Está en la página 1de 11

Roma republicana

La República romana fue un periodo de la historia de Roma caracterizado por un


régimen republicano como forma de gobierno, que da comienzo en el 509 a. C. y
finaliza en el año 27 a. C., dando inicio a la etapa imperial romana.

Las Magistraturas, comicios y Asambleas:

Durante la republica romana, las magistraturas adquirieron gran relevancia y una


diversidad considerable.
Por un lado encontramos al dictador, un magistrado de excepción, escogido e
instituido por un cónsul, de hecho por invitación del Senado. Libre de toda vigilancia y
de todo veto, posee sobre los magistrados y los ciudadanos un poder absoluto. De
esta forma, tienen la autoridad plena para instaurar y legalizar tiranías establecidas por
las armas.
En el aspecto político de la Roma republicana destacan los sensores, que componen
al magistrado, cuya función se centra en organizar al pueblo, y reforzar las
necesidades militares de la ciudad. Con este fin efectúa el empadronamiento de las
personas y de los bienes; reparten los ciudadanos en clases y en centurias. Además,
fijan los impuestos y administran la hacienda pública.
El consulado, por su parte, está dotado de ciertas facultadas políticas y militares,
siendo durante el siglo II una de sus atribuciones más notorias, pasando gran parte del
tiempo en alguna provincia al frente del ejercito. Los cónsules habitan en Roma
durante el año de su mandato, ocupándose solo del gobierno civil. Después, durante
otro año, son encargados de una provincia, con el título de “procónsules”, hasta el
término legal de sus funciones.
Los pretores fueron, al inicio de la República, los principales magistrados. Pero la
creación de los cónsules los relego a un segundo plano. No obstante, continúan
recibiendo ciertas facultades. Dos de ellos están encargados de la jurisdicción civil,
interviniendo uno de ellos en el extranjero, y el pretor restante encargado de los
asuntos internos de Roma, y los procesos de los ciudadanos, siendo amparados con
atribuciones judiciales para desempeñar sus respectivas tareas.
Los sectores populares, compuestos por los plebeyos, velan por el orden y la
conservación de las calles y de los edificios públicos, así como por el
aprovisionamiento de los mercados. A estos les siguen, por último, los cuestores, los
cuales se limitan a asegurar la gestión material de las cajas públicas, unos en Roma
según las decisiones del Senado y los otros en las provincias o ejércitos.
La sociedad romana en la Republica se encontraba notablemente dividida, y las clases
sociales bien diferencias una de otra, con una fuerza notable de los sectores más
favorecidos, que ostentaba gran parte del poder. Frente a esta realidad, las Asambleas
del Pueblo buscaban expresar la voz de las mayorías, pero solo en apariencia, puesto
que limitaba de manera anormalmente grave la libertad de la elección reconocida en
principio a los electores, los ciudadanos, dejando gran parte de la soberanía al propio
Estado romano.
Se perciben diferencias notables entre las asambleas romanas y las griegas. Unas de
estas diferencias tiene el valor de un símbolo, y los romanos no dejaron de
comprender su importancia: en Grecia, los miembros de las asambleas populares se
reúnen sentados en las gradas; en Roma, de pie, en terreno llano, ante el presidente
situado en el estrado, el tribunal. Por su parte, el pueblo, en ambos casos, delibera
reunido, cumpliendo un deber y un derecho al mismo tiempo.
Otra diferencia que se evidencia es que en el interior de las asambleas populares de
las ciudades griegas, los votos se cuentan por cabeza y no por grupos. En Roma, la
regla siempre aplicada es la inversa, y cada grupo dispone de un sufragio que expresa
la opinión de la mayoría, componiendo la mayoría oficial de la asamblea. Esto se
explica por la concepción romana del Hombre, siendo que el Estado romano se
interesa menos por el individuo que en Grecia por el ciudadano individual,
encuadrando al mismo dentro de un grupo determinado, generando una voluntad
colectiva en la toma de decisiones, que domina todos los escenarios de la vida
romana.
En la práctica estas instituciones no dejan de ser complejas. Desde fines del siglo IV,
los comicios, es decir, las asambleas, están abiertos a todos los ciudadanos romanos
sin excepción. Pero habiéndose adoptado sucesivamente tres principios de
clasificación de los ciudadanos, su persistencia configura tres tipos de comicios.
Uno de estos tipos es el que corresponde a la repartición de los ciudadanos según su
dependencia hereditaria a las treinta “curias”. Los comicios curiados no se reúnen más
que por pura formula, con el fin de cumplir actos de carácter ritual.
Los comicios por tribus reúnen a los ciudadanos repartidos tanto en las zonas urbanas
como aquellas más privilegiadas, “rusticas”. Por otra parte, las tribus urbanas, mucho
más pobladas y contando con una fuerte proporción de pobres, se vuelven menos
honorables que las tribus rusticas.
Otro de repartición lleva a la asamblea “centuriada”. Se atribuía a la monarquía la
creación de las centurias, en relación con la organización del ejército: una subdivisión
del ejército se llama igualmente centuria. De hecho, la asamblea centuriada, es el
pueblo movilizado.
Esta estructura interna de los comicios por tribus, así como la de los comicios
centuriados, no satisface las exigencias de la democracia, tal como la aceptaron y
concibieron los ciudadanos atenienses en el siglo V.
Por indiscutible que sea esta verdad, existieron ciertos progresos.
Uno de los principales se refiere al papel desempeñado por los comicios por tribus, en
los que se gesto cierta actividad democrática, siendo asambleas de la plebe. Los
reunidos votaban los “decretos de la plebe” y debatían decisiones de importancia. Por
su parte, la asamblea centuriada no conserva otra competencia exclusiva que los
juicios de los procesos capitales, las declaraciones de guerra y las elecciones para las
magistraturas inferiores. No obstante se le someten la mayoría de los asuntos, en
especial los proyectos de ley.
Otros de los aspectos a rescatar, que significaron un progreso notable, es el ejercicio
del voto. Durante mucho tiempo, el ciudadano debió expresar su voto oralmente, lo
que solía disminuir su libertad real. La incorporación del voto escrito sobre una tabilla
individual en la urna revirtió de cierta forma esta problemática, siendo la condición
primera: el secreto, así el votante escapa a cualquier vigilancia o presión. Esta serie de
medidas demuestra una democratización interna de Roma, de la mano de las reformas
institucionales y la ampliación de ciertos derechos.
Estas transformaciones democráticas no son ajenas al funcionamiento de los
magistrados y las asambleas, que se vieron influenciadas por estas nuevas leyes
democratizadores.
La asamblea se reúne bajo la presidencia del magistrado que la ha convocado. El
pueblo no posee ningún medio de imponer su voluntad de reunirse, ningún derecho de
iniciativa ni enmienda al proyecto que se le somete. Si se trata de elecciones, nada
puede obligar al presidente a presentarle los nombres de todos los candidatos y solo
cuentan los sufragios expresados a favor de los que él ha presentado; todavía en
tiempos relativamente avanzados esto era una simple posibilidad teórica. Si las
elecciones no dan lugar a debate, un proyecto de ley provoca una o varias sesiones de
deliberación, en las cuales se expresa de manera oral. La última sesión se consagra
solo al voto, concebido como una respuesta por “si” o por “no” a la interrogación del
presidente sobre el conjunto de su texto o textos. Cuando se llega a la mayoría
absoluta cesan las operaciones de votación.
Por una parte, la organización y el funcionamiento de las asambleas populares reduce
muy poca cosa la influencia practica que pueden ejercer, en tiempo normal, las clases
bajes, allí como en todas partes, sin embargo, más numerosas que las clases ricas.
Por otra parte, la autoridad de la Asamblea en el Estado tiene al menos por igual a la
de los magistrados.

El Senado en la República:

La realidad aristocrática de la Roma republica se ve reforzada por un elemento de


gran poder que no tiene discusión, tanto en la constitución como en la vida política de
aquel tiempo: el Senado.
Opuesto completamente a la Asamblea, el senado se configura como un consejo de
magistrados, de ancianos, procedentes de las clases patricias, siendo una de las
diferencias más notables con la Asamblea, el carácter simbólico del mismo: los
senadores se reúnen sentados, ante un presidente que no dispone de ningún estrado.
A sus miembros se les llama también “padres”, es decir, que son a la vez patricios y
jefes de las principales familias de Roma.
Desde fines del siglo IV, los censores establecen cada cinco años la lista de los
senadores. Tienen el derecho de excluir a quien quieran de la antigua lista, pero no se
recurre a esta medida más que por graves consideraciones morales y, por tanto, rara
vez se recurre a este accionar. El senador ejerce su puesto, casi, de manera vitalicia.
Se eligen solo a los más dignos para incorporarse al Senado, así se llevan a cabo las
elecciones. Durante el siglo II se extiendo poco a poco a los magistrados inferiores,
cuyos titulares son en número suficiente para no tener que recurrir a los simples
ciudadanos, así como también, se rebaja el índice de edad de los senadores.
Estas nuevas medidas no dificultan ni perjudican al Senado. Anteriormente designaba
la minoría selecta del pueblo, distinguida por su nacimiento, su riqueza, su edad, su
experiencia, todos ellos elementos constitutivos de la consideración social. El Senado
reúne todos los grandes nombres, todos aquellos miembros de las grandes familias,
encarnando las tradiciones romanas y asegurando su continuidad y su destino.
El Senado es algo distinto del “consejo” de las ciudades democráticas griegas, pero
esto no quita que sus miembros no ejerzan su derecho de expresión. Cuando el
presidente pide la opinión de sus miembros, cada uno de estos disfruta de una entera
libertad de palabra. Tiene el derecho de hablar durante horas, y sugerir cambios sobre
determinado procedimiento, siendo el presidente quien decide aprobarlo o no.
Finalmente, como en la Asamblea, es el presidente quien define el objeto del voto. El
voto es individual y, en caso de duda, se recurre a un recuento riguroso de los
mismos.
Los poderes del Senado se extienden a dominios muy variados, en virtud de
costumbres que tomaron fuerza de ley y que solo mediante una ley pueden
modificarse. Deben designar que provincias serán confiadas a los cónsules y a los
pretores del año, que otras quedaran en manos de los que gobernaron el año presente
y cuales serán “prorrogados” en su gobierno según los sentimientos que siente
respecto a ellos, a los diversos interesados. Del mismo modo que recibe las
embajadas extranjeras y les da respuesta, designa y da instrucciones a las embajadas
romanas; por lo tanto el clima de paz o guerra dependerá exclusivamente de la
palabra del Senado.
En tiempo normal es el Senado quien vela por el cumplimiento de las ceremonias y de
los ritos, quien decide las fiestas y fija su presupuesto, quien autoriza o condena el
culto a las nuevas divinidades, etc.
Lo demás es administración material, que consiste en la gestión de bienes de la
ciudad: creación de colonias que lleva consigo la donación de lotes de tierra tomadas
del dominio público, las emisiones monetarias, entre otras funciones.
Hasta el final de la Republica ninguno de estos poderes es discutido. Los peores
enemigos del Senado se limitan a negar que tenga el monopolio del poder y que la
asamblea popular, soberana, no pueda restringirlo. Sin embargo, con la crisis de la
Republica, la situación dará un nuevo giro, que marcara duramente al Senado, a
través de la imposición de medidas que suspenden la legalidad, anulando y
suprimiendo las Asambleas y demás órganos de gobierno.
Empezando el siglo III, hasta los tres primeros años cuartos del siglo II, alcanza su
perfección, llegando al régimen señorial. En el curso de este periodo, la
preponderancia del Senado tenía otra causa que la estructura de las instituciones y la
habilidad de uno de los órganos en hacerlas juzgar a su favor. El régimen señorial
daba el poder a una clase cuya existencia de hecho, sin presentar todavía ningún
carácter oficial, expresaba una comunidad de intereses. No obstante, conviene señalar
desde ahora que los senadores eran entonces los ciudadanos más ricos y los mayores
propietarios rústicos, capaces de dominar elecciones, eran la “nobleza” señorial,
equivalente de una casta y las magistraturas su monopolio.

Las Provincias:

Las guerras civiles y la crisis desatada en los últimos tiempos de la República romana
genero una serie de cambios en las viejas estructuras de Poder, con una clase popular
en gran crecimiento.
Las funciones tales como la vigilancia del comportamiento de las colectividades
locales, continuaban siendo prioridad del Senado y los magistrados durante la crisis
republicana. Pero a partir de mediados del siglo III, Roma conquisto y conservo
territorios ultramarinos y le fue necesario organizar un nuevo sistema de control,
puesto que se había extendido enormemente, es así que estos territorios se
convirtieron en “provincias”. El hombre que recibía una provincia del pueblo romano
obtenía delegación sobre ella de todos los poderes de este y poseía, además, el
poderío militar de las mismas.
Este régimen sometía la provincia a frecuentes cambios de gobernador: en principio y,
frecuentemente en la práctica, cada año, si el magistrado no era “prorrogado” en su
función. El territorio quedaba sometido arbitrariamente, a causa de los poderes
considerables que le daba el derecho creado por la victoria. El gobernador tenía las
manos libres para someter a los provinciales a sus exigencias aunque fuesen ilegales,
sin hablar de ciertas facultades que le ofrecían algunos usos como el agio sobre la
tasa de trigo, diferente en la compra y en la venta, o como la obligación para la
provincia de proveer a su manutención y a la de sus oficiales y servidumbre.
Las provincias estaban también organizadas en función de las haciendas y el tesoro y
cobros de impuesto, siendo los arrendadores los encargados de dicha organización.
Se entregaba en manos de arrendadores de los impuestos, casi siempre sociedades
de publicanos, poderosas empresas que llegaban a imponerse a los gobernadores en
principio encargados de controlar su acción. Los gobernadores dependían de ellas en
muchas formas, desde el alboroque puro y simple hasta el chantaje más o menos
matizado.
Las provincias estaban sometidas a una explotación casi ilimitada. Incluso, cuando se
combinaba con una verdadera guerra, un gobierno provincial, obtenido en ocasión de
la pretura d del consulado, se convirtió en un medio normal de rehacer una fortuna
quebrantada, o destruida, por el luja de la vida en Roma o por los gastos electorales.
Además, las provincias sufrían la invasión de los negociadores de clase media,
mientras que los agentes de los publicanos practicaban, en particular en las
comunidades, el préstamo de dinero con tasas usurarias y más.
Tal era, desde fines del siglo II, y tal continuo siendo hasta el Imperio el régimen de las
provincias romanas. En cambio provincias aisladas, cada una con su gobernador,
monarca al mismo tiempo absoluto y efímero. Territorio que, según la ocasión,
proporcionaban dinero y servían de base a sus dueños en sus alzamientos contra el
gobierno central. Países saqueados en el momento de la conquista y, aun después de
ella, explotados sin compasión en provecho menos de la colectividad que los
ciudadanos ricos.
Ciertamente, al morir, la República dejaba mucho trabajo al régimen que iba a recoger
su sucesión.

Las clases sociales:

La clase dirigente:

Ciertamente, la Roma primitiva, era una ciudad de campesinos, ganaderos y


agricultores. Y la vida simple que practica el proletariado en los campos, velando por
su rebaño y poniendo su mano en el arado, continuo siendo una especie de ideal
nacional; muchas veces, mero tópicos. Desde muy pronto, y al lado de los rurales, no
se puede descuidar a los habitantes de la ciudad, trabajadores también, pero viven
otra vida.
El patriciado aparece como una aristocracia de propietarios rurales, y la plebe como
mucho mas mezclada: propietarios pequeños y medianos junto con artesanos y
comerciantes.
Los patricios eran los únicos que estaban organizados en grandes familias, las gestes,
cuyos miembros llevaban su nombre, lo que imponía el empleo de prenombres o bien
de sobrenombres. Las gentes poseían sus tradiciones, usos y cultos propios, sus
propiedades, sino colectivas, al menos adyacentes y sin duda sometidas a un
privilegio comparable al retracto familiar. Entre ellos los había libertos, esclavos que
buscaban protección jurídica, aunque nadie poseía muchos esclavos. Por ello la mayor
parte eran hombres, a veces campesinos, que, por causas de todo orden, en su mayor
parte económicas, se colocaban bajo la protección jurídica y material de un poderoso,
su patrón, adquiriendo a cambio la obligación de seguirlo con fidelidad y de sostenerlo
incluso con su dinero en algunos casos. No obstante, muchos libertos rompían estos
lazos para sumarse a las filas de la plebe.
Se comprende fácilmente que, sumado al papel militar que su riqueza y su educación
les hacían desempeñar, esta acción sobre los miembros de las clases inferiores valió a
los patricios el monopolio del poder político, asociado al monopolio de los auspicios.
Los patricios rehusaron reconocer durante mucho tiempo la validez de los matrimonios
mixtos, mientras que admitían sin dificultad, en un plano de entera igualdad con ellos a
nobles familias originarias de las regiones de Italia incorporadas al territorio romano.
La plebe, en particular, ignoraba las gentes: en ella aparecieron de manera muy lenta,
por imitación deliberada, pero vacías de significado.
Larga y a veces difícil, esta lucha llevo a la conquista progresiva de la igualdad civil,
social y política, que tuvo por inevitable consecuencia la decadencia del orden
privilegiado.
Los patricios conservaron el monopolio de unas pocas funciones sacerdotales cuyo
carácter religioso era muy acentuado, como la del interrey. Tampoco perdieron cierta
preeminencia moral, que es difícil medir y definir: los romanos tenían el respeto de la
jerarquía apoyada en la tradición. Los plebeyos se hicieron reconocer hacia la mitad
del siglo III el derecho de ocupar los dos al mismo tiempo.
La frecuencia de los matrimonios mixtos, el relajamiento de los vínculos de clientela y
la extensión de esta institución, la fragmentación de las propiedades rusticas de las
gentes y el enriquecimiento de otros elementos sociales. Se estaba conformando otra
aristocracia que se designaba con el nombre de “nobleza”, por tanto comprendía a la
vez familias plebeyas y familias patricias.
Sin disfrutar todavía un reconocimiento oficial por parte del Estado, la nobleza se
aprovechaba de costumbres bien ancladas en la tradición, para distinguirse de las
otras clases sociales. Había perdido el monopolio del anillo de oro, extendido a los
caballeros antes de serlo a todos los ciudadanos.
De esta forma, la aristocracia de los últimos siglos de la Republica estaba provista con
abundancia de privilegios tanto sustanciales como honoríficos.
Dentro de esta clase privilegia, los senadores eran pues gente rica, normalmente los
más ricos entre todos los romanos, y de una riqueza estabilizada en bienes rústicos
porque cualquier otro empleo de su capital les estaba prohibido.
Encontramos también a los caballeros. Estos caballeros se distinguían de los otros
ciudadanos: una costumbre admitida desde el siglo III, les autorizaba a llevar el anillo
de oro. A diferencia de los senadores, podían emplear como querían sus capitales y,
excluidos de las magistraturas, se convirtieron en los banqueros de Roma.
Senadores y caballeros formaban la minoría distinguida de la sociedad romana, a la
que, de manera directa o indirecta, pertenecía el poder. Algunos, sobre todo entre los
senadores llegan a amasar enormes fortunas, algo muy propio de la sociedad romana.

Las sociedades de publicanos:

Los publicanos eran aquellos que, dentro de los negociadores, se ocupaban de los
asuntos financieros del Estado, los que se hacen arrebatadores de este, para percibir
sus ingresos monetarios, explotar sus dominios, ejecutar sus trabajos, proveer al
abastecimiento de los ejércitos, etc. De hecho, el nombre se aplica a los grandes
arrendadores, que deben poner en marcha toda una organización de auxiliares y hacer
avances importantes sobre los cobros a efectuar, puesto que eran especialistas en
ello. Los publicanos pertenecían a las familias de caballeros, gran parte procedentes
de esta clase, siendo los miembros más ricos.
La acción de los negociadores y publicanos se suma a la del Estado para hacer afluir
hacia Italia masas considerables de metales preciosos. Desde mediados del siglo II,
por un movimiento de sentido único sin contrapartida seria y de aceleración incesante,
la península itálica rebosa de capitales, mientras que las demás regiones del mundo
mediterráneo se empobrecen en su provecho.

Los esclavos (y las guerras serviles):

Las guerras victoriosas y el enriquecimiento consecutivo habían llevado a Italia a


innumerables esclavos. Siempre los hubo: Después de Cannas, Roma pudo organizar
dos legiones serviles. El derecho de guerra, aplicado por todos los beligerantes
alimentaba el mercado, al que se lanzaban los prisioneros hechos en el campo de
batalla y con frecuencia incluso toda la población superviviente de las ciudades
saqueadas. Junto a esta fuente de abastecimiento, las demás, piratería, servidumbre
por deudas y exportaciones de los países barbaros, contaban poco. Mientras Roma
estaba en guerra, el aprovisionamiento no ofrecía dificultad. A Italia, desde ese
momento el más rico de los países mediterráneos, afluían la mayoría de los esclavos,
o al menos los mejores, por su robustez, inteligencia o belleza.
Entre ellos había de todo, y se los utilizo para todas las necesidades. Hubo esclavos
de lujo que no servían más que para el placer y la ostentación del amo; otro, sirvientes
bien aleccionados, otros, literatos, secretarios u hombres de confianza; otros; obreros
expertos; etc. En su mayor parte se trataba de griegos y, más ampliamente, de
orientales, de espíritu y dedos agiles.
Hubo obreros utilizados por propietarios de pequeñas empresas. En especial en las
ciudades, cuando conocían bien su oficio, permitirles que lo ejercieran por su cuenta
contra el pago de un censo era más provechoso, hasta el punto de que el régimen
griego del esclavo pequeño artesano o tendero “que vive a parte” se extendió en
Roma. Estos antiguos esclavos se enraizaban así en las poblaciones urbanas y
ejercieron una influencia profunda en las costumbres de estas.
Los gladiadores eran esclavos muy especiales, que cumplían el rol de entretener al
pueblo. Por otro lado, los obreros de las grandes empresas, obras públicas y minas,
que vivían en condiciones de miseria. Por último los esclavos rurales, que
seguramente formaban un número mayor de esclavos. La mayor parte de los esclavos
rurales debían de ser pastores, porque el cuidado de rebaños es casi la única
ocupación permanente para un hombre de campo.
Las condiciones de opresión por parte de los patrones, condujo a una serie de
enfrentamientos entre dos bandos bien diferenciados, aquellos procedentes de los
sectores populares, y las clases más privilegiadas, dando lugar a las Guerra Serviles,
grandes sublevaciones, que requirieron de verdaderas operaciones militares.
Las dos primeras guerras serviles estallaron en Sicilia, con jefes y tropas de origen
oriental; el contagio no se extendió entonces más que a algunos puntos de la Italia
meridional. La isla sufrió mucho con estas revueltas y su correspondiente represión.
Siendo en el siglo I, notable su decadencia agrícola producto de la guerra.
La tercera guerra aun es mas celebre: es la que hizo estallar, en Italia, a Espartaco.
Primero, en el año 73, arrastro a la acción a sus compañeros de una escuela de
gladiadores generando gran revuelo, generando guerras civiles, desencadenantes de
la desaparición de la republica.
Lo más verosímil es que las guerras civiles proporcionaran múltiples posibilidades a
los elementos más aventureros y violentos.
Con la llega del Imperio, el numero de esclavo sufrió una disminución progresiva,
como consecuencia del fin de la política belicosa, como por la decadencia de Italia.

Los campesinos libres (y el movimiento reformador):

El aumento de la mano de obra servil, correlativo a las grandes conquistas del siglo II,
no podían tener más que desastrosas consecuencias sobre la suerte material de los
hombres libres que vivían de su trabajo. Todos lo que a ellos afectaba ponía, pues, en
peligro el Estado tradicional.
La competencia de los esclavos no fue la única ni el principal de las causas de la
crisis, puesto que perjudicaban ante todo a los trabajadores libres que se alquilaban
como braceros. No obstante, de manera indirecta, al facilitar la explotación de los
grandes dominios, perjudico a los pequeños. Las guerras ejercieron también una
influencia peligrosa. Durante los quince años que Aníbal se mantuvo en Italia, los
ejércitos asolaron los campos. La imposibilidad de subsistir en que se encontraron los
cosecheros itálicos vendiendo los cereales a los bajos precios impuestos por las
importaciones y la necesidad de entregarse a otras actividades, sobre todo la
ganadería y la agricultura. Se produjo pues una concentración de la propiedad rustica:
los latifundios, donde se transformaron en obreros urbanos asalariados a los
inmigrantes sometidos a la competencia servil.
Durante mucho tiempo, el Estado había utilizado de vez en cuando algunos trozos
para conceder lotes agrupados en una colonia o aislados, a ciudadanos romanos o a
aliados latinos: de esta forma se disminuía el proletariado de origen antiguo o reciente
y se volvía a crear una clase de cultivadores libres.
Usando su monopolio, decidió aun, a principios del siglo II, algunos repartos, en
especial la creación de una serie de colonias. Por último, se permitía ocupar el suelo
disponible mediante el pago de un canon anual, destinado a recordar la propiedad
eminente del Estado. Se fundaron sociedad de publicanos para practicar la ganadería
y grandes propietarios, empezando por los senadores, puesto que la inversión de sus
fortunas en las explotaciones rurales les permitía adquirir propiedades.
Así, en plena crisis, los campesinos libres no recibían ningún aporte compensador y,
las tierras del Estado, lejos de favorecer al mantenimiento del equilibrio social, se
sumaban a las posibilidades de extensión que los latifundios encontraban ya en la
evolución económica.
Desde la Antigüedad se advirtió el proceso de esta evolución, que dan cuenta de las
desigualdades en cuanto al reparto de las tierras. Es en este contexto que se dan una
serie de reformas que buscarían mejorar las condiciones de precariedad y pobreza de
los sectores más vulnerables. Se hizo asimismo sentir la influencia de las ideas
filantrópicas, incluso igualitarias, lanzadas por los pensadores helenísticos.
Aun así, ni al principio del movimiento ni más tarde, los reformadores no pensaron en
los provinciales, en cuya explotación y miseria se encontraba, sin embargo, el origen
de la ruina de los campesinos itálicos: fue Cayo Graco quien organizo, en provecho de
los publicanos, la percepción del tributo de las provincias de Asia. Al principio, no
pensaron en los itálicos no ciudadanos, a los que Roma recurría ampliamente para
formar sus ejércitos y que, sometidos como los ciudadanos a las consecuencias de la
ley agraria, estaban excluidos de los repartos de la tierra en ella previstos. Es verdad
que en este punto evolucionaron rápidamente, proponiendo en el año 125, una
solución que consistía en generalizar el derecho de ciudadanía a toda Italia, es decir
incluir a los itálicos en los beneficios de la ley.
Pese a ciertos logros, las reformas no pudieron funcionar a expensar de las grandes
oligarquías y los propietarios.

El proletariado urbano:

Los primeros reformadores habían querido disminuir la masa de ciudadanos pobres.


Entre los fines que se habían propuesto los iniciadores de la reforma agraria, uno al
menos no fue alcanzado. Desearon disminuir, incorporándolo al libre trabajo de
campo, el proletariado que se amontonaba en Roma y que se pervertía. Pues bien,
sus efectivos, lejos de disminuir, continuaron aumentando.
Por ser Roma la única ciudad digna de este nombre en Italia, el único proletariado
urbano de alguna importancia numérica era el suyo. Hubiese sido mucho para poblar
muchas ciudades.
El proletariado no debía su multiplicación a la fuerte natalidad. Como los griegos, los
padres de familia romanos tenían el derecho de no “criar” a sus hijos, es decir, de
abandonar en la calle a los recién nacidos; pero este uso, en general, estaba menos
extendido que entre los griegos. Pero la mortalidad infantil era una plaga.
Excluida así la euforia demográfica, hay que señalar que el aumento de la población
urbana procedía de la inmigración y las causas de esta no tienen nada de misterioso:
acrecentamiento del papel político y económico de la Ciudad y el éxodo rural, cansado
de los bajos salarios y la explotación.
Se trataba mayoritariamente de hombre libres quienes habitaban las ciudades, pero
los elementos verdaderamente heterogéneos y algo numerosos eran proporcionados
por los esclavos, quienes otorgaban un componente cultural interesante y viceversa.
Es lógico que, en una ciudad tan poblada, los matices sociales y los niveles de la vida
material debieran presentar muchas variedades. Este proletariado urbano incluyo
trabajadores entusiastas y honrados; las posibilidades de trabajo no faltaban. Algunos
por su destreza y su constancia en el trabajo alcanzaban un estado acomodado y
llegaban hasta fundirse con la clase rica. Por su parte, el proletariado ocioso de la
Ciudad se acrecienta de continuo, con posibilidades teóricamente ilimitadas mientras
los que lo hacen vivir se encuentran en disposición de soportar peso.
En este contexto de fuerte crecimiento poblacional de las ciudades, el proletariado de
las mismas encontró espacios de distención en los espectáculos que florecían, tales
como los combates de gladiadores, los juegos y el origen de los triunfos. Ociosa, la
masa de los ciudadanos se aburre y no se trata más que de divertirla. Se realiza un
esfuerzo para multiplicar sus distracciones y, para luchar contra el tedio con su
variedad y novedad. Se diversifica y se enriquece su programa: a las procesiones, a
los ejercicios deportivos y a las carreras se añaden las danzas escenificadas, las
representaciones teatrales, las exhibiciones y matanza de animales exóticos. Ya, hacia
fines del siglo II, este tipo de espectáculos estaban ampliamente difundidos. De los
mismos se sirven no solo los proletarios, sino también los propios políticos y clases
rusticas.
Sin embargo, la desigualdad en crecimiento, el amontonamiento en las ciudades, los
alquileres elevados, la privación de las comodidades y demás necesidades
elementales, será motivo de un descontento social notable, que tendrá como
consecuencia la gran guerra civil. Es aquí cuando los tribunos de la plebe aprovechan
y establecen una moratoria para cancelar las deudas del proletario y su abolición

La caída de la Republica, trae consigo el Alto Imperio Romano (siglos I y II).


El nuevo régimen entendía que era preciso restaurar la paz luego de las guerras
civiles, que habían confrontado a las elites romanas con los sectores populares. Se la
designo con el nombre de “paz romana”.
Para establecerla, Octavio Augusto aprovecho el cansancio general al cabo de una
crisis tan larga. Pero la explotación de ese sentimiento pasajero no bastaba para una
creación estable.
Para establecerla, asimismo, asigno conscientemente a Roma el papel de educadora.
La paz romana era naturalmente una paz que protegía la civilización proclamada por
Roma, es decir, a sus ojos, una civilización superior, e incluso, simplemente, la
civilización. Por tanto especulo, a veces con éxito, con la atracción de los valores
materiales y morales que ella representaba. Este programa legado por Cesar a su
heredero, este lo adopto, pero con mucha más prudencia, en apariencia tímida, de
hecho simplemente menos rápida y por consiguiente mas segura.
Esta concepción de la paz obtenida, en el interior del Imperio y en las fronteras, por la
atracción que podría ejercer un ideal de civilización, acaso parezca ingenuamente
optimista. Pero, recién terminadas las guerras civiles, nadie ignoraba que los
conciudadanos son capaces de estrangularse entre sí con más ardor que con los
extranjeros. Augusto no se dejo deslumbrar y su realismo le hizo buscar al mismo
tiempo otras seguridades. La certeza de que un amo era necesario par Roma y a su
Imperio. De hecho, solo la concentración de la autoridad político y militar podía imitar
los efectos desastrosos de la competencia de los ambiciosos. Era necesario un
emperador para imponerse a las facciones, a los gobernadores de provincias, a los
jefes de ejército y a los hombres de dinero. La paz interna tenia este precio.
Aleccionados por excelencia, muchos lo encontraron razonable e incluso ventajoso.
La paz romana organizada por Augusto y mantenida durante dos siglos por sus
sucesores, no fue una paz débil o floja. “Romana” lo fu sin duda, por haberla
concebido Roma a su manera, y porque impuesta y vigilada por Roma, era necesario
establecerla a la fuerza.
Es verdad que la paz casi no fue alterada en el último siglo de la Republica, por
levantamientos de súbditos provinciales.
La solución adoptada no consistió casi nunca en instalar de manera fija tropas de
ocupación en las provincias. Los emperadores desplegaron muy poco sus fuerzas,
para evitar el tener que servirse sobre ellas. Contaron en particular con las tropas
ocupando las fronteras y aptas para caer en el interior del país, si se las precisaba.
Si la paz interna no fue absoluta, mucho menos lo fue la paz exterior. Existía en Roma,
cerca del Foro, un templo de Jano Quirino cuyas puertas permanecían abiertas
mientras el Estado se encontraba oficialmente en guerra. El imperio romano sostuvo,
pues, numerosas guerras y de toda clase, en gran parte, por la expansión y
adquisición de mayor territorio.
El ejército imperial significo una garantía para sostener la paz en la que se baso la
civilización de esos dos siglos. Era necesario un ejército profesional, apto a un tiempo
para las fastidiosas esperas y para los rudos combates sin preparativos prolongados:
no podía componerse mas que de voluntarios, duchos en las técnicas de su oficio a
merced de su aislamiento a largo plazo.
Las provincias donde se estacionaban de manera duradera las tropas debían ser
respetadas: era necesario terminar con las exacciones animadas o toleradas por una
disciplina complaciente. Para mantener al ejército, los incentivos traducían en gastos
del Estado y se sumaba a los que debía asumir para alimentar bien y equipar
correctamente las tropas. Era indiscutibles que todo el ejercito tenia que depender del
emperador: existía emperador porque existía un ejército permanente y porque este
dependía solo de el. Sin embargo, extendido a lo largo de las fronteras, este ejército
se componía en realidad de varios ejércitos, cada uno de las cuales necesitaba de un
jefe.
Es indudable que el aumento de efectivos impuso recurrir a otras clases sociales: poco
numerosos, los miembros del orden senatorial perdieron su monopolio y se asistió al
ascenso de caballeros e incluso de oficiales subalternos surgidos de las filas de
soldados.
Las legiones de soldados crecieron notablemente. A la muerte de Augusto, su número
creció moderadamente, pues muchas que se crearon quedaron compensadas por
destrucción en las guerras o por disoluciones en ocasión de sublevaciones.
Para mantener su territorio al abrigo de los ataques y en los posible de la amenaza de
los barbaros, el Imperio se esfuerza en facilitar a los soldados su vigilancia incesante y
su resistencia eventual. Pero esta seguridad ya no era suficiente. En el siglo II se
construye o prepara, una frontera artificial, el limes.
El tipo perfecto de limes es el atrincheramiento, con fosos, taludes, empalizadas,
muros, torres de vigilancia y fortines que, con frecuencia indiferente al relieve, impone
a la naturaleza la ley del ingeniero.
La fuerza principal del sistema defensivo proviene de la vigilancia ejercida sobre los
puntos de agua, gracias a fortines, y de la organización, con excavación de pozos,
apertura de sisternas de irrigación y roturación del suelo, de una zona de vida
sedentaria cuyos habitantes agricultores cooperan con el ejercito para enfrentarse con
las invasiones.

La vida de los soldados:

Militarmente el soldado es bueno, es un profesional. Bien equipado y alimentado por la


intendencia, sintiéndose respaldado por excelentes servicios técnicos, artillería y
cuerpo de ingenieros, el soldado se vincula a un oficio que conoce bien y que tiene
tiempo de aprender.
Para evitar que queden inactivos los hombres disponibles, se les emplea en trabajos
de interés publico: mejoras en el limes, construcción y reparación de calzadas y de
puentes, de murallas de ciudades, de edificios administrativos, santuarios, acuaductos,
ect.
Se construye una aglomeración de viviendas ligeras, y poco a poco se transforma en
verdadera ciudad: Estrasburgo. La familia del soldado encuentra pues en la
proximidad de su cabeza las facilidades necesarias para su existencia material. Su
explotación facilita el aprovisionamiento; su población, el reclutamiento que se efectua
con predilección entre los mismos soldados y veteranos. Estos se posicionan en las
cercanías, dotados de tierras, con mas facilidad que en las antiguas provincias, y con
resguardo, de la mano de los combatientes.

De esta forma se evidencia la importancia del ejercito para la restauración del orden, y
como el soldado era un elemento de gran importancia. La paz romana no apota solo a
la civilización del Alto Imperio Romano, sino que además mantiene un orden social,
que favorece también a las clases acomodadas. Absorbe en el ejercito ciertos
elementos aventureros de poblaciones rudas que hubieran podido convertirse en
elementos de desorden y que se enorgullecen de servir en el ejercito.
El ejercito imperial, en los siglo I y II, se constituye como el contorno del mundo
romano, un instrumente de romanización.

También podría gustarte