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INTRODUCCIÓN

La Lengua Castellana se originó como un dialecto del latín en las zonas limítrofes entre

Cantabria, Burgos, Álava y La Rioja, provincias del actual norte de España,

convirtiéndose en el principal idioma popular del Reino de Castilla (el idioma oficial era

el latín). De allí su nombre original de idioma castellano, en referencia a la zona

geográfica donde se originó. La otra denominación del idioma, español, procede del

latín medieval Hispaniolus o más bien de su forma ultracorrecta Spaniolus (literalmente:

"hispanito", "españolito"), a través del occitano espaignol. Con la conquista de América,

que era una posesión personal del monarca de Castilla, el idioma castellano se extendió

a través de todo el continente, desde California hasta la Tierra del Fuego.

Las variantes del castellano en el Perú son variopintas y se establecen por influencias de

las lenguas aborígenes y la distribución geográfica de la población teniendo una

connotación en el habla, los registros de ella muestran diferencias sustanciales, por

ejemplo en las poblaciones ubicadas en los andes del sur y centrales, están influenciadas

por el aymara y el quechua, lenguas nativas del Perú, practicado por sus habitantes

dándole uan característica especial en la fonática vocálica al sustituir en el habla muchas

veces la "e" por la "i" y viceversa, la "o" por la "u y viceversa, este fenómeno mal

llamado trasvocalización es producto de una castellanización del habla en los

quechuahablantes o aymarahablantes desde tiempos de la colonia; de igual forma los

idiolectos y dialectos amazónicos han dado una peculiarida especial al habla del oriente

peruano; en la capital de igual forma el modismo capitalino o español peruano ribereño,

en su habla ha connotado una forma diferente de hablar y forjado una larga lista de

"peruanismos" al estilo criollo y las famosas jergas que sazonan las conversaciones y

diálogos.

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1 DEFINICIÓN:

Esta lengua también se llama castellano...por ser el nombre de la comunidad lingüística


que habló esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna
polémica en torno a la denominación del idioma; el término español es relativamente
reciente y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues
entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco,
idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades
autónomas respectivas; son esos hablantes bilingües quienes proponen volver a la
denominación más antigua que tuvo la lengua, castellano entendido como ‘lengua de
Castilla’.

En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean


dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y
español. En los primeros documentos tras la fundación de la Real Academia Española,
sus miembros emplearon por acuerdo la denominación de lengua española. Quien
mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en un libro
titulado Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres
nombres (1943). Volver a llamar a este idioma castellano representa una vuelta a los
orígenes y quién sabe si no sería dar satisfacción a los autores iberoamericanos que
tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés Bello, J. Cuervo o la argentina
Mabel Manacorda de Rossetti.

Renunciar al término español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de


una lengua que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y tolerancias que
han contribuido a su condición. Por otro lado, tanto derecho tienen los españoles a
nombrar castellano a su lengua como los argentinos, venezolanos, mexicanos, o
panameños de calificarla como argentina, venezolana, mexicana o panameña, por citar
algunos ejemplos. Lo cual podría signifcar el primer paso para la fragmentación de un
idioma, que por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo.
En España se hablan además el catalán y el gallego, idiomas de tronco románico, y el
vasco, de origen desconocido.

Como dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el latín vulgar, propagado en España
desde fines del siglo III a.C., que se impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de
no ser una de ellas.  De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos
autónomos conservados hasta nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló,
como: cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza. Otros
autores atribuyen a la entonación ibérica la peculiar manera de entonar y emitir el latín
tardío en el norte peninsular, que sería el origen de una serie de cambios en las fronteras
silábicas y en la evolución peculiar del sistema consonántico.

Otro elemento conformador del léxico en el español es el griego, puesto que en las
costas mediterráneas hubo una importante colonización griega desde el siglo VII a.C.;
como, por otro lado, esta lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado
en el español en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, los términos huérfano,
escuela, cuerda, gobernar, colpar y golpar (verbos antiguos origen del moderno

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golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue pórpola y polba) proceden de épocas
muy antiguas, así como los topónimos Denia, Calpe.

A partir del renacimiento siempre que se ha necesitado producir términos nuevos en


español se ha empleado el inventario de las raíces griegas para crear palabras, como, por
ejemplo, telemática, de reciente creación, o helicóptero. Entre los siglos III y VI
entraron los germanismos y su grueso lo hizo a través del latín por su contacto con los
pueblos bárbaros muy romanizados entre los siglos III y V. Forman parte de este cuerpo
léxico guerra, heraldo, robar, ganar, guiar, guisa (compárese con la raíz germánica de
wais y way), guarecer y burgo, que significaba 'castillo' y después pasó a ser sinónimo
de 'ciudad', tan presente en los topónimos europeos como en las tierras de Castilla, lo
que explica Edimburgo, Estrasburgo y Rotemburgo junto a Burgos, Burguillo,
Burguete, o burgués y burguesía, términos que entraron en la lengua tardíamente. 

Hay además numerosos patronímicos y sus apellidos correspondientes de origen


germánico: Ramiro, Ramírez, Rosendo, Gonzalo, Bermudo, Elvira, Alfonso. Poseían
una declinación especial para los nombres de varón en -a, -anis, o -an, de donde surgen
Favila, Froilán, Fernán, e incluso sacristán. Junto a estos elementos lingüísticos también
hay que tener en cuenta al vasco, idioma cuyo origen se desconoce, aunque hay varias
teorías al respecto. Algunos de sus hábitos articulatorios y ciertas particularidades
gramaticales ejercieron poderosa influencia en la conformación del castellano por dos
motivos: el condado de Castilla se fundó en un territorio de influencia vasca, entre
Cantabria y el norte de León; junto a eso, las tierras que los castellanos iban ganando a
los árabes se repoblaban con vascos, que, lógicamente, llevaron sus hábitos lingüísticos
y, además, ocuparon puestos preeminentes en la corte castellana hasta el siglo XIV. Del
substrato vasco proceden dos fenómenos fonéticos que serán característicos del
castellano. 

La introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro, cazurro, guijarro,
pizarra, llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno al latín y a todas las lenguas
románicas, que es, sin embargo, uno de los rasgos definidores del sistema fonético
español; se trata del fonema ápico-alveolar vibrante múltiple de la (r). La otra herencia
del vasco consiste en que ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición inicial,
las palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas tempranas
por una aspiración, representada por una h en la escritura, que con el tiempo se perdió:
así del latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal,
fariña en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es
irin.

La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, y el español


es una de ellas, pues en la península se asienta durante ocho siglos la dominación de
este pueblo. Durante tan larga estancia hubo muchos momentos de convivencia y
entendimiento. Los cristianos comprendieron muy pronto que los conquistadores no
sólo eran superiores desde el punto de vista militar, sino también en cultura y
refinamiento. De su organización social y política se aceptaron la función y la
denominación de atalayas, alcaldes, robdas o rondas, alguaciles, almonedas, almacenes.
Aprendieron a contar y medir con ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas;
aprendieron de sus alfayates (hoy sastres), alfareros, albañiles que construían zaguanes,
alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas que cuidaban y
regaban por medio de acequias, aljibes, albuferas, norias y azadones. 

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Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín
'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la formación de los adjetivos y nombres como
jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos topónimos como
por ejemplo Zaragoza de "Caesara(u)gusta", o Baza de "Basti". No podría entenderse
correctamente la evolución de la lengua y la cultura de la península sin conceder al
árabe y su influencia el lugar que le corresponde. La polémica en torno a los términos
"español" y "castellano" consiste en decidir si, dado el uso histórico de los dos términos,
resulta más adecuado llamar a la lengua hablada en la mayor parte de América Latina y
la península ibérica "español", o bien, "castellano".

2 DIALECTOS DEL CASTELLANO:

Como todas las lenguas ampliamente difundidas el español está sujeto a variaciones

regionales y sociolingüísticas. No obstante, a pesar de esa heterogeneidad el grado de

variación no es muy grande y sólo raramente hay interrupciones de mutua

ininteligibilidad, Las dificultades nacen con los criollos basados en el español de

Filipinas y Colombia y con el judeo-español, la lengua hablada por las comunidades

sefarditas expulsadas de España en 1492. El sefardí tiene fama de haber preservado

numerosas características del siglo XV, pero tal afirmación es exagerada; es vedad que

ciertas peculiaridades fonéticas, como la preservación de la /f-/ inicial es un elemento

arcaico, pero esa lengua también ha evolucionado extensamente en su morfología y ha

asimilado gran número de préstamos léxicos. La figura inferior muestra la distinción

dialectal en México.

Entre las variedades dialectales españolas del romance tenemos el asturiano-leonés,

cuyos límites no coinciden ni con el antiguo reino de León ni con la actual provincia de

León. Entre algunas características que lo acercan al gallego-portugués destacan: ou <

au, al- + consonante (cousa, touro, outro); se conserva f- (filo, farina); se pierde toda -n-

intervocálica, como raa < rana; la l pasa a r después de consonante sorda, como praza <

platea. Una variedad parecida al leonés pero que apunta al gallego-portugés es el

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mirandés, hablado en Miranda do Douro, en Portugal. 

Otro dialecto importante es el aragonés, que en parte se funda históricamente en el

antiguo reino de Aragón y Navarra, pero que recibió gran influencia del castellano. Hoy

se habla en la provincia de Huesca, al pie de los Pirineos. El extremeño, ligado

históricamente con el asturiano-leonés, se habla en una región septentrional de

Extremadura. Aparte de estas lenguas que tienen personalidad propia, las hablas

dialectales del castellano se pueden clasificar en dos grupos: las septentrionales y las

meridionales, comprendiendo éstas al murciano, al andaluz y al canario, hablados en

Murcia, Andalucía y Canarias, respectivamente. 

Los dialectos septentrionales se caracterizan por ser más conservadores y abarcan las

tierras castellanas y las que ocuparon los dialectos históricos del latín, como el aragonés

y el asturiano-leonés. En el habla de las tierras donde nació el castellano encontramos

una serie de rasgos dialectales, como el uso del leísmo (le como complemento directo:

Este piso ya le vimos), laísmo y loísmo (la y lo como complemento indirecto: La dije

que no viniera); pronunciación de la d final como z: Madriz; aparición de una s en la

segunda persona del singular del pretérito imperfecto: vinistes; uso del infinitivo para la

segunda persona del plural del imperativo: ¡Traerme algo!. Hacia el este (La Rioja,

Navarra y Aragón) hay una influencia de la huella aragonesa, como el uso de

pronombres precedidos de preposición: con tú, con mí; el uso del diminutivo -ico:

pajarico; abundante uso de pues. Hacia el oeste (León, Zamora y Salamanca) hay

huellas del leonés, como la tendencia a cerrar las vocales finales: otru; diminutivos en

-ín, -ina: niñín, niñina; uso del indefinido en la vez del perfecto compuesto: hoy fui a tu

casa.

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Los dialectos meridionales se caracterizan por ser más evolucionados en su

pronunciación y por rasgos fonéticos muy marcados. En esta región dialectal se hallan

el andaluz, el extremeño, el canario y el murciano. Las principales características de

estos dialectos son: confusión de r y l en posición final de sílaba o palabra: arta, cuelpo

y otras se pierden, como españó; seseo (pronunciación de la z o la c ante e o i como s:

sielo; ceceo (pronunciación de la s como z: zerio; pérdida de la d y de la n intervocálicas

o ante r: cansao, mare; yeísmo con distintas pronunciaciones: yuvia.

3 CLASES DE DIALECTOS:

DIALECTOS EN AMÉRICA

Español amazónico 
Español andino 
Español antioqueño (paisa) 
Español camba 
Español caleño 
Español cundiboyacense 
Español llanero 
Español caribeño 
Español cubano 
Español dominicano 
Español marabino 
Español panameño 
Español puertorriqueño 
Español venezolano 
Español centroamericano 
Español chileno 
Español chilote 
Español ecuatorial 
Español mexicano 
Español paraguayo 
Español peruano ribereño 
Español norperuano ribereño 
Español rioplatense 
Español santandereano-tachirense 
Español tolimense(opita) 
Español yucateco 

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4. SONIDOS

La estructura silábica más frecuente del castellano es CV (consonante más vocal), de


forma que tiende hacia la sílaba abierta. Caracteriza al castellano una tensión
articulatoria alta, no tan relajada como en italiano, y estadísticamente una gran presencia
de la vocal a. El acento es de intensidad y estadísticamente dominan las palabras llanas,
o acentuadas en la penúltima sílaba, después las agudas y por último las esdrújulas.
Gracias a la Real Academia Española, fundada en el siglo XVIII, la ortografía del
castellano se ha ido simplificando buscando el patrón fonético, aunque esta tendencia se
paralizó a mediados del siglo XIX pese a las propuestas en ese sentido del gramático
Andrés Bello.

VOCALES

En castellano hay cinco vocales fonológicas: /a/, /e/, /i/, /o/ y /u/. La /e/ y /o/ son vocales
medias, ni cerradas ni abiertas, pero pueden tender a abrirse y cerrarse [e], [ɛ], [o] y [ɔ]
dependiendo de su posición y de las consonantes por las que se hallan trabadas. Sin
embargo, estos sonidos no suponen un rasgo distintivo en castellano, a diferencia del
catalán o del italiano, considerándolos por tanto como alófonos. Según Tomás Navarro
Tomás, los fonemas vocálicos /a/, /e/ y /o/ presentan diferentes alófonos.

Las vocales /e/ y /o/ presentan unos alófonos algo abiertos, muy aproximados a  en las
siguientes posiciones: En contacto con el sonido doble erre ("rr") [r], como en "perro",
"torre", "remo", "roca".  Cuando van precediendo al sonido [x], como en "teja",
"hoja".  Cuando van formando parte de un diptongo decreciente, como en "peine",
"boina". Además, el alófono abierto de /o/ se produce en toda sílaba que se encuentre
trabada por consonante y el alófono abierto de /e/ aparece cuando se halla trabado por
cualquier consonante que no sea [d], [m] y [n]: "pelma", "pesca", "pez", "costa",
"olmo".

El fonema /a/ presenta tres variedades alofónicas:

Una variedad palatal, cuando precede a consonantes palatales, como en "malla",


"facha", "despacho".  Otra variante velarizada se produce cuando precede a las vocales
[o], [u] o a las consonantes [l], [x]: "ahora", "pausa", "palma", "maja". Una variante
media, que se realiza en los contornos no expresados en los párrafos anteriores: "caro",
"compás", "sultán". Tanto /i/ como /u/ pueden funcionar también como semivocales
([i^] y [u^]) en posición postnuclear de sílaba y como semiconsonantes ([j̞] y [w̞]) en
posición prenuclear. En el castellano existe una pronunciada tendencia antihiática que
con frecuencia convierte en diptongos los hiatos en una pronunciación relajada, como
héroe ['eroe]-['erue], o línea ['línea]-['linia].

Además en castellano todas las vocales pueden nasalizarse al encontrarse trabadas por
una consonante nasal dando como resultado [ã], [e], [ĩ], [õ] y [ũ]. Este rasgo es más
destacado en unos dialectos que en otros. En diversos dialectos meridionales del
castellano de España, como el andaluz y el murciano entre otros, se distinguen 10
vocales, e incluso 15 si se cuentan las vocales nasales, las cuales están muy presentes en

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estos dialectos. Cualquier vocal al hallarse trabada por una "s" (muda), o por las demás
consonantes (mudas).

CONSONANTES

Según la mayoría de los autores, se distinguen por lo general 24 fonemas en el


castellano, cinco de los cuales corresponden a vocales ([a e i o u]) y 19 a consonantes [b
s k d f g x l m n p r t θ]), además de otros fonemas dialectales y/o alofónicos, vocales
aunque la mayoría de los dialectos sólo cuentan con 17, y algunos otros con 18. Las
diferencias fonológicas dialectales, debidas en su mayoría a diferencias en las
consonantes, son las siguientes: Ningún dialecto del castellano hace la distinción
espontánea entre la pronunciación de las letras "b" y "v". Esta falta de distinción se
conoce como betacismo. Sin embargo hay que tener en cuenta que en algunos países,
particularmente Chile, se presiona mucho a los niños en la escuela para que pronuncien
la 'v' como labiodental, por ello uno puede encontrarse ocasionalmente con esta
pronunciación (percibida por muchos como afectada), especialmente en los medios. La
pronunciación de la "v" como fonema bilabial oclusivo o fricativo, idéntico al de "b", es
compartida también con el gallego, occitano, sardo y varios dialectos del catalán, entre
otros. Una posible causa de esta peculiaridad es la influencia del substrato vascoide, lo
que explicaría su extensión en estas lenguas citadas a partir de un foco vasco-pirenaico.
Otra posible explicación, más bien estructural, es que aunque el latín tenía la letra 'v'
que en realidad era solamente una variante escrita de la 'u' semivocal, ésta se
pronunciaba /w/ y evolucionó en otras lenguas romances hacia /v/. Por otro lado, la
fricativización de /b/, común en todas las lenguas romances, dio lugar a los alófonos /b/
oclusivo y /β/ fricativo. El segundo es casi indistinguible de la aproximante /w/, con lo
que la 'v' [w] latina pasó directamente a [b, β] en castellano.

En general existe confusión entre la "y" (pronunciada [ʝ] o [ɟ]) consonántica y la "ll"
(originalmente [ʎ]), salvo en diversas zonas de España (en regresión) y, en América, en
los dialectos con sustratos de lenguas en que existe dicha diferencia, como en las zonas
bilingües castellano-quechua o castellano-guaraní.  En la mayoría de variedades de
América y sur de España /s/ es un sonido laminoalveolar, mientras que en otras
variedades americanas (la mayoría de Colombia, Perú, Bolivia, zonas dispersas de
México y República Dominicana) y en el centro y norte de España la /s/ es apicodental
[s̪ ].

Se considera característica particular y singular de la lengua castellana el uso de la letra


"ñ" (procedente del grupo latino nn que en la Edad Media comenzó a abreviarse como
una "n" con una raya encima que luego tomó la forma ondulada representando su
pronunciación palatal), aunque también existe en otras lenguas como el aragonés,
gallego, el bretón, el quechua, el guaraní, el mixteco, otomí, el bubi o el chamorro. En
algunos dialectos la 'ñ' se pronuncia [nj]. El castellano de España, salvo Canarias y gran
parte de Andalucía, distingue entre [θ] (escrito 'z' o 'ce', 'ci') y [s]: casa ['kasa], caza
['kaθa].  La mayoría de los dialectos registra una pérdida más o menos avanzada de la s
implosiva, un fenómeno típico de las 'tierras bajas' americanas, en un proceso parecido
al del francés medieval. Las excepciones son México (salvo algunas zonas costeras del
Caribe), mitad norte de España (donde empieza a aparecer) y en la zona andina
(especialmente en Colombia, Ecuador y Perú).

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5. FONOLOGÍA DEL CASTELLANO:

El sistema fonológico del castellano está compuesto por un mínimo de 22 fonemas

consonánticos (y algunas variedades de España pueden llegar a presentar hasta 24

fonemas al disponer además de los fonemas /ʎ/ y /θ/). En cuanto a las vocales, la

mayoría de variedades sólo cuentan con 5 fonemas y varios alófonos. En algunas

variedades del andaluz y otros dialectos meridionales del castellano pueden tener hasta

10 vocales en oposición fonológica, ya que en ellas el rasgo ATR de apertura puede

llegar a ser relevante, duplicándose el número de vocales. Todos estos fonemas son

analizables mediante un mínimo de 9 rasgos binarios (para las variedades sin /θ/),

aunque normalmente con el fin de hacer más natural la descripción se usan algunos más.

Donde se han indicado mediante paréntesis (·) los fonemas que no están presentes en

todas las variedades de castellano.           

GRAMÁTICA

La influencia del árabe en el español tiene carácter casi exclusivamente léxico. Una
serie de términos que se refieren a la cultura árabe medieval (astronomía, matemática,
medicina, filosofía, etc.) entra a formar parte del patrimonio cultural europeo. Se trata
de palabras que, a partir casi siempre de la Península Ibérica o de Sicilia, se difunden al
italiano, al francés, y de ellos a las otras lenguas europeas. A veces son de origen
erudito, como álgebra, procedente del árabe al-gabr que propiamente significa
"restauración, reducción". 

Un término matemático menos técnico y más común, que se manifiesta con doble
aspecto en las lenguas cultas occidentales, es el representado por las voces cifra y cero.
El árabe tenía la palabra sifr, que al principio era (y ha seguido siéndolo en la lengua
común) un adjetivo que significaba "vacío"; merced a un calco del sánscrito sunyá, que
significaba también "vacío", pero que los matemáticos indios emplearon para "cero", el
árabe ,sifr adquirió, entre los matemáticos, el mismo sentido de 'cero'. Leonardo
Fibonacci latinizó el término a zephirum que luego, en las fuentes italianas, se volvió
zeliro, zefro y al fin zero (atestiguado desde 1491; de él procede el español 'cero'). Una
adaptación de la palabra árabe más próxima al original es la del español cifra. 

También viene del árabe la costumbre de designar la incógnita por X; en los textos

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árabes de álgebra, la incógnita era indicada mediante la letra S, inicial de la palabra sai',
'res, aliquid, quicquam'. Esta letra sonaba casi lo mismo que la patatal aspirante sorda
que el español antiguo escribía x, según se aprecia por las transcripciones latinas de
palabras árabes. Leonardo Fibonacci, en Liber abbaci, no hizo más que transliterar la S
con X, y así entró X en uso para la incógnita. 

Diversos términos árabes que se han difundido por todas las lenguas europeas tienen
que ver con la astronomía, de la que los árabes fueron maestros, como es sabido; casi
inalterados, con forma árabe, aparecen algunos términos técnicos como azimut; nadir <
árabe nazir, 'opuesto' (esto es, nazir as-samt, 'opuesto al zenit'); se ha hecho popular
almanaque, < árabe al-manah, 'calendario'. Notables son también los nombres relativos
a la química o, mejor dicho, a la química medieval o alquimia, empezando por esta
mismísima palabra, atestiguada desde el siglo XIII y que viene del árabe al-kimiya
("fusión"), cuyo sentido era "piedra filosofal, sustancia que transforma los metales bajos
en oro". El nombre más común de la piedra filosofal en árabe era, en cambio, al-iksir ( <
gr. "seco"), de donde elixir, con el sentido de "remedio maravilloso, licor mágico". 

Y ya que hablamos de palabras de la química, recordemos también el árabe al-kuhl, al-


kuhul, 'polvos para teñir cejas y párpados > español alcohol. Proceden del árabe o de
otras lenguas orientales, pasando por el árabe, algunos nombres de juegos (y las
terminologías correspondientes), ante todo el ajedrez, que los árabes aprendieron de los
persas como éstos de los indios. No hay que ser orientalista para saber que en persa sah
significa "rey", y basta conocer los rudimentos del juego para saber que su objeto es
inmovilizar el "rey" del adversario; en persa, y de ahí en árabe, tal operación se llama,
en la terminología del juego, sah mát, que al pie de la letra significa "el rey (está)
muerto"; de ahi el español jaque mate.

Sin salir de la terminología ajedrecística, se puede señalar que el término alfil, que
designa cada una de las dos piezas que franquean al rey y a la reina viene del árabe al-
fil, "elefante", pues en los ajedreces más antiguos, dos elefantes ocupaban los lugares de
los alfiles. Encontramos voces árabes en la toponimia, como Albacete < al-basit; esp.
Alcalá < qal'a, "castillo, fortaleza"; Gibraltar, < gebel Tariq, "monte de Tariq", del
nombre del comandante árabe que en 711 emprendió desde allí la conquista de España.
Son importantes los nombres de ríos compuestos con guad- del árabe wad(i) "río, valle".
Tenemos así los hidrónimos Guadiana, Guadalquivir < wadi al-kabir, "el río grande"),
etc.

Pero en la Península Ibérica la influencia árabe llega a los términos administrativos: por
ejemplo alcalde < al-qa'dí, "juez"; alguacil < al-wazir, "ministro". Otra observación
notable es la siguiente: como se habrá visto por los ejemplos citados, las lenguas
iberorromances, en la mayoría de los casos, adoptan las palabras árabes con el artículo
determinado unido (artículo que suena al, pero cuya 1 se asimila, según regla constante
en todo el dominio árabe, ante algunas consonantes). Así encontramos azúcar < árabe
(as-)sukkar; azafrán < ár. (az-)za'farán, etcétera.

Aunque abundantes voces de origen árabe atestiguadas en el español antiguo están a


estas alturas fuera de uso (si bien no pocas siguen vivas en los dialectos españoles o en
portugués), no cabe duda de que la influencia árabe sobre las lenguas iberorromances
fue importantísima, desde los puntos de vista cuantitativo y cultural, hasta el punto de
afectar la sintaxis del espacio¡ antiguo. Entre las características principales del español

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podemos recordar: la diptongación de e y o en sílaba abierta y cerrada, como tiene <
tenet, tierra < terra, bueno < bonu(m), puerta < porta. Luego, por influencia de fonemas
adyacentes, los diptongos pueden reducirse (ie > i y ue > e, respectivamente) como
castillo, frente. Las vocales finales se han conservado bien, como en toscano (-a > -a; -e,
-i > -e; -o, -u > -o. 

En el consonantismo las iniciales suelen conservarse aunque f- pasa a h-, hoy muda,
como fabulare > hablar (si bien se conserva ante el diptongo ur, como fuerte, fuego); los
grupos de consonantes + l tienden a reducirse a ll (correspondiente al italiano gli), como
llamar < clamare, llano < planu(m). Las consonantes sordas intervocálicas sufren
lenición y se vuelven fricativas, como vita > vida, lupu(m) > lobo. Las consonantes
largas y geminadas se simplifican pero no se sonorizan, como bucca > boca; ll y nn
pasan en cambio a palatales, como annu(m) > año, caballu(m) > caballo. El grupo ct, a
través de it (como en francés y portugués) pasa a la palatal ch, como lacte > leche, octo
> ocho. El grupo li pasa a j, como muliere(m) > mujer. 

Las tendencias naturales a la divergencia lingüística son combatidas en el caso del


español por poderosos lazos culturales y también por mecanismos normativos bien
desarollados, cuyos antecedentes proceden de hace varios siglos. Uno de los más
antiguos y mejor conocidos ejemplos de prejuicio lingüístico es la crítica hecha por Juan
de Valdés en su Diálogo de la Lengua (1535) contra la Gramática de la lengua
castellana de Antonio de Nebrija (1492) porque Nebrija, siendo andaluz, no podía
conocer el castellano lo suficientemente bien para la obra que se traía entre manos. 

Aunque el español tiene fama de ser una lengua 'fonética' (más exactamente habría que
decir fonémica) la realidad es que presenta ciertas dificultades para hacer tal
aseveración. Por ejemplo, c y g tienen dos pronunciaciones, dependiendo de la vocal
que sigue; la h es muda; b y v corresponden a un solo fonema.

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