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A mi edad cuando me presentan a alguien ya no me importa si es blanco, negro,

católico, musulmán, judío, capitalista, comunista... me basta y me sobra con que


sea un ser humano. Peor cosa no podría ser. Mark Twain

"Guía para los Perplejos".


Basado en el libro de E. F. Schumacher, versión de Alberto Merlano.

E. F. Schumacher estudió economía en New Collage de Oxford, impartiendo más


tarde esta disciplina en la Columbia University de Nueva York. De 1950 a 1970 fue
consejero económico del Consejo Nacional del carbón de Inglaterra. Experto en el
desarrollo de zonas rurales, fue consultado por muchos países del Tercer Mundo. Murió
en 1977, poco antes de ser publicada esta obra.

En esta guía, insólita por su atrevimiento y claridad, Schumacher, una de las


mentes más lúcidas de nuestra época, se enfrenta a todos esos problemas de la ciencia
-siguiendo el lema de Descartes de rechazar todo lo que ofrece duda- ha venido
eludiendo sistemáticamente y la filosofía ha enfocado desde diferentes puntos de vista.
El autor de "Lo Pequeño es hermoso" y "El Buen trabajo", nos sugiere una nueva
lectura de la tradición filosófica y religiosa universal -platonismo, yoga, cristianismo,
islamismo...-, establece lo que tienen en común las distintas doctrinas e invita al hombre
a concentrarse sobre sí mismo de forma que pueda comprender mejor la realidad. Para
muchos, este libro, firmado por un economista eminentemente práctico, podría constituir
una revelación; para otros no significará nada más que la justificación ideológica
ineludible del humanista que introdujo el concepto de las tecnologías intermedias.

Durante los años en la escuela y en la universidad, me dieron mapas de la vida y


del conocimiento en los que, a duras penas, podían hallarse rastros de muchas cosas
de las que más me interesaban y me parecían de mayor importancia para orientarme
en la vida. Durante mucho tiempo, mi perplejidad fue total, y no vinieron intérpretes en
mi ayuda. Así permanecí hasta que dejé de dudar de la cordura de mis percepciones y
comencé, por el contrario, a dudar de la veracidad de los mapas.

Los mapas que me proporcionaron advertían que la inmensa mayoría de mis


antepasados, hasta una generación relativamente reciente habían sido unos pobres
ilusos que conducían sus vidas con creencias irracionales y absurdas supersticiones.
Incluso científicos ilustres como Johann Kepler o Isaac Newton habían dedicado, al
parecer, la mayor parte de su tiempo y energía a estudios disparatados sobre cosas
inexistentes.

A lo largo de la historia, se habían dilapidado ingentes cantidades de riquezas


atesoradas con gran esfuerzo en honor y gloria de divinidades imaginarias; no sólo por
parte de mis antepasados europeos, sino de todos los hombres de todas las épocas y
todos los confines de la tierra. Por doquier, miles de hombres y mujeres, aparentemente
juiciosos, se habían sometido por voluntad propia a privaciones sobremanera
insensatas -como el ayuno-, se habían atormentado con celibato; perdieron el tiempo
en peregrinaciones, rituales fantásticos, oraciones interminables y cosas por el estilo,
volvieron la espalda a la realidad- ¡y hay quien sigue haciéndolo incluso en estos
tiempos ilustrados!- y todo por nada.

Como consecuencia únicamente de su ignorancia y de su estupidez. Por descontado


que en nuestra época nada de eso debía tomarse en serio, a no ser desde un punto de
vista arqueológico. ¡De qué cúmulo de errores habíamos surgido! ¡Se había tomado por
real lo que cualquier niño contemporáneo sabía perfectamente que era irreal e
imaginario! Todo nuestro pasado a excepción de los últimos años, no servía más que
para ser expuesto en los museos, donde la gente pudiera satisfacer su curiosidad sobre
lo raras e incompetentes que eran las generaciones precedentes.

Lo que nuestros antepasados habían escrito tampoco servía en la mayoría de los casos
más que para apilarlo en las bibliotecas, donde los historiadores y otros especialistas
pudiesen estudiar esas reliquias y escribir libros sobre ellas. Se pensaba que los
conocimientos de épocas pasadas resultaban interesantes, a veces incluso
sensacionales, pero carecían de valor para enfrentarse a los problemas que planteaba
el presente.

En la escuela y la universidad me enseñaron todo esto y otras cosas por el estilo,


pero no con las mismas palabras, sin decirlo clara y llanamente. Los antepasados
debían ser tratados con respeto, los pobrecitos no tenían la culpa de estar tan tarados;
lo habían intentado con todas sus fuerzas, a veces incluso se habían acercado bastante
a la verdad aunque fuese de forma más bien fortuita. Su preocupación por la religión no
constituía más que uno de sus muchos signos de falta de madurez, lo cual, por otra
parte, era normal en personas que aún no habían alcanzado la mayoría de edad.
Incluso en estos tiempos modernos existía, por supuesto, un cierto interés por la
religión que legitimaba en de épocas pretéritas.

No estaba mal visto hacer referencia al Dios Creador en ciertas ocasiones apropiadas,
si bien cualquier persona educada sabía muy bien que realmente no existía ningún Dios
-menos aún uno capaz de crear algo- y que las cosas que nos rodeaban habían
empezado a existir por medio de un proceso evolutivo ciego, es decir debido a la suerte
y la selección natural. Desgraciadamente, nuestros pobres antepasados, al desconocer
por completo la evolución, no tuvieron más remedio que inventar todos sus mitos
fantásticos.

Los mapas de conocimiento real, dibujados para la vida real, sólo mostraban
cosas cuya existencia podía ser presuntamente probada. Daba la impresión de que la
norma por la que se guiaban los cartógrafos filosóficos era: "En caso de duda, omítase",
o póngase en un museo. Se me ocurrió pensar, sin embargo, que el problema de que
constituía prueba suficiente resultaba extremadamente sutil y difícil. ¿No sería más
inteligente invertir el principio y afirmar: "En caso de duda, destáquese"? En resumidas
cuentas, los temas que están más allá de toda duda se encuentran muertos en cierto
modo; no constituyen un desafío para los vivos.
Aceptar cualquier cosa como cierta implica incurrir en riesgo de error. Si nos limitamos
al conocimiento que consideramos verdadero más allá de toda duda, minimizamos el
riesgo de error pero, al mismo tiempo, potenciamos al máximo el riesgo de que se nos
escapen cosas que tal vez sean las más útiles, importantes y valiosas de la vida.

Los mapas filosóficos que me proporcionaron en la escuela y la universidad


tampoco contenían amplias áreas "no ortodoxas", tanto teóricas como prácticas, del
campo de la medicina, la agricultura, la psicología y las ciencias políticas y sociales (por
no hablar de las artes y los llamados fenómenos ocultos o paranormales, cuya sola
mención era considerada señal de debilidad mental).

Los mapas realizados por la moderna ciencia materialista dejan sin contestación
todas las preguntas que realmente merecen la pena. Es más, ni siquiera indican el
camino de una posible respuesta; niegan, sin más, la validez de las preguntas. La
situación era ya bastante desesperada durante mi juventud, hace unos cincuenta años;
hoy día es aún peor, una que la aplicación cada vez más rigurosa del método científico
a todos los conocimientos y disciplinas ha destruido, al menos en el mundo occidental,
hasta los últimos restos de la antigua sabiduría. Cómo puede resistirse nadie a la
influencia de argumentaciones, realizadas en nombre de la objetividad científica.

La gente anhela que la orienten para poder vivir como seres humanos responsables, y
le dicen que son máquinas como las computadoras, sin el libre albedrío y, por lo tanto,
sin responsabilidad.

"El peligro actual", asegura Viktor Frankl, siquiatra completamente cuerdo, "no
radica realmente en la pida de la universalidad por parte de los científicos, sino más
bien en su pretensión de totalidad... Por lo tanto, lo lamentable no es tanto el hecho de
que los científicos se especialicen sino más bien de que los especialistas estén
generalizando". Tras largos siglos de imperialismo teológico llevamos tres siglos de un
"imperialismo científico" aún más agresivo, y el resultado es tal desconcierto y
desorientación -sobre todo entre la juventud- que puede conducirnos en cualquier
momento al colapso de nuestra civilización.

Niveles de ser.

Vemos lo que siempre han visto nuestros antecesores: una gran cadena de ser,
que parece dividirse en forma natural en cuatro secciones -cuatro "reinos", como se les
solía denominar mineral, vegetal, animal y humano. A nadie le resulta difícil reconocer
la asombrosa y misteriosa diferencia que existe entre una planta viva y otra que ha
muerto y, por lo tanto, ha caído en el nivel de ser más bajo, el de la materia inanimada.
¿Cuál es el poder que ha perdido?.

Lo llamamos "vida". Los científicos nos dicen que no debemos hablar de "fuerza vital"
porque nadie ha podido descubrir nunca la existencia de tal fuerza; no obstante, existe
una diferencia. Podemos denominarla "x", con lo que indicamos algo que está ahí para
ser notado y estudiado, pero que no puede explicarse. Si denominamos "m" al nivel
mineral, podemos denominar m + x al nivel vegetal. Este factor x merece evidentemente
nuestra mayor atención sobre todo porque somos capaces de destruirlo aunque está
completamente fuera de nuestros conocimientos y habilidades la capacidad de crearlo.

Aunque alguien pudiera proporcionarnos una receta, un conjunto de instrucciones, para


crear la vida a partir de la materia inanimada, seguiría existiendo el carácter misterioso
de "x" y nunca dejaríamos de maravillarnos de que algo no podía hacer nada fuese
capaz de extraer alimentos en su entorno, crecer y reproducirse a sí mismo, "a su
propia imagen", por decirlo así. No existe nada en la leyes, conceptos y fórmulas de la
física y de la química que explique, o siquiera describa, esta facultad. "X" es algo
completamente nuevo y adicional, y cuanto más en profundidad lo contemplamos más
claro resulta que nos enfrentamos con lo que podría denominarse una discontinuidad
ontológica, o dicho más simplemente, un salto en el nivel del Ser.

Desde las plantas a los animales existe un salto similar, una adición similar de
poderes que permiten al animal desarrollado hacer cosas que caen completamente
fuera de las posibilidades de la planta desarrollada. Estos poderes son igualmente
misteriosos y, hablando con propiedad, carecen de denominación. Podemos referirnos
a ellos con la letra "y". Sin embargo, no podemos hablar sin palabras y, por lo tanto,
daré a estos misteriosos poderes la denominación de "conciencia". Es fácil reconocer la
conciencia en un perro, un gato o un caballo, aunque solo sea porque de un golpe se
les puede dejar inconscientes, en un estado parecido al de una planta en el que los
procesos vitales continúan aunque el animal ha perdido sus poderes peculiares.

Si, según la terminología utilizada, describimos un animal como m + x + y, de nuevo, el


factor "y" merece especial atención, ya que somos capaces de destruirlo pero no de
crearlo. Cualquier cosa que podamos destruir pero que seamos incapaces de crear es,
en cierto sentido, sagrada y todas las "explicaciones" que sobre ella demos no explican
realmente nada. Aquí podemos también decir que, comparado con el nivel de las
plantas, "y" es un factor nuevo y adicional, una discontinuidad ontológica, un salto en el
nivel de ser.

Si pasamos del nivel animal al humano, ¿quién podrá negar seriamente que
existan de nuevo facultades adicionales? En la época moderna se discute en qué
consisten exactamente estas facultades; pero ni puede discutirse ni jamás se ha
negado el hecho de que el hombre es capaz de hacer -y hace- innumerables cosas que
caen completamente fuera del alcance de los animales, incluso de los más
desarrollados. El hombre tiene poderes de vida como las plantas, poderes de
conciencia como los animales y, evidentemente, algo más: el misterioso poder "z".
¿Qué es este poder? ¿Cómo puede definirse? ¿Cómo podríamos denominarlo? Este
poder está indudablemente relacionado con el hecho de que el hombre no sólo es
capaz de pensar sino también de tener conciencia de su propio pensamiento.

Por decirlo de alguna manera, la conciencia y la inteligencia se repliegan sobre sí


mismas. No existe tan sólo un ser consciente sino un ser capaz de ser consciente de su
conciencia, no sólo un pensador sino un pensador capaz de analizar y contemplar su
propio pensamiento. Hay algo capaz de decir "yo" y de dirigir la conciencia de acuerdo
con sus propios fines; un director o controlador, un poder situado a un nivel superior al
de la propia conciencia: Este poder "z", la conciencia replegada sobre sí misma, abre
posibilidades ilimitadas de aprendizaje, investigación exploración, formulación y
acumulación de conocimientos intencionados. ¿Cómo lo denominaremos? Puesto que
es necesario poner etiquetas, lo denominaré "autoconciencia".

Nuestra revisión inicial de los cuatro grandes niveles de ser puede resumirse así: El
"hombre" se representa por m+ x + y + z. El "animal" se representa por m + x + y La
"planta" se representa por m; x, y, y, z son invisibles; tan solo m es visible; los tres
primeros son terriblemente difíciles de aprehender, aunque sus efectos se reflejan
continuamente en la experiencia cotidiana.

Sabemos que los tres factores -x, y y z- pueden debilitarse y desaparecer; de hecho, es
posible destruirlos deliberadamente, la autoconciencia puede desaparecer mientras
continúa existiendo la conciencia, la conciencia puede desaparecer mientras continúa
existiendo la vida; y la vida puede desaparecer dejando tras sí un cuerpo inanimado. Es
posible observar, y en cierto modo sentir, el proceso de disminución hasta el punto de la
desaparición aparentemente total de la autoconciencia, la conciencia y la vida.

Pero está completamente fuera de nuestras posibilidades dar vida a la materia


inanimada, conciencia a la materia viva, o, por último, añadir el poder de autoconciencia
a los seres conscientes. Cada nivel es, obviamente, una amplia banda que admite
dentro de ella seres más o menos superiores, y, a veces, puede quedar sujeta a
discusiones la determinación exacta de donde comienza la banda superior y termina la
inferior.

Sin embargo, la existencia de los cuatro reinos no queda en entredicho por el hecho de
que ocasionalmente puede discutirse donde acaba o comienza alguna frontera. La
física y la química se ocupan del nivel inferior, el "mineral". En este nivel, x, y y z -vida,
conciencia y autoconciencia- no existen (o, en cualquier caso, son completamente
inoperantes y, por lo tanto, no pueden apreciarse). La física y la química no pueden
decirnos nada, absolutamente nada sobre ellas. Estas ciencias no poseen conceptos
relativos a estos poderes y son incapaces de describir sus efectos. Decir que la vida no
es otra cosa que la propiedad que poseen determinadas combinaciones de átomos es
como decir que el Hamlet de Shakespeare no es más que la propiedad que posee
cierta combinación de letras.

Lo cierto es que una peculiar combinación de letras es tan sólo una propiedad que
posee el Hamlet de Shakespeare. La versión francesa o alemana de la obra posee otra
combinación de letras distinta. Lo extraordinario de las modernas "ciencias de la vida"
es que apenas si se ocupan de la vida como tal, del factor x, sino que por el contrario
dedican infinita atención al estudio y análisis del cuerpo físico químico que es el
portador de la vida. Podría deberse a que la ciencia moderna carece de métodos para
enfrentarse a la "vida como tal". Si ello es así, admitámoslo francamente; no existen
excusas para la pretensión de que la vida se reduce al aspecto físico y químico.

Tampoco puede existir excusa para justificar la pretensión de que la conciencia no es


más que una propiedad de la vida. Describir un animal como un sistema físico-químico
de gran complejidad es, sin duda, completamente correcto, pero con ello se omite la
"animalidad" del animal. Al menos algunos zoólogos han sobrepasado este nivel de
absurda erudición y han logrado contemplar a los animales como algo más que
máquinas complejas. Su influencia, sin embargo, sigue siendo aún más
lamentablemente escasa, y con la creciente "racionalización" del moderno estilo de vida
cada vez ha sido mayor el número de animales tratados como si realmente no fuesen
más que "máquinas animales".

Este es un claro ejemplo de cómo las teorías filosóficas por absurdas y ofensivas al
sentido común que sean, pasado un cierto tiempo, tienden a convertirse en "práctica
normal de la vida cotidiana”. Todas las "humanidades" a diferencia de las ciencias
naturales, se ocupan de una u otra forma del factor y: la conciencia. Pero pocas veces
se traza la distinción entre conciencia (y) y autoconciencia (z).

En consecuencia el pensamiento moderno está cada vez menos seguro de que exista
una diferencia "real" entre el animal y el hombre. Se realiza una gran cantidad de
estudios sobre la conducta de los animales con la intención de entender la naturaleza
humana. Pero esto es como estudiar física con la esperanza de aprender algo sobre la
vida (x). Dado que el hombre contiene, como si dijésemos, los tres niveles inferiores del
ser, es desde luego posible esclarecer ciertas cosas sobre él estudiando los minerales,
las plantas y los animales; de hecho, puede aprenderse de todo sobre él, menos lo que
le convierte en humano.

Deben estudiarse los cuatro elementos que componen la persona humana -m, x,
y y z- pero sin poner en duda su importancia relativa, en términos de conocimiento, para
dirigir nuestras vidas. Debe entenderse perfectamente es que existen diferencias de
clase, y no simplemente de grado, entre los poderes de la vida, la conciencia y la
autoconciencia.
No es demasiado difícil apreciar la diferencia entre lo que tiene y lo que no tiene vida;
más difícil resulta distinguir la conciencia de la vida; pero entender, experimentar y
apreciar la diferencia existente entre la autoconciencia y la conciencia (es decir, entre y
y z) es realmente arduo.

De aquí que se nos de un gran número de definiciones del hombre que le reducen a ser
un animal excepcionalmente inteligente con un cerebro demasiado grande, o un animal
político, o un animal sin acabar, o simplemente un mono desnudo. Las personas que
utilizan este tipo de terminología se incluyen alegremente en sus definiciones; sin duda
tendrán alguna razón para hacerlo. Para otros, suenan sencillamente estúpidas, como
si definiésemos un perro como una planta que ladra.

¡Qué obra maestra es el hombre! Debido a la capacidad de autoconciencia (z), sus


facultades son realmente infinitas; no están estrechamente determinadas, limitadas ni
"programadas", como se dice hoy en día. Werner Jaeger dijo una profunda verdad al
afirmar que una vez que una potencialidad humana se ha realizado, existe. Los grandes
logros son los que definen al hombre y no su comportamiento normal, ni su conducta o
realizaciones habituales, ni desde luego tampoco nada que pueda deducirse de la
observación de los animales.
Los poderes de autoconciencia son, esencialmente, una potencialidad ilimitada más
que una realidad. Tienen que ser desarrollados y "advertidos" por cada individuo
humano si quiere llegar a ser verdaderamente humano, es decir, una persona. El
estudio del factor z ha sido en todas las épocas-excepto en la presente- la mayor
preocupación de la humanidad.

Nunca encontramos la vida más que como materia viva; nunca encontramos la
conciencia más que como materia viva consciente; nunca encontramos la
autoconciencia más que como materia viva consciente y autoconciente. Las diferencias
ontológicas de estos cuatro elementos son análogas a la discontinuidad de las
dimensiones. Una línea es unidimensional; y ninguna elaboración ni ninguna sutileza ni
complejidad en su construcción pueden convertirla en una superficie. Del mismo modo,
por mucho que compliquemos una superficie bidimensional, por mucho que
aumentemos su complejidad, perfección o tamaño, no podremos convertirla en un
sólido. Sabemos que la existencia en el mundo físico solo la consiguen los seres
tridimensionales.

Las cosas unidimensionales o bidimensionales tan solo existen en nuestra mente. De


modo análogo, podría decirse que solo el hombre tiene existencia "real" en este mundo,
en tanto en cuanto solo él posee las "tres dimensiones" de vida, conciencia y
autoconciencia. En este sentido, los animales, que sólo cuentan con dos dimensiones -
vida y conciencia- no tienen más que una existencia oscura; y las plantas, que no
poseen las dimensiones de autoconciencia y conciencia, tienen con el hombre la misma
relación que una línea con un cuerpo sólido. Según esta analogía, la materia, que
carece de las tres "dimensiones invisibles", no tiene más realidad que un punto
geométrico.

Esta analogía, que puede parecer un poco rebuscada desde el punto de vista lógico,
apunta una ineludible verdad existencial: el mundo más "real" en que vivimos es el de
nuestros semejantes: los seres humanos. Sin ellos experimentaríamos una sensación
de enorme vacío; difícilmente podríamos ser humanos nosotros mismos, porque
estamos hechos o desfigurados por nuestras relaciones con los demás. Un mundo sin
seres humanos sería un lugar de destierro espantoso e irreal; sin humanos ni animales
el mundo sería un horrible erial, por maravillosa que fuese su vegetación. No sería una
exageración calificarlo de unidimensional.

La existencia humana en un entorno totalmente inanimado, si fuese posible, resultaría


totalmente vacía, desesperante. Puede parecer absurdo proseguir este razonamiento;
pero no es desde luego tan absurdo como el enfoque que no considera "real" más que
la materia inanimada y tacha de "irreales" Y "Subjetivas" y por lo tanto, científicamente
inexistentes a las dimensiones invisibles de la vida, la conciencia y la autoconciencia.

Es una estructura jerárquica, lo superior no sólo posee facultades que son adicionales y
exceden a las de lo inferior, tiene también poderes sobre lo inferior, el poder de
organizarlo y utilizarlo para sus propios fines. los seres vivos organizan y utilizan la
materia inanimada; los seres conscientes pueden utilizar la conciencia. ¿Existen
poderes superiores a los de la autoconciencia?. Existen niveles de ser por encima del
humano? En este punto nos basta con dejar constancia del hecho de que la mayor
parte del género humano, a lo largo de su historia conocida, hasta hace poco tiempo,
estaba firmemente convencida de que la cadena del ser se extendía hacia arriba más
allá del hombre.

Esta convicción universal resulta impresionante por su duración e intensidad. Aquellos


hombres del pasado que seguimos considerando los más sabios y los más grandes no
sólo compartían esta creencia sino que la consideraban la más importante y profunda
de todas las verdades.

Progresiones.

Los cuatro grandes niveles de ser muestran ciertas características que denominaré
progresiones. Quizá la progresión más sorprendente es el movimiento de pasividad a
actividad. En el nivel más bajo, el de los minerales o materia inanimada, existe una
pasividad total. No puede hacer nada, ni organizar nada, ni utilizar nada. Una planta es
fundamentalmente pasiva, aunque no del todo; no es un puro objeto; posee una cierta y
limitada capacidad de adaptación a los cambios: crece hacia la luz y extiende sus
raíces hacia la humedad y los alimentos del suelo. La planta es, en pequeña medida, un
sujeto con sus propias facultades de actuar, organizar y utilizar. Puede incluso decirse
que posee una insinuación de inteligencia aunque por supuesto, no tan activa como la
de los animales.

En el nivel de estos últimos, en virtud de la aparición de la conciencia, se produce un


cambio notable de pasividad a actividad. Se aceleran los procesos vitales; la actividad
se hace más autónoma y esto patentiza por el movimiento libre y, a menudo
intencionado. El poder de actuar, organizar y utilizar se han ampliado enormemente;
existen pruebas de una "vida interior", de felicidad e infelicidad, confianza, miedo,
expectativas, disgusto, etc.

Todos los seres que poseen vida interior no puede ser simples objetos, son verdaderos
sujetos capaces incluso de tratar a otros seres como simples objetos, como el gato trata
al ratón. El movimiento progresivo desde la pasividad hacia la actividad, que
observamos al examinar los cuatro niveles de ser, es realmente sorprendente, pero no
es completo. Incluso en el ser humano más soberano y autónomo sigue existiendo una
gran medida de pasividad; aunque indudablemente sea un sujeto, sigue siendo en
muchos aspectos un objeto: dependiente, contingente, zarandeado por las
circunstancias.

Un aspecto interesante e instructivo de la progresión pasividad-actividad es el cambio


que se produce en el origen del movimiento. Es evidente que, en el nivel de la materia
inanimada, no pude existir un cambio de movimiento sin una causa física y que existe
una relación muy estrecha entre causa y efecto. En el nivel de las plantas, la cadena
causal es más compleja: las causas físicas producirán efectos físicos como en el nivel
inferior - el viento sacudirá tanto al árbol vivo como al muerto- pero ciertos factores
físicos actuarán no sólo como causa física sino también como estímulo. Los rayos del
sol hacen que la planta gire hacia él.

En el nivel animal, la casualidad del movimiento se vuelve también más compleja. Un


animal puede ser empujado como una piedra; puede también ser estimulado como una
planta; pero existe además un tercer factor causativo que proviene de dentro: ciertos
impulsos, atracciones y fuerzas que no son de una naturaleza en absoluto física y
pueden denominarse motivos. Un perro es motivado, y por consiguiente, movido no
solo por fuerzas químicas o estímulos que recibe desde fuera, sino también por fuerzas
generadas en su "espacio interno": Cuando reconoce a su amo salta de alegría; cuando
percibe a su enemigo, huye atemorizado.

En el nivel humano existe una posibilidad adicional de originar movimiento, posibilidad


que no parece existir en ningún nivel inferior: un movimiento basado en lo que podría
llamarse la "pura idea". Una persona puede moverse a otro lugar, no porque las
condiciones existentes le motiven a hacerlo, sino porque en su mente prevé
acontecimientos futuros.
La progresión pasividad-actividad es similar a la progresión necesidad-libertad y se
relaciona íntimamente con ella. La materia inanimada es lo que es y no puede ser otra
cosa; no hay elección ni posibilidad de "desarrollo", ni ningún tipo de cambio en su
naturaleza. En el nivel de la materia inanimada no existe "espacio interno" donde
puedan formarse poderes autónomos. El "espacio interno" es el escenario de la libertad.
Sabemos muy poco, si es que sabemos algo, del "espacio interno" de las plantas, algo
más del de los animales y bastante del de los seres humanos: el espacio de la persona,
de la creatividad, de la libertad.

El espacio interno es creado por los poderes de la vida, la conciencia y la


autoconciencia; pero sólo experimentamos directamente nuestro propio "espacio
interno" y la libertad que nos proporciona. Preguntar si el ser humano es libre es como
preguntar si el hombre es millonario. No lo es, pero puede llegar a serlo. Puede
proponerse como meta el hacerse rico; de modo análogo, puede hacer que su meta sea
llegar a ser libre. En su "espacio interior" puede desarrollar un centro de fuerza tal que
el poder de su libertad exceda al de su necesidad. Puede uno imaginarse un ser
perfecto que esté siempre e invariablemente ejerciendo su poder de autoconciencia que
es el poder de la libertad en el máximo grado, impasible ante cualquier necesidad. Este
sería un ser divino, un poder soberano y todo poderoso, una unidad perfecta.

Hay también una progresión clara e inconfundible hacia la integración y la unidad. En el


nivel mineral no existe integración. La materia inanimada puede dividirse y subdividirse
sin perder su carácter. Incluso en el nivel vegetal la unidad interna es tan débil que si a
ciertas plantas les cortamos una parte, ésta sigue viviendo y desarrollándose como un
ser aparte. Los animales, son seres mucho más integrados. Si lo consideramos un
sistema biológico, el animal superior es una unidad, y sus partes no pueden sobrevivir
por separado. Existe, sin embargo, poca integración en el plano mental.

Es evidente que el hombre posee una unidad interna mucho mayor que cualquier ser
inferior, aunque la integración, como reconoce la psicología moderna, no le viene dada
al nacer y constituye una de sus tareas fundamentales. Como persona, un ser con
capacidad de autoconciencia está generalmente tan mal integrado que se experimenta
a sí mismo como un conjunto de numerosas y diferentes personalidades.

"Superior" significa e implica siempre "más interior", "más interno" "más profundo" "más
íntimo", mientras que "inferior" significa e implica "más exterior", "más externo", "más
superficial". Existe un mundo exterior en el que las cosas son visibles, es decir
directamente accesibles para nuestros sentidos; y está el "espacio interior", donde las
cosas son invisibles, es decir no accesibles directamente, salvo cuando se trata de
nosotros mismos. El grado de integración, de coherencia y fuerzas internas, está
íntimamente relacionado con la clase de "mundo" que existe para los seres en los
diferentes niveles.

La materia inanimada no tiene "mundo". Su pasividad total equivale al vacío total de su


mundo. Una planta posee un "mundo" propio: un poco de tierra, de agua, aire, y
posiblemente otras influencias, un "mundo" limitado a sus modestas necesidades
biológicas. El mundo de cualquiera de los animales superiores es incomparable más
grande y más rico, aunque según han demostrado ampliamente los modernos estudios
de psicología animal, se encuentra todavía determinado en gran medida por
necesidades biológicas. Pero además hay algo como la curiosidad que amplía el mundo
del animal más allá de los estrechos confines biológicos.

El mundo del hombre, una vez más incomparablemente más grande y más rico;
efectivamente, la filosofía tradicional mantenía que el hombre es "capax universi", capaz
de traer el universo entero a su experiencia. Aquello que llegue realmente a abarcar
dependerá del nivel de ser de cada persona. Cuanto más elevada sea la persona, más
grande y más rico será su mundo.

Se ha dicho Gurdjieff a sus alumnos "tu nivel de ser atrae tu vida". No hay suposiciones
ocultas ni científicas tras este aforismo. En un nivel de ser bajo existe sólo un mundo
pobre y no se puede vivir más que un tipo de vida muy empobrecida. El universo es lo
que es; pero quien, a pesar de ser "capax universi", se limita a sus facetas más bajas a
sus necesidades biológicas, a sus comodidades materiales o lo que se encuentra
accidentalmente "atraerá" inevitablemente una vida miserable. Si no es capaz de
reconocer más que una "lucha por sobrevivir" y una "voluntad de poder" reforzadas por
la astucia, su "mundo" encajará en esa descripción que Hobbes hace de la vida del
hombre "solitaria, pobre, sucia, bestial y breve".

Podrían sumarse un número casi infinito de "progresiones", a las que ya hemos


señalado, pero no es ese el propósito. El lector es libre de añadir todo aquello que le
parezca de especial interés. Si no vemos en el gran cosmos más que un caos -eso sí,
un caos sensible, capaz de sufrir dolor, angustia y desesperación, pero caos al fin y al
cabo- de partículas carente de propósito o significado no podernos ver en el hombre
más que eso mismo, un desafortunado accidente cósmico sin la menor importancia.
Este es el panorama que nos presenta el moderno materialismo científico; nuestra
única pregunta es: ¿tiene sentido si lo comparamos con lo que verdaderamente
experimentamos?
Esto es algo que cada uno debe responder por sí mismo. Aquellos que contemplan, con
asombro y admiración, maravillados y perplejos, los cuatro grandes niveles de ser, no
quedarán fácilmente convencidos de que existe una gradación de más o menos, es
decir, una extensión horizontal. Les parecerá imposible cerrar sus mentes a lo
"superior" y lo "inferior", es decir, a escalas verticales e incluso a discontinuidades.
Si piensan que el hombre es superior a cualquier combinación de materia inanimada,
por complejo que sea, y superior a los animales, por "ilimitado", no que se encuentra en
el nivel más alto, pero posee una capacidad que le puede dirigir ciertamente a la
perfección.

Esta es la idea más importante que se desprende de la contemplación de los cuatro


grandes niveles de ser: en el nivel humano no existe límite ni tope discernible. La
autoconciencia, que constituye la diferencia entre hombre y animal, es una facultad de
potencialidades infinitas, una facultad que no sólo le hace humano, sino que le da la
posibilidad, incluso la necesidad, de hacerse sobre-humano. Como solían decir los
escolásticos: "Homo non proprie humanus sed superhumanos est" lo que significa que
para ser verdaderamente humano, hay que ir más allá de lo meramente humano.

Adæquatio.

"El conocimiento exige que el Órgano se adapte al objeto", decía Plotino (270 d.c).
Nada puede conocerse si aquel que lo intenta no posee un "instrumento" apropiado.
Esta es la gran verdad de la "adæquatio" (adecuación), que define el conocimiento
como una "adæquatio rei et intelectus"; es decir, el entendimiento de quien desea
conocer tiene que estar adecuado al objeto que se quiere conocer. También, Plotino es
autor de este famoso aforismo: "Ni el ojo vio nunca al sol sino cuando se hubo hecho
como el sol, ni el alma podrá nunca tener una visión de la primera belleza sino cuando
ella misma sea bella".

Nuestros cinco sentidos nos hacen "adecuados" para el nivel de ser más inferior: la
materia inanimada. Pero no pueden facilitarnos más que una serie enorme de datos
sensoriales para los cuales, si queremos que tengan sentido, necesitaremos aptitudes o
capacidades de un orden diferente. A estas últimas podríamos denominarlas "sentidos
intelectuales". Los sentidos intelectuales son la mente en acción, y su agudeza y
alcance son cualidades de la propia mente. Por lo que se refiere a los sentidos
corporales, todo el que disfruta de salud está dotado de ellos en parecida medida; pero
nadie puede pasar por alto el hecho de que cuanto poder y alcance de la mente de las
personas existen diferencias significativas.

Hay gente que puede captar e incluso memorizar una sinfonía completa oyéndola o
leyendo una sola vez la partitura, mientras que otros están tan pobremente dotados que
no pueden captarla en absoluto, por mucho que la oigan con frecuencia o que la
escuchen con atención. Para los primeros, la sinfonía es tan real como para el
compositor; para los últimos, no hay sinfonía: lo único que hay es una serie de sonidos,
más o menos agradables, pero completamente incongruentes. La mente del primero es
adecuada a la sinfonía, la del último inadecuada y, por tanto, incapaz de reconocer la
existencia de la composición.

Lo mismo puede decirse de toda la gama de experiencias humanas posibles y reales.


Para cada uno de nosotros sólo "existen" aquellos hechos y fenómenos para los que
poseemos "adæquatio", y, como no tenemos derecho a suponer que somos
necesariamente adecuados para todo, siempre y en cualesquiera condiciones en que
nos encontremos, tampoco tenemos derecho a decir de algo que nos resulta
inaccesible que carece de existencia y no es más que un fantasma en la imaginación de
los demás.

Hay hechos físicos que los sentidos corporales recogen pero también hay hechos no
físicos que pasan desapercibidos a menos que la labor de los sentidos se vea
controlada y completada por ciertas facultades "superiores" de la mente. Algunos de
estos hechos no-físicos representan "grados de significación", usando el término
acuñado por G.N.M. Tyrrell, que lo ilustra del siguiente modo: Por ejemplo, un libro.
Para un animal, un libro no es más que una forma coloreada.

Todo significado superior que un libro pueda poseer se halla por encima del nivel de su
pensamiento. Y el libro es una forma coloreada; el animal no se equivoca. En un
escalón superior, un salvaje sin cultura puede considerar un libro como una serie de
signos en un papel. Esto seria el libro visto en un nivel significativo superior al del
animal y que corresponde al nivel mental del salvaje. Tampoco él se equivoca, pero el
libro puede significar algo más. Puede significar una serie de letras dispuestas
conforme a ciertas normas. Esto sería el libro en un nivel significativo superior al del
salvaje. O, finalmente, en un nivel aún más elevado, el libro podría expresar un
significado...

Los "datos sensoriales" son los mismos, los hechos que se ofrecen a la vista, idénticos.
Sólo la mente, no la vista, puede determinar el "grado de significación". La gente dice:
"dejemos que los hechos hablen por sí mismos" y se olvida de que el discurso de los
hechos sólo es real si se escucha y comprende.

En resumen, "vemos" no sólo con nuestros ojos, sino también con buena parte de
nuestras dotes mentales y, puesto que éstas varían en gran medida de una persona a
otra, inevitablemente hay muchas cosas que algunas personas "ven" mientras que otras
no pueden hacerlo o, para decirlo de otro modo, para las que algunas personas son
adecuadas en tanto que otras no lo son. Cuando el nivel de la persona no es adecuado
al nivel del objeto de conocimiento, el resultado no es un error objetivo sino algo mucho
más grave: una visión inadecuada y empobrecida de la realidad.

Existen desigualdades en cuanto a las dotes humanas, pero tienen probablemente


mucha menor importancia que las diferencias de intereses y de lo que Tyrrel denomina
las "bases de pensamiento". Los seres inteligentes de su alegoría carecían de
"adæquatio" con respecto al libro porque se basaban en la suposición de que las
"relaciones externas de las letras" eran todo lo que importaba. Eran lo que podríamos
llamar materialistas científicos, cuya fe consiste en creer que la realidad objetiva se
limita a aquello que puede observarse efectivamente y que se encuentran dominados
por una aversión sistemática a reconocer niveles o grados de significación superiores.

Cuando el estudioso se enfrenta con algo que representa un grado de significación o


nivel de ser más elevado que la materia inanimada, depende de la adecuación de sus
propias capacidades superiores tal vez "desarrolladas" mediante el estudio y la
preparación y, además, de la adecuación de su "fe" o, dicho de manera más
convencional de sus suposiciones fundamentales y de sus supuestos básicos. En este
sentido tiene una marcada tendencia a ser un hijo de su época y de la civilización en la
que ha vivido sus años de formación: la mente humana, en general, no se limita a
pensar: piensan con ideas que, en su mayoría, simplemente adopta o se apropia de la
sociedad que le rodea.

Para quienes se aferren al cientificismo materialista de la edad moderna resultará


imposible comprender lo que esto significa: no creen en nada superior al hombre y no
ven en el hombre nada más que un animal bastante evolucionado. Insisten en que la
verdad no se puede descubrir sino mediante el cerebro, situado en la cabeza y en el
corazón. Es decir, que "comprender con el corazón" no es para él los más que una serie
de palabras sin sentido. Desde su punto de vista tiene toda la razón del mundo: el
cerebro situado en la cabeza y provisto de datos de los sentidos físicos, es plenamente
adecuado para enfrentarse con la materia inanimada, el más bajo de los cuatro niveles
de ser.

Ciertamente, su funcionamiento se vería perturbado y posiblemente trastornado si el


"corazón" se entrometiera de algún modo. En cuanto que científico materialista, cree
que la vida, la conciencia y la autoconciencia no son más que manifestaciones de un
orden complejo de partículas inanimadas, "fe" que hace perfectamente racional para él
confiar exclusivamente en los sentidos físicos, a fin de "permanecer en el cerebro" y
rechazar toda intromisión procedente de "poderes" situados en el corazón. En otras
palabras, para él, simplemente no existen niveles superiores de realidad, porque su fe
excluye la posibilidad de que existan. Es como un hombre que posee un receptor de
radio pero se niega a utilizarlo porque ha decidido que no se pueden oír más que
interferencias atmosféricas.

La fe no está en conflicto con la razón; ni es un sustituto de está. La fe selecciona el


grado de significación o nivel de ser al cual debe apuntar la búsqueda de conocimiento
y comprensión. Existe una fe razonable y una fe irracional. Buscar significado e
intención en el nivel de la materia inanimada sería un acto de fe tan irracional como
intentar "explicar" las obras maestras del genio humano como el mero resultado de
intereses económicos y frustraciones sexuales. Los datos sensoriales por sí mismos no
dan lugar a penetración ni conocimiento de ninguna clase. Las ideas sí, con ellas
obtenemos penetración y conocimiento, y el mundo de las ideas está dentro de
nosotros.

La verdad de las ideas no puede percibirse por los sentidos sino únicamente por medio
de ese instrumento especial al que, a veces, se ha denominado "el ojo del corazón" y
que posee la misteriosa capacidad de reconocer la verdad donde se encuentra. Si
describimos los resultados de este poder como una iluminación y los resultados de los
sentidos como experiencia, y no la iluminación, nos habla de la existencia, apariencia y
cambios de las cosas sensibles piedras, plantas, animales y personas mientras que la
iluminación, y no la experiencia, nos dicen lo que esas cosas significan, lo que podrían
ser y lo que tal vez deberían ser.

Nuestros sentidos, al transmitirnos la experiencia, no nos ponen en contacto con grados


de significación ni niveles de ser superiores del mundo que nos rodea: no son
adecuados para este fin pues han sido concebidos exclusivamente para registrar
diferencias externas existentes entre las cosas y no su significado interior. Los grados
de significación y niveles de ser superiores no pueden advertirse sin fe y sin la ayuda de
las capacidades superiores del hombre interior.

Cuando estas capacidades superiores no se ponen en práctica sea porque no existen o


porque la ausencia de fe las deja sin utilizar, se produce una falta de "adæquatio" en el
sujeto que le impide conocer nada que posea una significación o un nivel de ser
superiores. La gran verdad de la "adæquatio" afirma que nada puede percibirse sin un
órgano de percepción adecuado y nada puede entenderse sin un órgano de
entendimiento adecuado. Los instrumentos básicos con que cuenta el hombre para la
cognición en el nivel mineral son, como ya dijimos, sus cinco sentidos, reforzados y
extendidos por una amplia serie de ingeniosos mecanismos.

Los sentidos registran el mundo visible, pero no pueden registrar la "interioridad" de las
cosas ni poderes invisibles tan fundamentales como la vida, la conciencia o la
autoconciencia. ¿Quién puede ver, oír, tocar, oler o gustar la vida como tal?. Esta no
posee forma ni color, ni tampoco un sonido, textura, olor o sabor específicos. Y, sin
embargo, ya que somos capaces de reconocer la "vida", debemos poseer un órgano de
percepción para ello, un órgano más interior, es decir, "superior" a los sentidos.

Más adelante, veremos que este órgano es la misma vida que hay dentro de nosotros,
los procesos vegetativos e inconscientes y los sentimientos de nuestro cuerpo vivo, que
se centran principalmente en el plexo solar. De modo análogo, reconocemos la
"conciencia" directamente, con nuestra propia conciencia -centrada especialmente en la
cabeza- y reconocemos la "autoconciencia" con nuestra propia autoconciencia, que
reside de una manera simbólica y verificable, también por la experiencia física en la
zona del corazón: el lugar más interno y, por ello, más elevado del ser humano.

Sin embargo, hay mucha gente que es tan poco consiente de su capacidad de
autoconciencia que es incapaz de reconocer este poder en otros seres humanos, por lo
cual, no los considera más que "animales superiores". La respuesta ineludible a la
cuestión de "¿Qué instrumentos posee el hombre para conocer el mundo que le
rodea?", no es más que ésta: "Todo lo que tiene: su cuerpo con vida, su mente y su
espíritu autoconciente".

A partir de Descartes, nos sentimos inclinados a creer que, incluso nuestra existencia,
la conocemos sólo con los pensamientos de nuestra cabeza: "cogito ergo sum" (pienso,
luego existo). Sin embargo, cualquier artesano sabe que su capacidad de conocimiento
no consiste sólo en lo que su cabeza piensa, sino también en la inteligencia de su
cuerpo: sabe que sus dedos conocen cosas que su pensamiento no sabe, del mismo
modo que Pascal sabía que "el corazón tiene razones que la razón no conoce".

Pero, afirmar que el hombre posee muchos instrumentos de cognición podría ser
incluso engañoso ya que en realidad todo el hombre es un instrumento. Si se convence
a sí mismo de que los únicos "datos" que merece la pena poseer son los que
proporcionan los cinco sentidos y que existe un "centro de proceso de datos" que se
encargará de ellos, limita su conocimiento a ese nivel de ser para el que estos
instrumentos son adecuados, es decir, primordialmente, el nivel de la materia
inanimada.

Si nos limitamos a este modo de observación podemos, efectivamente eliminar la


subjetividad y ser objetivos. Sin embargo, una limitación acarrea la otra. Conseguimos
objetividad, pero no alcanzamos un conocimiento del objeto en su totalidad, sólo los
aspectos "más bajos" y más superficiales del objeto son asequibles para los
instrumentos que empleamos, todo aquello que hace al sujeto humanamente
interesante, significativo, valioso, se nos escapa. No es sorprendente que la
representación del mundo resultante de esta metodología de la observación sea "el
horror de la desolación", una tierra, donde el hombre se reduce a un accidente cósmico
singular sin ningún significado.

Es evidente que un modelo matemático del mundo -que es con lo que Descartes
soñaba- puede ocuparse sólo de factores expresables como cantidades
interrelacionadas. Es igualmente notorio que (en tanto la manifestación de la pura
cantidad no es posible) el factor cuantitativo tiene un peso preponderante sólo en el
más bajo nivel de ser. A medida que ascendemos en la escala de los seres, disminuye
la importancia de la cantidad y aumenta la de la cualidad; el precio de la construcción
de modelos matemáticos es la perdida del factor cualitativo, precisamente lo que más
cuenta.

La "ciencia para comprender" ha sido a menudo denominada "sabiduría" mientras que


el término "ciencia" se reservaba para lo que llamamos "ciencia para manipular". Estas
cuestiones tienen una importancia enorme. Cuando la "ciencia para manipular" está
subordinada a la sabiduría -es decir, a la "ciencia para comprender"- es una
herramienta sumamente valiosa y ningún mal puede venir de ella. Pero no pueden
subordinarse cuando la sabiduría desaparece debido a que la gente deja de interesarse
en su búsqueda. Esta ha sido la historia del pensamiento occidental desde Descartes.

Sin embargo, la diferencia más grande y más relevante se refiere a la actitud de la


ciencia respecto del hombre. La "ciencia para comprender" estimaba que el hombre
estaba hecho a imagen y semejanza de Dios, era la gloria suprema de la creación y se
hallaba, por tanto, "al cuidado" del mundo, porque nobleza obliga. De modo inevitable,
la "ciencia para manipular" no ve en el hombre más que el resultado accidental de una
evolución, un animal superior, un animal social y un objeto para ser estudiado por el
mismo método con que se deben examinar otros fenómenos de la naturaleza: la
"objetividad". Se suele aducir que sólo este conocimiento puede calificarse de
"científico" y "objetivo" al estar abierto a la verificación o la falsificación públicas por
cualquiera que se toma la molestia: todo lo demás se rechaza por ser "científico" y
"subjetivo".

Estos términos constituyen un grave insulto, ya que todo conocimiento es "subjetivo" no


pudiendo existir más que en la mente del sujeto, y la distinción entre conocimiento
"científico" y "científico" es inoperante, pues la única cuestión válida en torno al
conocimiento es la de su verdad. La eliminación progresiva de la "ciencia para
comprender" -o "sabiduría" en la civilización occidental, convierte la acumulación cada
vez más rápida de "conocimientos para manipular" en una amenaza realmente grave.
Ya dijimos en una obra anterior que "somos ya demasiado inteligentes como para poder
sobrevivir sin sabiduría", y puede que los nuevos avances de nuestra inteligencia no
produzcan el más mínimo beneficio.

La concentración constante y creciente del interés científico del hombre en las "ciencias
de la manipulación acarrea, cuando menos, tres consecuencias graves. La primera es
que, al no estudiarse de forma constante cuestiones "científicas" tales como " cuáles
son los derechos y deberes absolutos del hombre?, la civilización se hundirá necesaria
e ineludiblemente cada vez más en la angustia, la desesperación y la falta de libertad y
la gente perderá progresivamente la salud y la felicidad, por muy elevado que sea su
nivel de vida o por grandes que sean los éxitos de su "sistema sanitario" en la tarea de
prolongarla. No se trata ni más ni menos de que "no sólo de pan vive el hombre".

En segundo lugar, la restricción metodológica de la investigación científica a los


aspectos más externos y materiales del universo, convierte al mundo en algo tan vacío
y carente de sentido que ni siquiera las personas que saben del valor y la necesidad de
una "ciencia para comprender" pueden librarse del poder hipnótico de la imagen
supuestamente científica que se les ofrece y pierden la valentía y la tendencia a recurrir
a la "sabiduría tradicional de la humanidad" para beneficiarse de ella. Como los
descubrimientos de la ciencia, debido a sus limitaciones metodológicas y a su
ignorancia sistemática de los niveles superiores, nunca contienen pruebas de la
existencia de estos últimos, el proceso se refuerza a sí mismo: la fe, en vez de ser
juzgada como una guía que conduce al intelecto a comprender los niveles superiores,
es considerada algo que se opone y niega al intelecto y, por consiguiente, es
rechazada.

De este modo, todos los caminos que podrían llevar a una recuperación, quedan
cortados. En tercer lugar, las facultades superiores del hombre, al no ser puestas ya en
juego para obtener el conocimiento de la sabiduría, se atrofian e incluso desaparecen
por completo. El resultado es que todos los problemas que la sociedad o el individuo se
plantean se vuelven insolubles. Los esfuerzos se hacen cada vez más frenéticos en
tanto que siguen acumulando problemas no resueltos y aparentemente irresolubles.
Aunque puede haber cada vez más riqueza, la calidad del hombre disminuye.
Idealmente, la estructura del conocimiento humano corresponde a la de la realidad. En
el nivel más alto se situaría el "conocimiento para comprender" en su forma más pura;
en el más bajo estaría el "conocimiento para manipular".
La comprensión es necesaria para saber que hacer; la ayuda del "conocimiento para
manipular" se requiere para actuar eficazmente en el mundo material. Cualquier cosa
previsible lo es sólo a causa de su "naturaleza fija" y, cuanto más elevado sea el nivel
de ser, menor será la fijeza y mayor la plasticidad de su naturaleza.
La ciencia de la materia inanimada -la física, la química y la astronomía- pueden lograr
por ello una capacidad de predicción prácticamente completa; de hecho, como se ha
llegado a decir de la mecánica, se podría concluir y terminar con ellas de una vez por
todas.

Los seres humanos son sumamente previsibles en cuanto a sistemas físico-químicos,


menos previsibles como cuerpos vivos, mucho menos en cuanto seres conscientes y
apenas en absoluto como persona autoconscientes. La razón de esta imprevisibilidad
no radica en la falta de "adaequatio" por parte del investigador, sino en la naturaleza de
la libertad. Ante ésta, el "conocimiento para manipular" es inadmisible, pero el
"conocimiento para comprender" resulta indispensable. El resultado del proceso
desequilibrado de estos últimos trescientos años es que el hombre occidental cuenta
con multitud de medios pero con escasos fines.

En el infierno del mundo de conocimiento", comenta Etienne Gilson: "Un mundo que ha
perdido al Dios cristiano no puede menos de parecerse al mundo que todavía no la ha
encontrado. Igual que en la época de Tales y de Platón, nuestro mundo actual está
"lleno de dioses". Sin embargo, es importante que nos demos cuenta de que la
humanidad está, cada vez más, condenada a vivir bajo el hechizo de una mitología
científica, social y política, a menos que resueltamente conjuremos estas absurdas
ideas cuya influencia en la vida moderna se está haciendo espantosa... porque, cuando
los dioses luchan entre sí, los hombres deben morir.

Los cuatro campos del conocimiento.

El mundo moderno tiende a ser escéptico hacia todo lo que exija utilizar las facultades
superiores del hombre, pero no se muestra en absoluto escéptico ante el escepticismo,
porque apenas exige nada. El primer hito que hemos elegido para construir nuestro
mapa y guía filosóficos es la estructura jerárquica del mundo: los cuatro grandes niveles
del ser en los que el nivel superior siempre "comprende" a los inferiores. El segundo
hito es la estructura similar que se da en los sentidos, capacidades y facultades
cognoscitivas humanas; similares en el sentido de "correspondiente" pues no podemos
experimentar ninguna parte o faceta del mundo a menos que poseamos y usemos un
órgano o instrumento mediante el cual podamos recibir lo que se nos ofrece.

Si no tenemos el órgano o el instrumento requeridos, o si no lo utilizamos no somos


adecuados para esa parte o faceta particular del mundo y el resultado es que, por lo
que a nosotros se refiere, simplemente no existe. Esta es la gran verdad de la
"adæquatio".
De las dos cualidades: "yo" y "el mundo" "Apariencia Externa" y "Experiencia Interna",
obtenemos cuatro "combinaciones", que pueden representarse así:
1. Yo – interno
2. el mundo (tú) Interno
3. Yo – externo
4. el mundo (tú) externo

Estos son los cuatro campos de conocimiento, cada uno de los cuales reviste un interés
y una importancia enorme para todos nosotros. Las cuatro preguntas que nos guían a
estos campos de conocimiento pueden formularse así:

1. ¿Qué ocurre realmente en mi mundo interior?


2. ¿Qué ocurre en el mundo interior de otros seres?
3. ¿Qué parezco a los ojos de los otros seres?
4. ¿Qué es lo que realmente observo en el mundo que me rodea?

Simplificándolo al máximo podríamos decir:

1. ¿Qué es lo que siento?


2. ¿Qué es lo que sientes?
3. ¿Qué es lo que parezco?
4. ¿Qué es lo que pareces?

Bien, lo primero que hay que señalar respecto a estos cuatro campos de conocimiento
es que sólo tenemos acceso directo a dos de ellos: el (1) y el (4), es decir, yo puedo
sentir directamente lo que siento y puedo ver directamente lo que pareces, pero no
puedo saber directamente lo que sientes al ser tú, ni tampoco lo que parezco ser ante
tus ojos.

Primer campo: El Yo Interno.

Sócrates (en el Fedro de platón) afirma: "primero, debo conocerme, como dice la
inscripción délfica; el sentir curiosidad por lo que no me concierne hallándome todavía
en ignorancia de mi propia personalidad, sería ridículo".
Se podría llenar un libro entero con citas que vendrían al caso. Nos limitaremos a tomar
unas cuantas.

Plotino (h.270): "Recógete dentro de ti y mira; y si no te encuentras hermoso aún, haz


como aquel que esculpe una bella estatua. Mira cómo corta de un lado, pule de otro,
hace una línea más ligera y otra más pura, hasta que en su obra surge un rostro
hermoso. Haz tú también lo mismo: ... nunca dejes de cincelar tu estatua..."

Lao Tsé: "Quien conoce a los demás posee inteligencia. Quien se conoce a sí mismo
posee clarividencia". La autoconciencia está íntimamente ligada a la facultad de dirigir
la atención. Nuestra atención está, a menudo atraída por fuerzas externas que
podemos o no haber elegido, también por fuerzas interiores. Cuando la mente ha sido
atraída de este modo, funcionamos de una manera muy parecida a una máquina. No
hacemos las cosas, simplemente ocurren, sin embargo, siempre podemos tomar el
asunto en nuestras manos y dirigir nuestra atención, de un modo completamente libre e
intencionado, hacia un objeto elegido por nosotros.

No hay tema que revista mayor interés ni que ocupe lugar más crucial en las doctrinas
tradicionales. Ni tampoco tema más olvidado, mal entendido y deformado en el
pensamiento del mundo moderno. Cierta persona, que solía a menudo dar conferencias
sobre temas que exigían mucha concentración, me dijo que había conseguido el poder
de salirse de su mente -olvidarse por completo de sí mismo- al comenzar a disertar y
que veía mentalmente el tema de la conferencia como si fuese un mapa sobre el que
seguía un camino en tanto que las palabras surgían obedeciendo a las sucesivas ideas
que él iba viendo.

Decía que, una o dos veces a lo largo de la disertación, se volvía consciente de sí


mismo y que, cuando terminaba y tomaba asiento, le sorprendía el saber que era él
quien había pronunciado la conferencia. Sin embargo, se acordaba perfectamente de
todo. Estupenda descripción de un hombre que actúa como una máquina programada y
ejecuta un programa elaborado con anterioridad. El, el programador, ya no es
necesario, puede abstraerse mentalmente. Si la máquina realiza un buen programa
dará una buena conferencia, si el programa es malo, la conferencia será mala.

El primer tema de estudio en lo que hemos denominado "primer campo" es, por tanto, la
atención, que nos lleva inmediatamente al estudio de nuestra "mecanicidad". El
principal criterio para identificar estas diferentes "parcelas" es la índole de nuestra
atención: Sin atención, o con una atención dispersa, nos hallamos en parcela mecánica;
cuando la atención está atraída y retenida por objeto de observación o reflexión
estamos en la parcela emocional; con la atención controlada y retenida en el objeto
mediante el ejercicio de la voluntad, nos encontramos en la intelectual.

Cuando nuestra atención no está despierta no somos autoconscientes ni, por lo tanto,
plenamente humanos; es probable que actuemos en vano, de acuerdo con impulsos
interiores o por presiones externas, como animales. Sin autoconciencia, es decir, sin
una consciencia que sea consciente de sí misma, el hombre imaginará que tiene
dominio de sí mismo, que tiene libre albedrío y es capaz de llevar a cabo sus
intenciones, pero, de hecho, para decidir y actuar en consecuencia no tiene más
libertad que una máquina; su tarea más importante consiste en hacer, por los medios
que sea, que la consciencia sea controlable.

La atención pura es la consciencia clara y resuelta de lo que realmente ocurre en


nosotros y nos ocurre a nosotros en los sucesivos momentos de percepción. Decimos
que es "pura" porque atiende sólo a los puros hechos de la percepción tal y como se
presentan... La atención o aplicación se limita sencillamente a registrar los hechos
observados sin reaccionar ante ellos por medio de actos, palabras o comentarios
procedentes de la mente que puedan implicar una referencia personal (gusto,
desagrado, etc.), un juicio o una reflexión. Si durante el tiempo -largo o breve- que se
dedica a la práctica de la atención pura, surgen en nuestra mente comentarios, los
convertiremos a ellos mismos en objeto de la atención pura, sin rechazarlos ni
perseguirlos, sino que los descartaremos tras tomar breve nota mentalmente.
Estas pocas indicaciones pueden ser suficientes para identificar la naturaleza esencial
del método: la Atención Pura sólo se puede alcanzar deteniendo ese "murmullo interno"
y, si no puede detenerse, observándolo con calma. No se trata de buenos o malos
pensamientos. La Realidad, la Verdad, Dios, el Nirvana no pueden alcanzarse mediante
el pensamiento porque éste pertenece a un nivel superior que establece la
autoconciencia.

En esta última, el pensamiento ocupa un lugar legítimo, pero subordinado. Los


pensamientos no pueden llevarnos al "despertar" porque la idea principal consiste en
despertar de los pensamientos y empezar a "ver". El pensamiento puede suscitar una
serie de preguntas y todas pueden ser interesantes, pero sus respuestas no hacen
nada para despertarnos. ¿Y qué es el Yoga? Según el maestro más grande, Patanjali
(h. 300 a.c) "El yoga es el control de las ideas de la mente".

Nuestras circunstancias personales no son meramente las cosas de la vida que


afrontamos sino también, y aún más, las ideas de nuestra mente. Es imposible
conseguir ningún control sobre las ideas de nuestra mente. La enseñanza más
importante - y la más universal- de todas las religiones, es el vipassana, la claridad de
visión, usando el término budista, que pueden alcanzar sólo quienes consiguen poner a
la "función pensante" en su lugar para que guarde silencio cuando se le ordena y se
ponga en acción sólo si recibe una tarea concreta y específica.

Mientras que la clave del método hindú es el yoga, la del sistema cristiano es la oración.
Lo esencial es "ponerse ante Dios con la mente y el corazón". La explicación es la
siguiente: el término "corazón" tiene un sentido especial en la doctrina ortodoxa del
hombre. En occidente, cuando la gente habla del corazón, suele referirse a las
emociones y a los afectos. Pero en la Biblia, como en la mayoría de los textos ascéticos
de la Iglesia Ortodoxa, "corazón" posee connotaciones mucho más amplias. Constituye
el órgano fundamental del ser humano, sea físico o espiritual; es el centro de la vida, el
principio determinante de todas nuestras actividades y aspiraciones. Como tal, el
corazón comprende sin duda afectos y emociones, pero además otras cosas: incluye
todo aquello que abarca eso que llamamos "persona".

Dicho de otro modo, el primer campo de conocimiento es un campo de minas para


quien no sea capaz de reconocer que, en el nivel humano del ser, las "invisibilia"
poseen un poder y un significado infinitamente superiores a las "visibilia".

Sin autoconciencia (en el pleno sentido de "factor z") el hombre habla, estudia,
reacciona mecánicamente, como una máquina, con arreglo a "programas" que obtiene
accidentalmente, sin intención, de modo mecánico. No es consciente de actuar según
programas; por lo tanto, no es difícil re-programarle, conseguir que piense y haga cosas
completamente diferentes de lo que había pensado y hecho antes... siempre que el
nuevo programa no le despierte. Cuando despierta, nadie puede programarle: se
programa a sí mismo.
En el ser humano intervienen dos elementos o agentes en vez de uno: el programador
de la computadora y la computadora. Esta última funciona perfectamente sin la atención
del primero, como una máquina. La conciencia -el "factor y" funciona perfectamente sin
la presencia de la autoconciencia -"factor z" - como lo demuestran todos los animales
superiores. Que la plenitud de la "mente" humana no puede explicarse sólo mediante un
elemento constituye la afirmación universal de todas las grandes religiones, y ha sido
corroborado recientemente por la ciencia.

Evidentemente, el programador está por encima de la computadora, del mismo modo


que o que hemos denominado autoconciencia, está por encima de la conciencia. Todo
esfuerzo sistemático produce algún tipo de resultado. W.T. Stace catedrático de
filosofía durante veinticinco años en la Universidad de Princeton, plantea en su libro
"Mysticims and Philosphy" la pregunta que debería haberse formulado hace mucho
tiempo: "¿Qué valor tiene, de tener alguno, la llamada "experiencia mística" en los
problemas más importantes de la filosofía?

En primer lugar afirma que no hay duda de que los hechos psicológicos básicos que se
dan en esta "experiencia introspectiva" son esencialmente "los mismos en todo el
mundo, en todas las culturas, religiones, lugares y épocas". Stace escribe como filósofo
y no pretende poseer una experiencia personal en estos asuntos. Por ello, los considera
verdaderamente extraños. "Son tan extraordinarios y paradójicos, dice, "que sin duda
pondrán a prueba la credulidad de cualquiera que tropiece con ellos sin estar
preparado".

A continuación procede a enunciar "los supuestos hechos, tal y como los describen los
místicos, sin hacer juicios de valor ni comentarios". Aunque Stace narra los hechos en
términos que los místicos jamás han usado, su método expositivo es tan claro que
merece la pena el reproducirlo aquí en forma sumaria: "Supongamos que una persona
cierra el paso a los sentidos de modo que ninguna sensación pueda llegar a la
conciencia... no parece existir ninguna razón a priori por la que un hombre que se
proponga este objetivo... no logre, adquiriendo una concentración y un control mental
suficientes, apartar de su conciencia toda sensación física.

Supongamos que, tras haberse librado de todas las sensaciones continuara excluyendo
de la conciencia todas las imágenes sensuales y, después, todos los pensamientos
abstractos, los procesos de razonamiento, las voliciones y los demás contenidos
concretos; ¿qué quedaría entonces de la conciencia? No habría ningún contenido
mental, sino un completo vacío, nada, vaciedad.

Uno supone a priori que la conciencia se hundiría completamente y que nos


quedaríamos dormidos o inconscientes. Pero los místicos introspectivos -millares de
ellos en todo el mundo- afirman unánimemente que han alcanzado este vacío completo
de contenidos mentales concretos y lo que ocurre es algo completamente distinto a un
desmoronamiento de la conciencia pura, en el sentido de que no es la conciencia de
ningún contenido empírico. No tiene más contenido que ella misma."
Utilizando el lenguaje de antes podríamos decir que surge el programador de la
computadora, que, desde luego, no tiene ninguno de los "contenidos" de la
computadora. O, dicho de otro modo, el factor z -la autoconciencia- empieza realmente
a funcionar cuando el factor y -la conciencia- abandonan el centro del escenario, y sólo
en ese momento. Stace prosigue: "en nuestra conciencia normal y cotidiana siempre
hay objetos, imágenes o, incluso, nuestros propios sentimientos y pensamientos
percibidos introspectivamente. Supongamos entonces que borráramos todos los objetos
físicos o mentales.

Entonces, cuando el yo no esta ocupado en aprender objetos se hace consciente de sí


mismo. Surge el propio yo...Puede decirse también que al místico se libera de su yo
empírico, con lo cual su propio yo, normalmente oculto, sale a la luz. El yo empírico es
el monólogo interior. El yo puro es la unidad que mantiene reunida a la diversidad de
monólogos. Esta opinión corrobora la enseñanza fundamental de las grandes religiones
que, en numerosas lenguas y distintos modos de expresión, exhortan al hombre a que
se abra al "puro yo", al "ser", al "vacío" o al "poder divino" que habita dentro de él; a que
despierte, a que se convierta, digamos, de computadora en programador; a que
transcienda de la conciencia mediante la autoconciencia.

Sólo si se libera de la esclavitud de los sentidos y de la función pensante -que son


servidores, pero no amos- y aparta la atención de lo que se ve para concentrarla en lo
que no se ve- podrá alcanzar ese "despertar".

Segundo campo: El mundo interno.

Cuanto más elevado es el nivel de ser, mayor es la importancia de la experiencia


interior, de la "vida interior" con respecto a la apariencia exterior, es decir, con respecto
a esos atributos mensurables y directamente observables como son el tamaño, el peso
el calor, el movimiento, etc. Tenemos la certeza de que podemos saber algo de lo que
ocurre dentro de otro ser humano, incluso un poco sobre la vida interior de los
animales, prácticamente nada de la de las plantas y, ciertamente, nada sobre la de las
piedras y otras partículas de materia inanimada.

Empecemos con los seres humanos: ¿cómo llegamos a saber lo que sucede dentro de
ellos?. Aunque siempre hay tentaciones para olvidarlo, todos sabemos que nuestras
vidas se basan en nuestras relaciones con otros seres humanos... o están destruidas
por ellas. Ni la riqueza, ni la salud, ni la fama, ni el poder nos servirán de compensación
si estas relaciones fallan. Pero todas ellas dependen de nuestra capacidad para
entender a los demás, y de la de ellos para comprendernos. La mayoría de la gente
cree que el problema de la comunicación se resuelve simplemente escuchando las
palabras y observando los movimientos de nuestro interlocutor; dicho de otro modo, que
podamos fiarnos implícitamente de los signos visibles de los demás para recibir una
imagen precisa de sus pensamientos sensaciones e intenciones invisibles.

Pero ay, el asunto no es así de sencillo. Consideremos paso a paso los requisitos
necesarios para que una persona transmita su pensamiento a otra, suponiendo que lo
desee sinceramente y dejando a un lado todas las posibilidades de engaño
intencionado:

- Primero. El hablante ha de saber, con cierta precisión, qué pensamiento desea


transmitir.
- Segundo. Debe encontrar símbolos visibles (lo que incluye a los auditivos) - gestos,
ademanes, palabras, entonación, etc. -que sean capaces, a su juicio, de "externalizar"
su pensamiento "interno". Esto podría denominarse la "primera traducción".
- Tercero. El oyente debe recibir perfectamente estos símbolos visibles (etc.). Es decir,
que no sólo debe oír con precisión lo que se dice y conocer la lengua que se emplea,
sino que debe observar con cuidado los símbolos no verbales (gestos y entonación).
- Cuarto. El oyente debe entonces integrar los numerosos símbolos recibidos y
convertirlos en pensamiento. Esto podría llamarse la "segunda traducción".

No es difícil ver cuantas cosas pueden fallar en cada fase de este proceso y,
especialmente en las dos "traducciones". Sin embargo, milagrosamente en la vida
cotidiana es posible y frecuente una comunicación perfecta. Palabras, gestos,
entonación, puede ser una de estas dos cosas (o un poco de cada una de ellas): el
lenguaje de una computadora o una invitación a que se unan dos programadores de
computadoras.

Si no podemos lograr un verdadero "encuentro mental" con la gente que está más cerca
de nosotros en nuestra vida cotidiana, está se convierte en un verdadero desastre. Para
conseguir ese encuentro, debo llegar a conocer lo que se siente al ser "tú", y "tú" debes
averiguarlo que se siente al ser yo. ¿Qué hago para adquirir un conocimiento más
profundo, para lograr una mejor comprensión de lo que ocurre dentro de las personas
con las que vivo? Pues bien, hay un hecho notable: todas las doctrinas tradicionales
dan una sola respuesta a esa pregunta: "Comprendes a otros seres sólo en la medida
en que te conoces a ti mismo".

Desde luego que la buena observación y el saber escuchar son también necesarios,
pero la cuestión es que, incluso si esto lo hacemos perfectamente, no sirve para nada a
menos que los datos así obtenidos sean interpretados y comprendidos correctamente, y
la condición previa para ello es mi propio conocimiento de mí mismo, mi propia
experiencia interna. En otras palabras y usando nuestra terminología, es preciso que
exista "adæquatio" en cada elemento, en cada parte. Una persona que nunca haya
experimentado conscientemente un dolor físico no podría saber nada sobre el dolor que
sufren los demás. J.G. Bennett agudamente observa, que dado que tendemos a vernos
a la luz de nuestras intenciones - que son invisibles para los demás- mientras que a
ellos los vemos principalmente a la luz de sus acciones, los malentendidos y las
injusticias están a la orden del día.

No hay salida posible de esta situación si no es cultivando de manera diligente y


sistemática el primer campo de conocimiento. Este es el modo -el único- de llegar a
obtener las ideas necesarias para cultivar el segundo campo de conocimiento: el de las
experiencias interiores de los demás seres. Para poder tomar en serio la vida interior de
los demás, es preciso tomar en serio la propia. Y ¿qué significa esto? significa que
debo ponerme en condiciones de poder observar sinceramente lo que ocurre y de
empezar a comprender lo que observo. En la actualidad no se duda de que el hombre
es un ser social y de que "nadie es una isla, completo en sí mismo", como decía John
Donne (1572-1631).

Por ello, no se le deja de exhortar a que ame a su prójimo o, cuando menos, a que no
se porte mal con el y practique la tolerancia, la compasión y la comprensión. Sin
embargo, al mismo tiempo, el cultivo del autoconocimiento ha sido prácticamente
relegado al olvido, sino es para tratar de suprimirlo. Verdades fundamentales como las
de que no puedes amar al prójimo si no te amas a ti mismo, que no puedes
comprenderle a menos que te comprendas a ti mismo, que no puede existir un
conocimiento de la "persona invisible" que es tu semejante si ni se fundamenta en un
conocimiento de uno mismo, son olvidados incluso por muchos de los que profesan las
religiones establecidas.

La gente dice: No es más que cuestión de comunicarse. Por supuesto que lo es. Pero
esto, como dijimos antes, implica dos "traducciones": del pensamiento al símbolo y del
símbolo al pensamiento. Los símbolos no pueden entenderse como fórmulas
matemáticas: hay que experimentarlos interiormente. No pueden aprenderse
correctamente con la conciencia sino mediante autoconciencia. Por ejemplo, un gesto
no puede ser entendido por una mente racional, tenemos que darnos cuenta de su
significado dentro de nosotros, con nuestro cuerpo más que con nuestro cerebro.

A veces, la única manera de comprender el estado de ánimo o los sentimientos de otra


persona es imitando su postura, sus gestos y expresiones faciales. Hay una relación
extraña y misteriosa entre lo interior-invisible. William James (1842-1910), filósofo a
quien interesaba la expresión física de las emociones, expuso la teoría de que la
emoción que sentimos no es más que la sensación que nos producen ciertas
alteraciones del cuerpo. Por esto es por lo que todos los métodos para adquirir
autoconocimiento (primer campo) conceden una gran atención a las posturas y a los
gestos: el establecer control sobre el cuerpo es, cuando menos, el primer paso para
ejercer el control sobre la función pensante. La agitación incontrolada del cuerpo
produce inevitablemente una agitación incontrolable de la mente, hecho que imposibilita
cualquier estudio serio de nuestro mundo interior.

Mucho se habla hoy en día del acceso a "estados superiores de conciencia". Parece
que el verdadero objetivo sea experimentar nuevas emociones y hacer magia y
milagros para escapar un poco del aburrimiento existencial. El consejo que nos brindan
todas las personas versadas en esta materia es que no busquemos las experiencias
ocultas y, cuando suceden (y sucederán inevitablemente mientras que se practique una
actividad interior), no les prestemos atención.

El Doctor W. Y. Evans-Wentz, que dedicó la mayor parte de su vida a editar escritos


sagrados del Tibet y a ponerlos a la disposición de los occidentales. Se pregunta:
"¿cuánto tiempo se va a conformar el hombre occidental con el estudio del universo
exterior sin conocerse a sí mismo? Si la sabiduría oriental es capaz, como creemos, de
conducirnos a un método para lograr un conocimiento científico de la cara oculta de la
naturaleza humana ¿no será una imprudencia no someterla a un examen científico libre
de prejuicios?". En nuestra civilización, por desgracia, las ciencias aplicadas se limitan a
la química, economía, matemáticas, mecánica, física, fisiología y disciplinas
semejantes.

La antropología y la psicología como ciencias aplicadas en el sentido en que lo entiende


el yoga son, para casi todos los científicos occidentales, simples sueños de visionarios
marginales. Sin embargo, no creemos que perdure este erróneo punto de vista.
Ciencias aplicadas en el sentido en que lo entiende el yoga, significa una ciencia que no
encuentra su materia de estudio en las apariencias de los demás seres, sino en el
mundo interior del propio científico. Este mundo interior, desde luego, no merece la
pena estudiarlo y nada se podrá aprender de él, si es un caos impenetrable.

Mientras que los métodos de la ciencia occidental pueden ser aplicados por cualquiera
que los haya aprendido, los métodos científicos del yoga sólo pueden ser aplicados
eficazmente por aquellos que están ante todo dispuestos a poner en orden su propia
casa mediante la disciplina y una actividad interior sistemática. El conocimiento de uno
mismo, como ya dijimos, es la condición previa para comprender a los demás. Es
también la condición previa para comprender, al menos hasta cierto punto, la vida
interior de seres situados en niveles inferiores: animales y plantas, incluso. San
Francisco podría comunicarse con los animales y lo mismo han conseguido otros
hombres y mujeres que han alcanzado un grado excepcional de dominio y conocimiento
de sí mismos.

Volviendo a nuestra terminología anterior diríamos que esa comunicación no es posible


para la computadora, pero sí y de modo exclusivo, para el programador. Sus
capacidades exceden ciertamente a las que estamos acostumbrados y no se limitan a
la estructura espacio temporal. Quienes estén verdaderamente interesados no en
conseguir poderes, sino en su propio progreso interior, deberán estudiar la vida y la
obra de gentes que se hayan puesto bajo el control de una "Mente Superior" y roto así
con su confinamiento normal en el espacio y el tiempo. No les faltarán ejemplos en
todas las épocas y lugares del mundo.

Viene a propósito considerar brevemente tres casos recientes en los que se han
manifestado, como quien dice, ante nuestros propios ojos, las posibilidades más
elevadas del ser humano. Quizá lo primero que haya que señalar es que existe una
conspiración "oficial" de silencio en torno a los tres, a pesar de que han dejado una
enorme cantidad de pruebas de todo tipo. El lector que acuda a buscar información
sobre dos de ellos a la más grande enciclopedia actual, la Británica, lo hará en vano el
tercero de ellos merece una breve referencia, aunque sumamente tendenciosa y que
deja al lector con la sensación de que se trata de un caso de histeria y, probablemente,
de un fraude deliberado que no merece tomarse en serio.

El primero es el Jakob Lorber, nacido en Styria, provincia de Austria, en 1800. Su padre


era propietario de dos pequeños viñedos que producían a la familia una exigua renta,
pero también era músico y podía tocar prácticamente todos los instrumentos con lo que
se ganaba un dinero extra como director de orquesta. Su hijo mayor, Jakob (tenía otros
dos más jóvenes) aprendió a tocar el órgano, el piano, y el violín y mostraba un talento
musical excepcional, pero tuvo que esperar a los cuarenta años a que le ofrecieran un
puesto que le prometiera libertad para perfeccionar sus dotes. Cuando estaba a punto
de abandonar Graz a fin de tomar posesión de su nuevo trabajo en Trieste, escuchó
dentro de sí una voz perfectamente clara que le mandaba "levantarse, coger una pluma
y escribir".

Sucedió esto el 15 de marzo de 1840 y Jakob Lorber permanecería en Graz escribiendo


lo que le dictaba su voz interior hasta su muerte, ocurrida a los sesenta y cuatro años,
el 24 de agosto de 1864. Durante esos veinticuatro años, produjo el equivalente a
veinticinco volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno: una monumental "nueva
relación". Los manuscritos originales se conservan todavía y muestran una escritura
absolutamente uniforme y sin apenas correcciones. Muchas figuras prominentes de su
época fueron amigos íntimos de Lorber, algunos de ellos le ayudaron con comida y
dinero a lo largo de sus veinticuatro años de actividad literaria, que apenas le dejaba
tiempo para ganarse la vida. Unos pocos han escrito sus impresiones sobre este
hombre humilde y sin pretensiones, que vivió en la pobreza y a menudo sobrellevó con
gran esfuerzo su tarea de escritor.

La obra central de Lorber es el Nuevo Evangelio según San Juan, compuesto de diez
grandes tomos. No vamos a tratar aquí de describir ni de caracterizar de ninguna
manera esta obra. Digamos que aparece escrita en primera persona del singular -"Yo,
Jesucristo, hablo"- y que contiene muchas cosas extrañas que resultan inaceptables
para la mentalidad moderna. Sin embargo, al mismo tiempo, manifiesta una sabiduría y
una perspicacia tan grandes que sería difícil encontrar algo más impresionante en la
literatura mundial. Los libros de Lorber están, además llenos de afirmaciones que
contradicen por completo los conocimientos de su época y anticipan buena parte de la
física y astronomía modernas. Nadie ha puesto la menor duda al hecho de que los
manuscritos de Lorber aparecieran entre 1840 y 1864 y que fueran redactados
únicamente por él.

Sin embargo, no existe una explicación racional para la variedad, profundidad y


precisión de su contenido. El propio autor aseguraba siempre -y consiguió convencer de
ello a sus amigos- que nada de lo que escribía procedía de su propia mente y que a
nadie sorprendía más que a él el contenido de sus obras. Existen ciertas similitudes
entre Lorber y Emanuel Swedenborg (1688-1772), que fue su antecesor en unos cien
años cómo se explica que este último tenga un lugar en todos los modernos libros de
referencia y Lorber en ninguno? El artículo sobre Swedenborg de la Encyclopaedia
Britannica (XV edición) comenta así sus repercusiones: La influencia de Swedenborg no
se limita desde luego a sus inmediatos discípulos.

Sus visiones e ideas religiosas han sido una fuente de inspiración para una serie de
destacados escritores como Balzac, Baudelaire, Ralph Waldo Emerson, Yeats y
Strindberg. Sus obras teológicas se han traducido a numerosas lenguas y existe una
constante afluencia de nuevas ediciones. El caso de Edgar Cayce (1877-1945) es, tal
vez, aún más sorprendente. Radicado en Estados Unidos, dejó más de 14.000 discos
estenográficos con las declaraciones que había hecho durante una especie de sueños
en los que contestaba preguntas muy concretas a más de 6.000 personas; todo esto
durante unos cuarenta y tres años. Estas declaraciones -que solía llamar "lecturas"-
constituyen uno de los documentos más extensos e impresionantes de percepción
síquica surgidos nunca de la mente de un solo individuo.

Junto con sus discos, cartas e informes correspondientes han sido clasificados bajo
miles de epígrafes temáticos y puestos a disposición de psicólogos, estudiantes
escritores e investigadores que todavía vienen, en número creciente, a examinarlos. Sin
embargo, para los órganos "oficiales" del mundo moderno, Edgar Cayce, simplemente
no existe. La Encyclopaedia Britannica no le menciona. Para estudiantes de medicina,
psicología, filosofía o de cualquier otra disciplina, las oportunidades de oír hablar de él
son prácticamente nulas. Cuando estaba en esa especie de trance, era capaz de dar
diagnósticos, generalmente acertados, sobre enfermedades de personas que le eran
completamente extrañas y que vivían a cientos e incluso miles de kilómetros.

Aún más cerca que Edgar Cayce se halla Therese Neumann, también conocida como
Therese de Konnersreuth, que vivió en Alemania entre 1898 y 1962. Si no aceptamos la
veracidad de las pruebas documentales y las declaraciones de testigos presenciales
sobre Therese, no podemos aceptar la de ninguna, ni se puede creer a nadie, ni el
conocimiento humano es posible. Mucho podría decirse de la vida interior de Therese y
de sus extraordinarias manifestaciones, pero quizás el hecho más notable sea éste: era
una mujer de campo robusta, alegre y de un enorme sentido común que vivió durante
treinta y cinco años sin ingerir ningún alimento líquido ni sólido, pero que recibía
diariamente la eucaristía. No se trata, de una leyenda procedente de un lugar o una
época remotas, sucedió ante nuestros ojos, fue observado por un sinnúmero de
personas y fue estudiado continuamente durante treinta y cinco años en Konnersreuth
en la llamada zona americana de Alemania Occidental.

Estos tres ejemplos ilustran una verdad paradójica: estos "poderes superiores" no se
adquieren mediante un ataque o conquista emprendidos por la personalidad humana,
sólo cuando la lucha por el "poder" ha cesado por completo y se ha sustituido por un
cierto deseo trascendente -llamado a menudo "Dios"- podrán tal vez adquirirse.

Tercer campo: El Yo externo.

El estudio sistemático de mi mundo interior (primer campo) debe equilibrarse y


complementarse con un estudio igualmente sistemático de mí mismo como fenómeno
objetivo. El conocimiento de uno mismo, para ser saludable y completo debe constar de
dos partes: el conocer mi propio mundo interior (primer campo) y el conocerme tal como
me ven los demás (tercer campo). Sin este último, los primeros pueden conducir a las
ilusiones más burdas y destructivas. Al primer campo podemos acceder directamente,
pero al tercero no; en consecuencia, nuestras intenciones tienden a ser mucho más
reales que nuestras acciones y esto puede dar lugar a numerosos mal entendidos con
los demás, para quienes nuestras acciones suelen ser más reales que nuestras
intenciones.
Para este campo se requiere una observación totalmente objetiva, sin ninguna
asociación motivada por el deseo. ¿Qué es lo que realmente observo? o mejor, ¿qué es
lo que vería si pudiese verme como soy visto? se trata de una tarea muy difícil. Si no la
realizamos, resultan imposibles las relaciones armoniosas con los demás; el mandato
"no actúes con los demás como no quieres que actúen contigo" no tiene el menor
sentido si no soy consciente de mi verdadera impresión en los demás. Supongamos
entonces que tienes que vivir con una persona que eres tú. Cuando te pones en la
situación de otra persona, te estás poniendo también en su punto de vista en el modo
como te ve, te oye y te experimenta en tu comportamiento cotidiano.

Te estas viendo a través de sus ojos. ¿Cómo podemos entonces realizar esta tarea, tan
esencial para la armonía de nuestra vida con los demás? Esto exige un grado muy
elevado de autenticidad y libertad interiores. No puede aprenderse en un día y, sin un
esfuerzo prolongado. En este campo no es posible hacer nada sin autoconciencia. Para
ponerme en la situación de otra persona debo alejarme de la mía. La mera conciencia
no lo conseguirá; lo que hace es confirmarme en mi propia situación. Lo único que
puede hacer la computadora es producir su propio programa, que está preestablecido.

Sólo el programador de computadoras puede efectuar el verdadero cambio que supone


"ponerse en la situación de otra persona"; dicho de otro modo, la cualidad o facultad
que se exige no es solamente la conciencia -el factor y, que permite a los seres
convertirse en animales - sino la autoconciencia el factor z, que permite a los animales
convertirse en seres humanos. Como dice el doctor Nicoll: "El verse exteriormente es
una actividad muy buena. No se trata de que tú estés en lo cierto o sea la otra persona.
Sirve para incrementar la conciencia", al nivel de autoconciencia, añadiríamos.

Lo esencial en el tercer campo es la observación sin crítica encaminada a obtener


imágenes desapasionadas y objetivas de lo que realmente ocurre, no un cuadro
retocado por nuestra opinión momentánea sobre lo que es bueno y malo. Uno de los
métodos para estudiar el tercer campo es "sacar fotografías", tomar instantáneas
auténticas de uno mismo como las que a veces hacemos cuando no somos conscientes
de estar observándonos. Nos dice el doctor Nicoll: "Si has conseguido hacerte un buen
álbum de fotografías de ti mismo mediante la auto-observación, no tendrás que dar
muchas vueltas para encontrar en ti lo que tanto te molesta en los demás y podrás
ponerte en su situación para darte cuenta de que también les pasa eso que has notado
en ti, de que tienen dificultades en su interior, igual que tú... Cuanta menos vanidad...
tengas, cuanto más exteriormente te veas, menos importante te consideraras."

Se le dice al cristiano que ame al prójimo como a sí mismo, pero esto ¿qué significa?
Cuando una persona se ama a sí misma no existe nada entre el que ama y el que es
amado. Pero cuando ama a su prójimo, su pequeño "yo" suele meterse en el medio por
lo tanto, amar al prójimo como a uno mismo significa amar sin ninguna intromisión del
propio ego; significa conseguir el altruismo perfecto, eliminad todo vestigio de egoísmo.
Del mismo modo que la compasión es el requisito previo para aprender en el segundo
campo de conocimiento, el altruismo es el pre-requisito del tercero.
Cuarto campo: El Mundo Externo.

Pasemos ahora a considerar el cuarto campo, la "apariencia del mundo que nos rodea
entendiendo por "apariencia" todo lo que se ofrece a nuestros sentidos. En el cuarto
campo la cuestión clave será siempre: "¿Qué es lo que realmente observo?". El cuarto
campo de conocimiento será el ideal para todo tipo de conductismo: lo único que cuenta
es el comportamiento observable. Todas las ciencias se afanan por estudiar este
campo, y muchos son los que creen que es el único en que se puede lograr un
conocimiento cierto.

Es cierto que con la materia inanimada podemos hacer los experimentos que
queramos; por mucho que nos entrometamos no es posible que terminemos con su
vida -no la tiene- ni que deformemos su experiencia interior - por que no la hay-. La
experimentación es un método válido y legítimo de estudio cuando no destruye el objeto
de la investigación. La materia inanimada no se destruye, sólo se transforma. Pero la
vida, la conciencia y la autoconciencia, son dañadas con facilidad.

No es sólo la complejidad de los niveles superiores de ser lo que actúa en contra


del método experimental sino algo mucho más importante: el hecho de que la
casualidad, que posee una relevancia suprema en el nivel de la materia inanimada,
queda en una situación subordinada en los niveles superiores, deja de tener
importancia y es empleada por facultades superiores para propósitos inéditos en el nivel
de la física y de la química cuando se soslaya este punto y se tratan de ajustar todas
las ciencias al molde de la física, se obtiene sin duda una especie de "progreso"; pero
se acumula un tipo de conocimiento que, a pesar de todo, se convertirá muy
probablemente en un obstáculo para comprender e incluso en una maldición de la que
es difícil librarse. Lo inferior ocupa el lugar de lo superior, como cuando el estudio de
una gran obra de arte se limita a tratar de los materiales que la componen.

La física -junto con la química y la astronomía- es considerada por muchos la más


madura y, también la más lograda de las ciencias se piensa que las ciencias de la vida
la ciencias sociales y las llamadas humanidades son menos maduras porque están
limitadas por incertidumbres infinitamente mayores. Si la palabra más indicada fuese
madurez, habría que decir que cuanto más maduro sea el objeto de estudio menos
madura será la conciencia que lo trata es evidente que hay más madurez en un ser
humano que en un trozo de mineral. El hecho de que hayamos adquirido un
conocimiento más seguro -en cierto sentido- sobre el mineral que sobre el hombre no
debe sorprendernos.

Se ha descubierto en este proceso que existe un extraño y maravillosos orden


matemático en los fenómenos físicos y esto ha hecho que algunos de los más sesudos
físicos modernos se aparten del crudo materialismo que dominaba su ciencia en el siglo
XIX y tomen conciencia de que existe una realidad trascendente. Algunos de los físico
modernos más avanzados convendrían incluso con René Guénon que "la naturaleza
entera no es sino un símbolo de realidades trascendentes si hoy en día algunos físicos
consideran a Dios un gran matemático, ello es un reflejo significativo del hecho de que
la "ciencia instructiva" trata sólo el aspecto muerto de la naturaleza.
Al fin y al cabo, las matemáticas están muy apartadas de la vida. Es cierto que en su
máxima expresión manifiestan una fría belleza y una elegancia cautivadora que pueden
incluso tomarse como un símbolo de verdad, pero también es cierto que no poseen
calor, que no poseen nada de ese desorden vital del crecimiento y la decadencia, la
esperanza y el desánimo, la alegría o el sufrimiento. Esto nunca debemos pasarlo por
alto ni olvidarlo: la física y las demás ciencias instructivas se limitan al aspecto muerto
de la realidad y esto tiene que ser así necesariamente si el objetivo y el propósito de la
ciencia es el producir resultados previsibles. La vida y, aún más, la conciencia y la
autoconciencia, no pueden recibir órdenes; tienen, podría decirse, voluntad propia, lo
cual sí es un signo de madurez.

Las ciencias descriptivas, por otra parte, se hacen científicas e ilegítimas cuando se
entregan a teorías globalizadoras que no pueden ser verificadas ni desmentidas
mediante experimentos. Tales teorías no son "ciencias" sino "fe", no importa su ropaje
"científico".

Resumen.

Los cuatro campos del conocimiento pueden distinguirse claramente; sin embargo, el
conocimiento en sí es una unidad. Nuestro propósito primordial al mostrar los cuatro
campos separadamente ha sido hacer que la unidad apareciera en su plenitud. Pueden
darse algunos ejemplos de lo que este análisis nos ayuda a comprender.

1. La unidad del conocimiento queda destruida cuando uno o varios campos de


conocimiento no se cultivan y también cuando se estudia uno de ellos con instrumentos
y métodos que sólo son apropiados para otro distinto.

2. Para que exista claridad es necesario relacionar los cuatro campos de conocimiento
con los cuatro niveles de ser. Ya hemos tratado someramente esta cuestión: por
ejemplo, quien limite sus estudios al cuarto campo de conocimiento -el de las
apariencias- muy poco podrá aprender sobre la naturaleza humana. De modo análogo,
poco o nada puede aprenderse del reino mineral, estudiando las propias experiencias
personales.

3. Las ciencias instructivas limitan su atención exclusivamente al cuarto campo -como


es su deber- puesto que en ese campo de apariencias se puede obtener una precisión
matemática; sin embargo las ciencias descriptivas traicionan su vocación cuando
remedan a aquellas y se limitan a observar las apariencias. Si no puede llegar al
significado y propósito, es decir, a las ideas deducibles sólo de la experiencia interior
(primer y segundo campos), resultan estériles e inútiles para la humanidad; aun cuando
puedan servir para producir "inventarios", lo que difícilmente se merece el noble nombre
de ciencia.

4. El autoconocimiento, reconocido universalmente como la facultad más valiosa, se


convierte en algo peor que inútil si se basa únicamente en el estudio del primer campo,
el de las propias experiencias interiores. Es preciso equilibrarlo con un estudio
igualmente intensivo del tercero, para así aprender a conocernos a nosotros mismos
como los demás nos conocen. Este punto se olvida con demasiada frecuencia porque
no se sabe distinguir entre el primer y tercer campo.

5. Finalmente, el conocimiento social, -las experiencias interiores de los demás seres-


el que se necesita para establecer relaciones armónicas entre la gente, no tenemos un
acceso directo. Una de las tareas más importantes del hombre, considerado como ser
social, es lograr un acceso indirecto. Este puede conseguirse únicamente mediante el
autoconocimiento, lo cual demuestra que constituye un grave error acusar a quien lo
busca de "volver la espalda a la sociedad" Más bien sería cierto lo contrario: el hombre
que no busca el autoconocimiento es, y no deja de ser, un peligro para la sociedad,
porque mal interpretará todo lo que los demás dicen o hacen y será alegremente
inconsciente de muchas de las cosas que él mismo hace.

Dos tipos de problemas.

Nos resta por ver que significa vivir en este mundo. Pues bien, vivir significa luchar,
enfrentarse y saber estar a la altura de toda clase de eventualidades, muchas de ellas
difíciles. Estas últimas plantean problemas y podrían decirse que vivir significa, por
encima de todo, afrontarlos. Los problemas que no se resuelven provocan una especie
de angustia existencial.

Preguntémonos sobre la naturaleza de los problemas. Sabemos que hay unos resueltos
y otros sin resolver. Los primeros, se puede decir que no plantean dificultades pero, por
lo que refiere a lo segundo ¿no hay quizá, problemas que no sólo no están resueltos
sino que son irresolubles?

En primer lugar, veamos los resueltos. Por ejemplo, tomemos un problema de diseño:
cómo inventar un medio de transporte con dos ruedas impulsando por una persona. Se
ofrecen varias soluciones que convergen poco a poco de manera creciente hasta que,
al final, surge un diseñó que no es ni más ni menos que la "respuesta": una bicicleta,
solución que resulta ser pasmosamente estable a lo largo del tiempo, y ¿por qué es tan
estable? simplemente porque cumple con las leyes del universo: las del nivel de la
naturaleza inanimada.

A este tipo de problema lo llamaremos problema convergente. Cuanta más inteligencia


ponemos en su estudio, más convergencias respuestas. Podemos clasificar este tipo de
problemas en dos grupos: "problemas convergentes resueltos" y "problemas
convergentes todavía no resueltos". El adverbio todavía es importante porque, en
principio, no hay razón para que no se resuelvan algún día. Todo requiere cierto tiempo
y, simplemente, no ha habido bastante para resolverlos. Lo que se necesita es más
tiempo, más dinero para investigación y desarrollo y, tal vez, más talento.

Sin embargo, también ocurre que cuando una serie de personas sumamente
competentes se ponen a estudiar un problema, encuentran soluciones que se
contradicen entre sí. No convergen, por el contrario, cuanto más se clarifican y
desarrollan lógicamente, más divergen hasta que hay un grupo que parece
exactamente contrario al otro. Por ejemplo, la vida nos presenta un problema muy
grande, no el problema técnico de crear un transporte con dos ruedas, sino el problema
humano de como educar a nuestros hijos. No podemos eludirlo; hay que afrontarlo y
pedir a una serie de estudiosos que nos aconsejen. Unos, basándose en una intuición
muy clara, nos dicen lo siguiente: la educación es el proceso mediante el cual la cultura
se transmite a la generación siguiente. Quienes poseen -o se supone que poseen-
conocimientos y experiencia, enseñan; quienes por el momento carecen de ambas
cosas, aprenden. Esto es un hecho bastante claro e implica una situación de autoridad
y disciplina.

Nada podría ser más sencillo, cierto y lógico. Cuando se trata de transmitir el
conocimiento existente de los que saben a los que aprenden, debe existir disciplina
entre los últimos para recibir lo que se les ofrece. Dicho de otro modo, La educación
exige el establecimiento de una autoridad por parte del profesor y la existencia de
disciplina y obediencia por parte de los alumnos.

Ahora bien, otro grupo de estudiosos, tras analizar el problema con la máxima atención,
dice lo siguiente: "La educación no es ni más ni menos que la provisión de un medio. El
educador es como un buen jardinero a quien le corresponde facilitar un suelo bueno,
sano y fértil en el que una planta joven puede echar raíces y absorber luego los
nutrimentos que necesita. La joven planta se desarrollará según sus propios medios
mucho más sutiles de lo que cualquier ser humano pueda alcanzar a ver y lo hará mejor
cuanto más libertad posea para elegir exactamente los nutrimentos que necesita". En
otras palabras la educación, según este segundo grupo, no exigiría el establecimiento
de disciplina y obediencia, sino de libertad: la mayor libertad posible. Si nuestro primer
grupo de estudiosos esta en lo cierto, la disciplina y la obediencia serán "buenas"; y,
puede afirmarse con perfecta lógica que, si algo es bueno", en mayor cantidad será aún
mejor. Conforme a esta lógica, se llega a la conclusión de que la disciplina y la
obediencia perfecta serían algo perfecto... pero la escuela se convertiría en una cárcel.

Por otra parte, el segundo grupo de consejeros afirma que, en la educación, la libertad
es "buena". Si esto es así, una mayor libertad será algo aún mejor y la libertad total
produciría una educación también perfecta. La escuela se convertiría entonces en una
selva, en una especie de casa de locos.

Libertad contra disciplina/obediencia: he aquí un perfecto par de contrarios. No hay


compromiso posible. En cualquier situación real hay que elegir entre una u otra. O bien,
"haz lo que quieras", o bien "haz lo que te digo". La lógica no nos sirve, porque sostiene
que si una cosa es verdad, lo contrario no puede serlo. Afirma también que si algo es
bueno, en mayor cantidad será mejor. No obstante, en este problema, muy típico y muy
elemental, y que nosotros llamamos problema divergente, la lógica ordinaria y "lineal"
no nos sirve; nos demuestra que la vida es mayor que la lógica. En síntesis, esta
cuestión del método más apropiado para educarnos plantea un problema divergente por
excelencia. Las respuestas divergen: cuanto más lógicas y consistentes son, mayor es
la divergencia. Es la "libertad" en contra de la "disciplina/obediencia".
No hay solución... y, sin embargo, hay educadores que son mejores que otros. ¿Cómo
lo consiguen? Una manera de averiguarlo es preguntárselo. Si les contaremos nuestras
dificultades filosóficas mostrarían quizá señales de irritación ante este enfoque
intelectual. "Mire usted," nos dirían, "todo eso me parece demasiado complicado. La
cuestión es que hay que querer a esos diablillos". Amos, empatía, participación mística,
comprensión, compasión: son facultades de un orden superior a las que se requieren
para aplicar cualquier política de libertad o disciplina. El movilizar estas facultades o
fuerzas superiores, y el tenerlas siempre dispuestas, no sólo con impulsos esporádicos
sino de un modo permanente, todo ello exige un elevado nivel de autoconciencia y es lo
que hace a un gran educador.

En los problemas convergentes, una vez que se ha hallado la respuesta el problema


deja de ser interesante: un problema resuelto es un problema muerto. Los problemas
convergentes se relacionan como el aspecto inerte del universo, donde se puede
manipular sin obstáculos ni traba alguna, donde el hombre puede hacerse "el amo y
señor" porque esas fuerzas misteriosas y superiores que hemos llamado vida,
conciencia y autoconciencia no se hallan presente para complicar las cosas. Siempre
que estas fuerzas superiores intervienen de un modo significativo, el problema deje de
ser convergente.

Por tanto, podemos decir que la convergencia puede esperarse en cualquier problema
en que no intervengan vida conciencia ni autoconciencia, es decir en los campos de la
física, la química, la astronomía, en disciplinas abstractas como la geometría y las
matemáticas o en juegos como el ajedrez.

Resolver un problema es matarlo. No hay nada de malo en matar un problema


convergente, porque se relaciona con lo que queda después de haber eliminado la vida,
la conciencia y la autoconciencia. Pero ¿pueden -o deben- matarse los problemas
divergentes? Los problemas divergentes no pueden matarse; no pueden resolverse en
el sentido de establecer la "fórmula correcta". Sin embargo pueden superarse. Un par
de contrarios -como libertad y orden- lo son en el nivel de la vida ordinaria, pero dejan
de serlo en el nivel superior, en el nivel verdaderamente humano en el que la
autoconciencia desempeña su papel correcto. Es entonces cuando fuerzas superiores
como el amor y la compasión, la comprensión y la empatía, se hacen disponibles, no
sólo como impulsos ocasionales, sino como un recurso regular y seguro. Los contrarios
dejan de serlo.

Estas cuestiones no dejan de ser lógicas sino existenciales. El que los contrarios son
superados cuando la fuerza superior es como el amor y la compasión intervienen no es
algo que pueda discutirse en términos lógicos: tiene que experimentarse la experiencia
real de cada uno.

En la vida de las sociedades hay una necesidad de justicia y también una necesidad de
piedad, he aquí una clara identificación de un problema divergente. La justicia es la
negación de la piedad, y ésta la negación de la justicia. Sólo una fuerza superior -la
sabiduría- puede reconciliar estos contrarios. El problema no puede resolverse, pero la
sabiduría puede superarlo. De modo análogo, las sociedades necesitan estabilidad y
cambio, tradición e innovación, interés público y privado, planificación y laissez faire,
orden y libertad, crecimiento y decadencia; en todas partes, la salud de la sociedad
depende de la búsqueda simultánea de actividades y objetivos que se oponen
mutuamente.

Así pues, la vida del hombre puede verse como una secesión de problemas divergentes
que inevitablemente se plantean y han de resolverse de alguna manera. Son
refractarios a la mera lógica y la razón discursiva y constituyen, digamos, un aparato
que tensa y ensancha al hombre entero, que desarrolla las facultades supra-lógicas del
ser humano. Todas las culturas tradicionales han considerado que la vida es una
escuela y han reconocido de una u otra manera lo esencial que es esta fuerza de
aprendizaje. Todas las grandes obras de la literatura tratan de problemas divergentes.
La sabiduría tradicional, de la cual Dante y Shakespeare son destacados
representantes, transciende la lógica ordinaria y calculadora.

El "mundo interior", visto como campo de conocimiento (primero y segundo), es el


mundo de la libertad; el mundo exterior (tercer y cuarto campos), el de la necesidad.
Todos nuestros problemas vitales serios están suspendidos entre estos dos polos de
libertad y necesidad. Son problemas divergentes: no se pueden resolver. Nuestra
ansiedad para resolver los problemas surge de nuestra total falta de autoconocimiento,
lo que ha creado una especie de angustia existencial de la que Kierkegaard es uno de
los primeros y más impresionantes exponentes.

La ansiedad para resolver los problemas ha conducido a una concentración


prácticamente total del esfuerzo intelectual en el estudio de problemas convergentes, y
se siente un gran orgullo por esta limitación voluntaria de nuestro intelecto ilimitado y su
confinamiento al "arte de lo soluble". "los buenos científicos", dice Peter b. Medawar,
"estudian los problemas más importantes que creen poder resolver. Después de todo,
es su profesión resolver problemas, y no simplemente intentar resolverlos". Esto es
bastante cierto y al mismo tiempo demuestra con claridad que los "buenos científicos"
en este sentido sólo pueden enfrentarse con el aspecto muerto del universo.

Los verdaderos problemas de la vida sólo se puede intentar resolverlos. Repitiendo una
cita de Santo Tomás de Aquino: "Es más deseable el mínimo conocimiento que pueda
obtenerse de las cosas más elevadas que el conocimiento más cierto de las de menos
categoría", y el "tratar de resolver" problemas con la ayuda del mínimo conocimiento
constituye el verdadero objetivo de la vida, mientras que el resolver problemas que,
para ser solubles deben ser convergentes con la ayuda del "conocimiento más cierto
que pueda obtenerse de las de menos categoría" es simplemente una de las
numerosas y perfectamente honorables actividades humanas concebidas para ahorrar
trabajo.

Mientras que la mente lógica aborrece los problemas divergentes y trata de escapar de
ellos, las facultades superiores del hombre aceptan los desafíos de la vida tal como se
presentan, sin quejas, sabiendo que cuando las cosas son más contradictorias,
absurdas, difíciles y frustrantes, entonces -precisamente entonces- es cuando la vida
cobre verdadero sentido: como mecanismo que nos provoca y casi nos obliga a
desarrollarnos hacia niveles de ser superiores. Se trata de significación". Nuestra mente
ordinaria trata siempre de convencernos de que no somos nada más que bellotas y que
nuestra mayor felicidad consiste en convertirnos en bellotas mayores, más gordas y
brillantes; pero esto sólo interesa a los cerdos. Nuestra fe nos hace conocer algo mucho
mejor: podemos convertirnos en encinas.

********************

¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué es bueno y qué es malo? Todo depende de nuestra fe.
Tomando nuestra orientación de las grandes verdades que hemos comentado en este
libro y estudiando las interconexiones existentes entre estos cuatro hitos de nuestro
"mapa", no nos resulta difícil discernir lo que constituye el verdadero progreso de un ser
humano:

- Su tarea primordial consiste en aprender de la sociedad y de la "tradición" y encontrar


su felicidad temporal en recibir instrucciones desde fuera.

- Su segundo cometido es interiorizar el conocimiento que ha adquirido, filtrarlo,


seleccionarlo, guardar lo bueno y desechar lo malo; este proceso puede llamarse la
"individualización", al estar dirigido por uno mismo.

- Su tercera tarea no podrá emprenderla hasta que haya cumplido las dos primeras y
para ella necesita la mejor ayuda que pueda encontrar: se trata de morir para uno
mismo, para nuestros gustos y aversiones, para todas nuestras preocupaciones
egocéntricas. En la medida en que lo logre, dejará de estar dirigido desde fuera y dejará
también de estar dirigido hacia sí mismo. Ha ganado libertad, o dicho de otro modo,
está dirigido hacia Dios. Si es cristiano será precisamente eso lo que esperará poder
decir.

Siendo esta la triple tarea con que se enfrenta todo ser humano, podemos decir que
"bueno" es lo que me ayuda a mí y a los demás a lo largo de este viaje de liberación. Se
me pide que "ame al prójimo como a mí mismo", pero no puedo amarle en absoluto
(excepto física o sentimentalmente) a menos que me haya amado a mí mismo lo
suficiente como para embarcarme en el viaje de desarrollo que se ha descrito. ¿Cómo
podría amarle y ayudarle si tengo que reconocer, como San Pablo, que "mi proceder no
lo comprendo: pues no obro lo que quiero sino hago lo que aborrezco"? Para ser capaz
de amar y ayudar al prójimo como a mí mismo, se me pide "amar a Dios ", es decir,
mantener la mente activa y pacientemente en tensión hacia lo más elevado, hacia los
niveles de ser que están por encima del mío: sólo ahí está "el bien" para mí.

Es posible vivir sin iglesias, pero no es posible vivir sin religión es decir, sin una
actividad sistemática para mantenerse en contacto y desarrollarse hacia niveles
superiores a los de la vida ordinaria, con todos sus placeres y dolores sensaciones y
gratificaciones, refinamientos y crudezas o cualquier otra cosa que sea. El arte de vivir
consiste siempre en sacar algo bueno de algo malo. Sólo si sabemos que hemos
descendido realmente a las regiones infernales donde no nos espera nada más que "la
muerte de la sociedad y... la extinción de todas las relaciones civilizadas" podremos
reunir el coraje y la imaginación necesarias para "dar la vuelta", para una metanoia.
Esto conduce entonces a ver el mundo bajo una nueva luz, como un lugar donde las
cosas de las que el hombre habla continuamente y nunca llega a realizar pueden
hacerse efectivas.

Somos lo bastante competentes como para producir lo que falta a fin de cubrir las
necesidades de la gente y que nadie tenga que vivir en la miseria. La crisis económica
es un problema convergente que está ya resuelto: sabemos cómo producir lo suficiente
y no necesitamos de ninguna tecnología violenta, inhumana y agresiva para hacerlo. No
existe problema económico y, en cierto sentido, nunca lo ha habido. Existe un problema
moral, y los problemas morales no son convergentes ni susceptibles de ser resueltos
para que las generaciones futuras puedan vivir sin esfuerzo; son divergentes, y deben
ser comprendidos para poder ser superados. Más vale dejar a un lado estas
perplejidades y que nos pongamos a trabajar.

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