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Desde mediados de los años ochenta y, sobre todo, desde el annus mirabilis
simbólico de 1989, han ingresado al ámbito político numerosos partidos antiestablishment
político tanto en las democracias antiguas como en las nuevas. Descritos a menudos como
populistas o extremistas, esos nuevos partidos de confrontación son imágenes vívidas y
multicolores de fracaso político. Acusan a los partidos establecidos de formar un cártel
excluyente, indiferente e irresponsable, y describen gráficamente a los funcionarios
públicos como a una clase homogénea de villanos perezosos, incompetentes, que se
autoenriquecen y están impulsados por el poder.
antiguo presidente del Brasil, Fernando Collor de Mello, así como a los presidentes
titulares de Perú y Venezuela, Alberto Fujimori y Rafael Caldera, respectivamente.
política per se (Véase Arendt, 1963:19, 136; Crick, 1992:130-139; Schedler, 1996). En una
perspectiva verdaderamente antipolítica, la política sería sustituida por principos activos de
otras esferas sociales de acción; por ejemplo, por mandamientos divinos ("antipolítica
religiosa"), por la mano invisible del mercado ("antipolítica liberal"), por la voluntad
unitaria y manifiesta del pueblo ("antipolítica comunitaria"), o por la ciencia, la tecnología
o la administración ("antipolítica tecnocrática"). Aunque en realidad motivos genuinamente
anti-politicos nutren los discursos antiestablishment político, se ha de mantener en mente la
diferencia entre ambos.
El triángulo antipolítico
Llegados a este punto hemos de agregar que a veces, sobre todo en los países de
Europa occidental, los populistas contemporáneos completan su retórica antipolítico con
ataques antiemigrantes. En total simetría con la clase política, el enemigo que está arriba,
construyen una subclase pobre y marginal, pero amenazante, el enemigo que está abajo.
Abordar esta especie de construcción divisoria queda fuera del alcance de este artículo
(Véase, por ejemplo, Hainsworth, 1992: passim).
La noción de una "clase política", otrora sospechosa por su afinidad semántica con
la teoría marxista de clases, ha recorrido una asombrosa trayectoria en los últimos años. Ha
entrado en el vocabulario de los medios de comunicación de masas, donde se ha convertido
en un término de moda, en realidad en un término de sentido común, para describir el
estrato de los políticos profesionales. Pero no sólo esto, el concepto también se ha abierto
camino en la jerga de los politólogos que, no obstante, han intentado transformar su
significado; han tratado de despojarlo de sus connotaciones evaluativas negativas y de
convertirlo en un término técnico neutro.
Ahora bien, nuestra afirmación de que los partidos antiestablishment político solían
describir a sus opositores como una "clase política" claro que toma plenamente en cuenta el
juicio moral que esa marca de fábrica implica. En nuestra opinión, los actores
antiestablishment político que emplean el término (así como los que no lo emplean) lo usan
para hacer tres suposiciones básicas: primero, todos los políticos son iguales; segundo, son
irracionales; y tercero, son poderosos.
Desdiferenciación
Irracionalidad
Los actores antiestablishment político reclaman que las personas que están a cargo
de la toma de decisiones políticas no son las adecuadas. Siguiendo la conocida distinción
de Jürgen Habermas entre racionalidad cognitivo-instrumental, normativa y expresiva,
podemos distinguir tres tipos de críticas que los actores antiestablishment político pueden
formular contra los funcionarios públicos.
racionalidad de los legos. Como a Ross Perot le gusta indicar, los políticos ni siquiera
entienden cosas tan simples como el capitalismo (Véase Perot, 1993:14). Están atrapados
en un estado de ignorancia irreparable, que contrasta pintorescamente con la estrecha
cercanía del portavoz antiestablishment político respecto a las fuentes de la sabiduría
popular intemporal. Por ejemplo, el discurso florido de Jbrg Haider retrata a los
funcionarios públicos como (literalmente) aficionados, estúpidos, ignorantes,
incompetentes, insensatos, miopes, irrealistas, caóticos, confusos, apresurados,
contradictorios y demás (cf. Schedler, 1995a).
Los actores antiestablishment político rara vez se molestan en especificar las bases
empíricas que podrían justificar sus acusaciones al supuestamente incompetente, inmoral e
insincero establishment político. Al contrario, sus ataques se basan en generalizaciones
excesivas y sistemáticas. Cada prueba (presunta) de fracaso político cada escándalo de
corrupción, cada estadística de desempleo, cada homicidio interétnico, cada devaluación de
la moneda, cada catástrofe natural, cada affaire sexual de un ministro, cada quiebra
bancaria, cada caso de mecenazgo de partido y demás, todos esos incidentes aislados se
interpretan invariablemente como síntomas invasores, como pruebas convincentes del
fracaso generalizado del partido. Los actores antiestablishment político son virtuosos de los
non sequiturs, amantes ardientes de las falsas inferencias, paladines de la etiqueta global,
especialistas en conclusiones injustificadas, profesionales de las falacias inductivas y
maestros del estereotipo.
Aun así, no habría que descartar a priori las acusaciones que formulan los actores
antiestablishment político. Quienes toman decisiones políticas puede que en efecto actúen
Este País 68 Noviembre 1998
Gobierno autoritario
Los actores antiestablishment político son forasteros (Véase, por ejemplo, De Lima,
1993; Dennis y Owen, 1994: 5-6; Hermet, 1989:178; Huntington, 1991:266; Ignazi,
1992:16). Ellos se describen –y son percibidos por sus competidores así corno por el
público en general– actuando fuera del sistema de partido. Por razones de lógica, así como
de credibilidad, no pueden lanzar sus campañas antipartido,
Este País 68 Noviembre 1998
antiélite, antiestado, antipolítica, anti todo lo que sea' desde adentro del
establishment político. Sin embargo, nadie llega al mundo político con su reputación de
forastero antiestablishment político ya consagrada. Los aspirantes a candidatos primero han
de conquistar sus credenciales antiestablishment político. Tienen que construir una
identidad antipolítica. Tienen que construir una imagen de imparcialidad y antagonismo
frente a la élite política. Todo esto es dificil. Pero las herramientas disponibles, las
estrategias simbólicas que los actores pueden escoger, son bastante elementales: nada de
alta tecnología política; sólo unos cuantos mecanismos simples.
Homini novi
Hay que tener presente, sin embargo, que aun cuando la mayoría de los partidos
antiestablishment político sean partidos nuevos, no todos ellos lo son. La pequeñez y la
marginalidad pueden servir de equivalentes funcionales de la novedad. Como norma, los
partidos antiestablishment político son partidos pequeños. Lo pequeño es bello porque la
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pequeñez denota inocencia. A medida que los partidos crecen, tienden a perder su cómodo
estatuto de forasteros ajenos al sistema de poder. Pero otros partidos antiestablishment
político que no son ni efímeros ni minúsculos habitan en los márgenes del sistema de
partido. Permanentemente excluidos de la participación en el gobierno, a esos partidos de
"oposición eterna" se les agobia (y bendice) con la imagen de extraños distantes y ajenos a
los círculos internos del poder. Desde su posición casi externa de exclusión elegida o
impuesta, esos desterrados del sistema de partidos ocupan una posición confortable para
engañar con motivos antipoliticos.
Téngase también presente que aun cuando muchos de los partidos antiestablishment
político son en realidad partidos nuevos, la conclusión inversa no es cierta. No todos los
recién llegados siguen tocando cuerdas antipolíticas. Muchos de ellos hacen lo que se
supone que deben hacer según la "teoría económica" de la democracia. Identifican nichos
en el mercado y tratan de ocuparlos. No se perfilan como "antipartidos", sino que se
comportan como agentes "complementarios" (Lawson y Merkl, 1988) sin la pretensión de
sustituir al establishment político. Sólo intentan introducir algunos temas o ideologías
adicionales en el mercado político (piénsese por ejemplo en el antiguo Partido Social
Demócrata, PSD, en Inglaterra o en el Foro Liberal Austriaco). Muchos de los nuevos
partidos son forasteros, al menos al principio. Pero mientras que los recién llegados
complementarios tratan de entrar en el juego, los recién llegados antipolíticos están
contentos de quedarse afuera, abucheando desde las vallas.
Política de ataque
Pero hay que calificar este diagnóstico de beligerancia inexorable. No todos los
actores antiestablishment político entran en el ámbito político maldiciendo, apretando los
puños, blandiendo la espada y profiriendo insultos. Algunos ofrecen versiones suaves, por
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Las víctimas
Populismo carismático
ocupan posiciones claras y visibles, ya sea en la izquierda, ya sea en la derecha. Y los que
no, tarde o temprano se ven obligados por la dinámica de la competencia de los partidos a
definirse en esos términos tradicionales. Esto sucedió por ejemplo en las elecciones
presidenciales brasileñas y peruanas de 1989 y 1990, respectivamente. En ambos casos, la
primera votación se peleó de acuerdo con la línea divisoria antipolítica de establishment
versus anti-establishment, y los dos candidatos más creíbles antiestablishment político
pasaron a la segunda vuelta, mientras que en la segunda votación, la competencia entre
ellos se polarizó claramente y con bastante naturalidad a lo largo del continuum izquierda-
derecha (con Collor de Mello y Vargas Llosa en la derecha, y Lula da Silva y Fujimori en
la izquierda).
La frontera antidemocrática
Semilealtad
Máscaras y rostros
sospechosos que otros. Esto es especialmente cierto en los casos fronterizos que habitan la
zona gris entre oposición semileal y desleal, aquellos actores deliberadamente
ambivalentes que mezclan declaraciones democráticas con declaraciones autoritarias,
ejecutan actos difíciles de cuerda floja caminando entre el antipartidismo "empírico" y "de
principios", oscilan entre "excursiones" antidemocráticas y renuncias enérgicas, o bien
construyen puentes de cooperación con actores desleales. Pero ningún partido semileal, lo
cual significa ningún partido antiestablishment político, escapará alguna vez del todo de la
presión para que reafirme su oposición a proyectos antidemocráticos. En consecuencia,
gran parte del debate sobre la antipolítica evoluciona siguiendo distinciones guía como
fachada versus realidad, declaraciones estratégicas versus genuinas, parte frontal del
escenario versus bambalinas, programas oficiales versus programas verdaderos,
intenciones públicas versus privadas, discurso versus comportamiento, preferencias
manifiestas versus ocultas, fuego versus cortina de humo; en suma, atuendo de corderos
versus lobos (Véase por ejemplo, Bailer-Galanda, 1990; Betz, 1993:9; Ignazi, 1992;
Januschek, 1990; Mudde, 1994:2; Scharsach, 1992; Voerman y Lucardie, 1992:35, 41;
Westle y Niedermayer, 1992:91).9
Trayectorias y consecuencias
Más allá de las cuatro opciones que hemos esbozado hasta ahora –normalización,
radicalización, desaparición e institucionalización–, los partidos antiestablishment político
pueden emprender aún otra senda más remota, pero a pesar de todo real. Pueden saltar al
poder. Pueden ganar elecciones presidenciales (en regímenes presidenciales), pueden
unirse, o hasta dirigir, coaliciones gubernamentales (en regímenes parlamentarios). ¿Qué
sucede entonces? ¿Qué harán?:
Ahora bien, tanto si desaparecen como si perduran, tanto si siguen siendo pequeños
como si crecen y se hacen grandes, tanto si permanecen en la oposición como si entran al
gobierno, etcétera, todas esas diferentes sendas que los actores antiestablishment político
pueden emprender no excluyen las consecuencias políticas que producen. Esas
consecuencias dependen de diversas variables contextuales (entre otras, de las contra
estrategias que adopten los partidos establecidos a los que retan). En un extremo, los
partidos antiestablishment político pueden pasar como estrellas fugaces que llegan y
mueren sin dejar huellas duraderas. En el otro extremo, pueden funcionar como
"infractores" que dejan el sistema democrático en ruinas. Sin embargo, parece que el papel
que los partidos antiestablishment político tienden a asumir en la mayoría de los casos es el
papel multifacético de "sacudidores" que redefinen el programa político, revitalizan la
competencia entre los partidos, agitan olas de contra movilización, o bien actúan como
agentes para desalinear el sistema de partido.11
Notas de conclusión
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Además de sus funciones analíticas, nuestras redes de pesca pueden servir también
para fines prácticos. Pueden contribuir a vislumbrar contra estrategias defensivas o
preventivas; es decir, si un Maquiavelo contra antiestablishment político fuera a asumir la
defensa del establishment frente a los que lo retan, podría convertir con relativa facilidad
nuestra estructura de análisis en una estructura para la acción. Sobre todo, hay dos
importantes recomendaciones que podría hacer:
Primero, podría tratar de debilitar cada uno de los tres lados antipolíticos del
triángulo. Podría tratar de convencer a los electores de que "la clase política" no existe, que
la competencia de partidos importa y que la alternancia en el gobierno es tan posible como
significativa. Podría tratar de convencer a los electores de que los partidos antiestablish-
ment político no son ni diferentes ni están excluidos de la corriente principal de la política.
Por último, podría tratar de convencer a los electores de que la comunidad de interés y
afecto que los une con el actor antiestablishment político es imaginaria, un producto
artificial de la mercadotecnia política.
5. Téngase presente que las invocaciones de "falla del mercado electoral" parten del
supuesto de que los partidos no sólo fallan cuando no suministran algunos bienes de lujo;
fallan en la oferta de artículos verdaderamente esenciales. No hay que confundir las fallas
del mercado con los nichos del mercado.
que presentan partidos a las elecciones. Inventan algún "partido fantasma" para cumplir
con los requisitos legales (recuérdese por ejemplo el Partido x de Stanislaw Tyminski, o el
Partido da Reconstrucao Nacional de Collor de Mello).
10. Es probable que no hubiera que exagerar el impacto de los tipos de régimen en
el número y la expectativa de vida de los actores anti establishment político. Muchas
organizaciones políticas latinoamericanas combinan el presidencialismo con alguna clase
de representación proporcional en las elecciones legislativas. En consecuencia, en la
mayoría de los países existen (y a menudo persisten) partidos minúsculos a la espera de un
candidato carismático, pero que también aspiran pacientemente a ganar unos cuantos
escaños legislativos. No obstante, esos partidos persisten en su mayoría por debajo del
umbral de visibilidad y relevancia. Además, los sistemas presidenciales a veces son testigo
de casos de resurrección política, de candidatos antiestablishment político que pasan por
ciclos de desaparición y reaparición (e.g. Carlos Ibáñez en Chile).