Está en la página 1de 2

Una posguerra con Gabo

El mayor acto de violencia es condenar a un pueblo a la ignorancia.


Por: MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE

8 de febrero de 2016, 01:22 am

Colombia se acerca a la desmovilización definitiva de los guerrilleros que conforman las


Farc. Se acerca el posconflicto con este grupo y se da el primer paso para negociar
también el fin del asedio armado de otros grupos, como los paramilitares y el Eln. Sea este
estímulo suficiente para poner en marcha una revolución educativa en todos los pueblos y
ciudades intermedias de nuestro país.

Educar, llevarles el teatro, la literatura, el arte, dotarlos de maestros preparados, de


bibliotecas es un paso tan importante como dar por terminada la guerra que nos ha
atormentado durante décadas. La reconstrucción de nuestro país debe darse desde su
identidad y desde su unidad cultural –dentro de la diversidad–, y la iniciativa que tuvieran
los españoles de la Segunda República (Manuel Azaña, Josep Renau, Federico García
Lorca), con sus Misiones Pedagógicas, debería reproducirse en nuestro país.

Hemos sufrido demasiadas décadas de abandono institucional, en un país concebido para


el beneficio de una minoría y para el sufrimiento perpetuo de una mayoría. El arribo de la
paz debe conllevar un esfuerzo explícito y sostenido para que las manifestaciones
artísticas no sean privilegio de la élite y para que la educación llegue hasta los confines
más lejanos de nuestro atormentado país.

El conocimiento enfocado hacia la convivencia y hacia el respeto por el otro es el mejor


antídoto contra la violencia. Gestos tan sencillos como llevar libros, un grupo de teatro o
películas devuelve la dignidad a los millones de colombianos que han crecido –y que han
criado a sus hijos y nietos– en el abandono total y sintiéndose menos que aquellos que
tuvieron la suerte de nacer en una familia acomodada de Bogotá o Medellín.

Colombia no puede seguir siendo un país de bachilleres que apenas si pueden


desempeñar labores manuales, segregados por completo de las aulas universitarias, de los
museos y de las salas de cine. La educación no puede seguir siendo un privilegio, sino que
debe ser un derecho.

Las clases sociales están marcadas por los niveles educativos, y por esto el Ministerio de
Educación debe dejar de hacer la vista gorda a una situación dramática de deserción
estudiantil que solo garantiza pregrados, másteres y doctorados a un ínfimo porcentaje de
la sociedad.

Las misiones pedagógicas que modernizaron España de 1931 a 1936 se vieron truncadas
durante la Guerra Civil y la posterior dictadura de cuatro décadas de Franco. Pero la
muerte de cada poeta, reprimido por un régimen militarista y enemigo de la inteligencia,
no fue en vano. Hoy, España ha logrado avances notables y ha logrado salir de las
condiciones medievales en las que subsistía el 90 por ciento de su población –30 por
ciento de los cuales eran analfabetos–. Que sea ese un ejemplo por seguir para Colombia,
que enfrenta un momento irrepetible para poner en marcha una revolución educativa que
sea el primer paso para que nuestra nación deje de ser de las peores preparadas a nivel
académico y de las más inequitativas de América Latina.

No podemos seguir estigmatizando el conocimiento, como lo han hecho públicamente la


actriz De Francisco y la periodista Ana Cristina Restrepo. Lo que amarra a la mayoría de los
colombianos a un salario mínimo es la falta de un título profesional. Y lo que nos amarra a
la guerra es haber estado desconectados durante tanto tiempo del arte, la música y la
literatura, es decir, del centro de nuestra identidad. Es hora de que todos leamos a Gabo,
de que escuchemos a Lucho Bermúdez y de que podamos ir a un concierto de la
Filarmónica así vivamos en La Guajira o en el Vichada. El mayor acto de violencia es
condenar a un pueblo a la ignorancia mientras la élite se da el lujo de despreciar el camino
al conocimiento.

http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16503628

También podría gustarte