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EL
MURO
EN
LOS
CONDOMINIOS
CERRADOS
TESIS
DE
MAGISTER
EN
DESARROLLO
URBANO
Tesista:
Igor
Rosenmann
Becerra
Profesor
Guía:
Francisco
Sabatini
Downey
Santiago,
julio,
2014
1
1.
INTRODUCCIÓN,
POR
QUÉ
ESTUDIAR
ESTO
Como
sabemos,
estos
mismos
fenómenos
han
tendido
a
masificarse
en
América
Latina
y
son
innumerables
los
ejemplos
en
las
distintas
ciudades
e
innumerables
también
los
estudios
que
abordan
analítica
y
críticamente
el
fenómeno.
En
Chile,
en
la
década
de
los
años
80,
se
generó
una
profunda
reforma
económica
y
liberalización
de
los
mercados
del
suelo
que
consolidó
un
perfeccionamiento
y
ampliación
del
capital
inmobiliario,
estimulado
por
una
nueva
política
de
desarrollo
urbano
(DS
nº420,
Minvu-‐1979).
Se
logró
que
un
fuerte
sector
inmobiliario,
junto
a
las
expectativas
de
mejor
rentabilidad
por
parte
de
los
dueños
de
la
tierra,
centrara
su
oportunidad
de
ganancia
en
la
producción
de
“exclusividad
social”.
Esta
demanda
especulativa
del
suelo
provocó
un
alza
generalizada
de
los
precios
que
incentivó
este
tipo
de
negocio
inmobiliario.
Esto
condujo
a
un
proceso
de
concentración
del
capital,
generando
un
poderoso
promotor
y
gestor
inmobiliario
que
a
través
del
desarrollo
de
megaproyectos
residenciales,
logró
modificar
el
destino
social
de
los
sectores
residenciales
y
áreas
de
crecimiento
de
la
ciudad,
llevando
familias
de
estratos
medios
y
altos
a
habitar
comunas
tradicionalmente
pobres
y
populares.
Es
decir,
el
promotor
compra
suelo
semi-‐agrícola
a
muy
bajo
precio,
correspondiente
a
las
2
condiciones
de
semi-‐ruralidad
o
pobreza
de
la
zona
y
vende
a
un
precio
muy
superior
suelo
urbano
edificado
a
familias
de
clase
social
más
alta,
con
altas
rentabilidades
y
sobre-‐
ganancias.
(Sabatini
2004)
Este
“acercamiento”
de
clases
sociales
más
altas
con
clases
sociales
bajas,
con
la
consecuente
disminución
de
la
escala
de
la
segregación
social
y
mejoramiento
de
la
infraestructura
urbana
(comercial,
de
equipamiento
y
vial)
se
produce
con
un
encerramiento
de
estos
condominios,
los
cuales
en
la
mayoría
de
los
casos
son
amurallados
o
controlados
o
vigilados
al
igual
que
las
primeras
manifestaciones
en
EE.UU.
La
literatura
de
la
sociología
urbana
y
arquitectónica
de
estas
últimas
décadas
ha
evaluado
negativamente
la
existencia
de
estos
muros,
conceptualizándolo
como
un
elemento
que
refuerza
la
segregación
y
exclusión
sin
aportar
evidencias
ni
comprobación
empírica.
Algunos
ejemplos
de
afirmaciones
encontradas
con
estas
características:
“El
narcotráfico,
el
crimen,
el
miedo
y
la
falta
de
respeto
por
los
derechos
de
los
ciudadanos;
producen
un
nuevo
patrón
de
segregación
espacial
en
las
ciudades.
Se
crean
ciudades
de
muros”
(Calixto,
2010)
“¿Los
muros
son
la
negación
de
la
ciudad?
Sí.
(…)
Esta
población
encerrada
renuncia
a
la
ciudad
para
defender
su
posición
de
privilegio
respecto
a
los
sectores
excluidos”
(Borja,
2010).
“El
aislamiento
que
produce
la
experiencia
de
vivir
en
un
barrio
cerrado
reduce
también
las
capacidades
de
aprendizaje
del
entorno
y
una
alteración
del
sentido
de
realidad,
pues
existe
un
adentro
y
un
afuera,
se
trata
de
una
simulación
de
un
mundo
diferente
al
exterior”
(Janoschka
y
Glasze,
2003).
“También
se
puede
simbolizar
como
el
“urbanismo
nuclear
y
privado”,
pues
son
como
barrios
célula
envueltos
en
una
membrana
que
los
separa
del
entorno”
(Rodríguez
y
Mollá,
2003).
“Las
personas
pueden
elegir
pero
se
ven
fuertemente
influidos
por
los
promotores
inmobiliarios,
planificadores
urbanos
e
inversionistas
que
se
apropian
de
las
percepciones
ciudadanas
donde
el
deseo
por
el
objeto
presentado
por
la
publicidad
se
combina
con
el
temor
a
un
entorno
inseguro”.
(López
y
Rodríguez,
2005).
En
todas
estas
afirmaciones
no
está
claro,
por
decir
una
de
las
incertezas,
la
significación
funcional
y
psicológica
que
cumple
el
muro
en
la
objetiva
disminución
de
la
escala
de
la
segregación
que
generan
las
gestiones
inmobiliarias
cerradas
emplazadas
en
las
comunas
periféricas
tradicionalmente
de
clases
bajas,
aspecto
clave
de
esta
investigación.
Detrás
de
este
estudio
está
también
la
pregunta
de
por
qué
en
Chile,
con
un
pueblo
de
origen
e
idiosincrasia
mestiza
menos
individualista
que
la
idiosincrasia
anglosajona
de
EE.UU,
se
producen
los
mismos
fenómenos
de
encerramiento
y
amurallamiento.
3
colectivo
(de
una
comunidad)
en
la
ciudad
y
con
un
análisis
urbano-‐arquitectónico
de
su
condición.
Nos
introducimos
entonces
en
una
discusión,
relevando
y
cuestionando
lo
sobrentendido,
lo
apriorístico
y
lo
latente.
Dicho
de
otra
manera
lo
empírico
nos
permitirá
precisar
ciertos
conceptos
claves
para
el
análisis
sociológico
urbano,
apreciar
sus
consecuencias
metodológicas,
evaluar
alcances
y
potencialidades.
Pero
a
la
vez,
no
queremos
caer
en
el
sesgo
intelectualista,
el
que
según
Bourdieu
nos
lleva
a
“percibir
el
mundo
como
un
espectáculo,
como
un
conjunto
de
significados
a
la
espera
de
ser
interpretados,
más
que
como
problemas
concretos
que
demandan
soluciones
prácticas”.
(Bourdieu
y
Wacquant,
1992,
pp.32-‐33)(Bourdieu,
2011,
p.9)
Entonces,
con
una
comprensión
empírica
más
profunda
del
fenómeno
del
amurallamiento
de
estos
“condominios”,
podremos
saber
primero,
si
todas
estas
concepciones
y
aseveraciones
teóricas
apriorísticas
de
reforzamiento
de
la
segregación
tienen
base
empírica
comprobable.
Segundo,
entender
desde
una
perspectiva
semiótica
y
fenomenológica
el
encerramiento
urbano
con
un
muro,
y
tercero,
cuáles
serían
los
atributos
urbanos
a
incentivar
o
propender
y
qué
sería
necesario
desincentivar
o
prohibir
por
el
bien
común
o
por
un
buen
funcionamiento
urbano
o
por
la
sanidad
mental
y
física
de
los
ciudadanos,
mediante
políticas
públicas
urbanas
e
instrumentos
de
planificación
territorial
o
con
el
diseño
urbano-‐arquitectónico
de
estos
condominios.
¿Qué
significados
e
importancia
representa
el
muro
para
las
personas
de
clase
alta
y
media
alta
que
viven
en
condominios
cerrados
emplazados
en
comunas
periféricas
de
Santiago,
ya
sea
en
un
contexto
urbano
de
clases
bajas
o
en
uno
de
su
misma
clase
social?
La
pregunta
confronta
el
significado
del
muro
en
los
residentes
de
clase
alta
o
media-‐alta
que
viven
en
condominios
cerrados
emplazados
en
sectores
tradicionalmente
de
clases
bajas,
con
la
situación
paradojal
de
la
existencia
del
muro
en
condominios
insertos
en
sectores
de
la
misma
clase
social.
Entendemos
por
“condominio
cerrado”,
para
los
efectos
de
este
estudio,
los
loteos
privados
encerrados,
aunque
no
sean
condominios
legales
(1),
con
al
menos
un
muro
1
Los
que
define
la
Ley
chilena
N°
19.537
de
Copropiedad
Inmobiliaria,
que
define
dos
tipos
de
Condominios
los
cuales
no
podrán
estar
emplazados
en
un
mismo
predio:
Tipo
A,
las
construcciones,
divididas
en
unidades,
emplazadas
en
un
terreno
de
dominio
común,
y
Tipo
B,
los
predios,
con
construcciones
o
con
proyectos
de
construcción
aprobados,
en
el
interior
de
cuyos
deslindes
existan
simultáneamente
sitios
que
pertenezcan
en
dominio
exclusivo
a
cada
copropietario
y
terrenos
de
dominio
común
de
todos
ellos.
4
enfrentando
a
la
calle
principal
de
acceso,
con
este
último
controlado
y
con
viviendas
en
extensión,
es
decir
en
“propiedad
horizontal”
para
distinguir
de
los
condominios
verticales
(en
altura)
en
los
cuales
en
general
no
aplica
la
indagación
del
amurallamiento.
Asumimos
que
las
empresas
inmobiliarias
ofertan,
en
estos
sectores
con
mezcla
social
o
sin
ella,
lo
que
la
gente
de
clase
alta
o
media
alta
buscan.
Aunque
consideremos
que
las
gestiones
del
negocio
también
“modelan”
las
preferencias
a
través
de
las
operaciones
de
marketing,
en
definitiva
son
ellos,
los
compradores
o
arrendatarios
residentes,
los
que
deciden
y
eligen
vivir
amurallados.
Base
de
esta
pregunta
y
objetivo
fundamental
de
esta
investigación
son
los
usuarios
y
el
muro.
Complementariamente,
la
pregunta
nos
conduce
a
una
evaluación
de
este
elemento
y
sus
cualidades
materiales
en
tanto
objeto
de
encierro
de
una
comunidad
en
la
ciudad,
con
el
correspondiente
análisis
urbano-‐arquitectónico
de
su
condición
(modos,
tipos,
accesos
formas
de
interconexión
vial,
interrelación
visual,
interacción
social,
etc.).
Con
todo
esto
podremos
establecer
y
descubrir
relaciones
y
asociaciones
complementarias
o
contradictorias
entre
la
tipología
del
encerramiento
y
las
distintas
significaciones
develadas.
3. MARCO TEÓRICO
Lo
primero
que
quiero
dejar
instalado
en
este
marco,
es
una
noción
que
plantea
Bourdieu
y
que
acompaña
esta
investigación:
“La
objetivación
científica
no
es
completa
a
menos
que
se
aplique
también
a
la
experiencia
subjetiva
que
la
obstaculiza.
Y
la
teoría
adecuada
es
aquella
que
integra
la
verdad
parcial
que
capta
el
conocimiento
objetivo
y
la
verdad
propia
de
la
experiencia
primera
como
desconocimiento
(más
o
menos
permanente
y
completo)
de
esta
verdad
(…)”
(Bourdieu,
1992).
Esta
tesis
es
fundamentalmente
subjetiva
y
parcial,
reconoce
el
encanto
y
a
la
vez
el
desencanto
del
conocimiento
del
mundo
social.
Surge
del
desconocimiento
como
verdad
primera,
sin
embargo
buscará
mediante
una
recolección
de
datos
de
la
experiencia
y
percepción
de
habitantes,
una
objetividad.
Es,
por
5
tanto,
imprecisa
también,
porque
la
realidad
es
imprecisa,
entreverada
y
difusa,
y
por
tanto
existen
“conceptos
polimorfos,
flexibles
y
adaptables”.
(Bourdieu
y
Wacquant,
1992)
Posteriormente,
para
entender
el
contexto
general
del
uso
actual
del
muro
en
la
ciudad,
haremos
primeramente
un
análisis
estructural
de
la
postmodernidad
y
su
implicación
espacio-‐temporal
y
simbólica
-‐
definida
críticamente
por
los
autores
marxistas
David
Harvey
y
Pierre
Bourdieu
-‐
asumiendo
que
esa
condición
social
es
la
que
define
y
caracteriza
la
época
actual
y
por
tanto
es
el
contexto
de
la
conformación
del
encerramiento
en
condominios
urbanos.
Estos
autores
y
sobre
todo
la
perspectiva
marxista
de
la
producción
del
espacio
y
el
desarrollo
geográfico
desigual,
es
a
mi
juicio
la
senda
científica
que
más
y
mejor
abarca,
profundiza
e
interpreta
los
fenómenos
y
conflictos
de
la
sociedad
con
sus
clases
sociales
y
por
tanto
de
la
realidad
urbana
actual
(el
condominio
cerrado
es
de
clase)
entendido
no
como
un
“pensamiento
magistral”
de
la
verdad
absoluta,
si
no
como
base
teórica
de
investigación
como
plantea
Harvey
(2001,
pp.
5-‐8).
6
etnográfico
de
la
cultura
urbana
posmoderna,
apoyándonos
en
Harvey,
Bourdieu
y
Sennett,
y
en
un
segundo
nivel
como
objeto
de
investigación
más
específico
directamente
relacionado
a
nuestra
pregunta
de
investigación,
como
elemento
o
componente
arquitectónico
de
los
condominios
cerrados
en
Santiago.
Se
considera
los
condominios
con
al
menos
un
muro
ciego
(sin
vanos)
que
enfrenta
la
calle
de
acceso
principal
controlado,
de
una
altura
de
2,50
mts.
como
mínimo
y
de
difícil
escalada.
Haremos
por
tanto
en
este
marco
teórico
una
revisión
histórico-‐explicativa
del
fenómeno
de
los
condominios
cerrados
en
la
periferia
del
área
metropolitana
de
Santiago
y
antes
de
definir
los
ejes
teóricos
estructurantes
y
la
clasificación
de
los
significados,
que
serán
la
base
teórica
de
la
investigación,
incorporamos
un
análisis
crítico
que
justifica
el
tipo
de
investigación
que
desarrollaremos,
apoyándonos
en
conceptos
que
propone
Bourdieu
(2011)
al
respecto.
Comenzamos
entonces
con
el
análisis
histórico
para
comprender
el
fenómeno
del
encerramiento
urbano
con
un
muro,
o
muralla.
Para
la
Real
Academia
Española
muro
es
sinónimo
de
muralla
y
esta
se
define
como
“obra
defensiva
que
rodea
una
plaza
fuerte
o
protege
un
territorio”,
es
decir
inmediatamente
aparece
una
definición
asociada
a
la
protección
y
defensa
urbana.
Según
la
misma
fuente,
la
pared
es
una
“obra
de
albañilería
vertical,
que
cierra
o
limita
un
espacio”.
Esto
nos
refuerza
nuestro
objeto
de
esta
investigación
como
un
elemento
arquitectónico
con
significación
urbana
en
su
sentido
más
básico
o
común.
LOS INICIOS
La
ciudad
se
generó
hace
unos
quince
mil
años
época
en
la
cual
surge
la
seguridad
alimenticia
con
los
asentamientos
permanentes
y
la
vida
sedentaria,
consolidados
con
los
adelantos
agrícolas.
“Se
trata
de
un
proceso
de
asentamiento,
domesticación
y
regularidad
en
la
alimentación
que
entró
en
una
segunda
etapa
hace
unos
diez
mil
años.
Aparece
la
domesticación
de
ciertas
plantas
y
la
utilización
de
algunos
animales.
Empiezan
a
consolidarse
las
estructuras
de
dominación
que
permiten
la
regulación
de
los
excedentes
alimenticios.
Se
diversifican
las
fuentes
productoras
de
alimentos,
así
como
la
fuerza
de
tiro
y
la
movilidad
colectiva.
Esto
permite
la
ocupación
permanente
de
ciertos
7
espacios,
condición
indispensable
para
perfeccionar
el
control
de
las
gentes.
“Sin
este
dilatado
período
del
desarrollo
agrícola
y
continuo
proceso
de
perfeccionamiento
de
la
vida
doméstica,
el
excedente
de
alimentos
y
mano
de
obra
que
hizo
posible
la
vida
urbana,
no
se
hubiera
conseguido”
(Zambrano,
1999).
Podemos
resumir
el
aporte
de
la
aldea
como
la
asociación
de
gentes,
animales
y
plantas,
además
de
la
creación
del
orden
y
la
estabilidad
que
son
básicos
para
que
surja
la
ciudad.
El
muro,
que
como
veremos,
es
uno
de
los
símbolos
y
estructuras
distintivos
más
prominentes
de
la
ciudad
antigua,
ya
estaba
presente
en
la
aldea
agrícola
como
empalizada,
es
decir,
se
construía
una
división
entre
lo
aldeano
y
lo
de
afuera,
que
por
sus
características
(postes
de
madera
muy
cerrados
y
puntiagudo
en
su
extremo
visible)
tenía
un
objetivo
de
protección
y
defensa
limitado
y
débil
contra
invasiones
exteriores,
pero
sí
claramente
materializaba
la
conformación
de
un
límite,
de
un
encierro
colectivo
que
“corporaliza”
la
aldea.
En
ese
primario
momento,
este
límite
que
encierra,
tiene
como
intención
un
carácter
de
“muralla”
protectora,
que
resguarda
los
animales
y
su
domesticación
-‐
que
proveen
abrigo,
piel,
alimento
y
fuerza
de
tiro
-‐
protege
y
resguarda
el
excedente
de
productos
alimenticios,
controla
su
acopio
y
regula
el
intercambio
y
consumo
interno,
y
protege
la
vida
doméstica.
Aunque
sea
físicamente
débil
es
de
un
fuerte
valor
simbólico.
Fig.
1:
Aldea
en
Portugal.
Delimitación
del
campo
Fig.2:
Aldea
Tupinamba
8
Fig.
3:
Empalizada
en
aldea
Guaraní.
Fig.
4:
Empalizada
en
aldea
Celta.
EL
PROCESO
DE
DESARROLLO
DEL
AMURALLAMIENTO
URBANO.
Para
Paul
Singer,
la
división
entre
urbe
y
campo
es
consustancial
a
que
la
sociedad
humana
haya
alcanzado
la
etapa
de
la
civilización
urbana,
entendiendo
esto
como
“la
producción
y/o
la
captura
de
un
excedente
de
alimentos
que
permite
a
una
parte
de
la
población
vivir
aglomerada
dedicándose
a
otras
actividades
que
la
producción
de
alimentos”
(Singer,
1973).
Esto,
a
mi
juicio,
es
lo
que,
intrínsecamente,
genera
el
desarrollo
de
la
tecnología
constructiva
para
pasar
de
la
empalizada
a
las
murallas
altas
y
fuertes.
Analizaremos
a
continuación
el
proceso
de
valoración
y
significados
del
muro
urbano
en
relación
a
la
producción
y
reproducción
de
la
ciudad,
dilucidaremos
sus
significados
en
esta
división
entre
urbe
y
campo,
con
el
sustento
que
plantea
Singer.
“Si
uno
estuviese
ubicado
en
1690
en
Francia
y
consultara
un
diccionario
de
entonces,
la
definición
sería
muy
clara:
una
ciudad
no
puede
tener
derecho
a
ese
título
si
no
está
amurallada.
Ésta
las
convierte
en
un
universo
aparte,
distinto
a
las
tierras
del
exterior.
La
muralla
es
el
signo
de
su
independencia,
la
prueba
de
su
identidad,
la
constatación
de
su
existencia”
(Zambrano,
1999).
Esta
afirmación
de
Zambrano
sintetiza
bien,
a
mi
juicio,
la
valoración
simbólica
de
la
muralla
urbana,
con
sus
significados
de
identidad
y
símbolo
de
poder
y
fuerza,
de
fortaleza
ciudadana,
fortaleza
de
la
sociedad
y
sus
fuerzas
productivas
con
su
reproducción
socioeconómica
y
cultural.
Ahondaremos
con
mayor
argumentación
teórica
e
histórica
este
proceso
de
constitución
y
conformación
urbana.
9
transferir
a
la
ciudad
el
excedente
de
alimentos
que
posibilita
su
existencia.
Es
decir
el
excedente
de
alimentos
es
una
condición
necesaria
para
el
surgimiento
de
la
ciudad.
Sin
embargo
es
necesario
también,
que
conjuntamente
se
creen
instituciones
sociales,
una
relación
de
dominación
y
por
último,
de
explotación,
que
asegure
la
transferencia
del
excedente
del
campo
a
la
ciudad.
Eso
significa
que
la
existencia
de
la
ciudad
presupone
una
participación
diferenciada
de
hombres
en
los
procesos
de
producción
y
distribución,
es
decir
una
sociedad
de
clases,
pues
de
otra
manera
la
transferencia
del
excedente
no
sería
posible.
Como
veremos
en
el
capítulo
siguiente
casi
todas
las
ciudades
antiguas,
europeas,
asiáticas
y
americanas,
estuvieron
amuralladas,
escudadas
en
una
geometría
delimitadora
y
distintiva.
Lo
más
evidente
es
una
razón
defensiva,
una
cuestión
de
seguridad.
Sin
embargo
convive
conjuntamente
la
razón
de
vigilancia
de
los
ciudadanos,
de
mantener
ese
orden
primordial
de
la
ciudad;
es
decir,
defenderse
de
los
de
afuera
pero
controlar
a
los
de
adentro,
controlar
y
vigilar
desde
lo
alto,
sobre
el
muro,
el
impuesto
orden
de
segregación
de
clase,
de
los
productores
directos,
de
los
pobres.
Es
decir
se
vigilaba
al
enemigo
externo
pero
también
se
vigilaba
el
comportamiento
interno
de
los
ciudadanos.
Esto
mismo
causa
la
existencia
de
un
solo
acceso
vigilado
y
controlado,
las
salidas
y
entradas
de
los
ciudadanos,
soldados
y
mercancías
no
era
libre.
El
desarrollo
de
la
ciudad-‐estado
refuerza
la
significación
de
las
murallas
como
elemento
de
defensa
mezclada
con
delimitación
simbólica
de
poder
y
control.
El
desarrollo
productivo
y
reproductivo
en
torno
al
mercado,
condiciona
a
la
ciudad
como
lugar
de
intercambio
y
desarrollo
del
comercio.
Esto
presupone
que
para
poder
surgir
“se
debe
10
asegurar
a
las
caravanas
de
mercaderes
contra
el
robo
y
a
los
mercaderes
individualmente
contra
el
fraude”.
Por
tanto
la
ciudad
comercial
es
fruto
de
una
ciudad-‐estado
y
vice-‐
versa,
que
domina
un
determinado
territorio
extrayéndole
un
excedente
de
producción
de
otros
territorios.
En
palabras
de
Singer
“la
ciudad
no
inventa
el
comercio
pero
modifica
su
carácter,
transformándolo
de
mero
trueque
irregular
de
excedentes
agrícolas
en
intercambio
regular
de
bienes
suntuarios,
en
general
manufacturados”.
(Singer,
1973)
Esto
quiere
decir,
como
plantea
este
mismo
autor,
que
la
ciudad
proporciona
a
la
clase
dominante
la
posibilidad
de
ampliar
territorialmente
su
dominio,
hasta
encontrarse
frente
a
un
poder
armado
equivalente
y
así
la
ciudad
se
transforma
en
el
modo
de
organización
espacial
que
permite
a
la
clase
dominante
maximizar
la
transformación
del
excedente
de
alimentos
que
no
consume
directamente
en
poder
militar
y
este
en
dominación
política.
Con
esta
conquista
exterior,
se
impone
a
la
comunidad
conquistada
de
una
organización
centralizada
que
requiere,
además
de
defender
las
obras
de
irrigación
y
otras
que
elevan
el
nivel
de
las
fuerzas
productivas,
dotar
de
seguridad
a
las
tareas
de
dominación
de
sacerdotes,
guerreros,
jueces
y
administradores.
Como
plantea
Zambrano
“el
desarrollo
de
la
monarquía
va
acompañado
del
ejercicio
del
poder
físico,
y
va
apareciendo
el
control
organizado,
a
través
del
poder
soberano
que
ejerce
las
atribuciones
de
incautar,
matar,
destruir.
De
esta
manera,
apareció
la
sistematización
de
la
guerra,
condición
indispensable
para
la
consolidación
de
la
ciudad
y
del
muro
fortificado
como
defensa.
Por
ello,
es
que
el
manejo
de
la
agresión
dejó
una
huella
inconfundible
en
la
estructura
de
la
ciudad,
tanto
en
su
morfología
como
en
sus
estructuras
sociales”.
(Zambrano,
1999)
A
nuestro
juicio
apoyado
por
estos
autores,
estas
características
configuran,
una
dicotomía
histórica
permanente,
y
que
el
muro
es
depositario:
la
coexistencia
de
protección
y
seguridad
con
la
institucionalización
de
la
agresión
y
violencia.
La
ciudad
amplía
la
libertad
y
a
su
vez
crea
sistemas
drásticos
de
compulsión
y
control.
Despotismo
terrenal
y
espacios
divinos,
“los
cuales
están
consignados
en
el
espacio
urbano
(y
sus
murallas3)
con
la
réplica
del
cielo,
del
poder
cósmico
en
las
instituciones”
(Zambrano,
1999).
Con
todo,
el
amurallamiento
y
la
fortificación
de
la
ciudad
se
transforma
en
un
elemento
arquitectónico-‐urbano
fundamental
para
la
guerra,
defensa
y
resguardo
de
esa
dominación,
preservando
las
condiciones
de
apropiación,
defendiéndolas
de
amenazas
externas,
pero
conjuntamente
también
en
un
elemento
simbólico
de
poder
y
3
Texto
en
cursiva:
propuesta
del
tesista.
11
confinamiento,
que
ayuda
a
generar
un
ambiente
de
subordinación
interna
a
determinadas
reglas
que
aseguren
la
continuidad
de
la
dominación.
Con
esta
idea
Zambrano
insiste
acertadamente
en
el
poder
sagrado
y
de
“modelación”
del
muro
afirmando
que
“cuando
se
da
la
alta
concentración
de
la
gente
en
el
espacio
urbano,
el
rey
procura
incrementar
su
distancia
de
la
gente:
aislamiento
y
diferenciación,
y
con
ello,
va
apareciendo
un
rasgo
de
la
nueva
cultura
urbana.
Así
mismo,
apareció
el
centralismo;
la
ciudad
aparece
como
un
recinto
sagrado
bajo
la
protección
de
un
dios:
la
ciudad
es
el
hogar
de
un
poderoso
dios,
y
los
símbolos
arquitectónicos
y
escultóricos
hacen
visible
este
hecho.
Esto
le
da
propósito
y
significado
a
la
aglomeración
que
realiza
una
comunión
alrededor
de
este
dios.
Sin
las
potencias
religiosas
de
la
ciudad
el
muro
no
podría
haber
modelado
y
controlado
la
aglomeración,
y
se
habría
reducido
a
ser
prisión”
(Zambrano,
1999).
Por
otro
lado
si
entendemos
que
la
acumulación
previa
que
requería
la
ciudad
para
crearse
es
un
flujo
permanente
de
excedentes
que
presupone
la
existencia
de
una
estructura
de
clases
y,
además,
de
“una
clase
dominante
que
ha
resuelto
aislarse,
con
su
sequito
espacialmente
del
resto
de
la
sociedad”
(Singer
1973),
entenderemos
que
es
a
partir
de
este
proceso,
del
cual
podemos
inferir
o
conjeturar
sobre
la
racionalidad
o
la
funcionalidad
de
la
segregación
urbana
y
por
consiguiente
de
la
generación
del
muro
intra-‐urbano,
objeto
de
nuestra
tesis.
Con
todo,
existe
otra
vertiente
teórica
para
entender
el
muro
urbano
o
intra-‐urbano
en
la
historia
que
es
planteada
por
Sennett
(2002)
El
afirma,
que
la
ciudad
antigua
-‐ancien
régime-‐
“constituía
un
medio
donde
era
probable
que
los
extraños
se
encuentren.
El
legado
de
la
ciudad
se
vinculó
de
otro
modo
a
los
impulsos
de
la
privatización
del
capitalismo
industrial,
(…)
era
tolerada
la
violación
moral
en
público,
uno
podía
quebrar
las
leyes
de
la
respetabilidad,
si
lo
privado
era
un
refugio
contra
los
terrores
de
la
ciudad
como
totalidad”.
Según
este
autor
lo
privado
se
constituye
como
un
refugio
creado
por
medio
de
la
idealización
de
la
familia.
La
ciudad
entonces
se
transformaba
en
un
espacio
en
el
cual
“uno
podía
escapar
de
las
cargas
de
este
ideal,
merced
a
una
experiencia
especial,
uno
paseaba
entre
los
extraños
o
lo
que
era
más
importante
entre
personas
decididas
a
permanecer
como
extrañas
entre
sí”.
Después
de
esto,
Sennett
agrega
algo
que
es
muy
importante
para
nosotros,
porque
será
una
noción
que
formará
parte
de
los
ejes
teórico-‐prácticos
de
la
investigación
(4):
“la
gente
es
más
sociable
cuanto
más
barreras
tangibles
tenga
entre
ellas,
así
como
necesita
lugares
públicos
específicos
cuyo
único
propósito
es
el
de
reunirla,
(…)
los
seres
humanos
necesitan
mantener
cierta
4
Teórico-‐prácticos,
porque
como
veremos,
son
ejes
que
se
basan
en
estos
conceptos
y
comprensiones
teóricas
que
estamos
analizando
aquí,
pero
se
abocan
más
directa
y
concretamente
al
análisis
de
nuestro
caso
de
estudio.
12
distancia
con
respecto
a
la
observación
íntima
de
los
demás
a
fin
de
sentirse
sociables(…)
las
máscaras
del
yo
que
crean
los
modos
y
los
rituales
de
la
cortesía,
hacen
posible
la
interacción…”
Es
decir
según
este
autor
la
gente
puede
ser
sociable
solo
cuando
dispone
de
cierta
protección
con
respecto
a
los
demás,
“sin
la
existencia
de
barreras,
de
fronteras,
sin
la
distancia
mutua
que
constituye
la
esencia
de
la
impersonalidad,
la
gente
es
destructiva
y
esto
es
porque
el
capitalismo
y
el
secularismo
modernos
vuelve
lógico
el
fratricidio
cuando
la
gente
utiliza
las
relaciones
íntimas
como
fundamento
para
las
relaciones
sociales”
(Sennett,
1974-‐1976,
pp.61
y
62).
Entonces
con
esta
visión
podemos
inferir
o
extrapolar
que
el
muro
urbano
o
intra-‐urbano
se
podría
constituir
como
un
dispositivo
que
tendría
significados
de
barrera
o
frontera
o
que
crea
distancia
no
sólo
entre
la
ciudad
y
el
mundo
de
lo
privado,
sino
también
entre
pueblos
o
clases
o
grupos
diferenciados
dentro
de
la
ciudad,
protegiendo
una
identidad
más
íntima
frente
a
los
demás
y
así
poder
ser
sociable
como
grupo,
como
clase
o
como
“cuerpo-‐ciudad”;
(el
caso
del
muro
en
la
segregación
del
pueblo
judío
o
los
muros
de
Belfast
serían
un
ejemplo
de
esta
cualidad
y
que
analizaremos
luego).
Para
concluir
este
análisis
histórico
de
nuestro
objeto
de
estudio,
podemos
afirmar
que
el
muro
y
su
acceso
controlado
por
una
parte,
toma
fuerza
histórica
como
elemento
que
ayuda
a
salvaguardar
y
vigilar
la
regulación
del
intercambio
comercial
con
su
correspondiente
división
de
clase
y
el
consumo
interno.
En
este
caso
se
refuerza
el
significado
de
línea
o
franja
de
demarcación
económica,
social
y
de
poder.
El
muro
se
transforma
en
una
especie
de
confinamiento
que
“separa
y
une”.
Separa
físicamente
lo
urbano
de
lo
rural
pero
a
la
vez
une
controladamente
con
el
exterior.
En
este
sentido,
arquitectónicamente
el
muro
también
es
fachada
de
la
ciudad
siendo
la
propia
muralla,
la
que
representa
toda
su
fortaleza
y
poder.
Así
como
plantea
Trovatto
las
“fachadas
son
también
las
puertas,
arcos
triunfales
y
puentes,
que
con
la
muralla
constituyen
un
conjunto
unitario”
(2007,
p.
44).
El
muro
entonces,
no
es
solamente
un
límite
duro,
bidimensional,
sino
una
entidad
espacial
en
la
que
se
desarrollan
acontecimientos
sociales
y
acciones
de
intercambio,
que
configura
la
ciudad
y
su
arquitectura.
La
muralla
defiende
y
protege
fuertemente
de
la
invasión
externa
y
del
descontrol
interno
pero
conjuntamente
defiende
el
movimiento,
el
intercambio
adentro
y
el
intercambio
campo-‐ciudad.
El
muro
es
indispensable
para
enfrentar
la
guerra
que
a
su
vez
estructura
la
ciudad,
en
los
términos
de
Singer
y
tiene
su
valor
simbólico
y
sagrado
en
la
mantención
del
poder
en
los
términos
de
Zambrano
y
el
mercado
hace
tangible
en
el
amurallamiento
la
función
y
13
significado
de
movimiento
y
separación
de
este.
En
definitiva
el
muro
es
intrínsecamente
definitorio
de
la
ciudad
en
su
generación.
Esta
congruencia
de
factores
es
lo
que
le
otorga
al
muro
urbano
una
función
y
significado
ambivalente,
su
símbolo
de
fortaleza
y
poder
es
más
rico
y
complejo,
no
tan
evidente.
Podemos
afirmar
también,
que
estos
procesos
históricos
son
el
origen,
tanto
de
la
delimitación
simbólica
y
funcional-‐defensiva,
del
intercambio
y
movimiento
campo-‐
ciudad,
que
genera
la
necesidad
intrínseca
del
amurallamiento
fortificado,
como
de
la
segregación
de
clase
social-‐urbana
interna,
la
cual
ha
generado
diversas
formas
y
tipos
de
amurallamiento
o
delimitaciones
físicas-‐virtuales
en
la
ciudad.
Pero
también
el
muro
podría
tener
significación
como
elemento
de
distanciamiento
o
separación
necesaria
para
que
grupos
o
clases
sociales
o
pueblos
puedan
“reafirmarse”
para
socializar.
5
Para
profundizar
en
estos
conceptos,
que
no
son
directamente
atingente
a
esta
investigación,
se
recomienda
leer
a
Charles
Tilly
“La
desigualdad
persistente”
Ediciones
Manantial,
Argentina
2000
(1998);
Loïc
Wacquant
“Los
condenados
de
la
ciudad,
gueto,
periferias
y
estado”
y
Zygmunt
Bauman
“Trabajo,
consumismo
y
nuevos
pobres”
Gedisa
editorial,
2008
(1998),
entre
otros.
14
• Las
ciudades
del
mundo
antiguo.
Respondían
a
una
concepción
simbólica
del
espacio,
propia
del
pensamiento
mágico
y
del
pensamiento
religioso.
El
ordenamiento
del
espacio
debía
ser
coherente
con
la
cosmología
y
la
orientación
astrológica
de
cada
cultura.
Un
ejemplo
es
“Jericó”
y
“Mohenjo
Daro”.
El
muro
en
este
caso
comporta
un
significado
de
poder
simbólico
sagrado
mezclado
con
el
de
protección
y
defensa.
Fig.
5:
Ruinas
de
Mohenjodaro.
Fig.
6:
Jericó
Fig.
7:
Destrucción
muro
Jericó
Como
vimos,
las
murallas
de
estas
ciudades,
como
muchas
de
las
que
siguen,
tenían
una
función
además
de
resguardar
y
re-‐significar
lo
sagrado,
proteger
y
defender
del
enemigo
exterior,
ayudaban
a
resguardar
el
orden
interno
y
controlar
y
regular
los
procesos
de
intercambio
comercial
y
limita
el
territorio
socioeconómico
ciudad-‐
campo.
15
habitaciones.
Casas
muy
cerradas
debido
al
clima
y
a
la
defensa.
Al
igual
que
las
anteriores,
las
construcciones
eran
de
barro
cocido
y
adobe,
por
lo
que
quedan
pocos
vestigios.
Unas
de
las
más
representativas
son:
“Lagash”,
“Mari”,
“Eshnunna”,
“Eridu”,
“Nippur”,
“Umma”,
“Uruk”.
• Ciudades
de
Grecia.
En
esta
cultura
la
vida
se
decanta
por
el
pensamiento
racional,
por
la
autonomía
racional
del
hombre
y
la
ciudad
debe
de
estar
a
la
medida
del
hombre.
(Platón,
Aristóteles)
En
su
construcción
se
acentúa
el
carácter
político
de
ella
y
se
define
como
un
conjunto
de
ciudadanos,
la
ciudad
no
es
un
espacio
físico
determinado,
sino
un
conjunto
de
hombres
libres
ejerciendo
en
común
sus
libertades
públicas
en
un
espacio
público.
La
polis
griega
es
también
una
ciudad
estado
amurallada,
donde
el
ágora
es
el
elemento
fundamental,
el
espacio
donde
los
ciudadanos
ejercen
sus
libertades
públicas.
El
muro
en
esta
ciudad
comporta,
además
de
lo
descrito
en
las
anteriores
ciudades,
un
significado
de
separación,
resguardo
y
límite
entre
la
vida
interna
de
“libertad
pública”
de
la
polis
y
el
exterior
caótico.
A
partir
del
ágora,
se
16
localizan
los
templos,
palacios,
museos,
gimnasios,
teatros,
parques
urbanos,
bibliotecas.
Todo
ello,
constituye
un
conjunto
armónico
que
responde
a
una
geometría
espacial
precisa
y
donde
la
vía
monumental
o
vía
principal
de
la
ciudad,
es
el
gran
eje
que
conecta
con
el
ágora
y
sobre
la
que
se
alinean
estas
edificaciones
importantes.
Todo
protegido,
resguardado,
limitado
y
confinado
por
las
murallas
perimetrales
de
la
ciudad.
Este
patrón
predefine
todo
el
urbanismo
modernista.
Sus
ciudades
más
importantes
son:
“Atenas”,
“Esparta”,
“Corinto”,
“Tebas”,
“Mileto”,
“Éfeso”,
“Argos”,
“Siracusa”,
“Alejandría”,
“Marseille”(Marsella),
“Cirene”.
Fig.
10:
Atenas
Fig.
11:
Ephesos
Fig.
12:
Marsella
Fig.
13:
Siracusa.
Se
aprecia
la
fortificación.
• Las
ciudades
Romanas.
Fueron
herederas
del
urbanismo
griego,
de
sus
criterios
de
racionalidad,
funcionalidad,
armonía
y
orden.
Recogieron
también
la
tendencia
griega
del
encerramiento
de
los
espacios
y
el
valor
de
la
perspectiva.
En
la
ciudad
romana
destaca
en
primer
lugar
el
foro
y
después
los
templos
y
palacios,
las
termas,
los
anfiteatros
y
los
circos.
La
aportación
romana
más
original
a
la
ciudad
amurallada
se
halla
en
los
campamentos
militares
que
corresponde
al
sentido
más
imperialista
de
esta
civilización.
Hay
que
distinguir
por
tanto
entre
la
ciudad
de
Roma
propiamente
17
dicha
y
las
ciudades
incorporadas
al
imperio
romano.
Es
para
estas
ciudades
que
el
plan
castrense
desarrolla
una
estructura
urbana,
especialmente
pensada
para
controlar
militarmente
la
ciudad
tomada.
En
este
caso,
conjuntamente
con
los
otros
significados
descritos
anteriormente,
el
muro
comporta
con
mayor
preponderancia
su
función
y
significado
de
fortaleza
defensiva,
el
símbolo
de
poder
aquí
está
relacionado
principalmente
con
la
guerra
y
la
agresión
que
hablaba
Singer
y
Zambrano,
en
el
capítulo
anterior,
es
decir
con
la
defensa
y
resguardo
de
la
dominación,
preservando
las
condiciones
de
apropiación,
defendiéndolas
de
amenazas
externas,
pero
conjuntamente
también
como
un
elemento
simbólico
de
confinamiento,
que
ayuda
a
generar
un
ambiente
de
subordinación
interna
a
determinadas
reglas
que
aseguren
la
continuidad
de
la
dominación.
Lo
mismo
ocurre
en
las
ciudades
griegas
pero
asegurando
la
continuidad
de
las
libertades
públicas,
confinadas.
Por
lo
tanto,
a
estas
ciudades
sometidas
además
de
que
se
les
construyera
un
muro
sino
lo
tenían,
o
reforzarán
el
existente
o
reconstruyeran
uno
nuevo,
se
les
obligaba
a
ceder
su
propia
tradición
urbana
a
las
condicionantes
impuestas
por
el
urbanismo
romano:
el
desarrollo
de
las
dos
calles
principales,
ortogonales
con
orientación
este-‐
oeste
(decumano)
y
norte-‐sur
(cardo)
permitiendo
el
desarrollo
del
Foro
como
ensanchamiento
del
punto
de
cruce
de
ambas
calles.
Todo
esto
se
amurallaba
y
las
dos
calles
en
cruz
remataban
sus
extremos
exteriores
en
cuatro
puertas
de
acceso
y
control
a
la
ciudad.
Las
principales
ciudades
son
:
“Roma”,
“Tarraco”,
“Augusta
Emerita”,
“Vindobona”,
“Sarmizegetusa”,
“Londinium”(Londres),
“Mediolanum”,
“Constantinopla”
(Estambul),
“Narbona”.
Fig.
14:
Constantinopla.
Fig.
15:
Emerita
Augusta.
18
Fig.
16:
Lugo
Fig.
17:
Tarraco.
• Antigüedad
Tardía
del
Imperio
Romano.
La
crisis
del
siglo
III
provoca
la
crisis
de
la
ciudad
clásica
en
la
mitad
occidental
del
Imperio.
Las
sucesivas
invasiones,
que
se
convirtieron
en
un
fenómeno
de
larga
duración
hasta
el
siglo
VIII,
obligaron
a
costosas
inversiones
defensivas,
visibles
en
el
amurallamiento
(un
ejemplo
son
las
murallas
de
Lugo,
las
segundas
más
grandes
del
mundo
después
de
la
gran
muralla
china).
Junto
con
otros
cambios
sociales
y
políticos
internos
del
Bajo
Imperio
Romano
,
la
ciudad
decayó
en
importancia:
las
élites
urbanas
procuraron
eludir
el
aumento
de
la
presión
fiscal
y
optaron
por
la
ruralización.
Es
el
momento
en
que
las
village
del
campo
se
hacen
más
lujosas,
basadas
en
la
autosuficiencia,
lo
que
hace
disminuir
los
intercambios
que
conectaban
el
campo
con
la
ciudad
y
la
red
de
ciudades
con
Roma,
la
capital.
El
fuerte
amurallamiento
en
estas
ciudades
del
imperio
romano
en
crisis,
sin
dejar
de
existir,
pierde
su
significado
y
valoración
preponderante
como
elemento
defensivo
y
de
protección,
manteniéndose
todos
los
otros
ya
descritos.
Fig.
18:
Carcassonne.
Fig.
19:
Monteriggioni.
• La
ciudad
en
la
Edad
Media.
Toda
la
cultura
europea
durante
la
Edad
Media
tiene
un
acusado
carácter
agrícola.
La
ciudad
medieval
es
una
ciudad
amurallada
que
aparece
como
lugar
cerrado
dentro
del
paisaje
agrícola
y
forestal,
sirviendo
de
fortaleza
19
defensiva
y
refugio
de
sus
habitantes
ciudadanos
y
campesinos
del
territorio
que
se
sirve,
siendo
a
la
vez
el
lugar
del
intercambio
mercantil
de
todo
su
territorio
de
influencia.
Durante
la
Alta
Edad
Media,
caracterizada
por
las
sucesivas
oleadas
de
invasiones
que
se
sucedieron
hasta
el
siglo
X
(germanos,
musulmanes,
vikingos,
húngaros)
fue
donde
más
se
consolidaron
las
ciudades
amuralladas.
Como
se
aprecia
en
las
imágenes
anteriores,
cobra
evidencia
material
la
fuerza
simbólica
del
muro
en
tanto
fortaleza
defensiva,
con
un
carácter
monumental,
omnímodo
y
muy
connotado.
• La
ciudad
islámica.
Las
ciudades
islámicas,
también
amuralladas,
se
caracterizan
por
su
carácter
privado.
Es
una
ciudad
“secreta”
que
intenta
no
exhibirse.
Una
ciudad
con
un
marcado
carácter
religioso,
donde
la
casa
es
el
elemento
central
y
cuyo
interior
adquiere
tintes
de
santuario.
Las
calles
de
formas
irregulares
e
intrincadas,
parecen
ocultar
la
ciudad
al
visitante.
Y
algo
muy
particular
de
la
ciudad
islámica
es
que
la
vida
de
sus
habitantes,
transcurre
dentro
de
sus
casas.
Las
ciudades
contienen
un
núcleo
principal
constituido
por
la
“Medina”,
donde
se
sitúa
la
Mezquita
mayor
y
las
principales
calles
comerciales.
A
continuación
se
hallan
los
barrios
residenciales
y
por
último
los
barrios
del
arrabal,
diferenciados
por
actividades
gremiales.
Algunas
de
ellas
son:
“Córdoba”,
“Bagdad”,
“Damasco”,
“El
Cairo”,
“Túnez”,
“La
Meca”,
“Medina”,
“Granada”,
“Alejandría”.
Al
amurallamiento
de
estas
ciudades
se
le
suma
una
condición
y
significado
urbano
que
podríamos
asociar
con
la
privacidad
doméstica,
con
el
resguardo
de
la
“intimidad
colectiva”
o
“privacidad
y
seguridad
colectiva”
como
decíamos
en
el
capítulo
anterior,
cuando
definíamos
el
muro
en
la
ciudad
contemporánea.
Podemos
inferir
que
esta
cultura
islámica
de
servirse
del
muro
como
ocultamiento
de
la
vida
interior
es
traspasado
al
amurallamiento
urbano
en
sus
ciudades.
Como
veremos
este
significado
toma
una
importancia
notable
en
nuestros
casos
de
estudio.
Fig.
20:
El
Cairo.
Fig.
21:
Damasco.
Fig.
22:
La
Meca.
20
NOTA:
Aunque
para
nuestro
estudio
no
aporta
nuevas
significaciones,
formando
parte
de
la
cronología
ya
descrita,
no
podemos
dejar
de
incorporar
aquí,
como
dispositivo
físico-‐simbólico
distinguido,
la
muralla
fortificada
más
grande
de
la
historia
de
la
humanidad:
la
gran
muralla
china.
Fue
construida
con
las
mismas
funciones
y
significados
anteriormente
descritos.
Este
enorme
y
extenso
muro
da
cuenta
del
gran
“poder”
y
significación
que
tiene
este
elemento
para
la
protección,
defensa,
delimitación,
control
y
regulación
de
un
extenso
territorio
dinástico.
Contando
sus
ramificaciones
y
construcciones
secundarias,
se
calcula
que
tiene
8.851
kilómetros
de
largo,
desde
la
frontera
con
Corea
al
borde
del
río
“Yalu”
hasta
el
desierto
de
Gobi
a
lo
largo
de
un
arco
que
delinea
aproximadamente
el
borde
sur
de
Mongolia
Interior.
Aunque
hoy
sólo
se
conserva
un
30%
de
ella,
En
promedio,
mide
de
6
a
7
metros
de
alto
y
de
4
a
5
metros
de
ancho.
En
su
apogeo
durante
la
dinastía
Ming,
fue
custodiada
por
más
de
un
millón
de
guerreros.
En
este
caso
no
es
una
fortificación
urbana,
sino
más
bien
territorial,
protegiendo
y
defendiendo
la
frontera
norte
del
Imperio
Chino,
de
los
ataques
de
los
nómadas
de
Mongolia
y
Manchuria.
El
muro
protegía
y
resguardaba
todo
el
sistema
religioso,
productivo
y
de
intercambio
(ciudad-‐campo),
durante
las
sucesivas
dinastías
imperiales.
Se
fue
construyendo
y
reconstruyendo
durante
más
de
veinte
siglos
(entre
el
siglo
V
a.
C.
y
el
siglo
XVI).
Fig.
23
Y
24:
La
Gran
Muralla
China.
Mapa
y
Vista.
EL
AMURALLAMIENTO
EN
EL
CONTEXTO
HISTORICO
LATINOAMERICANO
• Las
Ciudades
precolombinas.
De
acuerdo
a
lo
estudios
de
Hardoy
(1975),
las
primeras
ciudades
del
continente
fueron
construidas
en
Mesoamérica
hace
unos
2000
años
en
una
serie
de
regiones
densamente
pobladas
y
con
una
antigua
tradición
agrícola.
Durante
el
periodo
clásico
surgieron
en
Mesoamérica
dos
modelos
bien
diferentes
de
ciudades.
Teotihuacán,
a
pocos
kilómetros
de
la
actual
ciudad
de
México,
representa
la
ciudad
planeada
con
un
criterio
monumental,
apoyándose
en
dos
ejes
en
forma
de
cruz,
(sentido
cruciforme
que
perdura
desde
el
siglo
II
hasta
el
siglo
XV
por
los
aztecas).
Sus
constructores
desarrollaron
una
cuadrícula
que,
a
la
vez
que
encerraba
a
las
21
residencias
en
grupos
directivos,
permitía
desplazamientos
fáciles
y
el
drenaje
de
las
aguas.
Las
ciudades
mayas
en
cambio,
estaban
formadas
por
un
centro
ceremonial
principal
al
cual
se
subordinaban
otros
centros
de
creciente
importancia,
entre
los
cuales
se
ubicaban,
aprovechando
las
preeminencias
de
la
topografía
y
sin
orden
alguno,
los
grupos
de
vivienda.
Uno
de
sus
ejemplos
es
Tikal.
En
ninguna
de
ellas
aparecen
muros
que
rodean
la
ciudad
pero
si
edificios
fortalezas
defendidos
en
sí
mismos.
Fig.
26:
Chan
Chan
Fig.
27:
Muro
de
Chan
Chan
22
• Las
ciudades
de
la
Colonización
Europea
y
especialmente
la
hispánica.
Según
Singer,
el
sistema
económico
implantado
por
los
europeos
en
lo
que
después
sería
América
Latina
tenía
como
objetivo
general
la
obtención
de
un
excedente
comercializable
en
Europa
era
esto
lo
que
le
confería
sentido
a
la
colonización.
Es
decir
la
empresa
militar
y
misionera
tenía
como
objetivo
inmediato
establecer
en
tierras
americanas
un
modo
de
producción
capaz
de
producir
un
excedente
que
pudiese
ser
apropiado
por
la
metrópoli
y
rápidamente
vendido
en
los
mercados
europeos.
En
toda
América
Latina
el
sector
de
mercado
externo
se
mantuvo
extremadamente
especializado
y
con
actividades
agrícolas
fundamentalmente
extractivas
y
por
lo
tanto
afectaban
directamente
al
campo:
(oro,
plata
y
azúcar).
En
el
siglo
XVIII
hubo
una
diversificación
algo
mayor
(cacao
en
Venezuela,
algodón
en
México
y
Brasil,
tabaco
en
Antillas
y
Brasil
y
el
cuero
en
El
Plata).
No
se
había
establecido
una
verdadera
división
del
trabajo
entre
campo
y
ciudad
y
por
tanto
el
papel
económico
de
las
ciudades
era
esencialmente
estéril.
“Su
papel
consistía
esencialmente
en
concentrar,
y
así
potenciar,
la
fuerza
de
coerción
de
la
metrópoli
en
el
cuerpo
de
la
sociedad
colonial.
El
instrumento
básico
de
la
fuerza
de
persuasión
era
la
Iglesia,
el
de
la
fuerza
de
coerción
eran
los
cuerpos
de
tropa
y
la
burocracia
civil.
Ambos
para
ser
eficientes
necesitaban
una
base
urbana”
(Singer
1973).
Sin
embargo,
por
esa
misma
esterilidad
que
plantea
Singer,
el
amurallamiento
de
las
ciudades
en
esta
época
colonial,
no
fue
preponderante.
Situación
que
profundizaremos
más
adelante.
Zambrano
releva
este
último
factor
político
que
señala
Singer,
planteando
que
“la
ciudad
nace
en
la
conquista,
y
no
por
un
proceso
de
industrialización,
ni
como
resultado
de
un
proceso
económico
exportador
o
demográfico;
las
ciudades
nacen
por
la
necesidad
de
un
proceso
político
y
por
ello,
hay
una
preocupación
muy
clara
desde
la
conquista
de
crear,
a
través
de
la
ciudad,
un
espacio
social
donde
se
definan
lugares
específicos
para
el
dominante
y
el
dominado”
(Zambrano
1999)
Sin
embargo
y
a
pesar
que
la
característica
del
urbanismo
español
en
América
fue
de
gran
creatividad
espacial,
en
general,
no
se
fundaron
ciudades
en
lugares
en
que
no
existiese
fundación
precolombina
o
prehispánica.
Gibson
(1969)
lo
plantea
así:
“si
los
españoles
iban
a
utilizar
la
estructura
política
sobreviviente
de
la
sociedad
nativa
en
el
mantenimiento
de
su
propio
dominio,
eso
tendrá
que
ser
hecho
presumiblemente
a
partir
de
centros
urbanos
equivalentes”.
Es
decir,
las
sociedades
precolombinas
ya
estaban
organizadas
de
modo
de
asegurar
una
transferencia
sistemática
del
excedente
del
campo
a
la
ciudad,
sede
de
la
clase
23
dominante
sacerdotal.
Los
españoles
heredaron
esa
organización
y
trataron
de
utilizarla
para
sus
propios
fines.
Para
esto
establecieron
ciudades
de
españoles
al
lado
de
las
comunidades
indígenas
transformadas
en
encomiendas
o
refundaron
en
sus
mismos
sitios.
Podemos
inferir
entonces
que
en
Latinoamérica,
este
fuerte
y
consolidado
proceso
de
estructuración,
jerarquización
y
concentración
territorial
urbano,
que
es
la
base
y
potenciador
de
la
fuerza
de
coerción
y
persuasión
de
la
metrópoli
en
el
cuerpo
de
la
sociedad
colonial
con
todos
los
instrumentos
que
plantea
Singer,
junto
al
proceso
de
ordenamiento
político
desde
la
conquista,
de
crear,
a
través
de
la
ciudad,
un
espacio
social
de
jerarquización
del
poder,
donde
se
definan
lugares
específicos
para
el
dominante
y
el
dominado,
con
una
red
de
instituciones
dependientes,
que
plantea
Zambrano,
no
hizo
necesario
el
amurallamiento
perimetral
de
las
ciudades.
No
fue
necesario
el
muro
para
la
defensa,
la
protección,
el
límite,
el
control
o
la
regulación
del
intercambio,
porque
la
estructuración
política
territorial
urbana
sumada
a
la
construcción
de
un
orden
jerarquizado
de
la
ciudad
misma,
lo
reemplazó.
24
• La
fortificación
y
amurallamiento
estratégico
en
las
ciudades
latinoamericanas.
El
surgimiento
en
América
Latina
de
un
sistema
urbano,
creado,
como
dijimos,
con
el
objetivo
básico
de
sostener
el
sistema
de
explotación
colonial,
tiene
su
raíz
también,
al
igual
que
en
el
desarrollo
urbano
del
viejo
mundo
que
ya
analizamos,
en
la
concentración
del
excedente
en
la
ciudad,
que
es
la
única
manera
de
reunir
recursos
que
pudieran
ser
usados
para
la
movilización
de
fuerzas
capaces
de
defender
el
sistema
de
explotación
colonial
de
las
amenazas
de
fuera
y
de
dentro.
Las
diversas
porciones
estaban
constantemente
amenazadas
por
la
acción
de
contrabandistas
y
corsarios.
Para
cohibirla,
el
excedente
de
vastas
áreas
se
concentraba
en
unos
pocos
puntos,
fáciles
de
fiscalizar
y
defender.
Entonces,
la
ciudad
de
la
conquista
es
implantada
como
un
espacio
territorial
fundacional
defendido,
controlado
y
vigilado
en
lugares
estratégicamente
fortificados,
a
partir
del
cual
se
irradia
el
poder
colonizador,
sometiendo
a
las
poblaciones
indígenas
a
la
autoridad
política
del
rey
e
ideológica
de
la
Iglesia,
expropiando
y
redistribuyendo
tierras,
aniquilando
quilombos
(comunidades
de
esclavos
rebeldes),
reprimiendo
el
contrabando
y
las
incursiones
de
corsarios
y
fuerzas
colonialistas
rivales.
Fig.
28:
Sistemas
de
Fuertes
en
Valdivia
Fig.
29:
Fuerte
Corral
25
estuvo
presente.
No
es
difícil
especular
que
esto
sea
lo
que
aporta
una
noción
más
difusa
de
límite
entre
ciudad
y
campo
en
la
conformación
urbana
de
nuestras
ciudades
latinoamericanas,
y
que
está
presente
hasta
hoy.
Fig.
30:
Cartagena
de
Indias,
plano.
Fig.
31:
Cartagena
de
Indiass,
panorámica.
Fig.
32:
Veracruz
Fig.
33:
Lima
antigua
amurallada.
26
LA
DESTRUCCION
E
INUTILIDAD
DEL
AMURALLLAMIENTO
URBANO
Tal
como
plantea
Singer,
“el
capitalismo
surge
en
la
ciudad,
en
el
centro
dinámico
de
una
economía
urbana,
que
lentamente
se
reconstituye
en
Europa,
a
partir
del
siglo
XIII.
Durante
los
siglos
siguientes,
la
liberación
de
ciertas
ciudades
del
dominio
feudal,
la
fuga
de
los
siervos
hacia
esas
ciudades,
el
establecimiento
de
las
ligas
de
ciudades
comerciales
y
el
surgimiento
de
una
clase
de
comerciantes
y
banqueros
preparan
el
terreno
para
la
revolución
comercial,
en
el
siglo
XVI
y
XVII,
que
establece
finalmente
una
división
del
trabajo
interurbana
a
nivel
mundial
asegurando
un
amplio
y
continuo
desarrollo
de
las
fuerzas
productivas”.
Toma
fuerza
entonces
la
integración
de
la
clase
comercial
dominante
en
varias
ciudades
y
territorios
y
no
la
división,
ni
la
guerra
como
modo
de
dominio
y
captura
de
excedente
y
con
ello,
un
debilitamiento
de
la
necesidad
del
muro
fortificador,
que
si
bien
permanece
como
símbolo
de
identidad
física
liminar
de
la
ciudad,
entorpece
la
libre
circulación
y
visibilidad.
El
amurallamiento
deja
de
tener
sentido
debido
a
la
fuerza
del
intercambio
libre
e
intenso
que
requieren
estas
nuevas
condiciones
del
mercado
y
la
producción.
Frente
a
esto
Foucault
plantea
que
en
el
siglo
XVII
y
a
principios
del
siglo
XVIII,
el
encierro
dentro
de
un
espacio
amurallado
estrecho
con
una
heterogeneidad
económica
y
social
pronunciada,
marcaban
y
destacaba
la
ciudad
de
una
manera
muy
singular
con
respecto
a
las
demás
extensiones
y
espacios
del
territorio.
“Estos
elementos
suscitaron
toda
una
masa
de
problemas
ligados
al
desarrollo
de
los
estados
administrativos,
para
los
cuales
la
especificidad
jurídica
de
la
ciudad
representaba
una
situación
difícil
de
resolver”
(Foucault,
1977-‐1978,
pp.27-‐28).
Con
ayuda
de
este
autor
para
esclarecer
la
inutilidad
del
amurallamiento,
podríamos
resumir
la
cuestión
así:
Nos
interesan
aquí
dos
situaciones
de
muros
divisorios
internos
en
ciudades
del
siglo
XIV
y
siglo
XXI,
los
cuales
surgen
como
“necesarios”
o
“justificados”
debido
a
conflictos
sociales.
Estas
dos
situaciones
de
muros
intra-‐urbanos,
tienen
una
connotación
importante
para
esta
investigación
porque
apoyan
la
línea
teórica
del
muro
como
elemento
de
protección
y
reforzamiento
de
identidad
y
posterior
socialización
o
de
aseguramiento
de
la
paz.
(Línea
teórica
que
analizamos
en
el
capítulo
del
proceso
de
desarrollo
del
amurallamiento
urbano).
6
En
esta
última
frase,
Sennett
relaciona
esto
con
el
discurso
del
moralista
que
relacionaba
a
“los
judíos
con
sus
bolsas
de
dinero
y
a
los
jóvenes
que
se
deslizaban
desnudos
por
el
canal,
o
se
refería
a
la
usura
como
si
esta
poseyera
la
capacidad
de
seducción
de
la
prostitución”.
Y
con
esto,
asocia
la
misma
retórica
moral
de
fondo
acerca
del
SIDA
moderno
y
aún
persiste,
“donde
la
seducción
e
infección
también
se
presentan
como
inseparables”.
28
Esta
decisión
de
segregarlos
fue
porque
los
judíos
no
podían
ser
expulsados.
El
propio
interés
económico
no
lo
permitía.
Sennett,
cuenta
las
palabras
de
un
importante
ciudadano
que
aclara
bien
esta
situación
“los
judíos
son
aún
más
necesarios
que
los
banqueros
para
una
ciudad,
y
especialmente
para
ésta”.
Los
judíos
pagaban
impuestos
altos.
E
incluso
los
judíos
pobres
eran
necesarios
para
la
ciudad,
porque
muchos
de
ellos
comerciaban
con
productos
de
segunda
mano,
tanto
así
que
en
el
mismo
año
de
la
segregación,
se
les
otorgó
licencia
oficial
a
varias
tiendas
de
este
tipo.
Con
esta
situación,
Venecia
encontró
una
“solución
espacial
para
los
cuerpos
judíos
impuros
pero
necesarios”.
Se
optó
por
la
segregación
en
vez
de
la
expulsión
de
la
comunidad
judía.
Como
plantea
Sennett,
“la
pureza
de
la
masa
quedaría
garantizada
por
el
aislamiento
de
la
minoría”.
Así,
Venecia
“quedó
establecida
como
una
ciudad
legal,
económica
y
social
demasiado
amplia
y
variada
como
para
vincular
a
todos
sus
habitantes.
(…)
Los
venecianos
actuaron
movidos
por
este
segregador
concepto
de
comunidad
sirviéndose
de
su
propia
geografía”…
su
ciudad.
(Sennett,
1997,
pp.245
y
246).
El
“Ghetto
Nuovo”
uno
de
los
guetos
más
emblemáticos
y
más
grande
en
esos
años
en
Venecia,
se
asentaba
en
un
terreno
de
forma
trapezoidal,
en
el
cual
los
edificios
que
circundaban
todo
el
terreno,
conformaban
un
muro
hacia
la
ciudad,
rodeado
de
agua
por
todas
partes.
Tenía
un
gran
patio
abierto
en
su
interior
y
estaba
conectado
con
el
resto
del
tejido
urbano
por
dos
puentes.
Si
se
cerraba
el
acceso
a
estos
puentes,
el
Ghetto
Nuovo
quedaba
aislado.
Fig.
34
y
35:
Grabado
y
plano
de
la
ciudad
de
Venecia
en
el
cual
se
aprecia
el
“Ghettto
Nuovo”.
(En
Sennett,
2007.)
29
El
plan
para
segregar
a
los
judíos
consistía
en
enviarlos
a
todos
a
vivir
a
este
conjunto
de
edificios
(micro-‐ciudad)
“que
es
como
un
castillo,
y
colocar
puentes
levadizos
y
cerrarlo
con
un
muro;
tendrán
una
puerta,
que
los
encerrará
allí
y
no
podrán
salir;
dos
barcos
del
consejo
de
los
Diez
irán
y
permanecerán
allí
por
la
noche,
a
expensas
suyas,
para
su
mayor
seguridad”
(Dolfin
1515,
en
Sennett,
p.252)
Esto,
además
de
ser
el
patrón
que
aún
subsiste
de
cerramiento
de
los
condominios
actuales
-‐cerramiento
completo
circundante
y
acceso
único
controlado
y
vigilancia-‐
contiene
una
diferencia
clave
para
la
época,
respecto
de
otras
segregaciones:
“en
el
gueto
judío
no
habría
supervisión
interna.
La
externa
se
realizaría
desde
los
barcos,
que
patrullarían
en
torno
al
gueto
durante
la
noche.
Aprisionados
en
su
interior,
los
judíos
quedarían
a
su
arbitrio,
como
pueblo
abandonado”
dice
Sennett
(2007,
p.252);
Yo
diría
más
bien
vinculados
y
conectados,
conformando
un
“barrio
encerrado”
o
“micro-‐
ciudad”,
con
una
seguridad
que
podría
generar
un
refuerzo
de
identidad
como
pueblo.
La
condición
profiláctica
del
muro
en
el
gueto
judío
de
Venecia,
en
nuestro
caso
podría
ser
a
la
inversa:
una
auto-‐segregación
y
el
muro
protegería
a
una
comunidad
del
contacto
con
lo
impuro
y
peligroso
de
la
ciudad.
Esto
será,
como
veremos,
uno
de
nuestros
ejes
teóricos
de
significación
del
muro.
30
ampliado.
La
última
fue
construida
en
Belfast
el
año
2008
(fronterasblog.wordpress.com,
2011)
Fig.
36
y
37:
Muro
de
separación
en
Belfast.
Con
respecto
a
esta
situación
actual
se
sabe
(sondeo
del
año
2011)
que
el
69%
de
los
residentes
que
viven
en
las
zonas
"limítrofes"
de
barrios
católicos
y
protestantes
siguen
considerando
las
barreras
como
"necesarias"
para
garantizar
su
seguridad.
"Los
muros
sirven
para
perpetuar
la
mentalidad
que
da
pie
al
conflicto",
reconoce
Peter
Shirlow,
profesor
de
transición
post-‐conflicto
en
la
Queens
University
de
Belfast.
"En
Belfast,
si
un
niño
te
pregunta:
"¿Por
qué
está
ahí
ese
muro?",
lo
más
normal
es
que
te
respondan:
"Para
que
la
gente
del
otro
lado
no
nos
haga
daño".
Shirlow
reconoce
sin
embargo,
que
le
cuesta
imaginar
un
Belfast
sin
muros
o
barreras:
"Yo
soy
positivo
sobre
el
proceso
de
paz
y
creo
que
las
cosas
irán
a
mejor
en
Irlanda
del
Norte,
pero
no
pongo
la
mano
en
el
fuego
por
la
caída
de
los
muros
de
aquí
a
seis,
siete
u
ocho
años".
(Diario
El
Mundo,
2013)
Con
todo
esto,
queda
claro
que
estos
muros
son,
hasta
el
momento,
necesarios
para
ayudar
a
la
paz
y
la
seguridad
de
los
habitantes
que
viven
detrás
de
ellos.
Lo
importante
para
nuestra
investigación
es
que,
en
esta
situación,
se
hace
plausible
un
significado
benéfico
otorgado
al
“denostado”
muro
urbano
en
la
actualidad,
actuando
como
defensa
frente
a
la
violencia
objetiva.
El
muro
aquí,
es
claramente
un
dispositivo
con
las
características
de
seguridad
“primigenia”,
es
decir,
con
el
largo
y
altura
necesaria
para
ser
una
defensa
contra
la
invasión
de
“los
otros”
y
en
estado
de
cuasi
guerra
permanente.
31
Sin
embargo
también,
en
los
casos
de
los
tabiques
livianos
y
vallas,
realizadas
por
los
vecinos,
“el
muro”
se
transforma
con
un
símbolo
de
solo
un
límite,
de
línea
de
separación
y
distinción
territorial,
más
cercana
al
concepto
de
muro
que
vimos
en
las
primeras
aldeas
de
la
antigüedad.
Como
anuncié
al
principio
de
este
marco
teórico,
haré
un
análisis
sintético
de
la
época
actual
porque
a
mi
entender,
la
explicación
de
la
generación
de
condominios
cerrados
en
la
periferia
de
la
ciudad
y
la
elección
de
vivir
en
conjuntos
residenciales
con
muros
tiene
componentes
estructurales
de
la
sociedad
capitalista
actual.
La
posmodernidad
la
entendemos
como
un
estado
y
desarrollo
del
capitalismo
moderno
que
nos
envuelve
actualmente.
Al
explicarnos
críticamente
los
procesos
materiales
y
simbólicos
que
estructuran
la
vida
de
hoy
entenderemos
en
forma
más
integral
el
fenómeno
estudiado,
es
decir
lo
comprenderemos
más
profundamente
y
con
la
complejidad
que
tiene,
tanto
en
la
manera
de
“habitar”
en
el
capitalismo
como
en
la
base
económica-‐social
de
los
“agenciamientos”
del
capital
inmobiliario
(8)
(Guattari,
1989).
Por
otra
parte,
especulamos
con
la
relación
que
existiría
entre
las
características
de
inseguridad
e
incertidumbre
que
impregnan
el
sistema
y
la
necesidad
de
encerrarse
como
colectivo
homogéneo
y
generar
límites
de
exclusión
o
diferenciación.
En
este
capítulo
nos
apoyamos
fundamentalmente
en
el
geógrafo
David
Harvey
porque,
a
mi
juicio,
en
vista
de
los
objetivos
enunciados,
este
autor
logra
profundizar
críticamente
con
la
perspectiva
que
me
interesa
otorgar
y
relevar
en
este
análisis
estructural.
Para
anunciar
esta
visión,
cito
a
Harvey
con
esta
sorprendente
afirmación
en
el
año
2000:
“separarnos
de
Marx
es
separarnos
de
nuestro
olfato
investigador,
para
satisfacer
el
rostro
superficial
de
la
moda
intelectual
contemporánea”
(Harvey,
2007
p.
25).
Sin
embargo
comenzaremos
con
otro
autor
también
importante
para
estos
efectos.
Marshall
Berman
en
1982
nos
propone
una
interesante
descripción
de
la
condición
posmoderna
que
a
mi
juicio
es
aún
vigente:
“Hay
una
forma
de
la
experiencia
vital
-‐
experiencia
del
espacio
y
del
tiempo,
de
uno
mismo
y
de
los
demás,
de
las
posibilidades
y
los
peligros
de
la
vida
-‐
que
comparten
hoy
los
hombres
y
mujeres
de
todo
el
mundo.
Llamaré
a
este
conjunto
de
experiencias
la
“modernidad”.
Ser
modernos
es
7
David
Harvey
concluye
que
“hay
más
continuidad
que
diferencia
entre
la
vasta
historia
del
modernismo
y
el
movimiento
llamado
posmodernismo”
y
que
es
más
sensato
considerar
que
este
último
“es
una
especie
de
crisis
particular
dentro
del
primero”
y
lo
entiende
como
parte
de
un
proceso
acelerado
de
cambios
y
desarrollos
del
capitalismo
mundial.
(Harvey,
2008,
p.
137)
Es
esta
concepción
la
que
adoptamos
nosotros,
es
decir
cuando
hablamos
de
posmodernidad
hablamos
de
modernismo
con
sus
procesos
de
desarrollo
y
crisis.
8
Noción
más
amplia
que
la
de
estructura,
sistema,
forma,
proceso,
etc.
Un
agenciamiento
comporta
componentes
heterogéneos
sea
de
orden
biológico,
social,
maquínico,
gnoseológico,
imaginario,
etc.
32
encontrarnos
en
un
entorno
que
promete
aventuras,
poder,
goce,
crecimiento,
transformación
de
nosotros
y
del
mundo
y
que,
al
mismo
tiempo,
amenaza
destruir
todo
lo
que
tenemos,
todo
lo
que
sabemos,
todo
lo
que
somos.
Los
entornos
y
experiencias
modernos
atraviesan
todas
las
fronteras
geográficas
y
la
etnia,
de
la
clase
y
la
nacionalidad,
de
la
religión
y
la
ideología:
Se
puede
decir
que
en
este
sentido
la
modernidad
une
a
toda
la
humanidad.
Pero
es
una
unidad
paradójica,
la
unidad
de
desunión:
nos
arroja
a
todos
en
una
vorágine
de
perpetua
desintegración
y
renovación,
de
lucha
y
contradicción,
de
ambigüedad
y
angustia.
Ser
modernos
es
formar
parte
de
un
universo
en
el
cual,
como
dijo
Marx,
“todo
lo
sólido
se
desvanece
en
el
aire”.
(Berman,
1997)
Pero
si
vamos
al
origen
de
esta
última
cita
que
indica
Berman,
nos
daremos
cuenta
que
antes
de
muchos
pensadores
contemporáneos
críticos
al
sistema
capitalista
actual
(Harvey,
Berman,
Bauman,
Virilio,
Zennet,
por
nombrar
algunos
emblemáticos
neo-‐
marxistas)
el
mismísimo
Marx
junto
a
Engels
en
el
año
1848
ya
habían
descrito
y
pronosticado
con
una
notable
claridad
el
mundo
que
seguimos
viviendo
hoy:
Marx
y
Engels
describen
aquí
los
procesos
sociales
del
capitalismo
que
dan
lugar
al
individualismo,
la
alienación,
la
fragmentación,
lo
efímero,
la
innovación,
la
destrucción
creadora,
el
desarrollo
especulativo,
los
desplazamientos
impredecibles
en
la
transformación
de
la
experiencia
del
espacio
y
el
tiempo,
así
como
a
una
dinámica
de
cambio
social
pautada
por
la
crisis.
Todo
esto
es
la
base
objetiva
y
simbólica
de
nuestra
realidad.
Sin
embargo,
según
Harvey,
Marx
insiste
que
“hay
sistemas
de
coordinación
pertenecientes
a
un
orden
superior
que
parecen
tener
el
poder
de
ordenar
todo
este
caos
y
trazar
el
camino
de
la
modernización
capitalista
sobre
un
terreno
más
estable”.
Es
un
principio
que
apuntala
y
enmarca
todo
este
trastorno
revolucionario,
esta
fragmentación
y
constante
inseguridad,
es
el
principio
del
“valor
en
movimiento”
o
la
circulación
del
capital
que
en
forma
incesante
y
continuada
busca
nuevas
formas
de
acumular
ganancias.
“Las
leyes
coercitivas”
de
la
competencia
del
mercado
(por
la
presión
de
los
intereses
mutuos
de
los
productores
independientes)
obligan
a
los
capitalistas
a
buscar
cambios
tecnológicos
y
organizativos
que
acrecienten
sus
beneficios
con
relación
al
promedio,
y
“esto
arrastra
a
todos
los
capitalistas
a
una
acelerada
carrera
de
superación
de
los
procesos
de
innovación,
que
llega
a
su
límite
sólo
en
ciertas
condiciones
de
excedentes
masivos
de
mano
de
obra”.
Entonces
se
ven
obligados
a
redoblar
sus
esfuerzos
para
crear
nuevas
necesidades
en
los
otros
acentuando
de
este
modo
el
cultivo
de
los
apetitos
imaginarios
y
el
papel
de
la
fantasía,
el
capricho
y
el
antojo.
Es
justamente
esta
pulsión
del
capitalismo
inmobiliario,
la
que
crea
y
modela
nuevas
“ofertas”
-‐que
nutren
de
fantasías
e
impulsan
el
capricho
o
el
antojo-‐
en
las
formas
de
vivir,
para
que
las
clases
medias,
media
altas
y
altas
(clases
con
poder
adquisitivo
y
que
buscan
casas
en
el
mercado
inmobiliario)
habiten
en
la
periferia
de
un
modo
“novedoso”,
logrando
altas
sobre-‐ganancias,
sumada
a
la
necesidad
de
rotación
del
capital
que
analizaremos
más
adelante.
Apoyándonos
en
conceptos
de
Bourdieu
(2011),
podemos
decir
que
los
agentes
del
capital
inmobiliario
apelan
a
engendrar
expectativas
y
prácticas
objetivamente
compatibles
a
las
condiciones
de
una
determinada
clase,
adaptándolas
de
antemano
a
sus
exigencias
objetivas
de
ganancia
y
rentabilidad.
Se
naturaliza
y
se
instala
como
una
práctica
razonable
el
vivir
en
núcleos
cerrados
en
la
periferia,
por
ejemplo.
34
Otra
dimensión
del
Capitalismo,
interesante
para
nosotros
porque
nos
explica
los
fundamentos
de
la
segregación
social,
es
que
el
capitalismo
tiene,
nace
y
vive
con
la
división
y
la
fragmentación.
David
Harvey
plantea
con
claridad
que
“una
división
técnica
y
social
del
trabajo
altamente
organizada
constituye
uno
de
los
principios
fundadores
de
la
modernización
capitalista.
Se
trata
de
una
poderosa
palanca
que
promueve
el
crecimiento
económico
y
la
acumulación
de
capital,
sobre
todo
en
las
condiciones
del
intercambio
de
mercado,
en
que
los
productores
individuales
de
mercancías
(protegidos
por
los
derechos
de
la
propiedad
privada)
pueden
explorar
las
posibilidades
de
especialización
dentro
de
un
sistema
económico
abierto.
Esto
explica
el
poder
del
liberalismo
económico
(libre
mercado)
fundadora
del
capitalismo.
Es
precisamente
en
este
contexto
donde
pueden
florecer
el
individualismo
posesivo
y
la
iniciativa
empresarial
creadora,
innovación
y
la
especulación,
aun
cuando
esto
signifique
una
fragmentación
necesaria
de
las
relaciones
sociales
tal
que
obliga
a
los
productores
a
considerar
a
los
otros
en
términos
puramente
instrumentales”.
(Harvey,
2008,
p.
124).
Y
continúa
afirmando
que
“la
omni-‐presencia
de
esta
relación
de
dominación
de
clase
(…)
establece
uno
de
los
principios
fundadores
sobre
el
cual
la
misma
idea
de
“otredad”
se
produce
y
reproduce
de
manera
continua
en
la
sociedad
capitalista”.
Entonces
el
mundo
de
la
clase
obrera
o
el
mundo
de
las
clases
trabajadoras,
como
se
entiende
mejor
hoy,
se
convierten
en
el
dominio
de
ese
“otro”
que
necesariamente
se
vuelve
opaco
y
potencialmente
desconocido
como
consecuencia
del
fetichismo
de
la
mercancía.
A
mi
juico
es
importante
entender
que
esta
es
la
base
de
la
segregación
inherente
al
sistema.
Harvey
plantea
que
“si
en
la
sociedad
ya
están
aquellos
(mujeres,
negros,
pueblos
colonizados,
minorías
de
toda
clase)
que
pueden
ser
considerados
como
“el
otro”,
la
combinación
de
la
explotación
de
clase
con
el
género,
la
raza,
el
colonialismo,
la
etnicidad,
etc.,
puede
ir
de
la
mano
con
toda
clase
o
tipo
de
situaciones
o
resultados
discriminatorias”
(9).
El
capitalismo
no
inventa
al
“otro”,
pero
sin
duda
lo
usa
y
lo
promueve
en
formas
sumamente
estructuradas,
esto
es
básico
en
el
actuar
del
capital
inmobiliario,
al
instalar
imágenes
y
modelaciones
de
un
“nosotros”
en
una
forma
de
hábitat
que
es
análogo
a
una
“comunidad
de
iguales”
y
que
por
añadidura
promueve,
consciente
o
inconscientemente,
la
concepción
del
“otro”,
distinto
y
que
hay
que
separar
y
que
por
tanto
se
discrimina
en
su
mismo
hábitat,
como
anticipamos
a
modo
de
conjetura
en
la
introducción
de
esta
tesis.
Eso
está
conectado
con
la
noción
de
“capital
social”
que
propone
Bourdieu
que
potencia
la
segregación
social
de
clase
y
que
se
refiere
a
la
“red
durable
de
relaciones
más
o
menos
institucionalizadas
de
interconocimiento
y
de
interreconocimiento
(…)
de
pertenencia
a
un
grupo,
como
conjunto
de
agentes
que
no
solo
están
dotados
de
“propiedades
comunes”,
sino
también
están
unidos
por
vínculos
9
El
texto
original
en
esta
última
parte
es
así:
“(…)
puede
ir
de
la
mano
con
toda
clase
de
resultados
discriminatorio”.
Le
he
agregado
“tipo
de
situaciones”
para
hacerlo
más
extensivo
a
las
situaciones
espaciales,
con
permiso
del
autor.
35
permanentes
y
útiles.
Estos
vínculos
serían
“irreductibles
a
las
relaciones
objetivas
de
cercanía
en
el
espacio
físico
(geográfico)
o
incluso
en
el
espacio
económico
social
porque
se
fundan
sobre
intercambios
indisolublemente
materiales
y
simbólicos,
cuya
instauración
y
perpetuación
suponen
el
reconocimiento
de
esa
cercanía.
(Bourdieu,
2011,
pp.221-‐222).
Esto
produce
en
las
clases
dominantes
que
nos
interesan,
la
búsqueda
de
“un
mínimo
de
homogeneidad
“objetiva”
en
sus
decisiones
de
habitar
y
como
“el
capital
social
no
es
independiente
de
los
intercambios
que
instituyen
el
inter
reconocimiento”
de
clases
o
grupos
vinculados
se
ejerce
“un
efecto
multiplicador
sobre
el
capital
poseído
en
propiedad”.
Esto
hace
que
la
segregación
sea
durable
y
útil.
Otro
de
los
instrumentos
del
capitalismo,
que
hoy
opera
en
todos
los
ámbitos
de
la
vida
y
por
cierto
en
la
adquisición
de
la
vivienda
y
que
a
mi
juicio
también
es
un
aspecto
crítico
de
la
inseguridad
y
la
incertidumbre,
es
el
crédito.
Según
Marx,
el
crédito,
sistema
que
encarna
el
poder
de
regulación
de
los
usos
del
dinero
y
nunca
se
separa
de
la
especulación,
debe
ser
considerado
siempre
como
“capital
ficticio”,
como
una
especie
de
apuesta
de
dinero
a
una
producción
que
aún
no
existe
y
que
por
tanto
genera
“valor
al
valor”
o
“valor
del
dinero”
(Lo
que
hoy
llamamos
más
claramente
como
intereses).
(10)
De
esta
exacerbación
de
lo
ficticio,
se
genera
una
siempre
inquietante
incertidumbre.
El
hecho
llamativo
de
que
“la
arquitectura
posmodernista
se
considere
a
sí
misma
como
una
ficción
y
no
como
una
función,
parece
ser
más
que
pertinente
a
la
luz
de
la
reputación
de
los
financistas,
los
agentes
inmobiliarios
y
los
especuladores
que
organizan
las
construcciones.
(Harvey
2008
p.
128).
Las
gestiones
inmobiliarias
que
crean
los
condominios
cerrados
hoy
en
día,
son
producidas
y
sustentadas
en
la
mayoría
de
los
casos
con
este
sistema
ficticio.
No
podemos
dejar
de
relacionar
esta
ficción,
con
la
ficción
que
se
produce
al
vivir
en
un
ambiente
homogéneo,
que
busca
la
seguridad
y
la
protección
a
través
de
la
separación
de
la
ciudad
con
un
muro.
Finalmente
me
parece
importante
nutrir
este
análisis
del
capitalismo,
con
un
interesante
concepto
que
acuña
David
Harvey:
“compresión
espacio-‐temporal”
que
es
una
noción
10
“En
los
booms
especulativos,
un
sistema
financiero
que
al
comienzo
aparece
como
un
recurso
sano
para
regular
las
tendencias
incoherentes
de
la
producción
capitalista,
termina
convirtiéndose
en
“el
instrumento
principal
de
la
super-‐
producción
y
la
super-‐especulación”,
lo
cual
genera
nuevamente
crisis
del
sistema
(Harvey
2008).
Una
crisis
reciente
es
la
vivida
recientemente
entre
el
año
2006
y
2008
en
el
mundo
de
los
países
desarrollados,
especialmente
en
EE.UU.
Fue
una
crisis
financiera,
por
desconfianza
crediticia,
que
como
un
rumor
creciente,
se
extiende
inicialmente
por
los
mercados
financieros
americanos
(burbuja
inmobiliaria)
y
es
la
alarma
que
pone
el
punto
de
mira
en
las
hipotecas-‐
basura
europeas
desde
el
verano
del
2006
y
se
evidencia
al
verano
siguiente
con
una
crisis
bursátil.
Se
considera
el
detonante
de
la
crisis
financiera
y
económica
internacional
de
2008,
de
la
crisis
de
la
burbuja
inmobiliaria
en
España.
Esta
crisis
hipotecaria,
produjo
numerosas
quiebras
financieras,
nacionalizaciones
bancarias,
constantes
intervenciones
de
los
Bancos
centrales
de
las
principales
economías
desarrolladas,
profundos
descensos
en
las
cotizaciones
bursátiles
y
un
deterioro
de
la
economía
global
real,
que
ha
supuesto
la
entrada
en
recesión
de
algunas
de
las
economías
más
industrializadas.
36
referida
a
los
procesos
del
capitalismo
actual,
que
yo
lo
asocio
también
al
hábitat
encerrado,
los
cuales
“generan
una
revolución
de
tal
magnitud
en
las
cualidades
objetivas
del
espacio
y
el
tiempo
que
nos
obligan
a
modificar
a
veces
de
manera
radical,
nuestra
representación
del
mundo.
“Compresión”
porque
sin
duda
la
historia
del
capitalismo
se
ha
caracterizado
por
una
aceleración
en
el
ritmo
de
la
vida
y
el
espacio
parece
reducirse
a
un
“aldea
global”
de
telecomunicaciones
y
a
una
“tierra
astronave”
con
interdependencias
económicas
y
ecológica.
Y
cuando
los
horizontes
temporales
se
acortan
hasta
el
punto
de
convertir
al
presente
en
lo
único
que
hay
(el
mundo
del
esquizofrénico),
debemos
aprender
a
tratar
con
un
sentido
abrumador
de
“compresión
de
nuestros
mundos
espaciales
y
temporales”
(Harvey,
2008,
p.267).
En
otro
pasaje
nos
aclara
que
“la
intensidad
de
la
compresión
espacio-‐temporal
en
el
capitalismo
occidental
a
partir
de
la
década
de
1960,
con
todos
sus
rasgos
congruentes
de
transitoriedad
y
fragmentación
excesivas
en
lo
político
y
en
lo
privado,
así
como
en
el
ámbito
social”
nos
revela
un
contexto
de
experiencias
que
convierte
a
la
condición
posmoderna
en
históricas
y
sucesivas
olas
de
compresiones
espacio-‐temporales
generadas
por
las
presiones
de
la
acumulación
capitalista,
con
su
persistencia
de
afán
aniquilador
del
espacio
por
el
tiempo
y
de
reducción
de
los
tiempos
de
rotación
del
capital.
37
Es
así
como
en
una
sociedad
cada
vez
más
consciente
del
lucro,
como
es
el
capitalismo
moderno,
el
conocimiento
geográfico
se
convierte
en
una
valiosa
mercancía.
La
acumulación
de
riqueza,
de
poder
y
capital
se
vincula
a
un
conocimiento
personalizado
del
espacio
y
un
control
individual
sobre
este
(o
de
grupos
dominantes
del
espacio,
hoy
los
agentes
inmobiliarios)
y
si,
por
otra
parte,
“entendemos
que
las
experiencias
espaciales
y
temporales
son
los
vehículos
fundamentales
para
la
codificación
y
reproducción
de
las
relaciones
sociales
(como
lo
sugiere
Bourdieu
y
que
profundizaremos
más
adelante),
un
cambio
en
la
forma
en
que
se
representan
las
primeras
generará,
sin
duda,
algún
tipo
de
transformación
en
las
segundas”
(Harvey,
2008,
p.274).
A
mi
juicio
esto
es
lo
que
ocurre
con
la
reproducción
espacial
del
capitalismo
y
sus
mercancías
urbanas.
El
Estado
históricamente
juega
un
rol
en
esto,
con
su
preocupación
por
los
impuestos
a
la
tierra
y
la
definición
de
su
propio
campo
de
dominación
y
control
social,
usufructuaba
de
la
capacidad
de
los
avances
del
capitalismo
en
la
geometría
y
los
medios
técnicos
de
la
representación
(La
cartografía
planos
urbanos
y
mapas
territoriales)
para
“definir
y
producir
espacios
con
coordenadas
espaciales
fijas”.
Sin
embargo
como
plantea
Harvey
“estas
constituían
islas
de
práctica
en
un
mar
de
actividades
sociales
en
las
que
podían
seguir
funcionando,
sin
ser
perturbadas,
toda
clase
de
concepciones
diferentes
sobre
el
espacio
y
el
lugar:
sagradas
y
profanas,
simbólicas,
personales,
animistas”.
Por
lo
tanto
“Hizo
falta
algo
más
para
consolidar
en
la
práctica
social
el
uso
real
del
espacio
en
tanto
universal,
homogéneo,
objetivo
y
abstracto
(…)
ese
“algo
más”,
que
pasó
a
ser
dominante,
fue
la
propiedad
privada
de
la
tierra
y
la
compra
y
venta
del
espacio
como
mercancía”.
(Harvey,
2008,
p.
282)
En
medio
de
estas
crecientes
abstracciones
del
espacio,
funcionales
a
la
reproducción
de
la
mercancía
espacial,
se
debió
acentuar
la
producción
activa
de
“lugares”
con
cualidades
especiales
como
un
objetivo
crucial
en
la
competencia
entre
zonas,
ciudades,
regiones
y
naciones.
Es
en
este
contexto
donde
se
puede
entender
mejor
el
esfuerzo
destinado
a
que
las
ciudades
(o
zonas)
“forjen
una
imagen
distintiva
y
creen
una
atmosfera
del
lugar
y
la
tradición,
que
actuará
como
un
señuelo
tanto
para
el
capital
como
para
la
gente
“adecuada”
(rica
e
influyente).
Es
este
el
impulso
de
los
agentes
inmobiliarios
que
señalábamos
antes,
que
“re-‐crean”
o
más
bien
“inventan”
ámbitos
o
hábitats
nuevos
para
la
venta
residencial.
“La
fuerte
competencia
entre
lugares
debería
conducir
a
la
producción
de
espacios
más
diversificados
dentro
de
la
creciente
homogeneidad
del
intercambio
internacional.
Sin
embargo
como
el
nivel
de
esta
competencia
abre
las
ciudades
(zonas
urbanas)
a
los
sistemas
de
acumulación,
termina
generando
una
monotonía
recurrente
y
serial,
que
a
38
partir
de
pautas
o
modelos
repetidos
produce
lugares
casi
idénticos
de
una
ciudad
a
otra
o
de
una
zona
urbana
a
otra”
(Harvey
2008).
Esta
es
otra
causa
de
la
determinación
de
la
segregación
urbana,
que
nos
ocupa
y
es
lo
que
ocurre
en
la
mayoría
de
los
conjuntos
residenciales
de
nuestras
ciudades,
ya
sea
para
las
clases
bajas
o
altas
con
todas
sus
intermediaciones
de
clase…es
el
caso
de
muchos
de
los
condominios
en
Santiago
de
Chile
y
Latinoamérica.
Con
esto
se
abre
una
paradoja
central
para
comprensión
del
capitalismo
urbano:
“cuánto
más
unificado
esté
el
espacio,
más
importancia
asumirán
las
cualidades
de
las
fragmentaciones
para
la
identidad
y
la
acción
social.
La
reducción
del
espacio
que
da
lugar
a
la
competencia
entre
las
distintas
“comunidades
del
capital”
implica
estrategias
competitivas
localizadas
y
una
elevada
conciencia
de
lo
que
otorga
a
un
lugar
un
carácter
especial
y
una
ventaja
competitiva.
Este
tipo
de
reacción
acentúa
mucho
más
la
identificación
del
lugar,
la
construcción
y
señalización
de
sus
cualidades
únicas
en
un
mundo
crecientemente
homogéneo
pero
fragmentado.”
(Harvey,
2008,
p.300)
Al
fin
y
al
cabo,
la
modernización
supone
la
desorganización
constante
de
ritmos
temporales
y
espaciales,
y
una
de
las
misiones
del
modernismo
(en
la
arquitectura
y
la
urbanística)
es
producir
nuevos
sentidos
para
un
espacio
y
un
tiempo
en
un
mundo
de
lo
efímero
y
la
fragmentación.
De
allí
surge
a
nuestro
juicio
la
necesidad
del
condominio
delimitado
y
ordenado,
como
una
conformación
colectiva
estable
y
segura
del
habitar.
Lo
que
quiero
dejar
depositado
aquí
y
para
terminar
esta
sección,
es
la
constante
contradicción
intrínseca
del
sistema
capitalista
posmoderno
actual,
la
cual
provoca
inseguridad
y
desconcierto
(y
es
lo
que
atraviesa
a
todos
los
habitantes
que
entrevistamos
en
esta
investigación):
Por
un
lado
la
“ficción
posmoderna
mimética
de
la
acumulación
flexible
con
el
énfasis
en
lo
efímero,
en
el
collage,
la
fragmentación
y
la
dispersión”
y
por
otro
lado
la
reacción
opuesta
que
puede
ser
resumida
como
la
búsqueda
de
identidad
personal
o
colectiva,
la
búsqueda
de
ejes
seguros
en
medio
de
un
mundo
cambiante.
“En
este
collage
de
imágenes
espaciales
superpuestas
que
hace
implosión
sobre
nosotros,
la
identidad
del
lugar
de
convierte
en
un
tema
importante
porque
cada
persona
ocupa
un
lugar
de
individuación”
(Harvey
2008,
p.
334)
y
yo
agrego
un
cuerpo,
una
habitación,
una
casa,
una
comunidad
que
la
configura,
un
barrio,
un
muro.
Dos
situaciones
o
conjeturas
útiles
para
mi
investigación
desprendo
de
todo
esto:
Primero
que
frente
a
lo
efímero
y
la
dispersión
del
mundo,
el
muro
urbano
(colectivo)
no
sólo
podría
estar
protegiendo
y
entregando
seguridad
y
defensa
contra
el
“otro”
o
“lo
otro”,
sino
que
también
otorgando
“quietud”,
estabilidad
e
identidad
al
lugar
donde
vivo,
protegiendo
también
mi
“vivir”
interno,
con
mis
iguales.
Y
segundo,
el
muro
ciego
común
39
frente
a
ese
mundo,
inevitablemente
se
individualiza,
lo
tengo,
pero
no
encima,
es
mío,
pero
no
soy
yo
el
responsable
de
la
separación
y
la
distancia
con
el
otro.
Así
puedo
abrirme
a
mi
mundo,
más
homogéneo,
no
cambiante
y
con
mis
iguales,
con
seguridad
y
sin
muros
(ciegos)
en
mi
casa.
Nos
importa
profundizar
eso
sí
en
la
relación
de
las
prácticas
sociales
(de
clases
y
fracciones
de
clase)
y
el
espacio,
y
el
tiempo.
Esto
tiene
sentido
aquí
porque
define
una
condición
de
la
vida
actual
en
la
sociedad.
Es
por
tanto,
la
base
y
lo
subyacente
vital
de
todos
nosotros,
es
lo
que
impregna
los
sentidos
y
significados
de
nuestro
“sistema
de
esquemas
de
percepción
y
de
apreciación
duraderas”
(Bourdieu,
2008-‐2011);
que
forma
parte
de
lo
que
este
autor
define
como
“habitus”
y
que
profundizaremos
más
adelante,
lo
cual
nos
ayuda
a
sustentar
teóricamente
esta
investigación
que
está
determinada
por
estos
aspectos
subjetivos,
es
decir,
es
lo
que
nos
entrega
el
marco
(o
contexto)
para
descubrir
“la
percepción
y
apreciación”
del
muro
en
los
habitantes
de
los
condominios
cerrado
y
que
profundizaremos
en
la
siguiente
sección.
Nos
apoyaremos
aquí
también
en
los
escritos
de
David
Harvey,
Pierre
Bourdieu
y
de
Gastón
Bachelard.
Ocuparemos
también
algunas
citas
que
toma
Harvey
de
De
Certeau.
Nos
interesa
enfatizar
aquí,
por
un
lado,
la
variable
del
espacio
y
el
tiempo
en
las
prácticas
sociales
para
nutrir
el
entendimiento
de
éstas
en
el
estado
actual
del
capitalismo
contemporáneo,
y
por
otro
entregar
algunas
visiones
teóricas
que
develan
la
complejidad
con
respecto
a
la
determinación
y
organización
de
esas
prácticas
sociales
con
relación
al
espacio
y
al
tiempo.
Este
entendimiento
teórico
es
necesario
para
otorgarle
rigor
al
análisis
de
nuestro
objeto
de
estudio,
en
cuanto
a
sus
determinaciones
socio-‐espaciales
y
40
culturales,
y
las
percepciones
e
interpretaciones
de
significados
de
sus
habitantes.
No
quiero
escabullir
esta
complejidad
en
este
marco
teórico
y
sin
bien
no
podré
totalizar
la
incorporación
de
todos
estos
conceptos
en
el
análisis
de
los
datos
recolectados
(encuesta
y
entrevistas
cualitativas)
al
menos
quiero
esclarecerlos
o
describirlos,
o,
por
decirlo
de
una
manera
más
gráfica,
quiero
“mostrar”
la
complejidad
y
revelar
la
conciencia
de
ella.
Las
practicas
tanto
de
los
agentes
inmobiliarios
que
producen
un
tipo
de
espacio-‐tiempo
como
de
los
habitantes
de
condominios
cerrados
que
deciden
vivir
así
son
parte
de
una
expresión
del
sistema
social
generado
por
el
capital.
Harvey
propone
4
dimensiones
de
la
práctica
espacial,
que
a
continuación
sintetizamos
y
reorganizamos
para
nuestros
efectos:
2.
“La
apropiación
del
espacio
examina
la
forma
en
que
el
espacio
es
ocupado
por
objetos
(casas,
fabricas,
calles,
etc.,…muros11),
actividades
(usos
de
la
tierra),
individuos,
clases
u
otras
agrupaciones
sociales.
La
apropiación
sistematizada
e
institucionalizada
puede
entrañar
la
producción
de
formas
territoriales
de
solidaridad
social”.
Se
cruza
y
conecta
con
esto,
lo
que
examinábamos
antes,
con
la
ayuda
de
Bourdieu,
lo
relacionado
a
la
red
durable
de
relaciones
más
o
menos
institucionalizadas
de
interconocimiento
y
de
interreconocimiento
y
por
tanto
de
pertenencia
a
un
grupo,
que
nos
aclara
más
esta
11
La
incorporación
del
muro
en
cursiva
es
del
tesista.
41
dimensión
de
apropiación
de
los
espacios
por
las
clase
o
fracciones
de
clase.
Es
lo
que
ocurre
con
la
producción
de
una
particular
forma
urbana
de
“habitar
colectivo
encerrado”
en
un
sector
periférico
de
la
ciudad,
caso
de
los
condominios
estudiados
aquí.
3.
“El
dominio
del
espacio
refleja
la
forma
en
que
individuos
o
grupos
poderosos
dominan
la
organización
y
producción
del
espacio,
por
medios
legales
o
extra-‐legales,
a
fin
de
ejercer
un
mayor
grado
de
control
sobre
la
fricción
por
distancia
o
sobre
la
manera
en
que
el
espacio
es
apropiado
por
ellos
o
por
otros.”
El
condominio
cerrado
es
una
especie
de
dominación
legal
unitaria-‐colectiva,
de
una
porción
extensa
de
espacio
en
el
territorio
urbano
o
semi-‐rural,
por
un
grupo
de
habitantes
de
clase
social
alta
o
media
alta.
4.
“La
producción
del
espacio
examina
cómo
aparecen
nuevos
sistemas
(reales
o
imaginados)
del
uso
de
la
tierra,
el
transporte
y
las
comunicaciones,
la
organización
territorial,
etc.,
y
cómo
surgen
nuevas
modalidades
de
representación
(por
ejemplo
la
tecnología
de
la
informática,
el
diseño
y
dibujo
computarizado.”
(Harvey,
2008,
p.
247)
En
este
caso
los
espacios
de
representación
son
invenciones
mentales
(…)
que
imaginan
nuevos
sentidos
o
nuevas
posibilidades
de
las
prácticas
espaciales”
y
estos
espacios
de
representación
no
sólo
tienen
la
capacidad
de
afectar
la
representación
del
espacio,
sino
también
la
de
actuar
como
una
fuerza
de
producción
material
con
respecto
a
las
prácticas
espaciales.”
(Harvey,
2008,
p.
244).
Como
vimos
antes,
de
esta
manera,
con
estos
inventos
y
con
estas
tecnologías
actúa
el
marketing
del
capital
inmobiliario
a
través
de
sus
agentes
para
inducir
nuevas
prácticas
sociales.
Primeramente,
podemos
afirmar
que,
como
ya
enunciamos
en
el
punto
3
precedente,
las
prácticas
espaciales
están
impregnadas
de
significados
de
clase,
ellas
adquieren
sus
significados
en
las
relaciones
sociales
específicas
de
clase,
género,
comunidad,
etnicidad
o
raza
y
“se
agotan”
o
“modifican”
en
el
curso
de
la
acción
social.”
Como
plantea
Harvey
“un
axioma
fundamental”
es
que
el
tiempo
y
el
espacio
(o
el
lenguaje)
no
pueden
comprenderse
independientemente
de
una
acción
social
y
“que
las
relaciones
de
poder
están
siempre
implicadas
en
prácticas
espaciales
y
temporales.”
(Harvey,
2008,
p.250)
En
este
sentido,
si
recogemos
los
planteamientos
de
Bourdieu
entenderemos
además,
que
los
ordenamientos
simbólicos
del
espacio
y
el
tiempo
conforman
un
marco
para
la
experiencia
por
el
cual
aprendemos
quienes
y
qué
somos
en
la
sociedad
(…)
“es
que
las
formas
temporales,
o
las
estructuras
espaciales,
estructuran
no
sólo
la
representación
del
42
mundo
del
grupo
sino
el
grupo
como
tal,
que
se
ordena
a
sí
mismo
a
partir
de
esta
representación”.
Bourdieu
afirma
que
“las
prácticas
y
representaciones
comunes
se
determinan
a
través
de
una
relación
dialéctica
entre
el
cuerpo
y
una
organización
estructurada
del
espacio
y
el
tiempo
(…)
y
desde
esas
experiencias
(sobre
todo
en
el
hogar)
se
imponen
esquemas
duraderos
de
percepción,
pensamiento
y
acción”
y
agrega
que
“la
organización
del
tiempo
y
el
grupo
según
estructuras
míticas,
hace
que
la
práctica
colectiva
aparezca
como
un
“mito
realizado”.
(Bourdieu
en
Harvey,
2008,
pág.
240)
Podríamos
por
ejemplo
conjeturar
en
este
sentido
que
“el
mito
de
la
remembranza
de
la
casa
patronal”
trasmutada
en
una
casa
grande
aislada
en
un
terreno
de
imagen
semi-‐
rural,
se
ve
realizado
en
la
práctica
social
colectiva
al
ocupar
un
terreno
común
extenso,
grande:
el
condominio
que
se
asociaría
a
esa
“distinción”.
Bourdieu
hace
una
profundización
de
esta
realidad
que
nos
interesa
porque
aborda
el
tema
de
la
“distinción”
en
relación
a
la
posición
y
el
poder
simbólico
en
el
espacio
social.
Como
veremos,
esto
nos
acerca
a
una
comprensión
del
poder
simbólico
que
implica
la
propiedad
(el
hábitat,
la
casa
o
el
condominio)
y
su
representación
como
necesidad
intrínseca
de
diferenciación
de
clase.
No
sería
admisible,
para
este
autor
la
idea
de
que
existiría
un
lenguaje
“universal”
del
espacio,
una
semiótica
del
espacio
independiente
de
las
actividades
prácticas
y
de
los
actores
históricamente
situados.
Estas
representaciones
espaciales
son
“a
la
vez
producto
y
productor”.
(Bourdieu,
en
Harvey
2008,
pág.
241
y
242).
Inmediatamente
surge
con
esta
afirmación,
el
sentido
que
tiene
nuestra
pregunta
de
investigación
al
enfrentar
un
muro
que
conforma
un
límite,
como
“producto
y
productor”
de
representación.
El
espacio
social,
plantea
Bourdieu,
es
un
espacio
pluridimensional
de
posiciones
donde
toda
posición
actual
puede
definirse
en
función
de
un
sistema
con
multiplicidad
de
coordenadas,
cada
una
de
ellas
ligada
a
la
distribución
de
un
tipo
de
capital
diferente.
El
espacio
social
es
una
construcción
que,
evidentemente,
no
es
igual
al
espacio
geográfico,
(aunque
ambos
se
relacionan
y;
en
buena
mediad,
el
espacio
geográfico
indica
diferencias
en
el
espacio
social,
y
las
posibilidades
de
apropiación
del
espacio
geográfico
dependen
del
las
posibilidades
sociales).
Este
espacio,
define
acercamientos
y
distancias
sociales.
Ello
quiere
decir
que
no
se
puede
juntar
a
“cualquiera
con
cualquiera”
(…)
los
sistemas
simbólicos
(percepciones,
representaciones
y
puntos
de
vista
propios
de
los
agentes
del
mundo
social)
contribuyen
a
constituir
el
dotarlo
de
sentido
para
quienes
viven
en
él
(…)
(Bourdieu
2011
pp.
20
-‐
22)
Bourdieu
afirma
entonces
que
las
diferencias
objetivas
de
clase
o
de
fracciones
de
clase,
producto
de
las
propiedades
materiales
y
las
diferencias
que
procuran
se
convierten
en
43
“distinciones”
reconocidas
de
por
sí
y
por
medio
de
las
representaciones
que
los
agentes
(en
el
sentido
de
acción
concreta
de
clases)
brindan
y
crean
con
respecto
a
ellas.
“El
capital
simbólico”-‐
afirma-‐
con
las
formas
de
beneficios
y
de
poder
que
asegura,
no
existe
si
no
es
en
la
relación
entre
propiedades
distintas
y
distintivas
-‐tales
como
cuerpo
pulcro,
lengua,
vestimenta,
mobiliario,
o
un
tipo
de
casa
o
de
sector
de
hábitat
en
la
ciudad”(12)
(…)
e
individuos
y
grupos
dotados
de
los
esquemas
de
percepción
y
de
apreciación
que
los
predispone
a
reconocer
(en
el
doble
sentido
del
término)
esas
propiedades,
es
decir,
a
constituirlas
en
estilos
expresivos,
formas
transformadas
e
irreconocibles
de
las
posiciones
en
las
relaciones
de
fuerza”.
(Bourdieu
2011
pp.
205).
Esto
es
importante,
porque
comprendemos
que
las
diferencias
económicas
se
pueden
retraducir
en
marcas
distintivas,
signos
de
distinción
o
estigmas
sociales.
Podríamos
inferir
entonces
que
-‐
aunque
en
esta
investigación
no
lleguemos
a
descubrirlo
porque
implicaría
un
profundo
abordaje
etnográfico
-‐
la
forma
de
vivir
en
condominios
con
un
ambiente
y
clase
homogénea
y
más
aún
encerrada
con
muros,
podría
ser
una
forma
de
“re-‐transformar”
o
“re-‐conocer”
como
estilo
de
vida,
algo
que
es
una
segregación
social
de
clase,
tratando
de
hacerla
“irreconocible”
a
través
de
esa
apreciación
o
percepción
reconocible
de
los
agentes,
tanto
de
los
inmobiliarios
como
de
sus
compradores/habitantes.
Bourdieu
va
más
allá
planteando
que
esta
“percepción,
encantada,
mistificada
y
cómplice
puede
ser
definitoria
de
la
pretensión
pequeño-‐burguesa
y
estas
clasificaciones
tienden
a
adaptarse
a
las
distribuciones
sociales
y
contribuyen
por
ello
a
reproducirlas”
Para
resumir
y
terminar
con
esta
idea
que
devela
el
poder
simbólico
existente
en
la
definición
de
una
posición
en
el
espacio
social
y
que
perfectamente
podemos
inferir
y
trasladar
a
la
comprensión
de
su
imbricación
con
el
espacio
geográfico
(urbano),
es
esta
afirmación
de
Bourdieu.
“Los
grupos
sociales
y
especialmente
las
clases
sociales,
existen,
de
alguna
manera,
dos
veces
(…)
existen
en
la
objetividad
del
primer
orden,
aquella
que
las
distribuciones
de
propiedades
materiales
registran;
existen
en
la
objetividad
del
segundo
orden,
la
de
las
clasificaciones
y
las
representaciones
contrastadas
que
los
agentes
producen
sobre
la
base
de
un
conocimiento
práctico
de
las
distribuciones
tales
como
se
manifiestan
en
los
estilos
de
vida.
La
representación
que
los
agentes
se
forjan
de
su
posición
en
el
espacio
social,
es
producto
de
un
sistema
de
esquemas
de
percepción
y
de
apreciación
(habitus)
a
su
vez
producto
incorporado
de
una
condición
definida
por
una
posición
determinada
en
las
distribuciones
de
las
propiedades
materiales
(objetividad
1)
y
del
capital
simbólico
(objetividad
2)
y
que
toma
en
cuenta
no
solamente
las
representaciones
(en
observancia
a
esas
mismas
leyes)
que
los
demás
acuñan
a
propósito
de
esta
posición
y
cuya
sumatoria
12
La
incorporación
del
texto
en
cursiva
es
del
tesista.
44
define
el
capital
simbólico
(que
usualmente
recibe
la
designación
de
prestigio,
autoridad,
etc.)
sino
también
de
la
posición
en
las
distribuciones
retraducidas
simbólicamente
en
estilo
de
vida.”
(Bourdieu
2011
pp.
205).
Entrando
por
otra
vertiente
conceptual
en
esta
complejidad
teórica
del
espacio
y
las
prácticas
sociales,
Michel
De
Certeau
afirma
que
ellas
no
estarían
localizadas,
“más
bien,
ellas
espacializan”.
De
Certeau
señala
una
sustitución
diaria
“del
sistema
tecnológico
de
un
espacio
coherente
y
totalizante”
por
una
“retórica
pedestre”
de
trayectorias
que
presentan
una
“estructura
mítica”
entendida
como
“una
historia
edificada
(…),
alusiva
y
fragmentaria
cuyos
hiatos
(separación
espacial
o
fisuras13)
se
enredan
con
las
prácticas
sociales
que
simboliza”.
Así,
según
De
Certeau,
los
espacios
pueden
“liberarse”
más
fácilmente
de
lo
que
imagina
Foucault,
por
el
hecho
de
que
las
prácticas
sociales
“espacializan”,
no
se
localizan
en
el
interior
de
alguna
grilla
represiva
de
control
social.
Sin
embargo
De
Certeau
reconoce
que
“Las
prácticas
de
la
vida
cotidiana
pueden
convertirse,
en
“totalizaciones”
de
un
espacio
y
un
tiempo
racionalmente
ordenados
y
controlados,
pero
también
señala
que
los
ordenamientos
simbólicos
de
un
espacio
y
un
tiempo
otorgan
una
continuidad
más
intensa
(que
no
necesariamente
garantiza
la
libertad)
a
las
prácticas
sociales”.
(De
Certeau,
en
Harvey
2008,
p.239)
Esta
otra
línea
de
pensamiento
pone
énfasis
en
la
“espacialización”
que
el
cuerpo
(social
o
individual)
con
sus
prácticas
de
vida,
genera,
tanto
en
forma
totalizante
o
fragmentaria,
lo
cual
apunta
al
“poder”
que
tendría
el
espacio
como
generador
de
libertad
o
de
cambios,
al
menos
en
la
experiencia
cotidiana.
Esto
da
sentido
a
especular
en
torno
al
muro
como
una
espacialización
de
una
práctica
social
asociada
al
distanciamiento
y
diferenciación.
Está
siempre
presente
aquí,
la
disyuntiva
o
ambivalencias
de
si
son
las
prácticas
sociales
las
que
determinan
“todo”
o
“partes”
del
espacio
o
si
el
espacio
genera,
modifica
o
influye
a
“todas”
o
“partes”
de
las
prácticas
sociales
o
con
qué
relación
de
fuerzas
se
produce.
13
La
incorporación
de
la
acepción
del
término
es
del
tesista.
45
“el
objeto
(espacio-‐tiempo14)
surge
como
fruto
de
nuestra
actividad,
por
lo
tanto,
el
objeto
tanto
como
la
persona
están
co-‐emergiendo,
co-‐surgiendo
(…).
Esto
implica
una
profunda
co-‐implicación,
una
co-‐determinación
entre
lo
que
parece
estar
afuera
y
lo
que
parece
estar
adentro”.
(Varela
2000,
p.
240-‐242).
Desde
esta
concepción
el
espacio
habitable
(y
también
el
muro)
estaría
co-‐implicado
o
co-‐emergiendo
desde
y
con
los
sujetos
que
lo
“viven”.
Terminaremos
esta
sección
con
las
reflexiones
de
Bachelard,
que
según
mis
lecturas
otorga
una
visión
poética-‐filosófica,
que
culmina
la
complejidad
de
este
análisis
de
la
relación
espacio-‐tiempo
y
el
cuerpo.
Para
este
filósofo
cobra
sentido
más
profundo
el
espacio
en
cuanto
imaginación
y
ensueño,
es
decir
como
“espacio
poético”.
“Al
ensueño
le
pertenecen
valores
que
marcan
al
hombre
en
su
profundidad.
El
ensueño
tiene
incluso
un
privilegio
de
autovaloración,
goza
directamente
de
su
ser.
Entonces
los
lugares
donde
se
ha
vivido
el
ensueño
se
restituyen
por
ellos
mismos
en
un
nuevo
ensueño.
Porque
los
recuerdos
de
las
antiguas
moradas
se
reviven
como
ensueños,
las
moradas
del
pasado
son
en
nosotros
imperecederas”
(Bachelard,
1993,
p.
36)
En
otro
pasaje
interesante
para
nuestro
sustento
teórico,
nos
aclara
que
“(Aquí)
el
espacio
lo
es
todo,
porque
el
tiempo
no
anima
ya
la
memoria.
La
memoria
–
¡cosa
extraña!-‐
no
registra
la
duración
concreta
(…).No
se
puede
revivir
las
duraciones
abolidas.
Sólo
es
posible
pensarlas,
pensarlas
sobre
la
línea
de
un
tiempo
abstracto
privado
de
todo
espesor.
Es
por
el
espacio,
es
en
el
espacio
donde
encontramos
esos
bellos
fósiles
de
duración,
concretados
por
largas
estancias.
El
inconsciente
reside.
Los
recuerdos
son
inmóviles,
tanto
más
sólidos
cuanto
más
espacializados”.
(Bachelard,
1993,
p.
39).
Lo
que
nos
hace
sentido
aquí
es
que
la
imaginación
es
también
espacio
y
tiempo
concreto,
el
espacio
en
la
imaginación
tiene
duración
y
por
tanto
el
espacio
no
es
sólo
físico
y
material,
no
podemos
seguir
entendiéndolo
indiferente
o
separado
del
sujeto
así
como
tampoco
se
puede
representar
exclusivamente
como
el
“espacio
afectivo”
desde
la
psicología.
Hablando
de
la
casa
onírica
como
casa
del
recuerdo-‐sueño,
Bachelard
plantea
algo
importante
para
nosotros,
dice
que
se
encuentra
“en
un
eje
alrededor
del
cual
giran
las
interpretaciones
reciprocas
del
sueño
por
el
pensamiento
y
del
pensamiento
por
el
sueño.
Y
agrega:
“La
palabra
interpretación
(la
cursiva
es
de
él)
endurece
demasiado
ese
movimiento.
De
hecho
estamos
aquí
en
la
unidad
de
la
imagen
y
del
recuerdo,
en
el
mixto
funcional
de
la
imaginación
y
de
la
memoria.
La
positividad
de
la
historia
y
de
la
geografía
psicológica
no
puede
servir
de
piedra
de
toque
para
determinar
el
ser
verdadero
(…)”
(Bachelard,
1993,
p.
46).
14
Incorporación
del
tesista.
46
A
nuestro
juicio,
esto
es
clave
en
esta
investigación
porque
es
importante
saber
que
siempre
quedará
abierta
nuestra
interpretación,
reinterpretación
y
metodología
al
“endurecimiento”
y
no
tendrá
la
profundidad
necesaria
de
la
percepción
y
apreciación
de
los
habitantes,
de
sus
imágenes
o
“ensueños”
espacio-‐temporales.
Finalmente
como
nos
dice
Harvey,
parafraseando
a
Bachelard,
“si
es
cierto
que
el
tiempo
nunca
se
conmemora
como
flujo,
sino
como
los
recuerdos
de
lugares
y
espacios
vividos,
la
historia
debe
sin
duda
dar
lugar
a
la
poesía,
y
el
tiempo
al
espacio,
como
material
fundamental
de
la
expresión
social”.
(Harvey,
2008,
p.
243)
DISCUSION
Y
DESAFIO
TEORICO
METODOLÓGICO:
PODER
SIMBOLICO
Y
MATERIALISMO.
De
todo
lo
anterior
y
especialmente
del
capítulo
precedente
se
desprende
que
tenemos
problemas
metodológicos
que
los
asumiremos
como
tales
y
como
desafío,
sin
evitarlos
pero
tampoco
intentar
resolverlos
con
esta
investigación.
Sólo
pretendemos
enfrentarlos
honestamente
y
llegar
a
lo
más
posible
con
la
“realización”
de
ésta.
Centramos
esta
discusión
con
los
conceptos
de
Pierre
Bourdieu,
porque
son
en
sí
mismo
una
crítica
a
la
“sociología
científica”:
“Basado
en
una
ontología
social
no
cartesiana,
que
rechaza
la
división
entre
objeto
y
sujeto,
intensión
y
causa,
materialidad
y
representación
simbólica,
Bourdieu
busca
superar
la
reducción
de
la
sociología
ya
sea
a
una
física
objetivista
de
las
estructuras
materiales
o
a
una
fenomenología
constructivista
de
las
formas
cognitivas,
mediante
un
estructuralismo
genético
capaz
de
incluir
a
ambas”.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
28)
Para
Bourdieu
la
Sociología
es
“descubrir
las
estructuras
más
profundamente
enterradas
de
los
diversos
mundos
sociales
que
constituyen
el
universo
social,
así
como
los
mecanismos
que
tienden
a
asegurar
su
reproducción
o
su
transformación”.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
30).
En
este
sentido
mi
investigación
busca
acercarse
a
descubrir
la
estructura
de
significados
“profundamente
enterrado”
situado
en
la
objetividad
de
segundo
orden
de
Bourdieu
para
develar
patrones
simbólicos
(pensamientos
y
juicios)
que
existen
en
el
encerramiento
colectivo
con
un
muro
(y
en
el
muro
mismo)
en
la
ciudad
actual
en
vista
de
perfilar
su
transformación,
si
fuera
necesario
para
el
bien
común.
Pero
para
seguir
ahondando,
este
universo
social
que
propone
Bourdieu
tiene
la
peculiaridad
de
que
sus
estructuras
llevan
una
“doble
vida”
o
“doble
objetividad”.
“La
objetividad
del
primer
orden”
es
la
constituida
por
la
distribución
de
recursos
materiales
y
medios
de
apropiación
y
valores
socialmente
escasos
(especie
de
capital
según
Bourdieu)
47
y
actúa
conjuntamente
con
la
“objetividad
del
segundo
orden”
bajo
la
forma
de
sistemas
de
clasificación,
esquemas
mentales
y
corporales
que
funcionan
a
manera
de
patrones
simbólicos
para
la
actividades
prácticas
–
conductas,
pensamientos
y
juicios-‐
de
los
agentes
sociales.
Los
hechos
sociales
son
además
objeto
de
conocimiento
dentro
de
la
realidad
misma
dado
que
los
seres
humanos
tornan
significativo
el
mundo
que
lo
conforma.
Por
lo
tanto
“Si
las
estructuras
de
la
objetividad
de
segundo
orden
(habitus
conceptos
que
detallaremos
más
adelante)
son
la
versión
encarnada
de
las
estructuras
de
la
objetividad
de
primer
orden,
entonces
“el
análisis
de
las
estructuras
objetivas
acarrea
lógicamente
el
análisis
de
las
disposiciones
subjetivas,
destruyendo
de
esa
manera
la
falsa
antinomia
comúnmente
establecida
entre
la
sociología
y
la
psicología
social.”
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
38).
Y
en
su
correlato,
con
los
dichos
de
Varela
que
vimos
antes,
entre
objeto
y
sujeto.
Esto
es
importante
para
nuestra
investigación,
ya
que
intentamos
hacer
una
tesis
“relacional”
porque
como
lo
reafirma
Bourdieu
y
Wacquant:
“La
sociedad
no
consiste
en
individuos;
ella
expresa
la
suma
de
las
conexiones
y
relaciones
en
que
los
individuos
se
encuentran”
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
41).
En
otro
de
sus
textos,
esto
lo
profundiza
más
aún:
“Lo
real
es
relacional:
lo
que
existe
en
el
mundo
social
son
las
relaciones.
No
interacciones
entre
agentes
o
lazos
intersubjetivos
entre
individuos,
sino
relaciones
objetivas
que
existen
independientemente
de
la
consciencia
o
voluntad
individual”
(Bourdieu,
2012,
p.
135).
Con
esta
matriz
de
pensamiento
que
comparto,
Bourdieu
plantea
sus
dos
conceptos
claves
de
“habitus
y
campo”
que
designan
“haces
de
relaciones”
y
que
para
esta
investigación
serán
básicos
para
definir
los
“ejes
teórico-‐prácticos”.
Un
campo
es
un
conjunto
de
relaciones
objetivas
e
históricas
entre
posiciones
ancladas
en
ciertas
formas
de
poder
(o
capital),
mientras
que
el
habitus
consiste
en
un
conjuntos
de
relaciones
históricas
“depositadas
dentro
de
los
cuerpos
de
los
individuos
bajo
la
forma
de
esquemas
mentales
y
corporales
de
percepción,
apreciación
y
acción”.
“Un
campo
es
un
sistema
modelado
de
fuerzas
objetivas
(muy
a
la
manera
de
un
campo
magnético)
una
configuración
relacional
dotada
de
una
gravedad
especifica
que
se
impone
sobre
los
objetos
y
agentes
que
se
hallan
en
él”.
Sería
algo
así
como
un
prisma
que
refracta
las
fuerzas
externas
de
acuerdo
con
su
estructura
interna.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
41).
En
este
sentido
es
importante
aclarar
aquí,
que
existe
“acción
e
historia,
y
conservación
o
transformación
de
estructuras,
solamente
porque
hay
agentes,
es
decir,
organismos
sociales
actuantes
y
eficaces
que
juegan
un
determinado
juego
(15).
Entonces,
el
campo
mismo
(juego),
no
le
es
dado,
sino
que
se
presenta
como
el
término
inmanente
de
sus
intenciones
prácticas,
el
jugador
deviene
uno
con
él”.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.
47).
Por
otro
lado,
el
habitus
es
“un
mecanismo
estructurante
que
opera
desde
el
interior
del
agente
sin
ser
estrictamente
individual
ni
en
sí
mismo
completamente
determinante
de
la
conducta.
Para
Bourdieu
el
habitus
es
“el
principio
generador
de
estrategias
que
permite
a
los
agentes
habérselas
con
situaciones
imprevistas
y
continuamente
cambiantes
un
sistema
de
disposiciones
duraderas
y
trasladables
que,
integrando
experiencias
pasadas,
funciona
en
todo
momento
como
una
matriz
de
percepciones,
apreciaciones
y
acciones
y
hace
posible
la
realización
de
tareas
infinitamente
diversificadas.
Como
resultado
de
la
internalización
de
estructuras
externas,
el
habitus
reacciona
a
las
demandas
del
campo
de
una
manera
aproximadamente
coherente
y
sistemática.
Se
entiende
entonces
como
lo
“colectivo
individualizado
en
su
encarnación
o
como
el
“individuo
biológico
colectivizado”
por
la
socialización.
Es
un
operador,
pero
de
una
racionalidad
práctica
inmanente
de
un
sistema
histórico
de
relaciones
sociales
y
por
tanto
trascendentes
al
individuo.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.43).
“El
habitus
es
creativo,
inventivo,
pero
dentro
de
los
límites
de
sus
estructuras,
que
son
de
sedimentación
encarnada
de
las
estructuras
sociales
que
lo
produjeron”.
Expresa
el
resultado
de
una
acción
organizadora
y
podríamos
decir
estructuradora.
“designa
también
una
manera
de
ser,
un
estado
habitual
(especialmente
del
cuerpo)
y
en
particular
una
disposición,
tendencia,
propensión
o
inclinación”.
En
el
habitus
“el
pasado,
el
presente
y
el
futuro
se
intersectan
e
invaden
uno
a
otro
y
por
tanto
el
habitus
puede
ser
entendido
como
un
conjunto
de
situaciones
virtuales
sedimentadas”
(Wacquant
y
Bourdieu,
2012,
p.48).
15
Agente
es
un
concepto
de
Bourdieu
lo
usa
constantemente
y
lo
podríamos
explicar
como
un
agente
social,
es
decir,
como
un
individuo
que
no
se
reduce
a
lo
que
comúnmente
entendemos
como
individuo,
es
más
bien,
un
organismo
socializado
(grupo
o
clase),
dotado
de
disposiciones,
esto
implica
tanto
la
propensión
como
la
habilidad
para
entrar
en
un
juego
y
jugarlo.
49
En
otro
momento
Bourdieu
insiste
que
el
habitus
tiene
una
parte
ligada
con
lo
impreciso
y
con
lo
vago.
Dice
que
es
generador
de
espontaneidad
y
“que
se
afirma
en
la
confrontación
improvisada
con
situaciones
renovadas
sin
cesar”.
(Wacquant
y
Bourdieu,
2008,
p.48).
De
esta
manera
ambos
conceptos,
el
habitus
y
el
de
campo,
son
relacionales
en
el
sentido
adicional,
es
decir
que
funciona
enteramente
sólo
uno
en
relación
con
el
otro.
Con
esta
matriz
de
pensamiento,
en
esta
tesis
buscamos
el
“habitus”
de
los
agentes
-‐“las
relaciones
históricas
depositadas
dentro
de
los
cuerpos
de
los
individuos
bajo
la
forma
de
esquemas
mentales
de
percepción
y
apreciación”-‐
en
relación
al
muro
como
objeto
preservador
o
tendiente
a
nutrir
“campos”
de
seguridad
y/o
estabilidad
social;
o
del
sentido
de
comunidad
y/o
estilo
de
vida;
o
de
la
exclusión
y/o
distinción.
Entendiendo
la
relación
permanentemente
variable
de
campo-‐habitus.
Por
resumirlo
de
algún
modo,
la
tesis
quiere
entender
las
fuerzas
del
juego
(campo)
que
existen
para
producir
el
habitus
del
muro
en
los
condominios
(una
forma
de
ser).
Con
esta
concepción
teórica
abordamos
la
metodología
de
investigación.
Es
importante
hacer
ahora,
una
definición
de
algunos
conceptos
importantes
para
esta
investigación,
que
han
cruzado
o
han
estado
subyacentes
hasta
el
momento
y
que
estarán
presentes
en
los
análisis
que
siguen.
Todo
esto,
antes
de
definir,
más
exactamente,
nuestros
ejes
teórico-‐prácticos
de
la
investigación.
Después
de
esto,
estaremos
en
condiciones
para
adentrarnos
en
el
análisis
teórico,
causas,
caracterización
y
evolución
de
los
condominios
cerrados,
con
y
sin
muros.
“Clase”:
Nos
adentraremos
inmediatamente
a
la
concepción
de
clase
social
neo-‐marxista,
para
“actualizar”
el
significado
en
la
realidad
contemporánea
actual.
Alain
Touraine,
nos
explica
la
noción
de
clase
de
una
forma
interesante
para
este
estudio.
Parte
diciendo
que
el
“sistema
de
acción
histórica”
es
la
manera
cultural
y
social
que
tiene
la
capacidad
humana
para
transformar
las
condiciones
de
existencia.
Reconocer
esto
es
reconocer
“que
una
sociedad
no
se
define
únicamente
por
lo
que
es,
sino
por
la
superación
que
la
lleva
más
allá
de
sí
misma
y
que,
por
lo
tanto,
la
opone
a
sí
misma”
(Touraine,
1975.
p.
3).
Este
autor
está
planteando
con
esto,
que
existe
una
tensión
fundamental
entre
la
oposición
de
la
creación
del
trabajo
y
su
reproducción,
y
que
esta
no
coincidencia,
esta
oposición,
de
la
sociedad
consigo
misma
implica
necesariamente
una
escisión
entre
los
miembros
de
la
sociedad.
La
realización
de
este
modelo
cultural
supone
entonces
presiones,
las
de
la
acumulación,
que
lleva
consigo
un
modo
de
jerarquización,
es
decir,
la
génesis
de
las
clases
sociales.
Sin
embargo
este
autor
nos
aclara
que
la
noción
de
clase
social
nos
es
descriptiva,
no
es
sólo
una
diferenciación
de
medios
y
tipos
géneros
50
de
vida
(Habitus
en
Bourdieu),
“las
clases
no
están
definidas
sino
por
su
oposición,
que
dicotomiza
la
sociedad”.
(Touraine,
1975.
p.
4).
El
sentido
en
que
este
autor
emplea
este
término
y
que
nos
interesa
aquí,
es
que
las
clases
sociales
no
son
definidas
como
grupos
reales,
organizados
y
tampoco
es
la
observación
de
las
diferencias
jerárquicas
en
una
sociedad
lo
que
conduce
a
plantear
la
existencia
de
clases
sociales
opuestas.
“La
oposición
de
las
dos
clases
no
es
otra
cosa
que
la
transcripción
en
términos
de
actores
del
propio
sistema
de
acción
histórica
y
de
la
acción
por
la
cual
una
sociedad
sobrepasa
su
propio
funcionamiento,
su
propia
reproducción”.
Sin
embargo
podríamos
decir
con
Touraine,
que
el
modo
de
jerarquización
es
una
materia
prima
de
las
clases
sociales
y
sus
estratificaciones
y
que
por
tanto
la
educación
o
la
riqueza
o
la
propiedad
define
también
el
nivel
jerárquico,
que
constituye
“el
campo
en
el
cual
las
clases
entran
en
acción”.
En
este
sentido
los
habitantes
de
los
condominios
forman
parte
de
un
estrato
o
fracción
de
una
clase
social
dominante
o
dirigente
que
de
laguna
manera
ejerce
las
presiones
al
servicio
del
modelo
cultural
que
señalábamos
antes.
Es
la
clase
que
“realiza
el
modelo
cultural,
se
lo
apropia
y
lo
utiliza
para
constituir
su
poder”.
(Touraine,
1975.
pp.
4-‐5).
También
Nicos
Poulantzas,
plantea
con
su
análisis
de
Marx
y
Engels,
que
las
clases
sociales
no
solo
están
determinadas
por
un
criterio
económico,
sino
de
“posición
de
clases”
es
decir
de
criterios
políticos
e
ideológicos
y
por
tanto
la
define
por
“su
lugar
en
el
conjunto
de
las
prácticas
sociales,
es
decir
por
su
lugar
en
el
conjunto
de
la
división
social
del
trabajo”.
(Poulantzas,
1975,
p.96).
Bourdieu
profundiza
aún
más
en
estos
conceptos
y
que
es
importante
entregar
aquí…
con
esto
terminamos
esta
definición
de
clase
social.
Para
Bourdieu
así
como
“capital”,
“campo”
o
“habitus”,
clase
social
es
un
concepto
construido,
es
“una
clase
en
el
papel”
(…)
esta
clase
“en
el
papel”
es
un
producto
teórico
de
“una
clasificación
explicativa,
del
modo
análoga
a
la
de
los
zoólogos
o
los
botánicos,
permite
explicar
y
prever
las
prácticas
y
las
propiedades
de
las
cosas
clasificadas
y,
entre
otras
cosas,
las
conductas
de
la
reuniones
grupales”.
Entonces
Bourdieu
distingue
la
clase
real
(grupo
efectivamente
movilizado)
de
la
clase
teórica
y
por
tanto
plantea
la
necesidad
de
“construir”
la
clase
objetiva
y
que
es
la
definición
que
adoptamos
como
la
más
explicativa
e
integradora
en
esta
investigación:
“conjunto
de
agentes
que
se
encuentran
situados
en
unas
condiciones
de
existencia
homogéneas,
que
imponen
unos
condicionamientos
homogéneos
y
producen
unos
sistemas
de
disposiciones
homogéneas,
apropiadas
para
engendrar
unas
prácticas
semejantes,
y
que
poseen
un
conjuntos
de
propiedades
comunes,
propiedades
objetivadas,
a
veces
garantizadas
jurídicamente
(como
la
posesión
de
bienes
o
de
poderes)
o
incorporadas,
como
los
habitus
de
clase
(
y,
en
particular,
los
sistemas
de
esquemas
clasificadores)”
(Bourdieu,
1979,
p.100
/
2011,
pp.10-‐11).
51
“Distinción”:
Otro
concepto
significante
para
esta
investigación
y
que
cruza
nuestro
análisis
es
“el
símbolo
de
distinción”.
Bourdieu
nos
dice
que
“para
que
una
práctica
o
una
propiedad
funcione
como
“símbolo
de
distinción”,
es
necesario
y
suficiente
que
se
la
sitúe
en
relación
con
tal
o
tal
otra
de
las
prácticas
o
propiedades
que
le
son
prácticamente
sustituibles
en
un
determinado
universo
social
(…)
esto
retraduce
las
diferencias
económicas
en
marcas
distintivas,
sinos
de
distinción
o
estigmas
sociales”.
Estas
marcas
distintivas,
“pese
a
ser
esencialmente
relacionados
(bien
lo
expresa
el
termino
mismo,
“distinción”),
dichos
símbolos
-‐que
pueden
variar
por
completo
según
la
contraparte
social
a
la
cual
se
oponen-‐
son
percibidos
como
los
atributos
innatos
de
una
“distinción
natural”.
Entonces,
podemos
afirmar
con
Bourdieu,
que
la
propiedad
significativa
de
los
símbolos
de
distinción,
está
determinada
dos
veces,
dada
su
función
expresiva,
“por
su
posición
en
el
sistema
de
los
signos
distintivos
y
por
la
relación
de
correspondencia
biunívoca
que
se
establece
entre
ese
sistema
y
el
sistema
de
disposiciones
en
la
distribución
de
los
bienes”.
De
esta
manera,
“cuando
se
las
aprehende
como
socialmente
pertinentes
y
legítimas
en
función
de
un
sistema
de
clasificación,
las
propiedades
dejan
de
ser
solamente
bienes
materiales,
para
volverse
expresiones,
“signos
de
reconocimiento
que
significan
y
que
valen
por
todo
el
conjunto
de
sus
diferencias
con
respecto
a
las
demás
propiedades
(o
no
propiedades)”.
(Bourdieu
2011,
pp
206
-‐
207).
Entonces
podemos
afirmar
con
Bourdieu,
que
para
la
percepción
común,
estos
sistemas
simbólicos
con
cada
práctica
(o
no
práctica)
que
tienen
en
su
seno,
“reciben
un
valor,
y
la
suma
de
esa
distribuciones
socialmente
pertinentes,
traza
el
sistema
de
estilos
de
vida,
sistemas
de
distancias
diferenciales
engendradas
por
el
gusto
y
aprehendidas
como
signos
de
buen
o
mal
gusto
y
simultáneamente
como
“títulos
de
nobleza”,
capaces
de
aportar
un
52
beneficio
de
distinción
tanto
mayor
cuanto
más
elevada
es
su
rareza
distintiva
o
como
marcas
de
infamia”.
(Bourdieu
2011,
p.
207)
Otra
afirmación
que
surge
de
las
investigaciones
de
Bourdieu,
interesante
para
nosotros
y
que
nos
acerca
a
la
siguiente
definición
de
estilo
de
vida,
es
que
“las
operaciones
ordinarias
de
clasificación
deben
apoyarse
tanto
más
en
el
simbolismo
para
inferir
la
posición
social,
cuanto
más
exiguo
es
el
grado
de
interconocimiento”.
Es
decir,
que
si
bien
en
las
aldeas
o
ciudades
pequeñas
el
juicio
social
puede
apoyarse
sobre
conocimientos
más
exhaustivos
de
las
características
económicas
y
sociales
determinantes,
en
las
ciudades
grandes
como
la
nuestra,
“es
en
los
encuentros
ocasionales
y
anónimos
de
la
vida
urbana”,
en
que
“el
estilo
y
el
gusto
contribuyen
indudablemente
de
manera
tanto
más
determinante,
a
orientar
el
juicio
social
y
las
estrategias
implementadas
en
las
interacciones”.
Esto
es
parte
de
nuestras
“imposibilidades”
de
llegar
a
profundizar
en
estos
componentes
del
estilo
de
vida
que
pueden
ser
contribuyentes
a
generar
juicios
sociales
sobre
las
clasificaciones
de
diferenciaciones
urbanas,
por
ejemplo.
Como
vimos
en
la
definición
anterior,
el
estilo
de
vida
surge
como
sistema
trazado
por
la
“distinción”.
Con
Bourdieu
podríamos
definirla
como
“un
conjunto
sistemático
de
rasgos
característicos
de
todas
las
prácticas
y
obras
de
un
agente
singular
o
de
una
clase
de
agentes
(clase
o
fracción
de
clase)”.
Como
el
estilo
de
la
arquitectura
o
de
una
obra
de
arte
de
una
determinada
época.
Es
decir,
es
“una
autoconstitución
de
un
sistema
de
obras
unidas
por
un
conjunto
de
relaciones
significantes”
(Bourdieu
2011,
p.210).
Esto
genera
un
modo
de
operar
en
base
a
esa
constitución
de
historia
de
vida
de
significantes
comunes,
por
decirlo
de
alguna
manera.
53
El
estilo
de
vida
es
la
primera
y
quizás
hoy
en
día
la
fundamental,
de
manifestaciones
simbólicas,
tales
como,
la
vestimenta,
el
mobiliario,
la
casa,
el
barrio
o
ciudad
donde
vivo,
o
“cualquier
otra
propiedad
que
al
funcionar
según
la
lógica
de
la
pertenencia
y
de
la
exclusión,
dejan
a
la
vista
las
diferencias
de
capital
(entendido
como
capacidad
de
apropiación
de
los
bienes
escasos
y
de
los
beneficios
correlativos)
bajo
una
forma
tal
que
eluden
la
brutalidad
injustificable
del
hecho,
datum
brutum
simple
nimiedad
o
pura
violencia,
para
acceder
a
esta
forma
de
violencia
desconocida
y
denegada,
por
ende
afirmada
y
reconocida
como
legitima,
que
es
la
violencia
simbólica”
(
Bourdieu,
2011,
p.
210).
En
otro
de
sus
pasajes
Bourdieu
plantea
que
los
símbolos
del
capital
cultural
(en
nuestro
caso,
condominio
cerrado,
muro,
etc.)
“incorporado
u
objetivado,
contribuyen
a
legitimar
la
dominación,
y
aun
el
arte
de
vivir
de
los
poseedores
del
poder
hace
su
aporte
al
poder
que
lo
posibilita,
pues
su
verdaderas
condiciones
de
posibilidad
permanecen
ignoradas
y
puede
percibírselo
no
sólo
como
la
manifestación
legítima
del
poder,
sino
como
el
fundamento
de
la
legitimidad.
Los
“grupos
de
status”
fundados
sobre
un
“estilo
de
vida”,
no
son,
como
Weber
cree,
un
tipo
de
grupo
diferente
al
de
las
clases,
sino
clases
denegadas,
o,
si
se
prefiere,
sublimadas
y,
por
ello,
legitimadas.
(Bourdieu,
2011,
p.211).
Podemos
ahora
caracterizar
los
condominios
cerrados
en
Chile
y
Santiago
en
particular,
y
definir
nuestros
ejes
teórico-‐prácticos
de
investigación.
Desarrollaremos
en
este
capítulo
un
análisis
general
tanto
de
los
procesos
de
cambio
del
capitalismo
en
Chile
que
impulsaron,
entre
otros,
la
conformación
de
los
condominios
cerrados,
como
de
los
procesos
socio-‐económico
y
físico-‐urbanos
de
la
conformación
y
caracterización
de
éstos.
Posteriormente
analizaremos
las
concepciones
y
explicaremos
la
producción
del
amurallamiento,
para
luego
definir
los
ejes
teóricos
que
cruzarán
la
54
indagación
y
análisis
del
trabajo
de
campo
(encuesta
y
entrevistas
cualitativas
en
profundidad).
Los
Cambios
en
Santiago
impulsados
por
la
modernización
capitalista
y
la
conformación
de
condominios
cerrados
(1980-‐2014)
En
este
contexto,
el
año
2000
el
Ministro
de
Vivienda
y
Urbanismo
derogó
la
política
que
había
estado
vigente
desde
1985.
Esto
con
el
objeto
de
abrir
el
camino
de
una
de
las
siete
reformas
del
Bicentenario
que
nos
llevarían
a
ser
un
país
desarrollado:
la
Reforma
Urbana
lo
cual
respondería
a
la
lógica
de
una
ciudad
globalizada,
lo
cual
en
términos
territoriales
se
manifiesta
en
el
paso
desde
un
espacio
metropolitano
relativamente
compacto
a
una
expansión
de
tipo
policéntrica,
dándose
origen
a
un
patrón
asociado
a
redes
y
con
límites
y
fronteras
menos
precisas
y
difícilmente
definible
(Fuentes
y
Sierralta,
2003).
Sin
política
vigente
que
siente
los
lineamientos
de
la
planificación
urbana
a
nivel
nacional,
se
modifica
nuevamente
el
PRMS
el
año
2003.
En
ella
el
MINVU
extendió
el
concepto
de
desarrollo
condicionado
creando
los
proyectos
de
desarrollo
condicionado
(PDUC)
con
la
misma
lógica
imperante;
el
Estado
libera
suelo
como
“promotor”
del
desarrollo
que
aprovechan
los
grandes
agentes
y
constructores
inmobiliarios
ejecutando
inversiones
de
alta
rentabilidad,
principalmente
asociados
a
mega
proyectos
inmobiliarios.
55
(2004)
ha
provocado
una
importante
metamorfosis
en
la
estructura
y
el
funcionamiento
de
Santiago,
el
cual
se
ha
manifestado
principalmente
en
tres
aspectos:
i)
una
acentuación
de
la
tendencia
a
la
suburbanización,
ii)
la
persistencia
de
una
estructura
social
metropolitana
polarizada
y
segregada,
y,
iii)
una
morfología
metropolitana
que
está
siendo
fuertemente
impactada
por
la
irrupción
de
un
conjunto
de
“artefactos
urbanos”,
como
los
denomina
De
Mattos.
Para
este
autor,
además
de
los
grandes
centros
comerciales,
multi
y
megatiendas,
hipermercados,
complejos
empresariales,
hoteles
de
lujo,
centros
de
espectáculos
y
entretenimientos,
están
incluidos
en
ellos
“los
barrios
cerrados
protegidos
y
segregados”.
Los
caracteriza
como
“una
respuesta
del
capital
inmobiliario
a
las
nuevas
demandas
de
las
familias
de
ingresos
altos
y
medios,
intensificadas
por
las
condiciones
que
han
establecido
el
aumento
de
la
tasa
de
motorización
y
la
progresiva
difusión
de
nuevas
tecnologías
de
la
información
y
las
comunicaciones”.
(De
Mattos,
2004,
pp.
30-‐39)
16
Aunque
como
enunciamos
antes
y
profundizaremos
más
adelante,
existen
algunos
especiales
negocios
inmobiliarios
que
han
reducido
la
escala
de
la
segregación.
56
Después
de
esta
caracterización
general
de
los
nuevos
impulsos
de
urbanización
capitalista
en
Santiago,
estamos
en
condiciones
de
explicar
con
mayor
detalle
los
procesos
de
producción,
definición
y
conformación
de
condominios
cerrados
en
comunas
periféricas
necesarios
para
comprender
por
qué
surgen
nuestros
casos
de
estudio.
Como
vimos,
la
ultra
liberalización
de
los
mercados
del
suelo
de
los
años
80,
que
eliminó
todas
las
restricciones
que
impidieran
el
crecimiento
“natural”
de
las
áreas
urbanas,
siguiendo
exclusivamente
las
tendencias
del
mercado
y
extendiendo
los
límites
de
la
ciudad
a
los
puntos
del
espacio
donde
la
competencia
entre
la
demanda
por
el
uso
rural
o
el
uso
urbano
lo
determinasen,
no
produjo
una
baja
en
los
precios
de
la
tierra
como
se
esperaba,
con
el
objeto
de
hacerla
accesible,
a
través
del
propio
mercado,
a
los
sectores
más
pobres.
Por
el
contrario,
el
surgimiento
de
un
fuerte
sector
inmobiliario
(que
sí
estaba
proyectado),
que
centró
su
oportunidad
de
ganancia
en
la
producción
de
“exclusividad
social”
y
las
expectativas
de
mejor
rentabilidad
por
parte
de
los
dueños
de
la
tierra,
provocaron
el
alza
generalizada
de
los
precios
de
la
misma,
a
través
de
la
llamada
demanda
especulativa
del
suelo.
(Sabatini
y
Cáceres,
2004)
Además
en
esa
misma
época,
la
dictadura
militar
implementó
una
política
urbana
de
erradicación
de
campamentos
y
poblaciones
populares,
que
simultáneamente
con
los
objetivos
de
desmovilización
política,
logró
eliminar
a
los
pobres
de
las
comunas
de
clase
alta,
aumentando
por
decreto
y
con
violencia
la
segregación
y
la
exclusión
social
de
la
ciudad,
logrando
de
paso,
un
mayor
"orden",
homogeneidad
espacial
y
cultural,
dejando
grandes
terrenos
eriazos,
"libres"
para
el
negocio
y
la
especulación
inmobiliaria.
57
Esto
se
demuestra
con
cifras:
casi
la
mitad
de
todos
los
metros
cuadrados
de
construcción
de
viviendas
aprobados
en
los
distintos
municipios
entre
1990
y
1998,
se
encuentra
concentrado
en
cuatro
comunas:
Las
Condes,
mayoritariamente
de
clase
social
alta.
(tamaño
promedio
de
las
viviendas
de
160
m2);
Santiago,
mayoritariamente
de
clase
media
(tamaño
promedio
de
las
viviendas
de
76,5
m2);
Maipú
de
clase
media
y
baja
(tamaño
promedio
de
50,6
m2)
y
Puente
Alto,
clase
mayoritariamente
baja
(tamaño
promedio
de
49,7
m2).
Por
otro
lado
el
90%
de
los
metros
cuadrados
aprobados
están
localizados
en
la
periferia,
concentrando
el
tamaño
promedio
de
lo
construido
con
superficies
superiores
a
200
m2
en
las
comunas
más
ricas,
tales
como
Lo
Barnechea
y
Vitacura,
y
los
promedios
de
40
m2
en
las
comunas
pobres
de
la
periferia
sur
como
La
Pintana
y
La
Granja.
Sumando
el
hecho
que
en
más
de
la
mitad
de
las
comunas
del
Gran
Santiago
prácticamente
no
se
había
construido
nada.
(ver
cuadros).
Podemos
afirmar,
que
aunque
no
se
dispongan
de
datos
estadísticos
actualizados
esta
situación
ha
cambiado.
Solo
con
observación
visual
se
puede
detectar
que
estos
últimos
años,
en
las
comunas
del
primer
anillo
periférico
de
la
comuna
de
Santiago,
se
ha
desarrollado
un
potente
impulso
inmobiliario
con
edificios
en
altura
para
clases
media
y
media-‐baja,
en
terrenos
intersticiales
de
barrios
antiguos
tradicionalmente
de
baja
altura
y
baja
densidad.
Todo
fomentado
e
incentivado
por
modificaciones
a
los
Planes
Reguladores
Comunales
e
Intercomunales.
(Caso
PRMS-‐100,
mencionado
anteriormente).
Fig.
39:
Viviendas
de
más
de
200
m2
Fig.
40:
Viviendas
de
100
a
200
m2.
Fig.
41:
Viviendas
de
50
a
75
m2
Fig.
42:
Viviendas
de
40
a
50
m2.
58
Sin
embargo
a
nuestro
juicio
y
percepción,
el
crecimiento
y
desarrollo
inmobiliario
privado
dirigido
a
las
clases
altas
y
medias,
sigue
siendo
preponderantemente
periférico
(mucho
mayor
tamaño
económico
y
geográfico
de
las
gestiones
inmobiliarias).
Como
anticipamos
en
la
introducción
de
la
tesis,
este
resultado
se
logra
con
un
potente
desarrollo,
perfeccionamiento
y
crecimiento
del
negocio
urbano,
donde
el
promotor
inmobiliario
pasa
a
gestionar
todas
las
operaciones
involucradas
en
la
producción
y
venta
de
espacios
construidos,
desde
la
elección
del
terreno
hasta
el
financiamiento
a
los
compradores,
pasando
por
la
definición
de
los
diseños,
estándares
y
la
subcontratación
de
la
edificación
y
las
campañas
de
marketing.
De
esta
forma
la
sobre-‐ganancia
y
control
de
los
negocios
con
el
suelo
urbano
(especulación
y
maximización
de
las
rentas
del
suelo,
sumadas
a
la
plusvalía
de
la
construcción),
queda
“agenciada”
(Guattari,
1989)
por
una
mega
operación
inmobiliaria.
Conjuntamente
con
esto
se
produce
una
gran
concentración
del
capital
que
provoca
el
surgimiento
de
megaproyectos
residenciales,
comerciales
y
de
oficinas.
Entonces
este
gestor
inmobiliario
más
poderoso
logra
modificar
el
destino
social
de
los
sectores
residenciales
y
áreas
de
crecimiento
de
la
ciudad,
llevando
familias
de
estratos
medios
y
altos
a
habitar
comunas
tradicionalmente
pobres
y
populares.
Esta
nueva
situación,
de
cambio
de
destino
socio-‐espacial
se
hace
posible
por
el
gran
tamaño
de
los
proyectos
y
la
alta
rentabilidad
asociada.
El
promotor
compra
suelo
semi-‐agrícola
a
muy
bajo
precio,
correspondiente
a
las
condiciones
de
pobreza
de
los
sectores
aledaños
a
los
terrenos
elegidos,
y
vende
a
un
precio
extremadamente
superior
“suelo
urbano
edificado”
a
familias
de
clase
social
más
alta.
(Sabatini
y
Cáceres,
2004).
Estos
mismos
autores
plantean
que
esta
situación
es
el
inicio
de
la
ruptura
del
patrón
tradicional
de
segregación
social
de
Santiago,
disminuyendo
su
escala,
acercando
y
mezclando
físicamente
clases
altas
con
clases
bajas.
“El
acercamiento
geográfico
entre
residentes
de
distinta
condición
socioeconómica,
por
más
que
haga
visible
las
desigualdades
sociales
y
estimule
reacciones
de
recelo
y
discriminación,
representa
ventajas
concretas
a
la
población”
(Sabatini
y
Cáceres,
2004,
p.
30).
Sin
descartar
que
los
muros
no
sean
resistidos
por
los
pobladores
ni
que
ellos
no
tengan
temor
de
que
el
interés
inmobiliario
y
de
familias
más
ricas
de
vivir
en
el
área,
pueda
significar
su
expulsión,
destacan
los
efectos
y
significados
positivos.
Estos
serían
por
un
lado
la
demanda
por
mano
de
obra
y
productos
y
servicios
tradicionales
de
áreas
más
deprimidas
económicamente
(servicios
domésticos,
mueblería,
artesanía,
costurerías,
bazares,
panaderías
y
clandestinos)
y
por
otro
el
surgimiento
de
equipamientos
y
servicios
59
asociados
a
la
mayor
capacidad
de
pago
que
se
instala
en
el
sector
(supermercados
y
hasta
malls,
mejoramiento
de
la
pavimentación
y
arborización
de
las
calles
y
plazas.
En
síntesis
como
nos
afirman
Salcedo
y
Torres
(2004)
Sabatini
y
Cáceres
plantean
que
no
toda
segregación
espacial
es
negativa
para
las
clases
bajas
existiendo
una
“segregación
maligna”
y
otra
que
no
lo
es.
El
grado
de
malignidad
estaría
dado
por
la
escala.
Es
decir
la
Segregación
vista
desde
la
ciudad
global
de
Santiago
es
maligna
pues
concentra
geográficamente
y
homogéneamente
a
las
clases
sociales
(ricos
al
oriente
y
nororiente
y
pobres
al
sur,
poniente
y
norte
para
esquematizar)
en
cambio
con
la
dispersión
de
barrios
de
clase
media
alta
y
alta,
aunque
sean
en
forma
enrejada
o
amurallada,
sería
positiva
y
fomentaría
la
integración
social.
Queda
la
duda
en
este
estudio
si
es
exagerado
o
no
plantear
que
la
convivencia
con
grupos
más
ricos
esté
“ayudando
a
evitar
la
desintegración
social”,
sólo
porque
habría
un
cambio
de
hábitos
de
conducta
como
“mandar
a
sus
hijos
bien
vestidos
y
peinados
a
comprar”
debido
a
que
han
llegado
“esa
otra
gente”.
(Sabatini
y
Cáceres,
2004,
p.31)
Con
todo,
yo
conjeturo
que
estos
nuevos
conjuntos
de
clase
alta
o
media
alta,
localizadas
en
sectores
tradicionalmente
populares,
sería
casi
imposible
de
lograr
sino
se
ofreciera
a
esta
potencial
demanda
de
mayor
categoría
social,
“barrios
cerrados”,
es
decir
conformaciones
del
tipo
condominios
amurallados
o
enrejados
y
vigilados,
y
con
una
calidad
ambiental
interior
similar
a
la
de
los
barrios
de
clase
alta.
Por
lo
tanto,
se
construye
y
se
venden
espacios
urbanos
“auto-‐segregados”
y
puntualmente
conectados
con
el
resto
de
la
ciudad.
El
amurallamiento
es
un
elemento
que
claramente
plasma
en
el
espacio
un
límite
nítido
pero
que
sin
embargo
no
está
clara
su
importancia
y
significación
en
los
habitantes,
que
deciden
vivir
en
estos
condominios.
• En
Latino
América:
Como
ya
se
ha
señalado
las
urbanizaciones
cerradas,
barrios
cerrados
o
condominios
cerrados,
como
se
les
suele
llamar
(17),
es
una
tendencia
que
se
presenta
en
distintas
ciudades
del
mundo
y
constituyen
una
conformación
urbana
emergente,
existente
en
17
No
he
encontrado
en
la
literatura
actual
una
diferenciación
teórica
o
practica
clara
de
estas
denominaciones.
Sin
embargo
se
puede
inferir
que
habría
una
distinción
en
la
escala
y
tamaño
de
estas
conformaciones,
siendo
las
urbanizaciones
del
tipo
ciudad,
con
equipamientos
administrativos,
recreacionales
y
deportivos
comunes,
hasta
los
condominios
más
bien
como
una
agrupación
de
casas
solo
con
administración
común.
60
diversos
grados,
en
países
tan
diferentes
como
EE.UU.,
Indonesia,
Rusia,
Sudáfrica,
Turquía
o
Egipto.
(Becerril
y
otros
2011,
p.
192).
Siendo
el
país
inaugural
y
precursor:
EE.UU.
También
se
han
desarrollado
en
casi
todos
los
países
latinoamericanos,
pero
donde
más
se
han
concentrado
(o
existe
más
investigación),
es
en
México,
Brasil,
Argentina
y
Chile,
siendo
coincidentemente,
los
países
más
desarrollados
de
la
región
o
más
bien
con
mayor
crecimiento
económico
en
las
últimas
décadas,
como
es
Chile.
Todos
ellos
se
localizan
en
la
periferia
de
las
áreas
metropolitanas
de
los
distintos
países.
Para
dar
algunos
ejemplos
interesantes
de
este
fenómeno
está
el
caso
del
Municipio
de
Metepec,
cercano
a
la
ciudad
de
Toluca
en
México,
que
originalmente
era
un
asentamiento
de
grupos
de
población
de
clase
baja
dedicados
principalmente
a
la
agricultura
y
que
al
igual
que
en
Santiago,
desarrolladores
inmobiliarios
compararon
grandes
superficies
para
edificar
urbanizaciones
cerradas
para
clase
media
alta
y
alta.
Actualmente
existen
sólo
en
ese
distrito
de
Metepec
115
urbanizaciones
de
este
tipo
concentrando
una
población
aproximada
de
43.000
habitantes
en
una
ciudad
que
el
año
2010
tenía
214.162
habitantes,
es
decir
más
del
20%
viven
en
barrios
cerrados.
(Becerril,
Méndez
y
Garrocho
2011,
p.
192).
En
Buenos
Aires,
Argentina
según
Guy
Thuillier,
estas
urbanizaciones
cerradas
se
han
convertido
en
un
fenómeno
masivo,
teniendo
en
los
últimos
años
una
considerable
importancia
en
la
periferia
del
área
de
aglomeración
de
la
ciudad.
Siendo
a
comienzos
de
la
década
de
los
90
un
fenómeno
marginal,
en
el
año
2000
en
la
Región
Metropolitana
de
Buenos
Aires
existen
351
barrios
cerrados
para
una
población
permanente
de
alrededor
de
50.000
habitantes.
“Estos
300
Kilómetros
cuadrados
de
tierra
loteada
y
enclaustrada
constituyen
una
superficie
más
grande
que
la
ciudad
autónoma
de
Buenos
Aires.
(Thuillier,
2003,
p.
6).
Para
ilustrar
un
caso
de
urbanización
cerrada
en
Latinoamérica
en
la
escala
más
alta
de
estas
conformaciones,
describiremos
el
condominio
“Terra
Ville-‐Belém
Novo
Golf
Clube”.
Este
proyecto
cuenta
con
guardia
de
seguridad
permanente,
servicio
de
ambulancia
para
emergencias,
guardería
para
niños
vinculados
a
un
colegio
de
alto
poder
adquisitivo
de
la
ciudad,
servicio
de
internet
de
banda
ancha,
escuela
de
inglés,
cancha
de
fútbol
y
de
voleibol
de
playa,
entre
otras.
El
que
compra
un
terreno
allí
“gana”
uno
título
del
club
del
condominio
(Belém
Novo
Golf
Clube),
cuya
sede
social
tiene
2.600
m2,
pudiendo
disfrutar
de
un
campo
de
golf,
canchas
de
tenis,
piscinas,
Fitness
Center
y
de
una
escuela
que
enseña
a
jugar
el
golf,
todo
ello
dentro
del
condominio.
El
condominio
Terra
Ville
tiene
11
villas
residenciales
y
4
villages
(áreas
donde
se
concentran
los
servicios),
distribuidos
por
172
hectáreas
de
área
verde,
cercada
por
16
lagos.
(Ueda,
2003,
p.
261).
Con
respecto
a
los
estudios,
situación
y
caracterización
de
los
barrios
cerrados
en
América
Latina,
Hidalgo
y
Arenas
(2001)
llaman
la
atención
sobre
la
proliferación
de
estudios
61
Latinoamericanos.
En
argentina
los
más
destacados
serían
los
trabajos
de
Torres
(1998);
Szajnberg
(2000);
Svampa
(2001)
y
Roitman
(2000).
En
Brasil
estaría
Caldeira
(2001);
Ribeiro
(1997);
Texeira
de
Andrade
(2001).
Yo
agregaría
los
trabajos
de
Thuillier
de
Argentina;
Ueda
(2002)
y
Becerril,
Méndez
y
Garrocho
de
Brasil;
Michael
y
Georg
Glasze
y
Rodríguez
y
Mollá
de
México.
Haciendo
una
síntesis
de
los
aspectos
más
importantes
que
describen
y
critican
a
estas
conformaciones
cerradas
(nos
abocamos
sólo
a
los
condominios
o
barrios
horizontales),
podemos
afirmar
que
en
relación
a
las
causas,
mucho
de
ellos
relevan
la
explicación
por
un
auge
inmobiliario
o
boom
del
mercado
inmobiliario,
asociado
a
procesos
de
privatización
en
algunos
casos
con
financiamiento
o
políticas
estatales
neoliberales.
Otros
(principalmente
Ribeiro)
destacan
que
los
condominios
cerrados
forman
parte
de
un
nuevo
ciclo
de
reproducción
del
capital
inmobiliario
que
da
lugar
a
una
nueva
forma
de
división
social
del
espacio
separando
rico
y
pobres.
Otros
lo
relevan
como
un
fenómeno
que
es
parte
de
los
nuevos
consumos
culturales
en
expansión.
En
relación
a
esta
última
dimensión
más
“subjetiva”
(objetiva
según
Bourdieu)
muchos
destacan
que
este
tipo
de
emprendimientos
son
por
excelencia
espacios
de
producción
de
estrategias
de
distinción
con
un
valor
de
status
social
que
han
adquirido
determinados
grupos
con
pautas
y
prácticas
sociales
y
culturales
diferenciadas
que
lleva
en
muchos
casos
a
una
administración
con
rigurosas
condiciones
de
admisión
convirtiéndose
en
verdaderas
“cofradías
urbanas”,
otros
los
definen
“espacios
de
auto-‐marginación
de
sectores
socioeconómicos
altos”,
“espacios
de
exclusivos
y
excluyente”,
“que
establecen
una
marcada
separación
entre
los
de
adentro
y
los
de
afuera”
o
simplemente
“guetos
de
ricos”.
Llama
la
atención
como
algo
sugerente
para
nuestras
hipótesis,
que
Texeira
de
Andrade,
descubre
que
en
Belo
Horizonte
se
han
desarrollado
barrios
cerrados
para
sectores
de
menor
poder
adquisitivo
en
que
la
motivación
principal
no
sería
la
seguridad
sino
más
bien
correspondería
a
una
imposición
de
un
estilo
de
vida
que
va
influenciando
y
bajando
en
jerarquía
en
los
sistemas
de
ciudades,
asociada
sólo
a
un
status
de
vivir
en
un
condominio
cerrado.
Esto
último
se
inscribe
teóricamente
en
las
correlaciones
que
hemos
analizado
en
relación
al
poder
simbólico,
el
estilo
de
vida
y
la
distinción
y
que
cruzará
el
análisis
de
los
casos
de
estudio.
En
relación
a
sus
caracterizaciones
físicas,
en
general
todos
los
definen
como
desarrollos
con
parques,
con
viviendas
individuales
amplias
y
diseños
exclusivos,
separadas
físicamente
del
tejido
urbano,
por
medio
de
dispositivos
de
seguridad,
alterando
el
paisaje
urbano,
otros
resaltan
la
existencia
de
una
profunda
separación
marcada
por
muros,
fortificaciones
y
tecnologías
de
seguridad,
que
logran
proximidad
física
pero
con
ausencia
62
de
cercanía,
generando
en
general
“un
nuevo
patrón
de
segregación
espacial”.
Algunos
hacen
clasificación
de
los
subtipos
de
emprendimientos,
con
estadísticas
de
superficies,
densidades
y
síntesis
para
entender
la
globalidad
del
“encarcelamiento”
en
que
vive
parte
de
los
espacios
residenciales
en
áreas
metropolitanas.
(Szajnberg,
2000)
Para
finalizar
esta
caracterización
general
es
bueno
presentar
una
completa
definición
que
hace
Roitman
(2004):
“En
principio,
las
urbanizaciones
cerradas
deben
ser
consideradas
como
un
área
residencial
cerrada
en
donde
el
espacio
público
ha
sido
privatizado
por
la
ley
(18),
restringiendo
el
acceso
vehicular
o
peatonal.
De
esta
forma
se
privatiza
el
uso
de
calles,
plazas
y
parques
dentro
del
perímetro
de
la
urbanización.
Estos
espacios
sólo
pueden
ser
usados
por
los
residentes,
manteniendo
a
las
personas
no
deseadas
fuera
del
perímetro
del
conjunto
residencial.
La
urbanización
cerrada
incluye
de
propiedad
individual
y
otros
edificios
o
espacios
de
uso
común
que
son
de
propiedad
colectiva.
Este
de
desarrollo
residencial
es
concebido
desde
sus
inicios
como
un
lugar
cerrado
y
privado
y
cuenta
con
una
serie
de
dispositivos
de
seguridad,
como
un
cierre
perimetral
(muro,
alambrado
o
reja),
alarmas,
cámaras
de
circuito
cerrado
y
guardias
de
seguridad”.
(En
Becerril,
Méndez
y
Garrocho,
2011,
p.
194).
En
nuestro
estudio
de
casos
y
como
hemos
mencionado
antes,
se
separa
la
constitución
legal
de
condominio
de
la
situación
de
hecho.
(Ley
N°
19.537
Copropiedad
Inmobiliaria.
Nota
a
pie
de
página
n°2).
Ninguno
de
ellos,
ni
otros
que
nombramos
anteriormente,
se
preguntan
seriamente
por
el
encerramiento
en
sí
mismo
y
menos
por
la
importancia
y
significación
del
amurallamiento.
Como
dato
culminante
de
esta
visión
crítica
y
degradante
de
estos
condominios
cerrados
(sin
comprobación
empírica)
la
ciudad
de
Rosario
de
Argentina
se
convirtió,
en
diciembre
del
año
2012,
en
una
de
las
primeras
ciudades
de
Latinoamérica
en
prohibir
las
urbanizaciones
cerradas,
al
parecer
promovido
y
difundido
por
una
de
campaña
de
advertencia
de
Naciones
Unidas
en
contra
de
estas
conformaciones
urbanas.
(Alejandro
Rebossio,
Diario
El
País,
2012)
• En
chile:
En
Chile,
aparentemente
la
situación
no
es
muy
distinta
en
cuanto
a
su
caracterización
y
conformación,
sin
embargo
existen
escasos
estudios
que
traten
desde
una
visión
general,
histórica
y
sistematizada,
los
cambios
provocados
por
la
producción
de
condominios
con
18
Como
veremos
también
existen
condominios
cerrados
de
clase
alta
que
nos
son
privatizados
por
la
ley,
como
es
nuestro
caso
de
estudio
“Casa
Grande”
en
la
Comuna
de
Peñalolén.
63
las
distintas
tipologías,
y
analicen
los
procesos
territoriales
y
sociales
de
estas
conformaciones.
Uno
de
los
pocos
trabajos
interesantes
es
el
de
Meyer
y
Bähr
(2001).
Con
él
descubren
que,
desde
una
perspectiva
global,
en
el
caso
de
Santiago
los
condominios
cerrados
ya
no
sólo
son
buscados
por
las
clases
media-‐altas
y
altas,
sino
también
empiezan
a
ser
preferidos
por
sectores
de
nivel
socioeconómico
inferior.
Sin
embargo,
como
plantean
Hidalgo
y
Arenas
(2001),
no
aportan
datos
empíricos
de
estas
construcciones
en
las
distintas
comunas
ni
a
nivel
nacional.
Como
ya
lo
hemos
manifestado
y
descrito
en
el
capítulo
anterior,
sólo
habría
que
insistir
aquí,
que
a
pesar
de
esta
falencia,
si
han
existido
enfoques
teóricos
y
algunas
investigaciones
cualitativas
muy
importantes
sobre
la
relación
e
implicancias
urbanas
entre
los
condominios
fortificados
y
la
segregación
residencial
(19).
Aunque
al
igual
que
en
los
estudios
de
América
Latina
nada
hay
sobre
el
tema
específico
de
esta
investigación.
Estos
mismos
autores
aunque
sólo
analizan,
como
primera
aproximación,
los
condominios
del
sector
alto,
alcanzan
a
realizar
una
preliminar
clasificación
de
las
“expresiones
actuales”
del
“condominio”
en
el
área
metropolitana
de
Santiago.
En
relación
a
nuestra
modalidad
de
condominio
(horizontal)
se
clasifican
3
tipos
con
sus
características
generales
que
me
he
permitido
ampliar:
• Viviendas
unifamiliares:
Perímetro
cerrado,
acceso
controlado
y
vigilancia
permanente
o
semipermanente.
Se
aplica
en
ellos
la
Ley
19.537
de
Copropiedad
Inmobiliaria
del
año
1997,
la
cual
establece
que
cada
comunidad
debe
elaborar
su
propio
reglamento.
Se
construyen
con
viviendas
de
dos
o
más
diseños
con
un
mínimo
de
140m2
y
hasta
350m2
o
más
y
pueden
abarcar
desde
un
pequeño
número
de
viviendas,
las
que
en
algunos
casos
no
tienen
vigilancia,
hasta
200
unidades
o
más,
con
gran
despliegue
de
seguridad.
Los
de
menor
tamaño
se
han
construido
muchas
veces
al
interior
del
área
urbana,
y
los
mayores
se
ubican
en
las
comunas
periféricas
de
la
ciudad.
Algunos
tienen
dos
accesos
controlados
(cuando
atraviesan
entre
dos
calles
públicas
paralelas),
muchos
de
ellos
con
cámaras
de
circuito
cerrado
conectado
a
la
caseta
de
guardia
y
control
de
acceso.
En
general
tienen
un
cerramiento
perimetral
con
un
muro
de
entre
2,5mts
y
3,5mts
de
altura,
algunos
de
ellos
con
alambres
superiores
electrificados
o
con
reja
con
puntas
anti-‐agarre
(o
igualmente
19
Además
de
la
vastas
investigaciones
de
Francisco
Sabatini
y
Gonzalo
Cáceres,
están
los
trabajos
de
Hidalgo
y
Arenas
(2001);
Salcedo
y
Torres
(2004)
Gatica
(2004)
y
Sellés
y
Stambuk
(2004)
y
también
de
Rosenmann
(2005).
64
electrificada)
y
en
general
cubierta
de
vegetación
o
forrada
con
lámina
de
lata
(rara
vez
transparente)
Fig.
43,
44
y
45:
Amurallamientos
y
acceso
controlado
en
condominios
de
la
comuna
de
Las
Condes
(2005)
Fig.
46,
47
y
48:
Accesos
controlados
en
condominio
de
La
comuna
de
La
Reina
(2005)
65
Fig.
49,
50
y
51:
Amurallamientos
y
acceso
controlado,
Condominios
en
Peñalolén
(Casa
Grande,
caso
de
estudio,
2005)
EL
ENCERRAMIENTO
MODERNO
Y
LOS
EJES
TEORICOS
BASICOS
DE
LA
INVESTIGACIÓN.
Como
vimos
en
el
capítulo
de
los
muros
intra-‐urbanos,
muchos
de
los
intentos
modernos
de
hacer
revivir
los
espacios
del
gueto
han
buscado,
a
la
manera
de
los
judíos
del
Renacimiento,
transformar
las
vidas
segregadas
en
una
identidad
colectiva
honorable.
”Revivir
el
honor
del
Gueto
ha
significado
adoptar
una
actitud
introspectiva
tanto
espacial
como
mentalmente”
(Sennett
1997,
p.392)
es
decir,
podría
ser
tanto
un
intento
de
definir
y
generar,
a
través
del
encerramiento,
una
identidad
común,
para
así
poder
establecer
contacto
con
los
que
son
distintos,
como
una
manera
de
diferenciarse,
separarse
y
distinguirse
del
otro.
Podemos
constatar
con
bastante
evidencia
que
estas
conformaciones
urbanas
tienen
su
base
histórica
y
social
en
el
suburbio
que
surgen
en
la
era
moderna
“para
poder
recrear
un
nueva
forma
de
vivir
fuera
del
centro,
pero
cerca
de
él
con
una
visión
colectiva,
rehacer
la
ciudad
lejos
para
no
tener
que
estar
aglomerados,
separarse
para
buscar
una
vida
familiar
en
unión
con
la
naturaleza,
diferente
a
la
ciudad
atiborrada,
inhumana
e
inmoral”
(Fishman.
1987,
pp.
26-‐27).
Tienen
entonces
implícito
un
“retiro”
(Withdrawal)
entendido
como
“una
separación
voluntaria
y
deliberada
de
un
grupo
social
y
económicamente
dominante
que
lleva
a
la
formación
de
un
“enclave
exclusionario”
(Marcuse,
2001).
Esto
se
hace
más
patente
y
evidente
si
consideramos
que
en
esta
operación
las
conformaciones
se
amurallan
o
se
fortifican,
que
es
nuestro
objeto
de
estudio.
20
Aunque
sea
evidente,
queremos
dejar
claro
que
nos
permitimos
hacer,
son
analogías
o
asociaciones
físico-‐urbanas
con
los
conceptos
o
categorías
de
este
autor.
66
acumuladas.
Como
una
forma
más
práctica
para
el
análisis
nos
basaremos
en
las
clasificaciones
y
ordenamiento
teórico
de
los
“Condominios
fortificados”
que
realizan
Edwards
J.
Blakely
y
Mary
Gail
Snyder
(1997)
y
el
análisis
“semiótico”
del
muro
referido
a
la
investigación
de
significados
(tanto
del
encierro
con
un
muro
urbano,
como
del
muro
mismo)
con
el
modelo
que
propone
Umberto
Eco.(21).
Adoptamos
este
juego
como
“campos-‐habitus”,
relacionales
y
operacionales
(“operador”
en
Bourdieu)
validos
en
el
contexto
chileno.
1.
Condominio
cerrado:
Blakely
y
Snyder
Plantean
que
las
comunidades
cerradas
se
pueden
clasificar
en
tres
grandes
categorías
sobre
la
base
de
la
motivación
primaria
de
sus
residentes.
En
primer
lugar
estarían
las
comunidades
definidas
por
un
estilo
de
vida,
donde
los
muros
o
puertas
proporcionan
seguridad,
separando
de
la
ciudad,
las
actividades
de
ocio
y
comodidades
en
su
interior
(club
de
golf,
centro
de
eventos,
servicios
comunitarios,
etc.).
En
segundo
lugar
se
encontrarían
las
comunidades
de
elite,
donde
las
puertas
y
muros
simbolizarían
distinción
y
prestigio
social,
creando
y
protegiendo
un
lugar
seguro
que
consolida
la
ascensión
social
lograda.
Estas
dos
categorías,
según
estos
autores,
inducen
artificialmente
a
crear
un
barrio
sucedáneo,
homogéneo,
en
el
cual
se
ha
mejorado
la
seguridad
la
física
y
social-‐urbana
igualando
la
clase
social
y
generando
accesos
controlados.
La
tercera
categoría
serían
las
comunidades
que
predomina
la
conformación
de
una
“zona
segura”,
donde
“el
miedo
a
la
delincuencia
y
a
los
de
afuera
es
la
motivación
más
importante”
lo
cual
genera
condominios
nuevos
como
“fortificaciones
defensivas”.
En
este
caso
los
residentes
elegirían
esto
para
“recuperar
el
control
de
su
barrio,
de
modo
que
las
condiciones
cambiantes
y
peligrosas
de
la
ciudad
no
los
abrume.
21
Se
agregan
en
este
análisis
con
menor
jerarquía
(en
distintos
grados)
la
comprensión
del
rol
de
“los
objetos
simbólicos”
en
la
concretización
de
la
vida
psicológica
humana,
planteados
por
Robert
D.
Stolorow,
especialmente
el
concepto
de
Winnicott
(1951)
de
objeto
transicional,
las
necesidades
básicas
sicológicas
planteadas
por
Abraham
Maslow,
las
teorizaciones
de
seguridad
y
vigilancia
de
Michel
Foucault
y
los
estudios
del
“lenguaje
de
Patrones”
y
del
“Modo
intemporal
de
construir”
de
Christopher
Alexander.
67
Para
estos
autores
estas
tres
categorías
principales,
estilo
de
vida,
prestigio
social
y
seguridad,
subyacen
con
distintos
niveles
en
estas
conformaciones
urbanas
reflejando
en
diversos
grados
y
jerarquías,
cuatro
dimensiones
o
valores
socio-‐espaciales:
“un
sentido
de
comunidad”,
o
la
preservación
de
fortalecimiento
de
los
lazos
vecinales,
la
exclusión
o
la
separación
del
resto
de
la
sociedad
(ciudad);
privatización,
o
el
deseo
de
reemplazar
y
controlar
internamente
los
servicios
públicos
y
la
estabilidad,
o
la
necesidad
de
homogeneidad,
previsibilidad
y
la
similitud
social.
2.
El
Muro
A
pesar
de
las
debilidades
del
estructuralismo
del
lenguaje,
que
como
vimos,
muy
bien
explican
Bourdieu
y
Harvey,
tomamos,
los
estudios
de
semiótica
para
fines
más
específicos
y
prácticos
de
los
significados
del
objeto
arquitectónico.
Nos
basamos
para
ello,
en
las
estructuraciones
teóricas
de
Umberto
Eco
(1974).
Este
autor
entrega
un
completo
y
profundo
análisis
y
discusión
de
definiciones
y
umbrales
de
la
Semiótica
desde
Saussure
a
Peirce.
Los
umbrales
superiores
de
la
semiótica
que
define
en
su
investigación
nos
dan
un
contundente
modelo
teórico
para
el
análisis
que
nos
compete.
Lo
que
comprueba
Eco
y
deja
sentado
es
que
“los
objetos,
los
comportamientos,
las
relaciones
de
producción
y
los
valores
funcionan
como
tales
desde
el
punto
de
vista
social,
precisamente
porque
obedecen
a
ciertas
leyes
semióticas.
Por
tanto
“el
contenido
comunicado
por
los
signos
no
es
una
nebulosa.
Es
un
universo
que
la
cultura
estructura
en
sub-‐sistemas,
campos
y
ejes”
(Eco,
1974).
Con
esta
base
teórica
realiza
un
completo
compendio
de
la
función
y
el
signo
en
el
ámbito
de
la
Arquitectura
y
comunicación.
Sus
definiciones
y
conceptos
relevantes
para
aplicar
en
esta
investigación
son
los
siguientes:
a)
La
semiótica
se
ocupa
de
los
signos
como
fuerzas
sociales.
El
significado
de
un
término
u
objeto
desde
el
punto
de
vista
semiótico
no
puede
ser
otra
cosa
que
una
unidad
cultural.
b)
Puesto
que
en
arquitectura
la
función
no
sólo
denota,
Eco
utiliza
los
términos
de
función
primaria
(la
que
se
denota)
y
funciones
secundarias
(que
son
connotadas).
La
denotación
ha
de
ser
la
referencia
inmediata
que
el
código
asigna
a
un
término
en
una
cultura
determinada.
Una
forma
significante
arquitectónica
denota
una
función
y
una
68
función
no
es
otra
cosa
que
una
posición
en
un
campo
estructurado
de
funciones.
La
connotación
es
la
suma
de
todas
las
unidades
culturales
que
el
significante
puede
(disponibilidad
cultural)
evocar
en
la
mente
del
destinatario.
d)
Comporta
códigos
semánticos,
que
son
los
“extraeremos”
de
los
habitantes,
y
que
son
una
articulación
de
elementos
que
denotan
funciones
primarias
que
connotan
funciones
secundarias
“simbólicas”.
Elementos
que
denotan
“carácter
distributivo
y
representacional”
y
que
connotan
ideologías
del
modo
de
vivir
y
articulación
de
géneros
tipológicos
sociales
y
espaciales.
Los
códigos
sintácticos,
que
no
abordaremos
en
esta
investigación,
tienen
relación
a
las
articulaciones
que
corresponde
a
la
ciencia
de
la
construcción,
en
que
no
hay
referencia
ni
a
la
función
ni
al
espacio
denotado.
f)
Los
elementos
de
la
arquitectura
se
constituyen
en
un
sistema,
pero
para
dar
vida
a
un
código
se
han
de
aparejar
a
sistemas
que
estén
fuera
de
la
arquitectura.
En
este
sentido,
la
arquitectura
se
podría
definir
como
un
lenguaje
parasitario
que
solamente
puede
hablar
apoyándose
en
otros
lenguajes.
Hacemos
esta
clasificación
teórica
preliminar
(22)
que
posteriormente
contrastaremos
con
el
trabajo
empírico
y
nos
dará
la
base
de
la
matriz
de
análisis.
Ocupamos
el
concepto
relacional
de
“habitus-‐campo”
de
Bourdieu
que
ya
explicamos,
dirigida
a
la
indagación
de
los
distintos
significados
del
objeto
muro,
vistos
como
“relaciones
históricas
depositadas
dentro
de
los
cuerpos
de
los
individuos
bajo
la
forma
de
esquemas
mentales
de
percepción
y
apreciación”.
Son
entonces
dimensiones
simbólicas
(objetiva/subjetiva)
en
que
combinamos
el
análisis
general
del
habitar
en
condominio
cerrado
con
la
clasificación
teórica
del
campo
antes
descrita
(las
tres
categorías
de
Blakely
y
Snyder)
y
los
conceptos
22
Esta
clasificación
es
para
fines
prácticos
las
tres
clasificaciones
en
los
diferentes
casos
a
analizar
se
entrecruzarán
y
mezclarán.
Tendrán
también
jerarquías
y
reponderaciones
que
deberán
develan
en
el
transcurso
del
análisis
del
trabajo
de
campo.
69
teóricos
de
análisis
de
la
semiótica
del
elemento
muro
y
sus
significados
relacionados
a
las
condiciones
y
cualidades,
percibidas
y
apreciadas
por
los
agentes
(habitantes)
y
que
develaremos
o
comprobaremos
con
el
análisis
del
trabajo
de
campo.
Es
en
definitiva
una
clasificación
practica
de
los
supuestos
“habitus”
a
contrastar:
A.
El
muro
como
defensa
y
protección,
asociado
al
“campo”
como
“zona
de
seguridad”:
El
muro
se
remontaría
al
referente
o
unidad
cultural
de
la
ciudad
amurallada
o
castillo
fortificado
medieval
o
del
renacimiento
analizada
en
la
generación
histórica
del
muro,
comportando
significados
de
“defensa
y
protección”
“no
dejar
pasar
por
cualquier
lado”,
“posibilidad
de
control”,
“de
vigilancia”.
Podremos
develar
cuales
y
en
qué
grado
de
preponderancia
el
muro
y
sus
accesos
controlados
y
vigilados
comporta
estos
signos
simbólicos
ancestrales.
Pero
además
del
análisis
semiótico,
en
esta
categoría,
entenderemos
el
muro
como
dispositivo
de
seguridad
con
los
conceptos
teóricos
de
seguridad
y
vigilancia
que
propone
Michel
Foucault.
Estas
nociones
subyacen
en
el
muro
porque
el
tipo
de
encerramiento
que
propone
facilitaría
estas
condiciones.
Para
Foucault
la
vigilancia
surge
“…desde
que
la
eliminación
de
las
murallas,
indispensable
en
virtud
del
desarrollo
económico,
analizado
en
el
capítulo
del
desarrollo
histórico
del
muro,
hacía
imposible
cerrar
la
ciudades
en
la
noche
o
fiscalizar
con
exactitud
las
idas
y
venidas
durante
el
día,
razón
por
la
cual
la
inseguridad
urbana
se
incrementaba
debido
a
la
afluencia
de
todas
las
poblaciones
flotantes,
mendigos,
vagabundos,
delincuentes,
criminales,
ladrones,
asesinos,
etc.,
que
como
todo
el
mundo
sabe,
podían
proceder
del
campo.
En
otras
palabras,
se
trataba
de
organizar
la
circulación,
suprimir
sus
aspectos
peligrosos,
distinguir
entre
la
buena
y
la
mala
circulación,
maximizar
la
primera
y
reducir
la
segunda.
(…)
Se
trataba
asimismo
de
acondicionar
los
accesos
al
exterior,
esencialmente
en
lo
concerniente
al
consumo
de
la
ciudad
y
su
comercio
con
el
mundo
externo”
(Foucault,
1977-‐1978,
p.37).
En
este
sentido
es
interesante
la
metáfora
de
Trovatto,
que
interpreta
la
puerta
del
muro
urbano
como
la
boca,
que
“permite
un
tránsito
bidireccional
y
representa
un
punto
de
control,
así
como
de
trasmisión
de
mensajes,
pues
constituye
en
cierto
sentido
el
“elemento
que
habla”.
(Trovatto
2007,
p.
46).
Es
decir
una
forma
de
controlar
o
reducir
“el
campo”
de
vigilancia
obteniendo
mayor
seguridad
sería
“volver”
a
amurallar
y
tener
accesos
controlados
para
evitar
la
intensa
y
aleatoria
circulación
de
la
incierta
ciudad
post-‐moderna.
En
este
sentido
nos
parece
de
mucho
interés
tomar
el
concepto
que
formula
Foucault
de
la
arquitectura
como
“tratamiento
disciplinario
de
las
multiplicidades
en
el
espacio,
es
70
decir,
[la]
constitución
de
un
espacio
vacío
y
cerrado
en
cuyo
interior
se
construían
multiplicidades
artificiales
que
se
organizan
según
el
principio
de
la
jerarquización,
la
comunicación
exacta
de
las
relaciones
de
poder
y
los
efectos
funcionales
específicos
de
esa
distribución,
por
ejemplo,
un
destino
habitacional,
un
destino
comercial,
etc.”
(Foucault,
1977-‐1978,
p.35).
Entonces
es
en
el
espacio
urbano
donde
se
plantea
como
problema
esencial
una
distribución
jerárquica
y
“la
seguridad
tratará
de
acondicionar
un
“medio”
(23)
en
función
de
acontecimientos
o
de
series
de
acontecimientos”…El
espacio
propio
de
la
seguridad
remite
entonces
a
una
serie
de
acontecimientos
posibles
remite
a
lo
temporal
y
lo
aleatorio,
una
temporalidad
y
una
aleatoriedad
que
habrá
que
inscribir
en
un
espacio
dado”
A
mi
juicio
esta
noción
de
medio
se
acerca
a
la
de
campo/habitus
de
Bourdieu,
y
por
tanto
este
habitus
en
el
“campo”
del
condominio
tendría
un
apreciación
y
percepción
con
dos
vertientes:
Por
un
lado,
la
búsqueda
de
una
mayor
seguridad
y
defensa
contra
el
exterior
por
medio
de
un
“muro
urbano”,
no
solo
sería
por
el
elemento
defensivo
y
protector
mismo,
si
no
por
el
hecho
de
ser
un
elemento
tangible
que
produce
un
enmarcamiento
o
confinamiento
de
un
“medio”
con
circulación
restringida,
menos
aleatorio,
menos
múltiple,
con
acceso
único
y
por
tanto
más
fácil
de
ser
vigilado.
El
muro
simbolizaría
en
este
habitus,
lo
sólido
que
detiene,
aquieta,
unifica,
fija,
concentra
y
genera
certeza.
Con
esto,
incorporamos
también
en
esta
clasificación
teórica
de
análisis,
el
punto
de
vista
sicológico-‐fenomenológico
del
objeto
transicional
(Winnicott
1951)
(24).
Desde
esta
perspectiva
y
“como
una
instancia
particular
de
un
proceso
psicológico
más
general,
las
configuraciones
necesarias
de
la
experiencia
son
materializadas
psicológicamente
a
través
de
objetos
físicos
concretos.
Dichas
concretizaciones
pueden
cumplir
una
función
“restitutiva”.
El
muro
como
objeto
transicional
podría
cumplir
el
rol
por
ejemplo
de
la
23
Este
destacado
en
cursiva
y
entre
comillas
es
nuestro.
Más
adelante
Foucault
dice:
”El
medio
será
entonces
el
ámbito
en
el
cual
se
da
la
circulación.
El
medio
es
una
cantidad
de
efectos
masivos
de
afectan
a
quienes
residen
en
él.
Es
un
elemento
en
cuyo
interior
se
produce
un
cierre
circular
de
los
efectos
y
las
causas,
porque
lo
que
es
efecto
de
un
lado
se
convertirá
en
causa
de
otro
lado
(...)
Y
el
medio
aparece
por
ultimo
como
campo
de
intervención.
En
consecuencia,
la
noción
de
medio
pone
en
cuestión
el
problema
de
circulación
y
causalidad”.
En
este
caso
sería
el
condominio
nuestro
medio
que
quiere
ser
enmarcado.
(Foucault,
1977-‐1978,
p.41).
24
En
“las
vías
de
la
concretización”
de
Robert
D.
Stolorow
se
propone,
como
principio
fundamental
de
la
motivación
humana,
que
la
necesidad
de
mantener
la
organización
de
la
experiencia
es
una
motivación
central
en
la
formación
de
patrones
de
la
acción
humana.
El
proceso
psicológico
básico
que
media
esta
relación
funcional
entre
la
experiencia
y
la
acción
es
la
concretización,
es
decir
el
encapsulamiento
de
estructuras
de
la
experiencia
en
símbolos
sensorio-‐motrices
concretos.
“Hemos
llegado
a
creer
que
la
concretización
de
la
experiencia
es
un
proceso
ubicuo
y
fundamental
en
la
vida
psicológica
humana
y
que
subyace
a
una
gran
variedad
de
actividades
y
productos
psicológicos.
La
concretización
puede
asumir
una
variedad
de
formas,
dependiendo
de
cuáles
vías
o
modos
de
expresión
favorece.
Por
ejemplo,
cuando
en
el
modo
de
concretización
predomina
la
actividad
motora,
entonces,
las
escenificaciones
conductuales
son
utilizadas
para
actualizar
las
configuraciones
necesarias
de
la
experiencia.
Cuando
la
actividad
motora
se
reduce,
como
sucede
en
el
dormir,
entonces
la
imaginería
perceptual
puede
transformarse
en
la
vía
preferida
de
la
concretización,
como
en
los
sueños”.
Traducido
por
Sebastián
Caram
W.-‐
Material
entregado
provisoriamente
por
la
siquiatra
sicoanalista
chilena
Carla
Fischer.
71
madre/padre
protector,
creando
una
ilusión
de
resguardo
y
protección,
transformado
en
necesidad
concreta.
“En
esos
términos,
el
objeto
material
encapsula
simbólicamente
las
cualidades
de
calma,
acogimiento
integral
y
seguridad
del
objeto/self
materno.
Se
entrecruza
en
este
análisis
la
posibilidad
de
visualizar
el
objeto
como
una
necesidad
básica
en
los
términos
de
Abraham
Maslow.
Este
autor
nos
plantea
que
“hay
pruebas
suficientes
de
que
las
necesidades
básicas
de
los
seres
humanos
son
pocas.
Necesitan
sentirse
protegidos
y
seguros,
que
alguien
los
cuide
cuando
son
jóvenes,
para
sentirse
seguros.
En
segundo
lugar
necesitan
un
sentimiento
de
pertenencia,
alguna
clase
de
familia,
clan,
grupo
o
algo
con
lo
que
se
identifiquen
o
donde
sientan
que
pertenecen
por
derecho.
En
tercer
lugar,
tienen
que
tener
la
sensación
de
que
la
gente
siente
afecto
por
ellos,
de
que
merecen
ser
amados.
Y
en
cuarto
lugar
tienen
que
sentirse
respetados
y
valorados.
¿El
muro,
Independientemente
si
está
en
un
contexto
de
una
disparidad
de
clase
social
o
de
homogeneidad
de
clase
-‐asumiendo
el
temor
a
lo
desconocido,
a
la
delincuencia,
en
suma
a
la
incertidumbre
de
la
posmodernidad
actual-‐
puede
ser
un
soporte
transitorio
de
la
necesidad
básica
de
seguridad
o
pertenencia
comunitaria?
Nace
aquí
entonces
una
posibilidad
de
que
el
muro
sea
benéfico,
como
lo
es
en
Belfast,
pero
con
un
sentido
distinto,
serviría
como
un
elemento
que
se
requiere
en
forma
transitoria
para
sentirse
seguro,
con
mi
grupo
(clase)
para
luego
enfrentar
al
otro,
con
calma,
sin
miedo.
Esto
se
mezcla
y
entrecruza
con
el
habitus
con
significados
de
“barrera
o
frontera”
que
veremos
más
adelante,
es
decir,
el
muro
ayudaría
a
guardar
la
intimidad
y
la
distancia
necesaria
para
la
sociabilidad
de
esta
comunidad
con
los
otros,
con
los
de
afuera,
y
así
interactuar
sin
sentirse
amenazado
en
lo
personal.
(Ayudaría
a
la
lograr
una
relación
“impersonal”
necesaria
para
la
convivencia
con
lo
público,
de
acuerdo
a
Sennett).
Entonces
aquí
sus
significados
simbólicos
de
clase
(Bourdieu
y
Eco)
u
objeto
transicional
(Winnicott
y
Eco)
o
necesidad
básica
sicológica
(Maslow
y
Eco)
serían
de
seguridad
de
72
pertenencia
a
un
grupo
de
prestigio
y
status
social.
Se
hace
en
este
línea
teórica
de
habitus
un
análisis
semiótico
combinando
significados
asociado
a
lo
sicológico-‐
fenomenológico
como
objeto
transicional
o
asociado
a
necesidades
básicas,
y
a
la
vez
incorporando
significaciones
de
un
habitus
de
poder
cultural
de
clase
o
fracción
de
clase,
en
la
cual
el
condominio
y
el
muro,
mediante
su
diseño
a
favor
de
la
exclusividad
y
la
homogeneidad
contribuiría
y
forjaría
una
distinción
(25).
Así,
el
condominio
cerrado
con
un
muro
trasciende
su
función
racional
de
uso
y
se
convierte
en
un
objeto
de
consumo
investido
en
(y
embestido
por)
una
apariencia
y
forma
que
le
carga
de
significación
de
poder
o
de
apariencia,
es
decir
de
búsqueda
aspiracional
de
realización
de
la
manera
de
vivir
de
la
clase
superior.
Por
ejemplo,
“la
remembranza
de
la
casa
patronal”
como
vimos
antes,
que
se
trasmutaría
en
una
casa
grande
aislada
en
un
terreno
de
imagen
“rural”
y
que
se
vería
realizado
en
la
práctica
social
colectiva,
en
un
terreno
común
grande,
es
decir,
el
condominio
asociado
a
ese
modo
de
habitar
que
“distingue”.
Para
las
interrelaciones
del
análisis
de
este
habitus
incorporamos
además
el
análisis
semiótico
urbano-‐arquitectónico
del
muro
y
las
significaciones
en
los
residentes
que
esta
clasificación
comporta.
Nos
apoyamos
en
la
teorización
de
Christopher
Alexander
de
los
“Lenguajes
de
patrones”.
Los
patrones
urbano-‐arquitectónicos
que
son
atingentes
a
nuestra
investigación
y
que
refuerzan
y
relacionen
el
vivir
en
comunidad
con
la
necesidad
de
fronteras
y
puertas
urbanas,
vinculadas
a
su
vez,
con
las
nociones
de
distinción
e
identidad
simbólica
de
clase,
son:
La
“VECINDAD
IDENTIFICABLE”
donde
se
plantea
que
“las
personas
desean
ser
capaces
de
identificar
aquella
parte
de
la
ciudad
en
que
viven,
como
algo
distinto
a
todas
las
demás
(…)
El
estado
o
los
diseñadores
deben
ayudar
“a
la
gente
a
definir
las
vecindades
en
que
vive,
con
no
más
de
300m
de
anchura
ni
más
de
400
o
500
habitantes”(Alexander
1977,
p.95).
Otro
patrón
es
“LIMITE
DE
LAS
VECINDADES
“en
25
Noción
ya
analizada
y
descrita
anteriormente
en
base
a
los
trabajos
de
Pierre
Bourdieu.
Para
mayor
profundización
ver
“La
distinción:
criterio
y
bases
sociales
del
buen
gusto,
Madrid,
Taurus,
1991).
Citado
en
la
Introducción
de
Alicia
B.
Gutiérrez
del
libro
de
Pierre
Bourdieu
“Las
estrategias
de
la
reproducción
social”
Argentina,
Grupo
Editorial
Siglo
XXI
2011,
p.
11
26
El
modo
de
vida
subyace
al
estilo
de
vida.
Éste
último,
alude
a
las
estrategias
y
a
la
forma
en
que
las
personas
dotan
de
significados
a
los
objetos,
al
capital
cultural
y
a
las
otras
personas
con
el
fin
de
definir
un
proyecto
de
vida
determinado.
David
Chaney.
“Estilos
de
vida”
en
“Estilo
de
vida
y
arquitectura
de
consumo
emulativa”
de
Glenda
B.
Yanes
O.
Tesis
para
la
maestría
en
ciencias
sociales,
Colegio
de
Sonora,
Hermosillo,
2005.
73
el
cual
plantea
que
la
fuerza
de
la
frontera
es
esencial
para
una
vecindad
y
que
si
es
demasiado
débil,
la
vecindad
no
podrá
conservar
su
carácter
propio
e
identificable”.
Lo
análoga
a
la
membrana
de
una
célula
orgánica,
“no
como
una
superficie
que
establece
una
separación
entre
interior
y
exterior,
sino
como
una
entidad
coherente
y
con
existencia
propia,
que
preserva
la
integridad
funcional”
de
la
vecindad
y
“realiza
multitud
de
intercambios
entre
el
interior
y
los
fluidos
ambientes”
(Alexander
1977,
p.100).
Este
Límite
estaría
asociado
a
otro
patrón
del
LIMITE
DE
SUBCULTURAS
el
cual
define
que
“un
grupo
humano
con
un
estilo
específico
de
vida
necesita
en
torno
a
él
una
frontera
que
proteja
su
idiosincrasia
del
cerco
y
la
disolución
por
parte
de
los
modos
de
vida
circundantes”.
Al
igual
que
la
membrana
celular,
“protege
la
subcultura
y
crea
un
espacio
para
sus
intercambios
con
las
funciones
circundantes”
(Alexander
1977,
p.125).
Y
por
último
está
el
patrón
“PUERTAS
URBANAS
PRINCIPALES”:
versa
que
“toda
vecindad
acertada
es
identificable
precisamente
porque
tiene
algún
tipo
de
puertas
que
marcan
sus
límites:
la
frontera
adquiere
vida
en
la
mente
de
las
personas
porque
perciben
esas
puertas
urbanas
(Alexander
1977,
p.105).
(27)
Todos
estos
patrones
definidos
por
Alexander,
claramente
apuntan
por
una
parte,
a
valorar
los
límites
en
una
vecindad
como
necesarios
para
la
“distinción
de
los
demás”
y
la
“protección
de
la
idiosincrasia”,
pero
por
otra
parte,
a
entender
y
preservar
los
límites
físicos,
con
una
noción
de
“frontera”,
de
“entidad
con
vida”
en
“la
mente
de
las
personas”.
Esta
noción,
me
parece
más
interesante
en
el
análisis
de
este
habitus
en
los
residentes
de
condominios
y
sobre
todo
en
los
términos
que
lo
hace
Homi
Bhabha,
que
entiende
en
concepto
de
frontera
como
“liminaridad
disyuntiva”.
Bhabha,
plantea
que
esta
noción
tiene
dobles
significados
y
que
son
disyuntivos.
Es
decir
es
una
“zona
de
control
o
abandono,
de
recuerdo
y
de
olvido,
de
fuerza
o
de
dependencia,
de
exclusividad
o
de
compartir”
(Bhabha,
1990,
pp.
411-‐441).
Es
entonces
una
especie
de
vacío,
de
brecha,
que
toma
distancia
y
se
transforma
en
un
“espacio
intersticial
que
surge
como
una
estructura
de
indecibilidad”,
donde
se
depositan
significados
y
valores
ambivalentes
o
híbridos.
Una
de
estas
cualidades
de
significación
sería
que
el
muro
otorga
un
“entremedio”
físico
un
tiempo/espacio
que
ayuda
a
“olvidar”
la
ciudad
y
anuncia,
“recuerda“
que
“llegué
a
mi
casa
antes
de
llegar
realmente”,
marca
y
hace
patente
ese
“espacio”
de
transición.
Recordamos
también
en
esta
línea
teórica,
la
inferencia
que
hicimos,
desde
los
conceptos
de
Sennett,
de
otorgarle
al
muro
intra-‐urbano
significados
de
barrera
o
frontera,
creando
distancia
entre
la
ciudad
y
el
mundo
de
lo
privado
(o
entre
clases
o
fracciones
de
clase
o
27
Todos
los
destacados
con
letra
cursiva
en
la
citas
de
este
autor
son
por
parte
del
presente
autor.
74
agentes)
diferenciados
dentro
de
la
ciudad,
protegiendo
una
identidad
más
íntima
frente
a
los
demás
y
así
poder
ser
sociable
como
grupo,
como
clase
o
como
“cuerpo-‐ciudad”.
(El
caso
del
muro
en
la
segregación
del
pueblo
judío
o
los
muros
de
Belfast,
como
vimos
antes).
C.
El
muro
como
plano
opaco
que
tapa,
asociado
a
la
“zona
de
seguridad”
o
“estilo
de
vida”
o
“privacidad”:
Esta
línea
análisis
de
significados
de
habitus,
es
subsidiario
y
complementario
a
los
anteriores.
Lo
que
pretende
es
enfatizar
la
cualidad
de
opacidad
del
muro,
es
decir,
de
los
significados
depositados
en
el
muro
de
búsqueda
de
la
invisibilidad
desde
el
exterior
y
desde
el
interior.
Por
tanto,
preservar
oculto
desde
el
exterior
ese
ambiente
urbano
diferente,
no
sentirse
observado
y
a
la
vez
no
mirar
a
la
calle,
etc.
La
opacidad
del
muro
posibilita,
por
un
lado,
entronizar
un
ambiente
interior,
neutraliza
y
homogeniza
la
cara
hacia
la
ciudad,
la
hace
común
(con
todos
sus
significados
de
distinción,
reforzamiento
de
identidad
u
otros
que
hemos
visto)
y,
por
otro,
imposibilita
la
mirada
del
extraño
que
pasa,
o
que
habita
colindante
o
al
frente
de
la
calle
principal,
sobre
todo
si
es
de
una
clase
social
inferior.
Los
significados
en
esta
línea
teórica
están
asociado
a
la
morfología
y
materialidad
del
muro
y
a
la
visibilidad
del
conjunto
desde
el
exterior
y
viceversa,
lo
cual
otorgará,
al
análisis
semiótico/sicológico
de
la
indagación
en
los
residentes
y
al
análisis
urbano-‐arquitectónico
del
muro,
distintos
grados
y
preponderancias
en
las
significaciones
de
defensa,
control,
vigilancia,
privacidad,
frontera,
distinción
o
prestigio,
homogeneidad
de
clase
y
otras
posibles
relacionadas
todas
con
las
otras
dos
clasificaciones
teóricas.
Por
esta
razón,
este
habitus
es
en
definitiva,
coadyuvante
a
todos.
Pero
también
está
asociado
a
los
límites
que
abarcan
los
cuerpos
en
lo
público
y
lo
privado
y
que
Bruno
Bettelheim,
reclama,
como
una
falencia
de
un
“correcto
equilibrio
entre
la
cercanía
y
la
distancia,
entre
lo
público
y
lo
privado”
(Betteelheim
1959,
p.399).
4. HIPOTESIS:
75
comunitario
desde
el
exterior,
en
búsqueda
de
la
seguridad
asociada
a
la
ocultación
de
la
diferencia
de
clase
o
de
hábitat
y
ambiente
socio-‐espacial.
Sería
un
elemento
de
resguardo
y
preservación
del
prestigio
y
status
social
logrado.
Es
decir,
es
un
elemento
que
resguarda
la
exclusividad,
la
identidad
colectiva
(de
clase
o
fracción
de
clase)
en
relación
con
“los
otros”.
Hipótesis
secundarias:
• El
primer
significado
se
encontraría
presente
en
los
condominios
amurallados
emplazados
tanto
en
sectores
con
disparidad
de
clase
social
como
en
los
sectores
con
homogeneidad
de
clase
social.
Solo
que
en
los
primeros
la
influencia
sería
de
un
entorno
más
cercano
y
en
los
segundos
sería
la
ciudad
toda.
El
segundo
significado
en
el
primer
caso
sería
más
de
diferenciación
o
identidad
de
clase
y
en
el
de
homogeneidad
social
sería
de
diferenciación,
resguardo
y
distinción
del
ambiente
socio-‐espacial.
• La
caracterización
urbana
arquitectónica
del
muro
en
tanto,
materialidad,
dimensiones,
accesos
principales
y
diseño,
entre
otros,
posibilitaría
la
representación
y
comunicación
de
la
identidad
de
clase,
prestigio
y/o
status
que
él
mismo
oculta.
5. OBJETIVOS ESPECIFICOS:
76