Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
com/noticias/educacion/el-profesor-que-elimino-los-
embarazos-adolescentes-articulo-698385
Objetivo de desarrollo sostenible: igualdad de género
Luis Miguel Bermúdez, docente del colegio Gerardo Paredes, en Bogotá, diseñó
un currículo de educación sexual que logró reducir a cero el número de
embarazos en la institución, donde 70 niñas solían dar a luz cada año.
Para el profesor Luis Miguel Bermúdez, sus estudiantes no eran unas berracas
por tener muchachitos y seguir en la escuela. Eran niñas que llevaban a sus hijos
dentro de un cochecito al colegio Gerardo Paredes, en Bogotá, y los dejaban en el
patio para ir a recibir clases. (Lea: Bosques, una esperanza para la igualdad)
Esta es la historia de una de cada tres adolescentes en Colombia: ser madre antes
de cumplir 19 años. Tal destino, en la mayoría de los casos, las obliga a desistir
del colegio y las priva de oportunidades de por vida. El embarazo adolescente,
según Unicef, “está asociado con la violencia de género en su sentido más
amplio: violencia física, simbólica, psicológica y económica”.
Así que, para cumplir con el quinto objetivo de desarrollo sostenible (ODS),
dar oportunidades a mujeres y hombres por igual, es necesario controlar el
embarazo en menores de edad. Más en África Subsahariana y en Latinoamérica,
consideradas las regiones donde se registra mayor número de casos.
Luis Miguel Bermúdez lo advirtió hace siete años, cuando empezó como docente
de ciencias sociales en el Gerardo Paredes, un colegio del Distrito en Suba, en
medio de una plaza de mercado. Un lugar con cara de cárcel en donde, por cada
año, un promedio de 70 niñas daban a luz.
Bermúdez fue premiado este año por la Fundación Compartir como Gran
Maestro.
Había leído muchísimo, pero me parecía que iba por el mismo camino que todos
habían repetido. Por ese tiempo conocí a Fulanito, que estaba en quinto. Él
jugaba cauchito en los descansos y los niños se concentraban a verlo. ¿Sabe lo
que es cauchito? El juego donde dos niños sujetan un caucho de ropa por los
extremos mientas otro hace piruetas en el medio.
Al año siguiente, Fulanito pasó a sexto y en su primer día de recreo se acercó a
un grupo de niñas que jugaba cauchito. Él les pidió que lo dejaran saltar, pero
ellas y los que estaban concentrados alrededor, soltaron la risa: “Ay, severa flor,
no ve que esto es un juego de niñas, ¿usted es una niña? Cuidado se le ve la falda,
qué gay”. Desde ese día lo llamaron el marica.
Ese tipo de acoso es una situación diaria en las escuelas, ¿qué fue lo
determinante?
Al niño le pusieron esta etiqueta de gay y se pasó el resto de los años tratando de
quitársela. Ahí descubrí que en el cambio de primaria a bachillerato ese miedo a
que te señalen hace que los niños intenten librarse de la discriminación a través
de dos cosas: con violencia y con sexo. En octavo Fulanito embarazó a una niña.
Por ese entonces se había suicidado Sergio Urrego, así que analizamos con los
estudiantes de décimo y once las noticias sobre su muerte y los comentarios de la
gente. El 90 % de opiniones eran negativas. Del mismo modo revisamos las
noticias del número de embarazos adolescentes en el Distrito y los comentarios
también eran negativos.
Luego les pregunté si sus papás pensaban lo mismo, y todos lo negaron. Las
niñas alegaban que sus mamás les decían que eran sus mejores amigas, que en
ellas podían confiar, otros decían que les daba terror hablar con los padres. Así
que les propuse que fueran responsables con su cuerpo para evitar los embarazos,
es decir, no que dejaran de tener relaciones, sino que las tuvieran con un método.
Les expliqué cómo hacer un diario de campo y les di la tarea de conseguir un
método anticonceptivo durante dos semanas, registrándolo todo.
Que hay unos imaginarios culturales que impiden a los chicos hacerse
responsables de sus cuerpos. Muchas no fueron capaces de decirles a los papás,
otros ahorraron de las onces para comprar el anticonceptivo, niñas que les
contaron la tarea a las madres terminaron regañadas, las abofetearon, les dijeron
que eran unas calenturientas, unas prostitutas. El día que socializamos los
resultados, que eran anónimos, las niñas empezaron a llorar en cadena.
Y hay más, no sólo fue en la casa. La señora de la droguería les echó un sermón,
una pidió la cita en la EPS y le dijeron que no la atendían sin sus padres.
Mientras que con los hombres encontramos que pasaba otra cosa: el machismo.
Una vez les pregunté si las mandaban a hacer comida, si alguna vez se les había
quemado el arroz. Ellas decían que sí y que las regañaban porque si seguían
quemando el arroz no iba a conseguir marido. Y eso no es ningún chiste, ahí
meto a Sigmund Freud, ese es el horizonte de lo que tu familia en realidad quiere
de ti.
Inequidad de género
Brecha de desigualdad
UNICEF