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La desglobalización y
sus enemigos, por Frédéric Lordon (I)
elinactual.com/p/blog-page_137.html
Al principio, las cosas eran simples: existía la razón ‒que procedía por círculos (con Alain
Minc en el medio)‒, y luego, la enfermedad mental. Los racionales habían establecido
que la globalización era la realización de la felicidad; todos los que no poseían el buen
gusto de creer en ella estaban para el encierro. «Razón» sin embargo enfrentada a un
leve problema de coherencia interna ya que, queriendo demostrar su preocupación por
la discusión conducida según las normas de la verdad y del mejor argumento, no por ello
hubiera impedido el debate durante dos décadas y no hubiera aceptado abrirlo al
espectáculo de la crisis más grande del capitalismo.
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ahora, pero no hay que aflojar sobre todo ahora, ¡«eso» pronto dará sus frutos! Esquema
neoliberal desgastado, pero graciosamente a la moda, el llamado a la paciencia
emocionará sin duda a quienes se acuerdan de los quince años de deflación competitiva
a base de ajustes de largo plazo y de paciencia que darían sus frutos, pero «al final» ‒que
todavía esperamos. Sí, sin duda, China terminará por armarse de instituciones salariales
maduras propias para solventar un mercado interno y, de gran exportadora, pasará a
convertirse en uno de nuestros grandes clientes ‒¿Pero exactamente cuándo? ¿En diez
años? ¿Quince? ¿Una solución para llegar hasta allá? ¿O la paciencia rendirá sus frutos?
¿Y qué hay de la idea que, como China a 150 euros se convertirá en su momento en
víctima de las deslocalizaciones en Vietnam a 75, la globalización no conoce un previsible
rebote en dirección al continente africano‒ ¡aún totalmente a alistar! y que romperá
todos los precios. ¿Todavía una última vuelta de paciencia durante medio siglo más para
que África cumpla con su propio recorrido?
Los crujidos del sistema y las cachetadas repetidas de lo real terminaron por abrir
brechas donde los argumentos demasiado tiempo prohibidos lograron resurgir ‒es
verdad que un sistema cuya defensa obliga a sus amigos a la retórica del «globalmente
positivo» está generalmente más cerca de los desechos de la historia que de su
apoteosis. Algo desorientado, el economista Cohen constata que «el discurso de la
globalización feliz es difícil (sic) de sostener hoy». La palabra «desglobalización», cuya
paternidad se le atribuye al economista filipino Walden Bello, se convirtió lógicamente en
el significante de un horizonte político deseable para todas las furias sociales que la
globalización no deja de generar. Ya que finalmente, las cosas son más simples: si
fácilmente se acordó denominar «globalización» a la configuración presente del
capitalismo, debería entonces hacerse también tan fácilmente para entender en la
«desglobalización» la afirmación de un proyecto de ruptura con este orden.
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Sin embargo, es verdad que hay varias maneras de «romper». La del diputado socialista
Arnaud Montebourg sigue siendo europea ‒le deseamos suerte con Alemania cuando se
trate de volver a someter las políticas económicas a la disciplina de los mercados y a la
independencia del Banco Central... Un poco a imagen del «efecto Fabius» en 2005 (que
había tomado partido por el «no» en el referéndum sobre el tratado constitucional
europeo), Montebourg, candidato respetable en las primarias de un partido
«respetable», indiscutiblemente hizo dar un salto cuantitativo de legitimidad al debate
sobre la desglobalización y hacer audibles discursos que no lo eran. Como el del
economista Jacques Sapir, cuya forma es más radical, ya que, en el abanico de soluciones
que prevé, no duda en incluir la opción de la restauración de soberanía nacional (a
través de la salida del euro) si todos las otras fracasaran». (Continuará...)
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