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Muchas veces un alma Me hiere mortalmente y en tal caso nadie Me consolará.

Hacen uso de Mis gracias


para ofenderme. Hay almas que desprecian Mis gracias y todas las pruebas de Mi amor; no quieren oír Mi
llamada, sino que van al abismo infernal. Santa Faustina. Según la Iglesia, y salvo excepciones que están
manos de Dios, quien muere en pecado mortal sin contrición perfecta* se condena eternamente en el
infierno. La forma común de reparar un pecado mortal del cual estamos arrepentidos es, como se ha
dicho, a través de la confesión. Así pues… ¡No tengas miedo! Dios le dijo a Santa Faustina
Kowalska: Jamás rechazaré a un pecador arrepentido (Santa Faustina Kowalska) Pero para entender qué
es un pecado mortal, tenemos que saber primero qué es un pecado “grave” y qué es un pecado “leve”. Son
pecados graves, por ejemplo, el aborto, la adulación de pecados graves de otros, el adulterio, la blasfemia,
estafar a trabajadores, la adivinación, la magia, la brujería, el divorcio (no es pecado si no queriéndolo lo
sufres), la drogadicción, poner en peligro voluntariamente la vida, la envidia con deseo de dañar
gravemente al otro, la eutanasia, la calumnia, la difamación que produzca grave daño a la honra (aunque
lo que digas sea verdad), el pensar muy mal del prójimo sin motivo*, la ira extrema, el falso testimonio, el
perjurio, la gula excesiva que viola los preceptos de ayuno, el odio con deseo de dañar gravemente al otro,
el incesto, la mentira con daño grave al otro, el asesinato, la masturbación, la pornografía, la fornicación,
consentir y recrearse en deseos y pensamientos impuros, la prostitución, el abuso sexual, la violación, el
sacrilegio, el crear escándalos que lleven a otros a cometer pecados graves, el suicidio, el terrorismo, no
acudir a la Eucaristía dominical, callar (no por olvido) pecados mortales en confesión, comulgar en
conciencia de pecado mortal, el robo con daño grave al otro, la acumulación de muchos pequeños robos a
la misma persona, etc.Sin embargo, un pecado moral es únicamente el pecado grave hecho con pleno
conocimiento de su gravedad y consentimiento perfecto por parte de la voluntad. La forma común de
reparar un pecado mortal del cual estamos arrepentidos es, como se ha dicho, a través de la confesión.
Así pues… ¡No tengas miedo! Dios le dijo a Santa Faustina Kowalska: Jamás rechazaré a un pecador
arrepentido (Santa Faustina Kowalska). Por otro lado, se comete un pecado venial cuando no se observa
en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia
grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento (Catecismo 1862). El pecado venial deja
subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere (Catecismo 1855). Aun así, es recomendable siempre
obrar en conciencia, y no querer o consentir nunca hacer nada malo. Y esto no es para ser “buenos” o “los
mejores” de la parroquia, porque no hay nadie bueno más que Dios (Marcos 10, 18b); sino para poder
caminar por el camino de la Vida que nos ha abierto Cristo… ¡Para ser felices!
Muchas veces confundimos el pecado con el hecho de que se nos presente un pensamiento
malo en nuestra mente. Esto no es así, sino que para pecar hay que ejercer la libertad que nos es propia:
bien mediante una acción mala o bien mediante una omisión frente al mal. Esto significa dejar que el
pensamiento pase de una mera sugestión vana en tu mente, a entablar un dialogo con él, consentir y
pecar. ¿Pero de donde nos viene todo esto? La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre
(nos dice el Catecismo 1873) y, por eso, todo cristiano está llamado a hacer morir al hombre viejo del
pecado y dejar crecer al hombre nuevo que Cristo ha engendrado en nosotros.
Así pues, debido a nuestra naturaleza dañada por el pecado original y a las insidias del maligno, muchas
veces se nos presenta algún pensamiento que nos trata de seducir para que pequemos, mostrándose
atrayente a los ojos y deseable (Génesis 3, 6b). En esos momentos, lo más conveniente es desecharlo
fuera de nuestra mente, como quien espanta a una mosca, sin darle la oportunidad a que entable un
dialogo con nosotros. Por supuesto, las moscas suelen volver y, por eso, en ocasiones es necesario
espantarlas varias veces. Por el contrario, si dialogamos con ese pensamiento entramos en el combate,
donde apoyados en la Fe debemos actuar como ya San Pablo nos enseñó: Combate el buen combate de
la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos
testigos (1 Timoteo 6, 12). En este punto hay un peligro muy grande, que es el de claudicar y consentir; o lo
que es lo mismo, de pecar. Si llegamos a ese punto, debemos acudir lo antes posible y de forma seria al
Sacramento de la Reconciliación, arrepentidos y deseosos de volver a Cristo, nuestra vida y esperanza.
Pero aún hay algo más peligroso que consentir una vez: consentir una y otra vez, hasta el punto de crear
dentro de nosotros un vicio. En este punto hemos dañado tanto nuestro ser que está esclavo del pecado.
Efectivamente, la reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los cuales se distinguen
los pecados capitales (Catecismo Catecismo 1876). Pero para la libertad nos ha liberado Cristo.
Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud (Gálatas 5, 1). Así
pues, acude de nuevo a Dios, que todo lo puede: Él poco a poco te reconstruirá y hará de ti un hombre
libre, porque… ¡Te ama con locura!
Efectivamente, todos pecamos y todos obramos mal. Por eso, es fundamental reconocerlo,
arrepentirse y enmendar nuestra actitud. Porque el que oculta sus faltas no prosperará; el que las confiesa
y cambia será compadecido (Proverbios 28, 13). Por eso, hijo, ¿has pecado? No lo hagas más, y por tus
faltas pasadas pide perdón (Eclesiástico 21, 1). Y Dios, que es misericordioso y te ama, te responderá
diciendo: ¡Efraín es mi hijo querido, él es mi niño encantador! Después de haberlo reprendido, me acuerdo
y se conmueven mis entrañas. ¡Lo quiero intensamente! -oráculo del Señor- (Jeremías 31, 20). El
arrepentimiento es fundamental para recorrer el camino de la Vida.Además, el perdón de Dios es gratuito.
No importa la gravedad del pecado. No importa nada. Únicamente importa si, aceptando la voz de Dios, te
arrepientes. Y fruto de ese profundo arrepentimiento llegarán obras de misericordia: Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la
justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y
discutiremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como
nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana (Isaías 1, 16-18). Y todo esto se hace a
través de un proceso de penitencia, pues la penitencia mueve al pecador a soportarlo todo con el ánimo
bien dispuesto; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra, toda humildad y fructífera
satisfacción (Catecismo 1450). Así pues… ¡Arrepiéntete! (Silencio)
El pecado no hay que tomárselo como un juego, porque daña seriamente a la persona. Pero tampoco hay
que creer erróneamente que no tenemos solución: Dios te la da. Si caes y te arrepientes, Dios te perdona y
te da una nueva oportunidad. Y lo hace de forma concreta y palpable a través del Sacramento de la
Reconciliación. Allí Dios te dice: ¿Quién te condena? Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Juan 8, 11). Jesús perdonó los pecados
de muchas personas que estaban arrepentidas de su actitud, adúlteros y asesinos incluidos… La
misericordia de Dios es infinita y eterna! Por eso, dirá Dios a Santa Faustina Kowalska: Que los más
grandes pecadores pongan su confianza en Mi misericordia. Ellos más que nadie tienen derecho a confiar
en el abismo de Mi misericordia (Santa Faustina Kowalska).). Dios te ama y, por eso, mientras vivas
siempre te regalará otra oportunidad para seguirle y caminar por el camino de la vida: el único que te
puede hacer feliz, pues te lleva al conocimiento del amor de Dios. Por eso, no dudes nunca del amor que
Dios te tiene, y no te dejes engañar por el maligno pensando que es imposible para ti cambiar o volver a
Dios… ¡Eso es simplemente una mentira! Mientras sigas vivo siempre, siempre, siempre, puedes volver a
Dios si tú quieres.

¿Y si vuelves a caer? Vuélvete a levantar. ¿Y si caes otra vez? Pues otra vez te levantas. ¿Y si otra? Pues
levántate. El justo cae siete veces y se levanta, pero el malvado se hunde en la desgracia (Proverbios 24,
16b). Por supuesto, siempre debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para evitar caer. Y si caes
mucho en un pecado sería conveniente analizar el por qué, para atacar la raíz del problema. ¿Quizás no lo
intentas en serio? ¿Quizás te falta poner físicamente alguna prevención? ¿Quizás te falta pedir ayuda a un
especialista católico? Ten en cuenta que algunos pecados pueden degenerar en verdaderas adicciones.
Pero recuerda que muchos sacerdotes, especialistas católicos y personas de Fe pueden ayudarte…
¡Búscalos en la Iglesia Católica! Porque Dios quiere que seas feliz, y sólo puedes serlo obrando el bien,
porque el mal destruye a la persona y a todas sus relaciones.

Es fundamental, en la lucha contra el pecado y el maligno, la fortaleza y la perseverancia, pues únicamente


con una actitud constante podemos permanecer de pie en esta batalla tan dura y continuada… ¡Gracias a
Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15, 57)! Por eso, tú,
simplemente debes luchar contra las seducciones del maligno con todo lo que la Iglesia pone a tu
disposición. Persevera y, si caes… ¡Levántate lo antes posible mediante el Sacramento de la
Reconciliación! ¡Este es el combate de la Fe! Y recuerda siempre que éste combate nos lo ha vencido Dios
mismo, para que vivamos eternamente, porque… ¡Nos ama! Tú sólo debes perseverar en dicho combate,
hasta que un día digas: «Prefiero morir antes que pecar» (Santo Domingo Savio)[104].

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