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EL DESAFÍO POSMODERNO A LA HISTORIA DEL TIEMPO PRESENTE

Miguel Ángel Sanz Loroño


Universidad de Zaragoza

If you can look into the seed[s] of time,


And say which grain will grow, and which will not1

Es privilegio de las generaciones posteriores el saqueo, o el culto según se mire,


de los pensamientos que en otras épocas fueron creados. Algunos de éstos, tras haber
brillado como patrones culturales, se apagan para nunca volver a ser encendidos. Otras
ideas sólo alcanzan su pleno sentido, si bien diferente, en momentos y lugares
insospechados para aquellos que en su origen las pensaron. Toda obra viene marcada
por el troquel de su tiempo, por cierta sedimentación de niveles formales que, si bien
determina los posibles significados, no logra destruir la imposibilidad de capturarlos.
Una incapacidad que permite no sólo las más ricas relecturas, sino las lecturas
propiamente dichas2. De esta manera, Nietzsche retorna por enésima vez en la obra de
Gianni Vattimo3. O Spinoza, gracias a Antonio Negri, consigue una lucidez que, si la
tuvo en vida, no fue, desde luego, como la que ahora nos proporciona4.

Si hemos traído la figura de las semillas del tiempo a este texto es porque
creemos que en ella se condensan dos tendencias, o anhelos, que alientan nuestra
exposición. Por un lado, estos granos son impredecibles y diferidos, constitutivos de lo
que, por ahora, llamaremos movimiento de la Diferencia en la historia5. Por otro, esta
concepción del tiempo, opuesta a la Historia como metarrelato, remite al futuro en tanto

1
William SHAKESPEARE, Macbeth, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 74-76.
2
En el fondo de nuestro argumento se halla, no lo negaremos, el concepto de misreading de Paul de Man.
En efecto, la posibilidad de múltiples lecturas es la imposibilidad de la lectura, debido, según De Man, a
la estructura alegórica de todo texto. Véase Paul DE MAN, Alegorías de la lectura. Lenguaje figurado en
Rousseau, Nietzsche, Rilke y Proust, Barcelona, Lumen, 1990, p. 235: “El paradigma de todos los textos
consiste en una figura (o un sistema de figuras) y en su deconstrucción. Pero, dado que este modelo no
puede ser clausurado mediante una lectura final, engendra, a su vez, una superposición figurada
complementaria que narra la ilegibilidad de la narración anterior”. Y así sucesivamente.
3
Gianni VATTIMO, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna,
Barcelona, Gedisa, 1986. Vattimo considera que la época posmoderna es el adecuado contexto de
recepción de las obras de Nietzsche y Heidegger, sus dos referencias principales.
4
Toda la obra de Negri está impregnada de Spinoza; citamos, como ejemplo, Antonio NEGRI, Spinoza
subversivo, Madrid, Akal, 2000.
5
Aunque la Diferencia está, por definición, diferida, no puede decirse que sea estacionaria, es decir, post-
histórica. Mantiene las posibilidades nunca agotadas de la apertura ontológica o el cambio sistémico en el
presente. Para este concepto, el texto fundamental es el de Jacques DERRIDA, “La Différance”,
Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra, 1989, pp. 37-62. Un excelente resumen del concepto de
Diferencia, más allá de Derrida, puede encontrarse en José Luis RODRÍGUEZ GARCÍA, Crítica de la
razón postmoderna, Zaragoza y Madrid, Prensas Universitarias de Zaragoza y Biblioteca Nueva, 2006,
pp. 129-165.

1
impulso utópico. Pues todo artefacto cultural porta en su forma no sólo diversos usos y
matrices sociales, sino también rastros del pasado y anticipaciones del futuro6.

Por otra parte, es intención de este trabajo delimitar los problemas que se
derivan de la relación entre un presente posmoderno y su representación histórica.
Desafíos que, dada la peculiar estructura de nuestra temporalidad, no tienen precedente.
No sería descabellado afirmar, creemos, que la Historia del Tiempo Presente (en
adelante HTP) denota una cierta reacción contra la condición posmoderna. En efecto,
tanto desde la historiografía como desde el marxismo, los dos ámbitos modernos que
aquí nos convocan, se ha acusado el impacto de las teorías que afirman la realidad del
fin de la Historia. O de su sucedáneo post-histórico, esto es, la “pérdida de tensión” de
las sociedades posmodernas7.

En definitiva, nos hallamos ante un bloqueo del pensamiento diacrónico, hijo de


un colapso real de la Historia, que nos obliga, en tanto historiadores, a reformular el
presente a partir de la siguiente hipótesis: el hundimiento del gran relato como patrón
discursivo torna nuestro momento en algo irrepresentable históricamente.

Antes de pasar al nudo (gordiano) de nuestra exposición, es decir, la crisis de


representación histórica que comúnmente se asocia a la posmodernidad, debemos dejar
claro que el pensamiento histórico sobre el presente es un movimiento más amplio que
la HTP. Un proyecto que, siendo el convocante de nuestros esfuerzos, si bien más como
excusa que como objeto de estudio, parece expresar un deseo más profundo. Esta
querencia latente puede ser entendida como el intento de superar un cierto bloqueo de la
imaginación. Remite, finalmente, a un reprimido impulso utópico que justifica la
existencia de las semillas del tiempo.

El presente posmoderno como lógica cultural del capitalismo tardío

Si, como Fredric Jameson mantiene, “en el presente es donde se encuentran las
semillas del futuro”8, entenderemos que, bajo la óptica marxista del estadounidense, el
presente necesite ser pensado “dentro de la Historia”9. Otra asunto es si nuestro tiempo
propicia, o siquiera permite, tales pretensiones epistemológicas. Antes bien, siendo la

6
Para el uso del impulso utópico, las referencias obligadas son Fredric JAMESON, Arqueologías del
futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Madrid, Akal, 2009; y del
mismo autor, Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmente
simbólico, Visor, Madrid, 1989.
7
Para la historiografía del presente en momentos pasados, véase Gonzalo PASAMAR, “Formas
tradicionales y formas modernas de la ‘Historia del Presente’ ”, Historia Social, 62 (2008), pp. 147-169,
especialmente, pp. 148- 164; cita en G. PASAMAR, “Formas”, p. 165.
8
Cita de Felip VIDAL AULADELL, en su “Fredric Jameson, o la singularidad dialéctica de la teoría”,
Daimon. Revista de Filosofía, 40 (2007), p. 178.
9
Cita en Fredric JAMESON, El posmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo avanzado,
Barcelona, Paidós, 1991, p. 101.

2
“pérdida del sentido de la Historia” un rasgo principal de lo posmoderno, nuestra
incapacidad para “modelar representaciones de nuestra propia experiencia presente”
debe ser leída como un síntoma de la condición posmoderna10. Pues, si entendemos la
modernidad como un discurso dominado por la gran narrativa, interpretaremos que el
desfallecimiento de ésta connota la existencia de una nueva estructura de sentimiento11.
A esta “modificación general de la cultura”, causada por “la reestructuración social del
capitalismo tardío como sistema”, Jameson le atribuye una completa ceguera histórica12.
O, en otras palabras, un “bloqueo de la imaginación histórica”13.

Entendiendo así la posmodernidad, esto es, no tanto un estilo artístico opcional


como un nuevo periodo cultural del capitalismo, podemos tratar de acercarnos a una de
las características de lo posmoderno que aquí nos reclama14. Pues si, como se ha
sugerido, parece tarea urgente el pensar nuestro presente dentro de la Historia, esto
significa que, en algún momento, hemos salido de la consistencia orgánica de ésta. Es
intención de este texto repasar ahora lo que Lyotard interpretó como la quiebra de los
grandes relatos.

La deslegitimación de los grandes relatos: una nueva temporalidad

El metarrelato puede ser definido como una “configuración discursiva que


pretende establecer la geografía de una totalización que, en tanto tal, facilita la
inteligibilidad del conjunto de los aspectos de la vida individual y social”15. De este
modo, y siempre desde una óptica posmoderna, logramos figurarlo como una estructura
trascendente, que estabiliza y ordena la realidad en función de un objetivo final. Las
posibilidades de la Diferencia del presente quedan encorsetadas en una línea
disciplinaria que asegura el futuro al precio de sacrificar el presente. Se muestra, en
definitiva, como “una vasta alegoría interpretativa en la que una secuencia de
acontecimientos o textos y artefactos históricos se reescribe en los términos de un relato
profundo, subyacente y más fundamental”16.

Por otro lado, este patrón discursivo se asimila a la Historia, es decir, a la


organización teleológica del tiempo17. Las críticas posestructuralista y poscolonial
hicieron de este discurso el blanco de sus ataques. Así las cosas, el gran relato no pudo
sobrevivir a la descolonización, la experiencia soviética y la petrificación de la

10
Citas en Fredric JAMESON, The Cultural Turn. Selected Writings on the Postmodern, 1983-1998,
Verso, London and New York, 1998, p. 20; y en F. Jameson, El posmodernismo, p. 52.
11
Véase Jean-François LYOTARD, La condición postmoderna, Madrid, Cátedra, 2000, pp. 9-10.
12
Citas en Fredric JAMESON, Teoría de la postmodernidad, Madrid, Trotta, 1996, p. 93.
13
Cita en F. JAMESON, The Cultural Turn, p. 91.
14
F. JAMESON, El posmodernismo, p. 101. La distinción entre ambas concepciones es uno de los
grandes logros de Jameson; véase su Teoría de la postmodernidad, pp. 85-96.
15
Cita en J.L. RODRÍGUEZ GARCÍA, Crítica, p. 71.
16
Cita en F. JAMESON, Documentos, p. 24.
17
Historia Universal en José Carlos BERMEJO BARRERA, Entre historia y filosofía, Madrid, Akal,
1994, pp. 237-250.

3
modernidad occidental. Lo posmoderno apareció como un “alivio” del peso burocrático
de unos metarrelatos que devaluaban el presente tanto como reprimían la Diferencia18.
La tiranía de la forma universal, al obviar las especificidades de lo heterogéneo, se ha
quedado sin sustento discursivo19.

La quiebra o “deslegitimación” de estas metanarrativas nos sitúa ante dos


procesos paralelos 20. En primer lugar, asistimos a una destrucción ético-política de los
Sujetos modernos y de las utopías. En efecto, si los grandes relatos “proporcionaban las
bases precognitivas [sic] de la creencia en las civilizaciones superiores”, también
“mantenían [vivos] los impulsos utópicos de la transformación social”21. Pues, si toda
narrativa aspira a un cierre de significado, inalcanzable en lo Real, debemos deducir que
tal intento de clausura es el producto de un deseo utópico, nunca satisfecho, pero
siempre presente.

En segundo lugar, presenciamos la desarticulación de los códigos interpretativos


asociados a los grandes relatos22. Efectivamente, lo posmoderno busca la contingencia,
el movimiento de la Diferencia que torna imposible establecer el significado. La
deconstrucción, en su opinión, devuelve al texto su movimiento y heterogeneidad. Así
pues, la interpretación moderna se consideró como una subordinación de lo inmanente a
lo trascendente; esto es, la lectura de un texto en términos de una estructura ajena al
mismo.

Si retomamos el primer movimiento antes mencionado, podemos asistir a la


configuración del imaginario posmoderno. La imagen que la posmodernidad fabrica de
lo moderno no es inocente ni superflua, sino constitutiva de sí misma. Efectivamente, la
condena de la Teoría reveló tanto una genealogía inesperada como un éxito desmedido.
Las críticas conservadoras y liberales de los cincuenta, que identificaban a la utopía (el
producto final del gran relato) con la presumida monstruosidad estalinista, fueron
adoptadas por la izquierda de los sesenta23. En los años ochenta, cuando el
posestructuralismo se había domesticado, la misma imagen se empleó como caja de
resonancia del ataque posmoderno contra la modernidad tardía y todo lo que ésta
representaba: el Estado de Bienestar, la regulación de los mercados o las políticas de
pleno empleo. La utopía o el metarrelato se asociaron a una nomenklatura dictatorial

18
Alivio en F. JAMESON, Teorías de la postmodernidad, pp. 235-240.
19
El arquitecto Charles Jencks fue uno de los primeros en registrar la rebelión posmoderna contra la
uniformidad modernista; véase Charles JENCKS, El lenguaje de la arquitectura posmoderna, Barcelona,
Gustavo Gili, 1984, pp. 9-37.
20
Cita en J.-F. LYOTARD, La condición, pp. 73 y ss.
21
Cita en Hayden WHITE, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica,
Barcelona, Paidós, 1992, p. 12.
22
F. JAMESON, El posmodernismo, pp. 33-34. El autor cita expresamente cuatro modelos hermenéuticos
de esquemas de profundidad: dialéctico, freudiano, existencialista y semiótico tradicional.
23
Véase F.JAMESON, Arqueologías, pp. 7-8.

4
que violentaba la inmanencia de lo heterogéneo o, en el vocabulario neoliberal de los
ochenta y noventa, la naturaleza humana24.

Fue esta presencia fantasmagórica del bloque oriental la que hizo presa del
inconsciente posmoderno, logrando vincular los proyectos utópicos con el paraíso
soviético del acero y del hormigón. La misma fotografía que también descalificó el
proyecto modernista. En efecto, las figuras desangeladas de la modernidad tardía
occidental, esto es, el gigantismo cuartelero y la tecnocracia keynesiana, sirvieron para
imprimir fuerza al imaginario anti-utópico de la posmodernidad25. A este respecto, 1989
fue la confirmación de un fracaso que ya había adquirido la silueta intratable de lo
sublime, es decir, de lo monstruoso e inexplicable26. Vista la quiebra del metarrelato,
veamos los tres factores en los que puede descomponerse la crisis de representación
histórica: la simultaneidad del tiempo, el bloqueo de la imaginación y, finalmente, la
ausencia del Sujeto.

Si bien podemos interpretar lo posmoderno como la negación de la modernidad,


no por ello dejan de guardar estas categorías una desconcertante filiación formal27. De
hecho, Jameson ha definido a la posmodernidad como “lo que queda cuando el proceso
de modernización ha concluido y la naturaleza se ha ido para siempre”28. Pues, si “el
modernismo se caracteriza por una situación de modernización incompleta”, su
contrario, resulta ser “más moderno que la propia modernidad”29. Y, por eso mismo,
implica una experiencia distinta. Efectivamente, el tiempo moderno, definido en función
del futuro, es sustituido por una época a la que algunos gustan de llamar post-histórica.
Un presente despojado de tensión parece desbordarse a lo ancho, mórbido como un reloj
de Dalí.

Las teorías de la posthistoire y de los distintos finales de la Historia encuentran


en nuestra era posmoderna, si bien no su creación, sí su óptimo ambiente de difusión30.
Y ello no se debe tanto a una perversidad especial de lo posmoderno, como a un colapso
real del pensamiento teleológico31. Porque, aquello que el posestructuralismo tuvo por
Diferencia, a la luz de lo moderno no es sino una detención anárquica de la marcha de la

24
Para la idea del mercado como algo natural, véase F. JAMESON, Teoría de la postmodernidad, pp.
199-217.
25
Las críticas a la rigidez de la última modernidad pueden hallarse en múltiples referencias. Citaremos,
por la importancia del libro, el repaso que David HARVEY lleva a cabo en su The Condition of
Postmodernity, Cambridge and Oxford, Blackwell, 2003, pp. 66-98.
26
Véase esta configuración de lo anti-utópico en F. JAMESON, Las semillas del tiempo, Madrid, Trotta,
2000, pp. 56-68.
27
Esta relación se trata con particular agudeza en J.L. RODRÍGUEZ GARCÍA, Crítica, pp. 45-81.
28
Cita en F. JAMESON, Teoría de la postmodernidad, p. 10.
29
Ibid., p. 232.
30
El libro clásico sobre la Posthistoire sigue siendo el de Lutz NIETHAMMER, Posthistoire. Has
History Come to an End?, London and New York, Verso, 1992.
31
Véase Israel SANMARTÍN, “El colapso del pensamiento teleológico y de las concepciones
historiográficas teleológicas”, Gallaecia, 26 (2007), pp. 267-283.

5
Historia. Sin embargo, la regresión no parece viable ni deseable. El metarrelato, la
metafísica o el Dios nietzscheano son como los barcos abandonados de una
reconversión industrial. Hoy se nos convoca a vivir sin asideros, sin esas narraciones
que, como el concepto althusseriano de ideología32, constituían nuestro “espacio social”
real, esto es, nuestro “referente primordial”33. De esta manera, se anuncia un modo de
vida que, al postular la contingencia, también prevé un presente libre de “la carga de la
Historia”34.

El optimista final de la Historia, anunciado por Francis Fukuyama, expresaba


una idea que nos puede resultar útil si la tomamos como síntoma de algo más
profundo35. Nos referimos a “la clausura [provisional] del mecanismo que da sentido al
devenir histórico”, esto es, el fin del metarrelato moderno36. Bajo esta óptica, no sólo se
ha corrompido la producción fáustica de significado, desacreditada, por ejemplo, por la
destrucción del ecosistema, sino también aquellos patrones que nos han servido para dar
sentido a nuestras vidas37. La crisis de la historicidad, de la linealidad necesaria, se une
a la fragmentación de la psique del sujeto. Pues, si ya no puede ordenarse
orgánicamente lo que percibimos, por fuerza ha de producirse una ruptura de la cadena
significante que es, según Jacques Lacan, la creadora de nuestra identidad biográfica38.
Nos encontramos, entonces, con una simultaneidad de los tiempos que destruye el
sentido de la Historia y, por ende, la alteridad histórica del futuro39. Por tanto, éste
último pierde toda entidad independiente que le permita ser objeto de la imaginación
utópica. No hay futurismo posible cuando “el presente deviene todo el horizonte”40. O,
como apunta Mark Poster, “el futuro es ahora”41.

El desvanecimiento de lo utópico implica algo más que una caída de la política.


En efecto, la crisis de representación histórica cobra aquí toda la factura de la potencia
que la sustenta. La desaparición de la interpretación y de la utopía, del gran relato en
definitiva, presumen tales apuros. No sólo parece improbable una historiografía del
presente, sino que esta debilidad se extiende también al concepto mismo de

32
Véase Louis ALTHUSSER, “Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado”, en Slavoj ZIZEK (comp.),
Ideología. Un mapa de la cuestión, Buenos Aires, FCE, 2005, pp. 139-149.
33
Citas en Manuel CRUZ, Filosofía de la historia, Madrid, Alianza, 2008 (edición ampliada), p. 194.
34
Hayden WHITE, “The Burden of History”, Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticism,
Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1978, pp. 27-50.
35
Este “optimismo confiado” es uno de los rasgos que distinguen a las teorías pesimistas de la
posthistoire de la celebración alborozada de Francis Fukuyama, tal y como señala Perry ANDERSON en
su Los fines de la historia, Barcelona, Anagrama, 1996, p. 12.
36
J. C. BERMEJO BARRERA, Entre historia y filosofía, p. 217.
37
Descrédito del concepto de conquista de la naturaleza en F.JAMESON, The Cultural Turn, p. 91.
38
Lacan en F. JAMESON, El posmodernismo, pp. 61-66.
39
La “deshistorización [sic] de la experiencia” es el resultado de esta simultaneidad; cita en G.
VATTIMO, El fin de la modernidad, p. 17.
40
Cita en Abdelmajid HANNOUM, “What is an Order of Time?”, History and Theory, 47 (2008), p. 468.
41
Cita en Mark POSTER, Cultural History and Postmodernity. Disciplinary Readings and Challenges,
New York, Columbia University Press, 1997, p. 68.

6
representación. Ciertamente, ¿cómo podría representarse algo sin someterlo a un código
interpretativo?

Por otra parte, el discurso posmoderno no es incompatible con una explicación


materialista que, debido a la originalidad de sus planteamientos, queremos dejar aquí
bosquejada. En efecto, la demolición de la naturaleza, entendida como lo Otro del
capital, ha tenido como consecuencia la pérdida del referente externo. Las realidades
feudales, o arcaicas, han sido el trofeo de la supeditación real del capitalismo tardío42.
Por ello, lo Nuevo, ese supremo valor modernista, ya no tiene razón de ser43. La
reificación, escribe Jameson, se ha extendido al inconsciente y a toda la naturaleza,
desvinculando al significado de su significante44. El sistema mundial domina nuestra
imaginación como lo Otro. Sin embargo, tal estructura no puede ser representada, sino
sólo rastreada en el inconsciente político de ciertos artefactos culturales45.

Esta completa homogeneización del globo remite a una clausura del espacio y,
por ende, de la imaginación46. Hablamos de un proceso que ha eliminado los enclaves
de la diferencia histórica que antaño alimentaron una cierta “fantasía utópica”47. Es este
bloqueo anti-utópico el que imprime una singular fuerza al argumento de Fukuyama. Su
particular celebración del fin de la Historia articula este cierre imaginativo. Sin
embargo, la agobiante presión ecológica, o la aparente inexistencia de un principio
novedoso que empuje a la Historia48, no son motivo, creemos, de regocijo. El presente
queda como un reloj en suspenso a la espera de que un sujeto le dé cuerda de nuevo.

Así las cosas, la crisis de representación histórica parece más real de lo que
quisiéramos. Los proyectos que han intentado superar esta situación han sido
numerosos, y, en algunos casos como el de Jameson, brillantes. De este modo, la HTP
puede leerse como un intento de introducir al presente en la Historia49. Asunto más
espinoso de valorar es el resultado de semejante empresa. Nuestra brevísima respuesta,
aun estando presa de vacilación, tememos que no será afirmativa.

La Historia del Tiempo Presente

El éxito de Fukuyama expresa un bloqueo real del pensamiento diacrónico. O,


como ya se ha dicho, una crisis de representación nacida de las condiciones creadas por

42
Supeditación real (acumulación intensiva y homogeneización completa) frente a supeditación formal
(acumulación extensiva y desarrollo desigual), en Michael HARDT y Antonio NEGRI, Imperio,
Barcelona, Paidós, 2002, pp. 237-238, 253; y pp. 209-224, respectivamente.
43
Véase el fin de lo Nuevo en F. JAMESON, Teoría la postmodernidad, pp. 219-240, especialmente,
pp.229-235
44
Ibid., p. 125.
45
El sistema mundial como lo Otro irrepresentable en F. JAMESON, El posmodernismo, pp. 75 y ss.
46
Véase tal constricción del espacio en F. JAMESON, The Cultural Turn, pp. 90-92.
47
Enclaves y cita en F. JAMESON, Arqueologías, p. 36.
48
La ausencia de principio histórico en Perry ANDERSON, Los fines, p. 131.
49
Véase Gonzalo PASAMAR, Formas, p. 164-169

7
el capitalismo tardío50. Sin embargo, declarar desde el principio la inviabilidad de una
HTP sólo parece ser un gesto nihilista. Pues tal declaración de imposibilidad demuestra
ser la misma condición de posibilidad del intento, aunque, ciertamente, no del fruto. En
virtud de lo dicho, trataremos de detectar una serie de problemas, creemos que
insolubles, de una Historia que ya no parece tener más sustento que la nostalgia por el
Ser51. Tres son, pensamos, los factores de perturbación de la HTP: el objeto, el sujeto y
la forma.

La HTP, en sus distintos nombres, no ha logrado establecer el estatuto de su


objeto de análisis. Indecisión que se percibe en ese deslizamiento constante de la
nomenclatura que lo refiere, a saber: Coetánea, Actual, Vivida, Inmediata, del Mundo
Actual, del Presente o del Tiempo Presente52. Este flujo no es un problema nominalista,
antes bien, cada uno propone su propio campo de estudio. Nos enfrenta a la dificultad
formal de clausurar un objeto que se resiste a la simbolización, esto es, que rehúye ser
tematizado por medios modernos. Efectivamente, ya se considere a la HTP como un
análisis de procesos no acabados53, ya se dirija nuestra atención a una mítica “matriz del
tiempo presente”54, dicho presente ya no puede ser formalizado como parte de la
Historia. No, al menos, sin devaluarlo, es decir, sin reescribirlo como signo de una línea
preestablecida que lo trasciende.

Este problema de representación nos retrotrae al hundimiento de los códigos


interpretativos; una caída que convierte en irrepresentable nuestro momento actual.
Pues, de acuerdo con la primacía de heterogéneo, sólo parece ajustarse a la contingencia
posmoderna el registro empírico de lo que acontece. Nada más allá del ámbito de uno
mismo tiene existencia. Ni en el conocimiento ni en la práctica política. O, en otras
palabras, nuestra narración parece abocada a una crónica que impide toda interpretación
histórica del presente. Tal cosa sucede porque el cierre narrativo, la utopía, si se
prefiere, no puede preestablecerse directamente, tal y como se dispone en un
metarrelato. Ni tampoco, lógicamente, puede cerrarse un presente que todavía no ha
terminado.

De no admitir la reescritura de los grandes relatos, sólo podemos tratar el


presente como objeto de una crónica que, por definición, es un registro sin final y, por
ello, sin sentido histórico55. A este respecto, acierta Julio Aróstegui cuando dice que

50
Véase Fredric JAMESON, “Foreword”, en Jean-François LYOTARD, The Postmodern Condition. A
Report on Knowledge, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988, p. XIV.
51
La nostalgia por el Ser es denunciada, entre otros, por G. VATTIMO, El fin de la modernidad, pp. 23-
32.
52
Julio Aróstegui prefiere los términos de Historia Coetánea o Historia Vivida; véase para el carrusel de
nombres y para la preferencias de este historiador, Julio ARÓSTEGUI, “El presente como historia (La
idea de una análisis histórico de nuestro tiempo)”, en Carlos Navajas Zubeldia (ed.), Actas del I Simposio
de Historia Actual, Logroño, 1998, pp. 29 y ss.
53
Véase J. ARÓSTEGUI, “La historia del presente”, p. 48; y “El presente como historia”, p. 28.
54
Cita en G. PASAMAR, “Formas”, p. 166.
55
Para la diferencia entre crónica y narrativa, véase H. WHITE, El contenido de la forma, pp. 17-39.

8
sólo podemos entender el presente dentro de la Historia56. Ciertamente, sólo conocemos
mediante formas que, si bien portan cierto futuro en ellas, son, inevitablemente, parte de
lo ya acontecido. El presente, quiere esto decir, debe ser asimilado como pasado, como
parte de una Historia cuya estructura formal parece desintegrarse en lo posmoderno.

El empirismo que el profesor Aróstegui encuentra en gran parte de la HTP (pero


no sólo en ésta) es el producto de lo que, parafraseando un célebre artículo de Paul de
Man, podemos llamar “la resistencia a la teoría”57. Empero, no puede sorprender a nadie
si atendemos a lo que se ha escrito más arriba. Por un lado, este descrédito de la teoría
es también el desprestigio del gran relato y, por supuesto, el destierro de la utopía. Pues,
si sólo podemos pensar aquello que viene de la experiencia, ni la una ni la otra parecen
viables58. Por otro, no hay utopía sin formalismo y sin totalización. Dos rasgos
modernos que la posmodernidad no tolera. Sin el futuro, o la aspiración a un cierre
narrativo que supone una dirección, no hay Historia posible. Se nos prohíbe imaginar un
mañana para nuestro hoy actual. Más allá de un presente permanente, sólo parece
temerse la catástrofe de lo impensable.

Vista la necesidad del futuro para pensar el presente dentro de la Historia, tal vez
podamos reformular ciertas críticas vertidas contra la HTP. Ésta, dice Aróstegui, no es
un periodo, sino una historiografía de lo vivido, de lo todavía inteligible59. Así pues, es
más bien “un concepto-categoría”, válido para cualquier presente60. Pero, aun cuando el
objetivo de nuestra investigación no fuese cualquier momento actual, sino el nuestro, el
futuro no sería necesario para hacerlo inteligible. Creer tal cosa, continúa, pertenece a
los complejos decimonónicos de la perspectiva y de la distancia objetiva. Y sabido es,
acaba Julio Aróstegui, que siempre podemos “atribuir un origen” a un “proceso social-
histórico” que sí puede “ser descrito”61.

A pesar de la fuerza de sus argumentos, que no hemos logrado aquí reproducir,


confesamos que no podemos entender cómo puede superarse el empirismo, y la crónica,
sin recurrir a la teoría y al futuro. Pues, según nuestro criterio, es preciso enajenar algo
para poder pensarlo. Tampoco llegamos a ver si es posible establecer un origen sin un
cierre que le dé sentido. Es decir, nos preguntamos cómo pensar un presente
históricamente sin que se le atribuya, no un final, pero sí una dirección. Aquí aparece el
dilema central de la HTP, a saber: ¿puede existir algo parecido a un presente histórico
sin que, al mismo tiempo, exista un discurso que le presuponga un futuro? Lo dudamos,

56
J. ARÓSTEGUI, “El presente como historia”, p. 18.
57
Paul DE MAN, La resistencia a la teoría, Madrid, Visor, 1990, pp. 11-37. El uso que hacemos del
término sólo está lejanamente relacionado con el contenido del texto de De Man.
58
La relación entre el empirismo y el cercenamiento de lo utópico, en F. JAMESON, Arqueologías, p. 9.
59
J. ARÓSTEGUI, “La historia del presente”, pp. 44-46.
60
Cita en J. ARÓSTEGUI, “El presente como historia”, p. 42.
61
Citas en J. ARÓSTEGUI, “La historia del presente”, p. 46. Para el rechazo de las objeciones, pp. 44-51.

9
ya que el futuro es lo que nos permite ocuparnos de la Historia, aunque “él es
precisamente eso de lo que no se puede hablar”62.

Recurramos en este punto a un uso libre de un famoso texto de Jacques


Derrida63. Una estructura, en este caso la representación histórica del presente, no puede
sobrevivir por sí misma. Necesita de un exterior que la haga posible, que estabilice algo
que, de por sí, es inestable. Si bien en el caso de Derrida se alude a cierta violencia
simbólica que evita la desestructuración, aquí no podemos sino referirnos a los códigos
interpretativos y, por ende, a ese exterior llamado futuro. Es decir, al gran relato. Éste
ordena lo que de otro modo sería “ruido y furia”, cuentos absurdos “que nada
significan”64. Sin esa violencia no puede haber narración; sin el futuro no es posible
representar un presente que nos desborda. De este modo, la crítica inmanente aparece
como una bella falacia, ya que sin forma exterior no habrá contenido en el interior. El
formalismo es, en cierto modo, inevitable.

Este presente, en tanto objeto de representación, remite finalmente al sistema


mundial del capitalismo tardío65. Éste, como se ha dicho antes, ha sustituido
definitivamente a la naturaleza como lo Otro; por ello, los mapas cognitivos de la
modernidad, basados en el referente exterior, no pueden aprehenderlo66. Al decir tal
cosa, no pretendemos la trampa fácil, sino reconocer los límites de nuestro trabajo y, por
extensión, de la HTP. Y es que las restricciones de lo posmoderno son más constantes
de lo que su estructura interna nos pudiera permitir pensar.

Estas consideraciones sobre el sistema mundial como objeto último de nuestra


representación delatan dos problemas adicionales. En el primero resuena el eco de una
ausencia. Ciertamente, la desaparición de los Sujetos modernos, concretamente de la
Clase Obrera, ha dejado a la Historia en un estado de ansiedad ontológica67. No cabe
duda de que el proletariado galvanizó, en la primera mitad del siglo XX, al movimiento
cultural llamado modernismo68. La muerte de este protagonista ha dejado sin sustento a
la Historia.
62
Cita en J. C. BERMEJO BARRERA, Entre historia y filosofía, p. 196.
63
Véase Jacques DERRIDA, “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”,
La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 383-401.
64
Citas en W. SHAKESPEARE, Macbeth, p. 315.
65
Véase F. JAMESON, El posmodernismo, p. 120; también G. PASAMAR, “Formas”, p. 168.
66
Mapas cognitivos en F.JAMESON, El posmodernismo, pp. 113 y ss
67
Véase Eric HOBSBAWM, “¿Adiós al movimiento obrero clásico?”, Política para una izquierda
racional, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 156-167.
68
Según Perry Anderson, la presencia naciente de esta clase es una de las tres coordenadas que hicieron
posible el modernismo; véase Perry ANDERSON, Los orígenes de la postmodernidad, Barcelona,
Anagrama, 2000, pp. 111-127. Siguiendo con esto, Jean Paul Sartre lo expresó mejor que nadie: “Mais ce
qui commençait à me changer, par contre, c´était la realité du marxisme, la lourde présense, à mon
horizon, des masses ouvrières, corps énorme et sombre qui vivait le marxisme, qui le pratiquait, et qui
exerçait à distance une irresistible attraction sur les intellectuels petits-bourgeois”; Sartre en F.
JAMESON, Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, Barcelona, Gedisa, 2004,
p. 191, nota 55. La cursiva es del autor.

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Los diferentes posicionamientos de los nuevos sujetos, anunciados por Laclau y
Mouffe, tratan de superar, desde una ontología política distinta a la moderna, lo que se
revela como un vacío en la Historia69. Ésta, sin el polo de atracción discursivo del
Sujeto, tiende a la fragmentación70. Pero esto no significa que debamos lamentar nuestra
suerte. La nostalgia del Ser es una compensación comprensible, pero no parece
particularmente útil. Tampoco se presume saludable la búsqueda del Sujeto perdido. De
hecho, una de las mayores obras de nuestro tiempo, Imperio, constata esta realidad y
propone a la multitud spinoziana como protagonista. Así pues, no se desea un regreso al
pasado, sino que se parte de la condición posmoderna para poder superarla71. Por su
parte, la HTP, en tanto que precisa ser algo más que una “Historia Global”, se
encuentra, necesariamente, sin sujeto72. Hasta ahora no ha logrado definirlo con éxito.
Si se pretende tal representación, no creemos que sirvan las tradicionales figuras
modernas. Finalmente, dudamos incluso de que lo global pueda ser objeto de tal
articulación historiográfica.

Del tercer factor de perturbación de la HTP, esto es, las formas de


representación, ya se ha escrito todo lo que estamos en condiciones de ofrecer en este
texto. Por un lado, la resistencia a la teoría, derivada del descrédito de los metarrelatos,
nos deja inermes frente al sistema mundial. Y, por tanto, impide que podamos crear, y
encontrar, nuestro objeto de representación73. Por otro, tampoco estamos seguros de que
la reapropiación de formas modernas, incluidas las anti-narrativas, logren acercarnos a
los objetivos pretendidos 74. Porque, por mucho que reconozcamos la importancia de la
forma, esto es, de los usos específicos del lenguaje, no podemos obviar que la realidad
la desborda. Pues ésta, la historia en definitiva, es una fuerza de privación y necesidad
que sobrepasa lo textual o lo lingüístico. Como señala Elías Palti interpretando a
Jameson, las contradicciones no existen fuera del lenguaje, pero “no son reducibles a
meros antagonismos lingüísticos”75.

Así las cosas, la antinomia de la narrativa nos impide cerrar el presente de un


modo satisfactorio. Al hundirse los grandes relatos, la Diferencia queda libre. Pero
paradójicamente, una vez libre de la carga de la Historia, el presente no puede encontrar

69
Ernesto LACLAU y Chantal MOUFFE, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización
de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987.
70
Según M. Cruz, la causa de la caída de las metanarrativas es la ausencia de un sujeto capaz de
articularlas; véase Manuel CRUZ, Filosofía del historia, Barcelona, Paidós, 1991 (edición original), p.31.
71
Esta es la interpretación que obtenemos de la obra de Hardt y Negri, a diferencia de la que parece
extraer I. SANMARTÍN, en “El colapso del pensamiento”, pp. 274-277.
72
Cita en Gonzalo PASAMAR, “Formas”, p. 168.
73
Creación del objeto por la teoría en M. POSTER, Cultural History, p. 156. H. White, por su parte,
señala que la interpretación ni representa ni reproduce, sino que más bien presenta y produce. Véase
Hayden WHITE, Figural Realism. Studies in the Mimesis Effect, Baltimore, The Johns Hopkins
University Press, 1999, p. IX.
74
H. WHITE, Figural Realism, pp. 66-86.
75
Elías José PALTI, Giro lingüístico e historia intelectual, Buenos Aires, Universidad Nacional de
Quilmes, 1998, p. 89.

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su cierre narrativo, porque el futuro necesario para ello ha desaparecido junto con el
metarrelato. Sin embargo, no debemos desesperar ni aplaudir la llegada de lo post-
histórico. Ciertamente, los vestigios del pasado, como las formas, contienen esas
semillas del tiempo que se resisten a ser encerradas. Se presume que comparten un
doble estatuto ontológico, referido al ser del presente y al no-ser del pasado y del futuro.
Van, en este sentido, más allá de cualquier bloqueo de la imaginación histórica76. Por
ello, si bien consideramos a la historiografía del futuro un proyecto sólo defendible
mediante la gran narrativa77, creemos, sin embargo, que la recuperación de ciertas trazas
de lo utópico podría ayudarnos a rastrear, indirectamente, algunos rasgos de nuestro
presente78.

Pero esto es ir más allá de la escritura de la historia. Es un movimiento que, aun


cuando pueda suponerse arbitrario, no es, en realidad, gratuito. Sí supone, no lo
negaremos, un giro tan brusco del enfoque, un desplazamiento de la epistemología a la
moral tan escandaloso, que no podemos sino ensayarlo con la mayor cautela posible; o
no hacerlo en absoluto. Pero con esta renuncia daríamos por acabado nuestro intento de
ir más allá de las perturbaciones de la HTP. Por otro lado, de llevar a cabo ese paso,
abandonaríamos definitivamente nuestro campo para pasar a lo que Fredric Jameson ha
llamado las arqueologías del futuro. El pensamiento sólo es tal, decía Althusser, si llega
a los extremos. Él alcanzó los suyos. Nosotros, con la llamada a lo utópico, hemos
tocado los nuestros.

A modo de conclusión: el (improbable) recurso a la utopía

El motor principal que ha movido este texto se resume en las elegantes palabras
de Fredric Jameson:

El ocaso de la idea utópica constituye un síntoma histórico y político fundamental, que


merece un diagnóstico por derecho propio, si no una nueva terapia más eficaz. […] Ese
debilitamiento del sentido de la historia y de la imaginación de la diferencia histórica
que caracteriza la posmodernidad está, paradójicamente, entrelazado con la pérdida de
ese lugar más allá de todas las historias (o después de su final) que llamamos utopía79.

Efectivamente, el eclipse del futuro nos deja, de momento, sin cierre narrativo;
y, por tanto, sin la posibilidad de una HTP más o menos satisfactoria. La crónica, y no
la narrativa, parecería la forma más adecuada para representar nuestro presente. Tal y
como se ha dicho antes, que el futuro no esté predeterminado, debería ser motivo
suficiente para que el presente escriba su propia historia. Pero el efecto no ha sido
liberar al presente del pasado, sino más bien una extraña paradoja. La clausura de la

76
Vestigios en F. JAMESON, Arqueologías, p. 12, nota 12.
77
Véase David J. STALEY, “A History of the Future”, History and Theory, 41 (2002), pp. 72-89.
78
Ésta es la intención, no bien resuelta, de Toby WIDDICOMBE, “Utopia, Historiography, and the
Paradox of the Ever-Present”, Rethinking History, Vol. 13, 3 (2009), pp. 287-316.
79
F. JAMESON, “La política de la utopía”, New Left Review (edición española), 24 (2004), p. 38.

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imaginación, expuesta en la represión de lo utópico y, por tanto, de la historicidad,
revelan el cierre ideológico de nuestro sistema. Una restricción que revierte en la
destrucción de la utopía y, por ende, en la posibilidad de un cierre narrativo. Hoy resulta
más sencillo imaginar la destrucción del mundo que el fin del capitalismo80. No
obstante, podemos emplear tal aserto de un modo dialéctico, y tratar de “imaginar el
capitalismo a través de la imaginación del fin del mundo”81.

Las perturbaciones de la HTP reflejan nuestras limitaciones cognitivas; son, por


tanto, prohibiciones ideológicas que hacen de nuestro momento algo inasequible a
nuestra mirada. Sólo el recurso a lo utópico podría ayudarnos a salir de la paradoja
anteriormente descrita. Pero no directamente, pues el valor de las utopías, de poder ser
imaginadas, no se encuentra en las fotografías del futuro que realizan, sino en los
negativos del presente que dejan. El principal activo de lo utópico, si admitimos tal
salto, reside en la conversión de nuestro presente en el “pasado remoto del mundo
futuro”82. Logramos, de este modo, el extrañamiento de nuestro tiempo. Una vez hecho
esto, tal vez podamos rastrear la presencia de las semillas del tiempo. Todo lo demás se
perfila como un esfuerzo baldío83.

Por otra parte, es cierto, como señaló Juan José Carreras, que el descrédito de los
metarrelatos no comenzó en Auschwitz84. Antes bien, el crepúsculo de los dioses
modernos está relacionado con la emergencia de la posmodernidad. En cualquier caso,
los grandes relatos ya no pueden ser articulados sin que parezcan Prometeos
resucitados. Ni la disciplina que requieren, ni el Sujeto que necesitan, están ya
disponibles. La superación del bloqueo de la imaginación histórica, de llegar algún día,
deberá venir por otros cauces que no sean la restauración de los discursos de antaño.

Esta llamada a partir desde lo posmoderno no tiene que ser juzgada como
arbitraria o pesimista. En efecto, no deberíamos descartar que la paradoja de un presente
permanente no sea sino el ojo mismo del huracán, o una condena lanzada desde el
modernismo contra el colapso de su propia imaginación. Bloqueo que estaría
representado por el eclipse de los metarrelatos y del Sujeto moderno. No por casualidad
la eternidad de nuestro presente ha sido ratificada por Eric Hobsbawm85. En vista de
esto, ¿no estará Jameson atrapado en su concepción de la Historia? ¿No estará dentro de
esa tradición del marxismo occidental que no podía concebir más sujeto que la Clase
Obrera?86 ¿Ni más historia que la Historia?
80
F. JAMESON, Las semillas, p. 11.
81
Cita en F. JAMESON, “La ciudad futura”, New Left Review, 21 (2003), p. 103.
82
Cita en F. JAMESON, Arqueologías, p. 343.
83
Véanse las acertadas críticas al proyecto de una historia del futuro de D.J. Staley en Noël BONNEUIL,
“Do Historians Make the Best Futurists?” History and Theory, 48 (2009), pp. 98-104.
84
Véase Juan José CARRERAS ARES, Razón de historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial
Pons, 2000, pp. 336-355.
85
Eric HOBSBAWM, Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1998, pp. 12 y ss.
86
Debemos destacar la crítica de Laclau y Mouffe a aquellos que consideraban que sólo hay un Sujeto
posible, frente al cual los nuevos son marginales o falsos sustitutos. Por el contrario, la construcción de

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Sea como fuere, en este texto hemos tratado de demostrar que la HTP es el
resultado de un bloqueo provisional de la imaginación. Por un lado, pretende superar la
actual condición posmoderna reintroduciéndola en la Historia87. Por otro, queda
atrapada en esta forma moderna de representación, aun cuando es consciente de la
necesidad de inventar otra. Pero tal vez no se trate tanto de crear como de rastrear lo que
las semillas del tiempo nos ofrecen. Efectivamente, el impulso utópico, que detectamos
en el inconsciente político de la HTP, nos indica que el presente no está muerto; es
decir, es posible seguir produciendo significado histórico. Pues podemos encontrar en
dicho impulso la presencia del deseo, que es, como escribe Bermejo Barrera, “la figura
en la que se encarna el futuro”88. Por tanto, concluiremos, la HTP no es tanto una
obsesión por registrar lo que va a desaparecer para siempre89, sino que es posible leerla
como la expresión del impulso reprimido del futuro.

Finalmente, deberíamos haber advertido que las tan citadas semillas constituyen
una metáfora como otra cualquiera. Tienen la ventaja de configurarse sobre una
ontología y una causalidad basadas en la discontinuidad posmoderna90. Siguiendo este
tropo, liberaremos a la historia y, de acuerdo con el proyecto de Nietzsche y White, nos
libraremos de la Historia91. Para ello no es preciso postular subrepticiamente el ruido y
la furia shakesperianos; las semillas del tiempo nos devuelven el futuro sin arrebatarnos
el pasado. No es deseable ni necesario abandonar el pensamiento histórico. Más bien
todo lo contrario.

sujetos sólo puede ser relacional, diferida y móvil; es decir, se anuncia una nueva ontología a partir de lo
posmoderno. Véanse estos apuntes en E. LACLAU y C. MOUFFE, Hegemonía, pp. 101-104. Para el
marxismo occidental, véase Perry ANDERSON, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid,
Siglo XXI, 1979.
87
Véase G. PASAMAR, “Formas”, p. 169.
88
J.C. BERMEJO BARRERA, Entre historia y filosofía, p. 196.
89
Véanse Andreas HUYSSEN, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de
globalización, México, FCE, 2002, pp. 13-40; y J. ARÓSTEGUI, “El presente como historia”, p. 31.
90
Una educación en la discontinuidad del tiempo es la propuesta de H. WHITE en “The Burden”, Tropics
of Discourse, p. 50.
91
Véase Friedrich NIETZSCHE, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2003. En esta obra, el filósofo alemán sugirió poner la historia al servicio de la acción,
el presente y el futuro (pp.38-39).

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