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El Senado en la República:
Las Provincias:
Las guerras civiles y la crisis desatada en los últimos tiempos de la República romana
genero una serie de cambios en las viejas estructuras de Poder, con una clase popular
en gran crecimiento.
Las funciones tales como la vigilancia del comportamiento de las colectividades
locales, continuaban siendo prioridad del Senado y los magistrados durante la crisis
republicana. Pero a partir de mediados del siglo III, Roma conquisto y conservo
territorios ultramarinos y le fue necesario organizar un nuevo sistema de control,
puesto que se había extendido enormemente, es así que estos territorios se
convirtieron en “provincias”. El hombre que recibía una provincia del pueblo romano
obtenía delegación sobre ella de todos los poderes de este y poseía, además, el
poderío militar de las mismas.
Este régimen sometía la provincia a frecuentes cambios de gobernador: en principio y,
frecuentemente en la práctica, cada año, si el magistrado no era “prorrogado” en su
función. El territorio quedaba sometido arbitrariamente, a causa de los poderes
considerables que le daba el derecho creado por la victoria. El gobernador tenía las
manos libres para someter a los provinciales a sus exigencias aunque fuesen ilegales,
sin hablar de ciertas facultades que le ofrecían algunos usos como el agio sobre la
tasa de trigo, diferente en la compra y en la venta, o como la obligación para la
provincia de proveer a su manutención y a la de sus oficiales y servidumbre.
Las provincias estaban también organizadas en función de las haciendas y el tesoro y
cobros de impuesto, siendo los arrendadores los encargados de dicha organización.
Se entregaba en manos de arrendadores de los impuestos, casi siempre sociedades
de publicanos, poderosas empresas que llegaban a imponerse a los gobernadores en
principio encargados de controlar su acción. Los gobernadores dependían de ellas en
muchas formas, desde el alboroque puro y simple hasta el chantaje más o menos
matizado.
Las provincias estaban sometidas a una explotación casi ilimitada. Incluso, cuando se
combinaba con una verdadera guerra, un gobierno provincial, obtenido en ocasión de
la pretura d del consulado, se convirtió en un medio normal de rehacer una fortuna
quebrantada, o destruida, por el luja de la vida en Roma o por los gastos electorales.
Además, las provincias sufrían la invasión de los negociadores de clase media,
mientras que los agentes de los publicanos practicaban, en particular en las
comunidades, el préstamo de dinero con tasas usurarias y más.
Tal era, desde fines del siglo II, y tal continuo siendo hasta el Imperio el régimen de las
provincias romanas. En cambio provincias aisladas, cada una con su gobernador,
monarca al mismo tiempo absoluto y efímero. Territorio que, según la ocasión,
proporcionaban dinero y servían de base a sus dueños en sus alzamientos contra el
gobierno central. Países saqueados en el momento de la conquista y, aun después de
ella, explotados sin compasión en provecho menos de la colectividad que los
ciudadanos ricos.
Ciertamente, al morir, la República dejaba mucho trabajo al régimen que iba a recoger
su sucesión.
La clase dirigente:
Los publicanos eran aquellos que, dentro de los negociadores, se ocupaban de los
asuntos financieros del Estado, los que se hacen arrebatadores de este, para percibir
sus ingresos monetarios, explotar sus dominios, ejecutar sus trabajos, proveer al
abastecimiento de los ejércitos, etc. De hecho, el nombre se aplica a los grandes
arrendadores, que deben poner en marcha toda una organización de auxiliares y hacer
avances importantes sobre los cobros a efectuar, puesto que eran especialistas en
ello. Los publicanos pertenecían a las familias de caballeros, gran parte procedentes
de esta clase, siendo los miembros más ricos.
La acción de los negociadores y publicanos se suma a la del Estado para hacer afluir
hacia Italia masas considerables de metales preciosos. Desde mediados del siglo II,
por un movimiento de sentido único sin contrapartida seria y de aceleración incesante,
la península itálica rebosa de capitales, mientras que las demás regiones del mundo
mediterráneo se empobrecen en su provecho.
El aumento de la mano de obra servil, correlativo a las grandes conquistas del siglo II,
no podían tener más que desastrosas consecuencias sobre la suerte material de los
hombres libres que vivían de su trabajo. Todos lo que a ellos afectaba ponía, pues, en
peligro el Estado tradicional.
La competencia de los esclavos no fue la única ni el principal de las causas de la
crisis, puesto que perjudicaban ante todo a los trabajadores libres que se alquilaban
como braceros. No obstante, de manera indirecta, al facilitar la explotación de los
grandes dominios, perjudico a los pequeños. Las guerras ejercieron también una
influencia peligrosa. Durante los quince años que Aníbal se mantuvo en Italia, los
ejércitos asolaron los campos. La imposibilidad de subsistir en que se encontraron los
cosecheros itálicos vendiendo los cereales a los bajos precios impuestos por las
importaciones y la necesidad de entregarse a otras actividades, sobre todo la
ganadería y la agricultura. Se produjo pues una concentración de la propiedad rustica:
los latifundios, donde se transformaron en obreros urbanos asalariados a los
inmigrantes sometidos a la competencia servil.
Durante mucho tiempo, el Estado había utilizado de vez en cuando algunos trozos
para conceder lotes agrupados en una colonia o aislados, a ciudadanos romanos o a
aliados latinos: de esta forma se disminuía el proletariado de origen antiguo o reciente
y se volvía a crear una clase de cultivadores libres.
Usando su monopolio, decidió aun, a principios del siglo II, algunos repartos, en
especial la creación de una serie de colonias. Por último, se permitía ocupar el suelo
disponible mediante el pago de un canon anual, destinado a recordar la propiedad
eminente del Estado. Se fundaron sociedad de publicanos para practicar la ganadería
y grandes propietarios, empezando por los senadores, puesto que la inversión de sus
fortunas en las explotaciones rurales les permitía adquirir propiedades.
Así, en plena crisis, los campesinos libres no recibían ningún aporte compensador y,
las tierras del Estado, lejos de favorecer al mantenimiento del equilibrio social, se
sumaban a las posibilidades de extensión que los latifundios encontraban ya en la
evolución económica.
Desde la Antigüedad se advirtió el proceso de esta evolución, que dan cuenta de las
desigualdades en cuanto al reparto de las tierras. Es en este contexto que se dan una
serie de reformas que buscarían mejorar las condiciones de precariedad y pobreza de
los sectores más vulnerables. Se hizo asimismo sentir la influencia de las ideas
filantrópicas, incluso igualitarias, lanzadas por los pensadores helenísticos.
Aun así, ni al principio del movimiento ni más tarde, los reformadores no pensaron en
los provinciales, en cuya explotación y miseria se encontraba, sin embargo, el origen
de la ruina de los campesinos itálicos: fue Cayo Graco quien organizo, en provecho de
los publicanos, la percepción del tributo de las provincias de Asia. Al principio, no
pensaron en los itálicos no ciudadanos, a los que Roma recurría ampliamente para
formar sus ejércitos y que, sometidos como los ciudadanos a las consecuencias de la
ley agraria, estaban excluidos de los repartos de la tierra en ella previstos. Es verdad
que en este punto evolucionaron rápidamente, proponiendo en el año 125, una
solución que consistía en generalizar el derecho de ciudadanía a toda Italia, es decir
incluir a los itálicos en los beneficios de la ley.
Pese a ciertos logros, las reformas no pudieron funcionar a expensar de las grandes
oligarquías y los propietarios.
El proletariado urbano:
De esta forma se evidencia la importancia del ejercito para la restauración del orden, y
como el soldado era un elemento de gran importancia. La paz romana no apota solo a
la civilización del Alto Imperio Romano, sino que además mantiene un orden social,
que favorece también a las clases acomodadas. Absorbe en el ejercito ciertos
elementos aventureros de poblaciones rudas que hubieran podido convertirse en
elementos de desorden y que se enorgullecen de servir en el ejercito.
El ejercito imperial, en los siglo I y II, se constituye como el contorno del mundo
romano, un instrumente de romanización.