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“Cambia, todo cambia” dice una canción popularizada por Mercedes Sosa, pero Don
Julio nunca entendió la letra, su naturaleza era distinta: él era inmutable. A pesar de que
quienes estudien metafísica no lo podrán creer y me llamarán mentiroso, murmurador y
cuántos otros insultos que suelen proferir aquellos científicos, que son puestos a prueba
en su paradigma. Pero la realidad es que si conocieran a Don Julio me darían la razón.
Don Julio había nacido allá por el mil novecientos y tanto, nadie sabe bien, algunos
dicen que es el séptimo hijo varón de una gran familia, y que fue apadrinado por el
presidente Irigoyen. Otros con una similar versión alegan su padrinazgo al mismísimo
General Lonardi. Y que de allí habría heredado esa condición rara en su materialidad y,
sobre todo, sus posturas políticas y los modos en la retórica de su hablar. Los más
descabellados teorizadores, insertos en los movimientos conspirativos, suelen
involucrarlo a otras fechas históricas, aunque viendo que su pensamiento es más
parecido al de una persona de medidos del siglo XX, mi teoría de un hombre que jamás
ha cambiado quedaría desechada, y no es algo a lo que esté dispuesto a renunciar de
buenas a primeras. Lo cierto es que difícilmente se podría saber su edad, pues su
condición de inmutable, le hizo perder todo cambio en los accidentes de la materia.
Un día en la vida de Don Julio está literalmente cronometrado, tan así que hasta el
propio Kant, de quien se cuenta que salía a pasear todos los días a la misma hora, se
sonrojaría y quedaría estupefacto. De lunes a viernes se levanta puntual, desayuna
puntual va al trabajo por el mismo camino, con la misma ropa y el mismo reloj. Cada
paso que da está premeditado y controlado, sabe que entre las 7:00 y las 7:05 puede
pasar el colectivo que transporta a los obreros de la metalúrgica, y que deberá esperar en
el cordón de la vereda para no ser arrollado. En el trabajo a las 10:00 preciso, se
preparará el mate y tomará cuatro los días pares y cinco los impares, en un tiempo de
dos minutos por cada uno. Luego vuelve a su casa, almuerza el mismo menú todos los
días, que él mismo se encargó de cocinar y congelar el primer día del mes, y luego de la
siesta comienza sus rutinas de sociabilización.
piedra, él no. Y por ahí, si logra sentir estima por una persona, un medio de
comunicación o el autor de un libro, ha adquirido la capacidad, o la trajo de modo
innato, si lo seguimos pensando inmutable, de dejar pasar las cosas que estos digan y
que no estén de acuerdo con su pensamiento, siempre y cuando sea pasajero y en la
brevedad sus oídos vuelvan a escuchar la verdad, su verdad.
Sin embargo Don Julio no es de frecuentar los bares, el club o la iglesia, eso es cosa de
borrachos y de necios; el sociabiliza por epístolas, a través de la lectura y ahora inmerso
a las nuevas tecnologías. Ahí, en ese último punto, es donde los detractores ponen
énfasis para desechar mi teoría, ya que esbozando una sonrisa socarrona me dicen: - Si
fuera inmutable, ¿cómo logró ahorcar los hábitos del intercambio de cartas, para dar
lugar a un posteo o un comentario en las redes sociales?” Lo que ellos no saben, es que
su inmutabilidad no lo aleja del aprendizaje, y al igual que una inerte e inmóvil roca que
comienza a socavarse por el paso del agua de un arroyo, Don Julio se ha dejado socavar
por cosas nuevas sin moverse un tantito de sí mismo
Hay un solo detalle, una sola cosa de la vida de Don Julio que me hace sospechar de la
veracidad de mis argumentos. Lo que he dado en llamar el “halo de humanidad”, donde
cada vez más, su naturaleza humana comienza a ganarle a su naturaleza inmutable, y no
es la vejez o el paso de los años por su cuerpo, pues desde que lo conozco está siempre
igual, aparentando unos cuarenta y tantos o cincuenta y poco. No, es algo más humano
aún, y es la furia, el enojo desenfrenado. Porque siempre lo expresó con un refunfuñar
leve, pero ahora hasta ha llegado a trenzarse a los gritos con sus compañeros de trabajo
acusándolos de ladrones y cuántas otras cosas más. Todo porque no piensan como él.
Algunos seguidores propios dicen que es “porque lo provocan”, sus opositores cuentan
que “siempre reaccionó, pero con esto de las redes se ha vuelto más violento”. Yo como
Marcelo Gastaldi
A esta altura del relato, y repasando una y otra vez su historia, creo que Don Julio no
reacciona ante quienes rechazan su pensar, la reacción de él es mucho más ontológica,
él reacciona a los cambios que hay a su alrededor, y el “cambia todo cambia” de la
canción se ha convertido en lo que los científicos le han dado el nombre de misofonía,
lo cual es una rara patología, que disminuye la tolerancia a sonidos repetitivos, como el
de una canilla goteando.
Don Julio padece de misofonía ontológica, donde cada cosa que cambia y se repite a su
alrededor, contrasta con su yo inalterable. Es por eso que a la hora de tratarlo, le
recomiendo a la población que tome los merecidos recaudos, ya que es un ser peligroso,
un ser inmutable que le teme a lo desconocido. Espero también lo comprendan y lo
entiendan, debe ser muy difícil para él. Aunque eso no le dé el derecho de andar
pavoneándose por ahí. Tengamos cuidado y miremos nuestro interior, pues no sea cosa
que suceda tal y como a muchos en las redes les gusta decir: #DonJulioSomosTodos.