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El nuevo capitalismo contable | El Dipló http://www.insumisos.com/diplo/NODE/866.

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contable
El escándalo de Enron, la gigantesca empresa
estadounidense cuya quiebra desnudó las argucias e inmoralidades de la
“contabilidad creativa”, no parece haber hecho mella en el gobierno de
Estados Unidos ni en el mundo anglosajón en general. Éstos insisten, hasta
ahora con éxito, en regularizar métodos contables para satisfacer a
accionistas voraces sin tener en cuenta los intereses de acreedores y
trabajadores. La contabilidad es un asunto eminentemente político, ya que
refleja la visión que se tiene de una empresa y, sobre todo, de la sociedad.
Desde hace algún tiempo, la contabilidad despierta la atención de un círculo creciente de
especialistas ajenos a esa disciplina. A pesar de que ya en 1916 Werner Sombart había subrayado
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su importancia: "Es una de las condiciones sine qua non de la existencia del capitalismo" , la
contabilidad, a menudo presentada como una simple técnica, añeja y sin ningún interés, se
mantuvo como el terreno exclusivo de unos pocos contadores rígidos y secretos.

El caso Enron hizo que todo eso cambiara. Bruscamente, el mundo de los economistas advirtió la
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influencia maléfica que podía tener esa disciplina sobre los fundamentos del sistema capitalista ;
ahora la prensa diaria se interesa regularmente en la adopción de nuevas normas contables, y
hasta un jefe de Estado toma su pluma para criticar el peligro que amenazaría a la Unión Europea
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(UE) en caso de adoptarse algunas de esas normas . Curiosamente, el aura repentina que
envuelve a la ciencia contable prácticamente reduce al silencio a los principales actores de esa
"tragedia": en general, los contadores ceden la palabra a los economistas y a los periodistas.

Esquemáticamente, el credo dominante -el del cuerpo constituido de la contabilidad- se resume así:
los contadores cometieron "un desliz" en el caso de Enron, pero los nuevos principios contables de
la International Accounting Standard Board (IASB, Comité de las Normas Contables Internacionales
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) permitirán resolver los problemas planteados por ese escándalo. El templo de la nueva ciencia
contable propuesta por la IASB parece aun más bello y atractivo, pues sus grandes sacerdotes
abundan en elocuentes sermones: ¿quién podría, a priori, cuestionar la necesidad de "buenos"
principios, de una evaluación al "justo valor" o de una "mejor información económica", adaptada a
las realidades del mundo moderno? Pero esas lindas palabras son en realidad una cortina de humo.

Sugerir que la contabilidad va a entrar en una nueva era gracias a la introducción de "principios
contables" ya de por sí se asemeja a una manipulación: por ejemplo, es difícil afirmar que la
contabilidad estadounidense anterior al caso Enron era una contabilidad sin principios. Estados
Unidos jugó un papel activo y precursor en el desarrollo de los marcos conceptuales que dieron un
lugar importante a principios básicos como el del "costo histórico" (las plusvalías potenciales nunca
son registradas y hay que esperar la venta para comprobarlas) y el de la "prudencia" (las
depreciaciones potenciales de un activo se registran en cuanto se las conoce). Lo que crea un
problema en Estados Unidos no es la inexistencia de principios, sino su falta de aplicación y su
"adaptación" por medio de reglamentaciones conciliadoras que favorecen los intereses de las
empresas.

Por otra parte, afirmar que una enumeración de principios bastaría para garantizar una contabilidad
"justa" es creer en la magia. La historia demostró que en Gran Bretaña -donde la contabilidad
basada en el famoso principio de la "imagen fiel" y la reglamentación rudimentaria alcanzaron su
máxima expresión- florecieron prácticas contables que no tenían nada que ver con la "ciencia"
contable, dirigidas simplemente a manipular los resultados. Así fue que ciertos activos normalmente
amortizables fueron deducidos de los capitales propios para evitar contabilizar pérdidas: en

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realidad, como en toda actividad jurídica, los buenos principios deben estar acompañados por
reglamentaciones precisas y adecuadas. Dar cada vez más margen de maniobra a los accionistas y
a los dirigentes, con una contabilidad llamada de "principios", como hace el IASB, no presagia nada
bueno.

Contra el principio de prudencia


Según el dicho popular, el que quiere matar a su perro afirma que está rabioso. Las acusaciones
contra los "viejos" principios contables que se mostraron incapaces de tomar en cuenta los riesgos
propios de los instrumentos financieros modernos corresponden exactamente a esa manera de
proceder.

En el siglo pasado, el principio del costo histórico fue asociado al de la "prudencia", según el cual
una empresa debe tomar en cuenta todas las eventuales depreciaciones (si el valor de mercado de
los activos resulta inferior a su costo) y todos los riesgos probables. Esa referencia histórica
muestra que las viejas contabilidades a costo histórico tienen en cuenta, en principio, todos los
riesgos. Toda la argumentación sobre la "incapacidad" del sistema tradicional para reflejar los
nuevos riesgos financieros está desprovista de fundamentos: el principio de prudencia, si es
respetado, no sólo permite tomar en cuenta esos riesgos, sino que obliga a hacerlo,
fundamentalmente por medio de la inscripción de las deudas potenciales correspondientes en el
pasivo. Pero ¿por qué, en la práctica, en la mayoría de los países no se registraron los riesgos de
pérdidas en ciertas operaciones especulativas? Simplemente porque las empresas y sus auditores
ejercieron presión sobre los normalizadores contables para reducir cada vez más la cantidad de
elementos que deberían ser sometidos al severo principio de prudencia tradicional. Así fue como los
riesgos propios de las compras especulativas a plazo no fueron tenidos en cuenta con el pretexto
falaz de que al firmarse los contratos aún no se había abonado ninguna suma.

En realidad, lo que molesta a los turiferarios del nuevo principio del "justo valor" es que el sistema
contable actual sólo registra las depreciaciones potenciales, pero no las plusvalías. El error del
principio del costo histórico no sería impedir un tratamiento eficaz de los riesgos, sino generar
demasiada prudencia: ese buen principio, dirigido a temperar, de forma muy pragmática, el
optimismo incorregible de los empresarios fue primero parcialmente neutralizado y luego
totalmente desterrado, gracias a un trabajo de demolición que comenzó hace varias décadas; ahora
es absolutamente necesario "ahogarlo" para dejar lugar a la "modernidad", pues lo que está en
juego es muy importante.

Tomemos como ejemplo una empresa y supongamos que tiene títulos A, que en la bolsa bajaron
100, y títulos B, que subieron 150. Según el antiguo principio de prudencia, debería contabilizar
sólo una pérdida de 100 (las plusvalías potenciales no se registran), mientras que con el nuevo
principio del justo valor podrá hacer figurar un beneficio de 50. Tanto más a distribuir.

Si el justo valor se impone y se difunde, se producirá una revolución en los principios de la


contabilidad. Y no será la primera. Desde mediados del siglo XIX ya se produjeron dos revoluciones
que conviene recordar para comprender mejor la naturaleza y el alcance del último cambio de
paradigma.

Un asunto de dividendos
Cerca de 1860, los juristas y los banqueros protectores de los intereses de los acreedores lograron
-en el plano de los principios- imponer una concepción de la contabilidad que se basa en la
aplicación estricta, a todos los activos, del principio del costo más bajo o del mercado: es lo que se
podría llamar primera fase del capitalismo contable. Pero esa concepción enfureció a los defensores
de los accionistas, pues normalmente tiene consecuencias "dramáticas" sobre los activos que no
tienen valorización (o tienen una valorización muy escasa) en un mercado e impide distribuir
dividendos al comienzo de las inversiones: así es que, según esa concepción, los gastos de
investigación o de desarrollo (que evidentemente no tienen mercado activo) deben ser cargados
rápidamente.

Luego de años de arduas batallas y de presión de los accionistas, comenzó a desarrollarse a lo largo
de todo el siglo XX una nueva concepción, tendiente a evitar que "la regla del costo más bajo o del
mercado" se aplique a los activos invertidos a largo plazo: éstos deberían ser evaluados según su

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"costo amortizado", es decir, reducido en función de la duración de utilización de dichos activos, sin
tener en cuenta las fluctuaciones de su valor en el mercado, si ese valor fuera inferior. Gracias a
esa novedad se podían distribuir dividendos más regulares, y ello desde el comienzo del ciclo de
inversión: fue la segunda fase del capitalismo contable. Así, en el ejemplo precedente, los costos de
investigación y de los materiales especializados podían ser repartidos a lo largo de todo el ciclo de
inversión en lugar de ser asumidos como carga de una sola vez, al comienzo de dicho ciclo.

Pero actualmente, en momentos en que se producen fusiones gigantescas que implican masas
enormes de capitales que deben ser remunerados, y cuando equipos dirigentes y grupos de
accionistas cada vez más apurados y exigentes dominan la escena, esa segunda fase fue superada.
De allí nace una triple idea genial: conseguir que un número creciente de activos, principalmente
inmateriales y financieros, dejen totalmente de ser amortizados; autorizar el asiento en las cuentas
de las plusvalías potenciales; estimar esas plusvalías según el "justo valor", es decir, en función de
los beneficios futuros, calculados por expertos sobre la base de una estimación de ventas futuras,
sin ninguna referencia directa a los valores de mercado. Ese es el tercer estadio del capitalismo
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contable, el estadio de actualización o "fase actuarial" .

La mayoría de los textos sobre las normas internacionales pretenden hacer pasar esas innovaciones
por correcciones a la insuficiencia del sistema anterior; "insuficiencia" que de ninguna manera
reside en su incapacidad para tomar en cuenta los riesgos de la gestión capitalista y a describir sus
resultados, sino en su ineptitud para satisfacer la creciente avidez de los equipos dirigentes y de los
accionistas.

Para lograr sus fines, el nuevo capitalismo contable debe ajustarle las cuentas a lo que queda de los
dos principios contables "ancestrales": el principio del costo amortizado y el principio de prudencia.
El principio de amortización (o disminución) sistemática del costo ya es combatido duramente en el
caso de ciertos activos inmateriales, como el goodwill (monto de los beneficios potenciales que el
vendedor de una empresa cobra al comprador) o las marcas -cuya duración de vida hoy en día se
considera como "no definida"-, que sólo eventualmente resultarían depreciados. A nivel
macroeconómico, el capitalismo obtiene de esa forma una rentabilidad (ficticia) superior, aun si ello
puede poner de manifiesto la depreciación de algunos grupos que tengan problemas.

De su lado, el principio de prudencia figura efectivamente en los nuevos marcos conceptuales


estadounidenses y en los del IASB, pero totalmente modificado. Ya no expresa la obligación de
tomar en cuenta las pérdidas potenciales y excluir los beneficios potenciales, sino la simple
condición de "obrar con un cierto grado de precaución al realizar las estimaciones"; es decir, ¡vía
libre para el principio de imprudencia!

Por lo tanto, los motivos de la aparición del "justo valor" parecen más complejos de lo que la
versión oficial pretende hacer creer. ¿Permitirá obtener un mayor control de los managers y una
mejor información para los accionistas? Parece altamente improbable. En muchos casos, el
concepto del justo valor corresponde en realidad a "un valor de experto" basado en estimaciones de
ventas futuras. Incluso en los casos en que se utilicen valores de mercado objetivos, los equipos
dirigentes tendrían una mayor libertad en la distribución de los dividendos, pues podrían repartir el
maná del cielo en base a simples esperanzas de beneficios. Resulta difícil imaginar que los
managers serán más estrictamente controlados.

Respecto de los accionistas, es posible preguntarse en qué consiste una mejor información
contable. Evidentemente, sería estúpido pensar que la mejoría vendrá del simple hecho de reflejar
la cotización en la bolsa: ¿qué información nueva podría aportar la transcripción en la contabilidad
de datos ya brindados por la bolsa?

En realidad, la verdadera razón del cambio de paradigma es una cuestión de dividendos.


Sencillamente, los accionistas actuales y sus managers no desean mayor información sino mayores
ganancias a corto plazo, y es a nivel de esa reivindicación que la contabilidad juega un papel
esencial. La integración a la contabilidad del "justo valor actuarial" -valor discutido pero rechazado
desde hace casi dos siglos- reviste para ellos tres ventajas fundamentales: justifica las plusvalías
potenciales sobre simple estimación; permite, por medio del proceso de actualización, escalonar la
distribución de beneficios a lo largo de todo el ciclo de inversión, operación que -según los
principios anteriores- debía realizarse al fin de dicho ciclo o dependía de las ventas reales; y

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permite hacer figurar beneficios totalmente ficticios si se "olvidan" las depreciaciones requeridas.

Así, un goodwill de 1.000 euros adquirido por un período de 20 años, daba lugar a un registro de
pérdidas de 1.000 euros en el primer año del ciclo de inversiones a comienzos del siglo pasado, y a
pérdidas anuales de 50 euros a fines de ese siglo. Ahora, sólo dará lugar a pérdidas si los dirigentes
y los auditores lo consideran necesario, teniendo en cuenta los (malos) resultados futuros de la
empresa en cuestión. ¡Esto puede permitir incluso que dicha inversión no contabilice jamás como
pérdida, hasta el momento de la quiebra final!

Es cierto que las evaluaciones al "justo valor" son cuestionadas, que por ahora sólo conciernen a un
número limitado de activos y que a veces pueden estar hechas en función de contabilidades que no
sirven directamente a un reparto de beneficios; pero el asunto ya está en marcha y si esa evolución
se generalizara se podrá decir que el capitalismo contable habrá alcanzado su fase suprema.

Semejante evolución no es fruto de azar y no se opera -como pretende hacer creer el IASB- en un
mundo etéreo, gobernado por una asamblea de profesionales neutros e inspirados por el deber de
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actuar correctamente en beneficio de todos. Como lo hizo notar Bernard Colasse , detrás de la
retórica de la independencia, de la capacidad y de la neutralidad, se esconden realidades muy
diferentes. El admirable equilibro de poderes a nivel de los trustees es muy engañoso; en los
hechos, se da prioridad a un modo de gestión bursátil. Diez de los catorce miembros de la dirección
del IASB vienen del mundo anglosajón; los miembros provenientes de otros países son en general
cuidadosamente elegidos entre los profesionales que ya trabajaron en grandes oficinas de auditores
anglosajonas y que piensan de la misma manera que los otros diez. En ese tipo de organizaciones,
generalmente no se invita a participar a los defensores de la cogestión a la alemana ni a
representantes sindicales.

Capitulación de Bruselas
El IASB se jacta de estar elaborando el sistema común de contabilidad internacional, en base a una
"convergencia" de los sistemas existentes. En realidad, se trata de un alineamiento casi total con el
modo de gestión estadounidense. Su marco conceptual es la réplica de su similar estadounidense:
el valor actuarial es prioritario. Cuando Estados Unidos decidió abandonar el principio de la
amortización sistemática del goodwill, el IASB se apresuró a seguir el ejemplo del "hermano
mayor". Y también siguió el dictado de Washington cuando allí se decretó que el "justo valor" era la
panacea.

El IASB es un organismo oneroso que prácticamente no sirve para nada: económicamente sería
lógico reemplazar directamente sus normas por las normas estadounidenses. Pero la entidad juega
un papel psicológico de "facilitación", pues hace que algunos se traguen la píldora estadounidense
convencidos de que se trata de la píldora internacional. Al revés de lo que aparenta, es un
organismo muy poco democrático. Sus decisiones autoritarias despertaron la ira de bancos y de
compañías de seguro europeas que no tienen ninguna simpatía por el modo de gestión anglosajón y
se sienten particularmente inquietas ante la volatilidad de los resultados que implica el "justo
valor". Aún es demasiado temprano para decir si esa resistencia europea tendrá algún efecto. En
general, el abandono de los principios de prudencia, de realización y de amortización sistemática de
los activos no generó indignación en las empresas industriales ni en los cuerpos constituidos de la
contabilidad europeos. Tampoco tuvo ese efecto, en particular, entre los contadores públicos.

La UE sencillamente renunció a dotarse de su propia política contable y pactó con el IASB, un


organismo privado controlado (si no oficialmente, al menos en los hechos) por Estados Unidos.
Europa hubiera podido proponer una concepción "continental", modernizada, de la contabilidad
tradicional, preocupada por los intereses a largo plazo de las "partes" como base para una futura
contabilidad internacional; pero ni siquiera probó hacerlo. El combate loable pero tardío de algunos
banqueros y aseguradoras contra ciertos aspectos de las normas del IASB no alcanza a ocultar ese
fracaso, que abre la puerta de par en par a una gestión al estilo texano.

El nuevo modelo de contabilidad se inscribe en la continuidad de los principios de la filosofía


"enroniana" y está dirigido ante todo a favorecer la concentración del capital, a eliminar la
obligación de amortizar ciertos activos que aparecen al producirse fusiones. Permite además un
aumento artificial de la riqueza y de la rentabilidad, a escala microeconómica y macroeconómica.
Además de facilitar una distribución más precoz y más generosa de los dividendos, fomenta una

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gestión a corto plazo, pues el uso de técnicas de evaluación basadas en la técnica de la


actualización no incita a los dirigentes a abordar proyectos de maduración lenta. Es decir que
estamos lejos de las virtuosas declaraciones sobre el "desarrollo sostenible". Por último, ese modelo
hace más difícil y más oneroso el control de las cuentas. Accionistas, auditores, contadores y
managers financieros, unidos -salvo raras excepciones- en una santa alianza en defensa de sus
intereses fundamentales, no pueden más que alegrarse de esa evolución que sacrifica la protección
de los acreedores y de los empleados.

Lejos quedó el año 1861, cuando el fiscal Dupin, enérgico promotor del principio de prudencia,
afirmaba: "No se trata de distribuir esperanzas, sino escudos". Al cabo de tres revoluciones, el
capitalismo contable está a punto de llegar al éxtasis, salvo si algunos "molestos" deciden
impedirlo. Pero la tarea de éstos será aun más difícil, ya que la "dupla" Estados Unidos - IASB tiene
un poder enorme. Además de sus apoyos políticos y financieros, desarrolla una propaganda muy
eficaz: el uso repetido de expresiones tan significativas como "justo valor" o "información
económica"; la denigración sistemática e interesada de las llamadas contabilidades "jurídicas"
(supremo insulto) y de los "viejos sistemas de gestión" de la "vieja Europa", toman la forma de un
verdadero bombardeo ideológico al que es difícil resistir. Pero quienes se lo propongan aún podrán
ver surgir -como quien raspa un palimpsesto- bajo el eufemismo de la pretendida "mejor
información", la sórdida realidad de la esquila de los dividendos.

1. Werner Sombart, El apogeo del capitalismo, FCE, México, 1946.


2. Ver Aglietta y Rebérioux, Dérives du capitalisme financier, Albin Michel, París, 2004. Dominique
Plihon, "Rentabilité et risque dans le nouveau régime de croissance", Commissariat Général du Plan,
París, 2002. Jospeh E. Stiglitz, Quand le capitalisme perd la tête, Fayard, París, 2003.
3. Carta de Jacques Chirac a Romano Prodi, fechada el 4-7-03.
4. Organización privada con sede en Londres, fundada en 1973 por uno de los miembros de un
importante gabinete de auditoría anglosajón para armonizar la contabilidad a escala mundial por
medio de normas que son propuestas a los diferentes países. Estados Unidos no las aceptó, pero las
inspiró.
5. Jacques Richard, "Fair value, le troisième stade du capitalisme comptable? Le cas de la France", en
Analyses et documents économiques N° 95 y N° 96, Cahiers du Centre Confédéral d'Etudes
économiques et sociales de la CGT, 2004; "The concept of fair value in French and German
accounting regulations from 1673 to 1914 and its consequences for the interpretation of the stages
of development of capitalist accounting", Critical Perspectives on Accounting, publicación prevista
durante 2005.
6. "De la résistible ascension de l'IASC/IASB", Gérer et comprendre, N° 75, París, marzo de 2004.

Glosario
Richard, Jacques

Activos: todo lo que compone el patrimonio de una empresa y que tiene un valor económico.
Existen activos físicos (edificios, terrenos, máquinas) y financieros (títulos de participación,
acciones...)
Activos inmateriales: patentes, gastos de investigación y desarrollo, gastos de publicidad, de
cursos de perfeccionamiento, etc.
Consejo Nacional de la Contabilidad (CNC): en Francia, organismo dependiente del Ministerio
de Economía y encargado de preparar los reglamentos contables por los que se rigen las
empresas de aquel país.
Costo histórico: principio según el cual las plusvalías potenciales de un activo no son nunca
asentadas; es necesario esperar a la venta de dicho activo para que las eventuales plusvalías
sean comprobadas; antes de cada venta, el activo aparece inscripto en el balance con el costo
que tuvo al momento de ser comprado.
Costo amortizado: principio según el cual el costo histórico de un activo es disminuido
(amortizado) sistemáticamente cada año en función de la duración estimada de utilización del
mismo (un décimo por año si la vida estimada es de 10 años); la amortización resultante es
una carga que debe ser comparada a las ventas para deducir las eventuales ganancias

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anuales.
Financial Accounting Board (FASB): organismo privado encargado de preparar las normas
contables en Estados Unidos.
IASB (International Accounting Standard Board - Comité de las Normas Contables
Internacionales): Organización privada con sede en Londres, fundada en 1973 por uno de los
miembros de un importante gabinete de auditoría anglosajón para armonizar la contabilidad a
escala mundial por medio de normas que son propuestas a los diferentes países. Estados
Unidos, considerando que sus normas son las mejores y las más completas, no aceptó las del
IASB. A la inversa, a causa del poder de Estados Unidos y de su influencia en las elites
dirigentes de muchos países, sus normas inspiraron las del IASB. La Unión Europea decidió
aplicar las normas IASB en materia de cuentas de grupos económicos, a excepción de una de
ellas, la norma IAS 39.
Prudencia (principio de): según ese principio (en su concepción tradicional) se deben asentar
todas las depreciaciones potenciales de un activo desde el momento en que se las conoce. Ese
principio fue instituido para mitigar el optimismo de los empresarios. Sumado al principio del
costo histórico da el principio de evaluación “del costo más bajo o de mercado”.
Valor actuarial: permite evaluar un título en función de un alza esperada de su rentabilidad o
de su valor. Por ejemplo, la empresa X desea obtener una rentabilidad promedio anual de
10%. A comienzos de año compra títulos de la firma Z que no cotiza en bolsa, valuados a 100,
y que espera que suban a 121 a fin de año, gracias a un aumento de las ganancias. El ritmo
de aparición de los resultados en la contabilidad de la empresa X será muy diferente según el
sistema que se aplique: a) en el sistema de “costo histórico”, los títulos de la firma Z se
mantienen valuados al mismo costo durante todo el año, y la ganancia de 21 sólo aparece al
final si los beneficios de la firma Z y la venta efectiva de sus títulos confirman la previsión; b)
en el sistema de “valor actuarial”, los títulos son valuados desde el comienzo del año a un
valor actualizado, es decir 110, e inmediatamente se registra una ganancia de 10, a pesar de
que no hubo producción ni venta alguna. El resto de la ganancia, es decir 11, es repartido a lo
largo de todo el año.
Goodwill: suma extra que debe pagar el comprador de una firma, por encima del valor
contable de sus activos (después de la deducción de deudas) para adquirir los mismos. El
goodwill representa el monto de los beneficios potenciales de la firma que el vendedor de la
misma hace pagar al comprador. No existirá ninguna ganancia para el comprador hasta que el
goodwill no sea reembolsado (amortizado). En los últimos tiempos se registró un fenomenal
desarrollo de ese rubro en los balances a raíz de las operaciones de venta de empresas
gigantescas. En 2001, el goodwill –en sentido estricto– representaba dos tercios de los fondos
propios de las empresas que cotizan en bolsa en Francia (índice CAC 40); en Estados Unidos la
proporción era similar.

Fi cha do cu ment al

Autor/es J a c q u e s R ic h a r d

Publicado en E d ic ió n C o n o S u r

Número de N ú m e ro 7 7 - N o v ie m b re 2 0 0 5
edición

Páginas: 1 2 ,1 3 ,1 4

Traducción C a r lo s A lb e r t o Z it o

Ar tí cul os vin cu la d os

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E c o n o m ía

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