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Algunos de los autores más reconocidos dentro de la corriente inglesa son Arthur
Conan Doyle (1859-1930), creador de Sherlock Holmes; Gilbert K. Chesterton (1874-
1936), cuyo investigador era el Padre Brown; y Agatha Christie (1890-1976), creadora
del sagaz Hercule Poirot. Los autores franceses más destacados fueron Emile Gaboriau
(1832-1873) y Gastón Leroux (1868-1927).
Actividades
En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que
liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Beltrán recibió la
información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de
Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento,
escuchando el noticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro,
un día de mala suerte en las carreras.
En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la
vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que
pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna
importancia y en cambio había que pensar despacio en la cuestión del café, y del auto. Era
curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de
Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el
Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos, la torpeza de la orden le daba una
ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de
Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los
amigos a eso de las siete de la tarde.
Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café
vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que
Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta
a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido –y Beltrán estaba tan seguro de
Romero como de él mismo– todo quedaría despachado en un momento. Volvió a sonreír
pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde
algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció enseguida
por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que
tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta
distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente
en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como
había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido.
La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El
Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí.
Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de
un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos.
Actividades
4. ¿Cuáles son los personajes del cuento? ¿Qué características posee cada uno de ellos?
Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta
ciudad dicen más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión.
Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado
a declarar. Fabbri era Director del Museo del Rompecabezas. Tuve razón: a las doce de la
noche la llamada de un policía me citó al amanecer en las puertas del museo.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre
en voz baja Lainez como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la causa de la
muerte: “Veneno” dijo entre dientes.
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano
de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas:
nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a
medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté
que faltaba una pieza.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía,
en letras diminutas, Pasaje La Piedad.
Sabemos que Fabbri tenía enemigos dijo Lainez-. Coleccionistas resentidos, como Santandrea,
varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con
el que se peleó una vez.
Troyes dije . Lo recuerdo bien.
También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa.
¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza? Dije que no.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por
primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un
monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Sólo los hombres incompletos
podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución.
Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad
con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri
arrancó: mire mejor la forma del hueco.
Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un
pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al
terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.
Actividades
3. ¿Qué deducciones habían sacado los detectives a partir de esa pista? ¿Quiénes eran los
posibles culpables?
4. El protagonista dice que encuentra la solución sin buscarla, ¿qué explicación da acerca de
esto?
6. Hacia el final, el protagonista nos cuenta sobre la actitud del asesino, ¿qué le envía todos los
meses? ¿cuál es el mensaje implícito de los envíos?
El edificio Natokami era tan alto que parecía construido con la ambición de mirar frente a
frente a la Luna. Me demoré unos instantes en contemplar su gigantesca fachada de cristal y
sentí, por un momento, un mareo anticipador delvértigo que previsiblemente me invadiría.
Entré en el inmaculado edificio y me recibió un corpulento y musculoso vigilante, que me
informó que el inspector y los demás agentes me esperaban en la azotea del edificio. No pude
dejar de maravillarme cuando observé que el vigilante llevaba unos guantes de cuero puestos,
a pesar de que las mangas de su camisa no le cubrían ni los codos. Demasiadaspelículas
norteamericanas, pensé.
El ascensor, en un tiempo increíblemente rápido, me subió hasta la azotea, justo por encima
del piso treinta y tres. Cuando las puertas se abrieron, un frío extraño y denso me obligó a
subirme el cuello de la chaqueta. Sin pensarlo dos veces, encendí un cigarrillo y contemplé la
noche. El inspector me hizo una seña para que me acercara hasta el balcón que le separaba del
abismo. Cuando llegué, me agarré a la barandilla de tal manera que ni un luchador de sumo
lograría soltarme. Mis piernas comenzaban a flaquear.
—¡Borges, Borges, Borges! Me sigue resultando extraño que alguien con su sangre fría se
asuste tanto de las alturas. Además…
—Verá, este edificio se diseñó con un propósito bien claro: evitar los robos. Las puertas de los
departamentos son prácticamenteinexpugnables, y hay cámaras custodiando cada pasillo. Sin
embargo, nadie pensó que los ladrones podrían subir hasta el piso treinta y tres por la fachada,
romper el cristal de la ventana y hacerse con una importante colección de joyas. Y eso es
exactamente lo que ha ocurrido esta noche. Un par de hombres llevaron a cabo tan increíble
plan, pero salió mal. Cuando descendía el segundo, un hombre excepcionalmente pequeño, la
cuerda se desprendió de la terraza y el ladrón se precipitó hacia el vacío. Su cómplice, supongo
que horrorizado, huyó, pero, eso sí, llevándoseel botín. Hasta aquí todo está muy claro. Pero
hay varias cosas que no entiendo. Por ejemplo: no hay marcas en la fachada de pisadas o
señales de ningún tipo que delaten el hecho de que alguien ha escalado por ella. Tampoco
logro comprender cómo pudieron desde allá abajo lanzar una cuerda de la que sí hemos
encontrado muestras en esta azotea, y asegurarla para emprender la escalada. Y todo ello sin
hacer ruido alguno… ¿Cómo es todo esto posible?
—Creo que todas esas preguntas, y alguna más, se las podrá contestar el vigilante…
—Tenía usted razón en pensar que el robo lo cometieron dos personas, pero equivocó las
perspectivas. En primer lugar, tal y como usted ha señalado, ¿cómo es posible arrojar una
cuerda desde tanta distancia y asegurarla en una barandilla? La respuesta es simple: alguien
ata la cuerda a la barandilla y la desciende lentamente, para evitar golpes, hasta el suelo. Una
vez allí, el ladrón se la ata a su cintura y espera. Su cómplice en la terraza, un hombre muy
vigoroso, va tirando de la cuerda hasta que su compañero, un sujeto excepcionalmente
pequeño, como usted indicó, le hace una señal que lo detiene a la altura indicada. Abre la
ventana, entra en la casa, lo que da un descanso a su forzudo amigo, y vuelve a colocarse la
cuerda para salir al exterior. Pero durante el descenso ocurre un accidente. La cuerda se
desliza demasiado deprisa por las manos del hombre fuerte, quemándole dolorosamente las
palmas, y deja caer a su cómplice. Baja corriendo, sale del edificio y recupera el botín antes de
dar la alarma. De resultas de las quemaduras, nuestro hombre tiene que ponerse unos guantes
que oculten las heridas a la policía, que está a punto de llegar… Pregúntele al vigilante de este
edificio por qué lleva guantes de cuero en pleno verano… Y ahora, si me lo permite, quisiera
regresar a tierra firme. Buenas noches, inspector.
Luego de leer el texto “La araña no tenía patas”, responde las siguientes preguntas:
3. Con respecto al narrador, ¿te parece que sabe menos, igual o más que el protagonista?
Explica con tus palabras el por qué de tu respuesta.
11. De los personajes que aparecen en la historia, ¿quién crees tú que está implicado en el
robo? ¿Por qué?
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El
mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora
Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una comisaría por su
participación imprudente en una accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se
encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del
siguiente, y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del
laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de
dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para
festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención
funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía
muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete
de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le
enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le
entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de
matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde
llevaba anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se
encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió
un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de
cianuro de potasio. A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir
trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos
tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente
en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está
cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en la
investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no
contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el
veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la
suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo
estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o
aquél. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno
adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos
inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la
evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte
transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar
ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas.
Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua
y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del
portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el
periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera
cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido
objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La
señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba
el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el
sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres.
Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces.
El día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada,
gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una
cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la
mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel
“accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era
capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de
los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores
groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un
procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que
ésta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas
de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo
haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis,
a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con
una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la
viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el
vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una
enormidad) no policialmente, sino deportivamente.
Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que
había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de
aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas,
que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto
tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos
vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé
mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le
pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la
casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación
donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con
hielo o sin hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. –
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir
el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico)
arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo
que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo
(lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al
desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin
imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el
periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos
no se hicieron esperar.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor
Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar
nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
4. ¿Qué datos hacen creer al investigador que los hermanos tenían que ver con el crimen?
7. El detective se plantea una nueva hipótesis, menciónala y describe cómo llega a tener la
revelación.
8. ¿Quién fue el homicida? ¿Cómo hizo para matar a su hermana sin estar presente en el lugar
del hecho?
Las manos en la espalda, su pipa entre los dientes, Julián Chapars estaba de pie junto al
estanque, cuyas aguas reflejaba el cielo gris, y los ramajes melancólicos de los sauces de donde
partía el rumor de los pájaros. El reloj pulsera de Chapars señalaba las seis de la mañana.
Habiendo cometido su crimen la víspera, a las ocho de la noche Chapars calculaba, diciéndose
que era un asesino desde hacía diez horas.
Lanzó una rápida mirada a su alrededor. Nadie. Encogió los hombros. Sus pensamientos dieron
marcha atrás. Volvió a verse en la noche anterior, cuando se encontró en una calle casi
desierta al pobre Fernando.
Fernando iba a pie, mientras que él manejaba su lujoso automóvil. Fernando se acercó al
coche.
-Es una suerte encontrarte, Julián. Hace bastante tiempo que te estás burlando de mí con tus
promesas de pago…Acaso piensas que un hombre de trabajo como yo debe ser explotado por
holgazanes de tu especie. Pero estás equivocado. Estoy resuelto a pedir el embargo. Aquí
tengo tus cheques sin fondo, míralos. Tus letras protestadas, tus cartas, en fin… Y si saqué todo
esto de mi caja fuerte fue con el fin de entregarlo mañana a primera hora a mi abogado.
La emoción dejo a Julián sin habla, con las manos crispadas en el volante. Se rehízo al fin:
-No vas a hacer eso, Fernando. No lo vas a hacer porque dentro de diez horas te pagaré hasta
el último céntimo. Tengo el dinero en casa. Alquilé una casita por el verano en Atlántida, allí
tengo el dinero. Vamos a comer juntos y te pagaré todo. Total…estás solo en la ciudad, tu
mujer está en el campo, vamos.
- Si no lo tuviera…vamos, arriba.
Fernando subió al coche. El viaje transcurrió sin novedades siguiendo la costa. Al fin se detuvo
el coche en una carretera aislada, perdida, entre la vegetación. Un camino particular, sin duda.
-Es un lugar encantador- dijo Fernando, amable por la perspectiva de cobrar su dinero.
-Sí, es difícil encontrar nada mejor. Te traje hasta aquí para que veas una propiedad que pienso
comprar.
Julián hablaba sin saber lo que decía. Buscaba ganar tiempo. Desde el primer momento, un
problema lo preocupaba. ¿Cómo haría para matar a su propio acreedor?
-Fíjate en ese estanque. Si compras un terreno aquí deberías tratar de asegurarte el uso del
estanque.
-Un momento. Ya que te gusta tanto la pesca, podrás ver piezas magníficas a dos metros de las
superficie, entre dos aguas.
Sin ninguna desconfianza, Fernando había seguido a su primo. Se acercó al estanque y recibió
un golpe terrible en la nuca que lo desvaneció.
Cinco minutos más tarde el primo acreedor dormía para siempre en el fondo del estanque,
lastrado con enormes piedras de más de treinta kilos cada una, bien sujetas por gruesos
alambres robados de un cerco vecino.
Terminada su macabra tarea, Julián llegó hasta la casa que había alquilado, a un kilómetro del
estanque, los cheques sin fondo, las letras protestadas, las cartas, todo había sido convertido
en cenizas. Pero había dormido mal y a la madrugada se levantó para revistar el automóvil y
examinar el estanque. No tenía ninguna inquietud en realidad. Había procedido sin armas, no
había dejado huellas. Su crimen había sido un crimen perfecto. Nadie podía saber que se había
encontrado con su primo Fernando. Antes de dar el golpe había observado cuidadosamente
los alrededores. Nadie. No, no tenía miedo de nada. Estaba tranquilo. Pero tenía ganas de
pasearse, en aquella hermosa mañana. ¿Por qué no ir entonces hasta el borde del estanque?
No iba a dejarse impresionar por la teoría que muestra el asesino atraído por el lugar del
crimen. No era un asesino común, por otra parte.
Era necesario que los criminales corrientes fueran muy brutos para dejarse atrapar en la
mayoría de los casos. Preparaban largamente sus crímenes, median las probabilidades,
trataban de preverlo todo… ¿Resultado? Permitían que fuera encontrado el cadáver y
terminaban en la guillotina. Mientras que él, Julián Chapars, no corría ningún peligro,
absolutamente ninguno.
El asesino se gira y se encuentra cara a cara con Fermín, el guardabosque del señor Sandoval,
dueño del estanque.
-Si, bastante…
Haciendo un esfuerzo, Julián llegó a dominar sus nervios. Su temor no tenía ningún sentido. No
había ningún peligro para él. Aquel encuentro era completamente natural. Preguntó:
-Y…podría empezar…
-Lo malo es que este año no sacará gran cosa del estanque.
-¿Por qué?
Fermín levanta su bastón y señala hacia el camino. Julián vio un camión que se acercaba en
dirección al estanque…
-¿Cómo?...
-Pero sí. Cada tres años el señor Sandoval manda vaciar el estanque. Eso se hace muy pronto.
El agua pasa hacia aquel arroyuelo. Los pozos se secan mediante bombas aspiradoras. Va a ver
cuánto pescado se saca. Canastos y canastos. Esta tarde estará aquí todo el pueblo; venga
usted también, es muy interesante.
El asesino vio detenerse el camión. Los obreros bajaron, descargando su material. Un sudor
frio bañaba el cuerpo de Chapars. Balbuceó:
ACTIVIDADES
Hecho:....................................................................................................................
Víctima:........................................................................................................................
Culpable:.......................................................................................................................
Indicios:......................................................................................................................
3- Mencioná las razones por las que Julián piensa, en un principio, que nadie encontrará el
cuerpo de Fernando.
4- Mencioná qué pistas permitirían a un detective resolver el crimen y qué hizo Julián con ellas.