Está en la página 1de 2

LA PARÁBOLA DE LA PUERTA

En el pueblo había una casa. Era llamada la Casa del  Pueblo. Era antigua y muy bien construida, tenía
una  puerta grande y hermosa que daba a la calle, por donde  todo el pueblo pasaba. La casa formaba
parte de la vida del pueblo, gracias a aquella puerta que unía la casa a la calle, la calle a la casa. Era una
plaza alegre donde la vida del pueblo se desarrollaba, donde todo se discutía, donde el pueblo se
encontraba. La puerta estaba abierta día y noche. Su umbral estaba gastado por el paso del tiempo.
Mucha gente, todo el mundo pasaba por allí.

Un día llegaron al pueblo dos estudiosos. Venían de fuera, no conocían la casa. Solamente habían oído
hablar de su belleza y antigüedad. Venían para ver. Eran doctores que sabían apreciar las cosas antiguas.
Visitaron la casa y se percataron de su gran valor. Pidieron permiso para quedarse allí a estudiar.
Encontraron una puerta lateral, por allí entraban y salían para estudiar, pues no querían ser estorbados
por el barullo del pueblo que pasaba por la puerta de enfrente o principal.

El pueblo, al entrar a la casa, los veía con grandes libros y máquinas complicadas. La gente humilde se
les acercaba en silencio, para no estorbarlos. Sentía por ellos gran admiración: ¡Están estudiando la
belleza y la historia de nuestra casa. Son doctores!

Los estudios avanzaban y descubrieron cosas que el pueblo no conocía. Rasparon algunas paredes y
descubrieron pinturas antiguas que representaban la historia del pueblo, hicieron excavaciones y
reconstruyeron la historia de la casa, hasta ahora desconocida.

El pueblo no conocía el pasado de su vida, ni de su casa, porque tenía el pasado dentro de él, detrás de
los ojos con los que todo lo miraba. Por la noche, mezclados con el pueblo, los estudiosos contaban sus
descubrimientos. En el pueblo crecía la admiración hacia la casa y hacia ellos. Les contaron que personas
del exterior habían hablado y escrito en contra de aquella casa. Ellos habían venido precisamente para
estudiar y defender la casa del pueblo. Escribían artículos en lengua extranjera, publicados en grandes
ciudades que el pueblo no conocía. El pueblo incluso comenzó a conocer los nombres de aquellos
malvados que criticaban su casa.

El tiempo fue pasando, y el pueblo cuando estaba en la casa se callaba. Una casa tan rica y noble, tan
discutida y comentada en el mundo entero, merecía respeto. Era diferente de la vida que bullía por la
calle. Tenían que respetarla más, no era lugar para charlar y bailar. Algunos ya no entraban por la puerta
principal, preferían el silencio de la puerta lateral, donde trabajaban los estudiosos.

Así, poco a poco, la casa del pueblo dejó de ser del pueblo. Todo el pueblo prefirió la casa de los
doctores. Allí recibía un libro, que era como una guía, donde se explicaban las maravillas de la casa. El
pueblo se convenció de que era un ignorante. Los doctores sí conocían las cosas del pueblo mejor que el
pueblo mismo. Poco a poco, la puerta de enfrente cayó en olvido y una tempestad de viento la cerró,
pero nadie se dio cuenta.

Sólo quedó una estrecha rendija. Creció la maleza y las hierbas cubrieron la entrada por falta de paso. El
aspecto de la calle cambió, se convirtió en una calle triste y desierta, un callejón sin salida, sin los
encuentros populares. El pueblo entraba en la casa por la puerta lateral y miraba extasiado tanta
riqueza que no conocía. La casa se volvió oscura por falta de la luz que llegaba por la calle. La suplieron
con lámparas y velas, pero la luz artificial modificaba los colores.

El tiempo fue pasando. Disminuyó el flujo del pueblo que visitaba la casa por la puerta lateral de los
doctores. Sólo el pueblo más culto continuaba frecuentando la casa, se reunía y discutía sobre la casa
con ilustres visitantes extranjeros. El pueblo sufrido, en cambio, pasaba por la calle desierta, no se
interesaba por las cosas antiguas, ni por las discusiones de los doctores Vivía su vida, pero parecía que le
faltaba algo y no sabía qué.

Los doctores continuaban sus estudios y descubrimientos, fundaron una escuela para educar a los niños
en la historia del pasado. Pero uno de los doctores comenzó a notar la falta creciente de interés en la
gente, la misma vida del pueblo era menos alegre, más individualista, sin encuentros o con encuentros
programados que no conseguían unir al pueblo. Algo fallaba, y se interrogaba por qué el pueblo no
acudía a ellos, cuando ellos descubrían y defendían las cosas de la casa para el pueblo. En cambio, el
otro doctor ni se dio cuenta de ello, pues estaba absorto en sus investigaciones. Por el contrario, se
quejaba de las distracciones y de la superficialidad de su colega, exigiéndole mayor rigor en su estudio
del pasado y menor atención al pueblo de la calle.

Cierta noche, un viejo mendigo, sin casa, en busca de abrigo, a través de los matorrales, encontró la
rendija y por ella entró en la casa. Volvió a la noche siguiente, con otros mendigos. De tanto pasar, la
maleza se secó, apareció un caminito, y un día todos los mendigos, empujando, abrieron la puerta de
nuevo. La casa se iluminó, y el pueblo se alegró mucho. El descubrimiento corrió de boca en boca de la
gente humilde. Al final, todo el pueblo se enteró. Cuando por la mañana el reloj marcaba la hora de abrir
la puerta lateral, los encargados de la limpieza se encontraron que dentro de la casa ya había gente que
reía y no había pagado para entrar. Se sentían de nuevo en su casa, en la Casa del Pueblo.

El hecho llegó a los doctores. Uno de ellos dijo: —¿Cómo es posible tanta ignorancia? Van a profanar
nuestra casa, después de tantos años de esfuerzos. El otro le contestó: —¡La casa no es tuya! Este, al
anochecer, se ocultó en un rincón de la casa y vio al pueblo entrar, sin permiso, bailar y cantar. Le gustó
tanto esta alegría, que entró en el ruedo y bailó la noche entera, cosa que hacía mucho tiempo que no
realizaba. Nunca se había sentido tan feliz. Descubrió entonces que todo el estudio era para el pueblo,
para que el pueblo se alegrase. El error estaba en la puerta lateral, que desvió al pueblo de la puerta
principal, separó la casa de la calle y volvió a la casa extraña al pueblo, sombría, y convirtió a la calle en
desierta y triste, en un callejón sin salida.

También él comenzó a entrar en la casa por la puerta principal, mezclándose con el pueblo, como uno
más del pueblo. Entrando por la puerta de enfrente, comenzó a conocer la riqueza y belleza de la casa
desde un ángulo nuevo. Comenzó a estudiar sus libros con ojos nuevos y descubrió cosas que su colega
no sospechaba. Enseñaba al pueblo con alegría y crecía en el pueblo el gusto por la vida. Y se decía: Ante
el pueblo sufrido, uno no habla, olvida las ideas del pueblo culto, se vuelve humilde y comienza a
pensar…

Capítulos futuros de esta historia todavía por escribir

En el futuro se espera que aparezca la puerta de enfrente y se abran las dos batientes de par en par y se
devuelva al pueblo lo que es suyo.

Se espera que cambie el aspecto de la calle y que la luz penetre en la Casa del Pueblo.

Se espera que se cierre la puerta lateral, para que todos, estudiosos y visitantes, junto al pueblo culto y
al pueblo sufrido, puedan saborear la alegría de la casa de todos.

Se espera que la entrada esté al frente y los estudiosos entren por ella mezclados con el pueblo.

Se espera que haya estudios profundos sobre la belleza de la Casa del Pueblo, pero que sean hechos a
luz de la calle y de la alegría del pueblo.

El único problema está en aquel estudioso que se enojó, pues consideraba la casa como suya. El pueblo
decidió hablarle y decirle: —¡Sin nosotros, la casa no habría surgido; sin nosotros, usted no habría
nacido!

Esta es la parábola de la puerta, Describe la historia de la explicación de la Biblia al pueblo.

Carlos Mesters, Por tras das palavras. Petrópolis 1985,13-19 (resumen)

- See more at: http://www.agenciajuega.cl/dev/comunion/?p=82#sthash.GhbVulWh.dpuf

También podría gustarte