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LA ENVIDIA

La envidia es un sentimiento de tristeza o enfado por no poder tener lo que otra persona posee.
Hace que no se aprecie lo que sí se tiene, es un sentimiento negativo y, a veces, incluso
destructivo.
Las relaciones humanas serían mucho más sanas si antes de hacernos eco de algo lo
pasásemos por las rejas de la verdad, de la bondad y de la necesidad. A todos nos cuesta usar
estos tres principios ante las habladurías, pero es que hay personas realmente incapaces de
contener sus deseos de crítica y de recrítica. ¿Qué hay detrás de todo esto? La oscuridad de la
envidia y su terrorífica cueva.
El poder destructivo de la envidia
Tras el embrujo de la envidia y las habladurías se oculta un terrible demonio que no se apiada
de nosotros: la falta de autoestima y de amor propio. La mejor arma que tiene la envidia para
atacarnos es predisponernos a una comparación desventajosa.
De sobra es sabido que toda comparación es odiosa, entre otras razones porque es una forma
de exponernos a la imagen de nuestras frustraciones y que nos las devuelva nuestro espejo en
modo lupa.
En otras palabras, lo que codiciamos nos destruye porque demoniza la consecución de las
aspiraciones que aún no hemos alcanzado sin dejarnos prestar atención a las virtudes que ya
son nuestras.
Además, la envidia saca a la luz el lado más oscuro y tenebroso del ser humano, que no es
solo la falta de amor a uno mismo, sino que constata una de las verdades más incómodas de la
humanidad: la condena al talento y al éxito ajenos. Es más fácil canalizar la frustración hacia el
juicio y la crítica que reconocer nuestro complejo de inferioridad.
Es bastante común que nos preguntemos sobre la razón por la que envidia el envidioso, pero
solemos minusvalorar el lastre que esto supone para el envidiado. El que otros te envidien es
un verdadero padecimiento, te aleja de la realidad y te genera desconfianza.
Hay ciertos momentos en los que las personas envidiadas ya no saben quiénes son sus
amigos o sus enemigos, en quiénes puede confiar. Incluso comienzan a cuestionarse si su
éxito les pertenece o es ingrato, como afirman las malas lenguas.  Esto puede incluso fomentar
que un sentimiento victorioso se convierta en una cadena constante de inseguridades y
penurias.
Enfrentarse a la envidia
Es realista pensar que no se conseguirá erradicar la envidia, pero la podemos atenuar,
contrarrestándola o pensando los pensamientos y acciones por los filtros como la verdad, la
bondad y la necesidad. Trabajemos en un sentimiento propio de amor e identidad y generemos
una vida interior que nos dificulte interesarnos de forma maliciosa por los éxitos y fracasos de
los demás. Y, desde luego, usemos el foco de luz que genera nuestra envidia para fomentar
esos logros que aún tenemos que madurar.
En cuanto a superar el daño que supone el hecho de “ser envidiado”, lo cierto es que requiere d
cierta experiencia previa y no podemos empezar la casa por el tejado. Conocemos que hay
algunos acontecimientos que suscitarán comparativas y que toda nuestra grandeza es capaz
de resaltar las pequeñeces de los demás, tal y como sucede a la inversa.
Así es que, sabiendo esto, permitámonos saborear nuestras virtudes de una forma diferente:
mostrando a los demás que lo pueden conseguir, para que así se entretengan en intentarlo y
nosotros en echarles una mano. Porque así como la avaricia y la envidia nos destruyen, la
admiración nos construye.

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