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De lo que es el fetichismo

de la mercancía y sobre
si podemos librarnos de él

Anselm Ja p p e
Si b i e n l a s r e f e r e n c i a s al «fetichismo de la mercan­
cía» se han hecho más frecuentes en los últimos años,
estas no siempre se han visto acompañadas por una
profundizadón en el concepto. Un poco como ocurre
con el término «sociedad del espectáculo», el de «fe­
tichismo de la mercancía» parece resumir sin mucho
esfuerzo las características de un capitalismo posmo­
derno que se supone ha virado esencialmente hacia el
consumo, la publicidad y la manipulación de los de­
seos. Según cierto uso popular de la palabra, influido
además por su empleo en el psicoanálisis, el fetichis­
mo no sería más que un amor excesivo a las mercan­
cías y la adhesión a los valores que estas representan
(velocidad, éxito, belleza, etc.).
Desde luego los intelectuales marxistas no incu­
rren en semejante error. Pero casi todos ellos compar­
ten una concepción del fetichismo de la mercancía que
resulta igualmente reductora. Conforme a la opinión

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predominante, con dicho término Marx designaría sas etapas intermedias, hasta llegar a los precios de
una «ideología espontánea» que tendría esencialmen­ mercado — el único nivel inmediatamente perceptible
te como objetivo velar el hecho de que la plusvalía tiene para los actores económicos, y que constituye el obje­
su origen exclusivo en el trabajo no pagado al obrero. to casi exclusivo de la ciencia económica burguesa— .
De este modo, el fetichismo constituiría una engañifa De igual modo, las dos exposiciones más importantes
o una mistificación y contribuiría a la auto-justificación del tema del fetichismo3 en Marx corresponden, por
de la sociedad capitalista.1 un lado, a la esencia y, por el otro, a la forma feno­
ménica. Tras la larga y meticulosa descripción de las
Efectivamente, en ocasiones Marx utiliza el tér­
relaciones que mantienen entre sí la tela y el traje, el
mino fetichismo en este sentido. Tal es el caso sin
café y el oro — y que contienen ya en germen, como
duda en un fragmento sobre la «fórmula trinitaria»
el propio Marx dice, toda la crítica del capitalismo— ,
que Friedrich Engels, al reunir el material dejado por
y antes de introducir, al comienzo del segundo capí­
Marx, situó en la parte final del Libro III de El capital.
tulo, a los seres humanos en cuanto «guardianes» de
Allí Marx habla de la «personificación de las fuerzas
las mercancías, que «no pueden ir solas al mercado»,4
productivas» y del «mundo encantado» por el que se
Marx intercala, en una aparente digresión, el capítulo
pasean «Monsieur le Capital et Madame la Terre».2 Lo
sobre el carácter fetichista de las mercancías. Pero el
cierto, sin embargo, es que este no es el mismo feti­
preciso lugar que ocupa en la erudita arquitectura de
chismo que es analizado en el primer capítulo de El
la obra de Marx sugiere que este capítulo se encuentra
capital. Mejor dicho, se trata de dos niveles diferentes
en el centro mismo de toda su crítica del capital: si el
de análisis que no se contradicen entre sí. El camino
seguido en El capital va de la esencia a la apariencia, análisis de la doble naturaleza de la mercancía y de la
de la crítica categorial al análisis de la superficie em­ doble naturaleza del trabajo constituye, por expresarlo
pírica, de las categorías puras a las formas concretas con los términos de Marx, el «pivote» (Springpunkt) de
que dichas categorías asumían en su época. El caso su análisis,5 sin duda el capítulo sobre el fetichismo
paradigmático es el recorrido que lleva desde el «va­ forma parte de dicho núcleo. El fetichismo no es un
lor» — categoría no empírica— , a través de numero­ fenómeno perteneciente a la simple esfera de la con­

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ciencia, no se limita a la idea que los actores sociales del capital ni del salario, de la fuerza de trabajo o de
se hacen de sus propias acciones; en esta fase inicial la propiedad de los medios de producción. Aunque se
de su análisis, de hecho Marx no se preocupa de sa­ suponga implícitamente su existencia (porque el or­
ber cómo los sujetos perciben las categorías básicas y den lógico de la exposición no coincide con el orden
cómo reaccionan ante ellas. El fetichismo forma parte, histórico y la mercancía, por más que sea la «célula
pues, de la realidad fundamental del capitalismo y es germinal» del capital, no existe de forma completa
la consecuencia directa e inevitable de la existencia de más que en un régimen capitalista), Marx los dedu­
la mercancía y del valor, del trabajo abstracto y del di­ ce, en el plano lógico, de las categorías anónimas de
nero. La teoría del fetichismo de Marx es idéntica a su mercancía, trabajo abstracto, valor y dinero. En su ni­
teoría del valor, porque el valor, así como la mercan­ vel más profundo, el capitalismo no es el dominio de
cía, el trabajo abstracto y el dinero, son ellos mismos una clase sobre otra, sino el hecho de que la sociedad
categorías fetichistas. El fetichismo de la mercancía entera está dominada por abstracciones reales y anó­
existe dondequiera que exista una doble naturaleza nimas. Desde luego hay grupos sociales que gestionan
de la mercancía y dondequiera que el valor mercan­ ese proceso y obtienen beneficios de él, pero llamarles
til, que es creado por la faceta abstracta del trabajo y «clases dominantes» significaría tomar las apariencias
representada por el dinero, forme el vínculo social y por realidades. Marx no dice otra cosa cuando llama al
decida, por consiguiente, el destino de los productos valor el «sujeto automático»7 del capitalismo. Son la
y de los hombres, mientras que la producción de valo­ valorización del valor, en cuanto trabajo muerto, a tra­
res de uso no es más que una especie de consecuencia vés de la absorción del trabajo vivo, y su acumulación
secundaria, casi un mal necesario.6 Dicho fetichismo en forma de capital las que gobiernan la sociedad capi­
se constituye «a espaldas» de los participantes, de ma­ talista, reduciendo a los actores sociales a simples en­
nera inconsciente y colectiva, y adquiere toda la apa­ granajes de ese mecanismo. Según Marx, los propios
riencia de un hecho natural y transhistórico. capitalistas no son más que «suboficiales del capital».
En esta fase de la demostración — es decir, en el La propiedad privada de los medios de producción y la
análisis de la forma del valor— no se trata todavía ni explotación de los asalariados, el dominio de un grupo
social sobre otro y la lucha de clases, aunque son sin en el que ese tipo de trabajo resulta más «productivo»
duda reales, no son sino las formas concretas, los fe­ ha establecido un nuevo estándar. De este modo, la
nómenos visibles en la superficie, de ese proceso más faceta «abstracta» se convierte en algo terriblemente
profundo que es la reducción de la vida social a la crea- • real que lleva a nuestro campesino a la ruina.
ción de valor mercantil.
En lugar de limitarse a poner en cuestión el
Allí donde los individuos no se encuentran más ocultamiento de las «verdaderas» relaciones de pro­
que como productores separados que deben reducit, ducción, el concepto de fetichismo de la mercancía
sus productos a una medida común — que los priva de analiza las relaciones sociales que se crean efectiva­
toda cualidad intrínseca— para poder intercambiarlos mente en la sociedad capitalista. El fetichismo no es
y para poder formar una sociedad, el valor, el trabajo una «representación» que acompañe a la realidad del
humano abstracto y el trabajo «universalmente hum a­ trabajo abstracto. Para comprender que se trata de una
no» (es decir, no específico, no social, el puro gasto «inversión real», en primer lugar hay que darse cuen­
de energía sin consideración a los contenidos y a las ta de que el trabajo abstracto no es una abstracción
consecuencias) se imponen al valor de uso, el trabajo nominal, ni una convención que nazca (aunque fuera
concreto y el trabajo privado. Aunque sigan ejecutan­ inconscientemente) en el intercambio: es la reducción
do trabajos concretos y privados, los hombres deben efectiva de toda actividad a un simple gasto de ener­
constatar que la otra «naturaleza» de esos mismos tra­ gía. Esta reducción es «efectiva» en el sentido de que
bajos, su faceta abstracta, es la única que cuenta desde las actividades particulares — y de igual manera, los
el momento en que quieren intercambiarlos por otra individuos que las realizan— solo se vuelven sociales
cosa distinta. Así, por poner un ejemplo, el campesino en cuanto quedan reducidas a dicha abstracción. Si
que ha trabajado durante toda la jomada para cosechar la consideración del fetichismo ha conocido algunos
su trigo, como siempre ha hecho, podría constatar en avances en estos últimos años, la temática del traba­
el mercado que su jornada de trabajo concreto y priva­ jo abstracto — el «corazón de las tinieblas» del modo
do de repente no «vale» más que dos horas de trabajo de producción capitalista— y la crítica de la ontolo-
porque la importación de trigo proveniente de países gización del trabajo siguen siendo, por el contrario,

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un continente por descubrir. Cuando la categoría del del análisis su carácter negativo y destructor. Pero no
fetichismo se entiende solo como mistificación de las añadiendo un juicio «moral» a un desarrollo cientí­
«relaciones reales» de explotación, es posible incluso fico, sino haciendo que la negatividad emerja en el
que, de forma grotesca, se exprese una (pseudo)crítica análisis mismo. Marx pone de relieve una inversión
del fetichismo en nombre del «trabajo» que el fetichis­ constante entre lo que debería ser el elemento prima­
mo «ocultaría». En realidad, no es posible superación, rio y lo que debería ser el elemento derivado, entre lo
alguna del fetichismo sin abolir prácticamente el tra­ abstracto y lo concreto. La primera particularidad de
bajo como principio de síntesis social. la forma de equivalente, en apariencia tan inocente
(«veinte varas de tela = un traje»): el valor de uso se
convierte en la «forma fenoménica» de su contrario,
el valor. El mismo discurso vale a continuación para
¿ P o r q u é es real el fetichismo? La sociedad en la que
el trabajo: «una segunda particularidad de la forma
los productos del trabajo asumen la forma mercantil
de equivalente estriba en que el trabajo concreto se
es «una formación social en que el proceso de pro­
convierte en forma fenoménica de su opuesto, traba­
ducción domina a los hombres y el hombre aún no
jo humano abstracto».10 Y finalmente, «una tercera
domina al proceso de producción».8 Como acabamos
particularidad de la forma de equivalente consiste en
de decir, el subepígrafe sobre el fetichismo no es un
que el trabajo privado devenga la forma de su opues­
simple añadido. En él, Marx extrae las conclusiones
to, trabajo en forma social directa».11 A lo que hay que
de su análisis precedente sobre la forma del valor.
añadir que la forma general del valor «revela de esta
Las categorías básicas ya están descritas ahí como
suerte que, dentro de este mundo [de las mercancías],
fetiches, por más que no aparezca el término «feti­
el carácter generalmente humano del trabajo consti­
chismo». Hay que tenerlo siempre en mente: Marx
tuye su carácter específicamente social».12 Estas tres
no «define» tales categorías como presupuestos neu­
«inversiones» son inversiones entre lo concreto y lo
tros, como hacían los economistas clásicos del estilo
abstracto. El que debería ser el elemento primario, lo
de David Ricardo y como harían los marxistas pos­
concreto, se convierte en un derivado de lo que debe­
teriores.9 En realidad, denuncia desde el comienzo
ría ser el derivado de lo concreto: lo abstracto. En tér­

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minos filosóficos, se podría hablar de una inversión Naturalmente, la mercancía no ocupa exactamen­
entre la sustancia y el accidente. te el mismo lugar en la vida social que Dios. Pero Marx
Si el fetichismo consiste en esa inversión real, sugiere que el fetichismo de la mercancía es la conti­
entonces resulta que no es tan diferente de la aliena­ nuación de otras formas de fetichismo social como el
ción de la que Marx hablaba en sus primeros textos. fetichismo religioso. Lo cierto es que ni el «desencan­
No hay un «corte epistemológico» entre un joven tamiento del mundo» ni la «secularización» tuvieron
Marx, filósofo humanista, y un Marx maduro al que lugar: la metafísica no desapareció con la Ilustración,
se supone convertido a la ciencia, ni entre el concepto sino que bajó del cielo y se mezcló con la realidad te­
de fetichismo y la crítica de la religión del joven Marx. rrestre. Es lo que quiere decir Marx cuando llama a la
Ya el origen del término «fetichismo», así como su mercancía un «objeto sensiblemente suprasensible».
presencia en las primeras publicaciones de Marx,13 La descripción de la alienación que Marx ofrece en los
dan testimonio de dicha continuidad. Atribuir un «va­ Manuscritos de 1844 no se presenta, pues, como una
lor» a la mercancía, es decir, tratarla según el trabajo aproximación fundamentalmente diferente de la con-
que ha sido necesario para su producción — pero un ceptualización del fetichismo, sino como un primer
trabajo ya pasado, que ya no está ahí— y, lo que es acercamiento, como una aproximación todavía insu­
más, tratarla no en consideración al trabajo que se ha ficiente, que ya decía implícitamente, sin embargo, lo
gastado real e individualmente, sino en cuanto parte esencial: la desposesión del hombre por el trabajo que
del trabajo social global (el trabajo socialmente nece­ se ha convertido en el principio de síntesis social.
sario para su producción): he aquí una «proyección»
que no lo es en menor medida que la que tiene lugar
en la religión. El producto solo se convierte en m er­
E l c o n c e p t o de fetichismo de la mercancía se mantuvo
cancía porque en él se representa una relación social,
durante mucho tiempo en el mismo estado que la Be­
y dicha relación social es tan «fantasmagórica» (en el
lla Durmiente, y solo mereció una atención renovada a
sentido de que no forma parte de la naturaleza de las
partir de los años sesenta. A continuación se convirtió
cosas) como un hecho religioso.
en la pieza central de la «crítica del valor», tal como

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se desarrolló a partir de 1987 en las revistas alemanas to» de otros grupos sociales, empezó a combatirse solo
Krisis y Exit! y en los trabajos de su autor principal, Ro­ para ajustar determinados detalles. Por otro lado, este
bert Kurz, y de una manera en parte diferente en los de tipo de luchas a menudo ha contribuido, sin que los
Moishe Postone en los Estados Unidos.'4 Conforme a actores se dieran cuenta de ello, a que el capital alcan­
este enfoque, la mayor parte de los antagonismos den­ zase su siguiente fase en contra de la voluntad de la
tro del capitalismo no afectan a la existencia misma parte más corta de luces de los propietarios del capi­
de las categorías fetichistas básicas. Ya en el siglo/xix, tal. Así, el consumo de masas en la época fordista y
el movimiento obrero se habría limitado, tras algunas el Estado social, lejos de ser solo «conquistas» de los
resistencias iniciales, a demandar un reparto distinto sindicatos, permitieron al capitalismo una expansión
del valor y del dinero entre aquellos que contribuyen^ externa e interna que contribuyó a compensar la caída
la creación de valor a través del trabajo abstracto. Casi continua de la masa de beneficios.
ninguno de los movimientos que ponían en cuestión En efecto, la contradicción fundamental del ca­
al capitalismo — «la izquierda»— consideraba ya el pitalismo no es el conflicto entre el capital y el trabajo
valor y el dinero, la mercancía y el trabajo abstracto, asalariado: desde el punto de vista del funcionamiento
como datos negativos y destructores, típicos solo del del capital, el conflicto entre capitalistas y asalariados
capitalismo, que en consecuencia debían ser abolidos es un conflicto entre los portadores vivos del capital
en una sociedad postcapitalista. Sencillamente desea­ fijo y los portadores vivos del capital variable; en con­
ban redistribuirlos según criterios de una mayor justicia secuencia, un conflicto inmanente al sistema mismo.
social. En los países del socialismo real se pretendía, La contradicción fundamental reside más bien en el
por añadidura, que era posible «planificar» de una ma­ hecho de que la acumulación de capital socava ine­
nera consciente dichas categorías, aunque por su pro­ vitablemente sus propias bases: solo el trabajo vivo
pia esencia sean fetichistas e inconscientes. Una vez crea valor. Las máquinas no añaden nuevo valor. La
que la «lucha de clases» se convirtió en la práctica — si competencia, sin embargo, empuja a cada propieta­
dejamos a un lado cierta retórica— en un combate por rio de capital a utilizar la mayor cantidad de tecno­
la integración de los obreros en la sociedad mercantil, logía posible para producir (y, en consecuencia, para
y más adelante por la integración o el «reconocimien­

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vender) cada vez más barato. Al mismo tiempo que U na gran parte del pensamiento que hoy en día se
de momento incrementa su propio beneficio, cada pretende anticapitalista o emancipador rehúsa obsti­
capitalista contribuye, sin quererlo, sin saberlo y sin nadamente hacerse cargo de esta nueva situación. Las
poder impedirlo, a disminuir la masa global de valor «luchas de clases» en sentido tradicional, y aquellas
y, en consecuencia, de plusvalía, y por consiguiente, que las sustituyeron a lo largo del siglo xx (las luchas
de beneficio. Durante mucho tiempo, la expansión in­ de los «subalternos» de todo tipo: las mujeres, las
terna y externa del capital pudo compensar la dismi­ poblaciones colonizadas, los trabajadores precarios,
nución del valor de cada mercancía particular. Pero etc.), son más bien conflictos «inmanentes», que no
con la revolución microelectrónica — es decir, a par­ van más allá de la lógica del valor. En el momento
tir de los años setenta— la disminución del valor ha en el que el desarrollo del capitalismo parece haber
continuado a tal ritmo que nada ha podido frenarla. alcanzado sus límites históricos, esas luchas corren
La acumulación de capital sobrevive desde entonces a menudo el riesgo de limitarse a la defensa del statu
esencialmente bajo la forma de la simulación: crédito quo y a la búsqueda de unas mejores condiciones de
y especulación, es decir, capital ficticio (en consecuen­ supervivencia para uno mismo en medio de la crisis.
cia, dinero que no es el resultado de una valorización Esto resulta perfectamente legítimo, pero defender
lograda a través de la utilización de la fuerza de traba­ nuestro salario o nuestra jubilación en absoluto con­
jo). Hoy está de moda atribuir toda la culpa de la crisis duce por sí mismo a superar una lógica fetichista en
y de sus consecuencias a la especulación financiera, la que todo está sometido al principio de «rentabili­
pero sin ella la crisis habría llegado mucho antes. La dad», en la que el dinero constituye la mediación so­
sociedad mercantil trabaja en su propio derrumbe. Lo cial universal y en la que la producción m ism a de las
que la condena no es el simple hecho de ser mala, cosas más importantes puede ser abandonada si no
pues las sociedades precedentes también lo eran. Es se traduce en una cantidad suficiente de «valor» (y,
su propia dinámica la que la pone contra las cuerdas. en consecuencia, de beneficio). Ahora resulta menos
sensato que nunca exigir «medidas para el empleo» o
defender a los «trabajadores» por la simple razón de

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que «crean valor». Es preciso, por el contrario, defen­ mesas. En lugar de un anti-capitalismo, se trata pues
der el derecho de cada uno a vivir y a participar de los de un alter-capitalismo. El «capitalismo» no son solo
beneficios de la sociedad, incluso si él o ella no han los «capitalistas», los banqueros y los ricos, mientras
logrado vender su fuerza de trabajo. que «nosotros», el pueblo, seríamos los «buenos». El
capitalismo es un sistema que nos incluye a todos; na­
die puede pretender estar fuera. El eslogan «somos el
99% » es sin duda el más demagógico y el más estúpi­
D e l o que habría que emanciparse es de las categorías
do que se haya escuchado en mucho tiempo, e incluso
fetichistas del dinero y de la mercancía, del trabajo y resulta potencialmente muy peligroso.
del valor, del capital y del Estado en cuanto/tales. No
Uno tiene a menudo la impresión de que, en
podemos activar uno de esos factores contra el otro,
realidad, más o menos todo el mundo desea la conti­
considerándolo el polo positivo: ni el Estado eontra^L
nuidad de este sistema, y no solamente los «ganado­
capital, ni el trabajo abstracto en su fase muerta (capi­
res». Ser expoliado se convierte casi en un privilegio
tal) contra el mismo trabajo en su fase viva (fuerza de
(que los restos del viejo proletariado fabril defienden,
trabajo y, por consiguiente, salario). Parece difícil, en
efectivamente, con uñas y dientes en toda Europa)
consecuencia, atribuir la tarea de superar el sistema
cuando el capitalismo transforma a cada vez más per­
fetichista a grupos sociales que se constituyeron m e­
sonas en «hombres superfluos», en «residuos». Pero
diante el desarrollo de la propia mercancía y que se
el choque conjunto de la crisis económica, de la crisis
definen por su papel en la producción de valor.
ecológica y de la crisis energética obligará muy pron­
En los años sesenta y setenta, los movimientos to a tomar decisiones drásticas. Nadie garantiza, sin
de protesta a menudo se dirigían contra el éxito del embargo, que estas serán las decisiones acertadas. La
capitalismo, contra la «abundancia mercantil», y se crisis ya no es, ni mucho menos, sinónimo de eman­
expresaban en nombre de una concepción distinta de cipación. Saber lo que está en juego se convierte en
la vida. Por el contrario, las luchas sociales y económi­ algo fundamental y disponer de una visión global, en
cas de hoy se caracterizan a menudo por el deseo de algo vital. Por eso, una teoría social centrada en la crí­
que el capitalismo respete al menos sus propias pro­

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tica de las categorías básicas de la sociedad mercantil Notas
no es un lujo teórico que esté alejado de las preocu­
paciones reales y prácticas de los seres humanos en
1 Incluso entre los autores pertenecientes al marxismo críti­
lucha, sino que constituye una condición necesaria
co, el concepto de fetichismo se empleaba en raras ocasio­
para cualquier proyecto de emancipación. De ahí que
nes antes de la década de los setenta. En las m il páginas de
la obra de Marx — y muy en particular, el primer ca­ la M arx’s Theory o f Alienation del lukacsiano István Més-
pítulo de El capital— siga siendo indispensable para záros, publicada en 19 70 , aunque todavía hoy se considera
comprender lo que nos ocurre cotidianamente. Espe­ un clásico sobre el tema, la palabra «fetichismo» práctica­
remos que un día se estudie solamente para disfrutar mente no aparece. El subepígrafe sobre «El carácter feti­
chista de la mercancía y su secreto», que cierra el primer
de su brillantez intelectual.
capítulo de El capital, se consideraba entonces a menudo
como una digresión tan incomprensible como inútil, una
recaída en el hegelianismo, un capricho metafisico. Con­
viene tener presente que, en 19 6 9 , Louis Althusser quería
prohibir a los lectores de El capital que comenzaran por el
prim er capítulo, al que juzgaba demasiado difícil. Los lec­
tores debían percibir el conflicto visible entre el trabajo vivo
y el trabajo muerto como el punto de partida y el «pivote»
de la crítica marxiana y considerar el análisis de la forma
del valor únicamente como una precisión suplementaria,
en la que habría que profundizar en un segundo m om en­
to. El gran Dictionnaire critique du marxisme, publicado en
Francia en 19 82, no consagra al fetichismo más que un es­
pacio m uy exiguo. Incluso los marxistas m ás críticos y más
dialécticos de este periodo seguían presos de una ontología
del trabajo y, en consecuencia, no les resultaba posible aco­
tar de form a más clara las categorías del fetichismo y de
la alienación. Fue necesario esperar hasta la crisis real y
visible de la sociedad del trabajo, una crisis que se instaló
indefinidamente a partir de los años setenta, para llegar a la

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comprensión teórica del trabajo abstracto y, de este modo y 7 Marx, El capital, ed. cit., p. 208. En los Grundrisse, Marx
en último análisis, del fetichismo de la mercancía. afirma: «El valor entra en escena como sujeto». (Karl Marx,
Elementos fundamentales para la crítica de la economía polí­
2 Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, Libro
tica (Grundrisse) 1857-1858 (I), México DF, Siglo Veintiuno
III, Tomo III, Akal Ediciones, Madrid, 2 0 0 0 , p. 265 y ss.
Editores, p. 251. Traducción de José Aricó, Miguel Murmis
Traducción de Vicente Romano García.
y Pedro Scaron).
3 A las cuales hay que añadir otras ocurrencias de la palabra
8 Marx, El capital, ed. cit., p. 114 [p. 50 de la presente edi­
fetichismo en casi todas las obras de crítica de la economía
política de Marx, sin contar los pasajes en los que habla ción].

de él sin que el término aparezca explícitamente. Hemos 9 A menudo y con razón, se les califica de «socialistas ricar-
de admitir que todas las consideraciones de Marx en tomo dianos», pues aceptan la concepción ricardiana del «valor-
al fetichismo son fragmentarias y difíciles de comprender, trabajo» y de una eterna «ley del valor», que sencillamente
tanto porque recurre a metáforas como por la dificultad se trataría de «aplicar» conforme a los principios de la ju s­
efectiva de describir un fenómeno que nadie antes que ticia social.
Marx se había aventurado a explorar.
10 Marx, El capital, ed. cit., p. 85.
4 Karl Marx, El capital, ed. cit., p. 119 [p. 55 de la presente
11 Marx, El capital, ed. cit., p. 86.
edición]. Se podría decir que toda la problemática del feti­
chismo se encuentra en esta frase irónica sobre los hom ­ 12 Marx, El capital, ed. cit., p. 97.
bres, que no entran en escena m ás que para servir a las
13 Karl Marx, Actas de la Sexta Asamblea de la Provincia Rena­
mercancías, los auténticos actores del proceso.
na. Tercer artículo. Debates sobre la Ley de Robos de Madera,
5 Marx, El Capital, ed. cit., p. 63: «Esta naturaleza doble del en Los debates de la dieta renana, Editorial Gedisa, Barcelona,
trabajo contenido en la mercancía la he demostrado yo por 2007. Traducción de Juan Luis Vermal y Antonio García.
primera vez de un modo crítico. Como este es el punto en
14 Véase Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominación social.
tomo al cual gira la comprensión de la economía política,
Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx, Marcial
debemos examinarlo m ás de cerca».
Pons, Madrid-Barcelona, 2 0 0 6 . Traducción de María Se­
6 Es mejor hablar de la «faceta abstracta del trabajo»; resulta rrano [Publicado originalmente en 1993]. Anselm Jappe,
más claro que «trabajo abstracto». En efecto, en un régimen Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus crí­
capitalista todo trabajo posee una faceta abstracta y una face­ ticos, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2 0 11. Traducción de
ta concreta. No se trata de dos géneros distintos de trabajo.

28 29
Diego Luis Sanromán. Anselm Jappe, Robert Kurz y Claus
Peter Ortlieb, El absurdo mercado de los hombres sin cualida­
des. Ensayos sobre el fetichismo de la mercancía, Pepitas de
Calabaza, Logroño, 2 0 14 [segunda edición]. Traducción de
Luis Andrés Bredlow y Emma Izaola. Grupo Krisis, M a­
nifiesto contra el trabajo, Virus Editorial, Barcelona, 2002.
El carácter de fetiche de
Traducción de Marta María Fernández [publicado original­
mente en 1999].
la mercancía y su secreto
seguido de
El proceso de intercambio

Karl M arx

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