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Pulsión, duelo y cultura

Leydi Damaris Restrepo Giraldo

Estudiante programa de maestría en Investigación Psicoanalítica

Séptima Cohorte Universidad de Antioquia-Sede Medellín

2020
El propósito del presente texto es realizar una articulación alrededor de las nociones

pulsión, duelo y cultura, para hacer algunas elaboraciones en torno al duelo materno por la

muerte de un hijo en el contexto del conflicto armado, e identificar elementos culturales

que favorecen su tramitación.

Freud no presenta en su obra una definición unívoca sobre la pulsión y nos ofrece

sobre ellas diversas acepciones: “la agencia representante {Reprasentanz} psíquica de una

fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir… Así, «pulsión» es uno de los

conceptos -del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal”. (Freud, 1905, p. 153). Cinco

años después, nos dice que es un “concepto fronterizo entre lo somático respecto de lo

anímico, vemos en ella el representante {Reprasentant} psíquico de poderes orgánicos”

(Freud, 1911-1910, p. 68). Y en mil novecientos quince, dirá que es un “concepto

fronterizo entre lo anímico y lo somático, un representante {Reprasentant} psíquico de los

estímulos que provienen del interior del cuerpo que alcanzan el alma” (Freud, 1915, p. 17).

Vemos que no la ubica en lo corporal, ni en lo psíquico exclusivamente, sino en medio, en

un límite, como siendo una conjunción de ambos. La pulsión es diferente al instinto

animal, porque trasciende lo biológico y alcanza el ámbito psíquico gracias al lenguaje. Es

propia de los humanos y se produce gracias a su ingreso al mundo simbólico y a que

hablamos. Aunque, Freud la ubica inicialmente en lo orgánico, luego la saca de ese terreno

y la ingresa a la dimensión psíquica, sin dejar por fuera el cuerpo.

Así mismo, este autor, propone que la pulsión tiene varios elementos y que hace un

recorrido a lo largo de ellos para buscar su satisfacción, siempre parcial y temporal, para

volver a relanzarse nuevamente en un movimiento continuo que no cesa. Esos elementos

son: el esfuerzo, la meta, el objeto y la fuente. Del primero, dirá que es constante y no cesa,

del segundo, que persigue la satisfacción, del tercero, que es lo más variado, y finalmente,
ubica la fuente en una parte del propio cuerpo, principalmente los orificios o zonas de

borde. Freud (1915). Dichos elementos se conjugan de manera diferente para cada persona,

no obedecen a un saber genético sino que es aprendido, singular y en relación con otros.

Nos interesa, sin embargo, plantear algunas cuestiones sobre el objeto de la pulsión,

aquello a través de lo cual alcanza su meta y busca satisfacerse, para pensar por ejemplo un

hijo, cuando es deseado por la madre como un objeto pulsional que puede favorecer ciertas

fijaciones sobre ella. Siguiendo la orientación de este autor, “El objeto {Objekt} de la pulsión

es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta [la satisfacción]”. (Freud, 1915, p. 118). Y

aunque es variable, creemos sin embargo, que pueden llegar a presentarse objetos predilectos

a ella, a los cuales la pulsión da relevancia para su búsqueda de satisfacción, un hijo para una

madre por ejemplo, pues es una parte de su propio cuerpo, un objeto de amor y soporte de

identificación narcisista, del rol materno y depositario de múltiples afectos, cuando es amado.

Nos dice Freud (1915) que “Por regla general, «sujeto» y «objeto» se utilizan para designar,

respectivamente, a la persona en quien se origina una pulsión (u otro estado a psíquico) y la

persona o cosa a la cual aquella se dirige”. (p. 123, nota al pie).

Para Raimbault (1996) una de las acepciones de objeto hace referencia a lo pulsional,

la energía esencial de un sujeto, aquello que es polo de atracción y amor para él,

generalmente otro persona, lo cual tiene implicaciones narcisistas.

Un hijo puede llegar a ser un objeto pulsional predilecto para una madre que no es como los

otros, porque además de la ya dicho, normalmente es esperado con un deseo materno antes de su

nacimiento, con proyectos, esperanzas e ilusiones futuras, que encarna un valor particular, unos

ideales, ocupa además un lugar preponderante en el núcleo familiar, aunque también podría

presentarse casos donde sucede todo lo contrario y el hijo más bien representa un problema, un

estorbo, o puede ser depositario del odio o afectos hostiles.


Según, Díaz (1998) “en la familia moderna en la cual el hijo ocupa un lugar central y cada

niño es considerado como insustituible, su muerte crea un caos en la estructura que se ha

consolidado a su alrededor”. (p. 4). Por eso cuando fallece, como ocurre frecuentemente en

contextos de conflicto armado, confronta a la madre con una pérdida de un objeto pulsional

importante, con capacidad de generar efectos diversos, como dolor, tristeza, trauma,

desorganización en el hogar y perturbación sustancial del rol materno. Para Freud (1926-1925)

por ejemplo, la pérdida de lo amado puede provocar dolor y el duelo. Ahora bien, la pérdida de

un hijo confronta con lo no realizado, la transgresión del orden lógico de la duración de la vida

donde ellos sobreviven a sus padres, las marcas que deja en la madre y la ausencia un objeto

importante hacia el cual cierto monto pulsional estaba dirigido.

A propósito de esto Freud, en algunas de sus cartas con varios de sus amigos, se encuentran

algunas expresiones sobre lo que produjo en él la pérdida de su hija Sophie, debido a una

pulmonía gripal. En 1920 escribe desde Viena a Oscar Pfister “La pérdida de un hijo parece

producir una grave herida narcisística”. (Freud, 1971/1920, p 94). Luego en otra carta a Sandor

Ferenczi se lee lo siguiente a propósito de dicha muerte “En el fondo de mi ser, siento no

obstante, una herida amarga, irreparable y narcisista”. (Freud, 1971/1920, p 94). Nueve años

después en 1929, en una carta de Freud a su amigo Binswanger hace alusión a la sensación de un

hueco o vacío irreparable causado en él por la muerte de su hija y que no se puede aprehender

fácilmente, pues se carece de palabras que puedan nombrarlo.

Ocurrida la muerte de un hijo y la aceptación de la misma deviene usualmente el duelo. El

cual “se genera bajo el influjo del examen de realidad, que exige categóricamente separarse del

objeto porque él ya no existe más. Debe entonces realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro del
objeto en todas las situaciones en que el objeto {Objekt} fue asunto {Gegenstand} de una

investidura elevada”. (Freud, 1926-1925, pp. 160-161).

Pero el duelo no es algo que finalice con el paso del tiempo ni de manera espontánea, implica

un gran esfuerzo, paciencia y trabajo, encuentra además en el camino obstáculos, resistencias y

elementos que lo dificultan. Ello porque debe renunciase a un objeto de amor, pero también

producirse una separación respecto de un objeto de satisfacción pulsional consistente. Pueden

surgir síntomas, negación de la pérdida, melancolía, acting outs, suicidios. La elaboración del

mismo exige aceptación y resignación del hijo perdido, una posición subjetiva que sabe vérselas

con la falta producida y saber hacer algo con ella distinto a la queja, la victimización, la

eternización de la tristeza y el dolor. A propósito de lo anterior, creo que hay muchos elementos

subjetivos que facilitan o dificultan la elaboración de un duelo, pero también pienso que la

cultura o el vínculo social ofrece a sí mismo algunos elementos valiosos que lo favorecen, a

través redes de apoyo, diversas instituciones, las costumbres colectivas, organizaciones sociales,

sus dispositivos, formas de simbolización y ritos.

Para la RAE (2020) la cultura es “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y

grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social”, para Freud, “la

palabra «cultura» designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la

de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a

la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”. (Freud, 1930-1029. p.

88). La cultura pues, además de imponer límites, normas y regulaciones a los seres humanos

ofrece también amparo, protege a los humanos de algunos peligros de la naturaleza, de la

enfermedad y de los vínculos con los semejantes vía el derecho, la medicina, la ciencia, la norma
y demás regulaciones sociales. Ella ha surgido y se ha desarrollado gracias a las renuncias

pulsionales individuales para favorecer lo colectivo en pro de un bien general.

Por eso, además de los recursos subjetivos, una madre puede servirse también de los

recursos culturales que le ofrece su grupo social para responder de manera más efectiva a la

pérdida de un hijo y buscar soporte que le sirva como fuente de simbolización, apoyo

emocional, jurídico, psíquico, económico u otros.

Entre dichos recursos culturales mencionaremos principalmente: la simbolización, el

rito y la institución. Estos favorecen la pulsión de vida, la aceptación de la pérdida y la

tramitación del duelo por la palabra y el lazo con los otros. A través de la oferta de objetos

pulsionales sustitutivos vía la invención, como han hecho por ejemplo algunas madres

creando activismos políticos y colectivos de mujeres como una manera de responder a

dicho evento vía la sublimación.

Uno de esos recursos culturales para la elaboración del duelo, son los ritos funerarios,

establecidos colectivamente, que permiten diferenciar y separar a los muertos de los vivos,

para darle a cada uno su respectivo sitio. Estos podrían pensarse como aquellas costumbres,

ceremonias, reglas y acciones establecidas culturales y socialmente que deben realizarse a

las personas muertas. Según Betancur (2008) “Un rito funerario, en cierta medida, enfatiza

en algún momento la fase de separación del cadáver respecto al mundo de los vivos, pero

en otro, subraya su incorporación al de los muertos”. (p.20). Se infiere, que los ritos

permiten tomar distancia del fallecido, apartarse de él e inscribir esa ausencia para situarla,

introduciendo al mismo tiempo el cadáver al lugar de los difuntos. El rito usualmente se

hace con el fin de rendir homenaje al fallecido y realizar la despedida, según la costumbre
familiar y cultural de una sociedad, a fin de colocar elementos simbólicos sobre ese no

simbólico que es la muerte.

Según Zorio (2011):

Para el psicoanálisis el rito tiene un lugar esencial en la elaboración del duelo, pues otorga un

recubrimiento al cadáver, como una especie de vestido que se le pone al objeto para velar su

condición de desecho o también de espíritu maléfico, para recuperar la condición de objeto

amado, es decir, valorado y respetado, no solo por el doliente sino por todo un colectivo. (p.

258).

Tiene así el rito, un lugar sustancial en el trabajo del duelo, en tanto permite cubrir

simbólicamente el cuerpo sin vida y poner un velo sobre él, dándole un trato humanizado,

solemne y en ocasiones sagrado. Se acude a este recurso simbólico cultural con el fin de

ofrecer un tratamiento al hijo, distinto del mero desecho y ponerlo en la escena de algo

estimado y respetado para la familia y la comunidad.

Pero además del rito, la cultura también ofrece la capacidad de simbolización a los

sobrevivientes, otro recurso cultural favorable para la elaboración del duelo, en tanto el

lenguaje es una conquista de la civilización. La cual permite nombrar dicha experiencia de

la pérdida y hacer uso de la palabra con el fin de construir sentidos, bordear algo sobre la

muerte y lo perdido. Según Cazenave (2018) “Freud concibe el duelo como un trabajo

psíquico de simbolización de la pérdida”. (p. 67). Este es subjetivo y singular, en el cual se

trata de pasar por la palabra lo perdido, los efectos que produjo y las maneras que cada uno

se inventó para sobreponerse a ello. Se trataría entonces de nombrar la pérdida, subjetivarla

y situarla en una historicidad singular. Es en este terreno simbólico donde debe producirse
la segunda muerte del ser querido y allí cada sociedad ofrece sus propias formas de

simbolización, relatos y formas de nombrar.

Para finalizar, hemos de mencionar otro recursos que la cultura puede ofrecer para

la aceptación de la pérdida y la elaboración de duelos; el apoyo institucional, bajo sus

diferentes formas: colectivos de madres que hayan perdido hijos (madres de la candelaria,

las madres de Soacha, Ruta pacífica de las mujeres, etc), ONG, programas sociales del

gobierno, la iglesia, apoyo psicológico institucional. Museos de la memoria, El Centro

Nacional de Memoria Histórica, asociaciones de víctimas, entre otros, que brinden apoyo

psicosocial, jurídico, económico, afectivo y social a su comunidad, para favorecer la

elaboración de sus duelos, acciones colectivas de memoria, su dignificación, el

restablecimiento de sus derechos y reconstrucción del tejido social.

Aunque los recursos que ofrece la cultura bajo las modalidades antes mencionadas

no logren borrar lo ocurrido, ni sanar de manera completa el horror padecido por las

víctimas del conflicto armado, la disponibilidad de apoyo social-cultural y un vínculo con

el otro en sus diferentes formas si es un factor clave que favorece un tratamiento simbólico,

un soporte colectivo, sublimatorio e institucional. Puede ofrecer además objetos de

satisfacción pulsional sustitutivos a los que se han perdido seres queridos en la guerra,

objetos nuevos, susceptibles de encausar nuevamente el deseo o desplegarlo.


Referencias

Betancur, A. (2008). Los rituales de muerte como mecanismos de elaboración de los


“duelos. Universidad de Antioquia facultad de ciencias sociales y humanas
departamento de psicología turbo. Monografía.

Centro Nacional de Memoria Histórica (2016), Granada: memorias de guerra, resistencia y


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http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/informes-2016/granada-memorias-de-
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Cazenave, L. & otros. (2018). Psicoanálisis con niños y adolescentes 5. El duelo y los niños.
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Freud, S. (2012b/1917-1915). Duelo y melancolía. En J. Strachey (Ed.), Obras Completas


(J. L. Etcheverry, Trad., Vol. XIV) (pp. 235-255). Buenos Aires, Argentina:
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Freud, S. (2012b/1926-1925). Inhibición, síntoma y angustia. En J. Strachey (Ed.), Obras
Completas (J. L. Etcheverry, Trad., Vol. XX) (pp. 71-164). Buenos Aires, Argentina:
Amorrortu.
Freud, S. (1971). Epistolario II (1891-1939). Barcelona: Plaza & Janes, S.A. Editores.
Zorio, S. (2011). EL dolor por un muerto-vivo. Una lectura freudiana del duelo en los casos
de forzada desaparición. Desde el Jardín. Freud, Número 11, p. 251-266. Recuperado
de: https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27261/27536

Raimbault, G. (1996). La muerte de un hijo. Edición Nueva visión, Buenos Aires.

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