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Unidad 9
Unidad 9
BOLILLA 9
TEMA 1: RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL
El origen de responsabilidad internacional lo constituye el acto ilícito internacional. Utilizamos precisamente
la palabra acto porque nos parece que expresa adecuadamente la idea de conducta (consista ésta en un
comportamiento activo o pasivo) en que reside todo evento atribuible a un sujeto de Derecho. El adjetivo
«ilícito» evoca, por su parte, la idea de contravención del Derecho, contravención que, no obstante, puede
revestir distintos grados de gravedad se admite como principio básico en esta materia el de que «Todo hecho
internacionalmente ilícito de un Estado da lugar a la responsabilidad internacional de éste».
CONCEPTO
Es posible definir el acto ilícito internacional como un acto atribuible a un sujeto jurídico-
internacional que, constituyendo una violación o infracción del D.I., lesiona derechos de otro sujeto u
otros sujetos de dicho ordenamiento, o incluso derechos o intereses de los que sería titular la propia
colectividad internacional, dando lugar, entre otras consecuencias posibles, a la responsabilidad del
sujeto autor del acto.
Son dos, pues, los planos en que se expresaría la ilicitud:
- uno el relativo al Derecho objetivo (una regla jurídico - internacional, cualquiera que ésta sea) que
resulta violado;
- otro, el relativo al derecho subjetivo que es lesionado como consecuencia del incumplimiento de la
obligación (de hacer o de no hacer) impuesta al sujeto por la regla en cuestión.
En lo que respecta a la índole de la relación nueva que se deriva de la comisión de un acto ilícito
internacional, unos autores (inscritos en una línea clásica) estiman que se trata de una relación bilateral
entre el Estado autor del acto y el Estado lesionado, con la reparación como única consecuencia posible;
otros, ven en la sanción que el Estado lesionado está autorizado a aplicar al Estado culpable, la consecuencia
propia del acto ilícito; y otros, (autores soviéticos, etc.), sostienen la posibilidad de existencia, no de una
relación única, sino de dos tipos de relaciones, basadas respectivamente en el derecho a exigir una
reparación y en la facultad de infligir una sanción (acumulables o no según los casos), sin que este último
ingrediente punitivo o coercitivo dé lugar, en D.l, a una distinción entre delito civil y delito penal como la
que se hace en Derecho interno. En lo que respecta a los sujetos, activos o pasivos, del acto ilícito
internacional, ya hemos apreciado la tendencia a ampliar su esfera (Estados, organizaciones internacionales y
otros entes), así como a dejar de concebir la relación de responsabilidad como estrictamente bilateral
(llegando incluso a perfilarse una responsabilidad internacional erga omnes). En lo que respecta a la pauta
para poder reputar de internacionalmente ilícito un acto de un sujeto internacional, ésta será el D.I. y sólo el
D.L, según se expresa en el art. 4 del proyecto de la C.D.I. en relación con los actos estatales: «El hecho de
un Estado sólo podrá calificarse de internacionalmente ilícito según el Derecho internacional. En tal
calificación no influirá el que el mismo hecho esté calificado de ilícito según el Derecho interno.»
Este principio debe vincularse al hecho de la primacía del D.I. sobre el Derecho interno y, más en concreto, a
la regla según la cual un Estado no puede invocar las disposiciones de su Derecho interna como justificación
del incumplimiento de una obligación internacional a su cargo.
B) Elemento objetivo
Según el proyecto de la C.D.I., el componente objetivo del acto ilícito internacional consiste en el hecho de
que el comportamiento atribuible al Estado constituya una violación de una obligación internacional a su
cargo.
a) La violación de la obligación
Obligación-norma-derecho subjetivo. Al apreciar la ilicitud de un acto desde el punto de vista del D.I., la
jurisprudencia internacional suele hablar de ≪violación de una obligación contraída≫ por el Estado. En el
seno de la C.D.I. ha prevalecido la expresión ≪violación de una obligación internacional» [art. 4.b) del
proyecto sobre responsabilidad de los Estados]; pudiendo entenderse esta como ≪exigibilidad de una
conducta de acción u omisión impuesta por la norma de Derecho ≫.
Carácter internacional de la obligación. El hecho de que la obligación cuya violación constituye el acto
ilícito internacional es una obligación internacional, o sea, impuesta por una norma de D.I., impide calificar
de internacionalmente ilícito a un acto que suponga una contravención de obligaciones contenidas en
contratos (de concesión, etc.) celebrados entre Estados y personas extranjeras o incluso entre dos Estados y
regidos por el Derecho interno de un Estado o excepcionalmente por un sedicente Derecho
≪transnacional≫
Origen de la obligación. Al efecto de calificar de ilícito un determinado acto, es indiferente cual sea el
origen o fuente de la obligación violada: tan ilícito es un acto contrario a una obligación de origen
consuetudinario como uno que contradiga un compromiso basado en un tratado o en una fuente de otro tipo.
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Vigencia de la obligación. Para poder calificar de ilícito un acto desde el punto de vista del D.I., es preciso
que la obligación que dicho acto contraria este en vigor al tiempo de la realización de este respecto del sujeto
responsable.
Contenido de la obligación. El distinto contenido u objeto de la misma es irrelevante al efecto de calificar
de internacionalmente ilícito un determinado acto.
b) El daño
La C.D.I. ha estimado que ≪el “daño” inherente a todo hecho internacionalmente ilícito es el que al mismo
tiempo es inherente a toda violación de una obligación internacional ≫, considerando, así, comprendido el
factor del daño (que al menos en su forma de daño moral existe siempre que se viola una tal obligación y se
lesiona por ende un derecho subjetivo ajeno) en el elemento objetivo del acto internacionalmente ilícito.
2. EL FACTOR TEMPORAL
A) Condición de estar en vigor la obligación. La regla básica es que la obligación esté vigente para el
Estado en el tiempo en que éste realiza el acto.
B) Momento y duración de la violación de la obligación. En cuanto a los actos ≪instantáneos≫ o
ejecutados uno ictu, no suelen presentarse dificultades: la violación de la obligación se produce en el
momento en que el acto se realiza, sin que su perpetración se extienda más allá de dicho momento, aun si los
efectos del acto se prolongaran en el tiempo. La averiguación del momento y la duración de la violación
puede ser esencial para determinar la existencia de una jurisdicción internacional obligatoria, habida cuenta
del límite temporal acordado a veces por los Estados en relación con la sumisión a un determinado tribunal
de las controversias que puedan surgir entre ellos. El art. 25 del proyecto de la C.D.I. establece en relación
con los actos estatales que se prolongan en el tiempo las siguientes reglas:
l) en los actos continuos, la violación de la obligación se produce en el momento en que el acto
comienza, pero el tiempo de perpetración de la violación se extiende a lo largo del periodo durante el
cual el acto continua y sigue contrariando la obligación;
2) en los actos compuestos, la violación se produce en el momento de realizarse aquella de la serie de
acciones u omisiones que establece la existencia del acto, si bien el tiempo de perpetración se extiende a
lo largo del periodo a partir de la primera de las acciones u omisiones cuyo conjunto constituye el acto
compuesto contrario a la obligación y en tanto que las mismas se repitan;
3) en los actos complejos, la violación se produce en el momento de la realización del último elemento
constitutivo del acto, extendiéndose, no obstante, la perpetración a lo largo del periodo que va desde el
comportamiento que ha dado origen a la violación hasta el que la ha consumado.
Teoría del riesgo. Una importante tendencia contemporánea, en relación con la responsabilidad, ha sido la
aceptación por el derecho interno del principio de responsabilidad por el “riesgo creado". Esto significa que
quien por su propio placer o utilidad introduce algo peligroso a la sociedad, es responsable de cualquier
accidente que de ello se derive, aun cuando no se le pueda imputar culpa o negligencia alguna. En el derecho
internacional, la teoría del riesgo se aplica de manera similar, no como un principio general de
responsabilidad, sino en aquellos casos que han sido previa y claramente definidos por las convenciones
internacionales. El primer ejemplo lo tenemos en la Convención de Roma de 1952 con respecto a los daños
causados por aeronaves extranjeras a personas en tierra. A la vez, también ha habido un reconocimiento de la
responsabilidad absoluta, o de la responsabilidad por riesgo, en relación con danos resultantes de usos
pacíficos de la energía nuclear. Otra aplicación del principio de la responsabilidad absoluta en el derecho
internacional es la referente a daños y perjuicios causados por el lanzamiento de objetos al espacio exterior y
su caída a la tierra. Un rasgo común a todas estas aplicaciones de la doctrina de la responsabilidad absoluta
es que las actividades que causan, o que es probable que causen el daño, son peligrosas pero no ilícitas.
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en la maquinaria del Estado. Cuando la ley causa daño directo a un Estado, su mera aprobación puede servir
de base para una queja, aun ante un órgano judicial.
ORGANOS EJECUTIVO Y ADMINISTRATIVO. Un Estado incurre en responsabilidad por cualquier,
acto contrario al derecho internacional cometido por cualquiera de sus agentes ejecutivos o administrativos, o
por los funcionarios del Estado; en particular, por el jefe del gobierno, un ministro, un funcionario
diplomático o consular, o cualquier otro funcionario. Algunos autores han formulado una distinción entre los
actos de las altas autoridades del Estado y los de los funcionarios y empleados subordinados. Mientras que
en el primer caso, la responsabilidad del Estado era producida inmediatamente por la comisión del acto
ilícito, en el segundo, la responsabilidad del Estado no resultaba comprometida del mismo modo, pues sería
necesario un acto u omisión posterior del Estado.
Actos no autorizados y ultra vires de los funcionarios. Muchos autores clásicos sostuvieron que no era
posible imputar al Estado un acto cometido por un funcionario cuando se excede de la competencia que le
atribuye el derecho interno o va en contra de las instrucciones que ha recibido. Este criterio se basó en la
consideración teórica de que cuando un órgano va más allá del límite de sus funciones, sus actos no pueden
atribuirse al Estado. De acuerdo con esa lógica, toda responsabilidad del Estado seria ilusoria, puesto que a
un funcionario del Estado casi nunca se le dan instrucciones o se lo autoriza a cometer actos ilícitos.
Prevaleció la necesidad de la seguridad de las relaciones internacionales, y la práctica de los Estados ha
establecido, de modo concluyente, la responsabilidad internacional por los actos ilícitos de sus órganos,
aunque tales actos se efectúen fuera de los límites de su competencia y sean contrarios al derecho interno.
ACTOS DEL PODER JUDICIAL. Los principios de la separación y de la independencia del poder judicial
en el derecho interno, y del respeto por la firmeza en las sentencias judiciales, ejercen una influencia
importante en la forma como el principio general de la responsabilidad del Estado se aplica a los actos u
omisiones de los órganos judiciales o cuasi judiciales. La crítica de la doctrina a los argumentos presentados
en estas decisiones prepararon el camino para el reconocimiento de la responsabilidad del Estado por los
actos de sus órganos judiciales contrarios al derecho internacional, pues “aunque independiente del gobierno,
el poder judicial no es independiente del Estado, y es tanto una parte de este último para los efectos
internacionales, como lo es el ejecutivo”. Varios representantes señalaron que la independencia del poder
judicial es un principio fundamental de derecho constitucional, pero sin trascendencia en el derecho
internacional y, desde este punto de vista, los actos del poder judicial de un Estado entrañan la
responsabilidad del Estado cuando son contrarios a las obligaciones internacionales de él.
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Responsabilidad del estado por actos de los particulares. Los individuos, dentro del territorio de un
Estado, pueden efectuar actos que afectan adversamente los derechos de otros Estados, tales como: delitos
contra los soberanos o embajadores extranjeros; ofensas a la bandera de un Estado extranjero; organización
de turbas armadas en apoyo de una insurrección; propaganda injuriosa dirigida contra un Estado extranjero o
contra su jefe; y daños contra la persona o los bienes de los extranjeros. La respuesta inicial y casi primitiva a
tales actos se basa en la noción de la solidaridad de grupo: la colectividad es responsable de los delitos
cometidos por cualquiera de sus miembros contra otro grupo o contra los individuos que lo componen. Así,
en la Edad Media, el grupo al cual pertenecía el delincuente individual era considerado colectivamente
responsable por tales actos. Con el influjo de la concepción romanística de que nadie es responsable por los
actos de otros, a menos de que haya culpa de su parte, Grodo llego a la conclusión de que un Estado sólo
puede ser responsable al incurrir en complicidad con el delito del individuo, a través de la patientia o del
receptus. El Estado que tiene conciencia de que un individuo tiene la intención de cometer un delito contra
otro Estado, o contra uno de sus nacionales, y no lo impide (patientia), o el que da protección al delincuente
por su negación de extraditarlo o castigarlo (receptas), se convierte en cómplice de su crimen, establece un
nexo de solidaridad, una aprobación tácita del acto: la responsabilidad del Estado nace de tal relación. En la
actualidad, es evidente que la teoría de la complicidad implícita del Estado no ofrece una explicación
adecuada. La complicidad entre el ofensor y el Estado obviamente no existe en el caso más corriente de dejar
de impedir o castigar el acto, sino sólo en el caso excepcional de que las autoridades realmente conozcan
previamente el acto que se va a intentar, o actúen como instigadores del delito. De acuerdo con la doctrina
moderna, la base de la responsabilidad del Estado por los actos de los individuos no consiste en la
complicidad con el autor, sino sólo en el hecho de que el Estado deja de cumplir su deber internacional de
impedir el acto ilícito o, en defecto de ello, de detener al ofensor y someterlo a la justicia. De acuerdo con
este criterio, no existe razón alguna para hablar de la complicidad del Estado, o de la responsabilidad
“vicaria” o "indirecta”, puesto que el Estado es internacionalmente responsable no por los actos de cualquier
individuo sino por su propia omisión, por la falta de la "debida diligencia” de sus órganos. En particular, no
se puede hacer responsable al Estado si toma todas las medidas que permiten, las circunstancias para
descubrir y castigar a los delincuentes.
Violencia de las turbas. Es un principio bien establecido de derecho internacional que a ningún gobierno se
le puede hacer responsable por el acto de los grupos de hombres sublevados, cometidos en violación de la
autoridad de éste, cuando el gobierno mismo no ha cometido infracción alguna contra la buena fe ni ha
demostrado negligencia al reprimir la insurrección. Existe una situación especial en la cual los Estados han
demostrado disposición a aceptar su responsabilidad, y es cuando los actos de una turba se han dirigido
contra los nacionales de un Estado determinado o contra los extranjeros en general. La mayor parte de las
respuestas dadas por los gobiernos en la Conferencia de Codificación admitieron la responsabilidad en este
caso, y algunas señalaron los requisitos para tal excepción, especialmente que la mala voluntad y la
animosidad existentes tras el brote hayan sido tan generales y notorios que las autoridades deberían haber
previsto el peligro y haber hecho esfuerzos especiales para impedir el daño. En dicho caso, la carga de la
prueba debe considerarse trasladada y es deber de las autoridades del Estado demostrar que se dieron todos
los pasos razonables para impedir los actos. Naturalmente, queda comprometida la responsabilidad del
Estado si se puede probar evidentemente que el gobierno o alguno de sus agentes actuó en complicidad con
los autores de los disturbios, como por ejemplo, en el caso de un boicot.
Daños sufridos por los extranjeros debido a insurrecciones y guerras civiles. El problema de saber si un
Estado debe responder por los daños sufridos por los extranjeros durante las insurrecciones y guerras civiles,
produjo serias discusiones en el siglo xix. Varios Estados presentaron reclamaciones importantes a otros
afectados por insurrecciones y guerras civiles, especialmente en América Latina, y algunas de esas
reclamaciones fueron apoyadas con el empleo de la fuerza. A pesar de la controversia doctrinal, los laudos
arbitrales fueron casi unánimes en mantener el principio de la no responsabilidad por los actos de los
revolucionarios, que se describieron como “cierto grupo de hombres que provisional o permanentemente han
escapado a los poderes de las autoridades". Existe la responsabilidad tan solo “si se alega y se prueba que las
autoridades gubernamentales dejaron de emplear la diligencia debida para impedir que los revolucionarios
causaran daños”. Las autoridades gubernamentales no son responsables por los daños o pérdidas que surjan
de actos, efectuados para reprimir la rebelión y tratar de restaurar el orden. Esta es una aplicación analógica
del principio de no responsabilidad por los danos infligidos por actos de guerra. El Estado también será
responsable cuando las medidas que se hayan tomado excedan manifiestamente las necesidades de la
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situación. Hay una excepción general al principio de no responsabilidad por actos de los insurgentes, y es
cuando los revolucionarios se convierten en el gobierno del Estado. El fundamento de esta excepción radica
en que a los insurgentes victoriosos se les impide repudiar su responsabilidad so pretexto de que el daño fue
causado por ellos como individuos privados. Los insurgentes que han tenido éxito no son sólo
retroactivamente responsables de sus propios actos, sino también de los del anterior gobierno legítimo, de
acuerdo con el principio de la continuidad de la personalidad del Estado
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Indemnización. La Corte Permanente de Justicia Internacional ha declarado en el caso Chonow Factory:
“Es un principio de derecho internacional que la reparación de un mal pueda consistir en una indemnización
siendo ésta la forma más usual de reparación”. El hecho de que, según declaro la Corte Permanente de
Justicia Internacional, la indemnización presupone el “pago de una cantidad correspondiente al valor que
tendría la restitución en especie”, tiene efectos de importancia en su alcance. Como consecuencia de la
depreciación de las monedas y de las demoras incurridas en la administración de justicia, el valor de unos
bienes confiscados puede ser mayor en el momento de la decisión judicial que cuando ocurrió el acto ilícito.
Debido a que la compensación monetaria tiene que semejarse, hasta donde sea posible, a la restitución, el
valor en la fecha en que se pague la indemnización debe ser el criterio determinante.
Daño “indirecto". La Corte Permanente de Justicia Internacional indicó que la restitución se había
concebido para borrar "todas las consecuencias” del acto ilícito. Esto plantea el problema del deber de
compensar los daños que no son producto inmediato del acto ilícito sino de acontecimientos posteriores. El
asunto surgió por primera vez en las reclamaciones Alabama, cuando Estados Unidos reclamó por ciertas
pérdidas indirectas: pagos mayores del seguro marítimo, prolongación de la guerra y costo adicional de
represión de la rebelión. Para evitar la interrupción del proceso, los árbitros declararon que esas
reclamaciones "no constituían, según los principios de derecho internacional aplicables a casos de esta
índole, una buena base para la concesión de una reparación o compensación de los daños entre las naciones".
A pesar del carácter de esta declaración, ella tuvo una influencia perdurable sobre la jurisprudencia arbitral
posterior, que negó la compensación para todas las reclamaciones susceptibles de ser consideradas como
“daños indirectos”. A los laudos contemporáneos les quedó la labor de hacer un análisis más profundo de los
problemas de la responsabilidad implícita, y de rechazar la proposición general de que todas las pérdidas o
daños indirectos por regla general deberían ser excluidos. Esta jurisprudencia arbitral se basa en la distinción,
no entre los daños directos y los indirectos, sino entre la causa próxima y la remota, lo cual constituye una
regla de general aplicación tanto en el derecho privado como en el público: tiene que haber una conexión
evidente y directa entre el acto (ilícito) y la perdida objeto de la reclamación. Es necesario excluir las
pérdidas que se encuentran vinculadas al acto inicial únicamente por una concatenación inesperada de
circunstancias excepcionales, que pudieron haber ocurrido solo con la ayuda de causas independientes al
autor del acto, y que este no pudo haber previsto de ningún modo.
Pérdida de utilidades. En la jurisprudencia arbitral primitiva, las reclamaciones por pérdida de utilidades
eran tratadas como las reclamaciones por daños indirectos y, en consecuencia, no eran permitidas, pero los
laudos contemporáneos admiten dichas pérdidas sobre la base de que una justa compensación implica una
restitución completa del status quo ante. La Corte Permanente de Justicia Internacional confirmó esta
jurisprudencia arbitral refiriéndose, en el caso Chorzow Faciory, a “pérdidas sostenidas que no serían
cubiertas por una restitución en especie o por el pago en su lugar", y al evaluar la base de la compensación
tomó en consideración la pérdida de las utilidades que habría de resultar del desenvolvimiento normal de la
empresa. El principio de la causalidad también es aplicable aquí. El lucrum cessans permitido por concepto
de daños tiene que ser la consecuencia normal del acto ilícito-, “una utilidad que hubiera sido posible en el
curso ordinario de los acontecimientos". Las ganancias presuntas que son de carácter altamente problemático
o conjetural, “demasiado remotas o especulativas”, son desestimadas por los tribunales arbitrales.
Intereses. Cuando han sido reclamados, los intereses deben considerarse como un elemento integrante de la
compensación, puesto que la indemnización plena incluye "no sólo la cantidad adeudada sino también una
compensación por la pérdida del uso de dicha cantidad durante el tiempo dentro del cual el pago de ésta
continua retenido" Cuando los danos sufridos consisten en pérdidas materiales, tales como bienes tomados,
dañados o destruidos y no se ha asignado nada por el lucrum cessans, entonces los intereses deben empezar a
devengarse desde la fecha del daño. Con respecto a los daños personales en los cuales la suma concedida es
una compensación global por todos los daños sufridos, o en el caso de deudas no liquidadas, los intereses se
cuentan desde la fecha del laudo En cuanto al tipo de interés, la Corte Permanente, en un caso consideró
justo el 6% reclamado.
Satisfacción. Esta tercera forma de reparación es la adecuada para el perjuicio no material o daño moral a la
personalidad del Estado. Es necesario considerar las formas de satisfacción en el derecho y la práctica
contemporánea como circunscritas a la presentación oficial de pesar y excusas, el castigo de culpables
funcionarios de menor categoría y, especialmente, el reconocimiento formal o la declaración judicial del
carácter ilícito del acto.
Apoyo del Estado de las reclamaciones privadas. El primer principio: la necesidad del apoyo de las
reclamaciones privadas por el Estado ha sido declarado por la Corte Permanente en la forma siguiente: Es un
principio elemental de derecho internacional que un Estado tiene el derecho de proteger a sus súbditos
cuando han sido lesionados por actos contrarios al derecho internacional cometidos por otro Estado, del cual
no han podido obtener satisfacción a través de los canales ordinarios. Al hacerse cargo del caso de uno de sus
súbditos, y al recurrir a la acción diplomática o a un procedimiento judicial internacional en su nombre, el
Estado se encuentra realmente afirmando sus propios derechos, su derecho de garantizar en la persona de sus
súbditos, el respeto de las reglas de derecho internacional. Por tanto, la cuestión de si esta disputa tiene su
origen en un daño infligido a un interés privado, lo que en realidad constituye la cuestión de hecho en
muchas disputas internacionales, carece de trascendencia desde este punto de vista. Cuando un Estado se ha
hecho cargo de un caso en nombre de uno de sus súbditos, ante un tribunal internacional, a juicio de este, el
Estado es el único reclamante.
Regla de la nacionalidad continua de las reclamaciones. Es esencial que el individuo o la sociedad que
sufre la pérdida o el daño tengan la nacionalidad del Estado reclamante en el momento en que sufrió el daño.
Esta es una norma bien establecida, derivada de numerosos laudos arbitrales que, por más de un siglo, han
rechazado las reclamaciones cuando el individuo a cuyo nombre se planteó la demanda no poseía la
nacionalidad del Estado reclamante en la fecha del daño. Un segundo principio, establecido por una larga
serie de laudos arbitrales, señala que no puede dictarse un laudo cuando el individuo o la sociedad no han
retenido la nacionalidad del Estado reclamante desde la fecha del daño hasta el momento de la decisión de la
demanda o, por lo menos, hasta la presentación de ella ante el tribunal. Numerosos laudos arbitrales han
sentado la regla de que la nacionalidad debe existir hasta la fecha de la presentación o registro de la
reclamación ante el tribunal arbitral o ante la Comisión Mixta de Reclamaciones.
Base de las reclamaciones. Las reclamaciones en nombre de los nacionales pueden ejercerse válidamente
solo cuando un derecho de un nacional ha sido afectado directamente por el acto de un Estado en violación
del derecho internacional. Para que la reclamación sea admisible, no basta que los intereses de un extranjero
(que no están protegidos por el derecho) se encuentren afectados adversamente, o que este haya sufrido un
daño económico o de otra índole. Es necesario que el propio amparado sea titular del derecho de presentar
una reclamación por daños. La Corte Permanente de Justicia Internacional, en el caso Chorzow Factory
señaló la distinción que existe entre derechos e intereses al referirse a los derechos o los intereses de un
individuo, la violación de cuyos derechos causa el daño...” La Corte actual describió la protección
diplomática como la situación “en la cual el Estado ha adoptado la causa de un nacional suyo cuyos derechos
se pretende que han sido desconocidos por otro Estado en violación del derecho internacional. Un acto que
infringe los derechos de un individuo puede tener, al mismo tiempo, repercusiones desfavorables sobre los
intereses o expectativas de otro que se encuentra relacionado con el anterior por lazos contractuales u otros
de índole jurídica. Sin embargo, salvo que el mismo acto afecte directa o simultáneamente los derechos
jurídicos de ambas personas, no puede interponerse una reclamación válida en nombre de este último. Así, el
derecho internacional no- autoriza la protección de los intereses legítimos y de las expectativas de los
acreedores, en cuanto a la situación financiera y solvencia de sus deudores. Si una persona que tiene una
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deuda con un extranjero experimenta una pérdida financiera debida a un acto contrario al derecho
internacional, esto no autoriza al Estado de la nacionalidad del acreedor extranjero para actuar en protección
de sus intereses. Este problema se presentó varias veces ante los tribunales de arbitraje, y “se decidió
repetidamente que los acreedores no tenían fundamento alguno a causa de agravios cometidos contra sus
deudores” La regla se aplica aun si el crédito se encuentra garantizado por una hipoteca. Si, por otra parte,
los derechos de los acreedores, como tales, se encuentran directamente afectados (por ejemplo, por
negárseles el derecho a redamar en juicio o a inscribir el título de una hipoteca) entonces la interposición de
una reclamación quedaría justificada sobre la base de que se ha efectuado una lesión directa a un derecho
existente, en contraposición a un interés. En general, la cuestión decisiva radica en determinar si el acto que
ha motivado la queja representa o no “una medida dirigida directamente contra los derechos” de la persona
cuyo caso ha sido adoptado por el Estado.
Protección a los accionistas. Los principios antes referidos son aplicables a la cuestión de establecer si el
Estado puede proteger a sus nacionales, en su carácter de accionistas de una sociedad. El problema está
pendiente en la actualidad ante la Corte Internacional de Justicia y existen dos doctrinas opuestas sobre la
admisibilidad de tal protección. A nuestro juicio es necesario determinar, según advirtió Huber, si los actos
objeto de las quejas han afectado directamente a la persona del accionista. Si tales actos constituyen "una
medida dirigida directamente a sus derechos”(por ejemplo, una confiscación de las acciones o una ley
restrictiva de la participación en las juntas de la compañía o del cobro de los dividendos por los accionistas),
entonces el Estado de la nacionalidad de cualquier accionista individual puede intervenir en su favor, sin que
se considere la nacionalidad de la compañía. Pero si los actos que han motivado la queja se dirigen
directamente contra la sociedad anónima como tal y no contra los derechos de los accionistas (si, por
ejemplo, se confiscan los bienes de la sociedad), entonces el Estado de la nacionalidad de la compañía puede
plantear una reclamación internacional en nombre de dicha sociedad. Según nuestra opinión, el derecho
internacional tiene en cuenta la distinta personalidad jurídica de las sociedades. El descartar dicho principio
como “una proposición técnica jurídica de derecho privado interno", y atender solamente al hecho de que
todas las acciones de una sociedad alemana pertenecían a personas de nacionalidad diferente, fue un motivo
rechazado por un tribunal arbitral, con el fundamento de que "la mayor parte de la doctrina y casi toda la
jurisprudencia de todos los países confieren a la entidad jurídica conocida por sociedad, una personalidad y
un patrimonio absolutamente diferentes de los de sus accionistas”. Puesto que la personalidad jurídica de las
sociedades impide la intervención judicial por parte de sus accionistas, la pérdida de su personalidad jurídica
removerá ese impedimento. Cuando una compañía ya no se interpone entre los accionistas y el Estado
ofensor, aquellos pueden presentarse como directamente afectados en su derecho de participar en los activos
remanentes de la sociedad en liquidación.
Conclusión. Las reglas de derecho internacional referentes a las reclamaciones (su adopción por los Estados,
la condición de nacionalidad continua, el requisito de la violación de derechos como base de una acción
válida) han sido criticadas frecuentemente como faltas de lógica y capaces de llevar a la injusticia y,
asimismo, se les ha objetado que no puede predecirse el resultado de su aplicación práctica. Tal crítica no
tiene en mira el blanco. La perfecta protección a los extranjeros o a las inversiones extranjeras no es la meta
ni la ratio legis de dichas reglas de derecho internacional. Los intereses que se tienen en cuenta y se protegen
por dichas reglas no son los de los individuos, sino los de los Estados en el mantenimiento de un sistema
equilibrado, que, por una parte, confiera un cierto grado (reconocidamente limitado) de protección a los
intereses extranjeros, y por otra, respete la soberanía y la jurisdicción interna del Estado territorial. Las reglas
existentes representan las condiciones esenciales, desarrolladas históricamente, de acuerdo con las cuales el
Estado territorial está dispuesto a aceptar las reclamaciones presentadas por otros Estados en representación
de personas que residen o que tienen intereses en él. Esas reglas constituyen un modus vivendi, una bien
equilibrada transacción producida gradual y pacíficamente, y aceptada tanto por los Estados interesados en
extender el alcance de la protección diplomática como por los Estados interesados en restringirla.
Naturalmente, los Estados se encuentran en libertad de ponerse de acuerdo con otros Estados que tienen el
mismo parecer, respecto a cualesquiera medidas correctivas o de perfeccionamiento que, entre ellos,
pudieran eliminar los inconvenientes y dificultades particulares resultantes de tales reglas, tal como ha
ocurrido con los acuerdos para la protección internacional de los derechos humanos.
Agotamiento de los recursos locales y la cláusula Calvo. La Corte Internacional de Justicia ha declarado:
“La regla de que los recursos locales deben agotarse antes de poder establecerse procedimientos
internacionales, es una regia de derecho internacional consuetudinario bien establecida” La regla rige las
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quejas formuladas por los Estados en el ejercido de su derecho de conceder protección diplomática en favor
de sus nacionales. La regla no es aplicable a las quejas basadas en una violación directa del derecho
internacional que cause perjuicio inmediato a otro Estado, y cuando dicho Estado no redama por el daño
causado a uno de sus nacionales. Esta diferencia se basa en el principio de que los Estados no están sujetos a
la jurisdicción de los tribunales extranjeros y, por tanto, las violaciones del derecho internacional no pueden
someterse a la adjudicación por parte de los tribunales nacionales del Estado ofensor. Se ha argumentado que
podría ser posible, sin necesidad de haber agotado los recursos locales, pedir a un tribunal internacional que
declarase en forma genérica, que un Estado está violando sus obligaciones derivadas de un tratado con
respecto a ciertos derechos privados, siempre que dicha acción se limitara a pedir una sentencia declaratoria
y no una que conceda la reparación. Sin embargo, la Corte Internacional rechazó este criterio, y ello se
justifica porque de lo contrario sería muy fácil omitir la regla del recurso legal interno mediante el
establecimiento de juicios declarativos, que ejercerían gran influencia en las sentencias nacionales
posteriores y adquirían fuerza de res judicata en relación con los procedimientos internacionales para
obtener reparación.
Función y fundamento de la regla. La función de la regla es dar una oportunidad al Estado demandado,
antes de que se le declare responsable internacionalmente, de hacer justicia de acuerdo con su propio sistema
jurídico, y para adelantar una investigación y obtener una declaración de sus propios tribunales, sobre las
cuestiones de derecho y de hecho comprendidas en la reclamación. Desde el punto de vista del tribunal
internacional, la exigencia de que se agoten los recursos locales es una medida sabia de limitación judicial,
porque, si esto se hace, puede ser que jamás surja la necesidad del juicio ante un tribunal internacional y de la
consiguiente declaración de él. El fundamento de la regla es el respeto por la soberanía y jurisdicción del
Estado que es competente para tratar la cuestión ante sus propios órganos judiciales. De otra manera, el
extranjero sería un individuo privilegiado para quien no existirían ni el derecho interno ni los tribunales
locales, y quien interpondría inmediatamente la influencia política del Estado de su nacionalidad al surgir la
más leve dificultad con otro gobierno. Una prematura intervención diplomática de esta clase constituiría una
afrenta a la independencia del soberano local y a la autoridad de sus leyes y tribunales, por sobre todas las
personas sometidas a aquel.
Alcance de la regla en cuanto a los recursos. De acuerdo con las más recientes y autorizadas
formulaciones de la regla, ésta incluye, no solo el sometimiento de la queja a los tribunales regulares, sino
también a todas las autoridades locales que tengan los medios de proporcionar una reparación efectiva y
adecuada, aceptable en el plano internacional, contra el Estado demandado. Debe recurrirse a “la totalidad
del sistema de protección jurídica, según se encuentre establecido el cuerpo del derecho interno, sin
diferenciar entre recursos ordinarios y extraordinarios”, puesto que “el punto decisivo no es el carácter
ordinario o extraordinario de un recurso legal, sino si este ofrece o no la posibilidad de un medio efectivo y
suficiente de reparación”. Una consecuencia de esta regla señala que si el extranjero deja de entablar
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procedimiento o de apelar dentro del tiempo requerido después del acaecimiento del mal alegado y, por
consiguiente, tiene una decisión procesal adversa, no ha cumplido lo que debió hacer para obtener justicia
del Estado demandado y esta, por lo tanto, impedido de hacer que su caso se oiga y se decida por un tribunal
internacional.
Casos en que la regla, aun siendo pertinente, no es aplicable. Es axiomático afirmar que la regla de los
recursos locales, aunque haya sido invocada en un caso de protección diplomática, no puede aplicarse si, de
hecho, no existen recursos locales que agotar. Esa falta de recursos puede deberse, a la inmunidad judicial
del soberano de acuerdo con el derecho interno, o a una disposición del derecho interno que prohíba los
litigios contra el gobierno en el ámbito de los casos a que pertenece la reclamación del extranjero. Se ha
sugerido que la regla no es aplicable cuando el acto objeto de la queja consiste en medidas adoptadas por “el
poder constituyente o legislativo o por los órganos ejecutivos de más alta jerarquía”; pero la cuestión
decisiva no es la jerarquía del órgano que adopta la medida, sino la disponibilidad de recursos locales contra
sus actos.
Excepciones a la regla. Aun en el caso de que hayan recursos existentes y disponibles, es posible que la
regla no sea aplicable. Estas son las verdaderas excepciones a la regla. De acuerdo con la jurisprudencia
internacional, la regla no es aplicable cuando los recursos existentes son ‘‘obviamente inútiles" o
"manifiestamente ineficaces”. Los recursos pueden resultar ineficaces debido a obstáculos propios del
derecho o del procedimiento interno; de precedentes existentes que hubieran hecho necesario que los
tribunales de apelación decidieran contra el reclamante; o debido a circunstancias de hecho, tales como la
interferencia del gobierno en la función de los tribunales cuando esto afecta la administración práctica de la
justicia.
I) Obstáculos del derecho interno. El primer motivo de ineficacia que ha sido admitido por la jurisprudencia
arbitral es el que resulta del derecho interno mismo. Si en el ordenamiento jurídico del Estado demandado
existen recursos utilizables por la parte reclamante pero, si de acuerdo con dichas reglas, esos recursos
obviamente son incapaces de lograr una reparación, entonces se omite la obligación de agotar dichos
recursos. Por ello, si no es posible que los tribunales superiores revoquen una decisión porque no tienen
jurisdicción para revisar las conclusiones de hecho de un juzgado menor, entonces la apelación es
“obviamente inútil” y los recursos locales se consideran agotados en el juzgado inferior. Otro punto del
derecho interno que evitaría la necesidad de agotar un recurso específico por ser obviamente ineficaz, es el
hecho de que dicho recurso no pueda proporcionar una reparación adecuada o apropiada. Así, ha declarado
que no existe “obligación de recurrir ante un tribunal nacional que solo tiene funciones investigativas y
carece de jurisdicción para disponer una compensación". Por otra parte, se exige que el reclamante haga uso
del recurso que puede concederle la reparación de una parte sustancial de su reclamación. En caso de dudas
de si el recurso es eficaz o no, debe ser utilizado para "demostrar en forma evidente" que le falta eficacia. La
regla de los recursos locales no es aplicable cuando existe una ley nacional que determine la decisión de los
tribunales contra el reclamante o cuando ha habido una serie de decisiones de los tribunales nacionales que
dejarían la acción sin esperanza de éxito, a pesar de que las partes sean diferentes.
II) Ineficacia debida a circunstancias de hecho. La ineficacia práctica de un recurso puede ser el resultado de
algún defecto en la administración de justicia, tal como un completo sometimiento del poder judicial al
gobierno del Estado o del hecho de que los tribunales hayan sido designados por los mismos legisladores que
han aprobado la ley que anula los derechos privados bases de la reclamación No puede haber "obligación de
agotar la justicia cuando no hay justicia que agotar”. Otra circunstancia, de hecho pertinente consiste en una
demora tan excesiva en la administración del recurso que este resulta ineficaz. No se puede establecer
ningún límite de tiempo para determinar lo que es un recurso de excesiva lentitud o una demora irrazonable
en la justicia, puesto que eso depende de las circunstancias del caso; entre las más importantes están: la
importancia del asunto, la conducta del reclamante como litigante y las demoras usuales en el caso de
reclamaciones similares establecidas por nacionales. Con respecto a la carga de la prueba, el Estado que se
opone a la reclamación invocando la regla de los recursos locales tiene que probar la existencia del recurso.
Si el Estado reclamante contesta aduciendo que el recurso existente es ineficaz o inadecuado en las
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circunstancias del caso, dicho Estado tiene que probar la exactitud de su afirmación. Por último, cuando el
Estado ha adoptado medidas que impiden a una parte privada recurrir ante un órgano determinado,
posteriormente no podrá señalar tal recurso amparándose en la regla de los recursos locales.
La responsabilidad internacional del individuo. Salvo supuestos excepcionales, sólo a través del Estado
pueden las normas del D.I. llegar a afectar al individuo. Éste, por tanto, no es sujeto normal de las relaciones
regidas por dicho orden jurídico, aunque excepcionalmente pueda serlo en la medida en que algunas de
aquellas normas le atribuyan derechos y obligaciones de carácter internacional y sobre todo (lo que es más
excepcional aun) la posibilidad de hacer efectivos esos derechos o de responder por la violación de esas
obligaciones directamente en el plano internacional. No existe, en principio, obstáculo para considerar al
individuo como sujeto de una conducta que represente en sí misma un acto ilícito internacional. Cabe
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distinguir al respecto, como hace Kelsen, entre el individuo-sujeto del acto ilícito y el sujeto de la
responsabilidad, lo que vendría a significar que, no obstante poder el individuo infringir una regla jurídico-
internacional que establezca ciertas obligaciones a su cargo, normalmente no será responsable por ello en el
plano internacional, sólo excepcionalmente el acto ilícito del individuo puede suscitar su responsabilidad
directa en este plano en razón de la índole y de la gravedad del acto. Algunos han juzgado posible basar en el
D.I. general la existencia de obligaciones internacionales a cargo de los individuos, aduciendo al respecto
ejemplos como la piratería o la violación de un bloqueo por buques neutrales (así Kelsen). Se ha observado,
no obstante, que en la generalidad de los supuestos de los llamados delicta iuris gentium (piratería, trata de
esclavos, tráfico de drogas, delitos contra personas internacionalmente protegidas), las sanciones se aplican a
los culpables en virtud de reglas internas y a través del ejercicio de la jurisdicción nacional eventualmente
ampliada con arreglo a las previsiones de ciertos convenios a los fines de una más eficaz represión de los
actos en cuestión. En otras palabras, la incriminación no transciende en tales casos el plano del Derecho
interno, por más que se apoye en reglas internacionales convencionales estipuladoras de una colaboración
entre Estados (legislativa y/o jurisdiccional) a los citados fines represivos, como es el caso de los convenios
relativos a los delitos contra la seguridad de la aviación civil. Razonando en el terreno de la sanción, ha
dicho Quadri que el D.I. no dispone de órganos susceptibles de alcanzar directamente al individuo, y que el
hecho de que a veces el Estado tenga la obligación jurídico-internacional de castigar, no transforma al propio
Estado en órgano de la sociedad internacional, siendo prueba de ello que si el Estado no dicta las reglas
necesarias para la observancia del D.I. habrá un delito internacional del Estado, pero no un delito del
individuo. Así pues, el aspecto institucional de la sanción o garantía es un aspecto básico en relación con la
cuestión de la responsabilidad personal distinta de la eventual responsabilidad del Estado— en el plano del
D.I.; aspecto que está ligado al de la existencia de una jurisdicción internacional penal. De ahí la excepcional
relevancia de ciertos casos en los que la responsabilidad según el D.I. se ha imputado directamente al
individuo y este ha sido penado mediante un procedimiento internacional, de ello que si el Estado no dicta
las reglas necesarias para la observancia del D.I. habrá un delito internacional del Estado, pero no un delito
del individuo. Así pues, el aspecto institucional de la sanción o garantía es un aspecto básico en relación con
la cuestión de la responsabilidad personal (distinta de la eventual responsabilidad del Estado) en el plano del
D.I.; aspecto que está ligado al de la existencia de una jurisdicción internacional penal. De ahí la excepcional
relevancia de ciertos casos en los que la responsabilidad según el D.I. se ha imputado directamente al
individuo y este ha sido penado mediante un procedimiento internacional.
Crímenes de guerra y contra la paz y la humanidad. A punto de concluir la segunda contienda mundial, y
para enjuiciar a los responsables de los que, de modo genérico, se llamaron crímenes de guerra, se concertó
en Londres el 8 de agosto de 1945, entre los Gobiernos de los Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la
U.R.S.S, un Estatuto que incorporaba una Carta del Tribunal Militar Internacional encargado de juzgar
aquellos delitos, los cuales venían a agruparse en cuatro categor.as:
1) Crímenes contra la paz (preparación, desencadenamiento y prosecución de una guerra de agresión o en
violación de los acuerdos internacionales, participación en un plan concertado para realizar tales actos);
2) Crímenes de guerra en sentido estricto (asesinatos, malos tratos o deportación, para trabajos forzados u
otros fines, de las poblaciones civiles en los territorios ocupados, asesinato o malos tratos a los prisioneros de
guerra, ejecución de rehenes, saqueo de bienes públicos o privados, destrucción de ciudades o pueblos sin
motivo, devastaciones no justificadas por exigencias militares);
3) Crímenes contra la humanidad (asesinato, exterminio, reducción a esclavitud, deportación o cualquier
otro acto inhumano cometido contra poblaciones civiles, antes o durante la guerra, persecuciones por
motivos políticos, religiosos o raciales; siempre que tales actos o persecuciones, constituyan o no una
violación de las leyes del país donde han sido perpetrados, hayan sido cometido como consecuencia de o en
relación con un crimen que caiga en la competencia del Tribunal);
4) Conspiración y complot (que abarca a los dirigentes, provocadores, organizadores y cómplices que
hubieran participado en un plan concertado para cometer cualquiera de los crímenes definidos.
Dejando aparte los supuestos excepcionales de la creación de .órganos y procedimientos internacionales ante
los cuales se puede hacer exigible la responsabilidad del individuo en el plano del D.I., lo normal es que sea
el Derecho interno, a través de .órganos y procedimientos estatales, el que se encargue de dilucidar las
consecuencias de la comisión por el individuo de delitos internacionales.
El genocidio. La Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, aprobada por la A.G.
el 9 de diciembre de 1948 y en vigor desde 1951, se refiere a un tipo de hechos delictivos que, por atentar
contra reglas jurídico-humanitarias que tutelan intereses individuales y colectivos esenciales, constituyen la
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más grave expresión de los crímenes contra la humanidad. Según se declara en la propia Convención, el
genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un .delito de D.I. que las Partes se
obligan a prevenir y sancionar (art. 1) en el doble plano legislativo (art. V) y jurisdiccional (art. VI). Por
genocidio se entiende, conforme al art. II,.... cualquiera de los actos mencionados a continuación, cometidos
con el propósito de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, tales como:
a) Matanza de miembros del grupo.
b) Producción de graves daños corporales o mentales a los miembros del grupo.
c) Sumisión deliberada del grupo a de condicionas de vida calculadas para producir su destrucción física
total o parcial.
d) Imposición de medidas encaminadas a evitar los nacimientos dentro del grupo.
e) Transferencia forzada de niños de un grupo a otro.
El terrorismo internacional. Con una frecuencia creciente se manifiestan en el mundo ciertas formas de
violencia que ponen en peligro o causan la pérdida de vidas inocentes o comprometen la libertad de las
personas. Dichos actos, cuando se proyectan internacionalmente, suelen englobarse genéricamente en la
expresión Terrorismo internacional. En cuanto a la vertiente genérica del concepto, se ha distinguido entre
un terrorismo de Derecho común, un terrorismo político e incluso un terrorismo de Estado. Dentro del
segundo, y aparte de distinguir dos niveles desde el punto de vista de los objetivos (nivel individual y nivel
estatal), se ha tendido a diferenciar a su vez un terrorismo de Derecho común y un terrorismo ideológico,
conectando, por lo demás, el concepto con el de hostilidades en sus distintas formas. Desde una perspectiva
jurídica, en un sentido amplio cabe entender por delito de terrorismo cualquier acto o amenaza de violencia
cometida por un individuo o grupo contra personas, organizaciones, lugares, sistemas de transporte y
comunicación internacionalmente protegidos, con la intención de causar daños o muerte y el objeto de forzar
a un Estado a tomar determinadas medidas u otorgar determinadas concesiones. En todos los Convenios de
.ámbito universal, aunque de alcance específico y sectorial, se prevé que los Estados incluyan el terrorismo
como delito en sus legislaciones, lo penen y se comprometan a juzgar a los actores o cómplices o bien a
conceder la extradición; y se establece, además, una obligación de cooperar en el doble plano legislativo y
jurisdiccional, igual que sucede en relación con otros delicta iuris gentium.
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4) Un supuesto particular de responsabilidad de las organizaciones internacionales es aquel que puede surgir
en el contexto de las relaciones jurídicas entre la organización y sus funcionarios y agentes; relaciones que si
bien cabría englobar dentro de lo que Verdross llamara Derecho interno de un órgano internacional en cuanto
Derecho sui generis, no dejan de ser relaciones regidas en la casi totalidad de sus aspectos por reglas de D.I.
(cuya interpretación y aplicación se encarga incluso a Tribunales administrativos internacionales)
susceptibles de imponer a las organizaciones deberes por cuyo incumplimiento pueden devenir responsables.
5) En Acuerdos de sede u otros llamados a regir las actividades de una organización internacional en el
territorio de un Estado se incluyen a veces cláusulas relativas a la exclusión de la responsabilidad
internacional del Estado territorial por actos propios de la Organización. Por el contrario, cuando se trate de
actos de órganos puestos a disposición del Estado por una organización y que actúen en el territorio de este
bajo su control y ejerciendo prerrogativas del poder público estatal, no cabrá hablar de actos de la
organización., sino de actos del Estado, de conformidad con el art. 9 del proyecto de la C.D.I. sobre
responsabilidad de los Estados.
6’) Una organización internacional como las N.U. puede devenir responsable por los actos de administración
internacional de territorios puestos por distintas circunstancias bajo su directa gestión.
Otros supuestos. En la medida en que las entidades colectivas conocidas como territorios no autónomos
gozan en virtud de la propia Carta de una condición distinta y separada de la del territorio de los Estados que
las administran, y en la medida en que se reconoce la legitimidad, de la lucha de los pueblos de esos
territorios por su liberación y el carácter internacional de la misma, cabe predicar de dichas colectividades un
conjunto de derechos y deberes situados en el plano internacional y, por tanto, una eventual responsabilidad
en este plano por incumplimiento de tales deberes. En concreto, y dado que ese tipo de lucha se canaliza a
través de los llamados movimientos o frentes de liberación nacional, es posible hablar de una
responsabilidad internacional de estos por posibles violaciones del Derecho humanitario aplicable en los
conflictos armados internacionales incluso, dentro de los estrictos límites de su estatuto jurídico-
internacional, es posible predicar de dichos movimientos una serie de obligaciones internacionales distintas
de las propias del Derecho de la guerra (así las derivadas en Derecho internacional particular de su status de
observador ante organizaciones y conferencias internacionales, o las derivadas en D.I. general de las reglas
del trato diplomático donde estas les fueran aplicables). Al descartar que los actos de movimientos
insurreccionales en general (grupos insurgentes, beligerantes, frentes revolucionarios, movimientos de
liberación nacional, etc.) sean atribuidles al Estado en cuyo territorio operan o están establecidos, la
C.DI. no dejó de reconocer la capacidad (dentro de ciertos límites) de un ente de este tipo para cometer actos
internacionalmente ilícitos propios, y, en consecuencia, la posibilidad de observar un comportamiento que
podría dar lugar a una responsabilidad internacional del propio movimiento Insurreccional si tal
comportamiento constituyera una violación de una obligación internacional que se reconociese que incumbía
al mismo. Cabría, en fin, predicar un cierto grado de responsabilidad internacional de algunos entes de
estatuto ambiguo, como la tan controvertida Empresa a cuyo cargo correrían, según la Convención de las
N.U. sobre el Derecho del Mar, parte de las actividades de explotación de los recursos de la Zona
internacional de fondos marinos.-
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