Todas ellas vinieron del mismo teléfono desechable.
Lydia sabía lo que eso era. Un celular prepago desechable, una herramienta favore-
cida por los traficantes de drogas y los terroristas. Y por cualquiera que no quisiera ser
rastreado.
—Brandt es un enfermo hijo de puta —dijo él mordiendo las palabras, con sus facci-
ones duras.
Lydia era incapaz de dejar de pensar en el pequeño niño. Él sonaba como si tuviera
tal vez cinco o seis años. —Yo sé lo que oí, Ryan. Yo estaba hablando con un niño.
¿Quién utiliza a un niño para hacer algo como esto?
—Tú misma dijiste que Brandt tiene gente trabajando para él —Él se agarró la nuca
—. Podría ser de cualquiera, el hijo de su doncella o alguien más de su nómina. Los ni-
ños pueden ser instruidos para decir casi cualquier cosa.
Ella sacudió la cabeza lentamente con incredulidad.
Con un suspiro, Ryan se sentó al lado de ella. Por un rato, estuvieron mirando la te-
levisión. Lydia no recordaba cuándo la había encendido, aunque el sonido estaba apa-
gado. Las últimas noticias nocturnas estaban pasando una repetición de la historia
acerca del oficial que había disparado a un vagabundo detrás de su casa, tomándolo
erróneamente por el asesino que se creía que estaba al acecho de los policías. Lydia ha-
bía oído esto por primera vez cuando todavía estaba en su turno en Emergencias.
—Yo no quería añadirte más problemas de los que tienes —murmuró ella.
Ryan la miró, el estrés en sus ojos azules indicaban bajo cuánta presión se encontra-
ba él. Pero él le cogió la mano, entrelazando sus dedos con los de ella, su pulgar acari-
ciando sus nudillos. El gesto le apretó el corazón a ella.
—Lydia —la regaño suavemente— Tú no eres un problema. Y esto va a parar, te lo
prometo. Para empezar, vamos a conseguir una orden civil contra el acoso, o por lo
menos tratar de conseguirla. Mañana. Puede que eso no detenga las llamadas, pero
mantendrá a Brandt lejos de ti. Si él se acerca a cien yardas de ti, su culo va a terminar
aterrizando en la cárcel.
—No te enfrentes a él, Ryan, ¿vale? A pesar de lo que nosotros pensamos, no tienes
una evidencia clara de que él esté detrás de esto. Si tú sólo presentas cargos empezan-
do a hacer acusaciones, él los usara contra ti…
Ella se interrumpió cuando lo miró a la cara. —¡Dios! Tú ya lo hiciste.
Soltando sus dedos, él se frotó brevemente la frente. —He estado planeando decírte-
lo. En realidad es por lo que te llamé esta noche.
—El presentó una queja contra ti, ¿verdad?
—Thompson se llevó la peor parte, pero he sido advertido de que me aparte —Su
voz era baja— o me voy a apartar de ninguna maldita cosa mientras tu seguridad esté
comprometida.
Lydia se quedó callada, sus dedos jugaban distraídamente con un cojín del sofá. Sin-
ceramente ella no había querido involucrarlo.
—Me preguntaba a dónde se había ido eso —dijo él después de un rato, interrumpi-
endo los pensamientos de Lydia.
Ella bajó la vista hacia sus pantalones cortos de pijama y la descolorida camiseta que
usaba. La vieja camiseta era de los días del entrenamiento de Ryan en la academia, con
el logo Atlanta PD escrito al frente. Ella había tenido poco tiempo, sólo el que se de-
moró el ascensor en subir, para arreglarse. La camiseta había terminado entre sus co-
sas cuando ella se había mudado, y se la había quedado, la conocida prenda desgastada
era un consuelo para ella. Lydia se la había puesto después de la ducha, se había olvi-
dado que la llevaba puesta hasta que ya lo había dejado entrar a él. Con una pesa-
dumbre en su interior, ella se pasó una mano por el despeinado cabello, sintiéndose
cohibida.
—¿Qué te sucede, Lyd? —la urgió él, mirándola preocupado— Estás alterada, y esto
va más allá de una desagradable llamada telefónica.
Ella imaginó a Tyler en su mente. Su dulce rostro con hoyuelos y sus ojos azules. La
llamada telefónica había vuelto a sacar todo eso a la superficie.
—Es sólo que lo extraño —susurró ella.
Ella vio su propio dolor reflejado en la mirada de Ryan. Ella suspiró y cerró los ojos.
—Lydia —murmuró él, haciendo que ella volviera a abrirlos. Sus labios tensos, y sus
facciones delgadas y atractivas estaban a pulgadas de ella. Cuando él habló, su voz baja
era ronca, crispada y cargada de emoción— Sabes que yo daría mi vida para traerlo de
vuelta con nosotros.
Ella puso sus dedos en su antebrazo todavía vendado. —Eras un buen padre, Ryan.
Él sacudió la cabeza, su voz se enronqueció más. —Si yo fuese un buen padre, él to-
davía estaría aquí.
—Ryan —susurró ella, con el corazón sufriendo por él.
Ellos estaban sentados juntos, Ryan con su brazo detrás de ella en el respaldo del so-
fá y Lydia volteada hacia él, con su rodilla tocando el costado de su muslo. Por un lar-
go tiempo ellos simplemente se miraron a los ojos. Ambos habían pasado por demasi-
adas cosas. Ryan se había echado a los hombros toda la responsabilidad de lo que ha-
bía ocurrido, y ella no se lo había hecho más fácil.
Su mente reprodujo otra vez las lágrimas y los largos silencios, las cosas que ella de-
seaba no haber dicho nunca.
Incapaz de llenar por completo sus pulmones, ella sintió que el pulso le latía con fu-
erza en la garganta mientras se inclinaba más cerca de él, levantando la mano para
acariciar su mandíbula sin afeitar con los dedos. Los ojos de Ryan se oscurecieron por
su toque. El tragó saliva, luciendo tan inseguro. Pero entonces, tentativamente, él bajó
la cabeza y le rozó los labios con los suyos.
Ella sintió que el calor la llenaba. Retrocediendo unas pulgadas, Ryan le buscó los
ojos. Entonces la volvió a besar, más lentamente esta vez. Sus bocas se unieron, Lydia
se movió contra él, le pasó los brazos por el cuello mientras él profundizaba el beso,
sosteniéndola con más fuerza. Las manos de él le acariciaron la espalda y luego se des-
lizaron hacia abajo para acariciarle la cintura. Ella había estado perdida durante tiem-
po, yendo a la deriva en su dolor. Ella había dejado de creer en Dios. Dejó de creer en
Ryan, también. Pero siendo sostenida por él ahora, siendo besada por él… ella se vol-
vió a sentir anclada a algo fuerte. Seguro.
Pasaron varios minutos antes de que él se apartara de ella, con la respiración fuerte
y desigual.
—¿Qué estamos haciendo, Lydia? —preguntó él roncamente.
Ella sólo sabía que lo necesitaba ahora, más de lo que necesitaba los latidos de su co-
razón o el aire. Lydia respondió volviendo a unir sus labios con los de él. Ryan gruñó
dentro de su boca en respuesta, besándola con más fuerza, con su cuerpo ardiendo
contra el de ella. Ahora ella estaba sentada a medias en su regazo, consciente de la du-
reza de su masculinidad así como de la emoción que se arremolinaba dentro de ella.
Los dedos de Lydia desabrocharon los botones superiores de su camisa de vestir, ansi-
osa por sentir la cálida seda de su piel.
Ryan volvió a interrumpir el beso. Lydia lo miró, ya sintiendo una leve magulladura
en sus labios. Bajo la luz de la lámpara, el rostro de él estaba sombreado e intenso. Ella
puso la palma en su pecho, y podía sentir los fuertes latidos de su corazón. Por un bre-
ve momento, ella sintió miedo de que él pudiera detener las cosas, de que fuera el que
razonara de los dos.
—Aquí no —dijo él con voz ronca. Apartándola de él, se puso de pie y se quitó la
funda sobaquera y el arma, se desenganchó la placa, depositándolo todo en la mesa de
café. Él la puso de pie tomándola de los brazos.
Lydia tembló cuando lo miró a los ojos y vislumbró la cruda necesidad que brillaba
allí.
Tomándolo de la mano, ella lo guio hacia su dormitorio.
En las sombras, con las cortinas descorridas, las arrugadas sábanas de la cama se ve-
ían de un gris plateado con las luces de la ciudad extendiéndose sobre ellas. Ryan se
quedó parado frente a ella, su rostro era un estudio de atractiva masculinidad, la fuerte
línea de la mandíbula y la boca de labios llenos, los fuertes pómulos y los ojos borde-
ados de negras pestañas. El deseo invadió su cuerpo. Él presionó el cuerpo contra el de
ella. Sus manos estaban en ella, tocándola por todas partes, y entonces agarró el borde
de su camiseta y se la sacó por arriba tirándola al suelo. Ella no usaba sujetador.
—Dios, Lydia —murmuró él, hundiendo sus labios en la garganta de ella. Con un
pequeño quejido, Lydia tiró la cabeza hacia atrás para darle acceso completo. Sus ma-
nos se ahuecaron en sus senos, sopesándolos, sus pulgares rozaban una y otra vez los
capullos endurecidos. Estos le dolían por la necesidad.
Ella no se resistió. La familiaridad del cuerpo duro de él, de esta situación, hizo que
Lydia se sintiera mareada por el deseo carnal que la había abandonado por tanto tiem-
po.
Ryan terminó el trabajo que ella había empezado, desabrochándose los botones que
quedaban de su camisa y tirándola sobre la descartada camiseta a sus pies. Las palmas
de ella se deslizaron sobre sus firmes pectorales, sus dedos extendiéndose sobre el vello
de su pecho. Lydia se puso de puntitas para besar la ancha línea de su clavícula, con los
dedos acariciando el tatuaje del guerrero Celta que se enroscaba alrededor de su bíceps
derecho y subía hacia el hombro. Entonces ella bajó sus manos hasta su cintura, sus
dedos que se habían vuelto repentinamente torpes luchaban con su cinturón. Ryan la
ayudó en soltar la hebilla, entonces se quitó la correa de cuero. Con su boca otra vez
en la de ella, le quitó los pantaloncitos de pijama hasta que ella quedó de pie desnuda
en frente de él.
Él se la bebió con los ojos. Ryan se quitó los zapatos y el resto de su ropa. Ella perdió
el aliento cuando la tomó por la cintura la bajó a la cama. Las frescas sábanas enfri-
aron su afiebrada piel mientras él bajaba sobre ella, su peso era para ella un bienvenido
consuelo. Él bajó la cabeza ansiosamente hacia sus senos, cubriéndolos en turnos con
su boca, la barba de su mandíbula la raspaba y la llenaba de un deseo ardiente.
Lydia entrelazó sus dedos por el cabello suave de su nuca, arqueándose en estímulo
mientras él probaba cada pico erecto, lamiéndola.
Yacía entre sus piernas, y ella se abrió a sí misma para él, retorciéndose contra su
mano mientras la acariciaba.
—Lydia —susurró roncamente. Ella lo vio tragar en la oscuridad mientras la miraba.
Plantó besos en su hombro y en su mejilla. Impaciente, la boca de Lydia buscó la de él,
y gimió mientras su lengua se adentró explorando. Ella estaba medio loca de deseo
aún insatisfecho, deseando que él llenara el vacío dentro de ella. Ryan sostuvo sus ca-
deras con las manos manteniéndola quieta. Entonces entró en ella con una sola y fuer-
te embestida haciendo que Lydia gritara del sobresalto.
Su cuerpo, por tanto tiempo sin ser usado, se estiró para acomodarlo. Lydia sintió
sus ojos humedecerse mientras él le susurraba palabras bonitas en su oído, diciéndole
de nuevo que todo estaría bien.
Ella le envolvió las caderas con sus piernas mientas el comenzaba a moverse en su
interior. Encontraron su ritmo como si apenas ayer hubieran estado juntos, como algo
instintivo e inolvidable entre ello. Sus lentas y constantes embestidas convirtieron su
cuerpo en calor líquido. Durante mucho tiempo, Ryan la inmovilizó en la cama y se
movió en su interior sacando de su mente todo excepto ellos haciendo el amor. Inse-
gura de cuánto más podría aguantar, Lydia le rogó por su liberación, pero él la silenció
con su boca, sus labios demandando su sumisión. Ella recorrió su espalda con sus ma-
nos, sus uñas raspando gentilmente su piel mientras bailaba en el borde del clímax.
Sus embestidas eran ahora más rápidas también, con su necesidad incrementándose.
Su orgasmo rompió a través de ella, ondeando alrededor de él y haciéndolo gritar
mientras se venía justo detrás de ella. Ella sintió su calor derramarse en su interior.
Ryan enterró su frente en su hombro, agotado y respirando con dificultad.
Al poco tiempo él se movió a su lado, acostado sobre su costado y sosteniéndola
contra él con su trasero presionado en su estómago y su brazo sobre ella. La curva de
su hombro atrajo sus labios.
—Siempre fuimos así de buenos —murmuró él contra su piel.
Los dedos de los pies de Lydia acariciaban lentamente de arriba hacia abajo su pan-
torrilla. Ella se sentía cálida y sin huesos en sus brazos. Permanecieron recostados ba-
ñados por el brillo de la ciudad. Ella tomó sus dedos más grandes entre los suyos y sos-
tuvo su mano contra sus pechos. Él remordimiento hizo que su interior doliera.
—No debí haber ido a Nueva Orleans —admitió suavemente en la oscuridad con la
emoción espesando sus palabras— Lo siento tanto Ryan. Fue injusto e inimaginable-
mente cruel.
Ella podía sentir su pecho levantándose y cayendo gentilmente detrás de ella.
—Hiciste lo que para ti era correcto. No te culpo.
—Intenté volver a casa… —Necesitaba que él entendiera. Su voz tembló y ella tragó
—. Traté de quedarme pero yo… no pude volver a estar completa sin él.
Él la sostuvo más firmemente y susurró —Lo sé.
CAPÍTULO 22
Ryan llevaba despierto un rato. Estaba sentado en el borde del colchón, mirando co-
mo dormía Lydia. Parecía vulnerable, acurrucada como un gatito, con su piel de por-
celana y el cabello oscuro extendido sobre su almohada. Tal vez Adam tenía razón
sobre su lado masoquista pero, que Dios lo ayudase, todavía la amaba, profundamen-
te.
Moriría queriéndola.
Inclinó la cabeza, pasándose las manos por la cara mientras soltaba un suave soplo
de incertidumbre. No estaba totalmente seguro de lo que había sucedido entre ellos
anoche. Lo que realmente significaba. Incluso si significaba algo más para Lydia aparte
de su necesidad de consuelo y que él había estado ahí.
Si él no la hubiera llamado, existía la posibilidad real de que no habría vuelto con él.
Ella habría acudido a Varek.
Se puso los boxers y los pantalones, salió de la habitación y entró en la cocina de en-
cimeras de granito y electrodomésticos de acero inoxidable de alta gama. El reloj indi-
caba que era poco más de las cinco de la mañana. Con el torso desnudo y descalzo,
buscó un vaso en el armario y se sirvió agua del grifo. Mientras bebía se dio cuenta de
la botella de vino vacía junto a una sola copa que había sobre la encimera. Ryan no pu-
do evitarlo, se preguntó si Lydia habría estado bebiendo la noche anterior. Si su desin-
hibición la había conducido a tener sexo. Pero ella no había mostrado ningún signo de
embriaguez. Había sonado sorprendida por la llamada pero parecía completamente
sobria.
Tratando de apartar esos pensamientos, enjuagó la copa y la colocó en el lavavajil-
las.
Entonces llevó la botella vacía al armario donde suponía que estaba el cubo de la ba-
sura. Más de media docena botellas de un vino estaban dentro del cubo de reciclaje.
—Tu teléfono estaba sonando— dijo Lydia, haciéndolo darse la vuelta. Ella se había
puesto su camisa de vestir, podía ver sus esbeltos muslos desnudos mientras ella sosti-
ene ella le ofrecía el móvil. Sus ojos se trasladaron al cubo también. Un leve rubor tiñó
sus mejillas, pero todo lo que dijo fue— en la pantalla ponía Mat. Pensé que podría ser
importante.
— Perdona si te despertó.— Ryan colocó la botella vacía encima de las demás con
un tintineo.
—¿Debo suponer que tenías a unos cuantos amigos en casa?— preguntó, haciendo
referencia al contenido del cubo mientras cogía el teléfono. El gesto de dolor en sus
rasgos no le pasó desapercibido— Porque me sentiría mejor sobre todo eso— Ella
apartó la vista, cambiando de tema. — Deberías llamar a Mat…
— Mírame, Lyd.— Le llevó un tiempo poder volver a mirarlo. Su voz se suavizó. —
¿Estás bien?
— Yo estoy bien. Ni siquiera sabes lo que…
— Tuviste que beber mucho la noche que llegaste a casa,— recordó. — Nunca fuiste
una gran bebedora. Entonces pensé que tú no eras así.
Ella levantó el mentón y cruzó los brazos sobre su pecho. — ¿Así que vez unas bo-
tellas de vino en mi basura y me acusas de ser una alcohólica?
Dejó el teléfono en el mostrador y se le acercó. Se la veía hermosa con la indignaci-
ón hirviendo bajo su piel, pero también podía ver las sombras de sus ojos. Ryan era un
interrogador entrenado. Sus tácticas de evasión y su lenguaje corporal defensivo le
provocaron un pequeño nudo en su interior.
— Puedes hablar conmigo. Sólo estoy preocupado por ti, Lyd—, enfatizó, con voz
baja.
Lydia suspiró, pareciendo avergonzada. — No lo estés.
Él tragó, inseguro sobre si quería hacer la siguiente pregunta—¿Estuviste bebiendo
anoche?
Esta vez ella lo miró firmemente a los ojos. — No.
Ryan sintió los latidos de su corazón mientras estudiaba su rostro— Yo… vi el fras-
co de pastillas vacío en el baño, también.
Ella se pasó los dedos por su cabello en un gesto inquieto. — Las necesito a veces.
— Pastillas para dormir y alcohol son una mala mezcla,— le increpó.
Su expresión era abatida. — Soy médico, Ryan. Ya lo sé.
No quería dejarlo así. Quería hablar más, llegar a saber a lo que afectaba a su cora-
zón…la situación con Ian Brandt, el estrés de su trabajo, su dolor persistente. Dios sa-
bía que ella había sufrido mucho. Pero parecía incómoda bajo su escrutinio y su móvil
volvió a la vida en el mostrador. Otra vez Mateo. Era muy temprano para que le llama-
se, no era una buena señal.
Respondió con un punto de irritación, luego frunció el ceño ante a lo que su compa-
ñero le decía.
— Mándame un mensaje con la dirección. Estaré allí en media hora.— Colgó.
—¿Qué es?— Preguntó Lydia.
La tensión contrajo sus pulmones. — El oficial novato que disparó al mendigo anoc-
he, está muerto. A primera vista parece ser suicidio, pero Thompson nos quiere allí
debido a los recientes tiroteos.—
—Dios,— susurró Lydia, palideciendo. Y al darse cuenta de lo que llevaba puesto di-
jo — Necesitarás esto.
El esperó en la sala de estar mientras ella fue a la habitación, regresó un minuto más
tarde con su camisa y el resto de su ropa. Ella se había vuelto a vestir con lo que lleva-
ba la noche anterior, la forma de sus pequeños y redondos senos se transparentaba a
través de la raída camiseta. No había tiempo para un café o una ducha, tendría que pa-
sarse por casa más tarde, si podía. Tampoco había tiempo para hablar sobre esa noche,
lo que significaba.
Él sabía lo que significaba para él.
En su mente apareció una imagen de Varek encima de ella, haciendo con ella lo que
él había hecho. Lo volvía loco.
—¿Trabajas hoy?— le preguntó decidido mientras se abotonaba la camisa, después
se sentó en el sofá para ponerse los calcetines.
— No hasta las tres.
— Iré contigo para presentar una orden de alejamiento en la oficina de la Secretaria
del Condado—, dijo él sin darle opción para discutir. Se puso los zapatos y se colocó la
pistolera sobre la camisa y recogió su arma y su placa de la mesa. Al menos serviría pa-
ra hacerle saber a Brandt que él la apoyaba— Tengo horas acumuladas. Te llamo tan
pronto como tenga un par de horas libres.—
La justicia tenía límites altos para emitir órdenes basadas en denuncias de acoso. Se-
ría difícil de conseguir, sobre todo porque no había nada sólido que relacionase a
Brandt con los correos o las llamadas anónimas. Ryan esperaba que su presencia pudi-
ese tener alguna influencia.
— Cuando Brandt se te enfrentó en el estacionamiento, ¿Te amenazó físicamente de
alguna manera?
A regañadientes, ella admitió que sí. Cosa que inicialmente había omitido con la es-
peranza de olvidar este lío. Ryan apretó los labios —¿Qué pasó?
Lydia vaciló —No me hizo daño. Pero me agarró del brazo y amenazó con llamar a
la policía. Él… dijo cosas que podrían… pasarme antes de que llegara una patrulla.
La ira le cortó la respiración, pero su lado racional le decía que, al menos, era algo
que podrían usar. Aun así, la orden sería sólo temporal, hasta que se programase una
citación en el juzgado. Mentalmente, Ryan daba con una solución a largo plazo.
—Prepárate para contar lo sucedido al juez— Vio como a ella se le torcía el gesto—
Él no es yo, así que quizás tendrás dar más detalles esta vez.
Lydia asintió levemente, contrita.
Él la miró. Incluso ahora, sus labios parecían un poco hinchados. Quería besarla co-
mo lo hizo la noche anterior. Joder, quería llevarla de vuelta a la cama y hacer amor
con ella hasta que fueran incapaces de pensar. Hasta que ella prometiera que lo inten-
tarían otra vez. En cambio, se dirigió a ella y castamente presionó los labios en su fren-
te, tratando de no dar más importancia de la que debería, a lo que había sucedido ent-
re ellos. Viejos hábitos. Sintió la suave respiración de ella cuando se apoyó en él, sus
dedos se apoyaron en su pecho. Cuando ella lo miró a él de nuevo, él vio incertidumb-
re en los ojos de ella.
Ryan tragó. Podrían hablar sobre la noche pasada. O tal vez no. Él no sabía en qué
punto estaban y estaba desconcertado.
— Te llamo tan pronto como me sea posible,— dijo antes de partir.
***
El oficial fallecido había estado en el cuerpo menos de un año. Todd Parham solte-
ro, vivía en un dúplex alquilado en Edgewood Avenue. Su compañero fue el que des-
cubrió el cuerpo ahorcado. Ahora ya tarde, Ryan se sentaba en su escritorio de la co-
misaría. Pero la imagen del cadáver azulado en el inicio del rigor mortis y con los in-
testinos y vejiga relajados, permanecía en su memoria.
—La causa de la muerte es por compresión de la carótida y la tráquea,— confirmó
Mateo mientras entraba desde el pasillo, al volver de la oficina del médico forense —
Según la escena parece un suicidio. La toxicología no estará hasta unos días, por supu-
esto, pero no había heridas o arañazos defensivos en la garganta que indiquen lucha.
Parece que lo hizo sin la ayuda de nadie.—
El informe era lo que esperaban, pero teniendo en cuenta los recientes asesinatos y
la falta de una nota de suicidio, tenían que estar seguros. Ryan le dirigió un leve guiño
de complicidad, un gran peso interno. El entendía el peso de la culpa.
— Gracias por llevar la preliminar sin mí,— dijo, tratando de apartar sus pensami-
entos.
— No hay problema. ¿Cómo lo llevas?
Ryan sentía como si tirasen de él en dos direcciones diferentes. Él y Mat se habían
separado después de salir de casa de Parham, su compañero trabajó sin él para que pu-
diera ir con Lydia al Palacio de justicia. Ryan pidió favores para conseguir poner el
asunto rápidamente ante un juez en el abarrotado sistema legal del Condado de Ful-
ton. Pero después de conocer la confrontación en el aparcamiento, lo creía necesario.
— Conseguimos la orden temporal. Le llegará a Brandt cualquier momento.
Mateo tomó asiento en su escritorio, aflojándose la corbata— Da gusto ver que estás
evitando la tentación de llevársela tú mismo.
Nada le hubiera gustado más, pero por ahora se adhería al dictado de Thompson de
mantener las distancias. Lydia había estado ansiosa en el Palacio de justicia, pero había
seguido sumisamente sus instrucciones acerca de ser explícita con el juez. La única ex-
cepción fue al declarar que ella no había jugado ningún papel en la desaparición de
Elise Brandt, dijo que Ian Brandt la había acusado de ser cómplice porque ella había
sido la única que informó de las lesiones de su esposa a la policía. Sólo con pensar en
Brandt, Ryan sintió su mandíbula tensarse. La orden de alejamiento temporal era váli-
da sólo durante quince días. A continuación habría una audiencia donde Lydia y
Brandt debían estar presentes. Ella tendría que demostrar su no participación bajo
juramento si el juez permitía al abogado de Brandt que preguntase mucho.
Si la estrategia de Ryan funcionaba, Lydia nunca tendría que verse cara a cara con
Brandt en un tribunal. Se metió la tarjeta de visita que había encontrado en el cajón de
su escritorio en el bolsillo de su camisa. Ya había dejado a Noah Chase un mensaje y
estaba esperando su llamada.
Ya no había vuelta atrás.
Algún tiempo más tarde, tras volver a entrevistar a dos de los informantes de Nate
en vano, Ryan caminaba con Mat por el pasillo hasta el aparcamiento trasero. Cogerí-
an algo de cena antes de ir a hablar con el resto del personal de The Grindhouse, el
que no había trabajado la noche que Ryan había estado allí.
—Deberías haberte pasado por casa también mientras estabas fuera,— dijo Mat, el
calor y la humedad los golpeó como si fuera una sauna, cuando una hora más tarde
empujaron las puertas hacia el exterior —Y haberte afeitado y cambiado la ropa que
llevabas ayer.
Ryan le dirigió una mirada —¿Eres el policía de moda ahora?
— Soy detective. Así que, sí, me di cuenta— Tentativamente, agregó, — ¿pasaste la
noche donde Lydia? Es decir, sería comprensible después de lo ocurrido. Brandt es un
retorcido hijo de puta por utilizar a un niño para manipularla de esa manera.
Pensando en la situación con Lydia, Ryan alargó la palma de su mano mientras se
acercaban al Impala. Necesitaba tener el control de algo— Dame las llaves. Yo conduz-
co.
Mateo se las pasó — ¿Dormiste en el sofá o en otro sitio?
Él no respondió hasta que ambos estuvieron dentro del vehículo. Ryan arrancó el
motor y comprobó el espejo retrovisor.
— No creo que importe mucho—, dijo tranquilamente.
Mat sonó dubitativo — ¿Sólo un polvo por los viejos tiempos? No sé.
— Ella estaba tocada y necesitaba a alguien, eso es todo.
La verdad era que había estado con Lydia durante varias horas en el Palacio de justi-
cia. Habían hablado acerca de Brandt, del abarrotado sistema legal y del joven oficial
que había terminado con su vida. Pero ninguno de los dos habló sobre lo sucedido
entre ellos anoche. Se preguntaba si ambos pretenderían hacer como que nunca había
ocurrido. La idea le causó un dolor sordo en el pecho. Se separaron cuando Lydia llegó
a su coche, haciéndola prometer que lo llamaría si Brandt desobedecía la orden o si
pasaba cualquier cosa. Ella le dio las gracias, sus ojos de color marrón suave parecían
buscarlo. Entonces ella tocó suavemente su brazo todavía vendado y sombríamente
entró en el coche.
—El Grindhouse. Eres como un perro con un hueso,— dijo Mat, irrumpiendo en
sus pensamiento. — ¿De verdad crees que es un factor y no sólo una coincidencia ext-
raña?— Admito que es un lugar extraño, especialmente para Nate, pero ¿quién sabe lo
que hace otra persona fuera del trabajo?
Ninguna de las amistades de Nate admitiría utilizar el club como lugar de encuent-
ro, algo Mike Perry había confirmado, además Ryan era inmutable.
—Quiero decir, al parecer, nos equivocamos sobre la participación de las pandillas,
— Mat recordó.
—Y con eso que me quieres decir.— Con los labios apretados, Ryan sentía el calor
que desprendía el volante de cuero. El tráfico en la hora punta de la tarde se movía co-
mo melaza mientras los trabajadores escapaban de la ciudad.
—Llamé a la ex—esposa de Matthew Boyce mientras esperaba que regresases del fo-
rense— reveló — Ella insistió en que él era un fan la música country. Las cosas de la
vieja escuela. Él no escuchaba otra cosa.
Mat lo miró, la revelación le provocó un impacto. El Grindhouse era un lugar bien
conocido por contar con las últimas modas de música, bandas de indie—rock, metal,
punk y electrónica.
Era un lugar para emos y rockeros, no para policías fuera de servicio que fuesen fa-
náticos de Waylon y Merle (Famosos cantantes country).
—Creo que ambos estaban allí para ver a alguien— dijo Ryan.
Capítulo 23
—Adminístrale otra ronda de Albuterol con el nebulizador y verificar su nivel de
oxígeno en quince minutos —ordenó Lydia a la enfermera. Era domingo por la noche,
y una anciana sufría un severo ataque de asma sobre la mesa de examen, jadeaba — Si
no ha subido, infórmame.
—Sí, Dra. Costa.
—Conseguiremos que respire mejor, Sra. Tegert, para que pueda disfrutar del 4 de
julio mañana, — dijo, poniendo una mano comprensiva en su hombro.
Al salir del box, Lidia sintió la vibración de su móvil dentro del bolsillo de su bata.
Lo cogió y la tensión recorrió sus hombros al ver el nombre de Rick en la pantalla por
segunda vez durante su turno. Volvió a meter el teléfono en el bolsillo.
Al menos no era Ian Brandt. Pero tampoco era quien ella esperaba.
Habían pasado ya 3 días desde que la orden de alejamiento fue emitida y hasta el
momento, Ryan había tenido razón. No había habido ninguna señal de Brandt y se ha-
bían detenido las llamadas telefónicas. Lydia había temido que la orden provocase otra
denuncia al hospital, pero Ryan creía rotundamente que Brandt se mantendría en si-
lencio, no queriendo que se supiera que un juez se había tomado sus preocupaciones
lo suficientemente en serio como para emitir una orden judicial contra él.
También hacía ese tiempo que Lydia no sabía nada de Ryan. Había llamado la noc-
he de la emisión, para hablar sobre Brandt y qué hacer si la orden se vulnerase. No ha-
bía hablado de lo que había sucedido entre ellos. En todo caso, las cosas parecían ten-
sas.
No sabía dónde ir desde aquí.
Lydia sentía que los viejos remordimientos dificultaban su respiración. Entendía
muy bien que no tenía derecho a inmiscuirse en su vida otra vez. Pero en su necesi-
dad, eso fue exactamente lo que había hecho.
Al parecer, él había conseguido finalmente continuar sin ella.
Mientras repasaba la lista de seguimiento de pacientes dentro de la sala de urgenci-
as, Lydia se mordía el labio inferior. Ella también había asumido que Ryan simple-
mente había considerado el dormir juntos como un desliz. Eso podía ocurrir entre dos
personas que en algún momento habían estado enamoradas. Ryan todavía se preocu-
paba por ella, ella lo sabía, pero no había dado ninguna señal de que esa noche de sexo
se convirtiese en algo más.
Llamaron a Lydia nuevamente al box de la anciana asmática. Esta vez, administró
una inyección de esteroides para intentar reducir la inflamación de las vías respiratori-
as. Una vez que la mujer empezó a mostrar mejoría, ella la dejó a cargo de un residen-
te, asistió a otros dos pacientes y luego se preparó para salir.
Su teléfono vibró mientras se cambiaba de ropa en la sala de estar médica. Otra vez
Rick. No habían hablado desde su ruptura y afortunadamente estaba lejos en una con-
ferencia de Cardiología en Dallas durante el largo fin de semana. El tono en su teléfo-
no indicó que había dejado un correo de voz esta vez. Con un sentimiento de temor,
ella terminó de vestirse y escuchó el mensaje.
—No quiero dejar esto en una grabación, pero no me estás dando otra opción.— di-
jo.
—Te extraño, Lydia. Siento las cosas que pasaron en tu cumpleaños. Había tenido
un día muy malo y me descargué contigo.
Se ruido de fondo, otras voces, como si estuviese en un lugar público — Sigo en Dal-
las, pero volveré a casa pronto. Quiero hablar.
— Yo…— Él se despejó la garganta. — No estoy preparado para acabar con lo nu-
estro.
El mensaje cayó pesadamente en su interior.
Mientras caminaba con su mochila, pasó por al lado de Roe en el pasillo.
—¿Te marchas, Lydia?—
—Ya he acabado mi turno. Mañana libro, también.—
—Qué suerte, fiesta en el 4 de julio. ¿Pero estarás trabajando en las tiendas mañana,
no?— preguntó ella, refiriéndose a los puestos médicos que el hospital organizaba ca-
da año en la Carrera de Peachtree Road. Lydia había aceptado hacer uno de los turnos
de voluntarios para el evento que atraía a más de 60 mil participantes cada año.
Ella asintió con la cabeza. — Tienda de seis. Radiante y temprano.
— Me pareció ver tu nombre en la lista.— Roe vaciló, su expresión se tornó somb-
ría.
—El funeral por la pequeña Barker se celebrará en la Iglesia Griega Ortodoxa en
Clairmont. El miércoles a las tres. Pensé que querrías saberlo.
Bajando la mirada a sus manos, Lydia se lo agradeció. Jessica Barker había sido dec-
larada cerebralmente muerta y se le había retirado todo soporte vital el día anterior.
Mientras bajaba en el ascensor, pensaba en los padres y en cuánto se parecían sus situ-
aciones.
Dios tenía un plan. Quería a esa dulce criatura a su lado.
Ahora había otro ángel nuevo en el cielo.
Lydia pensó en todas las cosas bien intencionadas que decían las personas, tratando
de proporcionar consuelo. Esas palabras la herían.
No asistiría al servicio religioso. Pero podía contribuir anónimamente al fondo que
se había organizado para ayudar a la familia a pagar las facturas médicas. Era algo que
sentía la necesidad de hacerlo.
Atravesó el vestíbulo, con sus tristes pensamientos y empujó las puertas para salir al
húmedo crepúsculo de principios de julio. Pero en vez de ir hacia el aparcamiento,
Lydia comenzó a caminar e dirección opuesta. Ella no pudo evitar mirar sobre su
hombro más de una vez. Debido a la situación con Brandt, estaba hiperconsciente de
su entorno. Afortunadamente, debido al festivo fin de semana, todavía había bastante
gente fuera, así que no estaba sola. Una manzana más abajo, se detuvo en el cruce de
peatones y esperó que la luz cambiase.
Los últimos días no habían sido fáciles.
Oyó la voz de Ryan en su cabeza.
—Sólo estoy preocupado por ti, Lyd.
Con una respiración tensa, consultó el trozo de papel que sostenía en su mano.
Los coches redujeron hasta parar y la luz de cruce de peatones saltó a la vida para el
pequeño número de peatones que esperaban para cruzar. Lydia se acomodó la correa
de la mochila en su hombro y continuó.
Ella pasó otras dos manzanas y entonces giró en una calle lateral, consciente de que
el tráfico de transeúntes había disminuido. Un pequeño escalofrío recorrió su piel a
pesar del calor de la noche. Ella miró a su alrededor pero vio a nadie. Ian Brandt no
acechaba en las sombras.
Lydia se detuvo frente al edificio del centro de la comunidad. Aunque sus puertas
dobles eran sólidas, ella podía ver las luces interiores que se filtraban alrededor de sus
bordes. Se mojó los labios nerviosamente, sintió un aleteo dentro de ella.
Su padre había sido alcohólico.
Y obviamente ella estaba luchando contra algo oscuro y autodestructivo dentro de
ella. Entro tímidamente, aproximadamente una docena de las personas que estaban
sentadas en sillas plegables se volvió hacia ella para darle una ojeada antes de volver su
atención al hombre que tenían en frente. Era delgado, con entradas en el cabello y le
asintió con la cabeza antes de continuar.
— Bienvenida. Hay café, cielo,— le dijo una mujer, poniendo suavemente una mano
en su hombro al pasar.
Su rostro enrojeció, Lydia le dio las gracias, agradecía su bondad pero no fue capaz
de mirarle a los ojos.
Sólo quería escuchar. Se pasó una mano por su cabello mientras tomaba asiento en
la parte posterior.
***
Con el móvil contra su oído, Ryan caminaba en terraza acristalada del bungalow
mientras escuchaba las noticias que le daba Noah Chase. Una pesada oscuridad había
caído en el exterior, lo que le permitió ver su propio reflejo en el cristal. Todavía lleva-
ba la ropa de trabajo, así como su sobaquera y su placa enganchada a la cintura. Su te-
léfono había empezado a sonar cuando entró en casa y al ver el nombre de la persona
en la pantalla, había respondido inmediatamente.
—¿Así que es un hecho?— preguntó tenso. Él sólo esperaba haber hecho lo correcto.
—En su mayor parte. Ella ha accedido a declarar bajo juramento. Acabamos de lle-
várnosla de su escondite a una casa segura de la Central. Volaremos con ella hasta
Washington por la mañana,— dijo Noah. — Tu ex esposa tenía razón. Ella está asusta-
da, y teniendo en cuenta lo que sabemos sobre su marido, es normal. Fue duro con-
vencerla de que estaba mejor con nosotros que las monjas.—
Ryan se pasó una mano sobre su mandíbula, agradeciendo la cooperación de Elise
Brandt.
—Sé que puedes ser persuasivo.
Noah se rió entre dientes —Tenemos a un par de agentes de los US Marshall vigi-
lándola, son unos hijos de puta grandes y musculosos. Creo que la Sra. Brandt está
convencida de que nadie puede llegar a ella sin pasar por ellos. Las monjas podrían te-
ner a Dios de su lado, pero no tienen SIG Sauers en sus caderas.
La relación de Ryan con Noah Chase duraba ya varios años. Habían trabajado jun-
tos en un importante caso que se había llevado conjuntamente entre la policía de At-
lanta y el FBI. Noah era un agente de campo senior por entonces, pero había hecho
una carrera rápida y ahora era un agente asistente que trabajaba en la División Crimi-
nal del Departamento de justicia. Su graduación en Derecho por Princeton no había
perjudicado su ascensión dentro de la organización.
—¿Entrará en el WITSEC? — preguntó Ryan, refiriéndose al programa de seguridad
de testigos de los US Marshall.
—Por lo menos para el curso de un juicio y probablemente permanentemente si
creemos que cualquiera de los asociados de Brandt representan un peligro. Según nu-
estro agente en New Orleans, la entrevista preliminar indica que sabe un montón sob-
re las actividades de su marido, incluso ha sido testigo del lavado de dinero de los tra-
ficantes que entran a las mujeres en el país desde Rusia y Rumania.
Ryan pensó en los stript-clubs de Brandt y se preguntó si podría estar más directa-
mente involucrado en el tráfico. Independientemente de la amenaza a Lydia, poner a
Ian Brandt entre rejas sería un servicio público.
—Te debemos una, Ryan. Hemos tenido a un equipo vigilando a Brandt un tiempo
pero no han podido conseguir pruebas. Si Elise Brandt testifica lo que sabe, podríamos
llevarlo ante los tribunales.
—¿Cuánto crees que podríais tardar?
—Depende de cómo vayan las cosas, podríamos tener suficiente para detenerlo a
mediados de semana, tal vez antes. Brandt tiene contactos fuera de Estados Unidos,
obviamente. Existe el riesgo de fuga, por lo que esperamos imposibilitar una libertad
bajo fianza.— Agregó, — Dile a tu ex esposa que se relaje. El WITSEC nunca ha perdi-
do a un testigo que haya cumplido con el protocolo.
Ryan se frotó la nuca. — Gracias, Noah.
—Escucha, me voy a ocupar de este caso. ¿Estate tranquilo, vale? Vuestro asesino en
serie aparece ya en las noticias nacionales.
—Sí,— dijo él con voz áspera, siendo consciente. El tiroteo del Oficial Parham al
mendigo y su posterior suicidio habían aparecido en todos los medios de comunicaci-
ón, esta vez centrándose en la paranoia desenfrenada creada entre policía, apenas
aportando información de la situación. Soltando el teléfono en su escritorio, Ryan lan-
zó un suspiro cansado. Había estado hasta tarde con Mat siguiendo otra pista. Pero al
igual que con el personal del Grindhouse unas noches antes, había sido un callejón sin
salida.
Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que encontraran otra víctima.
Apagó la luz que había encendido en la terraza. Muerto de cansancio, estaba prepa-
rado para olvidar este día.
Mañana le diría a Lydia lo que había hecho, si es que para entonces no lo sabía ya.
Pensar en ella, le producía un nudo persistente en el estómago cada vez más grande.
Quería hablar con ella, pero le estaba dando espacio, dándoles tiempo a ambos para
tratar de procesar las cosas.
Y ahora había puesto en riesgo la confianza de ella al ponerse en contacto con Noah
Chase.
Esperaba que ella viese que era lo mejor. Si las cosas no salían bien, podría soluci-
onar el problema de Elise permanentemente.
De lo contrario, ella podría acabar muerta.
Tenía que confiar en que el servicio de los US Marshall la protegería.
Ryan fue al vestíbulo para programar la alarma y recoger el correo del día que Tess
siempre le dejaba en el recibidor de su casa.
Después, pensó en darse una ducha y meterse en la cama. Pero mientras hojeaba las
facturas y la publicidad, Max se frotó contra su tobillo y algo llamó su atención a tra-
vés del cristal glaseado de la puerta. Entrecerró los ojos, sintió una picazón en el cuero
cabelludo al notar una figura solitaria merodeando en la semi—oscuridad al otro lado
de la calle.
Como ya había conectado la alarma, introdujo de nuevo el código en la consola, ab-
rió la puerta y caminó rápidamente hacia el porche para tener una visión más clara.
Pero lo que pensó que había visto ya no estaba allí. Aun así, sacó su pistola de la funda
y caminó de forma tensa esperando ver pasar un coche por la calle. Con los sentidos
aumentados, escudriñó a su alrededor para poder ver algún movimiento más abajo en
la acera o en los patios de los bungalows vecinos.
Nada. Sólo oscuridad y el constante chirrido de los grillos.
Caminó cautelosamente arriba y abajo de la calle, manteniendo su arma en alto mi-
entras buscaba minuciosamente entre las sombras antes de, finalmente, volver adent-
ro.
Pudo haber sido cualquiera, racionalizó Ryan, mitad—molesto consigo mismo. Un
vecino dando un paseo por la noche, o demonios, hasta la sombra de una mariposa
moviéndose sobre el alambrado de la esquina, causando estragos en una mente agota-
da.
Pensó en Todd Parham y lo que había sucedido.
No le gustaba pensar en que la paranoia estaba empezando a jugar con él, también.
Capítulo 24
Aunque la Carrera de la Calle Peachtree comenzaba cada año cerca de Lenox Squ-
are, el puesto médico donde asignaron a Lydia estaba en el centro de la ciudad. Había
cogido el metro para evitar el tráfico. Trabajó el primer turno, durante el cual había
tratado dos casos de agotamiento por calor, un corredor que se había caído y raspado
la barbilla, varias ampollas y tirones musculares.
Lydia volvía a casa, salía de la parada Buckhead, cuando su móvil sonó dentro de su
mochila.
Lo sacó y al ver que era Natalie dijo, — Feliz cuatro de julio.
Paró de caminar para oír lo que su hermana le decía y colocó una mano sobre su
oreja libre para aislarse del ruido del resto de los pasajeros.
— ¿Cuándo?— le preguntó.
— Ayer por la tarde. Con las vacaciones, acabo de revisar mis mensajes—, le Natalie
dijo. — La Hermana Patricia, dijo que un hombre del FBI y dos Marshalls fueron a
hablar con ella en privado. Ella hizo la maleta y se fue con ellos.
— ¿Está segura de que eran auténticos?
— Ella llamó a la oficina local y confirmaron sus identificaciones.
Pasándose una mano por el cabello, Lydia caminaba inquieta por la acera mientras
escuchaba a Natalie. Elise se había desecho de su móvil antes de salir de Atlanta, por lo
que no tenía manera de ponerse en contacto con ella para saber si estaba bien. Aunque
vestía unos shorts y un top ligero, el calor del verano se volvió sofocante de repente.
Las personas caminaban a su alrededor, algunas de ellas con las codiciadas camisetas
que demostraban su participación en la carrera.
— Parece que ella fue voluntariamente —, añadió Natalie. — ¿Pero cómo la encont-
raron?
— No lo sé.— Ella tenía una sospecha, sin embargo.
— ¿Crees que querrían que los ayudase a hacer algo en contra de su esposo?
Lydia había estado pensando en lo mismo. Una vez que terminó de hablar con Na-
talie, llamó a Ryan pero saltó su buzón de voz. No dejó ningún mensaje, insegura de
qué decir para que no sonase como una acusación.
En el vestíbulo de su edificio, saludó distraídamente a Franklin, que le sonreía desde
detrás de la conserjería, después subió al ascensor. Al abrir su puerta empujándola,
Lydia se congeló.
Rick estaba dentro, revolviendo en una bolsa que había colocado en su mesa de co-
medor. El aroma del café y algo sabroso flotaba en el aire.
— Lydia, — dijo, sonando nervioso. — Sorpresa.
Desprevenida, no pudo evitar la tensión en su voz mientras cerraba la puerta detrás
de ella.
— ¿Cómo has entrado aquí?
— No te enfades con él, pero convencí a Franklin para dejarme entrar. Sabía que es-
tarías trabajando en la carrera esta mañana y quería invitarte— Señaló la bolsa — Pasé
por Henri’s para traer croissants recién horneados, nada fácil con la multitud de gente
corriendo, por cierto. Hay también una frittata calentándose en el horno.
No estaba enfadada con Franklin. Él lo había visto con ella muchas veces y probab-
lemente asumió que estaba jugando organizando un momento romántico. — Pensé
que estarías en Dallas durante la fiesta.
—Cogí el último vuelo de anoche— Él caminó hasta donde ella estaba, tocando lige-
ramente sus brazos —No podía esperar más para verte, hablar contigo, Lydia y tratar
de aclarar este lío entre nosotros.
Ella lanzó un suspiro tenso, incrédula ante su descaro de aprovecharse de conocer al
conserje de su edificio para colarse en su casa.
—Por lo menos desayuna conmigo. Me he tomado muchas molestias para intentar
mimarte.
No quería herir a Rick. Todavía no. Pero ahora ella se preguntaba si su ego no acep-
taba que su relación había terminado. Su insistencia la enervaba. Se quitó su placa de
voluntaria, dejó su mochila en una silla y se retiró el cabello húmedo de la nuca. Lo úl-
timo que quería era tener otra conversación con él aquí en su piso.
— Déjame sacar la frittata. Siéntate, Lydia. Dame unos minutos… traeré zumo y ca-
fé.
Con gesto rígido, Lydia observó con frustración la mesa que ya había preparado.
Tan pronto como desapareció en la cocina, sintió un dolor de cabeza palpitando por
detrás de sus ojos.
Comenzó a seguirle hacia la cocina pero oyó un sonido en la puerta y fue a mirar
por la mirilla.
Su estómago dio una voltereta por la sorpresa.
— Ryan,— tartamudeó al abrir la puerta.
Estaba de pie en el pasillo, vestido con traje, corbata y camisa, llevaba su placa en la
cintura y la sobaquera. Había corrido en la Peachtree en los últimos años, pero obvi-
amente hoy estaba trabajando.
Y Rick estaba en su cocina.
— He visto que has intentado llamarme, pero tenía otra llamada y no pude contes-
tarte. Él vaciló, cambiando de postura. —Yo estaba de camino por aquí, en realidad.
Pasé por el hospital, pero dijeron que no estabas trabajando. Tenemos que hablar…
— ¿Sobre Elise Brandt?— Ella salió al pasillo con él, cerrando la puerta parcialmente
detrás de ella.
— Ya estás al tanto. Me lo imaginaba.— Dijo rascándose la nuca. — Mira, sé que te
sientes responsable de ella, pero va a estar bien, Lydia. Escondida en Nueva Orleans en
refugio para mujeres sólo como medida temporal, de todos modos. El Programa de
Protección de testigos será una solución a largo plazo mejor…
Dejó de hablar al oír ruido dentro de su apartamento. Ryan se adelantó y empujó la
puerta abriéndola cuando Rick salía de la cocina, llevando una bandeja con una jarra
de zumo y dos tazas de café. Lidia sintió que el pavor la atravesaba.
— Detective Winter,— dijo Rick con una sonrisa tensa cuando los vio. — Lydia y yo
vamos a desayunar. Bueno más bien un brunch, supongo, teniendo en cuenta la hora.
El estómago de Lydia se encogió ante la expresión de Ryan, consciente de que la
presencia del otro hombre estaba siendo malinterpretada. Ella esperaba que Rick se
quedase hasta que ella pudiese explicarle su presencia allí. La mandíbula de Ryan se
había endurecido, sus ojos azules oscurecido. Ignoró el saludo de Rick y miró a Lidia.
— He venido en un mal momento.
— Ryan,— dijo rápidamente, negando con la cabeza. — Esto no es…
—Como bien dijiste, no hay nada entre nosotros de lo que hablar de todos modos—
Su tono era plano y dio un paso atrás— Esta hecho. Hice lo que pensé que era lo mejor
para ella y para ti.
Se volvió y se alejó. Con la ansiedad recorriéndola, Lydia lo siguió por el pasillo ha-
cia el ascensor, llamándolo. Entendió cómo había llegado a conclusiones… ella y Rick
desayunando en su casa en su día libre. Parecía como si siguieran juntos, que Rick
muy posiblemente había pasado la noche allí.
— Ryan,— le suplicó cuando se paró frente al ascensor y pulsó el botón. Al tocar su
brazo, Lydia casi sintió una sacudida por el malestar que irradiaba de él. — Si me di-
eras al menos la oportunidad de…
— No te doy ni un maldito momento más, Lydia.— Le apartó los dedos y decidió
bajar por las escaleras. Casi al mismo tiempo las puertas del ascensor se abrieron. Con
la garganta apretada, Lydia decidió bajar, con la esperanza de ser más rápida y poder
interceptarlo. Sintió una punzada de pánico pequeño al pensar que se negase a escuc-
harla o creerla. Para su consternación, el ascensor se detuvo en otro piso, esto le hizo
perder tiempo. Cuando llegó al vestíbulo, ella pudo entrever sus amplios hombros sa-
liendo por las puertas de vidrio a la plaza.
Casi corriendo, lo alcanzó al borde de la fuente.
— ¡Ryan! Para por favor, ¡escúchame!
Él se detuvo, con los hombros rígidos, pero no se dio la vuelta.
— He trabajado en la carrera esta mañana. En el puesto médico,— le explicó sin ali-
ento por la carrera. Su corazón estaba encogido por la necesidad de que él lo compren-
diese. —Cuando volví, él estaba allí. El conserje le dejó entrar ¿Podrías por lo menos
hablarme?
Él se volvió hacia ella con los rasgos tensos. Entonces Ryan recorrió la distancia que
había entre ellos. El cuello de Lydia cayó hacia atrás bajo la intensidad de su beso. Él
calor emanaba su cuerpo mientras sus labios devastaban los de ella. Ella cerró los de-
dos sobre su camisa para aferrarse a él, su agresión disparó el deseo en ella. Cuando él
finalmente se separó, habló con la voz ronca, el rostro encendido, a centímetros del de
ella y señalando el edificio.
—¿Me puedes decir que sientes ni una pizca de la pasión de la que nosotros tení-
amos, Lydia?
— No me importa si es un maldito cirujano.— Él sacudió la cabeza, sus ojos estaban
tormentosos y llenos de dolor — Ver a ese pomposo gilipollas allí, saber aún estás con
él incluso después que nosotros…
— No estoy con él,— declaró Lydia, su aliento todavía estaba alterado por su beso.
— Y Rick y yo nunca estuvimos tan juntos, no así. Y nunca lo estaremos.
Su estómago se agitó al ver su amarga expresión— Lo llamé hace unos días. Eso es
lo que he estado tratando de decirte, Ryan. Él está allí arriba sin que lo haya invitado.
Estaba tratando echarlo amablemente cuando apareciste.
La piel se le arrugó alrededor de sus ojos azules mientras él se parecía procesar esa
información. Por una vez momento se fijó en el edificio antes de mirarla otra vez. Lan-
zó una respiración tensa.
— He estado en un infierno intentando averiguar lo que paso entre nosotros la otra
noche… lo qué significó para ti— Él tragó duro, su voz era ronca y áspera — Yo sé lo
que significó para mí.
La intensidad de sus palabras la sacudió. Lidia sintió una punzada profunda en su
interior.
— Fue… también significó algo para mí, Ryan.— Ella tropezó sobre las palabras, su
rostro caliente.
— Algo real.
Una ola casi abrumadora de emoción corrió a través de ella. Ella cerró el pucho sob-
re su pecho, lágrimas ardían repentinamente detrás de sus ojos. — Fue… como regre-
sar a casa otra vez, estar contigo. Pero he cometido tantos errores que nos han llevado
a esta situación. Siento… siento que no tengo derecho a volver a tu vida. No después
de la manera que salí de ella.
— Te doy permiso,— le susurró ferozmente.
— ¿No lo ves?— La auto—recriminación hizo que su voz se le atragantase. — Adam
tiene toda la razón sobre mí, sobre todo lo que hice. Me alejé de ti…
Simplemente se quedó mirándola, con compasión en sus ojos.
— Yo…ya no confío en mi misma— Sus palabras salían mientras negaba con la ca-
beza. — ¿Qué pasa si estos sentimientos son mentira y no funciona? ¿Qué pasaría si te
lastimo otra vez…?
— Entonces lo intentaremos.
Le cogió las manos, acercándola. Los ojos empañados, desdibujaban su visión. Ryan
se apoyó en ella y suavemente le inclinó la barbilla hacia arriba, esta vez sus labios fu-
eron una caricia suave y lenta. Su corazón dolió al reconocer lo mucho que le necesita-
ba. Sólo el sonido de su móvil, alguien enviando un mensaje, los separó. Al secarse los
ojos, se dio cuenta de la gente a su alrededor, vecinos de su edificio y otros transeúntes
que estaban disfrutaban de las festividades a lo largo de Peachtree. Ella y Ryan eran el
centro de muchas miradas, particularmente al ver su placa y su arma enfundada. Sacó
el móvil frunciendo el ceño mientras lo miraba fijamente.
— Te tienes que ir,— dijo ella con decepción.
— Sí — Parpadeó al mirarla para salir de su ensimismamiento— Tenemos que hab-
lar. Sobre nosotros.
Ella dio un pequeño suspiro de acuerdo.
— ¿Puedo verte esta noche?
Lydia tragó y asintió con la cabeza.
Se miraron fijamente uno al otro hasta que ella rompió el silencio, todavía aturdida
por la cooperación de Elise con las fuerzas de la ley.
—¿Cómo sabes lo de la protección de testigos?
—Tengo un contacto en el Departamento de justicia. Resulta que Brandt ha estado
en su radar durante un tiempo,— dijo Ryan— Si Elise atestigua lo que ella sabe acerca
de su marido, ella podría librarse de él.
— Y si va a prisión, que también lo eliminaría como una amenaza para mí,— reco-
noció suavemente, con el su corazón en un puño porque fuera su verdadera motivaci-
ón.
— ¿Por qué lo están investigando?
— Para empezar por blanqueo de dinero para una red de tráfico sexual internaci-
onal. Probablemente haya más.
Lidia sintió un pequeño escalofrío a pesar del fuerte calor.
—¿Estarás alerta, verdad? Podrían pasar días antes de conseguir arrestarlo— Él la
acompañó hacia su edificio— ¿Quieres que me deshaga de Varek por ti antes de irme?
Lydia negó con la cabeza— Todavía tengo que trabajar con él en el hospital. Y espe-
ro terminar con él de forma amistosa.
— No me gusta. Es algo que debo aceptar.
Ella sonrió suavemente.
Ryan tomó un aliento— ¿Iremos a cenar y no hablaremos de nada que ver con la in-
vestigación? ¿Vengo a recogerte sobre las siete?
Ella no preguntó dónde irían. Le daba igual. Sólo quería estar con él y hablar de cu-
alquier cosa que estuvieran haciendo. Sintió un rayo de esperanza. Mientras se alejaba
por las escaleras de hormigón de la plaza, ella se mordió los labios. Con la multitud a
su alrededor, no era el momento de preguntarle dónde había tenido que aparcar.
Lydia volvió a entrar al edificio, concienciándose. Se sentía realmente mal por Rick,
pero tenía que decirle la verdad. Era algo que había estado posponiendo demasiado ti-
empo.
Ella estaba todavía estaba profundamente enamorada de su ex marido.
Capítulo 25
Cenaron en el Venezia, un íntimo restaurante no muy lejos del edificio de Lydia.
Llevaba abierto muchos años, pero a pesar de la enorme oferta gastronómica de Atlan-
ta, seguía siendo su favorito, en algún lugar al que habían ido para celebrar ocasiones
especiales.
Lydia estaba ahora de pie frente al balcón de su apartamento. Una sección del esta-
cionamiento de Lenox Square había sido acordonada para los fuegos artificiales anu-
ales de cuatro de julio. Las aceras y espacios verdes a lo largo de Peachtree estaban lle-
nos de gente esperando a que el show comenzase.
Ryan abrió la puerta corrediza de vidrio y salió al balcón.
— ¿Está todo bien? — preguntó ella. Él había entrado para responder a una llamada.
— Está pasando antes de lo que pensaba— Llegó junto a ella, apoyando sus manos
en la barandilla del balcón —Arrestarán a Brandt en algún momento de las próximas
veinticuatro horas.
Ella se sintió más nerviosa. Pensando en Elise, Lydia se quedó mirando el perfil que
los rascacielos comenzaban a dibujar contra un cielo de color berenjena ahumado.
— Gracias — dijo ella sinceramente — Por involucrarte en esto
Ella notó que él se había dado cuenta de que Lydia había rechazado tomar vino en la
cena. Había pedido agua con gas. Bajó la mirada mientras vacilaba, reuniendo valor —
Tenías razón. He estado bebiendo demasiado. Estoy tratando de dejarlo.
La confesión hizo arder su rostro. Los dedos de Ryan rozaron su barbilla, haciendo
que volviera a mirarlo. La preocupación que vio en ellos la tocó profundamente.
— Has pasado por mucho, Lydia.—
Ella se encogió de hombros. — Esa es la excusa que me di durante mucho tiempo.
— Y has reconocido que se está convirtiendo en un problema, — añadió Ryan en
voz baja voz, mientras acercaba su cabeza a la de ella — Estoy aquí para ayudarte. En
todo lo que pueda.
Ella lanzó un suspiro, cabeceando mientras él le cogía su mano libre y le acariciaba
los nudillos con su pulgar.
— Quise preguntártelo antes. ¿Cómo te fue con Varek?
Durante la cena hablaron de otros asuntos, su dolorosa ruptura y los sentimientos
que, a pesar de todo, seguían sintiendo — No estaba contento, pero me deseó lo mej-
or. Dijo que en realidad no le sorprendió.
Ryan inclinó su cabeza ligeramente — ¿Sorprenderse de qué?
Lidia sintió mariposas en el estómago al mirarlo — Que yo quería intentar arreglar
las cosas contigo.
Ella vio aparecer la emoción en su rostro. Cogió su copa y la colocó sobre una pequ-
eña mesa, Ryan lentamente la atrajo hacia él.
— ¿Recuerdas cómo era? — preguntó.
Ella asintió en silencio, los recuerdos agridulces pincharon en su corazón.
— Nos amábamos antes de perder a Tyler — dijo casi susurrando— Creo que pode-
mos hacerlo otra vez. Estamos destinados a estar juntos, Lyd. Nos necesitamos mutu-
amente para sobrellevar esta vida.
Ella acarició su pecho asombrada por su capacidad de perdonar. Habían hablado,
también, sobre las consecuencias de su pérdida. De cómo se había desgastado lo que
tuvieron. Pero esta vez no había culpas, simplemente dos personas buscando consuelo
el uno en el otro.
El fuego inaugural estalló en el aire como una lluvia de luz sobre ellos con un auge
atronador, oscilando y creando unos rayos de color esmeralda en la noche oscura. El
espectáculo pirotécnico explotaba y estallaba mientras el gentío aclamaba.
Lydia no llegó a ver la segunda explosión.
Sus ojos se cerraron cuando Ryan bajó la cabeza para besarla. Su cuerpo estaba tan
caliente como el de ella, su gruñido de necesidad mientras el beso era poco a poco más
intenso, hizo su entorno desaparecer. Cuando ellos finalmente se separaron, un crudo
deseo brillaba en sus ojos.
— No me interesan los fuegos artificiales,— admitió él con voz ronca.
Ambos sabían que había cosas que no se podían arreglar en el dormitorio. Pero
Lydia no podía evitarlo, anhelaba el contacto físico, la calidez de su piel contra la suya.
La seguridad y la emoción de estar en sus brazos.
Ella lo llevó dentro.
En el dormitorio, Ryan cerró las cortinas, creando un espacio íntimo y oscuro a pe-
sar de la fiesta de afuera. Mientras caminaba hacia donde ella estaba de pie al lado de
la cama, ella sintió un anhelo doloroso. Sus ojos fueron a su boca mientras la hablaba.
— Nunca he dejado amarte, Lydia. Me he sentido casado contigo sin importar lo
que un maldito pedazo de papel dijo sobre nosotros.
Ella gozó de su imagen hasta que la besó dulcemente en la frente antes de inclinarle
hacia arriba la barbilla suavemente y besarla otra vez. Lydia le envolvió los brazos alre-
dedor del cuello, su corazón latía desbocado.
Habían perdido mucho tiempo.
Ella lo miró, apenas sin respirar, como lentamente desabrochaba los botones de su
blusa sin mangas, deslizándosela hasta los codos y sujetando con ella sus brazos. Con
la cabeza inclinada hacia atrás, Lydia gimió suavemente cuando Ryan lamió sus
hombros descubiertos, su garganta, mientras murmuraba su amor por ella, contra su
piel.
Ella respondió devorando con avidez su boca mientras él se deshacía de su blusa de-
jándola caer al suelo. Ryan desabrochó el cierre de su sujetador en su espalda, ahu-
ecando con sus manos inmediatamente sus pequeños pechos. Lydia desanudó su cor-
bata y comenzó a desabrocharle camisa, perdida en sus sensaciones. Su cuerpo era du-
ro y masculino. Sintió crecer su deseo mientras el rozaba sus pezones duros, tirando li-
geramente de ellos.
Lentamente se deshizo del resto de su ropa, su falda, sus bragas, sin dejar de besarla
ni un momento por toda su piel. Luego cogiéndola de los hombros, la hizo bajar para
sentarla en el borde de la cama.
La sangre caliente de Lydia se aceleró al ver a Ryan de pie a su lado con la cara entre
las sombras sombría e intensa. Él tiró su camisa abierta al suelo, descubriendo su estó-
mago plano y su ancho pecho. Ella levantó la vista antes de presionar sus labios sobre
el sendero de vello que descendía desde su ombligo y desaparecía bajo su cinturón.
— Lydia,— susurró roncamente, deslizando una mano por su cabello.
Ella se tumbó en la cama, con las sensaciones arremolinándose bajo su vientre mi-
entras él se quitaba el resto de su ropa antes de tumbarse junto a ella. Lydia se separó
para él, oyendo su propia respiración temblar cuando él deslizó una mano entre sus
piernas, acariciándola sabiamente antes de hundir un dedo profundamente en su calor
húmedo, resbaladizo. Lydia gimió, cerró los ojos y arqueó el cuerpo cuando se lo me-
tió hasta notar la palma de su mano, su deseo estaba fuera de control. Deslizó su dedo
dentro y fuera de ella con un ritmo lento, enloquecedor, su pulgar aplicaba una suave
presión en su punto más sensible. Ryan siempre había sabido exactamente cómo to-
carla, qué hacer con ella. Lydia movía la cabeza débilmente hacia adelante y hacia atrás
mientras susurraba su nombre.
Poco tiempo después su orgasmo la destrozó.
Cuando ella recobró la respiración, él cubrió su cuerpo con el suyo. Mirándola a los
ojos, Ryan guio su cuerpo dentro de ella. Lidia abrió la boca y envolvió sus piernas al-
rededor de él.
— Ah, Dios,— gimió él con la frente fruncida y los ojos cerrados. Se detuvo antes de
empujar en ella otra vez y capturó su boca, para seguir embistiéndola suave y lenta-
mente. Lydia deslizó sus dedos por el cabello suave en su nuca. Sus terminaciones ner-
viosas zumbaban mientras él le hacía el amor, su cuerpo respondía al ritmo erótico y
sin prisas que Ryan estaba marcando. El placer ondulaba y se intensificaba, llevándo-
los hasta la cima cuando profundizó sus empujes, ella lo sintió llegar finalmente a su
propia estremecedora liberación. El calor de él derramándose en ella casi la hizo alcan-
zar un nuevo clímax.
Poco después yacían juntos, con las piernas enredadas mientras el mundo exterior
regresaba poco a poco. Los fuegos artificiales todavía sonaba como un campo de batal-
la, sus colores se filtraban a través de las cortinas. Lydia se sentía segura, saciada, con
su cabeza contra el pecho de Ryan.
Habían hecho el amor dos veces en el lapso de unos pocos días. Ninguna vez usaron
protección.
Ella había tenido dificultades para quedarse embarazada de Tyler. Y para mantener
el embarazo también. Prácticamente había sido un parto milagroso. Ella también era
mayor, treinta y siete años ahora. Lydia estaba convencida de que no pasaría nada.
Pensativa y con cuidado, ella acarició el antebrazo de Ryan que reposaba en la curva
de su cintura. Ya no llevaba vendaje y los puntos se los habían quitado hacía pocos dí-
as, aunque la herida enrojecida, aún permanecía.
Él tenía razón, admitió, con un nudo en la garganta.
Ellos se pertenecían aunque Tyler se hubiera ido. Incluso si no había más niños y
solamente se tenían el uno al otro para ser una familia. No había nadie más para ella,
tampoco. Nadie más a quien pudiera desear.
Tal vez ella había necesitado más tiempo para sanar, para que la cicatriz pudiera
proteger su maltrecho corazón.
Para encontrar su camino de regreso a él.
Ellos habían luchado, cada uno a su manera, para cruzar ese mar de dolor y, de al-
guna manera, habían encontrado su camino de regreso el uno al otro.
—Estás muy callada— dijo él. Tiernamente, Ryan le levantó la barbilla para ver su
cara. Los ojos azules de él eran como la medianoche en la habitación en sombras —
¿Estás bien?
Ella suspiró suavemente, una sensación de paz la invadió —Sólo estaba pensando
cuánto te he extrañado. Cuánto he echado de menos esto.
Él besó su sien.
***
— Así que ¿qué será? ¿Absolut o absolución?
Adam levantó la vista ante el comentario. Apenas había tomado asiento en el bar
McCrosky, que estaba lleno de juerguistas por las festividades que tenían lugar en el
Centennial Olympic Park. Ofreció lo que esperaba que fuese su sonrisa más encanta-
dora. — No soy un gran bebedor de vodka. ¿Tal vez una cerveza?
De pie detrás del mostrador de caoba, con una bayeta colgada sobre un hombro,
Molly cerró los labios con un mohín. — No me llamaste.
—Mentiroso.
Adam suspiró interiormente. Pillado. No esperaba que ella trabajase esta noche —
No ha sido a propósito. He estado haciendo algunos turnos extras, así que no he teni-
do tiempo. ¿Pero ahora estoy aquí, no?
— Para verme— Ella arqueó una ceja dudosa — Y no porque este sitio sea tu lugar
favorito.
Con una débil sonrisa, Adam levantó las manos en señal de rendición — Tal vez
tenga que echar mano de esa absolución ¿Estoy todavía a tiempo?
Ella finalmente sonrió y se echó su pelo largo hacia atrás.
— ¿Desde cuándo trabajas en el bar, de todas formas?— le preguntó— Desde que
regresé a la ciudad ayer. Fui a visitar a la familia. He estado buscando trabajo para po-
der trasladarme de piso, y como uno de los camareros fijos se ha ido, Frank me tiene
de prueba. Necesita todas las manos posibles esta noche. Volveré con tu Heineken, pe-
ro estamos muy ocupados, así que puede que tarde un minuto.
Ella atendió a otros clientes. Adam miró a su alrededor, reconoció a algunos de los
habituales, pero eran pocos entre en el mar de caras nuevas. Era consciente de que ser
un poli fuera de servicio esta noche era el equivalente a ganar la lotería, ya El Cuatro
era una de las fiestas más bulliciosas. Cogió unos pistachos de un plato hasta que
Molly regresó con su cerveza. — Gracias.
— ¿Así que pensabas llamarme? — preguntó ella, obviamente disfrutando. Adam
hizo un guiño afirmativo — Por supuesto.
— Cuidado con los turnos extras. Ya sabes lo que dicen sobre mucho trabajo y nada
de diversión— Con un sugerente guiño, Molly movió su mano hasta su brazo — Oye,
¿Dónde está tu hermano esta noche?
— Me resbala— Se acercó la botella a los labios y tragó — Sabes, siempre estás pre-
guntando sobre Ryan, Mol. ¿Seguro que no prefieres que te llame él?
Frank la gritó desde el otro lado de la barra. Indicó a dos clientes esperando a ser
servidos. Ella puso los ojos en blanco. — El deber me llama.
Adam la observó mientras tomaba nota de las bebidas. En el reducido espacio que
tenía era constantemente empujado. Decidió llevarse la cerveza a otro sitio, giró el ta-
burete y se levantó. Seth Kimmel estaba apoyado en la pared de al lado el muro, mi-
rándolo con ojos de piedra. Al parecer, no era el único policía fuera de servicio esta
noche. Adam recordó el altercado de Ryan con él la noche del velatorio de Nate We-
isz, así como la razón de ella. Molly. Le dirigió un frío gesto de indiferencia y caminó
hacia el rincón donde un televisor de pantalla plana retransmitía la ESPN a todo volu-
men. No había asientos libres, por lo que permaneció de pie.
No pasó mucho tiempo antes de que Seth lo siguiese. Vestía vaqueros y una camise-
ta con el logotipo de un gimnasio local.
— Bueno, si es el otro Winter— dijo burlonamente— Lo que quiero saber es si estás
tan orgulloso de ti mismo como tu hermano.
Adam se encogió de hombros con indiferencia, aunque sus ojos se estrecharon. —
De una cosa estoy jodidamente seguro, no tengo su paciencia.—
—¿Es una advertencia?— Señaló con la cabeza a donde Molly trabajaba detrás de la
barra. — No eres el único palito que se mete en eso. Mejor envuélvete bien, hijo.
Adam se enfureció. Así que esto era sobre Molly otra vez. Seth estaba celoso. Era de
conocimiento popular que ella había rechazado repetidamente su atención. Aun así,
permanecía a su alrededor como un perro hambriento. Era francamente espeluznante.
— Donde yo me meta no es asunto tuyo. Y no hables de ella así, ¿de acuerdo?
Seth dejó escapar un resoplido burlón, el olor a licor emanaba de él.
— Escúchate. Ella es una puta conejita de polis, y tu Winters, actúas como si fuera
una divina virgen que proteger.
Adam bajó la voz como advertencia — No me caes bien, Kimmel.
Lárgate antes de que tenga que hacer que te largues.
— ¿Eso crees? — Seth se inclinó en su espacio personal — Tu hermano, el gran fol-
ladetective, tenía a sus colegas alrededor la noche que se metió conmigo. Pero mira a
tu alrededor. Hay una multitud bien diferente esta noche.
Adam sintió la tensión en los músculos del cuello mientras su tolerancia se bajaba
otro grado. No quería continuar la pelea de Ryan, pero tampoco iba a aguantar chor-
radas mucho más. El tipo podría ser una masa de anabolizantes, pero no era el único
que estaba en forma. Por no mencionar que parecía medio borracho.
Adam se le acercó tanto que sus narices casi se tocan.
— No estás hablando con un detective esta vez,— le dijo con los hombros erguidos.
Estoy en la calle como tú. Juego duro. Ocho meses en antinarcóticos en Costa Rica me
pusieron contra algunos de los peores hijos de puta que te puedas encontrar. Pero si
aun así quieres ser un estúpido y provocarme, lo haremos en otro lugar.
Seth canturreó, — Me lo imaginaba…
— No me malentiendas.— Las palabras de Adam se endurecieron — No aquí, en el
bar de Frank. Pero iré al callejón de atrás contigo ahora mismo. Y te prometo que no
serás el que salga andando cuando acabemos— Dejó pasar un momento en silencio—
¿Te apuntas o no, grandullón?
Un segundo de duda osciló en los toscos rasgos de Seth. Dio un bamboleo ebrio.
Adam meneó la cabeza — Jesús. Eres una mierda, Kimmel. No sería siquiera una
pelea justa. Vete a casa antes de que te avergüences de ti mismo.
La cara de Seth enrojeció cuando lo miró. Pero incluso bajo el alcohol y los estero-
ides, al parecer, tenía algunas neuronas que funcionaban. Golpeó ligeramente un dedo
en el pecho de Adam —¿Sabes qué? Es el cumpleaños de nuestro país. Tengo ganas de
fiesta esta noche. Pero me las veré contigo más tarde, gilipollas. Te lo prometo.
Con un último ceño fruncido, se pasó una mano sobre su cresta rubia y desapareció
entre la multitud.
Adam se tomó un largo trago de su botella de cerveza. Era cierto lo que su madre les
había dicho a Ryan y a él mientras crecían, que los matones eran todos cobardes en el
corazón. Aun así, la discusión le crispó los nervios.
Poco tiempo después, cuando pasaba por el pasillo que llevaba a los baños oyó a
Molly hablarle. Adam se paró y se volvió. — Hey.
Metiendo la mano en el bolsillo del delantal que llevaba, ella sacó su móvil. — Te
dejaste esto en la barra.
— Oh. Gracias.
— ¿Quién es Raquel? — preguntó con el ceño fruncido.
Adam sintió el calor azotar su rostro. Rachel era una chica con la recientemente ha-
bía comenzado a salir, tres veces en una semana. Ella le gustaba. Mucho, en realidad y
parecía que él a ella también. De hecho, la única razón por la que él no estaba con ella
esta noche era que ella había planeado un viaje desde hacía meses con unas amigas a
Hilton Head para el fin de semana del Cuatro de Julio.
— Sólo una chica,— dijo con una desdeñosa encogida de hombros.
Ella encendió la pantalla del teléfono antes de entregárselo con una acusación en sus
ojos. Adam miró en el texto ahora la cara le ardía.
ME QUEDÉ DORMIDA EN LA PLAYA Y TUVE UN SEXY SUEÑO CONTIGO
¿LO REPRESENTAMOS CUANDO VUELVA?;-)
TE HECHO DE MENOS
Rachel había adjuntado una foto de ella en bikini.
— Tienes novia,— le reprochó Molly.
Adam bajó la cabeza y se pasó la mano por la nuca, molesto porque ella hubiera fis-
goneado en su teléfono — No es nada serio…
— Parece serio,— dijo ella de forma cortante. — Has hecho esos turnos extras por-
que me has estado evitando. No me gusta que me mientan Adam.
El enfado fue en aumento. Él no pensaba que le debía a Molly ninguna explicación.
Nunca habían tenido una cita. Simplemente le hizo un favor a Ryan al ir a verla a su
casa esa noche. Claro que se habían besado y metido mano antes de que él recuperara
el sentido y pudo desenredarse. Había prometido llamarla, pero entonces conoció a
Rachel.
— Mira, no te debo nada porque no tenemos nada. No lo planeé así, pero acabo de
conocer a alguien, ¿vale?— Sus palabras fueron más bruscas de lo que se había propu-
esto.
Ella le miró con los ojos heridos y volvió a la cocina, empujando las puertas dobles
con el letrero Sólo para el Personal. Perfecto. Sintiéndose como en medio de una em-
boscada, Adam se pasó una mano sobre la boca. Esto se estaba convirtiendo en una
noche de mierda.
Al volver a la sala, vio que Seth estaba pagando la cuenta en la barra. Adam se apoyó
en la pared hasta que terminó, aunque captó su mirada mortal cuando se levantó y se
metió la billetera en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Entonces Seth utilizó sus dedos
índice y pulgar para formar una pistola.
Señalando a Adam, lo apuntó y disparó, luego se fue.
Sacudiendo la cabeza, Adam pidió otra cerveza y se fue a la parte posterior de la sa-
la, en parte para darle tiempo a Seth para que se alejase antes de que él se fuera. Ya lo
había hecho retroceder una vez, pero con su estado de ánimo actual, la idea de la pali-
za se estaba convirtiendo en una tentación demasiado grande.
Poco tiempo después, se abrió paso entre la multitud hacia la entrada. Una vez en la
acera, se encontró con el ritmo de la música en vivo que provenía del Centennial
Olympic Park y la descarga de los fuegos artificiales. En el parque se había instalado
una pantalla gigante que rivalizaba con la de Lenox Square, y miró hacia arriba para
ver los coloridos molinetes superpuestos que se extendían en el oscuro terciopelo de la
noche. El bochornoso aire olía a los explosivos chamuscados, recordándole al olor del
combate. En principio iba a reunirse con algunos amigos que estaban en el festival, pe-
ro decidió irse a casa.
Se cruzó con mucha gente antes de finalmente girar en la Calle Fairlie varias manza-
nas más abajo. Ya no había tanta gente aquí, con sólo unas cuantas personas caminan-
do y un pequeño grupo de jóvenes sentados en las escaleras de un edificio antiguo en
reformas, fumando cigarrillos mientras hablaban. A pesar de la placa de policía que
llevaba en su bolsillo trasero, ignoró la botella metida en una bolsa de papel marrón
que compartían. Todos miraban para arriba brevemente a cada explosión de luz en el
cielo.
Su Jeep estaba en un callejón detrás de unos apartamentos.
Aparcaba allí a menudo, era ilegal, pero era una de las pocas ventajas de ser policía.
Una pequeña pegatina en el parabrisas indicaba a los lectores de matrículas de que
pertenecía a uno de los suyos. Entrando en el oscuro callejón, metió la mano en el bol-
sillo de sus vaqueros para sacar sus llaves.
Se detuvo al ver el rasguño en la puerta del lado del conductor. ¿Qué…? Sintió un
repentino escalofrío de anticipación. Adam se giró.
El impacto abrasador lo tiró al suelo.
Aturdido, abrazándose débilmente a su camisa, escuchó su propio áspero aliento y
notó la cálida humedad en sus dedos. El pecho le quemaba. Ayudadme. Pero el grito
quedó atrapado en su garganta. Un hombre encapuchado con tejanos y deportivas es-
taba de pie en el callejón, con el arma levantada y la cara en las sombras. Arriba, el ci-
elo se iluminó de color rosa y otro estruendo de fuegos artificiales se hicieron eco.
Un dolor candente aplastaba los pulmones de Adam. No podía respirar. Intentó le-
vantarse, llegar al arma que había dejado en su Jeep, pero su cuerpo estaba demasiado
débil. Con la visión turbia, vio al hombre acercarse hacia él. Era alto y desgarbado, con
la piel pálida y una apretada línea malva como boca. Su pelo rubio era visible bajo la
capucha.
La confusión mezclada con el terror lo desgarraba.
No era un hombre.
Sus rasgos reflejaban malhumor mientras se situó sobre él, la boquilla negra de un
silenciador miraba hacia abajo. Apuntándolo. Adam sintió que su mundo se oscure-
cía. Sus latidos golpeaban en sus oídos.
Tres tiros. De cerca y personal.
Sus ojos brillaban con lágrimas. — Todos son iguales
— Molly,— consiguió decir en un susurro. — Por favor, ¡no!
Capítulo 26
Ryan se precipitó en el concurrido vestíbulo de urgencias con Lydia junto a él. El
miedo debilitaba sus piernas, se estremeció al ver a los policías, algunos en uniforme,
otros no, ya que formaban corrillos, hablando en voz baja. Las miradas se volvieron
hacia ellos mientras se acercaban. Sintió los dedos de Lydia entrelazarse con los suyos.
Esto no podía estar pasando.
Se obligó a respirar cuando el grupo se les acercó. Mat llegóel primero y abrazó sus
hombros con un apretón firme. —Está vivo, Ryan. Céntrate en eso. Fueron capaces de
estabilizarlo para la cirugía.
—¿Tan malo es? —preguntó, incapaz de suprimir el temblor en su voz.
—Nosotros… no lo sabemos aún. Era una herida por disparo en el pecho —Mat va-
ciló, varias líneas aparecieron en su rostro—. Los médicos piensan que pudo haber es-
tado allí bastante tiempo antes de ser descubierto.
La información fue como un golpe a la garganta. Lydia apretó su mano más fuerte.
—¿Estaba consciente cuando llegó? —preguntó ella. Cuando Mat negó con la cabe-
za, añadió—. Subiré a ver qué puedo averiguar. Quédate con él, ¿de acuerdo?
—Sí —asintió Mat.
Ryan apretó los ojos cuando Lydia puso sus brazos alrededor de su cuello y lo abra-
zó.
—Te quiero —murmuró ella antes de alejarse rápidamente.
Más policías vinieron y Ryan asentía, de forma inexpresiva ante las palabras de apo-
yo que le ofrecían. Darnell Richardson y Antoine Clark, así como varios más a los que
consideraba amigos, estaban entre ellos. También había muchos que no conocía, pro-
bablemente oficiales del distrito de Adam. Vio al compañero de su hermano, con la
cara tensa, cuando entró al vestíbulo. Ryan se concentró en permanecer como una pi-
edra, tratando de evitar que sus rodillas cediesen.
—Vamos a la sala de espera. Lydia sabrá donde encontrarte —dijo Mat poco tiempo
después. Lo guio entre el flujo de policías y demás personas que colapsaban la sala de
urgencias—. Evie vendrá tan pronto como llegue la niñera a casa. Te manda su cariño.
Mat y Evie ya habían estado aquí con él antes. La oscuridad cayó sobre Ryan al re-
cordar el día que se ahogó Tyler, el déjà vu hizo un nudo en su pecho. Pero esta vez
eran imágenes de Adam, con sus uniformes del ejército y la policía, con ropa de balon-
cesto, como el niño de pelo oscuro que seguía a su hermano a todas partes, las que lo
arrasaban.
Su estómago se contrajo, el olor a antiséptico del hospital y el azul de las paredes del
pasillo asaltaron repentinamente sus sentidos.
Una vez que llegaron al ascensor de camino a la sala de espera, Ryan inclinó la cabe-
za y se frotó una mano sobre sus ojos ardientes. Mat se inclinó torpemente, con una
mano en su espalda.
—Se fuerte, hombre —le instó—. Adam es duro, por no mencionar lo cabezón que
es. Saldrá de esta.
Ryan rezó porque fuera cierto.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y empezaron a caminar, se dio cuenta
de que se dirigían a la misma pequeña y privada sala de espera donde Kristen Weisz y
su familia se reunieron mientras esperaban noticias sobre Nate. Al entrar y ver las sil-
las tapizadas y las pilas de revistas revueltas sobre las mesas bajas, se sintió físicamente
enfermo.
—Dime lo que sabes —dijo con voz desgarrada.
—El equipo ya está en la escena, Chin y Hoyt, también. Me mantienen informado
por teléfono. Hablaron con el civil que llamó al 911. El chico cruzaba por el callejón
cuando él lo encontró. No oyó nada ni vio a nadie a su alrededor. Tenemos hombres
peinando la zona, hablando con la gente y comprobando si las cámaras de seguridad
podrían haber grabado algo —Mat se concentró en él—. Ryan, deberías sentarte. No
tienes buen aspecto.
Sus piernas aún temblaban, pero estaba demasiado inquieto. La impotencia era so-
focante. Se sentía mejor de pie y andando. Mat fue a un dispensador de agua en la es-
quina de la habitación y volvió con un vaso de papel lleno y se lo ofreció. Ryan lo
aceptó, bebiéndola para aliviar la sequedad en la garganta.
—¿Adam iba a McCrosky? —preguntó, arrugando el vaso vacío.
—Acababa de salir de allí. Tenía un ticket en su cartera. Estuvo allí poco menos de
una hora, según la hora impresa. Nuestros chicos ya están allí también, preguntando
en los alrededores.
—La bala coincidirá —dijo Ryan a sabiendas.
Mat dio un gesto sombrío. —Balística tendrá que confirmarlo, pero es nuestro pis-
tolero. El Jeep de Ryan estaba rayado.
La mandíbula le dolía de estar cerrada. Pensó en su hermano, herido, en un callejón
solo.
—El disparo fue a unos 6 metros, según la posición del casquillo recuperado. Pero lo
que no sabemos es por qué…
—No tuvo la oportunidad de rematarlo. Había mucha gente fuera por el Cuatro de
Julio —dijo Ryan, dibujando el sombrío escenario en su mente—. El tirador disparó
desde lejos, entonces se acercó para matarlo.
Pero se asustó por alguien que se acercaba por alguna calle y tuvo que huir. ¿Adam
todavía tenía su placa?
—No lo sé. Voy a preguntar.
Los fuegos artificiales del parque probablemente habrían enmascarado el sonido del
disparo ya amortiguado con un silenciador. Ryan quería sentir gratitud por lo que fu-
era que había asustado a este tipo, pero todo lo que sentía era una creciente necesidad
de venganza. Cerró los ojos y respiró con un nudo en la garganta. Se preguntó si
Adam habría conseguido ver al autor, si es que no perdió el conocimiento de inmedi-
ato.
—Había algunos jóvenes por allí cerca de un edificio abandonado. Una de las chicas
reconoció a Adam al ver su foto —dijo Mat—. Pero no recuerda que nadie lo siguiese,
al menos nadie con una conducta sospecha. Tal vez nuestro hombre ya estaba en el
callejón, esperándolo.
Ryan no respondió. Se pasó una mano por la cara y empezó a caminar lentamente
con los labios apretados. Este golpe parecía menos planeado, incluso impulsivo. A
Watterson también lo habían atacado en un callejón, pero muy alejado y con una pa-
red y árboles como escudo. También había sido por la noche y en una zona mucho
menos poblada de la ciudad. Derribar a Adam en un lugar como ese, en un callejón
del centro desde donde podía ser visible en cualquier dirección, en un día festivo cu-
ando las calles estaban llenas de gente, había sido un riesgo enorme, indicaba que el ti-
rador estaba empezando a pensar sí mismo que era invencible…
O que estaba descontrolado. Mat se le acercó, con la preocupación reflejada en la
frente. —Ryan, ¿has avisado a tu madre?—Melanie Winter se había trasladado a la
costa de Georgia, varios años antes, a una comunidad de retiro con un estilo de vida
activo, en la que también vivían su hermana y su cuñado. Todos ellos estaban ahora en
un crucero por el Caribe.
—Todavía no —El terror se instaló en su estómago. Pensó en la noche en que su
padre había sido asesinado en el trabajo. Ryan tenía sólo trece años, Adam ocho—.
Voy a esperar hasta que sepamos algo—Hasta que no supiese exactamente a qué se
enfrentaba Adam. Casi se mareó de miedo.
Algunos agentes en uniforme habían comenzado a aparecer en el pasillo de fuera,
tras subir desde la sala de urgencias. Ryan le dio la mano al capitán Thompson y al jefe
de policía, así como a otros dos altos cargos que se sentían mejor en la sala de espera
privada. Cuando los hombres le ofrecieron su apoyo, Ryan asintió con la cabeza ador-
mecida. La culpa espesaba su garganta. Él debería ser el único que estuviera sangran-
do, siendo operado. Debería haber detenido a este psicópata. Ryan era uno de los prin-
cipales detectives del caso. ¿Acaso Adam se había puesto en la mira del tirador debido
a su relación de sangre?
Abrumado, se asustó cuando por en el sistema de megafonía se llamó a un doctor a
la sala de Oncología.
Poco tiempo después, Lydia apareció en el umbral de la sala. Su rostro se veía páli-
do, preocupado y Ryan sintió como su corazón caía al estómago. Esta vez, él mismo se
sentó en una silla.
—Lo están operando —dijo cuando entró—. Están haciendo todo que lo posible.
—Algunos de los hombres de abajo están donando sangre.—Mat se movió hacia la
puerta, sin duda para darles privacidad para que Lydia le contase todo lo que supiera
—. Ahora vuelvo ¿vale? Todos estamos rezando Ryan —Hizo la señal de la cruz y cer-
ró la puerta detrás de él.
El estómago de Ryan era una piedra cuando tomó asiento junto a él, colocó su mano
sobre su muslo y girándose hacia él le habló suavemente. —No hay daño espinal. Pero
tiene una costilla rota y hay una lesión grave en el pulmón. Un hemotórax masivo con
sangre en la cavidad pleural. Lo recomendado es realizar una lobectomía parcial.
Perder parte de un pulmón. Sintió que las lágrimas ardían en sus ojos. Lydia le sos-
tuvo las manos. —¿Y eso que supondría para él, exactamente? —preguntó Ryan.
—Puede sobrevivir sin él. Tendría que retirarse de las calles, pero puede tener una
vida normal y saludable. Le llevará algún tiempo recuperar la fuerza en la espalda, pe-
ro la edad y su estado físico juegan a su favor —Incluso asintiendo notó que el vello de
los brazos se le erizaba.
La expresión vacilante de ella sugería que había algo más—.Ha perdido mucha
sangre. Le están suministrando transfusiones —Ella tomó una respiración tensa—.
También hay fragmentos de bala y hueso incrustados en su corazón, Ryan. Tienen que
retirárselos. Le provocan latidos irregulares que podrían causarle un paro cardíaco.
La garganta se le retorció de dolor
—Rick está respondiendo a la cirugía cardiaca. Yo… estoy segura. Él ya está luchan-
do —Ella lo miró, de forma clarividente y enfática mientras le apretaba los dedos—. Es
un procedimiento complicado y está en manos de uno de los mejores cirujanos cardí-
acos del país.
Ryan meneó la cabeza, incierto. —¿Varek? No lo sé…
—Confía en mí, Ryan. Ya he hablado con él por teléfono. Va a poner todo de su
parte, tal como haría con cualquier paciente. Él es la mejor posibilidad que tiene
Adam.
—Está bien —dijo con la voz rota. Lydia lo abrazó. Ryan era consciente de las lágri-
mas corrían por su cara. Se sentía impotente. Tyler se había ido.
Adam tenía que vivir.—No puedo perderlo a él, también —susurró.
***
Lydia estaba de pie en la entrada de la Unidad de Cuidados Intensivos, con un
hombro apoyado en el marco de la puerta. Le dolía el pecho al ver a Ryan en una silla
al lado de la cama, pasándose distraídamente una mano sobre la boca mientras obser-
vaba a su hermano. Adam permanecía inconsciente y con un respirador. Tenía un
montón de tubos que entraban y salían de él y un monitor cardíaco pitaba sumándose
al sonido del respirador.
Tragó con fuerza al recordar una imagen similar. Las imágenes de Ryan, devastado,
agarrando los pequeños dedos de Tyler en el terrible silencio tras la parada del respira-
dor, rasgaron su corazón.
Él levantó la vista cuando ella se acercó y colocó una mano sobre su hombro.
—Ha soportado la operación —le recordó con voz suave—. Ya es algo.
Él dio un leve cabeceo. Rick había hablado con Ryan y Lydia ya de madrugada. A su
favor tenía que decir que no demostró ningún resentimiento y se había comportado
con gran profesionalidad, explicando cuidadosamente que la larga cirugía había sido
un éxito pero los siguientes días serían críticos.
Esa conversación tuvo lugar hacía más de ocho horas.
Los signos vitales de Adam necesitaban mejorar y recuperar la conciencia. Cuanto
más tiempo permaneciese con la ventilación e inmóvil, aumentaba el riesgo de forma-
ción de coágulos o aparición de neumonía. Como médico, ella entendía que su estado
era frágil y su evolución incierta.
Las pestañas oscuras de Adam formaban medias lunas contra sus mejillas pálidas
mientras su pecho subía y bajaba con el artificial ritmo del ventilador. Lydia se acercó
a la cama y pasó los dedos por su cabello, con la garganta apretada.
Lucha, Adam. No nos dejes.
Se quedaron hasta que se cumplió el tiempo de visita y luego salieron juntos de la
habitación. Pasarían otros cuarenta y cinco minutos antes de que a nadie, excepto al
personal médico, se le permitiera entrar otra vez. Las puertas de vidrio de un patio
contiguo al puesto de las enfermeras de la UCI revelaron un día soleado fuera. Ya era
tarde.
—¿Has comido? —preguntó ella preocupada—. Tess trajo algo de comer, lo puse en
la nevera de la sala. Creo que intenta encontrar la manera de ser útil, pero estoy segura
de que es mejor que la de la cafetería…
—No quiero nada —Con las manos metidas profundamente en los bolsillos, Ryan
observaba a través de la cristalera de la habitación de su hermano—. Voy a la sala de
espera hasta que pueda volver a entrar. Todavía hay alguno de los nuestros por ahí.
Aunque la mayor parte de los policías se habían ido alrededor de las cuatro de la
mañana cuando Adam salió de la operación, Lydia era consciente de que seguía habi-
endo unos cuantos, la mayoría agentes que habían estado de guardia anoche y que se
habían pasado después de sus turnos, esperando buenas noticias. Ella los había visto
en la sala de espera y paseando por los pasillos.
—Tampoco has dormido nada —señaló suavemente. Se le notaba tenso y agotado,
con el rostro pálido y sin afeitar. Todavía llevaba la ropa con la que había ido a cenar
anoche. Lydia había dormido un par de horas en las literas que estaban en una habita-
ción contigua a la sala de médicos y que utilizaban para dar una cabezada entre turnos
dobles, o cuando un paciente estaba demasiado crítico. Durante un rato, había con-
vencido a Ryan para que se tumbase con ella entre las visitas, pero cuando despertó
poco tiempo después, ya se había ido.
—¿Ya estamos aquí otra vez, no? —dijo tranquilamente con los ojos legañosos—.
Ayer por la noche… cuando estábamos juntos… Pensé que tal vez todo saldría bien
por fin.
Lydia tocó su brazo con amabilidad.
Ella habló con una de las enfermeras de la UCI que apareció un minuto más tarde.
Lydia se había cambiado poco antes y llevaba los zuecos médicos y la bata que guarda-
ba en su taquilla. Encontraría a alguien que hiciese su turno esa mañana ya que había
estado en pie casi toda la noche.
—Trabajo de una a cinco —le dijo—. Estamos cortos de personal por el largo fin de
semana y he dormido algo. Ryan… Voy a vigilar a Adam cada…
Él meneó la cabeza. —No me voy a ir.
Lydia le detuvo. Lo miró a los ojos. —Si pasa algo, estaré aquí arriba en segundos.
Las enfermeras me conocen. Me mantienen continuamente informada. Y en cuanto a
las visitas, el compañero de Adam está en la sala de espera. Acaba de regresar. Son bu-
enos amigos y quiere ayudar. Por favor, Ryan. Ve a casa sólo unas horas y duerme un
rato, ¿de acuerdo? Dúchate y come algo. Vuelve cuando acabe mi turno y luego yo iré
casa un rato. Así, uno de nosotros siempre estará aquí.
—No puedo dejarlo.
—No puedes seguir así —Su voz se suavizó en comprensión—. Adam podría per-
manecer sin cambios durante un tiempo. Tienes que descansar. Él te necesitará más
cuando despierte.
Él se frotó la nuca y suspiró —¿Has hablado con tu madre?
—Su barco atracó esta mañana en las Islas Caimán. Está intentando embarcar en el
primer vuelo que salga para aquí.”
Lydia esperaba que para entonces tuvieran mejores noticias para Melanie con res-
pecto a la situación de Adam. Ante el pensamiento de su llegada, sin embargo, sintió
un tirón en el estómago. No sabía cuál sería la reacción de su suegra hacia ella y su re-
conciliación con Ryan. Teniendo en cuenta las cosas, las emociones estarían a flor de
piel y sabía que su separación había sido otro duro golpe para la familia.
Llegaron a la sala de espera principal de la UCI donde una media docena de policías
estaban sentados, bebiendo café y hablando en silencio entre sí. Lydia y Ryan se para-
ron en las puertas dobles de la sala. Más allá de las sillas llenas de gente, un televisor
colgado de la pared emitía el informativo del mediodía. Lydia ya había visto una emi-
sión anterior, pero todavía se le ponían los pelos de punta.
Ian Brandt había sido detenido y entregado al FBI durante la noche, aparecía entre
una media docena de agentes federales forcejeando y esposado. La televisión estaba en
silencio, pero los títulos en la parte inferior de la pantalla eran visibles.
Empresario de Atlanta arrestado por cargos de lavado de dinero y tráfico sexual.
—Ha sido esta mañana —dijo Ryan, mirando a la pantalla en la que Brandt era con-
ducido a la parte trasera de una camioneta oscura—. Lo siento. Debí decírtelo cuando
me enteré.
Lydia le pasó la mano por antebrazo. Él disparo de Adán había sido el gran titular
de las noticias de la noche anterior, y lo habían repetido a lo largo de la mañana. Hasta
ahora, Ian Brandt suponía la mayor amenaza que acechaba en su vida. Pero ahora to-
do palidecía ante el disparo de Adam.
—Has tenido otras cosas por la que preocuparte —dijo ella suavemente.
—Mi contacto en el Departamento de Justicia me ha mantenido informado. Brandt
fue acusado hace un rato ante un tribunal federal. No sé si ya informaran de ello en las
noticias, pero el juez consideró que había riesgo de huida y se negó a fijar una fianza.
Lydia sintió cierto alivio, al menos por sí misma. Aunque sabía el reto que Elise aún
tenía por delante. Testificar en contra de su marido, ante él en un tribunal, no se podía
imaginar lo aterrador que sería —Y si resultaba absuelto…
—Todavía tiene conocidos fuera, Lyd. Mantén la guardia.
—Lo haré —le prometió, no queriendo darle nada más de que preocuparse—. ¿Así
que te vas ir a casa unas horas?
Él suspiró, de reojo vio como Mat salía del ascensor del final del pasillo. Lydia sabía
que había ido a casa con Evie cuando Adam salió del quirófano. Iba vestido para ir al
trabajo, llevaba su placa y la funda de su arma, pero al parecer había pasado para saber
si había novedades.
—Mat, ¿hablarás con él para hacerle entrar en razón? Necesita dormir algo —le pi-
dió Lydia cuando se les acercó.
—Es un cabezón, pero lo intentaré. ¿Algo nuevo? —preguntó con nerviosismo.
Ella negó con la cabeza.
—Necesito hablar contigo un minuto, Ry —Y echando un vistazo a Lydia, agregó—,
antes de que te vayas, quiero decir—Y le dio un breve apretón en el hombro antes de
encaminarse a la sala de espera donde estaban los demás.
—¿Me llamarás si hay algún cambio? —Ryan preguntó a Lydia—. Inmediatamente
—Él la estudió con sus ojos azules cansados. No necesitaban hablar. La emoción pare-
cía flotar en el aire entre ellos. Lydia sabía que él agradecía su presencia. Acunando su-
avemente la parte posterior de su cuello, la acercó a él. Ella cerró los ojos cuando sus
labios rozaron ligeramente los suyos. Sólo se separaron por los suaves aplausos de ap-
robación de los policías en la sala de espera.
Poco tiempo después, Lydia volvió al pasillo. Pero no fue directamente a la sala de
urgencias. Todavía faltaba tiempo para su turno, así que en lugar de ello regresó a la
UCI. Habló con la enfermera del mostrador, pidiéndole que la mantuviera inmediata-
mente informada sobre cualquier cambio. Luego vacilando en la puerta, entró a la ha-
bitación donde estaba Adam.
Su corazón se oprimió de nuevo. Verlo así, vulnerable, frágil, con una máquina res-
pirando por él… era difícil. Adam siempre estaba en movimiento y lleno de vida.
Sabía lo que pensaba de ella. Lydia quería una oportunidad para de alguna manera
arreglar las cosas entre ellos.
Al acercarse a la cama, la impactó la quietud de Adam, sus fríos dedos. El dolor per-
foró su pecho.
No había vuelto a rezar desde la muerte de Tyler. Había estado demasiado enfadada
con Dios y se sintió traicionada por su fe. Pero con una respiración vacilante, ella cer-
ró los ojos en silencio y pidió ayuda, por si alguien la estaba escuchando.
Capítulo 27
—¿De qué se trata? —preguntó Ryan tenso mientras permanecía con Mat fuera de
la sala de espera.
—No pinta bien. Los testigos del McCrosky confirman que Kimmel y Adam discuti-
eron anoche y que Kimmel lo amenazó.
Ryan dio unos pasos, con un cosquilleo en el pecho, mientras su compañero conti-
nuaba.
—Los detectives fueron al local a mitad de la noche, pero no había nadie.
—No se presentó en su turno esta mañana, tampoco.
—¿Y en su móvil?
—No responde. Entramos en su apartamento hace un rato con el pretexto de un
control de seguridad, pero estaba vacío. El vehículo también falta del aparcamiento —
Mat se rascó la mandíbula—. No queremos levantar la liebre sobre esta información
por ahora, hasta que sepamos más. Ya tenemos los resultados de balística, por cierto.
La pistola utilizada con Adam coincide con la de los otros tiroteos.
Ryan se quedó mirando a la nada durante un momento. Decir que Seth Kimm no le
gustaba, sería un eufemismo, pero no lo veía como un asesino en serie de policías.
Mat gesticuló con las manos. —Mira, sé que es una locura, pero tienes que admitir
que la desaparición de Kimmel tras los disparos es sospechosa. No es ningún secreto
que tiene problemas para gestionar la ira. La mitad del cuerpo lo odia y no ha supera-
do numerosas promociones, lo que le podría conducir a un gran rencor. Si se le inves-
tiga en profundidad, su perfil se ajusta al de un culpable con trastorno mental.
Aparentemente anticipando la próxima pregunta de Ryan añadió, —y no, no tiene
ninguna 9 mm registrada a su nombre, pero eso no significa que no posea una ilegal-
mente.
Ryan soltó una lenta respiración. Todo esto sólo eran conjeturas. —No es él —dijo
con tranquilidad.
—¿Estás seguro? —insistió Mat—. ¿Y si Adam consiguió ver a su atacante? Eso exp-
licaría la desaparición de Kimmel. Sabe que Adam lo identificará cuando despierte.
Si se despierta.
—Tenemos que encontrarlo —Cansado, Ryan se apretó el puente de su nariz, por lo
menos de eso estaban seguros.
—Hemos puesto una orden de vigilancia en todo el estado para ese maldito coche
que conduce.
—¿Y las cámaras?
—No hay circuitos cerrados de TV ni en el callejón ni en las calles de acceso. Lo si-
ento Ry
Se dio cuenta de que Mat lo estaba observando.
—¿Cómo estás? —le preguntó, cambiando de postura para dejar pasar a una enfer-
mera que empujaba un carro de electrocardiograma.
Ryan suspiró, esquivando su mirada. —Estoy bien.
Mat asintió con la cabeza hacia los oficiales sentados en la sala de espera de la UCI,
el compañero de Adam entre ellos. Estaban separados de los civiles que también esta-
ban allí. —Tenéis mucho apoyo. Ahí lo puedes ver. El capitán dice que te tomes el ti-
empo que necesites.
Abrumado y casi sin palabras, Ryan se rascó la nuca. Se despejó la garganta. —Dile a
Evie que le agradezco su presencia aquí anoche. No pude hablar con ella.
—Ya lo sabe. Y está feliz por ti y por Lydia, también —bajó la voz—. Es bastante ob-
vio que os estáis esforzando para arreglar las cosas.
Pensar en Lydia, hacía que Ryan sintiese su corazón completo. Aún sentía un tirón
al recordar como hicieron el amor anoche, y por su confesión sobre las dificultades
que ella había tenido desde su separación. Estaba preocupado por ella y sabía que aho-
ra estaba siendo fuerte para él. Tratando de ayudarlo a pasar por esto. La había besado
delante de toda la sala de espera, pero no importaba, sus emociones habían sacado lo
mejor de él.
Ryan se pasó una mano por la boca, todavía incrédulo ante este doloroso giro de los
acontecimientos.
Mat le dio un golpecito ligero en los hombros. —Deberías marcharte. Ir a casa y
dormir lo que puedas.
Apretó los labios, algo de lo que le había dicho Mat antes lo tenía inquieto. Debía
haberlo ordenado más pronto. —Quiero a un policía en la puerta de la habitación de
Adam. ¿Podrías poner a uno de paisano ahora?
—Por supuesto, pero esto es la UCI. Hay enfermeras en todas partes.
—Tú mismo has dicho que Adam podría haber visto a quien le disparó.
Mat buscó en su bolsillo el móvil. —Tienes razón. Mejor prevenir que lamentar.
Llamaré para que venga alguien de incógnito. Nuestros hombres están distraídos, sino
ya lo hubieran hecho.
En el frágil estado que se encontraba su hermano, bastaría con girar un interruptor
del respirador, inyectar aire en una vía IV… para acabar con él. Ryan tembló sólo de
pensarlo. Parecía algo improbable en un hospital lleno de gente, pero creía que su ase-
sino podría convertirse en lo suficientemente audaz para intentar cualquier cosa. Si
iba a estar ausente, aunque fueran unas pocas horas, quería vigilancia extra.
—Vete, Ryan. Yo mismo me quedaré hasta que llegue alguien.
—No te centres mucho en el asunto de Kimmel —le advirtió—. Quiero tratar el caso
como si todavía pudiera ser cualquiera. Investigar cualquier detalle, a todas las perso-
nas que había. Si alguien merodeaba por allí o simplemente parecía fuera de lugar…
—Lo sé —asintió Mat con comprensión—. Ese maldito cabrón podría ser cualqui-
era.
***
En casa, Ryan sólo consiguió dormir a ratos con un sueño inquieto antes de renun-
ciar a la perspectiva por completo. Se duchó, se cambió de ropa y permitió que Tess lo
persuadiera para comer algo antes de marcharse de nuevo.
“Escúchame Winters. Cuando esté listo para volver, no me verás venir”. Mientras
conducía su todoterreno, volvía a recordar la amenaza de Seth aquel día en los vestu-
arios de la comisaría. Pero por mucho que Ryan lo detestase, no podía imaginarlo co-
mo su tirador. Todo el ego de ese tipo se reducía al uniforme y su placa. Sería un idi-
ota, pero no era psicótico.
Ni se arriesgaría a ser recordado como un asesino de policías.
Entonces ¿dónde estaba?
Fatigados y emocionalmente retorcido, Ryan pasó una mano sobre sus ojos ardien-
tes y admitió que no estaba totalmente seguro de nada más.
Los edificios del Instituto Agnes Scott pronto fueron visibles a la derecha del todo-
terreno. Poco tiempo después, giró en la calle Candler. La pequeña casa que Adam ha-
bía alquilado, con la parte posterior ubicada entre altos pinos y otros árboles, apareció
a la vista. Deteniéndose en la entrada, Ryan apagó el motor y permaneció sentado
dentro del vehículo, con la mirada perdida. Se sintió impotente por no ser parte de la
cacería del tirador de Adam, pero también comprendía porque había sido retirado
temporalmente del caso. Al menos, podía pasarse por aquí de camino al hospital para
mirar entre las pertenencias de su hermano, con la esperanza de encontrar algo que
pudiera ligarlo con las otras víctimas. De alguna pista de porque lo había atacado a él
entre los cientos de oficiales de policía.
El pensamiento de que él mismo pudo ser la razón debido a su papel en la investiga-
ción cayó en su estómago como una piedra.
Con una respiración tensa, salió del vehículo. Luego sacó de sus tejanos la llave extra
que Adam le había dado, caminó hacia el porche, abrió la puerta y entró.
La tranquilidad de la casa lo golpeó. Era como si Adam ya no existiera. No pienses
eso.
Con una piedra corazón, Ryan miró a su alrededor viendo las pruebas de la vida de
soltero de su hermano. El salón estaba escasamente decorado, la ropa y un chaleco an-
tibalas estaban sobre el sofá. Su equipo deportivo que incluía varias pelotas de balon-
cesto, un par de zapatillas deportivas y una bolsa de gimnasio, parecían haber echado
raíces en una esquina. Una botella de cerveza vacía estaba en el centro de una mesita
rodeada de ejemplares de Sports Illustrated. Ryan no pudo evitarlo, cerró brevemente
los ojos, y la cara y la voz de Adam aparecieron en su cabeza. Se había despedido de él
en el aeropuerto en sus peligrosos viajes a Afganistán y Costa Rica. Pero su imagen in-
móvil en una cama con vías IV, cables de varios aparatos y un tubo endotraqueal en su
garganta… realmente le asustó.
Le picaban los ojos cuando entró en la cocina. Era más o menos la misma imagen,
aunque aquí los platos estaban apilados en el fregadero. Meneó la cabeza, sonriendo
levemente al reconocer el desorden característico de Adam.
Por segunda vez en veinticuatro horas, Ryan tuvo un flashback de estar sentado jun-
to a él años atrás, sosteniendo su mano mientras su madre, entre lágrimas, les daba la
noticia de su padre se había ido.
Ido, como Tyler. Tal vez Adam ahora, era demasiado.
Ryan sintió un nudo en la garganta. Había visto muchas pérdidas en su vida.
Evitando sus sombrías reflexiones, miró a su alrededor y se recordó porque estaba
aquí. Comprobó el correo del recibidor, el contestador automático y las diferentes no-
tas y tarjetas enganchadas en la puerta del refrigerador con imanes. Nada destacable
aparte de una instantánea reciente de Adam y de la chica que lo acompañaba cuando
Ryan lo vio en el restaurante Decatur del centro aquella noche. De hecho, la foto pod-
ría haber sido tomada allí. Recordó que su nombre era Rachel. En la imagen, Adam
aparecía apuesto y feliz, su brazo rodeaba los hombros de la guapa pelirroja. Le dijo
que era profesora en un jardín de infancia.
Se preguntó si ella sabría algo del tiroteo. Ryan no recordaba verla en el hospital.
Su estómago se revolvió cuando su móvil sonó. Sacándolo del bolsillo, comprobó la
pantalla antes de contestar.
—¿Te he despertado? —le preguntó Mat
Ryan apiló el correo que había revisado y decidió no decirle donde estaba en el lugar
de descansar. No necesitaba tanta información. —No.
—Pensé que te gustaría saberlo. Acaba de llamar la patrulla para confirmar la matrí-
cula del vehículo de Kimmel. Está aparcado en una calle cerca de la estación MARTA.
Había que admitir que ciertamente era un lugar extraño, ya que no estaba cerca del
apartamento del oficial en Briarwood. Las líneas del MARTA recorrían toda la ciudad,
incluyendo los suburbios. —Lo que significa que podría estar en cualquier sitio.
—Incluyendo Hartsfield —señaló Mat—. Tenemos varios agentes en la zona y otros
controlando las cámaras de seguridad de tráfico para identificarlo. Los detectives van
para allá para conseguir los registros de los pasajeros en las aerolíneas.
—¿Alguna actividad en sus tarjetas de crédito?
—Nada desde anoche —dijo Mat—. Pero podría haber pagado un billete en efecti-
vo. ¿Vuelves al hospital pronto?
Sintió un vacío en el pecho. —Sí.
—Cuelgo. Te mantendré informado.
Ryan colgó, soltando un bufido antes de meterse el móvil en el bolsillo y salir de la
cocina. La casa tenía un solo baño y dos dormitorios, uno de los cuales lo había con-
vertido en gimnasio, con pesas y un banco de abdominales. Ryan continuó hasta la ha-
bitación que utilizaba Adam. Como el resto de la casa, tenía el sello del caos de su her-
mano, una contradicción a su entrenamiento militar. La cama estaba deshecha, con un
montón de ropa tirada en el suelo y el cajón superior de la cómoda abierto. Ryan ins-
peccionó su contenido, luego trasladó su atención a una manta colocada sobre la ca-
ma. Al levantarla se sorprendió por la mochila con ropa femenina que cubría. Una
chica, tal vez Rachel, debió pasar allí una noche recientemente y se la olvidó.
Un llavero lleno de colgantes y tarjetas de descuento estaba sobre la cama, casi ocul-
to por las sábanas arrugadas. Curioso, Ryan miró los colgantes que incluían un pequ-
eño corazón esmaltado, un silbato, una sandalia en miniatura…
Y entonces se le congelaron las venas.
El último colgante era el logo del Grindhouse.
En ese momento captó un movimiento por el espejo del armario. Ryan soltó el lla-
vero y giró la mano para sacar el arma no reglamentaria que llevaba bajo la camiseta.
—No.
Molly estaba de pie en el umbral de la habitación, con el cabello rubio alborotado.
Vestía una sudadera con la capucha abajo y vaqueros, sostenía una pistola con un si-
lenciador con ambas manos y apuntando hacia él. Ryan se paralizó, el corazón le gol-
peaba en las costillas.
—Cuidado —dijo con voz áspera, sintiendo como la sangre desaparecía de su rost-
ro. Lentamente movió las manos hacia los lados. El shock pitaba en sus oídos. —
Molly… tú me conoces. No hagas nada de lo que te arrepientas, ¿de acuerdo?
Como ella lo miraba con una expresión de resentimiento, su mente se aceleró. Eran
su mochila y su llavero. Estaba abandonando la ciudad. Adam la había visto la pasada
noche. Supuso que ella había logrado entrar en la casa antes que él. Su llegada la había
sorprendido y se había escondido, dejando sus pertenencias a la vista con las prisas.
Probablemente habría cosas en la mochila, recuerdos, con los que se la podría rela-
cionar. Y cuando él irrumpió en la habitación, ella no había tenido más remedio que
mostrarse.
La adrenalina bombeaba por todo su cuerpo. Ella había estado allí mismo, delante
de ellos, escondida a plena vista. Era una mujer, no un hombre. Habían ignorado las
transacciones de crédito de McCrosky ya que era un lugar del centro muy frecuentado
por todos los policías.
Ryan sospechaba porqué estaba aquí ahora.
Habló con calma a pesar del golpeteo de su corazón. —Adam llevaba su placa anoc-
he. No está aquí… Es lo que estás buscando, ¿no?
Con los ojos húmedos y los labios apretados. Molly sujetó la pistola con más fuerza.
—Saca lentamente tu arma y ponla en el suelo. Te la he visto a través de la camiseta,
así que sé dónde está. No me hagas hacerte daño, Ryan.
Cuando él vaciló, ella espetó —¡Hazlo!
Con el cuerpo rígido, mantuvo una mano a la vista mientras con la otra sacaba su
arma cuidadosamente de debajo de su camiseta. Se inclinó y la colocó en la alfombra,
luego se levantó, tenía la boca y la garganta secas. La incredulidad todavía pintaba su
rostro.
—¿Podemos hablar de esto? —Ryan le preguntó suavemente—. Molly… no estás bi-
en. Déjame ayudarte…
—¿Por qué estás aquí? —exigió ella—. ¿Adam está muerto?
—Está en coma y no tiene buena pinta —Mantuvo su tono incluso, consciente de
que hacerla enfadar podría ser un error fatal—. ¿Quieres decirme porque, por lo me-
nos?
Ella se mordió sus labios temblorosos. —Él era igual que todos los demás. Me utilizó
y luego me mintió. Espero que se muera.
Tenía los nervios a flor de piel. Ryan dio un cauteloso paso hacia adelante, con las
manos a los lados. Él sabía que le gustaba a Molly y esperaba poder pillarla con la gu-
ardia baja el tiempo suficiente para desarmarla.
—¿Cómo que él es como los demás, Molly? Adam es mi hermano. Ayúdame a en-
tender…
—¡Ya sabes cómo! —Nerviosa, su voz chillona cortaba el aire—Todos quieren fol-
larme. Actúan como si yo fuera alguien especial, hasta que consiguen lo que quieren.
Sus labios se curvaron en disgusto. —Y luego se van a casa con sus estúpidas esposas
y novias, oliendo a sexo. Como yo. Pues haces eso y te mato.
Capítulo 28
Nate había estado hablando con Molly por teléfono ese día. Ella debió llamarlo,
amenazándolo con acercarse a Kristen Weisz. Mientras ella se quejaba, Ryan dio otro
cauteloso paso más cerca.
—¡Tengo sentimientos! ¡No soy una puta en la que pueden simplemente meter sus
pollas y luego fingir que no pasó nada!
—Estás enfadada. Tienes derecho a estarlo —dijo Ryan con dulzura—. Nadie debe
tratarte así. Nadie.
Pasó a sostener el arma sólo con una mano, usando la otra para limpiarse sus ojos
llorosos. Ahora estaba a menos de metro y medio de ella.
—Tú siempre me trataste bien, Ryan. En el velatorio de Nate, la manera en que des-
pués me protegiste de Seth… Pensé que te gustaba —dijo lloriqueando—. Quería gus-
tarte tanto…
—Y me gustas… —subrayó, tendiéndole una mano.
Su boca se tensó. Algo cambió en su expresión, los vívidos iris verdes se transforma-
ron en frágil cristal. Sin previo aviso, disparó. Ryan sintió el impacto en su costado, fue
un dolor cortante que le hizo doblarse antes de caer. Su aliento se le congeló en los
pulmones. Con estupor, vio a Molly mirándolo en el suelo.
—Eres un mentiroso igual que ellos —Su voz era fría—. Sé que has vuelto con la pu-
ta de tu ex.
EI pánico le hizo marearse. Sopló sobre la boca y la nariz del pequeño cuerpo moj-
ado de TyIer. Dos respiraciones. Vio el pequeño pecho subir. Luego treinta compresi-
ones, rápidas y fuertes. Otra vez.
Con cada presión sobre su esternón, hacía una promesa a Dios.
Por favor no te lo lleves. Haré lo que sea.
TyIer estaba en el suelo, su cabello oscuro mojado y la piel teñida de azul resaltaban
contra su pijama empapado. Las lágrimas emborronaban su vista, se detuvo el tiempo
suficiente para buscarle la respiración o el pulso. Cualquier débil prueba de vida. Lim-
piándole el agua de la cara, gritó roncamente otra vez en busca de ayuda.
Continuó con las respiraciones y compresiones, dos y treinta, dos y treinta… tenía
los dedos entumecidos por el frío y el miedo lo asfixiaba cuando comenzaron a oírse
las sirenas de emergencias.
Atormentado, miró hacia la piscina con su cubierta de Iona medio hundida en el
agua helada. Adam estaba al otro lado, mirándolo. Sujetando la pequeña mano de TyI-
er.
TyIer sonrió con su sonrisa de niño pequeño y se removió.
Ryan parpadeó y levantó la cabeza erguida, el sueño se desintegró con una llamara-
da incandescente de dolor. Molly estaba arrodillada junto a él, presionaba una de las
camisetas de Adam contra su costado. Su largo cabello reposaba en su pecho.
Debía haber perdido el conocimiento. Ryan tragó desorientado. Estaba sentado en
el suelo con la espalda contra las patas de la cama y despatarrado sobre la alfombra de
color avena.
EI olor metálico de su sangre le revolvió el estómago.
Intentó zafarse de su doloroso contacto. Se le pusieron los pelos de punta cuando se
dio cuenta de que sus muñecas estaban sujetas a las patas de la cama con cinchas de
plástico, de las utilizadas para contener a los detenidos. No sabía si se las había sacado
de su bolsillo mientras estuvo inconsciente o las buscó entre las cosas de Adam.
La alfombra estaba empapada de sangre. Vagamente, Ryan recordó ser arrastrado
de espaldas. Lo que explicaba la mancha. EI sudor corría por su frente mientras ella
presionaba con otra camiseta más en la herida.
—Estás sangrando por la espalda también.
—Necesito ver la herida, Molly —jadeó él—. Saber si es grave…
Ella lo hizo callar acercándose a su cara. La luz del sol de la tarde se filtraba a través
de la ventana, destacando las manchas ambarinas en los ojos verdes rodeados por pes-
tañas negras. Ella parecía tranquila, serena incluso. —No te muevas. Sólo lograrás em-
peorar.
Ryan hizo una mueca por el dolor que se irradia en su costado. Molly ya había de-
mostrado ser una buena tiradora. Si hubiera querido matarlo, lo habría hecho. —
Escúchame, ¿de acuerdo? Necesito que llames al 911. No tienes que quedarte. Puedes
coger mi coche y marcharte.
Ella se sentó, mirándolo inquisitivamente mientras se retiraba el pelo de los ojos. Se
había quitado la sudadera, revelando el top de manga corta que llevaba debajo.
—Yo nunca te he hecho daño, Molly. Tú lo sabes —ÉI tragó con esfuerzo—. Necesi-
to ayuda.
Con un suspiro resignado, ella cogió algo de la cama. La sangre de Ryan se congeló
cuando vio lo que era. Su placa. AI observarla sus rasgos se volvieron pensativos.
—Ella es mayor y ni siquiera es bonita —Frunciendo el ceño, rascó con una uña en-
sangrentada el metal dorado—. ¿Es porque es médico?
Ryan se forzó en respirar, cerrando los ojos ante un nuevo mareo. Necesitaba seguir
hablando y estar en buenos términos con ella sin quedar inconsciente una vez más.
—¿Qué…? —Se humedeció los labios mientras reunía fuerzas—. ¿Qué sabes sobre
Lydia?
La sensación de sus fríos dedos deslizándose por su pelo y la cercanía de su voz le
hizo temblar.
—Lo sé todo. Lo puta y desalmada que es. Como te dejó después de la muerte de tu
hijo. Ella no te merece.
Se obligó a mantener los ojos abiertos. —¿Quién te lo ha contado? ¿Adam? —Molly
se encogió de hombros—. A él no le gustaba como actuó tampoco.
Tenía que estar hablando del velatorio de Nate… la noche que Lydia acudió. Ryan
recordó ver a Molly espiándolos en el patio… y después cuando se fue hacia su coche
divisó una figura encapuchada en la calle. Aquella que pensó que lo estaba acechando.
La cocina del McCrosky tenía una salida trasera. Podría haber salido muy fácilmente.
—ÉI me llevó a casa, pero estaba más interesado en quejarse de ella que en cualquier
otra cosa —Suspirando, se puso a jugar con los botones de su camisa—. Finalmente
empezamos a meternos mano, pero justo cuando las cosas se calentaron, se inventó al-
gunas excusas y se fue. No creo que se le levantase.
Ella se acercó más todavía y su murmullo en su oído desgarró la carne de Ryan.
—Lydia es tan fría que incluso arrugó la polla de tu hermano.
Se sentó sobre sus talones y se rió de su propia broma antes de que sus rasgos se
transformaran en petulancia otra vez. Recogió su placa de donde la había dejado en el
suelo, la examinó en su palma y frunció el ceño. —Se suponía que tú me llevarías a mi
casa esa noche, Ryan. No Adam. Tú querías. Pude verlo en tus ojos y en la forma en
que te me acercaste. En cómo me protegiste de Seth. Todo habría sido diferente si esa
perra no hubiera aparecido.
—¿Diferente? — repitió Ryan sorprendido.
Ella se inclinó hacia adelante otra vez para tocar su cara. —Fue nuestra oportuni-
dad. Tengo un secreto… Siempre he estado enamorada de ti, Ryan. Me gustas más que
cualquiera de ellos. Y sé que me habrías tratado bien si pudieras salir de tu caparazón.
Estaba esperando a que dieras el primer paso, pero eras demasiado tímido para ir tras
lo que querías.
Ella sacudió la cabeza. —Lo que ella te hizo… hirió tu confianza.
—Molly, por favor. Si me quieres tanto, pide ayuda. Esto… no está bien.
Ella no dijo nada. Ryan sintió que moriría aquí.
—Yo imaginaba que Adam eras tú la noche que me llevó a casa. De verdad quería
que me follase. Que fuera duro, ¿sabes?
Su frente se frunció débilmente al ver las prendas de algodón que cubrían su herida.
La sangre, una mancha redonda del tamaño de medio dólar, empezaba a crecer. Ryan
sintió frío, su piel estaba fría y húmeda. La ansiedad lo recorría. —Voy a entrar en
shock Molly. ¿Eso es lo que quieres?
Pensativamente, ella se mordió el labio inferior y sin una palabra, se levantó y salió
de la habitación.
Las tiras de plástico cortaban las muñecas de Ryan mientras tiraba de ellas. Se sentía
estúpido y enfadado de que Molly lo hubiera engañado. Que hubiese ocultado su psi-
cosis en un bar lleno de policías y detectives capacitados. Se inclinó hacia un lado, para
comprobar la fuerza de los pies de la cama, parpadeó por el dolor que el movimiento
le causó. Respiró cuando su campo de visión se redujo.
No podía desmayarse otra vez.
Con la cabeza inclinada hacia atrás, trató de consolarse con el hecho de que él no
había sido el único engañado. John Watterson y Nate, Matthew Boyce, Adam… al pa-
recer, ellos habían estado mucho más cerca de Molly. Intentó imaginarse a Nate en el
Grindhouse con ella en su cita clandestina, haciéndole creer que le gustaba su música
para poder tirársela. Ryan meneó la cabeza. Había pensado que él y Kristen eran más
fuertes que eso.
Ese pensamiento les había llevado a la muerte.
Un hilio de sudor le bajaba por la sien cuando ella volvió con unas toallas. Su mente
volvió a Lydia y su tardía reconciliación, su vientre se anudó con pesar. Si moría, Ryan
temía que ella no pudiese sobrevivir a otra pérdida.
Molly se sentó a su lado.
—¿Cómo… Cómo sabes lo mío con Lydia? —ÉI hizo una mueca, intentando sopor-
tar otra oleada de náuseas cuando ella puso una toalla en su espalda. Incluso con el
terrible dolor, no podía dejar de hacer encajar las piezas.
—Fui al hospital ayer por la noche. Para saber si Adam había muerto.
—Te vi con ella. Los dos tortolitos —dijo ella amargamente.
Ryan ni siquiera la había visto allí.
Su tono era práctico. —Puedes pensar que os vais a arreglar, Ryan, pero no puedes.
Pude escuchar la frialdad en su voz cada vez que contestaba el teléfono. Una mujer así
no cambia. Ella nunca te perdonará lo sucedido. Sólo quiere tenerte cerca para tortu-
rarte.
Sus ojos se cerraron, pero los abrió otra vez. La aprehensión se encrespó alrededor
de su columna vertebral. —¿Has… llamado a Lydia?
Una débil sonrisa se dibujó en sus labios como si estuviera a punto de decir algo in-
teligente.
—TyIer la ha llamado… mucho.
Sintió sus músculos tensarse. Había sido Molly la que hizo las llamadas, no Brandt.
—¿Quién… era el niño, Molly?
—Un niño de mi bloque de apartamentos. Fui su niñera.
—¿Y el hombre que llamaba?
Ella se encogió de hombros. —Sólo una cita.
Entrecerrando los ojos la ira se reflejó en su rostro. —Enviaste las avispas —La luz
del sol de la tarde se reflejó en su cabello rubio. Molly se lo levantó y lo dejó caer alre-
dedor de sus hombros. EI movimiento pudo haber sido atractivo si no fuera por la ve-
hemencia de llenaba sus ojos.
—Quería su engreída cara hinchada. Quería hacerla fea. Apuesto a que no te gusta-
ría tanto entonces.
ÉI apretó los dientes. —Podría haber muerto…
—Entonces podría estar con su precioso TyIer.
Su frivolidad había endurecido su estómago, así como su furia lo había agotado.
Ryan sintió crecer su debilidad cuando su mente encajó el hecho de que las amenazas
a Lydia habían sido por su causa.
—Estás blanco como una hoja —gruñó ella acercándose. Demasiado cerca. ÉI giró
la cara, pero ella le cogió la mandíbula con fuerza y le volvió la cara hacia ella—. No
seas tonto. Necesitas todas tus fuerzas. No puedes disgustarte por cada detalle.
Pensó en todo lo que Molly sabía sobre Lydia, su fecha de nacimiento, su alergia al
veneno de avispas. —¿Pero cómo…?
Ella puso sus dedos contra sus labios, silenciándolo.
—La información personal de todo el mundo está en Internet. Eres detective, tú lo
sabes —ella lo regañó como si pudiera leer su mente—. También trabajo en un bar de
copas y tus amigos hablan mucho, Ryan. Especialmente a una camarera atractiva y
servicial. Todo lo que tenía que hacer era hacer las preguntas adecuadas —Le rascó el
labio inferior con una uña—. Me gusta tu boca.
Ryan se alejó de ella.
—Frank mencionó la alergia. Estaba hablando sobre algún suceso de antes de que os
casarais. Ella fue una mujer afortunada, Ryan. Pero ella te abandonó.
ÉI gimió con un dolor punzante cuando ella de repente levantó las piernas y se sen-
tó encima de forma sensual. EI aroma foral de su perfume mezclado con su propio
olor a sangre aumentaron sus náuseas. Su ropa estaba húmeda, su corazón con latidos
frenéticos y poco profundos. Bajando la cabeza, ella presionó sus labios en su garganta
y le desabrochó los botones superiores de su camisa. Luego cubrió su boca y la repulsi-
ón fluyó a través de él. Molly comenzó a mover su pelvis, frotándose contra él mient-
ras desabrochaba otro botón y deslizaba sus dedos dentro. Un frío sudor cubrió la piel
de Ryan. Sentía el calor de la sangre saliendo de su herida con sus movimientos. Una
niebla gris cubrió su vista.
Iba a matarlo.
Un pitido electrónico rompió el sonido de su respiración irregular. Su móvil. Sona-
ba en la cama detrás de ellos. Ella debió quitárselo junto con su placa y su arma. Cuan-
do se levantó, claramente molesta por la interrupción, Ryan se quedó sin aliento y las
estrellas explotaron en su vista. Ella fue a por el teléfono.
—Es ella —dijo duramente, caminando hasta ponerse delante de él.
Molly esperó a que la llamada terminara y se oyó el pitido que indicaba que se había
dejado un mensaje de voz. Ella presionó la pantalla, puso el dispositivo en su oído y su
mandíbula se endureció al escuchar el mensaje. EI corazón de Ryan se retorció. Anhe-
laba escuchar la voz de Lydia, temiendo que fuera la última vez.
No habría llamada al 911. Molly no se iba a ir de aquí hasta que dejase de respirar.
Rezó para que su interés por Lydia terminara allí, también.
Con los labios apretados, borró el mensaje y luego arrojó el teléfono en la cama. Re-
coger su placa de la alfombra y la metió en su mochila. En sus entrañas sabía que había
las de otros, escondidas entre su ropa.
La llamada la había encolerizado, su mirada ahora era fría.
—Y sí que me heriste. La noche en la que me quitaste de en medio con Adam para
así poder estar con ella. Incluso ahora no puede darnos privacidad, ¿no?
Se le acercó, alborotándole el cabello húmedo con sus dedos. —Ella te está buscan-
do, por cierto. Adam murió.
Capítulo 29
De pie en el pasillo fuera de la UCI, Lydia desconectó su teléfono. Incapaz de hablar
con Ryan por el móvil, llamó a su casa pero sólo pudo hablar con Tess, que le había
preparado un asado y le dijo que Ryan ya hacía rato que había salido para el hospital.
Entonces ¿dónde estaba?
Ella buscó entre los contactos del teléfono, encontró el número que buscaba y mar-
có.
—Hernández —respondió Mat secamente al segundo pitido. Donde fuera que estu-
viera, Lydia podía escuchar ruido urbano y conversaciones en segundo plano.
—Mat, soy Lydia —Ella dio unos pasos—. Siento molestarte, pero ¿Ryan no está
contigo verdad?
—Lydia… no he reconocido el número. No está aquí, pero hablé con él hace un rato
por teléfono. Dijo que se dirigía al hospital. ¿No ha llegado todavía?
—No y en su móvil no responde —dijo ella ligeramente preocupada—. ¿Lo has lla-
mado a casa?
—Tess me ha dicho que salió hace aproximadamente una hora —Sonó el timbre del
ascensor y Lydia miró por el pasillo hacia las puertas abiertas. Ryan no estaba entre las
personas que salían—. Necesito localizarlo…
Con un nudo en la voz preguntó— —¿No es por Adam, no?
—Son buenas noticias —le aseguró—. Ha salido del coma. Todavía está en estado
crítico y no puede hablar aún, pero esperan poder retirarle el respirador pronto.
Pudo oír como soltaba un suspiro. —Gracias a Dios.
—La madre de Ryan ya está aquí también.
—Mira, estoy seguro de que aparecerá pronto. Estaba bastante nervioso, se culpaba
del disparo de Adam. Quizá sólo necesite tiempo. Ya conoces a Ryan. Probablemente
está dando una vuelta con el coche tratando de despejarse la cabeza. Intentaría encont-
rarlo, pero estoy liado aquí…
Una voz masculina lo interrumpió. Lydia escuchó el saludo en la cadena de mando
y sabía lo suficiente sobre el protocolo de la policía para comprender que estaban hab-
lando de la manipulación de pruebas.
—Vuelvo en un segundo Lydia.
Esperó mientras Mat daba las órdenes. Entonces dejó de hablar con la otra persona
y el ruido a su alrededor disminuyó. Lydia supuso que se había apartado a una zona
más tranquila. Finalmente, le habló de nuevo. —Lo siento. Estamos en una escena de
crimen activa.
Ella sintió mariposas en su estómago, le dio miedo preguntar. —¿Otro oficial?
Él vaciló. —En un callejón del International Boulevard.
Lydia se pasó una mano por el cabello. El sitio no estaba lejos de donde habían en-
contrado a Adam la noche anterior.
—Confidencialmente, la víctima es de nuestro distrito y hasta ahora era una perso-
na de interés en la investigación, así que volvemos a empezar de cero —dijo Mat—.
Ryan querrá saberlo. Le dejará un mensaje en su teléfono si no lo localizo, de todas
formas. Cuando llegue al hospital, dile que me llame, ¿vale?
Sorprendida por lo que le había contado, se lo afirmó. —Mat. Si puedes hablar con
él, por favor que me llame.
—Por supuesto. Tan pronto como termine aquí, me voy para el hospital. Quiero
hablar con Adam en cuanto pueda. Igual que Ryan —Y colgó.
La tensión era un peso sobre sus hombros. Con un lento suspiro, Lydia apagó su te-
léfono, requisito indispensable para volver a entrar en la UCI, y lo metió en el bolsillo
de su bata. No era propio de Ryan. Prácticamente tuvo que echarlo del hospital, inclu-
so le hizo prometer que le avisaría al momento de cualquier mínimo cambio. Lydia
pensó en lo que había dicho Mat. Estaba muy nervioso, culpándose del disparo de
Adam. Sabía que le había afectado mucho, por esa razón quería darle las buenas noti-
cias.
Empujando las puertas dobles, saludó con la cabeza al oficial vestido de civil que ha-
bía sido asignado de guardia antes de entrar a la UCI. Dentro, Melanie Winter se sen-
taba en una silla junto a la cama. Acariciaba la mano de Adam.
—¿Pasa algo malo? —preguntó ella con un temblor en su voz, al ver a Lydia—. Está
inconsciente otra vez.
Lydia se acercó y puso una mano tranquilizadora en su hombro mientras miraba a
Adam. —Sólo está dormido, Melanie. Tuvieron que sedarlo bastante fuerte para que
no luchara contra el respirador. Pero se despertó él solo y sus signos vitales están algo
mejor. Hablé con su enfermera. Los médicos van a intentar entubarlo en pocas horas,
así podrán empezar a reducir los sedantes pronto.
El alivio llenó sus ojos azules de su rostro enmarcado por su corto cabello. Aunque
tenía el pelo castaño se le notaban reflejos solares de su travesía por el océano. —
¿Entonces podrá respirar por su propia cuenta?
Lydia sonrió suavemente y asintió, sintiendo su corazón elevarse. Para su gran ali-
vio, Melanie no la había desairado como había temido.
Todo lo contrario, su ex suegra la abrazó en cuanto la vio como si ella y Ryan nunca
se hubieran separado. No había habido mucho tiempo y hasta ahora sólo habían hab-
lado de la situación de Adam. Lydia quería que fuera Ryan quien le explicase su recon-
ciliación, de todos modos; estaba en su derecho. Esperaba con esperanza que Melanie
estuviera feliz por ellos a pesar de todo.
—¿Localizaste a Ryan? —preguntó Melanie.
—No, pero le dejó un mensaje —Le contestó con preocupación.
“Otra vez estamos aquí, ¿eh? Anoche… cuando estábamos juntos…Pensé que tal vez
por fin todo saldría bien”.
Recordó la conversación de Ryan, haciéndola consciente del paralelismo que había
dibujado entre Adam y Tyler. Lydia sabía que estaba esperando y preparándose para
lo peor. Que él ya estaba asumiendo la responsabilidad por el disparo a Adam. Su esta-
do de ánimo la preocupaba. Anoche habían ido al hospital con el coche de Ryan, así
que ahora tendría que ir a casa en taxi y recoger su coche.
Su turno había terminado hacía poco. Lydia tocó el hombro de Melanie, para llamar
su atención. —Ya que ahora estás aquí con Adam, voy a buscar a Ryan.
Sombríamente, pensó dónde podría estar.
***
—Se supone que sois héroes.
Tenía la cabeza hacia atrás apoyada en la cama, pero al oírla hablar Ryan miró a
Molly con los ojos enrojecidos. Sintió una furia desesperada. La de ella, al parecer, se
había desvanecido, regresó a la habitación y se sentó con las piernas cruzadas junto a
él otra vez.
El dolor por Adam lo había distraído. Sólo ahora se dio cuenta de que había sacado
de su bolsa las insignias, macabros souvenirs de sus asesinatos.
—¿Sabes lo que le gustaba a tu amigo, Nate? —preguntó distraídamente mientras
las colocaba en la alfombra, en algún orden especial que sólo ella entendía—. Las ma-
madas.
Se echó el cabello hacia atrás y puso una placa en el centro del grupo. Se la habré
mamado en su coche una media docena de veces, probablemente. Venía después del
trabajo y me esperaba fuera. Me tiraba del pelo y me decía que me lo tragase. Los
hombres quieren lo que no se consiguen en casa.
Sintió que le hervía la sangre. No quería recordar a Nate, a ninguno de ellos, de esa
manera. Ryan entrecerró los ojos al mirarla.
—Nate… —dijo con una respiración dolorosa—, te llevó a The Grindhous.
Molly lo miró, sorprendida. —¿Cómo lo sabes?
Cuando no respondió ella volvió a jugar con las placas. —Era una buena banda y yo
quería ir. Le prometí algo especial después. Supongo que Nate se imaginó que no co-
nocería a nadie allí.
—También fuiste con Matthew Boyce.
Se encogió de hombros como si nada. —Matt odiaba el lugar, pero aun así se en-
contró allí conmigo dos veces. Después de eso, él sólo vino a mi apartamento…
La pensativa sonrisa en sus labios desapareció y cerró la boca con fuerza.
—Me dijo que la despreciaba. Pensé que con el divorcio estaría dispuesto a que se
supiera nuestra relación. Pero me dijo que me había vuelto posesiva y que no podía ir
serio con alguien que le forzaba a hacer las cosas.
Ryan se concentró en sus palabras, luchando contra el mareo. —¿Por eso rayaste sus
coches? ¿Por qué te hirieron?
Ella levantó la barbilla. —Los hombres son unos psicópatas con sus coches.
Su estado de ánimo se hundió más. Lo que él había pensado originalmente que pod-
ría ser el distintivo de una banda resultó ser simplemente una rabieta infantil. Algo
que una desdeñada adolescente haría para vengarse de un novio infiel.
Ryan sintió un espasmo en la espalda por su posición actual, pero si permanecía in-
móvil el dolor disminuía. Basándose en donde había sido disparado, supuso que la ba-
la no había dañado órganos vitales. De lo contrario, probablemente ahora ya estaría
muerto en lugar de desangrarse lentamente.
Se quedó mirando a Molly que continuaba jugando con las placas, con un sabor
amargo en la boca. Una visión de Adam en un callejón mugriento, solo y mortalmente
herido, le oprimió el pecho.
—Pero fuiste más allá —señaló—. Los arañazos no fueron suficiente. —su voz esta-
ba llena de amargura.
—Tienen lo que se merecen.
Ryan se dio cuenta entonces. Había cuatro placas. Las dos doradas en carteras de
cuero eran la suya y la de Nate. Las otras dos pertenecían a agentes uniformados. Pero
sólo debería tener la de Matthew Boyce. No había conseguido las de John Watterson
ni la de Adam. No podía ver el número, pero la intuición se hizo hueco en él.
—Seth Kimmel… esa es su placa.
Ella parpadeó por la luz del sol. Apartando los grises recuerdos, Molly apartó la
manta a un lado. Suspiró y desplegó sus largas piernas, quedando a cuatro patas delan-
te de él.
—Ese imbécil fue la razón por la que no pude acabar con Adam. Corrí por el callej-
ón cuando escuché a aquellos niños venir. Seth estaba ahí, en la calle delante de mí, in-
tentando arrancar ese estúpido Mustang. Me vio. Podría relacionarme.
Ryan apartó la cara cuando le pasó la yema del dedo por la mandíbula. —Seth con-
siguió finalmente su revolcón en el heno. Pero no quiero hablar más de eso.
Su aliento sopló en su oído cuando ella se acercó con voz sugerente.
—¿Acabamos lo que empezamos antes? Esta podría ser nuestra única oportunidad
para estar juntos…
—Eso no está sucediendo…
—¿Por Lydia? —espetó ella.
—Porque me disparaste…
Su estado físico no pareció impresionarla. Ella se sacó el top salpicado de sangre,
mostrando un sujetador de satén, claramente dispuesta a retomar el momento que la
llamada telefónica había interrumpido. La piel se le erizó cuando ella se inclinó sobre
el lóbulo de su oreja, con un ronroneo de garganta mientras sus manos recorrían su
pecho desnudo. Con el estómago ardiendo, Ryan se dobló de dolor. Ella deslizó la ma-
no hacia el interior de su muslo, acariciándolo íntimamente. Ella estaba totalmente lo-
ca.
El sonido de un coche acercándose a la entrada de la casa, los congeló.
El pulso de Ryan se aceleró. Agudizó el oído por si notaba el ruido de más de un ve-
hículo y de pasos pesados. Agentes armados del equipo de los SWAT. Pero en cambio
oyó que se acercaba un único coche.
Por Dios. No.
El sonido familiar de ese motor estaba profundamente arraigado en su memoria.
Todos esos años oyéndolo arrancar fuera de su casa. Sus ojos se anegaron al recono-
cerlo.
El Volvo de Lydia.
Levantándose, Molly se asomó cuidadosamente por entre las persianas de la venta-
na.
—Coño—
Con gestos duros, se acercó a su mochila y la levantó colocándola sobre la cama.
Ryan estiró el cuello, tratando de ver lo que hacía detrás de él. Ella sacó la ropa limpia
de la bolsa. El pánico se apoderó de sus pulmones.
—La puerta está cerrada —intentó negociar él—, tú quieres estar a solas conmigo.
No tienes que contestar…
—¡No soy estúpida! Tu coche está fuera. Ella sabe estás aquí.
Con voz áspera, gritó a Lydia, intentando advertirla para que se alejara.
—¡Cállate!
Molly estaba de pie a su lado sujetando algo en su mano.
Ryan se quedó frío cuando se dio cuenta de lo que era.
El arma perdida que faltaba en las pertenencias de Matthew Boyce.
Intentó gritar de nuevo para advertirla, pero ella le rodeó el cuello con las manos y
apretó. El cuerpo de Ryan empezó a convulsionar y el dolor estalló en su interior mi-
entras su mente se quedó en blanco.
Capítulo 30
Lydia estaba saliendo del cementerio cuando Tess la llamó al móvil para decirle que
había notado que faltaba la llave extra que Ryan tenía de la casa de Adam.
Esa pista la había llevado aquí.
Estacionada al lado del coche de Ryan, miró fijamente hacia la casa de su ex—cuña-
do de color blanco y semejante a un rancho y se preguntó si viviría solo. No podía de-
cirlo ya que Adam había eliminado cualquier tipo de comunicación con ella. Por no
mencionar todas las veces que Lydia había intentado llamar a Ryan al móvil y había
saltado el buzón de voz, como si al ver la llamada lo hubiera apagado.
Yo no soy una intrusa. Vengo con buenas noticias. Tomando aire, apagó el motor
del Volvo y la radio. Salió, caminó hacia el porche y llamó a la puerta. Esperó y llamó
otra vez. EI estómago le dio la vuelta cuando unos instantes más tarde, una rubia fa-
miliar, la camarera del McCrosky, respondió.
—Lydia, ¿no? —Ella sonrió brillantemente, secándose las manos en un paño que lle-
vaba—. Soy Molly. Nos conocimos en el bar de Frank.
Pillada con la guardia baja. Lydia asintió. —Por supuesto…
—Seguro que estás buscando a Ryan. Está atrás, pero está al teléfono —Ella abrió la
puerta y dio un paso atrás invitándola a entrar—. Debes de acabar de salir del trabajo.
Lydia todavía llevaba los zuecos y la bata. Con las prisas, ni se había cambiado. Vaci-
ló ligeramente antes de echarse el bolso al hombro y entrar. Estaba confundida. Por lo
que sabía, Molly era con quien creía que Ryan había hecho planes la noche del velato-
rio de Nate. Apartó la incómoda sensación que le provocaba su presencia aquí y ahora.
—Está en el dormitorio hablando con Mat —Molly cerró la puerta detrás de ella—.
Parece algo importante. Ya llevan un buen rato. Justo iba a hacer un poco de té. ¿Te
apetece?
—¿Eres amiga de Adam? —le preguntó Lydia siguiéndola hacia la sala, consciente
de la apariencia de la otra mujer, vestida de jeans desteñidos y una blusa sin mangas,
ligeramente transparente. Su cabello rubio que le caía por la espalda parecía despeina-
do.
—Hemos salido un par de veces. Aunque sobre todo somos amigos —Atravesaron
el pasillo y entraron en la cocina. Los platos estaban apilados en el fregadero y sobre el
mostrador había varias cajas de cereales. Molly soltó el paño y se dirigió a ella.
—¿Probablemente te estás preguntando por qué estoy aquí, no? Vivo cerca de aquí.
Adam me dio una llave extra, así que vine a revisar la casa y recoger el correo —Hizo
un gesto de impotencia.
—Sólo estoy tratando de hacer todo lo posible para ayudar, ¿sabes? Quería hablar
con Ryan, así que he estado esperando a que acabe con el teléfono —Acercándose al
fuego, recogió el hervidor de agua—. ¿Quieres una taza?.
Lydia sacudió la cabeza, sus músculos se tensaron al darse cuenta de que los botones
de la blusa de Molly no estaban bien abrochados. Como si se hubiera vestido rápida-
mente. ¿Qué estaba haciendo ella aquí en realidad? No podía ser lo que pensaba. Pero
aun así, sintió un hormigueo en la piel y un nudo en el estómago.
—Aprovecharé para preguntarte a ti en lugar de a Ryan. ¿Hay algún cambio en
Adam?
—Estamos… esperanzados. Sus signos vitales mejoraron —Lydia dio un paso atrás
hacia el pasillo—. Discúlpame. Me voy a buscar a Ryan…
—Está en la ducha, Lydia.
Lydia se volvió para mirarla, totalmente sorprendida. Molly la miraba con una pe-
queña sonrisa en la cara. Estaba fregando la tetera vacía, mientras el agua corría por el
fregadero detrás de ella. —Se está duchando después de haber follado. Aún no sabe
que estás aquí. Siento que te tengas que enterar así. Ryan está intentando reunir el co-
raje para decírtelo.
La adrenalina le puso los pelos de punta. Esta mujer estaba mintiendo. Algo andaba
mal. Lydia salió de la cocina con el corazón martilleando en sus oídos. AI llegar al pa-
sillo gritó. —Ryan…
Algo la golpeó por detrás de la cabeza con un chasquido repugnante y Lydia cayó
sobre sus manos y rodillas. Se oyó gemir y una sensación de mareo la invadió, el suelo
pareció inclinarse. La tetera rodó hasta parar cerca de sus manos. ¿Molly se lo había
lanzado?.
Algo caliente bajaba por su cuello. Sintió miedo cuando varias gotas de sangre salpi-
caron la alfombra bajo ella. Ella se balanceó, cerrando los ojos y tratando de no desma-
yarse.
Sería ella quien… ella…
—¡Ryan! —gritó con la voz débil y aguda. Molly la agarró, tratando de golpearla de
nuevo, pero Lydia se retorció y le golpeó en la espinilla con los zuecos y haciéndola
soltar una maldición. Mareada, se alejó a gatas hasta que un sonido metálico la conge-
ló. Lydia había estado en un campo de tiro con Ryan y reconoció el sonido, su corazón
se detuvo.
Era una bala cayendo en la cámara. No había visto ninguna arma. Molly debía te-
nerla escondida en la cocina. Volvió la cabeza para mirarla, tratando de enfocar la vis-
ta. La pistola tenía un cilindro largo conectado al cañón.
—Levántate —le ordenó Molly.
—¿Dónde está Ryan? —Su aliento era rápido y poco profundo—. ¡Dime donde está!
Gritó de dolor cuando Molly la agarró del pelo y la levantó obligándola a tambalear-
se sobre sus pies. De pie detrás de ella, Molly le pasó un brazo alrededor de la garganta
y apoyó el arma contra su sien con la otra mano. Luchando para no marearse, Lydia
sentía la pérdida de sangre por la parte posterior de su cuello.
Debí haberme ocupado de ti en aquel garaje —La voz llena de odio de Molly en su
oído la congeló—. Tenía ácido para tirártelo en la cara.
—¿Quién te iba a desear después de eso?
Lydia empezó a hiperventilar. Recordó aquella noche en el hospital, tras su pelea
con Rick. Como una paranoica pensó que alguien la estaba siguiendo y ella corrió has-
ta su coche con las llaves y el spray de pimienta en la mano. EI spray de pimienta. Es-
taba en su bolso. Sus ojos lo buscaron en el suelo. Molly caminó hacia atrás, hacia la
cocina, arrastrándola, con el antebrazo comprimiendo su tráquea y la pistola en la ca-
beza.
¿Dónde estaba Ryan?
Molly apretó más cuando intentó resistirse. —Ya que has aparecido sin invitación,
Lydia, tal vez necesitemos revisar el plan.
Capítulo 31
Los ojos de Ryan se abrieron de repente. Con gran esfuerzo consiguió levantar la ca-
beza y entonces lo recordó todo. Lydia había llegado. EI golpe con la culata del arma
debió dejarlo inconsciente. Sus músculos aún estaban adormecidos y débiles, pero su
corazón se contrajo al oír la voz de Molly procedente de algún lugar dentro de la casa,
ininteligible pero amenazante.
La tenía. Los gritos aterrados de Lydia rompieron algo en su interior. Luchó contra
las bridas que ataban sus muñecas a las patas de la cama. EI improvisado vendaje de su
herida se había caído lejos, el violento golpe con la pistola aparentemente había catali-
zado el sangrado. Se aturdió por la brillante mancha de sangre que empapaba la parte
inferior derecha de su camisa.
Lydia gritó su nombre.
EI miedo nubló la vista de Ryan. Tenía que liberarse. Aunque muriese, tenía que lle-
gar hasta ella, protegerla de esa perra psicótica.
Desesperado, tiró otra vez de sus ataduras, provocándole un dolor que le robó el ali-
ento. EI sudor goteaba por su espalda.
EI pánico y la imaginación lo sobrepasaban. Ella todavía estaba viva porque Molly
quería jugar con ella. Pero se estaban quedando sin tiempo. Ryan no podía deshacerse
de las tiras de plástico, no podía romperlas, pero ¿podría levantar la pata del suelo lo
suficiente para deslizar el plástico por debajo y liberarse? No sabía de dónde sacar las
fuerzas, pero las encontraría. No estaba seguro siquiera si podría levantarse.
Girando el cuello, miró a su alrededor. Molly se había dejado su GIock en el escrito-
rio, segura de que no podría escapar.
EI llanto de Lydia bombeó adrenalina en su interior.
Ryan apoyó los pies en la pared adyacente y aplicó su peso contra la cama para tra-
tar de levantarla con la espalda. Un dolor abrasador le traspasó el cuerpo. Escuchó su
propio gemido angustiado y el sudor le empapó. EI esfuerzo intensificó el dolor del
costado y la pérdida de sangre. Logró levantar la pata, tal vez unos milímetros, pero
volvió a caer sobre la alfombra con un ruido sordo antes de que pudiera hacer nada.
Ryan, derrotado, maldijo, con los ojos cerrados y la respiración agitada dejó caer la
cabeza hacia atrás. Intentó recuperar el aliento mientras la desesperación lo asolaba.
Tenía que intentarlo.
***
EI desconcierto y terror invadían a Lydia mientras Molly la obligaba a entrar en la
cocina, con el brazo derecho alrededor de su cuello y la pistola presionando su sien.
Tenía ácido para tirártelo en la cara.
Cuando el borde del mostrador quedó a su alcance, se agarró a él para resistirse.
—Muévete, perra —La presión en su garganta se intensificó, haciéndola jadear hasta
que se dio por vencida. ¿Si era una pistola de la policía… Ryan estaría muerto? Las lág-
rimas brotaron de sus ojos.
Molly siguió arrastrándola hasta que se paró frente al horno. —Alarga la mano y en-
ciéndelo.
EI estómago se le retorció. Molly iba a quemarla.
—Hazlo —Y presionó aún más fuerte el cañón en su cabeza—. O dejas de respirar
ahora mismo.
No tenía otra opción. Los dedos de Lydia temblaban buscando el botón para encen-
der el gas. La incredulidad era como olas de calor y frío que la recorrían.
—¡Estás loca! —logró decir con voz ronca mientras se resistía—. AI máximo.
Hizo lo que le dijo. Con las piernas temblorosas y el corazón frenético miró el círcu-
lo de fuego azul. EI agarre de Molly en su cuello era lo único que la mantenía en pie.
EI terror giraba en su interior. No entendía nada,
¿Por qué esta mujer la siguió en el garaje aquella noche con la intención de dañarla?,
¿por qué no acababa ya con ella con una bala en la cabeza?.
—P…por favor, no…no lo hagas…
—¿Pensabas que te lo iba a poner fácil?” —De pie detrás de ella, manteniendo su
férreo control, Molly sacudía el cuerpo sudado de Lydia hacia adelante y hacia atrás—.
Pobrecita. Eres médico. Ya sabes lo desfigurantes que pueden ser las quemaduras.
Lydia gemía suavemente. Mareada, sentía la sangre correr por detrás de su cuello.
—No te preocupes. Verás a Ryan una última vez. Quiero que eche un vistazo a la
nueva y bonita tú.
Entonces, todavía estaba vivo.
La mano de Lydia golpeó contra un bulto en el bolsillo derecho de su bata. Su Epi-
Pen (inyectable de epinefrina utilizado en reacciones alérgicas). Había decidido llevar-
lo siempre encima después del incidente de las avispas. Su sangre corría como un tor-
rente. Era la única oportunidad que tenía.
¡No iba a dejar que la desfigurase! Con el estómago encogido, acercó su mano cu-
idadosamente al bolsillo, tratando de controlar el temblor de sus dedos mientras Molly
continuaba con su ataque verbal.
—Ya he tratado con mujeres como tú antes —dijo con voz áspera junto al oído de
Lydia—. Pensando que eres mejor que yo. Que puedes tener cualquier hombre que de-
sees. ¡Entrando al bar de Frank y reclamando a Ryan como si todavía te perteneciese!
¡Llevándotelo porque pensabas que podría estar interesado en mí! ¿Te parece diverti-
do?
—¡N… no!
Boqueando por la aplastante presión en la garganta, Lydia logró quitar la tapa del
vial con el pulgar. Luego inclinándose de lado, consiguió sacar el inyectable del bolsil-
lo. Trató de liberar el mecanismo de seguridad con el torpe movimiento de una sola
mano pero no pudo y perdió la oportunidad cuando Molly la forzó a avanzar y apretó
aún su garganta casi imposibilitándola respirar.
—Pelea si quieres, pero en cualquier caso acabarás desmayada, mequetrefe —dijo la
mujer más alta, gruñendo con esfuerzo—. Y te voy a sujetar hasta que pueda oler tu
carne asada. Delicioso filete de Lydia.
La falta de oxígeno la fue debilitando rápidamente, la llama circular se iba acercan-
do y desenfocando. Los músculos de Lydia palpitaban bajo su piel, el corazón se le re-
torcía. Hizo todo lo que pudo para alejar la cabeza de la llama a la que la acercaban. EI
cabello que le colgaba sería lo primero en prenderse fuego. Las náuseas crecían con-
forme el calor calentaba su piel.
Sus pulmones gritaban en busca de aire. Unos puntos negros bailaban frente a sus
ojos mientras discretamente sacó de nuevo el inyector del bolsillo. Agarrándolo con
una mano, pudo quitar el precinto de seguridad con la otra.
Molly la golpeó en la parte posterior de la rodilla, casi cayendo de cara dentro del
horno. —Vas a necesitar un ataúd cerrado, perra engreída…
Ahora.
Con un arranque de energía y casi a ciegas lo dirigió hacia arriba y atrás. Molly la
empujó con un aullido.
Tosiendo y jadeando, Lydia se giró. Se lo había clavado en la garganta. Lydia dio un
traspié, sabiendo que no le había podido suministrar la dosis completa de epinefrina.
Pero Molly estaba doblada, agarrándose el cuello, con la pistola apuntando hacia abajo
y la improvisada arma de Lydia en el suelo. Lydia salió corriendo de la cocina, con la
esperanza de haber acertado en la yugular o la carótida, causándole un mayor daño.
Pero el estómago se le contrajo cuando el silbido del silenciador unos segundos más
tarde le confirmó que se había equivocado. EI yeso de la pared explotó cerca de su
hombro, haciendo que Lydia temblase cuando llegó al cruce entre el salón y el pasillo.
La puerta principal estaba a unos cuatro metros de distancia, pero sería un objetivo
claro en el exterior. Molly se acercaba. Con las piernas temblando, giró rápidamente y,
recogiendo su mochila en la sala, corrió hacia la habitación más cercana a la derecha.
Cerró la puerta de un golpe, justo cuando otra bala impactó en ella astillándola. Sollo-
zando de terror, se agazapó detrás de una barra de metal que sostenía varios juegos de
pesas. Ryan estaba aquí en algún lugar, probablemente herido. Pero estaba vivo. Molly
lo había dicho. Lydia no podía dejarlo.
—¡Jodida perra! —Golpeando la puerta, Molly no paraba de amenazarla. Con los
dientes apretados y un áspero aliento, buscó en la bolsa su móvil y el spray de pimien-
ta.
Era como llevar un cuchillo en un tiroteo.
Con las lágrimas inundando sus ojos, obligó a que sus torpes y asustados dedos para
que tecleasen los números en su teléfono.
—911. ¿Cuál es su emergencia?
—¡Por favor ayúdenme!—pidió jadeando mientras Molly continuaba asaltando la
puerta.
—Estoy en una casa de la calle de Chandler. Es un rancho blanco con pinos alrede-
dor. Hay una mujer con una pistola. Está disparando…
—¿Cuál es la dirección?
—¡Yo…no lo sé! —EI silencio repentino en el pasillo la sorprendió. Es la segunda
vivienda desde la parada del MARTA en la esquina de Barfield.
¡Hay un Ford Explorer negro y un Volvo plateado aparcado en la entrada! ¡Por fa-
vor, dense prisa!
Tirándose del pelo, añadió. —Necesitamos una ambulancia, también…hay un ofici-
al de policía herido.
—Ya tenemos patrullas de camino. Quédese al teléfono conmigo, señora. ¿Cuál es
su nombre?
Ella se removió. —Lydia. Dra. Lydia Costa.
—¿En qué lugar de la casa está? Necesitamos su ubicación…
Las palabras del agente se desvanecieron, reemplazadas por un creciente murmullo.
Oyó un cIic y vio girar el pomo de la puerta de la sierra. EI horror la colapsó. Molly
había encontrado la clave.
Lydia gritó, se tapó la cabeza con los brazos cuando la puerta abierta se abrió golpe-
ando la pared. Molly entró en la habitación con el arma en alto, sus ojos brillaban de
furia. Las chispas saltaron cuando una bala rebotó en las pesas de hierro. Lydia retro-
cedió en el suelo, con el spray de pimienta en la mano.
Iba a morir. EI corazón casi se le para cuando Molly se detuvo sobre ella, sonriendo
fríamente, apuntándola a la cara.
La explosión la ensordeció.
Lydia vio aturdida como parte de la cabeza de Molly explotó mientras se desplomó
en el suelo entre un charco rojo, con las piernas flácidas y el cabello ocultando parcial-
mente su rostro.
—Coge la pistola.
La voz ronca de Ryan consiguió apartar su mirada del cuerpo. Entró desde el pasillo,
aún en postura de disparo pero con pasos lentos. EI corazón de Lydia latía dolorosa-
mente.
—Ryan… —dijo ella con la voz rota.
Su rostro estaba ceniciento, una mancha carmesí empapaba el lado derecho de su
camisa entreabierta. La cantidad de sangre la asustaba. ¿Cuánto tiempo llevaría así?.
Lydia logró arrastrarse tímidamente hacia adelante y cogió la pistola, aunque sin duda
Molly estaba muerta. Tenía la boca abierta y sus ojos verdes miraban sin ver a través
del pelo rubio. Lydia se atragantó al ver los restos de materia cerebral esparcidos junto
con fragmentos del cráneo.
Volvió a mirar a Ryan y gritó cuando él se desplomó contra la pared, dejando una
mancha sangrienta en su descenso.
—¡Ryan!
Se acercó a él a gatas, conteniendo la respiración para comprobarle el pulso. Era dé-
bil, pero existía, aunque respiraba de forma superficial y rápida. Su piel estaba fría y
húmeda. Con un sollozo, Lydia le rasgó la camisa para mirarle la herida. Con los de-
dos temblorosos cogió una camiseta de Adam que colgaba del banco de ejercicios y la
empujó profundamente utilizando sus manos para presionar directamente sobre ella.
Vio sus muñecas heridas y las cuerdas de plástico que las rodeaban. Su cuerpo se estre-
meció al oír el sonido de las sirenas acercarse.
—Aguanta Ryan —le rogó con un nudo en la garganta. Las lágrimas empañaban sus
ojos—. Por favor no me dejes.
Un momento después, llamó a gritos a las personas que habían acudido en su ayu-
da.
Capítulo 32
Había pasado más de una semana y aunque Adam ya no estaba en la UCI, permane-
cía en una unidad de observación. Ryan lo veía mal. Visiblemente más delgado y páli-
do, con la cicatriz de la operación visible por la parte superior de su bata hospitalaria.
Pero milagrosamente vivo.
Ryan, también hospitalizado todavía, estaba sentado en una silla al lado de su cama.
Esperaba que le dieran el alta pronto, aunque aún no estaba lo suficientemente fuerte
para ir a la habitación de Adam sin ayuda.
—No me acosté con ella, ya sabes —Adam se toqueteaba la vía IV de su mano, luego
intentó desenredar los otros cabes a los que estaba conectado.
Inclinándose hacia adelante para ayudarlo, Ryan cambió de posición, sintiendo el ti-
rón de la sutura de su herida. En los últimos días había conseguido vestirse con unos
pantalones de chándal, una camiseta y una bata que Lydia le había traído de casa, en
lugar de la ropa habitual del hospital.
—No creo que importe —dijo—. Estaba fuera el control. AI final la más mínima in-
conveniencia hubiera sido razón suficiente para vengarse.
Unos surcos profundos aparecieron bajo los ojos de Adam. —¡Dios! Y pensar que
quería que salieses con ella…
—Ella engañó a todo el mundo —dijo Ryan con seriedad.
—Siempre dije que parecía enamorada de ti, pero… —Su cabeza contra la almoha-
da, Adam parecía arrepentido—. Quién sabe si lo que le dije sobre Lydia…
Todavía estaban investigando a Molly Renee Babin, incluyendo el hecho de que ella
había dejado California poco después de que su novio, un oficial de policía de Los Án-
geles, había muerto de una herida de bala al parecer auto infligida. EI juez de instruc-
ción había determinado la muerte como un suicidio, pero a la luz de los hechos de At-
lanta, el caso estaba a punto de abrirse. Ryan pensó que ahora no serviría de mucho,
excepto para dar a su familia algún tipo de consuelo.
—¿Qué? —le preguntó Adam.
Se dio cuenta de que se había quedado mirando fijamente a su hermano, maravilla-
do por su recuperación. Con voz áspera Ryan dijo. —Sólo que me alegro de que estés
aquí.
Adam lanzó un débil bufido, una barba azulada le sombreaba la mandíbula. —Yo
todavía no puedo creer que esa perra te dijera que estaba muerto.
Incluso en su estado actual, Adam había comenzado a recuperar parte de su intensi-
dad. Ryan no quería decirle lo que ella le había dicho, pero no lo hizo, consciente de
los fuertes sentimientos que había provocado.
La oficina del fiscal tuvo acceso a los registros de salud mental de Molly, que revela-
ron que había sido tratada de un trastorno de personalidad persistente en California.
Su padre fue el jefe de policía de un pueblo pequeño de Idaho, donde Molly había vivi-
do hasta que huyó a la costa oeste de adolescente. Mack Babin había abusado sexual-
mente de ella durante su infancia, ella se lo había explicado a sus psiquiatras. Había al-
gunas pruebas circunstanciales que apoyaban estos hechos, pero nunca se presentaron
cargos. En los últimos días de su locura, Molly había volado a Idaho, aparentemente
para visitar la tumba de su padre.
La lápida había sido destrozada con pintura en spray.
Ryan se preguntaba si la obsesión de Molly por la aplicación de la ley había comen-
zado con el padre que debió amarla pero no lo hizo. Si lo que ella declaró era cierto, él
se había aprovechado de ella de la peor manera posible. Era posible que su rencor por
los hombres fuera una respuesta subconsciente contra la persona que debería haber si-
do su protector.
Una vez dado de alta en el hospital, Ryan sería citado para declarar ante el Departa-
mento de tiro. Lo temía, aunque ya le habían dicho que básicamente era una formali-
dad. Lo que había hecho fue necesario para salvar una vida.
Todavía, no se tomaba a la ligera matar a alguien.
—Entonces ¿cuándo ibas a hablarme sobre ti y Lydia? —le preguntó Adam recupe-
rando su atención. EI monitor cardíaco al lado de su cama pitaba continuamente,
acompañando a su voz áspera.
Así que ya lo sabía. Ryan lanzó un suspiro. —Cuando creyese que estabas lo sufici-
entemente fuerte. No quería disgustarte. ¿Quién te lo dijo? ¿Mamá?
—Ella dio la noticia…
—No necesito otra charla, Adam —dijo tranquilamente.
Pero su hermano se le acercó para tocarle en el brazo. —No lo voy a hacer —Respi-
ró de forma trabajosa, claramente con dolor y poca capacidad pulmonar. Aún tenía
una cánula de oxígeno sujetada en la nariz.
—Eres mi hermano, Ryan. Si tenía resentimiento con Lydia, es sólo porque te qui-
ero, tío. Pero también tengo que creer en ti y confiar en que estás haciendo lo correcto.
—Lo estoy —subrayó. Frunciendo los labios juntos, agregó—, lo estamos.
—Entonces es suficiente para mí.
Ryan se le acercó con la cabeza. —¿Entonces das una tregua en tu guerra contra
Lydia?
—Mamá y yo hemos hablado mucho desde que regresó —Adam no le miraba mi-
entras hablaba, estaba concentrado en la sábana que lo cubría—. Ella me hizo ver cu-
ánto afectó a Lydia la pérdida de TyIer. En cómo su dolor la confundió. Dice que soy
demasiado intransigente, joder no sé ni lo que significa, pero que necesito perdonarla
y daros mi apoyo.
Jugó con su pulsera de identificación del hospital antes de hablar otra vez. —Lydia y
yo hemos hablado, también. Sobre todo porque soy una audiencia cautiva aquí encer-
rado. La he escuchado en vez de arremeter en su contra en cuanto la veía.
—¿Ella ha venido a visitarte?
—Sí. Más de una vez.
—Entonces es más valiente aún de lo que creía —lo dijo como una broma, pero la
expresión de Adam seguía siendo grave.
Ryan se dio cuenta de la tensión que se había liberado de su cuerpo. Así que su
madre había logrado este cambio en su corazón. Estaba agradecido por el tiempo que
estuvo aquí, aunque odiaba que hubiera sido bajo condiciones tan difíciles, sus dos hi-
jos heridos, Adam casi se muere. Ryan comprendió la suerte que él mismo tuvo. EI ti-
ro le había traspasado la musculatura del abdomen. Había sangrado muchísimo, pero
no había entrado en la cavidad abdominal, ni dañado ningún órgano vital.
Adam tenía un largo camino por delante que incluía al menos dos semanas más de
hospitalización y un período de fisioterapia pulmonar para fortalecer lo que quedaba
de su pulmón derecho. Su carrera como policía de calle había terminado, algo que em-
pezaba a aceptar. Habían hablado de la posibilidad de que se presentase al examen pa-
ra detective cuando pudiera. Hasta entonces, y una vez que estuviese lo suficientemen-
te bien, realizaría trabajos de oficina en su comisaría. Sería un correctivo para su her-
mano adicto a la adrenalina, pero Ryan sabía cuánto peor podrían haber sido las cosas.
—¿Me harías un favor? —le preguntó Ryan, tratando de aligerar el estado de ánimo
—. Esta es una ciudad grande, no como el sur de Georgia donde crecimos. Deja de ser
un tacaño e instala un sistema de seguridad aunque tu casero no lo pague.
Molly había entrado haciendo palanca por la puerta de atrás.
Adam sonrió débilmente. —Lo que sea, hombre. No es que la tuya lo hiciera mucho
mejor con ese criminal.
—Pregúntale a Tess. Tienen que estar trabajando en ello.
Ambos hombres miraron hacia la puerta cuando se oyó un ligero golpe. La maestra
de guardería pelirroja estaba de pie en la entrada de la habitación. Había sido una pre-
sencia habitual desde que volvió de la playa y supo lo que había sucedido. Ryan la sa-
ludó, levantándose con cuidado de la silla y presionándose el costado con la mano.
—Por favor —dijo Rachel cuando entró—. No te vayas por mí.
—Me tengo que ir de todos modos —Ryan le puso una mano en el hombro mient-
ras caminaba lentamente. Había comenzado a sentir que le fallaban las fuerzas—. An-
tes de que pasen por mi habitación y descubran que me he ido sin permiso.
—Hey.
AI oír la voz de su hermano, Ryan se dio vuelta.
—Haz lo que tengas que hacer —dijo Adam significativamente. Rachel se había
acercado a su cabecera y una enfermera también entró en la habitación—. No es que la
necesites, pero tienes mi bendición. Tregua.
Ryan asintió con la cabeza.
Lentamente se encaminaba a su habitación cuando sonó su móvil en el bolsillo de la
bata. Se detuvo en medio del pasillo, entre el personal del hospital y lo miró. AI ver el
número en la pantalla, cogió la llamada.
—He llamado a tu habitación y no respondías —dijo Mateo.
—Estaba con Adam —Pensó en tomar asiento en un banco tapizado bajo una ven-
tana cercana, pero permaneció de pie—. ¿Qué pasa?
—Pensé que te gustaría saberlo. Tenemos el resultado de toxicología. Está limpio.
No hay presencia de medicamentos ni en sangre ni en tejido muscular, ni residuos en
órganos.
Lo que confirmaba lo que ya sospechaban. Molly no se había estado tomando los
medicamentos recetados por su psiquiatra de California.
Probablemente llevase bastante tiempo haciéndolo. —Gracias —dijo Ryan con un
hilio de voz.
—¿Cómo estás? ¿Tienes los papeles del alta ya?
—Espero que mañana.
Hablaron un momento más antes de que Ryan colgara. Puso el teléfono en su bolsil-
lo y comenzó a caminar otra vez, no podía evitarlo, volvía a pensar en Molly. Continu-
aba lidiando con el sentimiento de que alguien que parecía tan normal exteriormente,
podía enmascarar unos pensamientos tan delirantes y carentes de emociones. Que hu-
biera sido capaz de una violencia tan depredadora. Le habían diagnosticado una enfer-
medad mental, pero la astucia demostrada hablaba de un cierto grado de lucidez. Ha-
bía amenazado a Nate desde un teléfono público. Después intensificó el nivel, compró
un móvil prepago para que las llamadas a Lydia fueran imposibles de relacionar con
ella. Las llamadas a Matthew Boyce también se habían vinculado a un móvil prepago.
Pero Molly no había sido tan cuidadosa con todo el mundo. Habían comprobado sus
huellas con las encontradas en la manecilla de la puerta del lado del pasajero del coche
de Boyce y en el embalaje utilizado para enviar por correo las avispas al hospital.
Pensó en los hombres con los que había mantenido relaciones, aparentemente con
Nate y Matthew Boyce. Watterson parecía encajar, pero no estaban seguros. Ryan se
preguntaba con cuántos agentes habría estado y se habrían librado.
Giró hacia el pasillo del ascensor y se detuvo a descansar. —Deberías estar en una
silla de ruedas.
Lydia apareció junto a él, con sus zuecos y su bata. Se cogió de su brazo para ayu-
darlo a andar. Ryan supuso que tenía un descanso y que iba a su habitación cuando lo
vio, andando a pasitos por el pasillo como un anciano artrítico.
—No necesito una silla de ruedas —le replicó—. Mañana me voy…
—Eso todavía está por verse —Pero sonreía suavemente cuando lo miró.
Lydia se había recogido el cabello en una corta cola de caballo. Un sencillo brillo de
labios parecía ser el único cosmético que utilizaba.
ÉI la veía preciosa.
—Supongo que has ido ver a Adam.
Decidió no decirle que sabía de sus conciliadoras conversaciones privadas. —Toda-
vía le queda un largo camino por recorrer.
Ella asintió pensativamente. —Está motivado. Lo conseguirá.
Llegando frente a los ascensores, ella presionó el botón. —Vi a Melanie hace un ra-
to, saliendo del vestíbulo. Iba a casa de Adam para traerle algunas cosas y luego a la tu-
ya para lavar la ropa.
—Ya conoces a mamá. Está planeando quedarse hasta que salga del hospital y sea
capaz de cuidar de sí mismo.
EI ascensor llegó. Cuando las puertas se abrieron, entraron y Lydia oprimió el bo-
tón. —Sospecho que su nueva novia va a querer echar una mano, también. He hablado
con ella un par de veces. Parece muy agradable.
—Sí —añadió Ryan mirándola a la cara. A solas en el ascensor, le pasó unos mecho-
nes, que se habían soltado de su coleta, por detrás de la oreja. Eran suaves como la se-
da. Los dedos de Lydia acariciaron su muñeca levantada.
—Te amo —dijo ella.
Ryan pensó en lo que Mateo le había dicho mientras se recuperaba del post—opera-
torio en la cama. Incluso ahora, le provocaba un nudo en su interior. En el apartamen-
to de Molly, la policía había encontrado el frasco de ácido sulfúrico que supuestamen-
te llevaba aquella noche en el aparcamiento con la intención de dañar a Lydia. Ryan
no sabía lo que le había impedido hacerlo, pero daba las gracias a Dios por ello.
También se preguntó, de nuevo, si Lydia simplemente se había convertido en el
blanco de los celos que sentía Molly por las mujeres que tenían lo que ella no. Amor.
Aunque sólo actuó así con Lydia, no contra Kristen Weisz, ni contra la ex—esposa de
Boyce. Si era cierto que Molly lo consideraba a él especial, entonces la aparición de
Lydia en el velatorio y la atención que él le dispensó, muy posiblemente habían sido el
punto de inflexión. Colocando un dedo bajo su mentón, levantó su rostro y unió su
boca a la suya. Se separó cuando sonó la campana del ascensor anunciando que habían
llegado a su planta, pero sólo para pasar los dedos por su cabello de nuevo y buscar su
mirada de color marrón suave.
—Estoy bien, Ryan —murmuró ella, aparentemente leyendo sus pensamientos.
¿Pero lo estaba? Le preocupaba cómo la afectaría este nuevo trauma. Ella dormía en
el sillón reclinable de su habitación del hospital cuando estaba fuera de turno, en vez
de irse a casa. Lydia insistía en que era porque quería estar con él, pero le preocupaba
que también tuviera miedo de estar sola.
—Vamos a tu habitación —dijo ella, caminando con él, ofreciéndole el apoyo de su
brazo.
—Me he enterado de lo de Elise Brandt —le dijo una vez que entraron al cuarto de
Ryan. Alguien había rehecho la cama en su ausencia. Se detuvo delante de la mesa lle-
na de flores y tarjetas, y la miró.
—Los Marshals le permitieron realizar una llamada, y me llamó. Se la notaba fuerte,
Ryan. Quería darme las gracias, bueno a los dos, por todo lo que hicimos.
ÉI le había dicho a Lydia que fue Molly, no Brandt, quien estaba detrás de las avis-
pas y las llamadas. Pero no importaba. Ian Brandt era un hombre peligroso. Había
matado, abusado y estaba involucrado en actividades delictivas. Merecía ser encarcela-
do. Esto ayudaba a poner a Elise un paso más cerca de la libertad. Todavía no había
fecha del juicio, pero Ryan esperaba que el resultado final fuera justo.
Miró como Lydia rodeó la cama. La manera en que repetidamente se había enfren-
tado a Brandt, su búsqueda para rescatar a Elise… todo ello hablaba de su valentía.
En cómo había improvisado el arma que clavó en el cuello de Molly. Pensar en la
tortura que Molly había planeado lo dejaba sin respiración.
Sólo se enteró después de leer la transcripción de la declaración de Lydia a la policía.
—Vamos a meterte en la cama —le dijo—. Pareces cansado, Ryan. Te juro que es
como hablarle a una pared de ladrillo, estás exagerando… —Ella debió notar algo en
su expresión—. ¿Qué pasa?
Con la garganta cerrada de emoción, dijo —Es sólo que no quiero desperdiciar ni
otro minuto más de nuestras vidas.
Lydia se lo quedó mirando con los ojos llenos de lágrimas y la mano sobre su pecho.
Ella sacudió la cabeza. —Todavía no lo entiendo —dijo con un temblor en la voz—. La
cantidad de sangre que has perdido, el tiempo que estuviste sin tratamiento, entrar en
shock hipovolémico. Llevaste los límites de tu resistencia…
—Tenía que llegar a tu lado —Acariciaba su mejilla con su pulgar. Era la única exp-
licación que tenía—. Nada puede mantenerme lejos de ti —Ryan presionó sus labios
en su frente.
Epílogo
Cuatro meses más tarde
—¿Estás segura de esto, Tess? —le preguntó Lydia mientras las dos mujeres estaban
de pie en la terraza interior de la cabaña del Parque Inman. Con el tiempo más fresco,
las hojas de los arces japoneses visibles a través del gran ventanal finalmente habían
adquirido un rico color borgoña.
—Oh, él no será ningún problema. Y le tengo cariño, por eso se lo sugerí a Ryan.
Tess se echó la trenza sobre el hombro mientras se giraba para rascar la cabeza de
Max, provocando un ronroneo en el felino. —Tiene sus viejas costumbres muy arra-
igadas. Le gustan los sitios conocidos.
—Sería más fácil para él —admitió Lydia.
Tess sonrió. —Lo considero su regalo de inauguración de la casa.
Un ruido sordo procedente de fuera atrajo su atención. Lydia caminó hasta la venta-
na de al lado para ver a Carl Buchwald en la entrada, descargando cajas de la parte tra-
sera de su camioneta. Con su pelo plateado y su gran silueta, Carl pronto sería el nu-
evo dueño de la casa. Ya había comenzado a guardar algunas de sus cosas en el garaje,
puesto que se había deshecho de su casa de Florida y se alojaría en el pequeño aparta-
mento de la planta aita hasta que la casa estuviera vacía.
—Todavía no puedo creer que fueras su novia en el instituto. Después de todos es-
tos años.
—Y resulta que podría haber sido el amor de mi vida —Tess se acercó a Lydia—.
Simplemente no lo supe en aquel momento.
Tess había revelado la identidad de su invitado masculino después de enterarse de
los planes de Ryan y Lydia. Ella y Carl habían salido brevemente después del instituto,
pero ella rompió cuando él se alistó en el ejército. Ella no quería llevar la vida de la es-
posa de un militar. Continuó con su vida, se casó y tuvo tres hijas. Aunque nunca olvi-
dó a Tess. Carl contactó con ella hacía poco más de un año, algún tiempo después de
la muerte de su esposa, Beth. Después del ejército, tuvo una exitosa carrera en los se-
guros. ÉI había comprado el bungalow en el acto y al precio que Ryan puso. Según
Tess, habían estado hablando acerca de llevar su relación a otro nivel, ir a vivir juntos,
durante un tiempo.
—ÉI estará más cerca de su hija más joven que vive en Spartanburg y tiene dos be-
bés. Y yo tendré una casa más grande.
—Y un compañero de cuarto —le recordó Lydia, sacudiendo la cabeza asombrada
—. Si hay boda, lo queremos saber.
Tess se carcajeó con buen humor. —Oh, dudo de que pase. Por ahora, sólo vamos a
disfrutar de vivir juntos. Hace que Carl se sienta como un niño malo. Los viejos tene-
mos que aprovechar las aventuras mientras podamos —Tocó el brazo de Lidia con
gesto serio—. Estoy segura de que os extrañará, cariño.
Pensando en la inminente mudanza, Lydia sintió mariposas en el estómago. Pero no
había sido una decisión impulsiva. Era algo que ella y Ryan habían discutido larga-
mente. Cuando surgió la oportunidad de trabajo para Lydia en un pequeño hospital
regional en Asheville, Carolina del Norte, se lo tomaron como una señal. EI hospital
les ofreció todas las facilidades, ayudando para acelerar la obtención de la licencia de
Lydia ante la Junta Médica de Carolina del Norte. Ryan había pedido a su vez su tras-
lado al Departamento de policía de Asheville. Comparado con Atlanta, era muy pequ-
eño, pero la ciudad estaba creciendo y el Departamento necesitaba con urgencia algui-
en con el nivel de experiencia en homicidios como Ryan.
EI ritmo más lento de una ciudad más pequeña era algo que ambos deseaban.
EI curso de orientación para el nuevo trabajo de Lydia comenzaba en tres días, el lu-
nes, y Ryan se le uniría cuando finalizase su contrato con el Departamento de Policía
de Atlanta dentro de una semana.
Ella sentía emociones encontradas sobre la mudanza, pero esas emociones incluían
esperanza. Dejaban Atlanta, pero juntos. Sería un nuevo comienzo. —Lo mismo pod-
ría decir de ti — le dijo Tess, sacándola de sus pensamientos.
—Ya nos harás saber si hay planes de boda.
Distraídamente, Lydia se tocó el sencillo aro de platino de su mano izquierda. Ryan
había comenzado a usar su anillo de nuevo, también, aunque no se habían intercambi-
ado los votos, ni hicieron nada oficial sobre un papel. Tal vez alguna vez lo harían. Por
ahora, su objetivo era simplemente estar juntos. Construyendo una nueva vida. Los
anillos eran más una declaración de lo que sentían sus corazones.
Muchas cosas habían cambiado en estos últimos meses, pensó Lydia cuando Tess
salió para ayudar a CarI.
Lydia había comenzado a hablar en terapia otra vez. La Dra. Sarah Rosen fue un re-
galo del cielo, alguien que la ayudó a aceptar con paz la muerte de TyIer, y ver la espi-
ral en que se convertían sus problemas de dependencia. También habían pasado un ti-
empo trabajando con el trauma provocado por el ataque de Molly Babin. Con el tras-
lado pendiente, la Dra. Rosen la había aconsejado buscar un nuevo terapeuta en Ashe-
ville, instándola a continuar con la terapia al menos hasta que se sintiera cómoda en su
nuevo trabajo y hogar. Lydia había practicado también la meditación y el yoga.
Todavía tenía dificultades, pero hacía tiempo que no se sentía tan fuerte.
Con la ayuda de Ryan, había dejado de beber por completo.
Habían pasado su tiempo libre entre el bungalow y su apartamento, hasta que pudo
alquilárselo a alguien. Desde entonces, habían estado en esta casa que habían compar-
tido gran parte de sus vidas.
Con los brazos cruzados sobre su suéter, Lydia miró alrededor de la terraza acrista-
lada con sus altos muros y las vigas del techo, después caminó por el pasillo de made-
ra. Se detuvo en la puerta del dormitorio de TyIer, que estaba abierta.
Ryan se había tomado la tarde libre. Estaba arrodillado en el suelo enfrente de la có-
moda pintada de azul, inconsciente de su presencia. Estaba de espaldas a ella sacando
lentamente la ropa de dentro, camisetas y pantalones de niño, ropa interior, pijamas.
Habían revisado las cosas de TyIer juntos, decidiendo qué donar a la caridad, para un
niño que lo necesitase y lo que querían conservar. Ella lo miró con un dolor sordo en
su interior cuando se acercó una prenda a la cara para olerla. Lydia sabía que buscaba
algún rastro del aroma de su hijo.
TyIer siempre viviría en sus corazones.
Ella entró y Ryan se levantó dándose la vuelta y colocando algunas prendas en una
pila.
—Yo… pensé que… deberíamos quedarnos eso —dijo en un murmullo, señalando
con la cabeza un peluche que estaba en la cama. Era un conejo de peluche desgastado
por las caricias y los lavados. TyIer no había dormido ni una noche sin él. EI recuerdo
agridulce pinchó en su corazón.
—Era su preferido— Ryan dijo con la voz ronca, el dolor se reflejaba en sus ojos
azules.
Con un pequeño guiño de acuerdo, Lydia lo cogió y lo colocó con cuidado en una
de las cajas de embalaje con otros recuerdos, miles de fotos, el traje del bautizo de TyI-
er, un suéter que Melanie había tejido para él, algunos de sus juguetes favoritos…
—¿Realimente vas a regalar a Max? —le preguntó unos instantes después.
Cuando Ryan se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se le acercó, ella
suspiró. —Probablemente es la decisión correcta —dijo ella— Tess lo adora y él agra-
decerá no pasar por el estrés de acostumbrarse a un nuevo lugar. Aunque también
podría ser por un tiempo hasta que tengamos una dirección permanente.
—Vino con la casa —recordó Ryan—. Lo encontramos en el patio trasero después
de mudarnos.
De momento, habían alquilado un apartamento en el centro de Asheville, cerca del
hospital en un edificio reformado en el corazón del distrito de Artes. Ubicado en el
quinto piso, estaba a poca distancia de tiendas y restaurantes, y el balcón tenía una vis-
ta impresionante de las montañas Blue Ridge. Una vez que ambos se establecieran en
sus nuevas vidas, comenzarían a buscar una casa, posiblemente en la cercana y pinto-
resca ciudad de Woodfin.
También habían hablado alguna vez sobre vivir más arriba, en las montañas, en al-
guna cabaña con un arroyo en la propiedad y una chimenea al aire libre en el porche.
Sacando las manos de los bolsillos, Ryan entrelazó sus dedos con los de ella. —¿Así
que, realmente lo estamos haciendo?
Lydia suspiró nerviosa. —Así lo espero. Es un poco tarde para retroceder ahora.
—Esto va a ser bueno para nosotros, Lyd.
Este nuevo comienzo era emocionante y aterrador. Pero querían un lugar nuevo
donde no recordar constantemente su pérdida. Esperaban que una nueva ciudad, con
gente nueva, se lo pudiese ofrecer.
Pero había tantos recuerdos buenos y preciosos aquí, también.
—He estado mirando todos los rincones —dijo Lydia, nostálgica—. Trabajamos
tanto aquí, Ryan. Tú, especialmente. Realimente pusiste tu corazón en esta casa…
—Mi hogar está donde tú estés —ÉI acarició su cara, ella aparentemente no era
consciente de los visibles que eran las emociones apenas contenidas bajo su superficie.
Ella se apoyó en él y lo besó suavemente, rodeándole el cuello con los brazos.
Cuando se separaron, ella dio un paso hacia las cajas. Tenían todavía mucho trabajo
por hacer antes de que saliese para Asheville. Parte de su mobiliario ya había sido en-
viado al nuevo apartamento, mientras que el resto quedaría temporalmente en un al-
macén una vez que Ryan oficialmente entregase la casa a Carl a finales de la próxima
semana.
—¿Has hablado con Adam? —preguntó ella—. Sí. Hemos quedado mañana por la
noche.
Aunque Ryan estaría en la ciudad un tiempo, Adam y Rachel estaban planeando
una fiesta de despedida para ambos, que se celebraría la noche antes de la partida de
Lydia. Habían reservado un salón en Ocho’s, un restaurante mexicano de Decatur.
Acudirían todos los de siempre, Mateo y Evie, Barney, Antoine Clark y su esposa, así
como Roe, Abe Solomon y una media docena de compañeros del trabajo de Lydia.
También a Rick Varek, y aunque había rechazado la invitación, les deseaba lo mejor.
Ahora estaba saliendo con una enfermera de oncología.
—¿Ya sabes cómo se ha tomado Adam todo esto? —preguntó Lydia. ÉI y Ryan si-
empre habían estado muy unidos y el disparo a Adam aún reforzó más ese vínculo.
—Con su habitual estado estoico. ÉI dice que Asheville está sólo a unas horas, por lo
que espera visitarnos con frecuencia.
Lydia sonrió. —Me considero avisada.
—Lo voy a extrañar. Nadie que use mi detergente y vacíe mi nevera —Aunque su
tono era sarcástico, Lydia sabía que el estar separado de Adam era la única reticencia
que tenía.
—Va a estar bien, Ryan —Lidia tocó su brazo.
Después de un permiso médico de ocho semanas, Adam había pasado los últimos
dos meses trabajando en la oficina de su comisaría. Pero había recuperado las fuerzas
y parecía estar recuperado. Su relación con Rachel se había afianzado, siendo casi inse-
parables cuando no trabajaban. La herida y su cercanía con la muerte, parecía que le
habían hecho madurar.
Se estaba preparando para presentarse al examen de detective el próximo mes.
Volvieron a su tarea de clasificar ropa, hablando de TyIer y compartiendo los preci-
osos recuerdos mientras se sentaron juntos en el suelo. Después de un tiempo, sin em-
bargo, Ryan se puso en pie y ofreció su mano a Lydia para ayudarla.
—¿Estás bien? —La preocupación era visible en sus ojos.
Ella lanzó un suspiro, pero asintió con la cabeza. Esto era difícil para ambos, recoger
las cosas de TyIer. Necesitaban ese cambio, pero también para dejar todo atrás. Miran-
do a Ryan, pensaba el viejo proverbio: una alegría compartida es doble alegría; un do-
lor compartido es medio dolor. Se miraron a los ojos hasta que ella se dejó abrazar,
descansando la cabeza contra su pecho. La abrazó sin palabras. Pero además de triste-
za, ella también sentía un amor perdurable.
Se sentía afortunada por su segunda oportunidad. Por él.
AI cabo de un momento, él se despejó la garganta y la cogió suavemente por los bra-
zos. —¿Vamos a descansar un rato, vale? Creo que los dos lo necesitamos.
Lydia dio una última mirada a la habitación cada vez más vacía y salieron juntos de
ella.
—EI juicio de Brandt ya tiene fecha de inicio —le dijo confidencialmente en el pasil-
lo. “EI cuatro de diciembre.
A Lydia le dio una vuelta el estómago. —¿Cómo lo sabes?
—Noah Chase llamó mientras estabas fuera con Tess.
Habían ido al almacén de reformas del hogar en Ponce para comprar más artículos
de embalaje, cajas, cintas, etiquetas… Lydia pensó en Elise. Ella ahora vivía en otro lu-
gar, muy probablemente en otro Estado y bajo un nuevo nombre. Pero tendría que
volver para testificar. Lydia dudaba que volviera a verla o a hablar con ella alguna vez,
pero le deseaba lo mejor.
—Vamos a ponerte una chaqueta. Hace frío fuera —dijo Ryan al entrar en la sala de
estar y cogió su abrigo del perchero—. AI menos todo el frío que puede hacer en At-
lanta a principios de noviembre.
Se habían enterado de que a principios de esta semana ya habían caído los primeros
copos en Asheville. Eran sólo unos pocos centímetros, pero la idea excitó a Lydia. Ha-
biendo crecido en Nueva Orleans, nunca había visto nevar hasta que fue a una excur-
sión para esquiar estando ya en la Universidad.
—¿Dónde vamos? —le preguntó mientras la ayudaba a ponerse el abrigo—. A Pied-
mont Park.
—Tendremos que coger el coche —dijo mientras Ryan se ponía su chaqueta de cu-
ero—. Podríamos caminar igualmente por Goldsboro Park aquí en el barrio…
—Piedmont es precioso con la caída del sol —Se le veía tan guapo con la luz del sol
filtrándose a través de los ventanales y sus ojos parecían de un azul ahumado. Ryan se
encogió levemente de hombros—. Podría…podría ser nuestra última vez.
Un pensamiento se propagó lentamente a través de ella.
Le había pedido que se casara con él allí, en el mirador con vistas al lago Clara Meer,
hacía tantos años. Lydia lo recordaba como un sueño nebuloso. Casi en la puesta del
sol, empezaban a encenderse las primeras luces del centro urbano, que se reflejaban en
la superficie del agua. EI Parque estaba muy concurrido esa noche, pero a su alrede-
dor, la gente había desaparecido hasta que sólo quedaron ellos dos.
Mirándolo a los ojos, entrelazó los dedos con los de él. —Sí que lo es —dijo ella su-
avemente.
Agradecimientos
Gracias por tomarse el tiempo para leer FALLEN. Mis lectores son la razón por la
que escribo y estoy muy agradecida por su apoyo continuo.
Un agradecimiento muy especial para Angelita Ritz, R.N., con más de treinta años
de experiencia en enfermería, incluyendo veinticinco años dentro de la sala de urgen-
cias. Angelita, ha sido imprescindible para mí para la descripción de las escenas médi-
cas y el uso de la terminología, no te lo agradeceré lo suficiente. Fuiste una lectora beta
fantástica, también. También estoy profundamente agradecida por el trabajo de Joyce
Lamb que editó este libro y a las críticas de Michelle Muto y Kelly Stone. Michelle,
gracias por tu ayuda para guiarme en este primer paso de mi viaje por la escritura.
También me gustaría dar las gracias a mi agente, Stephany Evans de FinePrint Literary
Management, que siempre ha creído en mí.
Finalmente, gracias a mi marido, Robert, por tu amor y por animarme a seguir esc-
ribiendo siempre.
Sobre la autora
Leslie Tentler es más conocida como autora de la trilogía Chasing Evil (Llamadas de
medianoche, Miedo a medianoche y Al filo de la medianoche). Fue finalista a la Mejor
Novela Novel en el ThrillerFest 2012 por Llamadas de medianoche y en los Premios
Daphne du Maurier 2013 en Misterio y Suspense por AI filo de la medianoche. Tam-
bién se le concedió el prestigioso Maggie Award a la Excelencia.
Leslie es miembro de Romance Writers of America, International Thriller Writers y
The Authors Guild and Novelists, Inc. Originaria del este de Tennessee, actualmente
reside en Atlanta.
Si te ha gustado leer la obra de Leslie, por favor considere dejar un comentario, que
sea corto. O por supuesto, simplemente comentar a los demás que te ha gustado este
libro, también se agradece sinceramente. EI boca a boca es la mejor promoción.
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GRACIAS A NUESTRO EQUIPO VORAZ DE TRADUCCION, CORRECCION,
REVISION Y LECTURA
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