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L. COLOMER, PALOMA GONZALEZ MARCEN,
SANDRA MONTON y MARINA PICAZO (comp.)

ARQUEOLOGLA’ Y TEORIA’
FEMINISTA
ESTUDIOS SOBRE MUJERES
Y CULTURA MATERIAL
EN ARQUEOLOGIA’

I Icaria g Antrazyt
MUJERES', VOCES Y PROPUESTAS .
ESP: libro ha sido publicado gracias a la ayuda dcl lnstituro dc la Mujcr.
INDICE

3.?5:‘ip -
“WWW—5")“.
Introduccién, Laid Colomer, Paloma Gonza’lez
Discfio dc la colcccién: Joscp Baga‘
Forografi'a dc la cubicrra: Estatuilla fcmcnina dc rcmcora sobrc Avcburi
Marcén, Sandra Montdn y Marina Pz'cazo 7
Traduccio’n dc: Paloma Gonzalez Marcén, Sandra Montén, Marina Picazo y Margarita La interaccién entre las limitaciones
Fomer.
de la evidencia y los intereses politicos:
© Laia Colomcr, Paloma Gonzalez Martin, Sandra Monton, Marina Pimzo. Alison investigaciones recientes sobre el género,
Wylic, Erilu Engelsrad, Ruth Tringham (Blackwell), Linda Manzanilla, Rita P. Wright,
Prudence Rice, Jana! D. Specter (Blackwell). Marcia Anne Dobrcs, Margaret Coany Alison leie 25
y Ruth E. Tn'ngham, Sian Jones y Sharon Pay (Routlcdgc), Joan Gem, Elisabeth
Arwill-Nordbladh.
II. Ima’genes dc poder y contradiccién:
© dc csta cdicio’n teorl’a feminista y arqueologl’a
Icaria editorial. s.a.
Ausihs Marc, 16, 3.“ 2.‘ / 08010 Barcelona postprocesual, Erika Engelstad 69
c-mail:imn'acp@tcrrabir.icrnet.cs
www.icariacditor1al‘.com
III. Casas con caras: el reto del género
Pn'mera cdicién: 1999 en los restos arquitecténicos prehistéricos,
ISBN: 84-7426452—9 Rut/J Trz'ng/mm 97
Dcpésiro legal: 847447-1999

Fotocomposicién: Text Grafic


IV. Grupos corporativos y actividades domésticas
en Teotihuacan, Linda Manzam'lla 141
lmprcso por Romanyh/Valls, SA.
Verdagucr I, Capelladcs (Barcelona)
Tecnologia, ge’ncro y clase: mundos
Todos los libros dc la colcccién Anrrazyr estin imprcsos en papcl rcciclado
de diferencia en Mesopotamia durante
Impmo m Epafia. Prnhibzda' la rrpraductia'n total a pama'l el perl’odo dc Ur III, Rita P. Wrzg'ht 173
#—

V1. Mujeres y produccién cerémica


en la prehistoria, Prudence Rice 215
INTRODUCCION
Laia Colomer, Paloma Gonzélez Marcén, Sandra Montén
VII. ('Qué significa este punzo’n?: Hacia
y Marina Picazo
una arqueologfa feminista,
fanet D. Spector 233
VIII. Hacia una nueva interpretacién
de las figurillas de venus: un andlisis
feminista, Marcia-Anne Dobres 257
Cultivar el pensamiento para desafiar
Una mirada difercntc en la investigacién arqueolégica
a la autoridad: algunos experimentos
de pedagogfa feminista en arqueologfa, Quizés la forma més conveniente de comenzar sea enunciar, ni que
sea de una forma muy breve, qué es lo que estudiamos las muje—
Margaret W. Conkey y res que nos dedicamos a la arqueologfa. No encontramos voces ni
Ruth E. Tringham 289 retratos sino materializaciones de acciones humanas, pasadas por
el tamiz de largos y complejos procesos geolégicos y biolégicos que
El legado de eva, Sz‘an fone: han transcurrido a lo largo de decenas, centenares 0 miles de si—
y Sharon Pay 323 glos. El acercamiento a esas acciones humanas del pasado impli-
ca, por tanto, dos pasos. El primero de ellos consiste en el largq y
Sociopoh’tica y la ideologia de meticuloso proceso de reconstruir, a partir de los restos materia-
lamujer—en—casa, foan Gero 341 les, la organizacién y las caracteri’sticas de aquellas acciones hu—
manas; el segundo paso exige otorgarles significacién histérica.
XII. Oscar Montelius y la liberacio’n La gran paradoja y, al tiempo, el potencial distintivo de la ar-
de las mujeres. Un ejemplo de arqueologfa, queologfa para los estudios sociales reside en que la significacién
histérica otorgada habitualmente a los restos arqueolégicos niega
ideologfa y el primer movimiento de mujeres ‘ la interpretacio’n de las acciones humanas materializadas como sin—
suecas, Elisabet/7 Arwz'll—Nora’blad/y 357 tesis de realidades pasadas y 3610 legaliza como discurso histérico
aquellas interpretaciones en las que las acciones humanas mate—
Titulos originales 375 rializadas son identificadas con entidades histéricas abstractas (so—
ciedades, sisremas, estructuras). Los patrones generalizadores son,
de hecho, la estrategia metodolégica fundacional de la investiga-
cio’n arqueolégica; rodo aquel procedimiento que se aleja de ellos
es relegado a la categorfa de coleccionismo o anecdotario. Sm' em—
bargo, su potencial real reside precisamente en lo negado: qué mejor
via para acercarnos a la Vida de los seres humanos que la de obser—
_—T—____7—

m e! resulmdo dc ms accmncs. w: gestos. sus decisions 0 . I arquco'to


m . .
Pun: locusupo. Cicrro Inc u. y domim Ia. [Coria yI la préctica génc
cs lquc en arquxologl'a crecmos ' h dominado por cl
pcnsamicmos. pcro es una crccncia par ' Ino u :- lugar, la aparicxén dcl mtcrés crec—
“is y
Ivolg‘I'mcaosqyuccnascgundo En cstc marnarcocs trd00"tidcon(10:50:!th{1135
errénca. yauque conoccmos anunos dc c1105: los quc s cm with" y chinismo en la disciplina. dc dcsarro 16 '0 OS 0P:fa mimda by
ton en deer-stones dc accidn sobrr cl cntorno Hsic mos quc 5: dan posibilidadcs
no; han licsado una hudla rcmota.
c commie-
los conjunros a'rquco glc aid; 3 [as mujcrcs
o y dc los quc dc intcrprctacion de cmmda 3
Ya hate algunos aflos quc 1.1 an ucolo I catcgorias quc permitan .dar cnrr damos
sada en nucvas
material y, a] (tempo,
nleocsidad dc rcntabilizar. dcsdc clqpunrogclai:vscishma hhcurCChi'o 'eco dc
‘3 en el cstudio dc la cultura
pamoular carictcr dc la cuvlrura material dc! pasado C5 [c ' ' ' adores.
anCStlg “mos quc un
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en sum, nosotras como mu]crcs cr mu’ms ban
calidad y, como orras colcgas,
dc ammonia dirccro dc la accion human :1 en todos ’ los En cs: cammo' estamos
quc otras )
dc las diversas siruacioncs historicas. En csrc contexto émbiros cs rcconoccr y dar a conoccr lo to
primer paso
se han gc- Pdor csa radfazén, cnmlcsfltcnposafsélyocpnarcsatcpmmfocsmiconna:’
nlcrado roda una scric dc aproximacioncs quc pretend pcnsado y dcfcndido. '
y p .a scr
discus-so mfis «humanizado- dc la cvidcncia arr'pnrolée'n crcfmos uc tcm'a scnu o
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oponga a los proyccros generalizadorcs dcl positivismoglcca lcs dc [aququcologfbm sino, cspcécxa'lmtcncstca,dposaraenlcaslpqcuréshonaccas
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quc SC ' res hom res, uc est n
to: oomo la -acc16n social. las redcs sociales o [as td:“mstmbaluo:
expcr' o'nccp- la trad'uccién dc unadsclrrc
vrda 0 dc] sujcto sc han convertido cn rérminos tnécrsicom,pu’ocncray su disposiciqon .cn alEsgunos cl os imam
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currentcs en la literatura arqueologica. cspecialmcnrc la rccicntcs quc han tenido importancxa ta dcs 2 pr . Pcn‘
csitc llbro.
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Los autor‘cs quc rcivindican un discurso arqueoiégiconfismglosabilomi proponcmos en las scccioncs dc c esrbctlpo. rear
en un libro. artfculos
to quc pcrmlca introducir esc tipo dc tcmas sc han ins quc sc traduccn y compilan [111' a c e
' d"!l cr- cstos trab‘ajos-puede contn
dwcrsasfilentcs pero, en general, han icfdo poco o samos quc la publicacion dc sobre estobsétcmas esl
.rcconoado poco a las tcéricas fcminiscas quc, dcsd,c
a] mcpnua ohcn um clima propicio para quc la 1nvcst1gac1én Tiam 1 n
ha 05’ an
uc‘m.po., scfialaron la importancia dc rcconoocr lo crso 31cc incorporc y consolidc en la arqueologia‘cspafiola.cstudlos rc 123—
pubhcacroneside
mlasUCho émbiro anglosajén las primcras
.pcn‘cncras vitalcs dc mujcrcs y hombres para cl anél'pnsis son repercuuero’n en una may-or
AJCX- dos dcsdc una pcrspcctiva feminism,
srmllor succdc cn rclacién a la propia d15c'iplina: la bibligoC1 mayor numcro dc pubh—
trabajos sobrc géncro o feminismo cn arqueologi’a cl
rafl‘ dg0 invcstigacién lo quc, a su vcz, conllcvé
nu'm a
congrcsos cspccfficos o scsioncs dc congrcsos ha idoycrccicndcm dc cacioncs.
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dc formapxponcncial, hasta constituir lo quc podemos
considocrarcafl
'una subdrscrplina, quc csté casi en su totalidad cn manos dc mu- chinismo y arqucologfa
JCI‘CS. Es uln hccho quc. probablcmcmc, pucde cxplicarsc como universitario
Si rcalizéramos una cncucsta dirigida a un pu’blico
consccucncra dc los problemas politicos de la relacién cnrrc los scxos femmlsta», es muy po—
sobrc qué cnticndcn como «invesrigacién
en la profesxén arqucologica, pcro lo quc cs mcnos justificablc dc rcspucstas cnfatizase que el fe—
siblc que un sector mayorirario
quc la arqueologfa feminista sca casi dcsoonocida para los dcméses de la ciencia sc interesa exclusiva-
minismo cn cualquier campo
arqucologos. No sc lccn los trabajos publicados y, por tanto, dc los temas relacionados con las mujcres.
f . . . . mcntc por las mujcrcs y por
dc°rcsm§aiam§cli§i23.2335p:iamcliaddii5:52;”:qucolégico cl inrerés «polftico» dc las investi-
“Md-mid” Fania!“ y
general.
A pcsar dc elio, crcemos que los dos proccsos reoricos més in-
Dc forma implicita, se sen’alaria
gadoras feministas por un u’nico sector social, lo que inevitable-
mcnte, las marginari’a dc la corricntc principal dc cualquicr cien—
tcrcsantcs 'dcl momcnto prescntc dc la arqueologia son or una cia quc sc suponc intenta explicar, desde un punto de vista.
partc, cl discurso quc ha pucsto en evidencia y criticado’clppositi— «universal», alguno dc los campos de la accio’n humana.
Si las preguntas dc nuestra encuesta se dirigicsen después a los
tuales, que normalmente los han excluido y han ocultado su reali—
estudios dc género, seguramente las respuestas serfan mas varia- dad historica. Este tipo de acercamiento renovado a la investiga—
das. Un sector posiblcmente considerarla quc, puesto que en la cién de las sociedades del pasado hace ya algunos afios que ha cua—
practica todos los artfculos o libros quc llevan en su ti'tulo la paja- jado en los estudios de periodos recientes y ha dado sus frutos en
bra «género» tratan de temas relacionados con las mujeres, no existe lineas de investigacion como «la historia de la Vida cotidiana» ale-
diferencia substancial entre un estudio feminista y uno de género: mana (Lu"tdke, 1994) o la «microhistoria» italiana (Levi, 1993;
ambos tratan de las relacioncs y funciones dc las mujeres en las Muir, 1998) con un destacado protagonismo de historiadoras
sociedades, prescntes o pasadas. Es posible quc otras personas se- (Davis, 1984; Wierling, 1994).
n‘alasen quc el concepto cle «genero» es mas inclusivo, ya que su No obstante, en arqueologfa, una vez superada una primera
objctivo es analizar las relaciones entre hombres y mujeres, desde fase en la que se trataba sobre todo de «recuperar» a las mujeres o
la pcrspectiva de la adscripcion cultural de sexo en cada sociedad. partir de los restos de la cultura material que pudieran ponerse en
Pero seguramente se sefialarla también el hecho de quc la popula- relacién con las mujeres o sus actividades, las arqueologas femi—
ridad de los estudios de genero en las ciencias sociales se debe, en nistas se han planteado una revision de los conceptos y categorias
parte no desden'able, a que «ge’nero» suena mas neutral que «femi- deanal’isis que han marcado profundamente el androcentrismo dc
nista», menos polltico y mas «cordial» en relacién a los hombres muchas de las teori’as e hipotesis arqueologicas, a partir, mayorita—
y, por tanto, a la corriente principal, mayoritariarnente masculinista, riamente, de las aportaciones de la filosofia de la ciencia (p.e.
de gran parte de las disciplinas cientr’ficas. Harding, 1996) o la antropologfa social (p.e. Moore, 1996).
Probablemente, quienes contestasen en este ul’timo sentido, Uno de los primeros puntos de esa reflexién ha sido poner en
serian feministas que podrr’an ademas’ aseverar que la inclusion del tela de juicio las dimensiones temporales, sobre todo en relacio’n a
feminismo en cualquier campo del saber, implica, claro esta, inte- las periodizaciones, quc delimitan, implicita o expli’citamente, el
rés por las mujeres (lo que seguramente, en los primeros tiempos campo de conocimiento de la arqueologfa. En el analisis histori—
significa «recuperatlas» de un discurso que sistematicamente las ha co, las periodizaciones representan un corte seleccionado del
olvidado), pero que tambie’n rcsponde al deseo de contemplar el continuum cronolégico. De hecho, cada trabajo histérico constru—
mundo y la ciencia desde una nueva perspectiva. Y, csa nueva pers- ye la dimension temporal del pasado como un objeto y selecciona
pectiva, aunque proceda de la mirada femenina, busca enfatizar el una escala de tiempo entre una amplia variedad dc posibles
punto de vista de los grupos humanos (quc resulta que son ma- temporalidades. Cualquier periodizacio’n implica, por deflnicio’n,
yoritarios) que han sido marginados o excluidos de la corriente una forma de interpretacio’n, o explicacio’n de los sucesos del pa—
principal de la investigacion cienu’flca. Es decir, es una perspecti- sado y, en ese sentido, los peri’odos tradicionales de la arqueologr’a
va que intenta demostrar que la forma de investigacién que resul- prehistérica e historica constituyen un buen ejemplo de la impo-
ta parcial, incompleta y limitada a los intercses de un u'nico gru- sicio’n de criterios cronolo’gicos donde se han destacado los facto—
po social es la que ha dominado (y sigue dominando) cl contexto res considerados mas importantes en el desarrollo social, desde una
académico, y que procede de una mirada masculina, usualmentc perspectiva que ha sido principalmente masculina y etnoce’ntrica.
dc clase media y con una perspectiva abrumadoramente occiden— En el contexto general de la historia de las mujeres, los esquemas
tal. En ese sentido, los estudios femini'stas, como los que parten aceptados de periodizacio’n han sido puestos en cuestién ya que
de puntos de vista multiculturales o anticolonialistas, buscan la algunos de los cpisodios que se han considerado de eFecto trascen—
reivindicacion del derecho de los grupos humanos que no han sido dental en el desarrollo de las sociedades, pudieron afectar de for—
representados o lo han sido de forma equr’voca y parcial, a hablar ma negativa a las mujeres. Por ejemplo, desde la perspectiva de
y a representarse a sf mismos en los dominios, politicos o intelec— los estudios clasicos, diversas autoras han planteado la cn’tica a la

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periodizacién de la anu'gu"edad grecorromana contempléndola desde
unidad doméstica (home/wold) y de las actividades y relaciones do—
el punto de vista de las mujeres (Archer y Wyke, 1994). Las lec—
mésticas se ha dcsarrollado en las dos u’ltimas décadas, en estrecha
tures surgidas de esta perspectiva coinciden en sefialar que el estu- conexién con los intentos dc establecer vfas transculturales dc
dio de las actividades y experiencias dc las mujeres exige criterios aproximacion a csa remarica desde la antropologfa cultural
cronolégicos quc no se ajustan a los pcrfodos convencionales. Y, (Yanagisako, 1979; Netting .et a/iz', 1984). Ciertamcntc, la inves-
en todo caso. los riempos 0 las lugares en los que, al menos algu- tigacién antropolégica habla trabajado sobre grupos domésticos
nas mujeres, gozaron de un mayor nivel de autonomfa, como su— desde hacla largo tiempo, pero fundamentalmenre dcsde el punto
cedié con las parricias romanas, nunca coinciden con las etapas de vista dc las pautas de parenresco y las normas de composicién
«clasicas» convencionalmenre consideradas. de las familias. En cambio, en la actualidad se ha destacado la im—
Establecer el tiempo de una sociedad del pasado significa en portancia de analizar las tareas que se rcalizan en las unidades do—
cierta medida fimdarla, ubicarla en el espacio y componerla como mésticas y el sentido que cada sociedad les da. Al analizar lo que
un mundo ordenado desde el caos aparente de la informacién em- la gente hace como miembros de la unidad dome’stica, adquiere
pirica que proporciona la documentacio’n. Las bases del conoci— protagonismo la distincio’n entre las actividades, oportunidades,
miento arqueologico de una sociedad determinada se han inicia- relaciones, acccso a los recursos que rienen, en cada sociedad de-
do siempre con la ordenacion temporal de los materiales como terminada, las mujcres y los hombres. En ese contexto, e1 registro
expresion de los cambios que los grupos sociales cxperimentaron arqueologico que casi siempre proccde en su mayor parte de la ex—
a lo largo del tiempo. Ese proceso esta ligado a la historia de la cavacién de las viviendas, permite una aproximacio’n u’til a las ac—
disciplina ya que los criterios dc seleccién fueron creados en un tividades relacionadas con la creacién y mantenimiento del gru-
determinado contexro histérico en el que domin'aban cierros con— po, asf como a otras pra’cticas de relacién social que implican una
ceptos de las relaciones entre los sexos o entre las culturas huma- forma especr’fica dc cntender los espacios y tiempos cotidianos y
nas. La falta de reflexién de las sucesivas generaciones de estudio— ponerlos en relacién con los demas procesos econémicos y socia—
sos sobre las que todavfa funcionan como premisas bésicas de toda les (Hendon, 1996; Curia‘ y Masvidal, 1998).
la investigacién ha propiciado cl mantenimiento de una imagen La revision y propuesta dc nuevos conceptos y categorfas de
de la mayor parre de las culturas construida a partir de un interés analisis se convierte en instrumental para la transformacio’n del
casi exclusive por las actividades y las formas de representacién de conocimiento arqueolo’gico y permite abrir a la percepcién espa-
los hombres. Es significativo que sean investigadoras feministas y cios de experiencia histérica olvidados, entre ellos, aunque no u’ni-
otros autores que se han enfrentado a las condiciones politicas del camente, de experiencia histérica fcmenina.
contexto académico de la arqueologi’a, quienes planteen como exi—
gencia de la Ln'vcstigacién el anal'isis de 105 uses del tiempo y del Una aproximacién a las investigaciones
espacio, es decir, e1 examen dc la «poli’tica del tiempo y del espa- dc mujeres en arqueologfa
cio» en la construccién de los objctivos de la disciplina arqueolé-
Este libro incluye 12 articulos de 14 arqucélogas publicados entre
grca.
Otras formas de revision del discurso arqueolo’gico han 1985 y '1996. La mayor parte de las autoras son britanicas o esta—
dounidenscs (las excepciones son Erika Engelstad y Elisabeth
enfatizado la importancia de algunas categori’as de analisis que per—
Ardwill—Norbladh que son escandinavas, y Linda Manzanilla, mexi-
manecfan relegadas en la tcorfa y en las pra’cticas de investigacién.
cana), ya que han sido arqueélogas de ambas nacionalidades y aus-
En csc sentido ha sido importante la relacién con investigadoras
tralianas las que, en las dos u’ltimas décadas, han publicado un
feministas procedentes de otros campos, sobre todo, del de la an-
mayor nu’mero dc trabajos feminisras sobre mujeres y arqueolo—
tropologr’a cultural. Por ejemplo, el interés por el estudio de la

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gia. Aunque en otros campos reoricos del feminismo en cicncias arqueologfa y géncro, también en 1989 (Walde y Willows, 1991).
sociales la participaeién dc cienti’ficas dc otros lugares ha sido y es o 105 cclcbrados en la Appalachian State University en Boone (Ca-
muy importante, parece que en gran parte de los departamentos rolina del Norte) (Claasen, 1992,1994; Claasen y Joyce, 1997) y
dc arqueologfa y prehistoria de los palses no anglosajones ha ha- en la universidad australiana dc Canberra (DuCros y Smith, 1993),
bido, relativamente, menor interés por aplicar categorlas dc anéli— por citar tan solo aquellos casos que han dado lugar a publicacio—
sis basadas en la teorr’a feminista a la investigacién. nes referenciales.
Hemos escogido estos docc articulos por su relacion con los Si hay algo en que coinciden estas primeras y, a la vez, abun-
temas quc centran cl intcrés prioritario de las investigadoras, no dantes aportaciones a la investigacién arqueolégica (dcjando aparte,
5610 en las publicaciones, sino tambie’n en foros dc debate, mesas por supuesto, la orientacién feminista o la preocupacion sobre la
redondas y congresos, tal como se refleja en las referencias de los presencia de las mujeres como creadoras y protagonistas del dis-
dife'rentes trabajos, donde abundan las ideas y reflexiones que pro— curso) es la voluntad de realizar una relectura reflexionada sobre
cedcn dc comunicaciones en encuentros de antropologfa y arqueo- los datos, la metodologia y el cara’cter del conocimiento propios
logla y en conferencias universitarias. Sin duda, la existencia dc de la arqueologfa. De hecho, la mayoria dc trabajos contienen
redes de comunicacién académicas fluidas y una asentada tradi— posicionamientos previos sobre los temas de que se ocupan y, de
cion de seminarios y congresos propicia, en los circulos académ'i- este modo, ofrecen, no 5610 una reinterpretacién restringida a un
cos anglosajones, una ra’pida expansion y aplicacién de nuevos periodo (pre)hist6rico o ambito geografi’co, sino que proveen dc
enfoqucs y nuevas ideas. Sélo asi puede explicarse el marcado auge instrumentos conceptuales, metodologicos e incluso récnicos para

'
de los estudios de mujeres, género y feminismo en arqueologia interpretar la experiencia histérica femenina a través del estudio
como caso particular del cara'cter, en general, mas dinamico e de la cultura material. Paralelamente han ampliado e1 abanico de
interrelacionado de la investigacién de lo que sucede en la investi— fuentes m'formativas a recursos poco usuales hasta entonces en la
gacién espafiola, aunque se trate, eso si, de una circulacion de in- investigacién arqueolégica 0, en otros casos, han profundizado en
formacio’n sensiblemente endogarn’ica en relacién a la produccién aquéllas mas convencionales, proporcionando nuevos puntos dc
cientifica que no se inserta en estos cfrculos.l partida documentales para una renovada evaluacién de la eviden—
Precisamente son en estos foros, como bien comenta Alison cia.
Wylie, donde se han generado, en la arqueologr’a escandinava y La seleccién de articulos quc presentamos en esta recopilacio’n
anglosajona, los impulses mas’ determinantes para la ahora pujan- no puede ejemplificar, ni con mucho, todo aquello publicado y
te arqueologfa de mujeres: e1 encuentro de Stavenger en Nomega, todos los temas propuestos. E1 cara’cter pragmatico que otorgamos
ya en 1979 (Bertelson et alii, 1987), las reuniones del grupo de a este volumen nos ha conducido a presentar aquellos trabajos quc
mujeres del Departamento de Arqueologia de la Universidad de podrr’an resultar mas sugerentes tomando como puntos de referen-
cia seis temas que hemos considerado claves en el desarrollo de una
Cambridge en los an’os ochenta (Arnold et alii, 1988), la confe—
arqueologi’a de mujeres: teorfa feminista y arqueologr’a; espacio y
rencia de Wedge en 1989, organizada por Joan Gero y Margaret
poder, produccio’n y tecnologr’a; la construccién del sexo en los
Conkey (Gero y Conkey, 1991), el Congreso de Chacmool sobre
objetos arqueolo’gicos; roles sexuales en las representaciones y pra’c—
tica arqueolo’gicas: del aula al museo, y mujercs en la arqueolo—
gia), cada una de las cualcs contiene dos articulos.
1. Un ensa‘yo de impulsar este tipo de encuentros en la arqueologfa espan’ola fue la
Las limitaciones dc espacio de esta primera compilacic’m en len-
celebracién en 1992 en la Universidad de Santiago de Compostela de la 12 Reunion de Ar-
qucologia Teérica. Aunquc no ruvo continiuidad Se ha de destacar que en este encuentro se gua castellana sobre arqueologfa y mujeres han impedido abordar
organizé. por primera y (de memento) u’nica vez, una scsién sobre arqueologi’a y mujeres otros de los abundantes temas desarrollados por esta lr’nea de re—
en un foro abicrto dc discusién disciplinar.

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fiffleflon e investigacion en estos ul’timos afios de los que, sin duda,
cabe destacar rodos aquellos relacionados con la aparicién de la ta androcéntrico, representado en arqueologfa por el «procesualis-
mo», de orden funcionalista, como del, frecuentemcnte antifeminis—
especie humana y los modelos explicativos de las primeras socie-
ta, relativismo radical, encarnado, no sin inconsistencias de bulto
dades prehistéricas (Miller, 1993; Hager, 1997). La decision de
como bien senala Engelstad, por las primeras propuestas
no incluir este ambito, que puede considerarse crucial y pionero
«postprocesuales» de Ian Hodder, Michael Shanks y Christopher
en la reflexiones desde la arqueologl’a sobre la conceptualizacio’n
Tilley. Este panorama dc confrontacién teérica muestra un csce-
del papel de las mujeres en el proceso histérico, se debe a que con-
nario claramente anglosajon, ya quc en la arqueologfa espafiola,
sideramos la necesidad de un tratamiento monografico desde una
con una tradicion marcadamente empirista, no han cuajado ape-
perspectiva interdisciplinar (antropologr’a cultural, antropologia ff—
nas los postulados «postprocesuales» inspirados en el estructurahs'mo
sica, primatologfa, arqueologia) que se escapa a los objetivos y
y el postestructuralismo francés. La arqueologi’a espafiola apenas
posibilidades de este volumen. Un argumento similar es el que nos
se ha desplazado de lo que Wylie denomina «fe en la fundamen—
ha conducido a no incluir otro de los campos de investigacién con
tacion por medio de los hechos» hacia posturas que den cabida a
un creciente desarrollo metodolégico y te’cnico, como es el estu- planteamientos criticos hacia el modelo positivista tradicional del
dio de los conjuntos funerarios y el analisis paleantropologico de conocimiento; el (escaso) debate se plantea en términos de opo«
los restos humanos (p.e. Kennedy y LeMoine, 1988; Lambert y ner una arqueologr’a eminentemente descriptiva a una arqueolo—
Grupe, 1993). Por el contrario, hemos optado por introducir aque— gia con contenidos interpretativos sociales e histéricos anclada en
llos temas donde la posibilidad de interpretacion del registro ar- un aparato conceptual de ecos funcionalistas-marxistas y en un
queologico en términos sexuados podrlan aparecer menos obvios creciente desarrollo de las nuevas posibilidades técnicas dcl méto-
y que constituyen, por otra parte, la mayor parte de la documen— do arqueologico. En este contexto de casi ausencia de
tacion con la que contamos. Sin duda, es posible que se eche de cuestionamientos epistemologicos creemos que los artfculos de
menos uno de los trabajos mas citados en toda la bibliograffa so— Wylie y Engelstad pueden proporcionar, incluso diez an'os después
bre mujeres y arqueologia, y nos referimos al articulo dc Margaret de su fecha de publicacién original, argurnentos relevantes, no solo
Conkey y Janet Spector de 1984, Archaeology and the study of para fundamentar una practica arqueolo’gica desde una perspecti-
gender. Tras una larga discusion entre nosotras decidimos que, dado va feminista, sino también para el desarrollo general de la investi-
el caracter de esta compilacién, resultaba mas’ interesante incluir gacién arqueolégica en nuestro pal’s.
aquellas aportaciones que, en parte, eran consecuencia del impul- La logica de la distribucion y asociacio’n de restos materiales
so recibido del articulo de Conkey y Spector y que podrr’an refle— de origen humano en el espacio y las posibilidades interpretativas
jar mejor el estado de la investigacion actual. que de ella se desprenden constituyen un tema ya clasico en ar-
Precisamente, los artr’culos incluidos en la seccio’n sobre teori’a queologi’a y en Espan'a han tenido un desarrollo creciente gracias,
feminista y arqueologr’a muestran claramente el dinamismo alcan' en gran parte, a los Seminarios de Arqueologl’a Espacial organiza-
zado por la reflexio’n epistemolo’gica desde postulados feministas dos por el Seminario de Arqueologia y Etnografi'a Turolenses des-
en arqueologia, definida por Conkey y Spector como la necesidad de 1984. En esta compilacio’n hemos incluido dos ejemplos que
de construir «crfticamente una teori’a que cuestione aspectos de consideramos complementarios para ilustrar las posibilidades que
epistemologfa (p.e. empirismo) y de teorl’a socio—cultural (p.e. la ofrece este enfoque a la hora de analizar y proponer interpretacio-
primacia de los sistemas)» (Conkey y Spector, 1984, pp. 28—29). nes sobre la experiencia histo’rica de las mujeres, aunque, para ello,
En ese sentido, tanto Alison Wylie como Erika Engelstad propor— hayamos tenido que renunciar a introducir alguno de los fun—
cionan argumentos y posibilidades para el desarrollo de una ar- damentales trabajos de Susan Kent (1990) 0 de las innovadoras
queologfa feminista que se desmarque tanto del modelo positivis— aportaciones sobre las relaciones entre mujeres_ y poder (Sweely,

16 l7
f
1999). As(. per una parte, cl trabajo de Ruth Tringham sintetiza,
no solo los resultados de afios de trabajo en yacimientos neoliticos plantea en su articulo un tema recurrente en las reflexiones reori—
y calcolfticos serbios, sino también su propio proceso personal de cas y metodologicas tanto de la arqueologfa feminista como de sus
modificacién dc premisas y objetivos hacia una arqueologfa de derractores, gcémo saber si ciertas actividades eran realizadas por
género. Su énfasis en los cstudios microespaciales y la rigurosidad mujeres u hombres? ('Como sexuar el registro arqueologico? y mas
cmpirica quc ear-acteriza su investigacion constituyen lo que ella concretamenteqcémo sexuar los objetos arqueolégicos?
misma considera como «un prerrequisito esencial para la arquco— De este tema se ocupan los trabajos de Janet Spector y Marcia—
logfa del género (...) y cualquier otro tipo de arqueologia social». Anne Dobres que abordan este desaffo a partir de la cultura mate—
Esta conviccion que también compartimos nosotras nos ha ani- rial de situaciones espacio—temporales tan alejadas entre sf como
mado a introducir el u’nico artfculo que no part: de un plantea- el territorio Dakota de finales del siglo XIX y los campamentos y
miento explicitamente feminista pcro que, a nuestro parecer, ilus- cuevas euroasiaticas del Paleolitico Superior. También es éste el
tra esa antesala indispensable para un acercamicnto diferencial a campo en donde se concentran la mayorfa de las aportaciones de
la interpretacion arqueolégica y que se ejemplifica en el detallado arquéologas espafiolas a los estudios feministas o sobre mujeres
analisis efectuado por Linda Manzanilla en el estudio de parte de (Escoriza, 1991-1992, 1996; Izquierdo, 1998; Aranegui et alz'i,
las unidades domésticas de Teotihuaca’n. 1998; Diaz—Andreu, 1998) Marcia—Anne Dobres se situ’a en la 1(—
Otto tema que podriamos considerar clasico en las perspecti- nea que podrfamos definir como depuradora de significados, como
vas de una arqueologl’a con voluntad de inscribirse en una inter- el atribuido, de forma sesgada, a gran parte de las figurillas carac—
pretacio’n histérica con contenido social es el de la produccio’n y terizadas como Venus por la bibliografia arqueolégica. Su propuesta
la tecnologia. Ambos son conceptos que, tanto desde el marxismo apunta a la necesidad de situar los significados, en este caso aso—
como desde el fimcionalismo respectivamente, han represenrado ciados a representaciones (supuestamente) femeninas, no en inter-
un papel central en los modelos interpretativos propuestos. Como pretaciones intri’nsecas (y, mayoritariamente, impregnadas de va—
lores masculinos) de los objetos, sino en el objeto en relacio’n a su
mencionabamos anteriormente, las propuestas feministas inciden
contexto arqueologico de aparicién. Janet Spector tambie’n hace
en aquello que estos modelos han obviado: la diversidad de los
uso de un mecanismo similar en su trabajo, si bien el contexto de
agentes implicados en la dinam’ica social. Tanto Rita Wright como
sus objetos no se limita a la arqueologl’a sino que incorpora croni—
Prudence Rice, en sus respectivos articulos, insxs'ten en la relectura
cas, textos etnograficos e historia oral para redimensionar, desde
cle estos conceptos a la luz de concebir y detectar aquello que, por
una perspectiva feminista, el hallazgo del mango de un punzo’n.
otra parte, podrr’a resultar obvio: la participacién diferencial de
Al contrario de lo que sucede con las «Venus» paleoliticas, no se
mujeres y hombres, tanro de forma genérica, como en relacién a
trata aquf de un objeto-imagen de Mujer (como categori’a abstrac-
situaciones histéricas definidas, en la gestién y control de la tec— ta), sino de un objeto—presencia de mujer (como experiencia his—
nologfa y de la produccién, entre ellas las ubicadas tradicionalmente térica concreta).
en el ambito doméstico y que nosotras preferimos definir como Janet Speeror va au’n ma’s alla’ en su interpretacién al proponer
actividades de mantenimiento (Colomer, 1996; Picazo, 1997; también una escritura de la arqueologfa diferente del modelo con-
Monto’n, 1999). Con ello se perflla un acercamiento a la interpreo vencional; una escritura, demarcada por la evidencia, tal como pro-
tacién histérica mas rico y mas’ complejo que requiere el uso criti- pone Wylie, pero que responde a la voluntad de que los objetos
co de fuentes de informacién complementarias a las estrictamente dejen paso a los seres humanos, hombres y mujeres, tambie’n en
arqueolégicas como la informacién textual, en el caso del anal’isis la arqueologi’a. Una escritura, de la que tambie’n se hace eco Ruth
de la produccio'n textil en Mesopotamia, o la informacién Tringham en su artfculo incluido en este volumen, y que se acer—
etnografi'ca en el caso de la alfarerfa prehisto’rica. Prudence Rice ca a las propuestas que, desde la investigacio’n en perfodos histori-

18 l9
cos. han desarrollado las historiadoras de la diferencia (Rivera,
Una tendencia a reproducir esquemas de comportamiento «feme—
1994). nines» y «masculinos» en el tipo de proyectos en que se embarcan
No resulta, pues extrafio. que sea la propia Ruth Tringham,'la mujcres y hombres que podrfamos caracterrzar como «de elabora—
que junto a Margaret Conkey, haga extensible el concepto de prac-
cién» y «de accién», respectrovamente. Un prim-er estudlo para la
tica feminista, no 5610 al proceso de investigacién sino también a arqueologla espafiola f.ue.realrzado por Margarita Dfaz-Andreu y
sus formas de transmision. Inspiradas en las aportaciones de la Nun'a $3112 (1994) 1nc1d1endo, mas blen, en Como se habia pro—
pedagogr’a crftica de Paolo Freire y en diversos trabajos de peda- ducido el acceso de mujeres a la profesién, sm que, en su momento,
gogl’a feminista, Trimgham y Conkey describen, a partir de su pro-
cxistiera una suficiente sistematizacion de los datos como para pro—
pia experiencia docente, un modelo posible de formacio’n creativa poner alguna tendencra del trpo que sugerfa Gero para Estados
y participativa en las aulas universitarias. La preocupacio’n por las
Unidos.
formas y contenidos en los modelos de transmision de la investi— De todas maneras, la perspectiva de unos lustros de investiga—
gacion arqueologica tiene otra vertiente, ma’s numerosa en cuanto cién feminista y de mujeres y la revision de las trayectorias de
a las publicaciones existentes, que aborda una cuestio’n cada vez
mujcres arqueologas a lo largo de la historia de la disciplina
mas presente en la disciplina arqueologica: la presentacion
(Claassen, 1994; Diaz—Andreu y Sorensen, 1998) apuntan al he—
muser’stica y patrimonial. De la creciente pre(ocupacio’n) por este cho de que, hoy por hoy, siguen marcandose diferencias entre la
aspecto de la investigacion arqueolo’gica da muestras la constitu-
mayorl’a de proyectos masculinos y la mayorr’a de proyectos feme—
cio’n, en Gran Bretafia, en 1984 del grupo WHAM (Women,
ninos, al menos en el mundo anglosajon. Aunque quizas ahora se
Heritage andMuseums) que propicia, desde entonces, la existencia
trate, con ma’s frecuencia, de la eleccion expresa de una ll’nea de
de un foro de debate e intercambio de experiencias para mujeres investigacion. Y es posible que como dice Ruth Tringham en su
que desde dentro o fuera de los museos este’n interesadas en trans— artfculo, pronto veamos «(go quizas ya estamos Viendo? una mar-
formar las formas de representacio’n musei’sticas de la experiencia cada tendencia a que las arqueo’logas presten una atencio’n prefe—
histo’rica femenina y las pra’cticas profesionales en este campo, ge—
rencial a temas como la production dome’stica, las unidades do—
neralmente muy conservadoras (Porter, 1988; Holcomb, 1998). El me’sticas, las tareas del hogar, la arquitectura doméstica y el anal'isis
artr’culo de Sian Jones y Sharon Pay ofrece, a nuestro parecer, una a pequen‘a escala, mientras que los arqueélogos se centren en el
acertada visio’n general de los problemas mas’ marcados en las re- «otro», el «exterior»: comercio, estudios regionales, estudios dc
presentaciones musel’sticas: invisibilidad y pasividad de las repre— poblamiento, sistemas mundiales, arquitectura monumental 0 pro—
sentaciones de mujeres y ausencia de la cultura material denotativa duccio’n excedentaria».
de la presencia histo’rica femenina. En esta u’ltima seccion sobre la influencia de las mujeres en la
Precisamente, el movimiento feminista ha subrayado, de for— investigacion arqueologica hemos querido incluir un ejemplo, cree-
ma reiterada, la estrecha imbricacion entre la presencia de muje— mos que ilustrativo, de co’mo el activismo feminista en relacio’n a
res en el ambito dc la investigacion y el desarrollo de perspectivas los estudios arqueologicos no es un fenomeno reciente, sino que
diferenciales del conocimiento que hagan visible y den nombre a se retrotrae al siglo XIX en el contexto de los debates evolucionistas
su experiencia histérica. La lucha por la igualdad, en te’rminos entre los prehistoriadores y en el de la lucha por los derechos de-
numéricos, en la gestion y la produccio’n de conocimiento es a to- mocra’ticos basicos de los movimientos de mujeres. El relato de la
das luces un proceso inacabado y, a todas luces tambie’n, un obje— influencia que el primer feminismo sueco ejercio sobre la obra de
tivo insuficiente, si nos atenemos al temprano analisis de Joan Gero, uno de los «padres» de la arqueologr’a, Oskar Montelius, creemos
incluido en esta compilacio’n, sobre la «division del trabajo» en re- que resulta significativo tanto de la transcendencia polr’tica que el
lacion a los diferentes subcampos de la arqueologi'a. Gero detecta feminismo, desde sus inicios, supo ver en las construcciones sobre

20 21
WI

cl pasade humane mas lejano come de la vision incompleta que


All Men f: An Examination ofSex Role: in Prehistoric Society. Arkeologist
nos ha transmitido la academia del pensamiente y el compromise
museum 1 Stavanger: Stavanger.
de Montelius, que ha tenido quc esperar mas de un sigle a que, CLAASEN, Ch. (ed.) (1992). Exploring Gender through Archaeology: Selected
3me no!, una arqueologa, Elisabeth Arwill—Nerdbladh, los recu— Paperrfiom the 1991 Boone Conference. Madison, Wisconsin: Prehistory
perara para nosetras. Press.
—— (ed.) (1994). Women in Archaeology. Philadelphia: University of
Pennsylvania Press.
Algunos cornentaries finales —— y R. JOYCE (eds) (1997). Women in Prehistory. North America and
Mesoamerira. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.
Per e110, queremos agradecer a todas las personas que, con sus co-
COLOMER, L. (1996). Centenidors ceramics i processament d'aliments a la
mentarios, sus propuestas y su ayuda, nos han permitido avanzar prehistoria. Cota Zero 12: 47—60.
en esta llnea de pensar y hacer arqueologfa, especialmente a todas CONKEY, M. y _]. SPECTOR (1984). Archaeology and the Study of Gender.
las autoras de los artfculos de este libre que nos autorizaron (y nos Advance: in Archaeological Method and Theory 7: 1—38.
animaron) a publicar esta version en castellano; a‘nuestras amigas CURIA, E. y C. MASVIDAL (1998). “El grup doméstic en arqueologia: noves
perspecives d’analisi”. Cypsela 12: 227—236.
e interlocutoras del Centre de Investigaciones Feministas, DUODA,
DAVIS, N. (1984). El regreso de Martin Guerre. Barcelona: Antoni Bosch
de la Universidad de Barcelona, que han escuchado y contestado
ed.
con infinita paciencia y sabiduri’a nuestras dudas y vacilaciones, a1 DIAZ—ANDREU, M. (1998). Iberian post—paleolithic art and gender:
igual que hacen Elisenda Curia y Cristina Masvidal casi cotidiana- discussing human representations in levantine art. journal of Iberian
mente. Para ellas también, muchismas gracias. Archaeology 0: 33-51.
Tambie’n vaya nuestro recenecimiente para la editorial Ican'a y a] — y M. L. SGRENSEN (eds.) (1998). Excavating women. A history of women
in European archaeology. Routledge. Londres y Nueva York.
Instituto de la Mujer per haber acogido y subvencionado esta publi-
—- y N. SANZ (1994). Women in Spanish Archaeology. En M. Nelson, 5.
cacién, asi’ come a Montserrat Varona de la Hemeroteca de Humani- . Nelscon y A. Wylie (eds), Equity Issues for Women in Archaeology. 1 19—30.
dades de la Universidad Auténoma de Barcelona por las facrl'idades Archaeological Papers of the American Anthropological Association 5.
que nos ha ofi‘ecido para hacer use de sus fondos y a Joaquim' Parcensas' DU CROS, H. y SMITH, L. (eds.) (1993), Women in archaeology. A feminist
por su valiosa ayuda en la edicion final de este volumen. critique. Occasional Papers 23. Canberra: Department of Prehistory,
Australian National University.
Gracias a todas y a todos, y, sobre rode, a aquellas personas
ESCORIZA, T. (1991—92). La formacién social de Los Millares y las “pro-
cercanas y queridas que han cuidado de nuestros hijos durante las
duccienes simbolicas”. Cuaalernos a'e Prehistoria de la Universidad de Gra-
muchas horas dedicadas a este proyecto. nada 16-17: 135—65.
— (1996). Lectutas sobre las representaciones femeninas en el arte rupes-
Barcelona, noviembre de 1999 tre levantino: una revision critica. Arena/3(1):5—24.
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22 23
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existen escasas publicaciones que propongan o muestren una pers-
Research.
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Comparative and Histon'ral Studies of the Domestic Group. Berkeley: cias de la vida (incluyendo la teorla de la evolucién), los estudios
University of California Press. clasicos y la historia del arte. El primer articulo que exploré de
PICAZO. M. (1997): “Hearth and home: the timing of maintenance forma sistemética la importancia de los temas y perspectivas femi-
activities”. En J. Moore y E. Scott (eds) Inws'ihle People and Processes,
nistas para la arqueologt’a se publicé en 1984 por Conkey y Spector,
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Putting cultures on disphzy. Londres—Nueva York: Routledge.
RIVERA, Ma M. (1994). Nomhror el mundo en femenino. Pensomiento de las 1. Ha habido algunas iniciativas en la investigacion de temas feministas en otros con-
mujeres y teorm’ feminism. Barcelona: Icaria. tcxros, por ejemplo, en bibliografl’as relacionadas con temas 0 con regiones especiflcas don-
de el interés antropolégico e histérico por el estatus y los papeles de las mujeres se ha ex—
SWEELY. T. L. (ed.) (1999). Monfte'stirzg Power. Gender and the interpretation
tendido a la arqueologl'a (por ejemplo, Barstow, 1978; Kerhoe, 1983; Specter, 1983). Resulta
ofpower in arrhaeology. Londres y Nueva York: Routledgc. cspecialmcnte evidente en la arqueologla histérica donde han aparecido en Ios programas
WALDE. D. y N. WILLOW/S (eds.) (1991). The Archaeology of Gender, de la Son'etyfirr Historical Archaeology desdc, al menos, mediados de los an’os ochenta estu-
Proceedings of the 22nd Annual Chacmool Conference. Calgary: The dios concretos sobre mujercs y género en diversos contextos historicos, dando lugar, en los
Archaeological Association of the University of Calgary. u’ltimos an‘os, al menos a una sesién a] an’o dedicada a este campo. Ademas, algunas crt’ticas
postprocesuales a la nueva arqucologfa han propuesto iniciarivas feministas como un ejem-
WIERLING, D. (1994). Histoire du quotidien ct histoire des relations entre
plo del tipo de perspectiva pollticamente comprometida que apoyan (por ejemplo. Hoddcr,
les sexes. Sur la situation historique et historiographique. En A. Lu"tdke 1982, 1985, 1986: 159-161; Shanks y Tilley, 1987a, p. 246) aunque no se han llevado a
(din) (1994). His'toire do quotielien. 153—174. Pan’s: Maison des sciences cabo trabajos importanres en este area. Excepciones importantes son las contribuciones del
de l'homme. libro editado por Miller y Tilley, ldeolog, Power and Prehistory (pot cjemplo, Hodder, 1984b
YANAGISAKO, S. (1979). Family and Households: the analysis of Domestic y Braithwaite, 1984) y en el editado pot Gathetcolc y Lowenthal (1989) The Politia ofthe
Groups. Annual Review ofAnthropology 8: 161-205. Past, de la serie del WorldArchaeology Congress.

24 25
—-HIH,III m ll

Es: libro reeoge los trabajos dc una pequefia reunion de trabajo que
tuvo lugar en Carolina dcl Sur y habia sido propuesta ya en 1984 dc las cualcs (cxcepto cuatro ponencias que habfan sido cncarga—
por Conkey y Spector. Sus organizadoras, Gero y Conkcy, cstaban das especl'ficamcntc) fucron cnviadas, directa o indirectamente,
como respuesta a una pcticion abicrta dc trabajos (la mayor partc
preocupadas por el hccho de que en los cuatro afios que habian pa—
dc los cuales aparecieron publicados en Waldc and Willows, 1991).3
sado desde la publicacién dcl artfculo de Conkcy y Spector, habfan
Asf, aunque cuando se celebraron la conferencia de Chacmool y
aparecido o estaban cn preparacién muy pocos trabajos sobrc el tema la sesion dc la 5AA apcnas si se habfa publicado nada mas que cl
(Gero y Conkey 1991, pp. xi—xiii). Sc dirigieron a diversas colegas artfculo de Conkey y Specter de 1984, la concienciacién sobre los
que representaban una amplia variedad dc intereses en el campo de temas que se planteaban y cl cntusiasmo por las perspectivas de
la arqueologfa prehistorica y les prcguntaron si estarfan dispuestas a una investigacion arqueolégica del género se extendicron amplia—
explorar las implicaciones de considerar seriamente el género como mente en la disciplina.4
tema de analisis en sus respectivos campos; muchas no habfan pres— La aparicién su’bita dc una temética mas o menos feminism
tado atencién anteriormente a esa perspectiva y no tenfan un inte- plantea una seric de cucstioncs. En primer lugar, interrogantes so-
rés especial en las politicas feministas, pero estuvieron dc acuerdo bre su propio desarrollo: gpor qué no habfa existido previamcnte
en ver lo que podian hacer. Gero y Conkey encargaron una serie de un interés permanente por las mujcres y el género como temas de
proyeetos pilotos sobre el género quc confiaban que podi’an demos— investigacion arqueolégica y/o para examinar las premisas
trar el potencial de una investigacion que siguiese las lineas propues- interpretativas habituales en la practica general de la disciplm‘a para
tas por Conkcy y Spector en 1984.2 tratar de las mujeres y el género? y epor qué ha surgido ese interés
Entre la celebracién de este primer seminario y la aparicién de en este momento? Son cuestiones que he planteado en otro lugar
Engena’ering Archaeology muchas de las comunicacioncs prepara-
3. Digo directa o indirectamente porque algunos participantes organizaron sesioncs
das para la discusion en Carolina del Sur fueron presentadas en especiales sobre temas concretos en respuesta a la peticion cle trabajos y pidieron contribu-
.una sesién sobre género y arqueologi’a de la reunion anual de la ciones especfficas a algunos que no habl’an visto la pcricién o no habl'an planeado acudir
Society for American Archaeology en abril de 1989; ante la sorpresa por ellos mismos. El num’ero dc contribuciones incluidas en el programa representaba u.n
aumento substancial sobre el nive'l de participacién en afios previos sobre remas mas gene—
de muchas de las participantes, tuvieron una audiencia numerosa rales, por ejemplo, comercio a larga distancia, etnicidad, analisis dc artefacros lfticos,
y enrusiasta. Au’n fue mas’ significativo que una conferencia mas’ arqueolozoologfa, y modelos ecolégicos. Sin embargo, en un artfculo que proporciona un
abierta, la Chacmool de 1989 que tuvo lugar el siguicntc mes de anilisis del contenido de los resu’menes de la reunion, Kelley y Hanen (1992) planrcan que
la respuesta a la peticién de 1989 esté en la proporcién esperada dada una pauta general de
noviembre en la Universidad de Calgary, eligiese como tcma cen— incremento en el tamafio de la conferencia de Chacmool a lo largo dc los afios. Con todo,
tral The Archaeology ofGender. En esta ocasion hubo mas de cien es sorprendente que dada la escasez de materiales publicados dc este ambiro, una conferen-
cia que se centraba en el género mantuviese cl nivel dc crecimiento de los afios anteriores.
comunicaciones sobre una arnplia variedad de temas, la mayor parte Varias de las organizadoras sefialaron en discusioncs sobre la genesis de la conferencia que
el impetu general de Chacmool no sicmpre habfa comportado u.n aurnen'to de ams'tentes
(podi’an citar al menos un tcma anterior que era suficientementc especialimdo como para
2. Para poder comparar, me intrigaba saber sobrc un grupo de arqueélogas noruegas
que la asistencia disminuyera en relacién a 31103 anteriores) y quc el entusiasmo generado
que habfan organizado una conferencia llamada Wm The} Alerrz.’ en noviembre de 1979,
por el tema fue bastante inesperado, tanto por qujenes lo apoyaban como para los crlticos.
aunque las comunicaciones no fuel-on publicadas hasta 1987 (Berrelsen rt alii. 1987). Ade—
4 De hecho, Kelley y Hanen (1992) argumentan que algunos subcampos y especiali-
més un grupo llamado «mujcres norucgas en arqueologi’a» (cuya abrcviatura, cs KAN en
dades estaban mas representados que otros en la conferencia de Chacmool; por eiemplo.
noruego) se han ido reuniendo y producicndo la revista 164M desde 1985. En el mismo
adviertcn quc las comunicaciones tendi’an a concentrarse en los pen’odos cercanos a la clapa
an‘o de la conferenia de Gero/Conkey, un nu’mero especial de la Archaeological Rtw'twfi'om
histérica (Kelley y Hanen, 1992). Sin embargo, advicrten que la dis‘tribucion geografi'ca dc
Cambridge traraba del tcma de Womm andArchaeology (primavera 1988), basado en pane los temas arqueolégicos era muy amplia, sin concentration evident: por areas y con una
en los Cambridge Feminist: Archaeology Group: de 1987—1988 y en las comunicaciones prc— rcpresentacién dc temas quc abarcaban desde la teorla evolutiva y la investigacién sobrc los
senradas en las conferencias anuales del Theoretical Archaeology Group de 1987 en Gran Bre— hominidos a la ctnoarqueologla, etnohistoria y arqueologl’a historica, pasando por diversos
tan‘a (con antecedentcs en 1982 y 1985; vease Arnold at alii, 1988, p. 1). Ademés, una problemas en prehistoria. Ademfis. hubo una scsién de un dfa dedicada a tntar sobn: cl
slntesis general de la evidencia sobre mujeres y género en la prehistoria europea aparecio en cstatus de las mujeres en la arqueologfa.
1989. Women and Prehistory (Ehrenberg. 1989).

27
26
(Wylie, 19913, 1991b), pero que presento aquf brevemente como
base para el analisis de una segunda serie de temas que tienen que tos politicos y reéricos, incluso cuando éstos constituyen el esque-
ver con las implicaciones dc asumir o tolerar pcrspectivas feminis- ma basico de la investigacién.
tas. Creo que para muchos la cuestién real que provocan estas
nuevas perspectivas no es entender la causa por la que la investi— gPor qué ahora? gPor qué tenfa que aparecer?
gacion sobre el género haya aparecido ahora, sino los motivos por
gPor qué la arqucologfa dcl géncro ha surgido ahora?
los que tenfa que aparecer en algu’n momento. El tipo de cuestién
En lo que se refiere a las cuestiones preliminares: gpor qué no an-
que sc plantea es gpor qué la necesitamos?, gqué tiene que ofrecer?
0, de forma mas defensiva, apor qué tenemos que tomarnos csto tes? y, gpor qué ahora?, mi hipo’tesis es que una serie de factores
importantes han precedido y precipitado este nuevo campo en la
en serio? (Wylie, 1991b). A menudo las respuestas mas negativas
disciplina arqueolégica, factores similares a los descritos por
son un reflejo de una cierta incomodidad ante el feminismo y de
Longino (1987) y por Longino y Doell (1983) para las ciencias
un recelo general en relacién a modas y novedades intelectuales.
de la vida.5 Los compromises conceptuales y metodolégicos de la
Dada la ra’pida aparicion de la nueva arqueologia cientifica que
arqueologfa procesual, cienti’fica, han tendido a tomar la misma
desplazo’ a los modos llamados «tradicionales,» de pra’ctica en la dis— direccio’n sobre las variables que Binford (1983, 1986a, 1989: 3-
ciplina, y la actual reaccién igualmente dramética contra la nueva 23, 27-39) ha vilipendiado, en su defensa mas intransigente de
arqueologfa y la aparicién de una plétora de alternativas anti 0 las perspectivas procesuales, como internas y «etnografi’cas»; la di—
postprocesualistas, mucha gente esta realmente cansada del deba- namica del género, incluida entre esas variables en la mayor parte
te. La revision que Renfrew hace de los «ismos» de nuestra e’poca de los anal’isis, es un ejemplo del tipo de factor que Binford consi—
(Renfrew, 1982, p. 8) y el desafio de Watson (Watson y Fotiadis, dera irrelevante para la explicacién y cienti’ficamente inalcanzable
1990) dirigido a algunos proponentes de nuevos «ismos» a que pro— (para un analisis mas’ detallado, véase Wylie, 1991a, pp. 35-58).
duzcan resulrados, responden a una cierta sensacion de alarma ante Los cuestionamientos anti y postprocesuales a esta orientacién ge-
la inestabilidad de la sucesién de programas de investigacién. Desde neral han sido evidentemente cruciales en la apertura de un espa—
estos enfoques, la llamada a estudiar las mujeres y el género pue— cio que permitiese el desarrollo del intere’s por el ge’nero, entre otras
de parecer especialmente etérea, incluso autodestructiva. dimensiones simbélicas, ideolégicas, sociales, y «etnograficas» del
Quiero alegar que una perspectiva feminista que cuestiona las pasado cultural. Con todo, resulta sorprendente que ninguno de
premisas usuales sobre las mujeres y el ge’nero, y los plantea como los principales exponentes del postprocesualismo haya trabajado
tema central de la investigacién, puede mejorar substancialmente mucho para el desarrollo de un anal’isis feminista del me’todo o la
la integridad conceptual y empirica ——la «objetividad» propiamente teoria arqueolo’gica (ver nota 1). De hecho, Erika Engelstad (1991)6
construida— de la investigacién arqueolégica. Con este objetivo,
considero en este trabajo e1 surgimiento de la rematica feminista y
cémo el debate sobre los «ismos» ha llevado a contemplarlos con 5. Longino dice que aunque el androcentrismo impregna las ciencias sociales y de la
especial escepticismo. Ofrezco argumentos contra este escepticis— Vida, la forma que asume y las fuentes de las que se nutre en los diferentes campos de in-
vestigacién, son diversas y a menudo especificas de la agenda intelectual y de la historia del
mo, cuestionando los te’rminos del debate abstracto del que deri— campo respective. Explicaciones basadas en un u'nico factor 0 demasiado generales sobre la
va, y luego, en la u’ltima seccion, planteo e1 analisis de varios tra— naturaleza u origenes del androcentrismo en la ciencias resultan poco creiblcs (Longino,
bajos de investigacion sobre el ge’nero, procedentes del libro 1987, p. 61). Dice, mas especificamcnte, quc es necesario entender «las premisas no esta—
blecidas y Fundamentales (de un campo particular 0 de una tradicién de investigacién) y
Engena’erz'ng Archaeology (Gero y Conkey, 1991). Creo que este Como influyen en el curso de la investigacién» (Longino, 1987, p. 62) para responder efec-
analisis ilustra el hecho de que las consideraciones sobre la evidencia tivamenre al prejuicio androcéntrico.
6. N. E.: véasc cap. II de este volumen.
pueden per una parte cuestionar y, por otra, limitar los presupues-

29
28
sugiere quc sc ha evitado de forma sistematica la eritica reflexiva
de las instituciones académicas, empresas dc asesori’a, y agendas
sobre las .propias propuesras y précticas, con el resultado de que
gubernamentales, y con los cambios resultantes en la representa—
han continuado siendo androce’ntricas. Ademés, los p08tpro-
cion de roles y estatus de las mujcres en estos grandes contextos
cesualistas establecieron la necesidad de trabajar sobre variables
institucionales. Pero, sea cual sea su origen, y hayan sido bienvc-
como el género hace unos diez afios y, sin embargo, todavfa no
nidos o no, esos cambios han provocado algu’n tipo de conciencia
existe ni un trabajo arqueologico importante sobre el género m‘ de la politica de género en contextos contemporaneos y también
tampoco ha habido hasta estos ul’timos afios una consideracion seria algu’n tipo de creciente conciencia (en algunas y algunos) dc quc
de las implicaciones para la arqueologia de la investigacién femi- el género no es una caracteristica immutable «natural». Este es pre-
nista en otros campos. Por tanto, sugiero que factores sociales y cisamenre lo que es, para muchos, un descubrimiento esencial
politicos (es decir, «externos», no cognitivos) deben haber desem- de la teorla feminista (Flax, 1987; Harding, 1983). Y (en algunas
pefiado un papel importante en la aparicion del intere’s por el gé- y algunos) esro ha influido para que surja un pensamiento acadé—
nero en esre momento. mico sobre ciertos temas de in'vestigacion arqueolégica Sean cua-
Para ser mas’ especffica, parece verosimil, dada 1a experiencia les scan sus compromisos politicos, pueden empezar a cuestionar
en otros contextos disciplinares, que la predisposicion para consi- las premisas convencionales sobre las divisiones sexuales del traba-.
derar las cuestiones sobre género y, en algunos casos, la voluntad jo, y sobre el estatus de las mujeres en la prehistoria, y a conside-
dc plantear lineas de investigacion en ese sentido, no tengan que rar cuestiones anteriorrnente inexploradas sobre la diversidad de
ver con la influencia directa del pensamiento feminista, explicita- las estructuras de género en contextos prehistoricos, sobre el sig-
mente poli'tico, sobre los investigadores (Wylie 1991b).7 En mu— nificado de la dinamica de género en la formacio’n de los sistemas
chos casos creo que esta influencia ha sido solo indirecta; aunque culturales del pasado, y sobre los orlgenes y aparicién de los siste-
haya muchas feministas 0, en algu’n sentido, simpatizantes del fe— mas de sexo/género contemporaneos y/o documentados etnohis—
min'ismo en la disciplina, otras muchas se habran visto afectadas toricamente.
por una apreciacio’n creciente aunque marginal de los ‘temas de En algunos casos, la influencia del pensamiento feminista ha
mujercs, empezando con 105 terms sobre la igualdad que surgic— sido directa. Por ejemplo, las dos organizadoras de la conferencia
ron de la segunda oleada de feminismo activo y se han hecho evi- (16 Carolina del Sur habian estado trabajando anteriormente en
dentes, en an'os recientes, en el discurso y la pra’ctica arqueolégi- temas que tem’an que ver con la siruacién de las mujeres en la ar-
cos.8 Sin duda, el proceso se encuentra estrechamente ligado a las queologia. Gero ha publicado una serie de importantes arti'culos
demandas por la igualdad a las que se enfrenran como miembros sobre csos temas y ha estado activamente implicada en la promo-
cio'n de la investigacion sobre la dinam’ica poli’tica, incluyendo la
de género, en la disciplina (Gero, 1983, 1985,9 1988). Y Conkey
7. Lo que sigue es un esqucma de procesos quc creo que pueden subyacer a la reciente
aparicién dc un intcrés visible por las cuestiones sobre mujeres y género y por las iniciativas
era miembro del Comiré sobre la posicion de las mujeres de la
feminism, entre arqueo’logos noncamericanos. Esre esquema se desarrolla con mayor dera- American Anthropological Association (AAA) desde 1974 (ocupo’ la
lle en orro lugar (Wylie 1991b), pero hay quc acabar de complerarlo. Recientemente he presidencia en 1975'1976). Como tal, habi’a estado implicada en
llcvado a cabo una prospeccio’n y una serie de entrevistas quc espero que hagan posible lle—
gar a un relato mas completo de c6mo quienes organizaron y contribuyeron a las conferen—
la organizacion de un panel sobre la investigacion de género en
cias esenciales sobre el ge'nero en Norreamérica llegaron a implicarse en la investigacién en varios subcampos de la antropologr’a para la reunio’n de 1977 de
este campo. la AAA. En su calidad de encargada de presentar una seccion so-
8. Como ya he indicado, estas preocupaciones estuvicron bien representadas en el pro-
grama de la conferencia dc Chacmool quc inclula una sesion de un dia sobre la posicion de
las mujeres en la disciplina (ver contribuciones a Wald: y Willows 1991) y han sido articu—
ladas en una seric dc anélisis de la posieién de las mujeres que han aparecido en la u’ltima
9. NE: véase cap. XI de este volumen.
decada (pot ejcmplo, Cero 1983,~ 1985, 1988; Kramer y Stark 1988; Wildeson 1980).

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30
bre la investigacien arqueelégica del géneto, Conkey se enfrento’
cxpll’cite, gquiere cste decir quc ha dc identificarsc, y, para mu-
a la escasez dc bibliograffa sobre el tema; se die cuenta de que las
chos, rechazarse junte con las posicienes antiebjetivisms radicales
«muiercs y cl génere eran considerades 5610 de forma fortuita y
defendidas per les postprecesualisms? 5N0 es precisamente éste un
no exprcsa», y cste en el caso de que fileran temades en conside-
case quc ilustra el tipe de perspectiva partidism dc la investigacien
racie’n (M. Cenkey, cemunicacien personal 1991). En sus respec_ que éstes propenen y que Binferd (1989, p. 32), per ejemple, ha
tives contextes, las dos erganizaderas se pusieron en centacre con cendenade come «pestura» conceptual? Mas especfficamente, si se
feministas quc trabajaban en etres campes, especialmente el de la permite a les intereses politicos determinar les temas a tramr per
antropelegia sociocultural, y obtuvieren cenecimiente de les re- la arqueolegia, éne hacemes peligrar irremediablemente el cem—
sultados, critices y censtructives, que habfa preducide la investi- premise con la ebjetividad y la neutralidad, —y, en general, el
gacien sistcmética dc cuestienes sobre la pesicién, experiencia y compromise de llegar alas cuestienes empiricas a partir del «munde
roles de las mujeres en les diversos campes de investigacion. Estes de la experiencia» (Binford 1989, p. 27; véase tambie’n p. 136),
conmctes y su compromise con el discurse feminism mas alla de mas que desde prejuicies e intereses sociepelftices— que se cen-
la disciplina las llevaren a cuestienarsc las premisas acerca del ge- sidera la norma per excelencia de la ciencia? Y en ese case, c-qué
nere que subya'cen a la teorfa arqueelégica. Las dos se dieren cuenta credibilidad puede tener este tipe de investigacién? gne seran sus
de la necesidad y del potencial de un programa centrade en la in— resultades mn limitades y sesgades come les que intenta despla—
vestigacie’n feminism en arqueolegfa. A medida que se cuestiena- zar? Y lo que puede ser tedavia mas preecupante: si una perspec—
ban las premisas acerca del génere que se basan en los roles sexua- tiva explicitamente feminism revela la parcialidad (la especifidad
les contemporanees, censtataren que esas mismas premisas se no recenecida del punte de partida) de nuestras mejeres explica-
cncontraban en las teerias acerca de la Vida de etras persenas en cienes del pasade y aperm una nueva vision, 0 nuevas formas de
las quc estaban implicadas come arqueélegas. Esperaban que la entender el pasado, gne quiere este decir que otras perspectivas
erganizacién de reuniones y el apeye a las publacienes especfflcas pueden hacer le misme? Y en ese case, gcéme evimr la prolifera-
generarian un mayor intere’s en la arqueelegi’a per las cuestiones cién de criterios epuestos sobre la prehistoria y, por tanto, la ten—
sobre el génere. De este mode, ellas y, especfficamente, 105 com- dencia al relativismo extreme en el que la credibilidad de cada una
premises feminisms que han llegade a infermar su prepie traba— de esas «versienes» serfa estrictamente contextual e especffica de
je, han side instrumentales para movilizar el latente interés per ciertes intereses e perspectivas?
estas cuestienes, interés que ahera parece extendido, incluse entre Esas cenclusienes sole surgen, en mi opinion, 51' acepmmes les
investigaderas que nunca se identificari'an come feministas y que términos radicalmente pelarizados en les que se ha planteade el
no habi’an tenide conmcte anterior con la investigacion feminism debate actual sebre les ebjetives y la posicién dc la arqueolegia, y
en etres centextes. Es decir, fue la experiencia de las mujeres y, si asumimes que cualquier critica .de los ideales objetivistas, cual—
sobre tede, e1 anal’isis de esta experiencia, lo que censtituye’ un quier ruptura de les can’enes cientifisms de la arqueelegi’a precesual
elemente catalizador clave (direcm e indirectamente) para superar ——-eriginalmente construida en te’rmines rigidamente pesx'trv‘rs'tas—
cl escepticisme tespecte a las concepcienes tradicienales sobre las lleva irrevecablemente a lo que Trigger (1989, p. 777) llama
mujeres y el génere y para que la investigacien en este campe sea «hiperrelativisme». Esta reaccién, que rechaza interregarse sobre
ahera flereciente en la disciplina. los presupuestes y ebjetives de la investigacién, no sole ha apare-
cido en la disciplina arqueelegica; Trigger sen’ala que en las cien—
Implicacienes relativism cias seciales en cenjunte se da:
Pete si la reciente investigacie’n sobre el ge’nere se origine y teme’
ferma, al menos parcialmente, desde un compromise feminism Un enfrentamiento cada vez mas ferez (...) entre, per un lado,

32 33
una certidumbre positivist: pasada de moda de que, a partir
de datos considerados suficientcs y de la adhesién a los canones cacién, y la fe en la fundamentacién por medio de los hechos como
fucntc y base del conocimiento legitimo, se ha roto ante toda una
«dentificos» de interpretacién, puede llegarsc a una compren-
serie de cucstionamicntos. lncluso quicnes proponen un notable
sién objetiva del componamiento humano (...) y por otro lado,
objetivismo (empirista/positivista) han reconocido que toda la evi-
un creciente esccpticismo relativista de que la comprensién del
dencia disponible (incluso a veces toda la evidencia imaginable)
oomportamicnto humano pueda separarse de los intercscs, pre—
frecuentemente «deja dc lado» posibles propuestas interesantes dc
juicios, y estereotipos del investigador (Trigger, 1989, p. 777;
conocimiento sobre el mundo; es decir, que la evidencia raramen-
véase también Bernstein, 1983 y Wylie, 1989b).
te comprende o apoya una u’nica conclusion explicativa o interpre—
tativa y elimina las demés posibles opiniones (para un resumen,
Desde la primera perspectiva, la meta de producir conocimiento
véase Laudan y Leplin, 1991; Newton—Smith, 1981, Suppe, 1877).
cobjetivo» —conocimiento creible, «verdadero», transhistérico y por
Ademas, los anélisis de los teéricos «contextualistas» (por ejemplo,
encima del contexto, sin prejuicios personales (Bernstein, 1983,
Hanson, 1958; Kuhn, 1970) sugieren que los hechos, dates 0 evi-
pp. 8—25)—. puede alcanzarse si los investigadores excluyen escru— dencias con los que se contrastan las construcciones reéricas son
pulosamente todos los factores «externos», potencialmente conno— demasiado dependientes de esas mismas construcciones para que
tados (idiosincraticos o contextualmente especificos), de la practi- puedan proporcionar una base realmente «auténorna» de conoci-
ca de la ciencia, de manera que los juicios sobre las propuestas miento; los datos esrén «cargados de teorla». Esto abre un espacio
concretas de conocimiento particular 5e hagan tan sélo a partir de considerable para la insinuacién de valores e intereses «externos»
consideraciones «internas» de la evidencia y a partir de la coheren— en los procesos de formulacién y evaluacién de las propuestas de
cia y consistencia de la explicacién. Las teori’as posiu'VIS'tas/empiristas conocirniento empirico. De hecho, los socio’logos de la ciencia han
de la ciencia, incluyendo las que influyeron en la arqueologla nor— planteado, a partir de numerosos estudios de la pra’ctica (mas que
teamericana en los afios sesenta y los setenta y que hoy todavia se de los resultados) de la ciencia, que los «hechos», mas que encon—
aprecian en el pensamiento arqueolégico, diferencian entre el con— trarse, se hacen, y que los juicios acerca de su significado como
texto del descubrim'iento, en el que los factores «extemos» pueden evidencia son totalmente abiertos.” Los «constructivistas sociales»
ser numerosos, y el contexto de la verifi'cacién o confirmacién cuando mas radicales mantienen que los hechos y las pretensiones teo’ricas
los resultados de la especulacién creativa deben someterse a com- que supuestamente los sostienen, son el producto de intereses lo—
probaciones imparciales rigurosas a partir de la evidencia (indepen— cales, irremediablemente sociales y politicos, que dan forma, en
diente); se supone que el conjunto de «hechos empi’ricos» conside— contextos particulares, a las acciones e interacciones de los denti—
rados como evidencia constituyen el fundamento estable de todo ficos; en sus propuestas mas extremas parecen sugerir que los cien—

-
conocimiento (legitimo, no analftico) y fimcionan, en ese sentido, tlficos literalmente crean el mundo que pretenden conocer
como el ar’bitro final de la adecuacién epistémica.” (Woolgar, 1983, p. 244 donde se plantean estas posiciones). Los
En la actualidad existe un amplio consenso en que este punto argumentos originales contextualistas y constructivistas contra el
de vista de la produccio'n del conocimiento (especificamente de la objetivismo ingenuo y el fundacionalismo parecen siruarse a $610
produccién de conocimiento cientffico) es muy problemético. La un paso de concluir que la anarqui’a cognitiva es inevitable, que
distincién Clara entre los contextos dc dcscubrimiento y de verifi-
1 1. Para un cstudio clésico que ha sido muy influyente en esta posicién. véase Latour
y Woolgar (1986), y una dis'cusion ampliada en Knorr y Mulkay (1983) y Latour (1987).
10. Para un resumen de las principalcs premisas de esta posicién, Supp: (1977) y para Uno de los defensorcs mas imransigentes dc un férrco punm de vrs'ta constructivisra ha sido
un ejemplo clésico dc su aplicacién a las ciencias socialcs, Rudner (1966). Gibbon (1989) Pickering (1984. 1989). aunque, ocasionalmenre, se ha disranciado de algunos de los
proporciona una excelente explicacién de su incorporation a la arqueologfa. oonstructivistas au’n mis radicales (Pickering 1987).

34 35
«todo vale» en el sentido (no previsto por Feyerabend, 1988,
pp. vii, 1—3) de que virtualmente ninguna pretension de conoci_ 193). Y cuando no hay recursos independientes que puedan con—
miento podri’a, en principio, partir de perspectiva alguna 0 con- trarrestar la influencia de los factores «externos», cuando las pre-
texto en que el que fuera indiscutible, y que no hay bases reales tensiones de objerividad 5610 son una mascara de los efectos de
para aceptar o rechazar esos juicios dependientes del contexto. esas influencias, Shanks y Tilley abogan por una reconstruccién
En el ambito arqueolégico, las consecuencias de esta reaccio’n politica consciente del pasado 0 de los pasados necesaria para una
«intervencion activa en el ptesente» (Shanks y Tilley, 1987b, p.
son visibles en algunos trabajos anti 0 postptocesuales. El punto
103). En el mismo sentido, Hodder (1983, p. 7) propuso a los
de partida es el argumento «contextualista» de que puesto que los
arqueologos que eviten «escribir e1 pasado» de otros 0 de socieda—
datos arqueolégicos tienen que estar cargados de teorIa para ope—
des en que las que ellos no estén preparados para vivir.
rar como evidencia, es inevitable que los arqueologos se hayan visto
El proceso de polarizacion descrito por Trigger (1989, p. 777)
en la necesidad de construir (no reconstruir, teproducir o repre-
so completa cuando los objetivistas, en una reaccion contra lo que
sentar) e1 pasado, por muy comprometidos que hayan estado con
consideran implicaciones insostenibles del «hiperrelativismo», in—
los ideales de la objetividad. En algunas de sus primeras criticas, sisten en que deben haber «fundamentos objetivos de la filosofia,
Hodder insiste en que el uso de datos arqueolégicos como elemento el conocimiento y la lengua» (Bernstein, 1983, p. 12). Rechazan
de contrastacion esta’ mediado por «un edificio de teorfas auxilia— las crfticas que siguieron a1 fracaso de los programas objetivistas
res y de premises que lo: arqueo’logos simplemente ban a’ea'dido no de tinte positivista/empirista y renuevan la bu’squeda de algu’n
cucm'onam (Hodder, 1984a, p. 27); 1a pretensio’n de su caractet nuevo punto de Arquimedes, alguna «roca estable sobre la que ase-
de evidencia no es nada mas que credibilidad convencional. En gurar nuestra vidas» y nuestro conocimiento, contra 1a insoporta—
resumen, los arqueo'logos literalmente «crean los hechos» (Hodder, ble amenaza de la «locura y el caos donde nada es fijo» (Berstein,
1984a, p. 27). De lo que se deduce que los arqueo’logos no «tie- 1983, p. 4; véase tambie’n Wylie, 1989b, pp. 2-4). Esta posicién
nen ninguna capacidad para contrastar sus reconstrucciones del pa— resulta evidente en el contexto del debate arqueolo’gico en la
sado» (Hodder, 1984a, p. 26); como senalaron cuatro an'os ma’s contrarreaccion excesivamente hostil de algunos procesualistas lea-
tarde Shanks y Tilley «no hay literalmente nada independiente de 1es: en Como se caricaturizan y recha‘zan las posiciones de los
la teon’a 0 de las proposiciones con lo que se pueda contrastar... postprocesualistas (por ejemplo, en Binford 1983, pp. 3—11 «gufa
cualquier contrastacion es tautolo’gica» (Shanks yTilley, 1987b, pp. de campo» y discusion sobre la arqueologt’a «yippie»; y en el trata—
44, 111). En consecuencia, los datos arqueolégicos, 1a contrastacio’n miento que R. Watson [1990] da a Shanks y Tilley), en la
y las interpretaciones del pasado deben considerarse construccio- reafirmacién acrftica de las doctrines centrales del procesualismo
nes: «e1 conocimiento consiste en poco mas que la descripcion de (por ejemplo Binford 1983, pp. 137, 222-223; y Renfrew, 1989,
lo que ya se ha construido teoricamente» (Shanks y Tilley, 1987a, p. 39); y en las frecuentes acusaciones mutuas, de que la oposi—
p. 43; véase también 1987b, p. 66). «La verdad es», declaran, «un cion simplemente no entiende nada, que simplemente se compla-
arsenal de meta’foras» (Shanks y Tilley, 1987b, p. 22). Ma’s cen en «marear la perdiz « (Shanks y Tilley, 1989, p. 43; Binford,
especfficamente, Shanks yTilley dicen que lo que se considera ver- 1989, p. 35; véase 1a discusio’n en Wylie, 1992).
dadeto o posible, lo que cuenta como «hecho» relevante, esta de— No es diffcil situar las iniciativas feministas en el contexto de
terminado contextualmente por intereses especiflcos: microinterescs este tipo de debates. En las pasadas dos décadas, la investigacion
individuales, politicos, intereses generales de clase. Es inevitable, en las ciencias sociales y de la vida inspirada por el feminismo ha
por tanto, que la atqueologi’a sea una empresa totalmente poll’tica propocionado una importante base para cuestionar la capacidad dc
inmersa en la creacién de un pasado dictado por intereses actualcs «autortegeneracion» del método cientffico: han identificado mul’ti-
(Shanks y Tilley, 1987b, pp. 209—212, y véase también pp. 192— ples ejemplos de prejuicios de género que han persistido, no 5610

36 37
en nabajos dc «mala ciencia», sino también de «buena ciencia»,
«ciencia normal». Esa investigacion frecucntemente ha aplicado un los relatos puramente ficticios del pasado, porque estén limitadas
por la evidencia («los datos representan una red de resistencias»)
especlfico «punto dc mira» proporcionado por las perspectivas fe—
que pueden «poner en tela de juicio lo que decimos como inade-
minisras o, mas generalmenre, de las mujeres (para una sr’ntesis
cuado de un modo u otro» (Shanks y Tilley, p. 1987a, p. 104). El
Wylie, 19913, pp. 38-44). Dc este modo, las investigadoras femi-
abandono de un constructivismo total parece aproximarse, en cual—
nistas han apuntado claramente (a veces sin intencién) a la natura-
quier caso, al punto en que los postprocesualistas se enfrcntan con
leza construida, contextual, cargada de teoria y de intereses del co-
el problema del constructivismo radical (0 de sus implicaciones
nocimiento cientlfico. Cuando cl debate se ha polarizado de la hiperrelarivistas) y la amenaza de que éste socave tanto sus plan—
manera descrita por Trigger (1989), se ha dicho que la tendencia a teamientos politicos o intelectuales como lo hacen aque'llos a los
adoptar un punto de vista postrnoderno radicalmente deconstructivo que repudian.
es irresistible; es el resultado légico de sus criticas (Harding, 1986). En ese sentido, es sorprendente que muchas investigadoras que
Pero gson las opciones polarizadas de estos debates las u'nicas trabajan en campos de investigacién con mayor tradicién feminista
posibles para la arqueologr’a y las demas ciencias sociales cuando que la arqueologfa también sean «ambivalentes» en relacién a las
los investigadores son conscientes de «que es muy fragil la base implicaciones relativas que a veces parecen deducirse de sus extensas

'
para quienes pretenden saber algo definitivo acerca del pasado o criticas a la objetividad (Lather, 1986, 1990; Fraser y Nicholson,
acerca del comportamiento humane»? (Trigger, 1989, p. 777) Mas’ 1988). Por ejemplo, la filésofa de la ciencia feminista, Sandra
concretamente, ges la perspectiva radicalmente antiobjetivista asu- Harding, a pesar de mantener perspectivas postmodernas, cree que
mida, sobre todo, por Shanks y Tilley, la u’nica alternativa a la fe no podemos abandonar ni los avances estratégicos que aportan los
total en la naturaleza fundacional de los «hechos» y en la capaci- sistemas mas convencionales de practica cienrffica (de hecho, los
dad del «mundo de la experiencia» para basar todas las pretensio- usos feministas de los instrumentos cientificos), ni tampoco la vi—
nes «responsables» dc conocimiento? De hecho, como han dicho sién emancipatoria que proporcionan las transgresiones postmo-
casi todos los comentaristas de sus trabajos, favorables o criticos dernas de estos proyectos de «ciencia alternativa» (Harding, 1986,
(pot ejemplo, los comentarios publicados en Shanks y Tilley, 1980; 195; Wylie, 1987). Otras investigadoras (como la biéloga Fausto-
Wylie, 1992), Shanks y Tilley no son consistentes en una posi— Sterling, 1985) quieren preservar la posibilidad de defender 105
cion radicalmente deconstructiva. La ambivalencia es un rasgo rei— puntos de vista feministas como una ciencia mje'or en te’rminos
terado de la bibliografi’a postprooeslual. Ya en 1986 Hodder habr’a bastante convencionales, y una gran mayoria de cientr’ficas socia—
matizado su anterior posicio’n (1983) insistiendo en que, aunque les hacen prevaler los «hechos» en algunas descripciones ——a me—
los «hechos» son todas construcciones, derivan de un «mundo real» nudo para fundamentar el sesgo basado en el ge’nero de las teorias
que «nos lun1"ta lo que podemos decir sobre e’l» (Hodder, 1986, p. que critican—, incluso cuando insisten en que los hechos no pue-
den considerarse un firndamento estable del conocimiento (para
16). Recientemente este mismo auror ha planteado lo que parece
una explicacién mas detallada, véase Wylie, 1991c). Una comen—
una aproximacién al procesualismo, adoptando un «compromiso
vigilante con la objetividad» (Hodder, 1991, p. 10). Aunque tadora de ciencias politicas, Mary Hawkerworth (1989, p. 538)
asurne una posicién todavr’a mas firme, segun’ la que «la peticio’n
Shanks y Tilley (1987a, p. 192) han sen'alado su desacuerdo con
de tolerancia de las perspectivas rnu'ltiples de las feministas
este intento de «neutralizar y despolitizar» la investigacién arqueo-
postmodernas entra en contradiccio’n con el deseo feminista de
logica, se han apresurado a afiadir, en el mismo contexto, que «no
desarrollar una ciencia alternativa que pueda rechazar de una vez
quieren sugerir que todos los pasados son iguales» (Shanks y Tilley,
por todas las deformaciones del androcenrrismo» (Hawkerworth,
1987a, p. 245); hay un pasado «real» (Shanks y Tilley, 1987a, p.
1989, p. 538). Espera que el feminismo no haya llegado «a un
110). Ademas, los discursos arqueolégicos han de diferenciarse de

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WW.

impmr en el que lo maximo a que pucde aspirar en relacién a los


temas epistemoldgicos sea asumir posiciones incompatibles y una prender y desafiar las expectativas plantcadas (véase, por cjemplo,
contradiccion como centro de su teorfa del conocimiento» Shapere 1985 sobre la constitucién de las «observaciones» en ffsi—
ca, y Kosso 1989 sobrc la observacién general en la actividad cicn—
(Hawkerworth. 1989, p. 538).
tffica; véase también rrabajos recientes sobre la préctica de experi-
Yo misma considero innegable la sospecha de que las posicio—
mentacién, por ejemplo, en Galison 1987, Hacking 1983, 1988;
ncs quc son muy constructivistas y relativistas compartcn lo que
para mas discusién sobre las implicaciones para la arqueologia,
parece una ideologfa del poder. 5610 105 mas poderosos, los que
véase Wylie 1990).
alcanzan mas e’xito en conseguir el control de su mundo, pueden El problema filoséfico de las propuestas feministas en arqueo-
imaginar que cl mundo puedc construirse como ellos quieren, sea logIa es el mismo al que se enfrcntan la historia y la filosoffa
como participantes o como observadores. Los que carecen de ese postpositivistas de la ciencia, y las teéricas feministas en otros cam—
poder 0 [cs faltan elementos quc les permitan creer que rienen ese pos: el de conceptualizar la investigacién cientffica dc modo que
poder, son dolorosamente conscientes de que negocian con una podamos reconoccr a la vez que el conocimienro es construido y
realidad intransigente que intcrfiere en sus vidas en cada momen- lleva la impronta de quien lo propone, y que esta lrm'itado, en
to. Ciertamente, cualquier inrento serio por cambiar las injustas mayor o menor medida, por condiciones que confrontamos como
condiciones de Vida requiere una profiinda comprensién de las Fuer- «realidades» externas que no hemos producido. Propongo que este
zas a las que nos oponemos; e1 autoengan'o raramente es una bue— es el tipo de posicién intermedia que esta emergiendo en los re—
na base para la accién polftica. Precisamente el compromise poll'- cientes trabajos arqueolégicos sobre el géncro. Es politica y debe—
tico con el potencial emancipatorio del feminismo (su compromiso ri’a alinearse con las perspectivas postprocesualistas ya que rechaza
de llegar a emender como fiincionan las estructuras de género para la objetividad estricta de las tendencias positivistas/cientiflstas. Pero
poder actuar efectivamente contra las desigualdades que esas es- no se puede asimilar totalmente, ya que critica, desdc principios
tructuras perpetuan) refuerza, para muchas teéricas c investigado- politicos y epistemolégicos, las pretensiones mas radicales asocia—
ras ferm'nistas, el escepticismo sobre los relativismos extremes frente das al postprocesualismo. Es decir, los factores sociales y politicos
al (insostenible) objetivismo que durante largo tiempo ha enmas— son cruciales para tratar las cuestiones sobre el ge’nero pero, al
carado el androccntrismo de las ciencias sociales y de la vida (este menos en el caso de la conferencia de Carolina del Sur que tomo
punto es reconocido en Hodder, 1991). Constantemente se ven como el centro de mi analisis en este arn’culo, no son suficientes
forzadas a recular desde cada uno de los extremos del debate abs- para justificar los buenos resultados de la investigacion que inspi—
tracto cuando advierten el grado de intransigencia que imponen ran 0 informan. Son los importantes resultados de la investigacién
las limitacioncs empi’ricas practicas que ligan la investigacién y el los que la convierten en un serio desaffo a las practicas actuales, y
activismo. Un enfoque similar resulta evidente en la filosofi’a e’stos son en gran medida auto’nomos de las motivaciones politi—
postpositivista de la ciencia; los puntos de vista criticos de los cas y de otras circunstancias responsables de la investigacién que
«contextualistas» y «constructivistas» son indiscutibles cuando se los produjo.
dirigen contra «el punto de vista recibido» del positivismo y Arqucologfa «dc género»
empirismo (Suppe, 1977), pero las posiciones que han planreado
Los resultados de las investigaciones preliminares que se recogie—
csas criticas en su forma extrema se han hecho tan insostenibles
ron en la conferencia de Carolina del Sur son destacables por una
como las que desplazan. Pot tanto, se ha generado un considera—
Serie de puntos. La mayor parte de quienes contribuyeron reconc—
ble interes’ en entender Como los datos pueden estar «cargados» d6
cieron que en un principio tuvieron serias reservas sobre la cfica—
teon’a, para que ésta adquiera significado desde la evidencia a tra-
cia de la perspectiva quc les habfan propuesto Gero y Conkcy. No
vés de la construccion de interpretaciones, con capacidad de sor—

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veian quc las cuestiones dc género pudiesen llevar a una investi-
gacion en sus respectivos campos o subcarnpos, dado que no ha- peclfica, fue el conocimiento de las plantas que habian desarrolla-
bian sido surgido anteriormente.l2 Pero incluso las mas escépticas do para propositos rituales y su interés en ascgurar una abasteci-
miento constante para la confeccion de maracas y la elaboracion
coincidieron en que la atencio’n a estas cuestiones habfa dado como
de medicinas exoticas, lo que condujo a la introduccion de cala—
resultado «descubrimientos» bastante notables sobre los prejuicios
bazas tropicales (Cucurbita) y, posteriormente, al desarrollo de los
dc ge’nero que existi’an en la teorfa y evidencias claras de la exis—
cultigenos indigenas en la zonas de los bosques orientales. Las
tencia de una variabilidad relacionada con el género en las bases
mujeres, pasivamente, «habi’an seguido a las plantas» cuando re—
de datos que no habia sido tenido en cuenta.
colectaban y luego, pasivamente, las cuidaron cuando los cultigenos
Un analisis critico particularmente interesante de Watson y fueron introducidos por los hombres.
Kennedy (1991) sen’ala la reiteracion de explicaciones androcén- La alternativa dominante, expuesta por Smith (1987), postula
tricas sobre la aparicio’n de la agricultura en el este de los Estados un proceso donde las practicas de horticultura aparecieron como
Unidos. Scan cuales sean los mecanismos o procesos especificos respuestas adaptativas a la transformacion de los recursos vegeta-
propuestos, los investigadores principales (Smith 1987 y los que les que tuvo lugar sin intervencién humana deliberada. Como
proponen modelos coevolutivos de domesticacién local indepen- max’imo, las pautas humanas de deposicio’n de desechos en luga-
diente, y Prentice 1986, entre los que defienden un modelo res domésticos y la perturbacién del entorno en los camparnentos
difusionista) no consideran a las mujeres en ningu'n papel innova- base y las areas de explotacio’n de recursos, habrian producido de
dor y activo para el desarrollo de los cultigenos, aunque se asume forma no intencional las presiones de seleccion artificial que ge-
generalmente que fueron las principales responsables de la reco- neraron las diversas variedades dc plantas indigenas que se convir-
leccion de plantas (asi como de la caza menor) en la etapa de de tieron en domesticadas. En esta explicacién, «las plantas virtual—
los primeros recolectores, y que también fueron las responsables mente se domesticaron a Si mismas» Watson y Kennedy, 1991,
del cultivo de las plantas domesticadas una vez se establecio el sis— p. 262) y las mujeres, de nuevo, asumieron pasivamente el cam-
tema de vida basado en la horticultura. Prentice atribuye algu’n bio impuesto.
grado de in'iciativa a los miembros de las sociedades del perfodo Watson y Kennedy exponen la artificialidad de ambos mode—
arcaico en la adopcién de los cultigenos im'portados, pero lo iden- los. gPor que’ asumir que es mas’ probable que un m'tere's relacio-
tifica con la autoridad y el conocimiento mégico/religioso de los nado con los rituales llevase al conocimiento y las transformacio-
chamanes, que reiteradamente se consideran hombres (Prentice nes de la base de recursos necesaria para la horticultura frente a la
1986, citado en Watson y Kennedy, 1991, p. 263). Su papel como explotacion sistema’tica de esos recursos (a través de la recoleccio’n)
como primer medio de subsistencia? (Watson y Kennedy, 1991,
intermediarios de «alto nivel» (de orientacién comercial) habn’a
p. 268)13 Y gpor que’ negar la intervencio’n humana cuando parece
asegurado e1 e’xito de la innovacién agricola y fiieron ellos, dice
que la intervencion mas posible (si es la que hubo) era de las mu—
Prentice, los que «podi’an haber tenido mayor conocimiento de las
jeres? (Watson y Kennedy, 1991, p. 264). Watson y Kennedy cri-
plantas» (Prentice 1986, citado en Watson y Kennedy, 1991, p. 263)
tican la presuncion, central en el modelo coevolutivo, de que un
y la motivacién para cultivarlas y domesticarlas. De forma ma’s es-
cambio cultural tan fimdamental como la adopcion 0 el desarro—
llo de las plantas domesticadas pueda haber sido un «proceso au—
12. De hecho. Tringham dice quc fuc bastante reticenre a la idea de la conferencia: «A tomatico» (Watson y Kennedy, 1991, pp. 266—267), y observan
duras penas consiguieron arrastrarme a participar en la conferencia «Mujercs y Produccio‘n
en la preliistoria», que se celebro en los pantanos dc Carolina del Sur, convencida COmO
estaba dc que las dile‘rencias de genero no eran visibles en el registro arqueolégico y mucho
menos en los rcstos arquitectonioos de la prehis'ron'a profunda, que constiruia mi principal 13. De hecho, gpor qué asumir quc los chamanes eran hombres?
tema de csrudio» (Tringham 1991:93) (N.E.: véase cap. III de este volumen).

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t

que estan «plagadas de cxplicaciones que eliminan a las mujeres


de un campo que les era propio de forma tradicional, tan promo derar a los hombres jefes de las unidadcs domésticas y de las co—
como la innovacién o la invencion entra en escena» (Watson y munidades. Se les convocaba a negociaciones ritualizadas basadas
Kennedy, 1991, p. 264). Consideran que las dos teorlas comps“- en el consumo de cerveza de mafz (chicha) y se les exigla una tasa
ten una seric de premisas, acrfticamente apropiadas de la cultura de trabajo compensada con mar’z y chicha. Hastorf cree que, du—
popular y de la antropologl’a tradicional, para negar que las muje_ rante el perfodo transicional, las nuevas estructuras polr’ticas im—
res hayan sido directamente responsables de una transformacién puestas por el imperio inca forzaron una reorganizacio’n de 105 ro—
les de género. Las mujeres «se convirticron en el centro de tensiones
cultural importante (Watson y Kennedy, 1991, pp. 263-4).
internas, sociales y economicas cuando se vieron abocadas a la pro—
Otras de las colaboradoras del libro, Hastorfl que trabaja en
duccion de mas cerveza (y de otros alimentos derivados del mafz)
yacimientos prehispanicos de los Andes centrales plantea diversos
al tiempo que ver’an ma’s limitada su participacion en la sociedad»
tipos de evidencia que muestran que las divisiones de género del
(Hastorfi 1991, p. 152). De hecho, el incremento de la producti-
trabajo y la participacion en la vida pu’blica y polltica de las co- vidad fue una base esencial del orden polx’tico impuesto por los
munidades sausa prehispanicas fueron profundamente alteradas incas, un orden que desplazo el trabajo y las funciones polr’ticas
durante la etapa en la que los incas extendieron su control en la de los hombres filera de la unidad dome’stica.
region. La estructura doméstica y los roles de género que se cono- Brumfield (1991) llega a resultados similares en un anal’isis de
cen de los perfodos histéricos no pueden considerarse un factor los cambios de las pautas de produccio’n doméstica del Valle de
estable, «tradicional» de la Vida andina anterior a la formacio’n del Mexico durante el perr’odo en el que el estado azteca estaba esta—
estado (Hastorf, 1991, p. 139). A partir de la comparacién de la bleciendo un sistema de tributos en la region. A través del anal’isis
densidad y distribucion de los restos de plantas descubiertos en las de las frecuencias de aparicio’n de fusayolas, esta aurora propone
unidades domésticas que datan dc perfodos anteriores o posterio- el incremento de la produccio’n textil que era, en gran parte, res—
res a la aparicio’n del dominio inca, Hastorf propone la intensifi- ponsabilidad de las mujeres (segu’n demuestran datos documenta—
cacién de la produccion y procesado de maIz, y una tendencia cre- les y etnohisto’ricos), en las a’reas perife’ricas, mientras, sorprenden-
ciente a localizar en puntos especfficos las actividades de procesado, temente, disminur’a en las proximidades de los centros urbanos.
relacionadas con las mujeres, en de los yacimientos. Ademas, es- Ese incremento parece estar en relacio’n con la gradual expansion
tudia los anal’isis de iso’topos estables de los restos de esqueletos de de la imposicion de tributos pagados en tela. En un anal’isis mas
estos yacimientos,” para establecer una comparacion entre las pau— detallado, Brumfield encontro datos que indicaban una pauta in-
tas masculinas y las femeninas de consumo de carnes y de diver— versa de distribucion y densidad de los artefactos asociados a la
produccién intensiva de alimentos cocinados transportables (tor—
sos tipos de plantas (principalmente tubérculos, quina y mal’z). Las
tillas); la proporcio’n cambiante de hornillos en relacio’n a los reci-
dietas de hombres y mujeres no estaban diferenciadas en la etapa
pientes parece responder a1 hecho de que la preparacio’n de alimen—
anterior a la expansion del poder inca en el valle. En cambio,
tos en hornillos aumento’ cerca de las a’reas urbanas y disminuyé
Hastorf hallo evidencia en los anal’isis paleobotanicos de que el
en las areas periféricas, donde los alimentos cocinados en ollas que
consumo de mal’z se incremento mas para (algunos) hombres que
exigfan menos trabajo (y eran preferidos) continuaban predomi—
para cualqujera de las mujeres a partir del momento en que esta’ nando. A partir de estos datos llega a la conclusion de que la tela
demostrada la presencia inca (Hastorfi 1991, p. 150). Conocemos pudo haber sido exigida como tributo en el hinterland, mientras
fuentes etnohistéricas que documentan la practica inca dc consi- que las comunidades que viv1’an ma’s cerca del centro urbano in-
tensificaban la produccio’n de comida transportable para aprovechar
14. E505 analisis fueron realizados por DcNiro de la Universidad de California—L05 las «instituciones extradome’sticas» del Valle de México (Brumfield,
Angeles (Hastorf 1991: 153)

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1991. p. 243) —-los mercados y otras formas de produccién que
«exuaian fuerza de trabajo del contexto doméstico» (Brumfield, serta la dinémica dc géncro (Handsman, 1991, p. 338-339). Y en
1991, p. 241)—- que requerfan mano de obra movil. En cualquicr este proceso apuntaba a una amplia variedad de evidencias (los ras—
gos de las propias imégenes «artfsticas», las difercncias entre las mis—
caso. Brumfield sen'ala que el peso principal de las exigencias (di-
mas y otras lineas de evidencia, y las asociaciones con el material
rectas o indirectas) de triburos en algodén y tela de magu"ey in]-
arquitectonico y artefactual que pudieran proporcionar cl contex—
puestas por el dominio azteca recayé en las mujeres e implico’ re-
to apropiado) que constituyen «claros signos» (Handsman, 1991,
organizaciones estrate’gicas del trabajo dome’stico. Donde el estado
p. 340) de las complejidades, contradicciones, «pluralidad y con—
azteca dependfa de esos tributos para mantener su hegemonfa p0-
flicto» (Handsman, 1991, p. 343) que subyacen a la simple histo-
li’tica y cconémica, su desarrollo, al igual que la expansion del es- ria de oposicion y complementariedad naturales que se desarrolla—
tado inca, estudiado por Hastorf, debe entenderse que transformo’ ba en la exposicion.
y fue dependiente de los cambios en la organizacién y De modo similar, Conkey ha desarrollado un analisis de las
estructuracio'n de un trabajo doméstico predominantemente feme- interpretaciones del «arte» paleolitico, especialmente de las ima'ge—
nino. nes de mujeres 0 de supuestas partes del cuerpo femenino, a par—
Finalmente, varios participantes analizaron conjuntos de ma- tir de lo que llama «el paradigma presentista de ge’nero» (Conkey
teriales «artfsticos», en algunos casos ricos en imagenes de muje- y Williams, 1991, 13) (es decir, la ideologl’a contemporanea de las
res, y profundizaron en las implicaciones de ampliar el espectro diferencias de género que presenta las' definiciones y relaciones entre
de concepciones de ge’nero que conforman su interpretacio’n. hombres y mujeres corrientes como «categorias exclusivas bipolares,
Handsman planteé una reflexio’n cri’tica sobre la ideologia de la esenciales» (Handsman, 1991, p. 335) encerradas en relaciones es—
diferencia de género, especfficamente sobre «la mirada masculina» tables y predeterminadas de desigualdad). Conkey considera que
(Handsman, 1991, p. 360) que era evidente en una exposicion bri- esa ideologfa ha dotado a muchas de las reconstrucciones de la «Vida
tanica del arte de Lepenski Vir (Southampton, 1986), un yacimien— arti’stica» del Paleolftico Superior de relatos en los que «las nocio—
to mesoli'tico del Danubio del VI milenio. En esa exposicion e] nes sexistas del siglo XX sobre el ge’nero y la sexualidad se leen a
«arte» era presentado como obra de hombres que «no‘eran caza- partir de las huellas culturales de «nuestros ancestros» con notable
dores—recolectores ordinarios» (Handsman, 1991, p. 332), mien- carencia de inventiva (Conkey y Williams, 1991, p. 13).15 Llega a
tras las mujeres de Lepenski Vir eran consideradas sélamente como la conclusion de que fuera cual fuera la importancia de esas ima’—
tema (Handsman, 1991, p. 335). De esta manera, este autor cri— genes y objetos, es improbable que fiieran ejemplos de pornogra-
tica que en este caso, como en el discurso arqueolo’gico en gene— ffa de consumo 0 de «arte» como los que existen en contextos con-
tempora’neos y como se han considerado en muchos estudios (ve’ase
ral, se «producen y protegen las relaciones jerarquicas entre hom—
también Mack, 1990). Ademas, Conkey, como Handsman, pro-
bres y mujeres dentro y fuera de la disciplina» (Handsman 1991,
p. 334), especialmente al representar esas jerarqui’as como eternas pone que examinemos los factores ideolégicos que se hallan tras
la bu’squeda de conclusiones en estos casos. Se refiere a1 impulso
y naturales, como «un a prion, una constante y un hecho uni—
de naturalizar los rasgos de la Vida contemporanea mas’ cruciales
versal de la Vida» (Hand'sman, 1991, p. 338). En resumen,
para nuestra identidad corno seres humanos y culturales, llevan-
Handsman rechaza la idea de que el ge'nero (0 el «arre») pueda ser
dolos a nuesjros «origenes» (como seres humanos y culturales).
tratado en términos esencialistas en e’ste 0 en cualquier otro con—
texto. Frente el punto de vista acri'tico de la exposicién, Handsman
proponfa varias estrategias interpretativas con las que serl’a posible
analizar «historias relacionales de desigualdad, poder, ideologl’a y 15. Este arti’culo no fue la contribution de Conkey a la conferencia de Carolina dcl
Sur, pero all! fueron discuu'dos varies de sus argumentos principales.
control, resistencia y contradiscurso», en las que se encuentra in—

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Ninguno dc estos investigadorcs, ni siquicra Handsman, que
se aproxima mas a un punto de vista deconstructivo (postpro. que se cspcraba; generan conflictos, plantcan dcsaffos, fucrzan re—
cesual), considera que sus resultados scan mcramentc opcionales‘ visioncs y canalizan cl pcnsamiento tcérico dc un modo quc lleva
alternativas desdc un punto dc vista cspcclfico a los modelos y a conceder cicrta credibilidad a quiencs sosticnen convicciones
paradigmas androcéntricos que critican. Pretendcn exponcr cl error‘ objctivistas. Por consiguicntc, aunquc no podcmos tratar la evi-
demostrar que las opciones interpretativas previas cran simplcmem dencia o los datos arqueolégicos como inamoviblcs (un fundamento
falsas (cmpl’ricamente) o insosteniblcs (conceptualmente), y me- establc), no podemos considerar que scan malcablcs. Pucdcn fun—
jorarlas. Watson y Kennedy (1991, pp. 267—268) plantcan la con- cionar como una «red dc rcsistcncias» muy recalcitrante, muy
tradiccién implicita en gran parte de las teorlas existentcs sobre la limitadora, para usar los te’rminos dc Shanks y Tillcy (1987a, p.
104). L0 quc necesitamos es una cxposicién matizada dc cémo los
aparicién dc la horticultura en la region de los bosques orientales
datos csta’n cargados interpretativamente dc rnodo que, en diver-
(Eastern Woodlandr): las mujeres son rcitcradamcnte identificadag
sos grados, pucdcn considerarsc como cvidencia en favor 0 en con-
como las cuidadoras dc las plantas, silvestrcs o cultivadas, y, sin
tra de una dctcrminada pretensién dc conocimicnto. Esta posicio’n
embargo, sc lcs nicga sistcmaticamcntc un papel en la transicio’n
no ha sido dcsarrollada por Shanks y Tillcy, o por Hodder, aun—
dc la rccolcccion a la horticultura, scan cualcs scan los costes para
que scan claramente ambivalentes accrca de sus pretensiones
la elegancia, verosimilitud, o podcr cxplicativo de la hipétesis pro-
constructivistas mas radicales. Su respuesta ha sido yuxtaponcr afir-
pucsta. Hastorf y Brumfleld cxtracn nuevas conclusioncs a partir macioncs acerca de la incstabilidad radical de toda evidencia y de
de una cstructura de bases de datos bien conocidas que ponen en la circularidad viciosa de toda contrastacién empl’rica, con
cuestién, no 5610 la integridad conceptual, sino también la ade- contrapropucstas sobrc cl modo en que los datos arqucologicos
cuacio’n emplrica de los modclos considerados fiablcs dc la infra- pueden (a vcccs lo hacen) resistirsc a la apropiacio’n teérica. Pero,
cstructura politica y econémica dc los Estados ccntroaméricamos con excepcion dc Hodder en 1991, no han rcplantcado sus afir—
y andinos. Brumficld apunta a partir de esa base un modclo alter- macioncs constructivistas originales. El resultado es la m'cohcrencia.
nativo que llena (algunos) vaclos y soluciona (algunas) cuestiones El punto de partida de una propuesta que pueda aclarar estas
que considera problematicas en las teorfas actuales. Handsman y contradicciones ticne que ser la conocida tesis dc que la contras—
Conkcy scfialan que, aunquc las tradiciones artfsricas que tratan tacién cmpr’rica del conocimicnto, incluyendo cl conocimiento del
son muy ricas y enigmaticas, algunas opcioncs intcrpretativas, in- pasado, nunca es «un cncucntro solitario de las hipétcsis con la
cluycndo muchas que concuerdan con las prcmisas sobrc el géne- evidencia» (Miller, 1987, p. 173). La importancia dc la evidencia
ro dc nucstras sociedadcs contemporéncas, son simplcmente sc construye como una rclacio’n a tres bandas (Glymour, 1980);
insosteniblcs. Aunque la bus’queda de una conclusion dcfinitiva, 103 arqucélogos inevitablementc haccn de los datos evidencias, dan-
dc una rcspuesta correcta, pueda cstar ma] encaminada cuando sc doles «sentido» (Binford, 1983) como prueba dc sucesos o condi-
trata dc este tipo de material, esto no quicrc decir que «todo vale». ciones especfficas dcl pasado mediante su conexio’n con las hipé-
tesis y los principios intcrprctativos. La clave para comprcnder que
la evidencia (como construccio’n interpretativa) ticnc llmites con-
Limitacioncs dc la evidencia siste en rcconoccr, cn primer lugar, que cl contenido y el uso dc
En todos estos casos, los resultados (thtiCOS y constructivos) tie— los propios principios dc conexién se hallan sometidos a lim‘ita-
ncn en cuenta las limitacioncs impucstas o procedentes de diver— ciones cmpfricas y, en segundo lugar, que, en cualquicr argumen—
sos ripos de cvidencia. Es significativo porquc sugicrc que, por muy to basado en la evidencia, sc da una gran diversidad dc principios.
La credibilidad dc esos principios no es necesariarnente fruto dc la
mediatizados o «cargados» dc teorfa que pucdan estar los datos ar—
convencién, sino que frccucntcrnentc puede establccerse empiri-
queolégicos, éstos actu’an frecuentementc de forma diferente a lo

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camente y de forma independiente a cualquiera de las teorfas o
premisas que informan la teorfa arqueolo’gica (es decir, las teorias premisas que subyacen a la hipétesis propuesta y la organizacién
que pueden contrastarse con la evidencia constituida desde la in- de los datos que la sostienen. Incluso, en ocasiones, los propios
terpretacio’n). Su independencia asegura que pueda detectarse cual- datos de apoyo pueden jugar ese papel. En las interpretaciones de
quiet error en una lfnea de interpretacion por su incongruencia los datos arqueologicos que Watson y Kennedy analizan, subyace
con otras ll’neas que tratan sobre el mismo tema (del pasado). Asr’, un modelo tradicional de las relaciones de género con premisas
los arqueologos usan diversas evidencias cuando evalu’an las pro- sexistas sobre la naturaleza de-las capacidades de las mujeres. Como
puestas de conocimiento sobre el pasado; no 5610 diferentes clases consecuencia y de forma inevitable, esos datos son considerados
de evidencia arqueolégica, sino también informaciones proceden- evidencia de una division «natural» del trabajo segu’n la cual las
tcs de muchas Fuentes que se introducen en la interpretacién en mujeres son pasivas y esta’n asociadas con las plantas. Sin embar-
diferentes momentos, y que pueden limitarse mutuamente, tanto go, esto no quiere decir que el registro proporcione de forma in—
si convergen o como si no, en la contrastacio’n de una hipo’tesis. equfvoca la evidencia de que las actividades consideradas masculi—
En los casos que consideramos en este trabajo y, de hecho, en nas en ese modelo fueran las que mediaron en la transicio’n de la
la mayor parte de las interpretaciones arqueolégicas, las propues- recoleccién a1 sistema de Vida basado en la horticultura, por muy
fuerte que sea la expectativa (en este modelo) de que lo hubieran
tas sobre el pasado invariablemente asumen la forma de teorl’a ge—
hecho. En cuanto a la hipo’tesis de la coevolucio’n de Smith, Watson
neral, 0 al menos de una serie de normas sobre el caracter de la
y Kennedy sen’alan que gran parte de las actividades ubicadas en
cultura que tambie'n pueden dar forma a la interpretacién de los
los «emplazamientos domésticos», que cita como causa de las per-
datos arqueolégicos como evidencia a favor 0 en contra de esas
turbaciones que habn’an transformado las especies de plantas sil-
propuestas. Cuando se especifica el esquema teorico puede darse
vestres en dome’sticas, eran actividades de las mujeres, dado el
una estructura de interdependencia circular entre la contrastacién modelo tradicional (en beneficio del argumento) que consideran
de la evidencia y las hipotesis; es decir, cuando la contrastacion de que subyace a su interpretacio’n (Watson y Kennedy, 1991, p. 262).
la hipo’tesis deriva de una teorfa sobre la dinamica cultural que Pero incluso cuando se dicta el caso de que la interpretacio’n
ademas’ proporciona los principios de conexion usados para inter- de los datos arqueolégicos estuviera tan «hiperdeterminada» por
pretar los datos como evidencia en favor 0 en contra de esta hipo’— este tipo de presupuestos que no diera lugar a la aparicién de ten—
tesis. Es presumiblemente este tipo de circularidad la que llevo’ a siones y contradiciones como las mencionadas, las crl'ticas a estos
los postprocesualistas a declarar que los arqueologos simplemente presupuestos (incluyendo las criticas a los principios usados para
«crean los hechos» (Hodder, 1984a, p. 27) y que la contrastacio’n establecer el significado de la evidencia de datos especr’ficos, asf
es fu’til, porque es un cr’rculo vicioso. como las premisas centrales del esquema conceptual general) pue—
Cuando se examina la practica se observa que la circulatidad den basatse en evidencia independiente, es decir, en evidencia ge—
mencionada por los postprocesualistas puede corresponder a un nerada fuera del contexto (arqueolo’gico) al que se aplican estos
extremo de un continuum de tipos de inferencia interpretativa, la presupuestos. Puede tratarse de evidencia establecida en los con-
mayor parte de los cuales no sostienen juicios radicalmente pesi— textos «originarios» a partir de los que se establecieron los princi-
mistas sobre la indeterminacién de la inferencia arqueologica y la pios interpretativos de conexio’n. Watson y Kennedy hacen un uso
evaluacién de hipétesis. Incluso cuando tiene lugar la circularidad efectivo de un conocimiento base (bota’nico) sobre las necesidades
de la autoevaluacion, como parcialmente critican Watson y medioambientales de las diversas vatiedades de mar’z para propo—
Kennedy (1991) en relacién a la aparicién de la horticultura en ner que muchos contextos en la prehistoria en los que han apare—
las regiones otientales de los Estados Unidos, es posible establecer cido no eran éptimos (de hecho, «inho’spitos», «adversos» (Watson
cual'es son las bases de la evidencia que permiten cuestionar las y Kennedy, 1991, p. 266). For tanto, no es plausible que pudie—

50 51
W?—
m.

ran surgir esas variedades en condiciones de abandono; es «ma’s


probable» que el conocimiento humano de esas plantas (por ejem- que una u’nica teorfa (por ejemplo, la de los sistcmas culturalcs)
plo, por las mujeres recolectoras) haya desempefiado un papel en tuviese los recursos necesarios para proporcionar las necesarias hi-
su cultivo y desarrollo. Cuando Watson y Kennedy critican la pro- pétesis explicativas y las bases para contrastarlas (es decir, las co—
nexiones relevantes) en un contexto arqueolégico determinado. A
puesta de que son los hombres chamanes los tienen que haber re—
pesar de las crfticas, la inferencia arqueolégica es la base de la atri-
presentado este papel (segu’n Prentice, 1986), sefialan que el mo-
bucién de significado a la evidencia arqueolégica y, por tanto, la
delo tradicional de division sexual del trabajo, que encuentran
cuestién no es tanto la hiperdeterminacién, sino la indetermina—
implicito en todas las hipétesis que analizan, es problema’tico dada
cién. Con todo, como muestra el caso descrito, la inferencia
la evidencia etnogra’fica sobre las practicas de recoleccién y de dis-
analégica esté sometida a dos series de limitaciones de la eviden-
tribucién (por ge'neros) de la informacién botanica entre los miem—
cia que pueden constren’ir de forma significativa las diversas op-
bros de las sociedades recolectoras (Watson y Kennedy, 1991, pp.
ciones viables; las que determinan lo que puede decirse desde una
256— 257, 268). En las tres u’ltimas de’cadas, antropélogas femi-
analogi’a basada en el conocimiento de los contextos originales, y
nistas han documentado la gran variabilidad de papeles desempe-
las que derivan del registro arqueolégico que determinan su
n‘ados por las mujeres, los diversos grados en que son activas ma’s aplicabilidad en un contexto especffico (Wylie, 1995). Al relacio—
que pasivas, mo’viles mas que ligadas al «campamento base» y po- nar a las mujeres con el uso de las fusayolas para la fabricacién de
derosas mas que estereotipadamente desposefdas y victimas.16 Todo tejido, y con el uso de recipientes y hornillos para la preparacién
ello pone en tela de juicio de forma decisiva cualquier presuncio’n de alimentos, Brumfield (1991) se basa en una analogi’a histérica
de que las mujeres son inherentemente menos capaces de autode— directa que postula que en contextos arqueolo’gicos y etnohis'téricos
terminacio’n y manipulacién estratégica de los recursos que los se dan los mismos tipos de produccién de alun‘entos y telas (a partir
hombres de su sociedad. Mientras la informacio’n botanica y de una lectura prudente de los codices del siglo XVI) (Brumfield,
ecologica proporcionan la base para poner en cuestién principios 1991, pp. 224—230, 237-239, 243—245); esto, a su vez, es la base
interpretativos especr’ficos (por ejemplo, respecto a la importancia para postular similitudes limitadas en las relaciones de produccio’n
de los datos sobre la distribucio’n espacio—temporal de las primeras referentes al ge’nero. De modo simil'ar, los arqueo’logos que traba—
variedades de mai'z en el este de los Estados Unidos), los datos jan a partir de la evidencia del sisterna de Vida basado en la horti-
etnografi’cos debilitan la credibilidad del esquema interpretativo, cultura postulan de forma reiterada una division del trabajo en el
haciendo sospechosa una interpretacién que depende de esas que las mujeres son las responsables primarias de las actividades
premisas, independientemente de los resultados arqueologicos. agrfcolas, pero éstos no se basan en una relacién de complementa—
La circularidad no es, en la mayori’a de los casos, el problema riedad entre la fuente y el contexto, como en el caso de Brumfield,
central de la interpretacién arqueolo’gica. Dado el estado de cono— sino en la persistencia de esa asociacién en contextos documenta-
cimiento en los campos relevantes, las hipo’tesis explicativas sobre dos historica y etnograficamente, aunque puedan ser muy diferentes
contextos particulares del pasado y los principios que los conectan en otros aspectos (véase, por ejemplo, la discusién de Ehrenberg
para interpretar el registro de esos contextos, raramente se inte- sobre la base etnografi’ca de esas correlaciones, 1989, pp. 50—54,
gran en una u’nica teori’a cultural; de hecho, dada la complejidad 63-66, 81—83, 90—105).
de la mayor parte de los temas arqueolégicos es casi inimaginable En esos casos, la evidencia de una notable similitud entre fuente
y contexto y de correlacién fiable entre conjuntos de atributos en
los contextos originarios, sugiere que la conexién propuesta entre
16. Para una primera serie de argumentos sobre el tema, véan las contribuciones A los materiales observados arqueologicamente y su significado fun—
Women. Culture, and Society (Rosaldo y Lamphere, 1974), y para propuestas contempora- cional, social, ideologico u otro, no es enteramente arbitraria. Mas
neas véasc thinu'm and Anthropology (Moore, 1988) y Mukhopadhyay y Hoggins, 1988-

53
52
concretamentc, este tipo de informacién derivada de las fuentes
constituye la evidencia de que la asociacion entre mujeres y la re- potesis: la que critica y la que propone. Asl, cuando demuestra
colcccién de recursos vegetales y con la horticultura, y su asocia— que la variabilidad inherente a esos datos no puede explicarse a
cién local con la cocina y el tejido en contextos aztecas, es en al- partir de los modelos existentes 51' 5e interpreta en :50: términos com-
gu’n grado (especificable) no accidental. Al menos es una prueba partia'os, presenta un desaffo que no es consecuencia de un punto
de vista feminista que lleve directa o indirectamente a su analisis,
preliminar de que una «estructura determinante» subyacente co-
o que resulte convincente 5610 para quienes comparten una com-
necta el material artefactual analizado con funciones, asociaciones
prensién feminista de las relaciones de género.
dc género, o estructuras de actividades especlficas de una forma
Las inferencias analégicas permiten frecuentemente formular
suficientemente segura para permitir defender la adscripcién de
un considerable nu’mero de afirmaciones emplricas (independien—
estos atributos a un problema arqueologico (para detalles de este
tes), pero se situ’an en los niveles medios de un continuum de ti-
anal’isis véase Wylie, 1985, 1988).17 Un cambio en el conocimiento
pos de inferencias, donde se dan diversos grados de incertidumbre
primario de las fuentes, 0 en el registro arqueolégico, puede trans-
y la posibilidad de quedarse sisteméticamente aislados de la cri’tica
formar esas pretensiones interpretativas. La investigacion feminis-
(como en el caso de la circularidad). La forma de limitar este
ta de las sociedades recolectoras (ya mencionada) pone en cues— continuum de inferencias cargadas de teoria (para alcanzar el ideal
tio’n todos los aspectos de la premisa de que las mujeres «siguen a de la seguridad en la adscripcio’n de significado a los datos) se da
las planras» pasivamente (segu’n la caracterizacién que Watson y en ejemplos donde los arqueo’logos puedan basarse en fuentes com-
Kennedy hacen del modelo tradicional), y proporciona la eviden— pletamente independientes, no etnografi’cas, para establecer prin-
cia de que las actividades de recoleccion de las mujeres a menudo cipios de conexic’m bicondicional (leyes o principios parecidos a
incluyen la caza de pequen'os animales. Por tanto, se hace necesa- leyes) para especificar los antecedentes causales u’nicos de los com—
rio reconsiderar las premisas interpretativas simplistas de que los ponentes especr’ficos del registro que se ha conservado.”g Entre los
instrumentos de .caza son indicativos de la presencia 0 de las acti- casos considerados en este trabajo, el uso que hace Hastorf del
vidades de los hombres. Pero lo mas importante, cuando los prin- ana’lisis de la composicio’n de los huesos se acerca a ese ideal. Si e1
cipios que se utilizan para «dar sentido» a los datos arqueologicos conocimiento previo desplegado en el anal’isis del iso’topo estable
no presentan problemas, es decir, cuando su credibilidad esté bien es fiable (lo que siempre puede estar abierto a la cri'tica), puede
establecida y es independiente de cualquiera de las hipo’tesis que establecerse, en términos qufmicos, la dieta que habrr’a sido nece-
los arqueélogos quieran evaluar, es cuando la evidencia arqueolo’— saria para producir la composicién registrada de la me’dula dc hueso
gica puede servir para proponer teorfas diferentes acerca del pa— recuperada en contextos arqueologicos. Y en los. casos en que es-
sado cultural. El valor de la crl'tica de Brumfield a los modelos tos resultados puedan relacionarse, a partir del analisis paleobo—
existentes de la base economica del rm'perio azteca depende preci— ténico, con el consumo de recursos vegetales y animales especr’fi—
samente de este hecho. Su identificacio’n de las fusayolas y de los cos, sera’ posible sefialar inferencias sobre los perfiles de la dicta
recipientes ceram’icos y los hornillos con la produccién femenina que funcionen como evidencia substancialmente independjente y
de telas y de alimentos no presenta problemas para quien quiera
entrar en el debate y es enteramente independiente de las dos hi— 18. Las leyes bicondicionales roman la forma de «si y 5610 si» especificando [as condi-
ciones previas quc son necesarias y suficienres para producir los efectos o resultado en cues-
rién. En un contexro arqueologico, un principio de conexién dc est: ripo dcberla especifi-
car las actividades o sucesos del pasado que han tenido lugar para quc haya dado lugar a un
17. La nocién de «estructuras determinantes» deriva de un analisis de la inferencia
regisrro arqueolégico particular. y excluirfa cualquier orro tipo posible dc antecendentcs. En
analogica de Weitzenfeld 1984 y se refiere a cualquier relacion sistematica de dependencia
la misma linea quc estos casos limitadores se encuentra cl ideal en el que Binford basa sus
(funcional, relacionada con la norma, asi como causal); no im'plica un compromise con cl
argumenros para la teon’a dc alcancc medic (p. e]., Binford, 1983, p. 135; 1986b, p. 472).
uniformirarismo 0 con cualquier otra determinacion, especlflcamente, de tipo causal.

54 55
pcrmitan proponer alternativas (con contrastacio’n) a cualquier pro-
puesta explicativa o interpretativa sobre las pautas de subsistencia refiitar la hipétesis, sino, sobrc todo, de la independencia entre si
y/ o practicas sociales que afectaban a la distribucion de alimen_ de los diversos principios usados para establecer las lincas de evi-
tos quc los arqueologos estén interesados en contrastar. La inde- dencia que sostienen esas propuestas. Es decir, cuando las limita—
pendencia y seguridad de los argumentos de conexion basados en ciones inherentes a la relacién entre evidencia e hipotesis dan como
el conocimiento base de este tipo, ffsico, qul'mico, bioecolégico, consecuencia una serie de ejes verticales diferentes (es decir, que
se explota en muchas otras a’reas: en los analisis morfologicos de proceden dc elementos diferentes de la base de datos, y, mediante
los restos de huesos que proporcionan evidencia de patologfas y una serie de hipotesis de conexién, sc dirigen a las propuestas), se
traumas fi’sicos; en me’todos radiocarbonicos, arqueomagnéticos, y producen una serie de limitaciones «horizontales» cntrc las llneas
dc inferencia e interpretacion de los diversos tipos de datos, que
otros sistemas de datacion; y en algunas rcconstrucciones de tec-
se refieren a un contexto particular del pasado. Si las diversas for-
nologfa y paleecologfa prehistoricas, por citar algunos ejemplos.
mas de evidencia confluyen en una hipotesis dada ( si podcmos
El grado de independencia entre los principios que conectan y las
usar diferentes medios para ubicarlas en la mis'ma serie propuesta
hipotesis contrastadas es aproximado en estos casos, pero los
de condiciones o sucesos), podcmos obtener una prueba decisiva,
arqueologos se aseguran un cuerpo de evidencias que establece aunquc no irreversible, simplemente porque seri’a improbable que
parametros provisionalmente estables para todas las dema’s inter- la convergencia resultara de un error compensatorio en todas las
pretaciones y una base estable para la comparacion detallada entre inferencias (para una discusién filosofica de estas consideraciones,
propuestas alternativas sobre el pasado cultural (un ana’lisis ma’s ve’ase Kosso, 1988, p. 456; Hacking 1983, p. 185).
detallado de esa independencia se desarrolla en Wylie, 1990). En Al igual que Hastorf, Brumfield actu’a bajo la misma presion
la misma li’nea que estos casos limitadores se encuentra el ideal en limitadora cuando demuestra que li’neas de evidencia constituidas
el que Binford basa sus argumentos para la teori’a de alcance medio. independientemente respecto a la produccio’n dc telas 0 dc alim'en-
Es importante sen'alar que el uso de esta estrategia (es decir, tos convergen en la contrahipotesis de que el cambio en la orga-
de la evidencia que se constituye en base a principios de conexio’n nizacion del trabajo doméstico fue un componente clave para el
cxtremadamente fiables, determinados e independientes) es a me- establecimiento de la base cono’mica del imperio azteca. Esta con-
nudo limitada. Por ejemplo, Hastorf tiene que usar li’neas colate- vergencia es un fuerte argumento en su explicacion precisamente
rales de evidencia para establecer que el ano'malo cambio de dieta porque no se puede dar por descontado. Incluso cuando cada li-
de los esqueletos masculinos probablemente se debio’ al incremen- nea de evidencia que se rclaciona con un modelo particular de los
to del consumo de cerveza de mai’z, para conectarlo con la apari— sucesos o condiciones de Vida del pasado tiene un sostén impor-
cio’n del sistema de control poli’tico de los incas en el Valle, para tante colateral (es decir, de fuentes que aseguran los prm'cipios dc
poder deducir que esta transformacion poli’tica dependi’a de una conexién de los que dependen), un error 0 debilidad no detectada
profunda reestructuracién de las relacioncs de género en el seno puede hacerse evidente cuando una forma de evidencia se enfren-
de la unidad dome’stica. De hecho, cste uso de mu’ltiples “mas de ta persistentemente a las demas, es decir, cuando aparece disonan—
evidencia es un rasgo general e importante del razonamiento ar— cia entre ll’neas de interpretacién. El fracaso de la convergencia en
una ll’nea coherente dc explicacio’n se debe a que el error esta' en
queolo’gico; los arqueo’logos raramente adscriben significado a los
algu'n lugar del sistema de premisas auxiliares y principios de co—
artefactos considerados de forma aislada. Pero esto no es necesa—
nexio’n, por muy entrecruzados quc estén. En su forma mas’ extre-
riamente negative. En estos casos, la seguridad de la evidencia ar'
ma, como puede verse en el tipo de casos que Handsman y Conkey
queologica no depende de la credibilidad de los principios de
consideran (es decir, interpretaciones de las imagenes y tradicio—
conexion particulates, tomados en forma aislada, 0 de su indepen—
ncs «artfsticas»), la disonancia persistente puede llamar la atencion
dencia de las formas de contrastacion que se usan para apoyar o

57
56
sobre la eficacia de cualquicr sistcma interpretative de los datos
como evidencia. En u’ltima instancia, puede que no exista un fac. su atencién a nuevas cuestiones quc permiten observar los vaclos
tor determinante en el tema de la importancia simbélica de las re- e incongruencias de las teorfas establecidas y que les lleva a
presentacioncs dc género o, como sugiere Conkey, puede que ten- cuestionarse las ideas aposentadas sobre la plausibilidad que, de
gamos que llegar a la conclusio’n de que simplemente no estamos otro modo, nunca sen’an puestas en cuestién (ve’ase Longino,
(y quizas' nunca lo estaremos) en posicién de determinar de qué 1990). Y aunque los puntos dc vista que resultan de ese cambio,
se trataba en esos casos. Paradéjicamente, es la naturaleza fragmen. por ejemplo, en los trabajos que apuestan por una perspectiva fe—
(aria del registro arqueolo’gico lo que da fuerza a las limitaciones minista, estén abiertos a nuevas cn’ticas (como las discusiones fe-
de la evidencia, incluso para e5tablecer los limites de lo investi- ministas sobre las diferencias de clase, étnicas, culturales y raciales
gado. que tienen sus propios li’mites), no se situ’an a] mismo nivel que
las perspectivas (parciales) que critican y a veccs desplazan. Cuan-
El punto clave en la reflexién sobre estos ejemplos de investi-
do nuestra comprensién se extiende (de hecho, podrla decirse, se
gacién sobre el ge’nero en arqueologfa es que, aunque los datos ar-
transforma), y tiene en cuenta a las mujeres y el género, no hay
queolégicos actu’an como evidencia, el proceso de interpretacién
vuelta atrés a los modelos androcéntricos tradicionales descritos por
(dotar a los datos dc teon’a de manera que adquieran importancia
Watson y Kennedy; e1 proceso de investigacién en ese sentido, esté
como evidencia) no esta’ totalmente abierto. Los principios de co-
abierto, pero no es anérquico.
nexién y el conocimiento base que media en el paso de los datos a
la evidencia no son convenciones necesarias o inherentemente ar-
bitrarias, como Hodder sugirio’ (1984a, p. 27). Valores e intereses Conclusion
de diversos tipos desempen'an un papel importante en las propuestas Aunque no puede asumirse que haya una u’nica serie de medidas
de ternas para la investigacio’n arqueolo’gica (determinando qué o puntos de referencia a los que puedan referirse todos los mode-
cuestiones se plantean), y también en la determinaeién del espec- los, hipétesis y propucstas —no hay una «red transcendental»
tro de opciones interpretativas y explicativas que serén considera— (Bernstein, 1983; Wylie, 1989b)— en cualquier tiempo determi-
das fructl’feras o posibles. No sélamente dan forma a las directn- nado, existen una serie de puntos de referencia estables que pue—
ccs, sino también a] contenido y al resultado de la investigacio’n den explotarse a partir de la comparacién y evaluacién de las pro-
arqueolo’gica. Pero esto no significa que estas influencias «exter— puestas y, en ocasiones, proporcionan conclusiones «racionalmente
nas» determinen la forma de la investigacién de forma irrevoca- decisivas» (Bernstein, 1983), aunque nunca inamovibles. Esto sig-
ble; pueden ser cuestionadas efectivamente tanto por su fundamen— niflca que, al menos en ocasiones, es posible decir que hemos lite-
to conceptual como empi’rico, tal como ha sido repetidamente ralmente «descubierto» un hecho acerca del mundo, o que hemos
demostrado por la investigacién feminism en ciencias sociales en demostrado que una propuesta que anteriormente se consideraba
las pasadas dos de’cadas y por los anal’isis cn'ticos descritos en este plausible era «falsa». La investigacio’n feminista con motivacio'n
trabajo. Es significativo, con todo, que la iniciativa en la reflexio’n poli’tica ha representado un papel importante en la aparicién dc
cri'tica de las premisas ocultas de la disciplina a todos los niveles esas propuestas, incluyendo las que han empczado a aparecer en
(es decir, al nivel de las interpretaciones especx’ficas y de los princi— arqueologi'a; el anal’isis cn’tico de Watson y Kennedy, y las propues—
pios de conexio’n, asf como de las premisas ma’s generales) muy a tas constructivas de Hastorf y Brumfield, son ejemplos. En otros
menudo procede de quienes aportan un punto de vista, un a’ngu— casos, los resultados de la investigacién son mas equi’vocos. Como
lo de visio’n social y poli’ticamente deflnido (sea cual sea) que di— ilustran los ejemplos de Handsman y Conkey, la investigacién rea-
fiere del establecido en un campo. Es precisamente una transfor— lizada nos puede llevar a cuestionar las premisas bas’icas de la exis-
macio’n de los valores e intereses lo que lleva a 6505 criticos a dirigir tencia y accesibilidad de ciertos «hechos» de un determinado tema.

58 59
Es decir, hay inferencias, circulates o analégicas y otras de formas
como las deductivas que propone Binford, que manifiestan gm. agradecida a otros colegas que comentaron anteriores versm'nes de
dos muy diferentes de seguridad y apertura; ninguna de esas par. este arriculo cuando lo presenté en varios lugares que el permiso
tes puede considerarse como una totalidad. sabatico me permitié visitar durante el afio acade’mico de 1990—
Sugiero, por tanto, que la cuestién de cu’al es la perspectiva 1991. Parriculamente agradezco las vivas discusiones que mantu-
epistémica apropiada (si tenemos que ser relativistas, objetivistas, ve con los asistentes a la conferencia australiana sobre onen in
o postprocesualistas) debe analizarse localmente, en relacién a lo Archaeology, con miembros de los departamentos de Arqueologia
que queremos conocer sobre la naturaleza de las materias especifi. de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Sout—
cas y a partir de los recursos que tenemos para nuestra investiga. hampton, con las arqueologas noruegas de la Universidad y del
cién. Debemos resistirnos a adoptar una perspectiva epistémica Museo de Tromso y de las Universidades de Bergen y Oslo, con
general apropiada para todas las propuestas de conocimiento. La los investigadores de la Boston University Humanities Foundation,
y con antropo’logas, filésofas y estudiantes de Women ’5 Studies y
ambivalencia expresada por Harding (1986) sobre los impulsos
miembros de la Facultad con los que hable’ en la Universidad del
contradictorios evidentes en el postprocesualismo esta bien funda-
estado de Arizona, la Universidad de California en Berkeley y la
da, pero no tiene que llevarnos a construir inconsistencias en el
Universidad de Calgary. Finalmente, quiero destacar que este ar—
centro de nuestra epistemologia y nuestra pra’ctica. ti’culo no habri'a sido posible sin la generosa ayuda de quienes se
Si se aceptan estos puntos generales, podemos asumir que la han implicado en los temas que he analizado. Con gratitud y ad—
investigacién feminista, incluyendo la investigacio’n feminista en miracién dedico este trabajo a las pioneras en la exploracio’n de
arqueologi’a, no es «poli’tica» en ningu’n sentido especial o que deba iniciativas feministas en arqueologr’a. Aunque conozco a muchas
preocupar (\Wylie, 1991b) Los factores sociopoliticos son claves para que tienen posiciones distintas a las mr’as en varios de los temas
explicar co’mo y por que’ ha surgido en este momento, pero los que he planteado, espero que encuentren algo de valor en el tex-
resultados de la investigacién no son productos «predeterminados» to.
de inferencias circulares que roman como punto de partida y dc
conclusion la conviccién poli’tica en la que se inspiran. De hecho,
si puede extraerse una leccion general de la reflexién sobre la pra’c-
Bibliograffa
tica feminista es que la ciencia politicamente comprometida es 3 ARNOLD, K, R. GILCHRIST, P. GRAVES, y S. TAYLOR (eds.) (1988). Women
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Groups. Annual Review ofArzthropology 8: 161—205. primeros nu’cleos urbanos de Centroamérica, fue concebida como
el arquetipo de ciudad civilizada mesoamericana. Era su dominio
sagrado, el mi’tico Tollan donde florecieron las actividades
artesanales.
A partir del siglo III d.C., uno de los rasgos mas’ caracten’sti—
cos de la civilizacio'n de Teotihuacan’ eta la existencia de comple—
jos multifamiliares, que proporcionan la posibilidad de exatninar
la naturaleza y la diversidad de los segmentos sociales urbanos. No
sabemos pra’cticamente nada sobre la Vida utbana del Valle de
Mexico con anterioridad al 200 d.C., con la excepcio’n de datos
parciales sobre suelos y los restos de una casa de una habitacio’n
(TC—49) (Charlton, 1969), que se patece a las casas del peri'odo
formative local del poblado de Cuanala’n (Charlton, 1969; Man-
zanilla, 1985). En la fase Tlamimilolpa (200-350/400 d.C.), los
elementos urbani’sticos de Teotihuaca’n aparecen claramente defi—
nidos, al igual que los indicadores de la Vida doméstica en esos
complejos multifamiliares (Millon, 1973) (Figura 1). Se han es-

141
140
T
-

tUdiado multiples CJ‘CmPlos dc 65”“ eStruauras dCSde las en San Antonio Las Palmas, sanchez Alaniz (1989) en Bidasoa, y
excavaciones en extension realizadas por Linné (1934) en Xololpan Sanders (1996, 19994, 1995) en Maquixco Bajo. También criba-
(Figura 2); For ellcmPlor Tlar‘fimiIOIPa (Fl-gum 3)* Atetelcor mos y analizamos las muesrras dc flotacion como hizo Widmer en
Tepantirla, la Ventilla, Tetitla (Figura 4), Yayahuala (Séiourné Tlajinga 33 (Storey y Widmer’ 1989; Widmer, 1987)_ Estes "a-

,
1966b). Zacuala (Se’journé, 1966b), Bidasoa, San Antonio, Las bajos sc complementaron con andlisis dc fitolitos y de polen, dc
Palmas, El Cuartel y la estructura ISBzNGW3 en Oztoyahualco macrofésiles boténicos y faunfsticos, de la composicion qufmica
(Figura 5)- Tambié“ contamos C0“ informadén Procedeme de de los suclos, y de la distribucién de artefactos a nivel micro (Bar-
Tlajinga 33 (Storey, 1983, 1987, 1991, 1992; Storey y Widmer, ba 6! alii, 1987; Manzanilla, 1988, 1988, 1993b; Manzanilla y
1989; Widmer, 1991), de las afueras dc Maquixco Bajo (TC8) Barba, 1990). De este modo, obtuvimos la radiografi’a de un com—
(Sanders, 1966, 1994, 1995), y de estructuras domésticas de los plcjo habitacional durante e1 perfodo Xolalpa (ca. 550 d.C.). Este
barrios d6 CXUanjCIOS d6 18 Ciudad (Rattray, 1987, 1988, 1993; ejcmplo sirve como referencia para evaluar la diversidad
SPCHCCE 1989, 1992, 1994)- socioeconomica de los complejos domésticos de Teotihuacén.
A continuacién, describiré la merodologl’a utilizada para ana- Puesto que el complejo de Oztoyahualco 15B1N6W3 fue aban-

,
lizar las actividades en Oztoyahualco. Veremos cual es la naturale- donado y sus residentes se llevaron consigo la mayor parte de sus
23 de los complejos habitacionales y las evidencias disponibles so— pcrtcnencias, so’lo encontramos restos de desechos en algunas ha-
bre diferentes tipos de trabajo, a partir de los resultados de los bitaciones y, en casos excepcionales, algunas a’reas de locus agendi
ana’lisis qu1’micos, bota’nicos, faum’sticos y artefactuales (Manzani- (Manzanilla, 19863, 1986b, 1988-1989) (Figura 6). Durante Ios
lla 1987, 1993b; Manzanilla et alii, 1990). trabajos dc excavacio’n, pudimos aislar distribuciones de materia-
les que parecen responder a zonas de actividad. NormaJmente es—
N - taban delimitadas es acialmente, con ofrendas o enterramientos
OZtoYahualco 15B:6W3: Propueua Metadowglca cxcavados en el suelo,p asociaciones de recipientes ceram’icos de al-
Entre 1985 y 1988 excavamos cuidadosamente un complejo macenamiento, o concentraciones de artefactos o restos faum’sticos
habitacional en Oztoyahualco 15B:N2W3 (Figura 5), en el ll’mitc en los a’ngulos de las habitaciones. Esas posibles areas de trabajo

y
noroeste de la ciudad, en la cuadrl’cula N6W3 de Millon (Manzani- prescntaban grupos especr’ficos de conjuntos de objetos cuya dis-
lla, 1993b), como parte de un proyecto interdisciplinar. Sabl’amos que tribucio’n se comparé con la de los restos biolo’gicos y 103 com—
en los antiguos contextos de ha’bitat los suelos dc estuco se bam’an a puestos qufmicos para obtener una idea de las actividades asocia-
conciencia, lo que deja un escaso registro macrosco’pico para los ana’- das a cada habitacién.
lisis, Per 10 tanto, disen’amos una estrategia para obtcner trams (11112 Los ana’lisis qur’micos de los suelos resultaron un me’todo muy
micas dc diferentes actividades registradas en los suelos, asr’ como evi— U’til para identificaf distintos tipOS d6 [areas- Barb?! (1986; Barba
dencias de cara’cter microsco’pico relacionadas con las mismas. Y Manzanilla, 1987; Ortiz Y Barb?!) 1993) ha demOStfado, C0D
Después de realizar la planimetn’a geofi’sica, geoqufmica y at- cjemplos emograflcos y arqueolégicos, que los suelos de estuco ab-
queolo’gica de los materiales en superficie, seleccionamos la estruc- Sorbcn 108 compuestos qufmicos producidos por ciertas activida-
tura ISBzN6W3 para iniciar un ana’lisis «detectivesco» de cada dcs si se realizan repetidamente en un mismo lugar. En
habitacion. Recogirnos toda la informacio’n arquitecto’nica y fu— OZIOYahualCO 1533NGW3 recogimos mueStl’aS de un espesor d6
malaria [a] como hl‘cieran Linné (1934, 1942) en Tlamimilolpa y 5cm en cada metro cuadrado de los pisos dc estuco. Sobre cada

Xolalpan, Se’journé (1966b) en Tetitla, Yayahuala y Zacuala, y Pin'a “11165th 56 realizam“ 105 Sigu‘iemcs “1511.51.51
Cha’n (1963) y Vidarte en La Ventilla. Realizamos la planimem’a 0fsat05: Este test semicuantitativo se basa en la intensidad del
de los suelos y sus materiales de igual manera que Monzén (1989) ml” “‘11 cI“e aparcce 50b“ 13 superfide de “‘1 filtro Clue refleja la

142 143
cantidad dc fosfato de cada mTuestm. Las a’reas donde abundan los
residuos organicos presentan altos valores de fosfato.
Carbonaros: La cantidad de carbonatos presente en cada mues-
tra se estimé a partir de su reaccién al a’cido clorhfdrico. Se urilizo’
una escala del uno al cinco para medir el nivel de intensidad de
las reacciones. Dejando aparte la deposicion natural del carbona-
to célcico, las concentraciones de carbonate pueden ser debidas a
la preparacién de tortillas 0 al procesamiento del estuco o la cal.
Nit/cl depH: Se determiné segu’n el procedimiento normal que
se utiliza para los suelos en una solucio’n de agua que se mide con
un electrodo combinado. La presencia de fuego cerca de un suelo
de estuco incrementa el nivel dc pH.
Color: Las muestras se compararon utilizando la tabla dc
Munsell. El color del suelo puede indicarnos la presencia de ma—
teriales orga’nicos y ayuda a identificar los lugares en los que se ha
encendido fuego.
Se realizaron pruebas especfficas para detectar la presencia y los
valores de sodio y hierro en los lugares donde se esperaba que se
hubieran realizado determinadas actividades. Las concentraciones
de hierro pueden proceder del procesamiento del agave 0 del des— (IKMNJM DI LII—I II“!

cuartizaxniento de animales. También se realizaron anal’isis quun’i—


A ENTERRAMIENTO DE NIN‘os
cos orgénicos e inorgan’icos de determinados tipos ceram’icos, que . ENTERRAMIENTO DE ADULTOS
proporcionaron informacién adicional sobre la preparacién de los * INCENSARIO
alimentos y su consumo. Figura l:
Planta de Xolalpan (Linné, 1934), con la localizacién de los entertamientos.

Los complejos habitacionales manufactura de diferentes productos Vivian en complejos separa-


Un complejo habitacional consiste normalmente en varias habita— dos (Milton, 1968; Spencer, 1966). Al situar planimétricamente
ciones a niveles ligeramente diferentes, distribuidas alrededor dc las actividades compartidas por todas la unidades dome’sticas de
espacios abiertos (patios, a’reas de desecho, y pequefios pozos) que nuestro complejo, obtuvimos nuevos datos que corroboran esta hi—
servfan para realizar rituales, recolectar agua de lluvia, tirar la ba- po’tesis. Sin embargo, los anal’isis de ADN fo’srl' de los enterramientos
sura y como pequefios almacenes. Los complejos estan’ formados de Oztoyahualco 15B:N6W3 (Millones, 1994) no contenl’an el
por diferentes habitaciones, unidas entre sf por pasillos para la cir— colageno suficiente para evaluar las relaciones de parentesco entre
culacio’n, y santuarios dome’sticos. Todo el complejo esta delimi- los individuos de cada unidad dome’stica.
tado por una pared exterior (ver Figuras 2 y 4). Los complejos habitacionales de Teotihuacan divergen en su
Se cree que estos complejos estaban ocupados por grupos cor- superficie de forma considerable. Algunos son muy grandes, como
porativos unidos por el parentesco, la residencia y la ocupacio’n. Tlamimilolpa (L 1942), Yayahuala, Palacio Zacuala y Tetitla (de
La arqueologr’a ha demostrado que los artesanos dedicados a la ca. 3600 m2; Sejourne’, 1966b); otros, de tamafio medio, como

144 145
r-

an
o l r I 4 as
"—1
1989

a:
m

:nmuao

* INCENSARIO
ADULTOS
. ENTERHAMIENTO
DE
TETITLA
” ’9‘

NINOS
A ENTERRAMIENTO

ENTER AMIENTO
DE
I“

A
OII‘IID
RI

M!
136

“2

Figura 3:
I22

120

Planta dc Tetitla (Se’journé, 1966b), con la localizacio’n de los enterramientos.


I”
04

"5
I23

Tlajinga 33 (2280 m2, Storey, 1992), Bidasoa (1750 m2 en SZE4;


Sa’nchez Alaniz, 1989), Xolalpan (més de 1344 ml; Linné, 1934),
y cl montl’culo 1—2 en TCS de Ccrro Calaveras (1500 m3; Sanders
1966, 1994). Otros complejos son mucho ma’s pequen’os, como
Figura 2: el cxcavado en Oztoyahualco 15BzN6W3 (poco ma’s de 550 m2),
Planta dc Tlamimilolpa (Linné, p. 192), con la localizacién 105 montl’culos 3 y 4 en TCS (340 y 529 m3, respectivamente;
dc los cntcrramientos. Sanders, 1966), y el excavado por Monzén en San Antonio Las
Palmas (280 m2; en N7W3; Monzén, 1989).

146 147
Figura 4:
Fotografi'a aérea de Ozroyahualco 158:N6W3 romada por la aurora.
. ENTERHAMIENTO DE ADULTOS
AENTERRAMIENTO DE NIN‘os

Figura 6:
Planta simplificada de Oztoyahualco ISBzN6W3 con las trcs secciones
propuestas y la localizacio’n de los enterramientos.

Los scctorcs individuales de las unidades dornésticas dentro del


complejo se distinguen por los pasillos de circulacio’n o por los
puntos dc acceso (Sanders, 1994, pp. 19—37), 0 bien identifican-
do las areas de consumo de alimentos individuales. El complejo
dc Oztoyahualco ISB:N6W3 prescntaba tres secciones (Figura 7),
que pensamos que correspondl’an a tres unidades domésticas (Ortiz
Y Barba, 1993; Ortiz Butrén, 1990). Cada apartamento inclufa
_u“3 20m para la preparacio’n y consumo de alimentos, dormito-
rlos, almacenes, a’reas de
desecho, patios para Ias actividades dc
Figura 5: who Y zonas de enterramiento. Adcma’s, existr’an espacios en 103
la habitacién C40.
Plato cera’mico y mortero sobre el suelo dc

149
148
Figure. 9:
pulidores de estuco documentados en Oztoyahualco
Muestra dc los
15BzN6W3.

T_ Figura 7:
Reconstrucaén artfsti-ca de las actividadcs realizadas en C3-4 C
(dlbujo dc Fernando Betas). y 5

Enrerramlcnt
-
Figura 8: 0 8 en un a fosa (90
(probablemcntc una
divinidad patrona) d6 [1. po {6a
d 6 un concjo tr 0 desmantelado alrededor
chuen‘a escultura 33.
dCl CUCI'PO
encontrados en el patio

151
150
... “:4

n"

Tfigum 11-.
Incensario dc tipo teatral cncontrado en el cnterramiento 8
(aJtura de la tapa: 34,5 cm, altura de la figura principal: 18,5 cm).

Figura l3:
Representaciones dc Tlaloc en una «tapa con asas».

as
Figura 12:
orc
Representacioncs dc flores y frutos dc calabaza, tamalcs, algodalé'n, mtziozS
' "
a mvel '
econémico y a imcn
’ y otras plantas importantcs
dc maiz,
incensario
procesados que se encontraron en tomo a la tapa dcl Patio principal (C41) Figure. 14:
(taman’o dc las piezas: 36,1 cm). de Onoyahualco 1532N6VV3 (dimensiones: 5,5 x 4,5 m).

152 153
dc distintas actividades
{filaments
En la excavacion se detectaron tres nivclcs dc construccion: dos
del pcriodo dc Tcotihuacan (Tlamimilolpa Final y Xolalpan Final)
a los quc sc superponfan dos casas aztccas (una en el extremo su-
doeste sobrc C36, y la otra en la parte occidental sobrc C18). En
este articulo revisaré u’nicamcntc los materiales dc la ocupacion dc
Vlflo L01“ Xolalpan Final.

Proccsamicnto y Consumo Alimentario


En Oztoyahualco 1582N6W3 reconocimos tres sectorcs dc cocina
(C3-4, C15 y C19) a partir de la presencia dc manchas de color
rojo oscuro en el suelo, la reduccion dc los valores dc carbonates,
y un considerable aumcnto dcl pH en los lugarcs donde se encon-
traban los hornillos portétilcs. Las cenizas aumentaron cl nivcl dc
pH en la zona manchada. Esta a’rea estaba rodcada por una franja
semicircular dc fosfatos (Manzanilla y Barba, 1990; Ortiz, 1990;
Ortiz y Barba, 1993) (Figura 8), lo quc sugicre que cstas a’reas
Fig-um 15: eran igualmcnte zonas de consumo. En algunos casos, sc cncon-
Mitad dc una csfcra de piedra caliza encontrada cn C9 cn asociacion con traron instrumentos dc molienda cerca dc las caractcrl’sticas man-
fragmentos dc léminas y hucsos dc cxtremidadcs dc concjos y licbrcs. chas rojizas. Adcmas, en las proximidades se localizaron almacc-
nes y despcnsas. La presencia dc rcstos botan’icos y faum’sticos apoya
la hipo’tesis dcl consumo y proccsamiento dc alimentos. Los res-
quc todo el grupo familiar 0 el grupo quc habitaba cl complejo
tos alimenticios incluycn conejos, liebres, ciervos adultos y jo've-
(todas las unidades domésticas de un complcjo) (véasc Sempowski,
nes, espinas dc agave carbonizadas, Panicum, rcstos carbonizados
1994, pp. 9—10) se reunl'an para compartir dctcrminadas activida-
dc mai’z, fltolitos dc calabaza, y semillas carbonizadas dc higos
dcs, sobrc todo, las dc cara’ctcr ritual 0 las rclacionadas con el cui—
chumbos.
dado de los animales dome’sticos. La puerta de una dc las cocinas, C3—4 daba acceso a un pe-
Creemos que los miembros de las difercntcs unidadcs domés- qucn‘o patio de servicio (un cspacio abierto dc taman’o mcdio dondc
ticas dcntro de un complejo sc especializaban cn ciertos tipos dc se depositaban despcrdicios y, probablementc, se recogi’a el agua
actividades dcntro dcl marco general del trabajo quc sc desarrolla- de lluvia). El patio drcnaba hacia el norte, donde se localizo’ una
ba en la ciudad. En el complcjo que analizamos todo el grupo es— zona dc dcscchos proccdentes dc un a’rea dc consumo (p.ej. restos
taba probablemcntc especializado en el enlucido del estuco de las dc pavo). Los nivelcs dc fosfato eran muy altos junto a la alcanta-
tres plazas con tcmplo cercanas y quizas’ de otras estructuras dc rilla, dondc sc concentraban todos los restos dc granos dc pcque—
Oztoyahualco. Otros complcjos dc la ciudad pareccn haberse de— no taman’o.
dicado a la produccio’n dc dctcrminados grupos cera’micos, a la Otros complcjos habitacionalcs dc Teotihuaca’n tem’an un ac—
manufactura textil, a] trabajo de la obsidiana y dc la piedra, o in- ceso similar a los recursos bota’nicos, y disponi’an dc mar’z, ama—
cluso a la pintura. ranto, judias, calabaza, chilcs, Clamopoa’ium, Portulaca, P/aysalis,

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cactus, oxicanta mexicana (Cramegus meximna) y cerezas manta—[nag enterramientos infantiles (Valadez Azu’a, 1993; Valadez y Manza—
(Prunu: capuli) (Gonzalez, 1993; Manzanilla, 1985, 1993b; nilla, 1988); es posible que los habitantes de este complejo tam-
McClung, 1979, 1980, pp. 162-163; Storey, 1992, p. 64). Otras bie’n criaran perros.
plantas utilizadas con fines medicinales, como combustible y como La abundancia de restos de conejo y de liebre tiene una repre-
material constructivo inclufan especies como patatas salvajes, jun- sentacion ideologica en una pequen’a escultura de un conejo que
cos salvajes, plantas umbelfferas, sapodilla blanca, pino, roble, ene- se alzaba en el modelo de un templo encontrado en uno de los
bro, juncos de acequias, y espadan’a. Sin embargo, la mayor abun- patios rituales (C33), probablemente como divinidad patrona (Fi-
dancia de Nicotz'ana en San Antonio Las Palmas (Monzon, 1989), gura 10). Parece ser que en 6] area C9 se cortaban las patas de los
aguacate en Teopancazo (Linne’, 1979) y algodo’n en Tlamimilolpa conejos como parte de un ritual de grupo realizado en un peque—
(Linné, 1942) y Teopancazco (McClung, 1979) sugiere un acceso fio templo destruido (en C57) (Hernandez, 1993; Manzanilla,
diferencial a determinados recursos boténicos fora’neos asociados 1988—1989, 1993b; Manzanilla y Ortiz, 1991).
a la manufactura y al consumo ritual. En Tlajiaga 33, Storey (1992) y Widmer (1987) encontraron
Tetitla (Se’journe’, 1966b) y el montr’culo 3 de Maquixco Bajo grandes cantidades de conejo, hu'evos de pavo, pa’jaros pequen'os
(Snaders, 1994, p. 63) teni’an una gran abundancia de raspadores (codornices y palomas), peces de agua dulce y restos de ciervo, perro
para el agave, probablemente para la produccio’n de pulque. Se de- y pavo, en menor cantidad. Resulta particularmente interesante que
tectaron diferencias en el nu’mero de los raspadores presentes en Storey (1992) sugiera que los huevos de pavo pudieron proceder
cada complejo. Por ejemplo, en tres pequen’os complejos de de fuera, sin necesidad de que tuviera lugar la cri’a de pavos en
Maquixco Bajo se recuperaron 243 raspadores, mientras que en Tlajinga 33.
Oztoyahualco 15BzN6W3 5610 se constataron seis. De igual ma- En el peri’odo Xolalpan, pudieron producirse restricciones en
nera, se obtuvieron 93 puntas de flecha en Maquixco Bajo y 3610 la distribucién de carne debido a la presio’n demografica. Una de
diez en Oztoyahualco 153-.N6W3. Estas diferencias pueden refle- las soluciones ma’s efectivas pudo haber sido la cri’a conjunta de
jar actividades especializadas de aprovisionamiento en el primer ya- conejos, pavos y perros en Oztoyahualco. Otra respuesta pudo ser
cimiento. Por contra, la distribucio’n de manos de molino y metates cl consumo de peces de agua dulce en Tlajinga 33. Sin embargo,
era mas homoge’nea. Se encontraron 8 metates y 13 manos en el no disponemos hasta el momento de ningu’n mecanismo para com-
complejo de Oztoyahualco 15BzN6W3 (Hernandez, 1993). parar el nu’mero de individuos de cada especie por unidad de su—
Sanders (1994, p. 66) obtuvo 29 metates y 35 manos en los tres perficie en cada complejo habitacional, debido a que la u’nica in-
complejos de Maquixco Bajo, aproximadamente unos 8—10 metates formacio’n publicada a este respecto es la de Oztoyahualco
y 12 manos por complejo. 15B:N6W3 (Valadez Azu'a, 1993; Valadez y Manzanilla, 1988).
En general, 105 recursos faum’sticos ma’s importantes eran el Starbuck (1975, pp. 181-182) sugirio’ que entre el precla’sico
conejo, 1a liebre, el ciervo, los perros y el pavo, complementados terminal (u’ltimos siglos a.C.) y el final del peri’odo clas’ico (pri—
por el pato y el pescado (Sanders, 1994, p. 31; Starbuck, 1975; meros siete siglos d.C.), se pasa del uso de recursos faunr’sticos lo—
Valadez Azu’a, 1993; Valadez y Manzanilla, 1988). En Oztoyahual- cales a depender de los de un a’rea ma’s amplia, que probablemen—
co, se documentaron una gran variedad de especies de conejos y te incluyera la mayor parte del valle de Mexico. Propone tambie’n
liebres (Sylw'lagur florz'danus, Sylvz'lagus cum'culuarz'us, Sylw'ltzgus un descenso de la importancia del ciervo durante el horizonte cla’-
sico. Nuestros trabajos en el poblado del formativo final y termi—
audobonii, Romerolagus dz'azi y Lepm callotz's), e incluso la presen—
cia de animales jévenes, por lo que hemos propuesto la existencia nal en Cuanalan, al sur del Valle de Teotihuaca’n, no coinciden
con esta hipo’tesis ya que evidencian el consumo de una amplia
de un lugar de cria de conejos en C10 (ve’ase Figura 7). También
variedad dc recursos locales (del lago, cl valle y la montafia) (Man-
aparecieron restos de cuatro perros jévenes, principalmente en

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zanilla, 1985), quc continuaron exploténdose duranre cl perfodo
plomoaz no carbonizada. La canridad dc polcn dc Carimz'roa (95%)
clésico dc Tcotihuacén.
indica quc sc almaccné un importantc volumcn dc csta planta en
A pcsar dc que las cspecies boténicas y faunisticas represen- csa habiracién. La Carimiroa tuvo aplicacioncs medicinales durantc
tadas en todos los complejos son aproximadamentc las mismaS, cl pcn’odo prehispénico, y los primeros cronistas dieron cuenta dc
varian sus cantidades. La diversidad de la avifauna dc Tetitla y sus cfcctos hipnoticos y somni’fcros (Barba et aliz', 1987). De acuer—
la riqueza dc cspecies vegetalcs, no tiene precedenres. Yayahuala do a su funcion de almaccnajc, la superficie del suelo dc C5 no
presentaba una amplia variedad dc moluscos marinos (y porcen— prescnté indicios de una actividad o urilizacién intensa. Los ana-
tajcs elevados de C/Jenopoa'ium y amaranto); cl consumo de aves lisis quimicos no revelaron mas quc una discreta presencia dc
pcquen‘as y peces de agua dulce era significarivo en Tlajinga 33; fosfatos. E1 otro sector dc almacenamienro (C18) era una gran
en Oztoyahualco ISBcN6W3 existfa una fuerte dependencia del habitacion situada en la parte occidental del complejo. Albergaba
consumo dc dcterminadas cspecies de concjos y licbres. Por cl e1 11.84 % de la cerémica del complejo, en particular vasijas dc
momento, no podemos asegurar hasta qué punto esos datos re— almacenamiento naranjas de tipo San Martin, junto con jarras ro—
flejan un acceso diferencial a los diferentes rccursos faum’sticos y jas, naranjas y marrones, nueve candelcros, dos figurillas, y algu—
botanicos, en tanto que no sc hayan considerado otras alternati- nos fragmentos de Pz'nctata mazatlam'az (madreperla).
vas vinculadas a Ias preferencias o ideologias del grupo. En estc En parte como resultado del cscaso nu’mero dc excavaciones
punto podemos senalar una diferencia entrc los compiejos: la pre— recientcs, son pocas las habitaciones dc almacenamiento identifi—
sencia dc diferenres técnicas dc caza representadas en el reperto— cadas en los complejos habitacionalcs. La habitacién 89 de Tlajinga
rio tecnolo’gico. Por ejemplo, en Tetitla se documentaron puntas 33 era probablemente un almacén: se encontraron restos d-e
dc flccha dc varios taman’os que pudieron haber pcrmitido a sus Argemone sp., Malvaceae, Leguminoscac, y fibras vegetales (Storey
habitantes abatir animales de talla pcquen‘a, mediana y grandc y Widmcr, 1989, p. 414). Séjourné (19663, La’minas 6 y 7) des—
(Séjourné, 1966b, Figura 117). A pesar dc quc Linné solo pu— cribe una habitacio’n con vasijas dc almacenamiento en Tetitla.
blica las ofrendas funerarias, las puntas dc flccha dc Xolalpan Sanders (1994, pp. 31—33) identiflca las habitaciones 2 y 3 del
(Linne’, 1934, Figuras 258, 259, 263, 264, 293—297, 298—311) montl’culo 3 dc Maquixco Bajo como posiblcs a’reas dc almacena-
y Tlamimilolpal(Linné, 1942, Figuras 247, 252, 263—271) mues— micnto dc Spona’ylus calrfze'r.
tran taman’os similares. Por contra, en Oztoyahualco 15B:N6W3
Scctorcs dc descuartizamicnto y de dcsecho
solo habl’an puntas de flecha de taman’o medio y grande, junto
con rnu’ltiples ejemplos dc proyectiics para cerbatanas, probable- En Oztoyahualco 15B:N6W3 todas las habitaciones aJ sur del com-
mente para la caza de animales péquen’os (Hernandez, 1993). plejo contem’an evidencias dc descuartizamiento: se encontraron
Linne’ (1942) rambién constato’ la presencia dc proyectiles para mu’ltiples rcstos dc conejos y liebres, y altos niveles de fosfaros. 5610
cerbatanas en Tlamimilolpa. en otro contexto se documentaron evidencias de este tipo. En una
de las csquinas de una habiracién (C9), al este de un patio de ser-
Almacenamicnto vicio, aparecieron 12 la’minas de obsidiana junto a restos dc cone-
En Oztoyahualco ISBzN6W3 se documentaron dos sectorcs dc jo, rata y moluscos, y nivelcs altos de fosfatos y pH (Manzanilla,
almacenamiento adyacentes a dos dc las a’reas dc consumo men— 1988, 1989).
cionadas con anterioridad. En C5, se encontraron a’nforas dc al— En otros complejos, los espacios abiertos sin enlucido, en los
macenamiento del ripo San Martin junto con mu‘chos macrorrcsros limites cxtcrnos del complejo, pudieron haber funcionado como
vegetalcs, entre los que dominaba cl mai'z carbonizado, Leguminome a’reas dc dcsccho y descuartizamiento. En Tlajinga 33, Storey y
no carbonizadas, Clyenopoa’z'um carbonizado, cactus, Euphorbia y Widcmer (1989, p. 410) mencionan la existencia dc tres areas

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dcposicionales: patios, jardines y areas abierras sin techo con suc-
hechos con escoria volcanica (teztonle) por m2, puede indicar la
los de tierra barida en la periferia de los complejos.
relevancia de esta actividad en los complcjos habitacionales, asu—
Manufactura y construccién miendo que Linné y Séjourné conservaron todos los elementos
encontrados. En Tetitla sc registré 0.19 pulidores por metro cua—
La extraccio’n de la’minas y el reavivado de 105 files 56 llevaban a
drado, en el complejo de Oztoyahualco 0.10, en Solalpan 0.04 y
cabo en varios complejos. Se han encontrado nu’cleos laminares
en Tlamimilolpa 0.01.
prisma’ticos en Maquixco Bajo (Sanders, 1994, 1995). Otras actividades artesanales también vart’an entre los comple-
Oztoyahualco 15BzN6W3 (Hernandez, 1993), yXolalpan (Linné,
jos. El trabajo de la pizarra y el onix, de la concha y la manufac—
1934, Figuras 325, 327). Sin embargo, las proporciones enrre nu’- tura ceramica, especialmente la de color naranja, del tipo San Mar—
cleos y la’minas era variable. Por ejemplo, en Maquixco Bajo se tfn, esta’n claramente represenrados en Tlajinga 33 (Kroster y
encontraron 37 nu’cleos prisma’ticos (Sanders, 1944, p. 66) y 304
Rattray, 1980; Storey, 1991;W1dmer, 1991).
la’rninas (Stanley er a/ii, 1995, p. 483). Por contra, en Oztoyahualco
En Xolalpan se encontraron varios moldes de figurillas (Linné,
lSB:N6W3, 5610 se recuperaron nueve nu’cleos prismaticos, pero 1934, Figura 199—208) y en la rumba Y, una gran abundacia de
349 macrola’minas y 342 la’minas (Hernandez, 1933, p. 461). instrumentos de piedra para cortar madcra (Linne’, 1934, Figuras
El brufiido de los enlucidos era tambie’n una actividad impor— 246—256). También se registraron diferentes tipos de pigmentos
tante en Oztoyahualco lSB-.N6W3. En el sector norte se intento’
para pinrar paredes, cera’mica, probablemente co’dices, y tambie’n
recubrir con estuco las tumbas que se habi’an excavado en el sue— fusayolas y agujas. En Tlamimilolpa (Linne’, 1942) se hallaron in—
lo, pcro cl complejo se abandoné antes de que se acabara de reali— dicios dc manufactura textil, de cesteri’a y del trabajo con fibras
zar este trabajo. La mezcla de carbonate cal’cico estaba ya prepara- vegetales. Tetitla (Séjourné, 1966b) se caracteriza por la presencia
da, con un pulidor de basalto sobre ella. Se encontraron 42 piedras dc instrumcnros dc hueso para trabajar las pieles y pulir ceram’ica.
dc pulir y 16 fragmentos en este complejo (un total de 58), una En relacio’n a la produccién de figurillas, en el complejo de
cantidad que indica que se trataba de una de las posibles activida- Oztoyahualco se documentaron 132 figurillas complctas o frag—
des de este grupo (Figura 11). En los tres complejos de Maquixco mentadas del peri’odo dc Teotihuaca’n (Manzanilla, 1993b, pp. 358-
Bajo (Sanders, 1994, p. 66) la presencia de este tipo de artefactos 369), escasas en comparacio’n, por ejemplo, con Maxquico Bajo,
era inferior. donde Kolb (1995) menciona la presencia de 2150 figuritas del
Crespo Oviedo y Mastache de E. (1981) sugirieron que dos mismo perr’odo. Dentro del complejo de Oztoyahualco, cada uni-
yacirnientos de la regio’n dc Tula podian considerarse asentamientos dad doméstica o unidad familiar parece haber utilizado difercntes
zapotecas, de donde se obtem’a la cal para los enlucidos de vajillas ccram’icas. En la unidad dome’stica 1 se usaron 135 de tipo
Teouh'uacan’, El Tesoro y Acoculco. Spencer (1992) apoyé esta idea, mate y de hematita roja. La unidad dome’stica 2 tem’a cera'micas
sugiriendo que los zapotecas controlaban la extraccio’n, el proce- negras y marrones, y de otros tipos como la de San Martin. La
samiento e importacio’n de la cal a la ciudad. Nuestra investiga- unidad dome’stica 3 presentaba una gran concentracio’n dc vajilla
cién en Oztoyahualco ISB:N6W3 no corrobora esta interpreta— (16 color naranja. Estas pautas pueden reflejar un acceso diferen-
cién. Ma’s bien pcnsamos que algunas partes del distrito cial de cada unidad dome’stica a la produccio’n ceram’ica dentro del
noroccidental de la antigua ciudad mantem’an un vfnculo dirccro marco de la ciudad.
con los asentamientos de la region de Tula, y que nuestro comple-
jo estaba quizas mas’ relacionado con Chingu’ (Di’az, 1980), un Areas dc culto
asentamiento de Teotihuacan que esta igualmente situado en la Se ha propuesto que en Teotihuacan se produjo, por primera vez,
region caliza pro’xima a Tula. El nu’mero de «pulidores» para el yeso una superrmposicio’n de divinidades a dos niveles. Los dioses del

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linaje eran los patrones dc las ll'neas de descendencia. Por encima
salto pulido, y media esfera de piedra caliza (con marcas de cortes
de ellos estaba Tlaloc, dios dcl lugar, protector dcl territorio, y pa-
radiales probablemente produc-idas al cortar premeditamente las
tron de la ciudad y de las cuevas (Lopez Austin, 1989).
extremidades dc conejos y liebres) (Hernandez, 1993; Manzani—
Entre las divinidades presentes en Teotihuacan, el Dios del lla, 1993b). Se encontraron tambie’n numerosos hoyos funerarios
Fucgo (Huehuetéotl), conocido desde el peri’odo formativo, siem—
y de ofrendas, sobre todo en la parte oriental del complcjo. La
pre aparece asociado a las a’reas orientales de los complejos. Otro unidad dome’stica situada el noreste era la que tenfa ma's enterra-
dios presente en todos los contextos domésticos es el Dios Gordo, mientos y la mayor cantidad de fauna no local; 030, jaguar,
normalmente en forma de figurillas en apliques sobre los vasijas madreperla y otras conchas marinas (incluyendo Spondylm calczfe'r).
con trfpodes. El Dios Mariposa aparece en los quemadores dc in- En Teotihuacan, la religion cumpll’a una funcién dc integra-
cienso y esta probablemente relacionado con la muerte y la fertili— cién sociopolitica de una jerarqui’a de divinidades: desde los pa—
dad. Por ejemplo, el incensario impresionante del tipo teatro que trones de las unidades domésticas y barrios, las divinidades de cada
se encontré en la tumba de un hombre adulto (Figura 12), tenla profesion, los dioses de los grupos de sacerdotes hasta los dioses
unas alas de mariposa sobre el pecho de la figura principal (Figu— del estado (como Tlaloc) (Manzanilla, 1993a). La integracio’n de
ra l3) ademas de una gran cantidad de alirnentos y plantas eco- la sociedad de Teotihueca’n se realizaba especialmente a través de
némicamente importantes (Manzanilla y Carreén, 1991) (Figura la religio’n. La conceptualizacion jera’rquica en cuatro categori'as
14). permeaba tambie’n el am’bito doméstico (Manzanilla, 1993b). Se
En los contextos dome’sticos, se representé e1 dios del estado planificaron diferentes sectores con funciones especr’ficas, que so—
Tlaloc en figurillas con ojos saltones y peinados elaborados, en ja- brepasaban el a’mbito de las unidades domésticas nucleares. Por lo
rrones Tlaloc (Figura 15), y en una tapa con asas. En Oztoyahualco general. las a’reas de almacenamiento se localizan en la zona occi—
15132N6W3, encontramos dioses patrones relacionados con fami— dental; las de desecho en la meridional; las areas funerarias se con-
lias concretas. Sobre un sepulcro en miniatura (realizado en basal— centraban en el centro del sector oriental (aunque existen excep—
to) en forma de templo de Teotihuacan se encontro’ una cscultura ciones), y los enterramientos de neonatos se localtz‘aban en el tercio
de estuco de un conejo en uno de los patios rituales (ver Figura este del complejo, en una banda que corre de norte a sur. La exis—
10). tencia de un orden tan manifiesto en la organizacio’n regular de la
En el complejo de Oztoyahualco existfan trcs patios rituales, ciudad tenia su correspondencia tambie’n a nivel dome’stico.
asociados a cada una de las unidades domésticas; el mas grande
(C41) se utilizo’ probablemente por todos los miembros del com— Enterrami'cntos y materias primas cxégenas
plejo y fue llamado «Patio Rojo» por sus pinturas murales. Este es Los enterramientos son comunes en los contextos domésticos. Sin
el u’nico patio con un altar central en el nivel constructivo infe- embargo, con la excepcio’n dc Tlajinga 33 y La Ventanilla, el nu’—
rior. Parece ser que en el segundo (Patio 25) habfa incensarios del mero de adultos enterrados en cada complcjo es bajo, en relacio’n
tipo teatro; varios hoyos excavados porteriormente por los aztccas a la superficie del complejo y a sus habitantes. Por ejemplo, en
en este patio destruyeron las ofrendas y los enterramientos. El ter— Xolalpan se han documentado 7 enterramientos, 13 en
cer patio (33) tenfa el templo en miniatura con la escultura del Tlamimilolpa, y 18 en 15B2N6W3 dc Ozroyahualco (ver Figura
conejo mencionada anteriormente (véase Figura 10). 7). Probablemente, otros adultos, y en especial las mujeres, se en—
Alrededor de estos patios se detectaron areas dc actividad rela— tcrrari’an en otros lugares.
cionadas con la preparacién de los rituales. En Oztoyahualco En cada complejo hay algunas tumbas con ajuares muy ricos.
lSB.-N6W3, en la esquina dc C9 (cerca del santuario principal) El enterramiento 8 de Oztoyahualco (ve’ase Figura 12) resulta ex—
habfa 58 fragmentos de laminas dc obsidiana, un martillo de ba— ccpcional. Contenla los restos de un hombre adulto dc unos 22

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afios, con una deformacién craneal intTcionada, asociado a un dos también son comunes en Xolalpan y Tlamimilolpa, pero muy
magnifico quemador de incienso del tipo teatro (ver Figuras 13 y escasos en Oztoyahualco. Probablemente, una de las diferencias
14). (Manzanilla y Carreén, 1991). En lo que parece representar radica en la presencia de la ceramica maya dc lujo en la parte oc-
un ritual fiJnerario, los apliques del quemador de incienso se arran- cidental dc Xolalpan y en el sector central dc Tlamimilolpa, debi-
caron de la tapa, y se depositaron en torno al muerto. La chime- do a su proximidad con el barrio de los mercaderes. Otros objetos
nea se situé en el lado izquierdo y la tapa y la figura a la derecha impor-tados, como la ceramica naranja de paredcs finas y la
del craneo. Al sur se situaron las representaciones de plantas y otros granulada se encuentran presentcs en todos los complejos. En
alimentos (mazorcas de maiz, calabazas, flores de calabaza, algo- enterramientos de Xolalpan, Tlamimilolpa y Oztoyahualco se han
dén, tamales, tortillas y probablemente pan de amaranto); al este documentado materias primas exoticas como la mica y conchas
y oeste se encontraron flores de cuatro pe’talos, cfrculos represen- marinas aunque existen diferencias en las cantidades y las propor-
tando plumas y discos de mica. ciones entre las conchas procedentes del Pacr’fico y las del Adam’—
Aunque en Oztoyahualco 15B:N6W3 5610 se documentaron tico.
18 enterramientos, menos de los encontrados en Tlajinga 33
(Storey, 1983, 1987, 1992) 0 La Ventilla «B» (Serrano y Laguna,
Conclusiones
1974), se pueden extraer conclusiones relevantes. Creemos que
existieron 3 unidades dome’sticas nucleares en Oztoyahualco. La En Oztoyahualco ISB:N6W3 existio’ una clara diferenciacio’n en—
primera, en la parte sudeste del complejo, tem’a tres enterramientos. tre los diferentes sectores del complejo. El sector sur estaba asocia-
La segunda, en la zona oeste, presentaba también tres enterra- do a materiales de desecho. Las a’reas para la preparacio’n y consu-
mientos, todos ellos de adultos. La tercera, en el extremo noreste mo de alimentos, y los dormitorios se dispusieron en torno a la
del complejo, tenfa 11 enterramientos, de los que seis eran de re- parte central del complejo. El sector oriental era muy rico en com—
cién nacidos y nin'os (véase Storey, 1986). ponentes rituales y funerarios. El sector occidental estaba dedica—
Esta acumulacién de enterramientos en determinados sectores do al almacenamiento. Por u’ltimo, el sector nororiental contaba
del complejo se ha documentado tambie’n en Xolalpan (véase Fi— con el patio mas grande, probablemente punto de reunio’n de los
gura 2), donde casi todos se concentraban en la zona sudoccidental. habitantes.
En Tlamimilolpa (véase Figura 3), la mayori'a se agrupaban en la El complejo se transformaba cerrando los pasillos y accesos
zona centro—meridional; en Tetitla (ve’ase Figura 4) en la seccién cuando la estructura familiar cambiaba. Los mapas de distribucién
nororiental. Parece que una familia esté bien representada desde de todos los tipos de materiales arqueolégicos —cera’micas,
el punto de vista funerario, mientras que las dema’s parecen estar obsidiana, piedras pulidas, hueso, asta, y conchas, al igual que los
infrarrepresentadas. compuestos qul’micos, e1 polen, los fitolitos, las semillas y la
macrofauna— ayudaron a identificar las actividades y decisiones
Cada unidad dome’stica de Oztoyahualco ISBzN6W3 presen—
taba una o dos tumbas con ajuares destacados, el enterramiento 8 particulates de cada unidad familiar nuclear.
para la unidad 1, cl enterramiento 12 para la unidad 2, y proba— (1) La ceram’ica mate y la roja hematita y los sr’mbolos del Dios
Mariposa esta’n asociados con la unidad dome’stica 1, situada al
blemente los enterramientos 10 y 1 para la unidad 3. El enterra—
miento 8 era el mas’ excepcional de todos. sur. Esta unidad presentaba la mayor concentracién de lam’inas y
era el lugar de descuartizamiento ritual de los conejos.
Los incensarios dc tipo teatro se usaban con frecuencia en
Xolalpan (donde se han documentado en el altar y en el patio oes- (2) La unidad doméstica 2, a1 oeste, utilizaba ceram’ica negra,
te), y en Tlamimilolpa (donde aparecen agrupados en torno al en— marro’n, y de estilos copa, granulada y San Martin. En ella se cria-
ban conejos y liebres, se descuartizaban animalcs para el consu-
terramiento 4, preparados para uso ritual). Los trfpodes decora—

164 165
mo, y se realizaban actividades que implicaban el uso de raspado—
en la unidad doméstica 3, parece sugcrir que sus miembros des—
res. Vajillas y minerales importados son mas frecuentes en esta empen’aban esta funcién en Oztoyahualco ISB:N6W3.
unidad, asx’ como simbolos de fuego. Si Millon (1981, p. 209) esté en lo cierto cuando propone que
(3) La unidad doméstica 3. al noreste, es la mas pobre en di— los complejos habitacionales son un mecanismo del estado para
versidad dc tipos cera’micos, presentando concentraciones dc vaji- controlar las poblaciones de la ciudad, serl’a neccsario quc futuras
llas naranjas y del tipo naranja de paredes finas, junto con sfmbo— investigaciones se centraran en la relacio’n que existe entre las uni-
los Tlaloc. Las difercncias entre los conjuntos cera’micos asociadas dades sociales y la organizacién urbana en Teotihuaca’n. También
con cada unidad pueden estar indicando un acceso diferencial a podrl’a ser interesante considerar si la ineficacia de la burocracia
estos objetos entre las unidades domésticas y/o la realizacio’n dc estatal, y su incapacidad para adaptarse a los cambios que produ-
actividades, rituales 0 no, diferentcs. jeron su colapso (Millon, 1988), se debieron en parte 3 la diflcul-
Uno de los principales problemas para comparar el complejo tad de armonizar los intereses de este amplio conjunto dc grupos
dc Oztoyahualco con otros complejos excavados en Teotihuaca’n sociales, étnicos y laborales.
es que, en estos u’ltimos casos, un alto porcentaje de los datos pro—
viene de excavaciones a pequen‘a cscala, y csta’n descontextualizados.
La comparacio’n con la informacién procedente de las excavaciones Agradccimientos
sistema’ticas dc Oztoyahualco sélo puede realizarse en base a au— Quiero dar las gracias a los correctores y editores por sus valiosos
sencias/presencias de materiales. comentarios sobre el artfculo. Deseo también agradecer a las si—
Al analizar la presencia/ausencia de restos boténicos y guientes personas su participacién en los estudios concretos lleva-
Faunfsticos, asf como materias primas exo’genas, parece quc las di— dos a cabo' en mi proyecto: Luis Barba y Agustin Ortiz por las
ferencias de acceso a estos elementos entre los complejos eran mi— prospecciones geofl’sicas y geoqui’micas, y por los anal'isis qufmi—
nimas. Puede haber existido un ampli'simo abanico de posibilida— cos de los suelos dc estuco; Raul’ Valadez por los anal’isis fauni'sticos;
des a nivel socioecono’mico, que no se tradujese en diferencias muy Neusa Hidalgo, Javier Gonzal’ez y Emily McCLung de Tapia por
claras entre los grupos de un mismo entorno urbano. Se puede los estudios paleobota’nicos; Judith Zurita por los anélisis de
llegar a pensar que existen diferencias cuantitativas, pero el pro— fitolitos; Magali’ Civera y Mario Millones por los ana’lisis
blema radica en la imposibd'idad de comparar las muestras en es— ostcolo’gicos y de ADN; Cynthia Hernan’dez por los anal’isis li’ticos;
tos términos. Miguel Angel Jime’nez por los mapas de distribucién cerémica;
Sin embargo, existen diferencias entre las actividades especia— Edith Ortiz por la investigacio’n sobre la ideologi’a doméstica, y el
lizadas realizadas por los diferentes grupos domésticos de los com— Departamento Gra’fico del Institute (161 Investigacio’n Antropo—
plejos. Las actividades dominantes también varl’an entrc las uni— lo’gica dc la Universidad Auto’noma Nacional de Me’xico (en espe—
dades domésticas dentro dc los complejos, sugiriendo la existencia cial Fernando Botas, César Fernandez, y José Saldan'a) por su in—
dc especializacioncs a nivel familiar y a nivel del complejo. Se han calculable ayuda. Esta investigacio’n dc cara’cter interdisciplinar ha
contrastado diferencias en el nu’mero dc bienes dc prestigio, espe- sido subvencionada por el Institute del Investigacio’n Antropolo’gica
cialmente por lo que se refierc a trfpodes cera’micos decorados y de la Universidad Auténoma Nacional de Me'xico (UNAM), y Ile-
pinturas murales, y en la calidad dc las propias construcciones. vada a cabo gracias al permiso de Consejo de Arqueologl'a del Ins-
En cada complejo, una determinada unidad dome’stica desta— tituto Nacional de Antropologx’a e Historia.
caba en su funcién dc vincular al grupo de unidades domésticas a
la jerarqui’a urbana. El predominio de objetos dc culto Tlaloc (ja—
rras Tlaloc, figurillas, y representaciones en las «tapas con asas»)

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taciones de las personas que no pertenecian a la elite, aunque si
Organization in the City. Ancient il/{m‘oameriaz 2(1): 131-147.
contamos con un nu’mero sustancial de documentos que registran
actividades de hombres y mujeres, especial'mente en trabajos agri—
colas y en producciones artesanales. Aunque los textos clan fe de
la posibilidad que gozaban algunos trabaiadores para acumular ri-
queza, poseer tierra y participar activamente en las funciones del
templo y del palacio, la mayor patte del sector agricola y artesanal'
parece haber vivido en condiciones bastante precarias, ocupando
en algunos casos la posicio'n social ma's baja. Tal vez, los eiemplos
ma’s significativos, que conocemos por los textos, scan los de mu-
jeres. nin'os y ninas que trabajaban en las hilanderias. las ptensas
de aceite y los talleres textiles del estado. templo. y haciendas o
«mansiones» privadas (W’aetzoldt. 1987, p. 117). Aunque conta—
mos con bastantes datos sobte estas muieres, en este articulo me

173
limitare’ a comentar el caso de las tejedoras del peri’odo de Ur Ill
empleare’ la evidencia que tenemos sobre las relaciones entre las
(ca. 2112—2004 a.C.). Me gustarfa sen'alar, adema’s. que no trata—
mujeres y de la dina’mica de construccio’n de las diferencias de ge-
re’ todos los aspectos que pueden desprenderse de las Fuentes. sino nero a trave’s de la produccio’n y consumo de tejidos. Finalmente,
que me centrare’ en algunos puntos especificos que resultan rele- debo mencionar que el arti’culo de Judith McGaw (1996) ha sido
vantes para mi argumentacio’n. un catalizador importanti’simo para mi argumentacio’n. Centra’n—
Me interesa sobre todo investigar las diferencias de estatus y dome en el contexto cle Mesopotamia, intentare’ desentran’ar la re-
rol que se dieron entre hombres y mujeres y entre mujeres de cla- lacio’n entre tecnologi'a y ge’nero a trave’s del ana’lisis de quie’n con—
ses y grupos e'tnicos diferentes. Para ello, utilizare’, por una parte, fecciono’ tejidos y quie’n los uso’. Los tejidos y los textiles son
los textos sobre produccio’n artesanal y otros registros de activida- particularmente aptos para este tipo de indagaciones ya que, a lo
des diversas, y, por otra, algunas evidencias arqueolo’gicas y artis- largo de la historia, han servido como un vehi’culo primordial de
ticas donde aparecen ima’genes de mujeres. Examinare’ en primer transmisio’n cultural, ya sea como objetos valiosos en el mercado,
lugar, basa’ndome principalmente en el ana’lisis de las mujeres te- como objetos de intercambio entre grupos que quieren establecer
jedoras, co’mo la poli’tica de las instituciones pu’blicas (fundamen- alianzas, o como emblemas de estatus y rol en rituales laicos y re-
talmente los palacios y los templos, que eran las dos instituciones ligiosos (Weiner y Schneider, 1989).
pu’blicas principales en Mesopotamia) afecto’ a la posicio’n social Si bien el estudio del tejido y los textiles es importante en el
de las mujeres. En esto sigo a Henrietta Moore (1990), quien afir— ana’lisis de muchas sociedades (por ejemplo, ve’ase Costin, 1996 y
ma que, aunque serr’a engan'oso generalizar acerca del esrado como Brumfield, 1991), para la Mesopotamia antigua adquiere una re—
si se tratara de una entidad u’nica y monolr’tica, existen mecanis- levancia especial ya que en este caso resultaron piezas fundamen—
mos mediante los cuales ciertas poli’ticas estatales afectan a la po— tales de la economr’a y las relaciones sociales, sirvieron como me—
sicio’n social de las mujeres. La misma autora apunta que, al con— dio de intercambio y constituyeron un indicador de estatus.
trolar los sueldos y los impuesros, las regulaciones estarales: Adema’s, las fuentes documentales de la etapa ma’s antigua confi—
guran un conjunto sustancial de evidencia, por lo que rienen gran
Reproducen la estructura ocupacional de segregacio’n de la fuer- importancia para la investigacio’n antropolo’gica, especialmente para
za de trabajo y de divisio'n sexual del trabajo dentro de la fa— quienes manifiestan un intere’s por el ge’nero, la clase y los remas
milia. Este tipo de poll'tica no esta’ necesariamenre planificada de la economi’a poll’tica.
para oprimir o discriminar a las mujeres, pero responde a las Asumo la tesis central de McGaw de que la tecnologr’a consti—
ideologi’as y asunciones predominantes acerca del papel de la tuye un feno’meno social y de que resulta indisociable de las rela—
mujer, la naturaleza de la familia y las relaciones perrinentes ciones sociales entre quienes producen y consumen sus produc-
entre hombres y mujeres (1990, p. 129). tos, a pesar de que, en general, se haya prestado poca importancia
a la relacio’n entre sociedad y tecnologia. Para ilustrar las diferen—
En este arti’culo, comparare’ las diferencias entre las normas que cias entre la perspectiva de McGaw y la que tradicionalmente ha
templo y estado aplicaron a hombres y mujeres, dando por supues— adoptado la arqueologi’a, repasare’ brevemente las interpretaciones
to, como sugiere Moore, que reflejan premisas e ideologr’as mas arqueolo’gicas usuales de la tecnologi’a. Posteriormente. revisare’ al—
profimdas. Tambie’n comprobare’ si el nivel social bajo de agluna: gunas formulaciones recientes sobre tecnologia. extraidas de la obra
mujeres afecto’ al estatus de las mujeres en general, como propuso de McGaw y de otros trabajos a-ntropolo'gicos sobre la historia de
Robert Adams (1982) al sen'alar las implicaciones potenciales del la tecnologi’a. Seguira' una breve introduccio'n sobre las represen—
«gran nu’mero de mujeres esclavas o dependientes» (Adams, 1982, taciones de mujeres y hombres procedentes de fuentes documen-
p. 116), que parecen haber sido las principales tejedoras. Para ello, tales. Tambie’n tratare' sobre el valor del teiido en la sociedad

174 175
mesopota’mica de Ur III y sobre los talleres textiles. Finalmente, [autoimpulsada («e1 palo cavador desemboca en el arado, los tam—
esbozare’ la estructura de las retribuciones econo’micas en el sector bores en tele’fonos») y no sujeta a la accio’n social. E1 fuerte sesgo
textil y en otras artesani’as para evaluar el valor relativo del trabajo adaptativo de este punto de vista ha provocado que la tecnologia
de mujeres y hombres y el efecto de la poli’tica de estado sobre la se haya disociado de las circunstancias histo’ricas que la crearon,
posicio’n social de las muieres. como si estuviera «fuera del tiempon (Dobres, 1995). Bruce Trigger
ha sugerido que este sesgo puede reflejar actitudes contempora-
neas sobre la tecnologr’a, vista frecuentemente como algo incom-
Tecnologfa y Arqueologfa prensihle y, en cierto modo, ma’s alla’ de nuestro control (1989,
Desde sus inicios. la arqueologr’a ha puesto un gran e’nlasis en la p. 320). Un punto de vista similar es el que McGaw (1996) desa-
tecnologi’a, considera’ndola incluso un factor causal de algunas de rrolla al exponer los diferentes malentendidos en torno al funcio—
las principales transformaciones sociales. De hecho, algunos de los namiento de la tecnologr’a y sen'alar co’mo nuestra definicio’n con—
primeros intentos de sistematizar el curso del desarrollo humano tempora’nea de «tecnologi’a» excluye casi todo lo que no se refiere
en la prehistoria se formularon en te'rminos te’cnicos: las «edades» a la alta tecnologia.
5e deflnieron como de Piedra, Bronce y Hierro y las «culturas» En arqueologi’a, los estudios sobre especializacio’n artesanal
como de los «cesteros» y los «postcesteros». constituyen uno de los a’mbitos donde se han evaluado acertada-
En los Estados Unidos. entre 1950 y 1980, se formularon di- mente los aspectos sociales de la tecnologia, al considerarlos en su
ferentes teorias arqueolo’gicas para explicar los mecanismos que contexto histo’rico. Los trabajos de V. Gordon Childe (Trigger,
subyacian a la aparente influencia de la tecnologl’a en los procesos 1989, p. 297), que tanta influencia han tenido, constituyen un
de creciente complejidad socio-cultural y en los avances de la «evo- buen ejemplo. A partir de tipologi’as previas, Childe intento’ ex-
lucio’n cultural». Aunque existieron otras opiniones,1 estas teori’as plicar los procesos sociales que habi’a tras las tecnologias. Segu’n
estuvieron dominadas por un sesgo «adaptativo» que consideraba este autor, la adquisicio’n de destreza a trave’s del aprendizaje y de
que el aspecto ma’s importante de la tecnologr’a era su capacidad la pra’crica resulto’ un factor fundamental, aunque el aspecto crucial
para superar las limitaciones ambientales (Brumfiel, 1983). De de la tecnologi’a en el proceso de desarrollo social residio’ en su ca-
1960 a 1980, se destaco’ el papel fundamental de la tecnologi’a en pacidad de explotacio’n. Childe contemplo’ la tecnologia como un
cualquier «proceso». Lewis Binford (1965), por ejemplo, enfatizo’ factor clave en la evolucio’n social porque proporciono’ a las elites
la interrelacio’n entre tecnologi’a, organizacio’n social e ideologi’a, la oportunidad de apropiarse de un excedente y de controlar el pro-
ceso productive. Este enfoque, aunque con modificaciones, conti-
aunque se concentro’ casi exclusivamente en la primera, como si
nua influyendo en los trabajos sobre la economi’a poli’tica que se
estuviera al margen de las presiones sociales e ideolo’gicas. En con—
centran en el estudio de la produccio’n artesanal, la especializacio’n
creto. se enfatizo’ que la tecnologr’a permiti’a adaptarse al paisaje
y el intercambio (Brumfiel y Earle, 1987). Si bien estos estudios
natural, y se caracterizo’ a culturas enteras a partir de esas adapta—
continu’an contribuyendo a la construccio’n de la teoria y a nues—
ciones. Bryan Pfaffenberger (1992, p. 496) ha tachado esta pers—
tro conocimiento del pasado, en pocos casos se ha considerado a1
pectiva de mecanicista y ha criticado la visio’n de la tecnologi’a como
ge’nero como un aspecto central (ve’ase, no obstante, Brumfiel,
1991, 1992; Wright, 1991; Zagarell, 1986). El articulo de Costin
1. 1.05 cstudios que Robert Adams (1965, 198]) y Adams y Nissen (1972) realiza- (1996) demuestra que el ge’nero resulta primordial para el ana’lisis
rnn snhrt los patrones dc asentamiento en el sur de Mesopotamia se opusieron a la corricntc
de la especializacio’n artesanal.
durmname Al poner el e'nfasis en los factores antro’picos para explicar el cambio del paisaje
natural y social, inodilicaron la hipo’tesis ampliamente difundida de que los sistemas dc irri-
gation luemn, por virtud de algu'n tipo de lo'gica interna o fuer/a propulsora, factorcs causales
dcl desarrollo dc las LlVlllLd"ClOflt.‘5.

176 177
La tccnologfa como fenémeno social do en mayor deralle en los ejemplos que McGaw (1996) prescnta,
también se ha discutido ampliamentc en antropologla, aunque
La visio’n de la tecnologia que sostiene McGaw resulta perfecta-
desde perSpecrivas algo diferentcs (cf. Basalla, 1988; Dobres y
mente compatible con un ana’lisis centrado en la economla politi-
Hoffman, 1994; Lechtman, 1977; Lemmonier, 1992; Pfaffem—
ca y en la produccio’n artesanal, ya que estos planteamienros exa-
berger. 1992, por ejemplo)?
minan las acciones sociales que hay tras las tecnologl’as. Sin
McGaw (1996) ha sen'alado la estrecha conexio’n que existe
embargo, existe un cambio de e'nfasis significativo. Mientras que
entre tecnologi’a y género. Apunta que, contrariamente a lo que
el discurso sobre la cspecializacio’n artcsanal gira principalmente
pudiera parecer, e1 ana’lisis de las tecnologl'as contempora’ncas re—
en torno a los artesanos y a la organizacio’n del proceso producti-
sulta de gran rclevancia para estudiar las dcl pasado y quc bajo
vo, la tecnologi’a constituye el eje del ana’lisis dc quienes estudian
nuestras concepciones sobre la tecnologi’a subyacen asunciones e
la historia dc la tecnologia. Su principal argumento es que en el
ideologias. Al mismo tiempo, aducc varios cjemplos de cémo los
proceso de produccio’n y uso de las tecnologias entran en juego
enfoques de la tecnologi’a que consideran el género revelan algu-
un conjunto dc relaciones sociales e ideologias que sirven de base
nas de sus dimensiones sociales escondidas.
a importantes procesos sociales, politicos, econémicos y simbo’li-
Desde e1 punto de vista de la arqueologia, rcsulta ventajoso
cos. La principal ventaja dc centrarse en la tecnologfa es que sirve
considerar el género a1 analizar la te'cnologi’a. De este modo, es
como punto de partida para examinar un conjunto de relaciones
posible transformar la vision simplista y deshumanizada de la tec-
sociales (por ejemplo entre artesanos, gestores, administradores) a1
nologia que ha dominado la disciplina durante las u'ltimas déca—
mismo tiempo que permite observar co’mo se formulan las ideolo—
das en una perspectiva que enfatice sus cualidades dinam’icas y los
gfas que genetan y reproducen diferencias en la manera de percibir
agentes sociales que promueven, producen, controlan y usan sus
a los que producen y a los que utilizan los productos finales de las
productos finales. Adema’s, aunque en arqueologi’a ya nos hemos
tecnologi’as. Estos conceptos e ideas son relevantes para el estudio
familiarizado con las tecnologr’as cotidianas, poco sofisticadas, dada
de la tecnologfa y el ge’nero, como propone McGaw (1996), pero
la naturaleza de nuestra evidencia, la literatura arqueolo’gica con—
también para el de la clasc, la ctnicidad, la edad.
tinu’a dominada por una visio’n jera’rquica y sesgada de las tecno—
Al aplicar los conceptos que ha desarrollado McGaw (McGaw,
logi'as. Asn’, por ejemplo, en esta jcrarqui'a, la metalurgia aparece
1982, 1989, 1994, 1996) y la bibliografi’a ma’s importante sobre
como un factor ma’s importante o revolucionarlio que el tejido o
tecnologr’a y ge’ncro (cf. Bush, 1983; Rothschild, 1983, y la pro-
la cocina (Wright, 1995). Es importante que reconsideremos las
pia bibliografi’a que McGaw cita, 1996) se transforma nuestra vi-
tecnologi’as para corregir posibles malentendidos sobre la relevan—
sion de la tecnologi’a de tres modos diferentes. En primer lugar, se
cia que tuvieron ciertas tecnologl’as para la gente del pasado. Ade—
desmitifican las tecnologi'as, desplaza’ndolas del mundo de la alta
ma’s, esto permitira’ un ana’lisis ma’s completo al no limitar el co—
tecnologi’a cientl’fica y situa’ndolas en el de las pra’cticas de la Vida nocimiento a la estrategia dc toma de decisioncs y control de la
cotidiana, lo que obliga a cuestionar por qué ciertas cosas se han
considerado como tecnologl’a y otras no. En segundo lugar, una
‘—
vez que asurnimos que las tecnologi’as tienen ge’nero, podemos ana—
2. En una serie de trabajos recientes, esros investigadores también resaltan la natura-
lizar de que’ modo especr’fico se han etiquetado como femeninas o lcza social de la recnologr’a, insemindola en los sistemas sociales de conocimiento y signifi-
masculinas. Finalmente, nos conduce a explorar e1 «software», es Icado ma’s amplios. Lemmonier, por ejemplo, considera que las opera-ciones conscientes e
Inconscienres o 105 rnodelos dc elementos tecnolégicos que se ponen en funcionamiento al
decir, el comp‘onente de conocimiento que conticnen las tecnolo— Icalizar las acrividades técnicas estén imbricados en el sistema de sz'gnfiimdo de una cultural
gi’as y a descubrir los sistemas de relaciones y el conocimiento te'c— (Lemmonier, 1992, pp. 82 y 55.) y. por lo tanto, no esran u’nicamente relacionados con los
nico asociado a tecnologt’as especr’ficas. Este componente, explica— recursos disponibles 0 con las técnicas c‘onocidas. Es decir. las tecnologias son «componen-
Ics integrales de un sisrema simbolico ma’s extenso» (1W. p. 3).

178 179
1i..—
gestion c incluir otras acciones sociales que implican relacioncs d-Por qué cl tejido y la tccnologfa?
socialcs c ideologfas. Mientras que los componentes «hardware» de
las tccnologias haccn referencia a los materiales, las técnicas de cons— Mi vision del tejido y la tecnologfa en el contexto de Ur III se
truccio'n y ciertas razones pragmaticas y fl'sicas de por qué la tec- basa en los conceptos que he prescntado hasta ahora. En este pe-
nologi’a puede ser u’til, cl «software» csta’ integrado por los siste— riodo, la sociedad mesopotamica estaba organizada en una serie
mas de conocimiento de la tecnologfa y los difetentes factores de estratos sociales visibles a través de las categorfas ocupacionales
sociales. politicos. economicos y simbolicos que atan'en a su pro- (aunque no se trataba de un sistema dc castas) donde los gober-
duccio’n y uso. Los primeros establecen las limitaciones basicas y, nantes ocupaban la cima, seguidos por sacerdotes y sacerdotisas
los segundos. la base del conocimiento cotidiano y las relaciones de alto tango, cl sector burocratico y militar, el sector mercantil,
de produccién y consumo. Hubo personas que produjeron y uti- cl artesanado, el campesinado y un sector de «servidumbre» que,
lizaron los instrumentos (una cazuela, un mortero y una mano de en algunos casos, conflguraba una clase de personas semilibres y,
molino, una lamina 0 un instrumento para tejer) mientras que en otros, engrosaba las filas de la esclavitud. Tambie’n habi’a parti-
otras disfrutaron sus productos. Si asumimos que existe una culares de alto tango que habfan adquirido tierras y otras posesio—
interaccio’n entre los fenomenos sociales y la tecnologi'a, cl siguiente nes importantes (Postgate, 1992, p. 183) y gente que, sin pcrte—
paso logico consiste en preguntar quie’nes los protagonizaron y necer a la clase alta, disponi’a de parcelas dc tierra (Maekawa, 1987,
Como afectaron sus actos a sus roles y a su estatus social. Steinkeller, 1987) en prebenda, que no podian venderse o heredarse
En este articulo utilizo los conceptos que he comentado antes pero que podian cultivarse o arrendarse a un tcrcero (Postgate,
para examinar tanto la tecnologi’a textil como a sus productores y 1992, p. 187).
consumidores en un contexto histérico especr’flco. Me centraré en Los textiles y las telas eran una parte esencial de la Vida ya que
el analisis de la tccnologfa textil y examinaré su producto final, la afectaban practicamente a todos los aspectos de las funciones so—
tela, en sus contextos de produccion y consumo. Abordare' el es- ciales, poli’ticas, economicas y religiosas y a toda la gente, inde-
tudio de la tecnologi’a y el tejido en Mesopotamia a partir de una pendientemente de su nivel social. Los actos institucionales mas'
serie de preguntas sobre la relacio’n entre género y tecnologr’a y de obvios en donde los textiles apareccn claramente representados son
las representaciones pu’blicas del personal del templo y del pala-
los anal’isis realizados sobre la tecnologi’a. Estas preguntas impli—
can, por ejemplo, cuestionarse acerca de quie’n se beneficia de la cio. En ambos lugares, las telas y los vestidos desempen’aron un
tecnologi'a y quie’n no, qué oportunidades genera y, especialmen— papel prominente en las ceremonias importantes, en el gobierno y
en la administracion (Figura 1). Disponemos dc evidencias que
te, como las decisiones tecnolo’gicas reflejan intereses particulares
de clase, individuales o institucionales (Bush, 1983, p. 153). Ig- indican que los textiles eran aute’nticos emblemas de estatus en tem-
plos y palacios, donde la exhibicion de tejidos como forma de ri-
norar estas cuestiones conlleva, tal y como MacGaW sugiere (1996),
queza y prestigio habri’a sido ma’s evidente. Por ejemplo,
um determinismo en el que la tecnologi’a aparece segregada, como
Postgate (1992, p. 243) opina que se podrfan haber colgado tapi-
si constituyese una causa del cambio social en vez de un feno’rne—
ces y alfombras en las paredes de los palacios.
no que se ramifica a trave's de la Vida social.
En lo que sigue, examinare’ primero la importancia de las telas Junto alas representaciones, los textos mencionan arti’culos que
en el contexto de Ur III y las conexiones entre género y economi’a sirvieron para cmbellecer y ornamentar los rituales y para
intercambiarse en transacciones sociales, politicas, economicas y
poll'tica durante este peri’odo. Ma’s adelante, discutire’ la organiza-
religiosas. En estos documentos abundan las referencias a telas que
cio’n de la produccio’n textil, e1 valor que se le asigno’ y las ideolo-
gfas asociadas a la produccion y uso del tejido. se ofrecen como regalos y donaciones al templo y al palacio en ce—
lebraciones y festivales; como dotes en contratos de matrimonio;

180
181
was de las deidades tambie’n se las cubri’a con prendas de lino
(Reade y Potts, 1993, p. 104).“
Los papeles de esposa de gobernante y de sacerdotisa conflrie—
ron una gran visibilidad a las mujeres y a los tejidos. Estas muje—
res parecen haber ejercido control sobre ciertas actividades eco-
némicas y un grado de autoridad significativo. Estas afirmaciones
se basan en el hecho de que disponian de sellos personales y en el
tipo de ima’genes que aparecen en ellos. En un caso, como mini—
mo, una mujer se representa en su propio sello (Winter, 1987, p.
190); en otros sellos, cuyas propietarias son también mujetes, las
diosas constituyen paralelos directos de los dioses masculinos pre—
Figura 1: sentes en los sellos de sus maridos, lo que sugiere que la tema’tica
Imprcsiones en cilindro—sello de un gobernador del pcriodo de Ur 111. de los sellos personales se disen’aba de acuerdo a1 tango de sus pro-
Un hombre es conducido ante la presencia de un dios.
(Cortesia del British Museum). pietarios y propietarias. En peri’odos precedentes a Ur III, algu-
nas mujeres desempen’aron funciones pu’blicas importantes, donan-
do estatuas y textiles que se usaban en ceremonias relacionadas
como obsequios en alianzas entre gobiernos extranjeros, entre ciu— con la construccio’n de templos, bodas, nacimientos y cultos
dades—estado, y entre Ciudades-estado y a’reas rurales; como often- ancestrales (Asher-Greve, 1985, p. 183). No tenemos ninguna ra—
das a los dioses en otras ciudades (Gordon, Rendsburg y Winter, zo’n para suponer que no continuaran hacie’ndolo durante el pe—
1987, p. 126); y como objetos de comercio e intercambio ma’s alla’ ri'odo de Ur III. Reinas, sacerdotisas y esposas de gobernadores
del sur de Mesopotamia (ibza’.’, p. 125). Estos intercambios los rea— desempen’aron un papel activo en fiestas y ceremonias, ofrecien-
lizaban el personal del templo y del palacio y, posiblemente tam— do comida, joyas y telas. Esta participacio’n puede deducirse de
bie'n, individuos particulares. las ima’genes de los sellos, donde aparecen transportando emble-
Existian muchos tipos diferentes de telas, confeccionadas con mas y representadas en el contexto de templos y en barcos (Asher-
lana y lino. Algunas estaban disen’adas especialmente para hom- Greve, 1985, p. 182). Estas ilustraciones se basan en narraciones
bres y mujeres de alto rango mientras que otras se distribui’an a mitolo’gicas donde dioses y diosas se visitan entre 51’ y pueden «re—
un sector ma’s amplio de la poblacio’n, de tango y ocupaciones di- flejar ceremonias reales en las que la imagen divina se transporta—
versas. En la iconografl'a, se puede identificar a los dirigentes por ba ri’o arriba o r1'o abajo» (Postgate, 1992, p. 124) para los festi-
un tipo de tocado y una ropas especiales colocadas sobre los tabu— vales anuales, la consagracio’n de templos y la resolucio’n de
retes donde estaban sentados.5 Adema’s, como han sen’alado recien— disputas legales. En algunos sellos donde se representa a
temente W]. Reade y D.T. Potts (1993), durante e1 peri’odo de sacerdotisas de diferente tango acompafiadas por otras mujeres que
Ur III el lino se reservo’ a los individuos del ma’s alto tango: reyes, también forman parte del personal de culto, las mujeres parecen
gobernadores, sacerdotes y otro personal del templo. A las esta— tenet un estatus igual o superior al de los hombres de la misma
escena. Aunque estas mujeres aparecen llevando a cabo roles auxi—
liares «socialmente integradores» (Winter, 1987, p. 189), las te—
3. Poxtgale (1992) identifica trcs simliolos —«un sombrero, una vara y un tal)urete»'
presentaciones de sus actos las situ’an en roles complementarios.
-

que csra’n asociados a Ios reycs en la iconografi’a y que configuran un tema recurrentc en los
liimnos. También alirma que. durantc el peri’odo anterior dc Uruk, existi’a un tipo particu—
lar dc ugorm plans y una lalda dc mallan asociados a un individuo que «ejercia autoridadn 4. Estos autores se basan en Wactzoldt (1983: 59211:).
(1983, p. 592111) .

183
182
Por otra parte, entre las personas de alto range, la representacién provienen de los talleres textiles de los temples, palacios y hacien—
del eficio es mas importante que la del ge’nero. das, donde las telas que se mencionan come de calidad superior o
Las imagenes de mujeres de alto estatus en estas situaciones suntuosa se registraban y distribulan entre hombres y mujeres de
constitui'a una forma muy desarrollada de comunicacién (Winter, alto range. La lista incluye diversos tipos de telas, como la tejida a
1987, p. 201). Al igual que la ubicacio’n de las figuras y la realiza- mane, la trenzada, y la tela de borreguito; lino para tu’nicas y pren—
cion de ciertos gestos, las variedades decorativas y los estilos de las das; tela de lana para sillas de montar, prendas peludas, faldas de
telas y prendas transmiti'an informacio’n importante sobre el ran- borregito, cintas para la cabeza, tocados, taparrabos, compresas para
go y el oficio de las personas.5 Del mismo mode que ocurre en la menstruacién" y ropa interior. Se remendaba tanto el tejido nue-
otros lugares, el tejido parece haber sido un medio fundamental vo como el antiguo, tal y como sugieren los registros de tejido co—
de comunicacién de normas y de legitimacio’n de sanciones divi- mido por gusanos, ique’ incluso se comi’an la ropa interior que se
nas (Weiner y Schneider, 1989). Ciertas telas y vestidos parecen llevaba diariamente.l Adema’s, la tela se clasificaba en calidades ——
exclusives de sacerdotisas, esposas de los dirigentes y otras muje- lujosa, superior, de tercera o cuarta calidad— y en tallas —peque-
res que habri'an desempen'ado funciones religiosas y de gobierno. n'a, mediana y grande— (Kang, 1973, pp. 297 55., Postgate, 1992,
Per ejemplo, habi’a un tipo especial de tocado que servr’a para iden— p. 237). Mientras que las calidades mejores se destinaban a perso—
tificar a las sacerdotisas (Winter, 1987, p. 192). Estas ilustracio— nas de alto range 0 a los dioses y diosas, otros productos de los
nes nos dan una impresio’n mas que clara de que ciertos tipos de talleres textiles se distribul’an internamente como page a las teje—
telas se restringieron a personas de range y ge’nero especr’fico, lo doras y a otros trabajadores y trabajadoras.
que recuerda ima’genes de otras cortes historicas, en las que go- Si bien estos arti’culos tuvieron una distribucio’n amplia, los de
bernantes, sacerdotes, sacerdotisas y otras personas dc alto range mejor calidad se reservaron para los dirigentes (o individuos re-
«vivieron en un mundo de tejidos, donde las telas se confecciona— presentatives, come los gobernadores) y sus esposas y come pren-
ron siguiendo reglas elaboradas que restringieron ciertos emblemas das rituales para sacerdotes y sacerdotisas. En Umma se confec—
y tejidos a determinados ranges sociales» (Cohn, 1989, p. 316). cionaron prendas especiales para los sacerdotes y reyes y se
La misma impresio’n aportan las fuentes documentales. prepararon diferentes tipos de prendas para vestir las estatuas, come
Les textos indican que, adema’s del lino, otros tipos de tela tam— obsequios y como tribute (Kang, 1973, pp. 14 58.). El uso del te-
bie’n se destinaban a personas de range especr’fico. Estes registros jido en los desfiles rituales y su gran consume quedan
ejemplificados por un registro de Umma donde hay una lista de
los diferentes tipos de tejido. Este registro recoge las actividades
5. Los adornos servlan también como indicadores de género y estatus. Para el perr’edo en un an‘e en que se nombro’ una alta sacerdotisa; incluye, en una
precedenre, el Dinastico Antiguo III, Susan Pollock ha sefialado la existencia de divisiones u’nica transaccio’n, «120 prendas tejidas de la mejor calidad, 1061
dc génere a partir de la evidencia arqueolégica de la necrépolis real de Ur y la necrépolis de
Kish A. Se encontraron diferencias de estatus entre las mujeres dc alto range, cuyas tumbas
prendas tejidas, 42 prendas tejidas de (talla) pequen’a» asi come
sc reconocr'an por «los tipos y cantidades de joyen’a que lucr’an» (Pollock, 1991, p. 376). «14] prendas dc (talla) de hombre, 13 de (talla) de hombre
Michelle Marcus (1994) también ha documentado el uso de adornos personales para clari— negras...[y]...7 de (talla) mediana» (Kang, 1973, p. 303).
ficar «los roles y las rclaciones sociales» y como un mecanismo simbélico y retérico. Aduce
como evidencia el hecho de que los broches de sudario que se situaban sobre las prendas
Dada la importancia del tejido como mecanismo simbélico y
de las mujeres indicaban estadios en el ciclo de la Vida, conferlan proteccién personal y trans- cemunicarivo y la variedad y el volumen producido, es razonable
mitlan «la ilusién de una socicdad armada» (1994, p. 3) en el Azerbayan iram’ de finales del
segundo milenio y principios del primero. Aunque desde un punto de visra geografico esta
zona queda fuera de la region del sur de Mesopotamia, la autora plantea de un mode conv
6. Regisrradas como «venda sangrienta o venda para la menstruacién», «venda utiliza-
vincenre que las ralces dc esra practica pueden encontrarse en las representacioncs de la diosa
da per muJeres» «venda de la menstruacién», «venda de una mujer menstruante» (venda
mesopotamica Ishtar, diosa de la guerra y del sexo, que a menudo aparece con armas que
sangricnra), «prcndas para mujeres menstruantes» (Kang, 1973, p. 379).
sobresalen de sus hombres (véase Marcus, 1994, pp. 9 y 55., figura 12).

184 185
7-—
preguntarse quién confecciono cl tejido que llevaban esros hombres porcioncs dc cebada puede haber ascendido a 40.000. Se pueden
y mujeres y orros miembros de la sociedad mesoporamica. En esrc detallar estos nu’meros si consultamos los textos que tenemos para
punro, rerornaré a la produccién del tejido y a las filentes documen- el perfodo procedentes de diferentes enclaves; por ejemplo, un tem—
tales, que revelan un aspecto muy distinro de la economfa polftica.7 plo pequen'o podla cmplear de 150 a 270 personas; los ma’s gran—
des, 500 o ma’s (Waetzoldr, 1987, p. 118); la casa de un goberna-
Género y economfa polftica en Mesopotamia dor de la ciudad de Girsu daba trabajo a 2.000 trabajadores
mientras que un u’nico templo ocupc’) a 4.000 (Maekawa 1987:
Durante cl perl’odo dc Ur III, la sociedad mesopotémica estaba cla— 64). En el conjunro de la ciudad de Girsu se emplearon 6.000 per-
ramente cstratificada. Esta estratiflcacién se apoyaba en las politi- sonas en tareas de tejido (Maekawa, 1987, p. 63). Waetzoldt (1987,
cas estarales y en el hecho de que el estado, el templo y las insti— p. 119) ha estimado que el nu’mero total de trabajadores y rraba—
tuciones privadas controlaban grandes extensiones de rerreno jadoras al servicio del estado y del remplo en el peri’odo de Ur III
agrlcola. En su conjunto, estas instituciones empleaban para el tra- pudo oscilar entre 300.000 y 500.000.
bajo agrlcola y/o e1 arresanal a un gran num’ero de personas, que La retribucién por los servicios prestados variaba de acuerdo
recibfan su paga principalrnente en «raciones» dc cebada, lana y al rrabajo realizado y al estatus de las personas empleadas. Debe
aceite. Algunos trabajadores también obtem’an parcelas de tierra. quedar claro que la traduccio’n del significado que se asigna a tér-
Las retribuciones que cobraban esras personas por su trabajo minos especx’flcos para trabajadores y trabajadoras esta’ sujeta a in-
variaban. En este artl’culo, simplemente esbozaré los u’ltimos in- rerpreracion y que, conforme se van traduciendo nuevos textos, los
renros por clarificar la estructura salarial y el estatus de los indivi- matices de los re’rminos se reevaluan continuamenre. Para nucsrro
duos que formaron las Ilamadas «cuadrillas de hombres», que co- propo’sito, dos de las categori’as fundamentales que se han identi-
menraré mas’ adelante. ficado en las «cuadrillas de hombres» son las de «siervos semilibres»
Es evidente que las fiaenres estan’ sesgadas ya que solo mencio— y «esclavos». Los primeros comprendi’an un amplio sector (16 gen—
nan las actividades econémicas de los grandes temples, palacios y re dependienre del estado con un grado dc acceso a la tierra y a
organizaciones privadas. Estas fuenres comprenden rcgistros de los medios de produccio’n variable; los segundos, configuraban una
acrividades relacionadas con la produccion artesanal y diferentes clase de esclavos carente de libertad.
trabajos relacionados con la agricultura. En muchas de ellas, rene- Los trabajadores y trabajadoras semilibres se emplearon para
mos regisrros detallados de las tareas especn’flcas realizadas, del tiem- diferentes acrividades. Por ejemplo, los hombres rrabajaban como
po dedicado a su cumplimienro, del num’ero de genre emplcada, gestores, escribas, vigilantes, carpinteros, en la construccién y man—
de las pagas que se les dieron, e informacion sobre las personas e tenimiento de canales, como agricultores, cesreros y pescadores
insriruciones que recibieron los productos. (Kang, 1973, p. 5). Las mujeres cosechaban, irrigaban los cam-
El nu’mero de genre empleada en los talleres variaba. En mu- pos, rransporraban y aventaban la cebada, recogi'an la cebada en
chas ciudades, un gran nu’mero de personas recibié cebada y otras los graneros, trabajaban en molinos y en tejeduri'as; ma’s raramen—
«raciones» por los servicios prestados. Segu’n Waetzoldr (1987, p. t6, aparecen cargando barcos y cribando cereales para elaborar cer-
118), en la ciudad de Ur, el nu’mero de individuos que obtuvo veza (ibzd’., p. 10).
Ademas’ del estarus legal de los obreros y obreras como libres o
dependientes, es importante considerar tambie’n aspectos como la
7. Para este arn’culo me he basado en fuenres que rratan sobre actividades procedenres Capacidad de controlar sus propios medios de produceio’n, de po-
dc trcs enclaves dcl pcn’odo Ur III —Lagash, Girsu y Umma—-, tal y como planrearon seer tierra y de llevar una «vida familiar», una expresio'n que pare-
Maekawa (1980, 1987), Waetzoldr (1972. 1937), Kang (1973). Sreinkeller (1987) y, 6"
mcnor grade, van de Mieroop (1987).
Ce referirse a la posibilidad de formar parre de unidades dome’sti-

186 187
cas con familias nucleares. Refiriéndose a un grupo de hombres Parece ser que la evidencia actual no permite sostener la opi-
guardabosques de la provincia de Umma, denominados erin2, Piotr nio’n, anteriormente compartida por gran parte de la investigacion,
Steinkeller sen'ala que estos siervos semilibres trabajaban con sus de que el estado de Ur III ejercié un control monoli’tico sobre la
hijos y hermanos, «sus parientes de sangre y herederos naturales» produccion (Lamberg—Karlovsky, 1994). Steinkeller (1994) ha es—
(1987. p. 99), ya que las parcelas de tierra pasaban de padres a tudiado el caso de los ceramistas y ha demostrado que, ademas’ de
hijos. En las listas donde se registran sus actividades y parcelas, trabajar para las «grandes casas», también producr’an y distribur’an
los trabajadores se distingufan por el patronfmico mas que por la sus productos sin la intervencién del estado durante e1 perfodo de
profesio’n y trabajaban en equipo en las cercanlas de sus poblados. an’o en que no trabajaban para él. Durante este tiempo, podr’an
Basa’ndose en esta evidencia, Steinkeller afirma quc estos hombres producir libremente «cera’mica y otros artefactos de arcilla para sa—
realmente llevaron una vida familiar (1987, p. 99). Aunque Kazuya tisfacer las necesidades de la poblacion general» (1994, xx). Marc
Maekawa sen'ala que serr'a difl’cil determinar si todos los obreros van de Mieroop ha observado que lo mismo sucedr’a entre e1 sec-
de las cuadrillas tem’an familias, se siente «inclinado a asumir que tor artesanal de Isin en un perr’odo un poco posterior (1987, p. 87).
sr’» (Maekawa, 1987, p. 64). Estas reconstrucciones concuerdan con la opinio’n de Postgate de
Otros datos también indican que muchos trabajadores contro- que los trabajadores podr’an trabajar al margen del templo, el es—
laron sus propios medios de produccio’n y que algunos recibieron tado y los talleres privados y que controlaban sus propios medios
parcelas de tierta. Por ejemplo, sabemos que algunas parcelas se asig— dc produccio’n durante, al menos, una parte del an’o (1992, p. 239).
naron a los individuos que habl'an recibido las mayores raciones. Los ejemplos anteriores se basan en textos que afectan exclusi-
Se trataba de hombres que trabajaban para el estado, el templo, e vamente a los hombres, ya que mencionan a pocas mujeres. Para
instituciones privadas y que eran compensados con «campos para determinar las formas de trabajo femenino, su estatus, sus retri—
su propia subsistencia» y de «personas de rango superior (lo que buciones y si las mujeres poser’an o no medios de produccio’n, es
quiere decir personas con salaries ma’s altos), que normalmente re— necesario consulrar otras fuentes. Al describir el estatus laboral de
cibieron parcelas de tierras» (Waetzold, 1987, p. 128). Hartmut las mujeres tejedoras denominadas con los te’rminos de geme2 y
Waetzoldt documenta la entrega a sacerdotes de parcelas de hasta sag”, Waetzold (1987) sen’ala que «el te’rmino geme2 parece cle-
96 acres y de 2 acres y medio a «personal de servicio obligatorio» signar a una persona legalmcnte dependiente, quiza’s semilibre, ya
(1987, p. 129). Esta evidencia esta’ en consonancia con la entrega que su amo la podr’a obligar a trabajar como tejedora o hilande—
de lorcs de tierra a los guardabosques de Umma, donde, de acuer— ra». Por otro lado, el te’rmino sag parece referirse a una persona
do a Steinkeller, los obreros poser’an prebendas y 5610 trabajaban y
recibr’an raciones durante una parte del an’o» (1987, p. 100). Tam—
bie’n esta’ en consonancia con las categorl’as de trabajadores mascu- (2) los hombres que realizan un «servicio regular», reflrie’ndose a la prestaeion personal. El
linos que realizaban actividades colectivas en Girsu, donde los re— Irabajo del primer grupo se llevaba a cabo en pen’odos emre medio del trabaio de presta—
cién personal. Los dos sistemas se alternaban. lo que sugiere que el trabajo dc prestacién
gistros de «cuadrillas de hombres», de los que mas’ de 4.000 estaban personal ohligatorio de los hombres que formaban parte de las cuadrillas ocupaba quizés
bajo el «control directo del gobernador», nos indican que realiza- cinco o seis meses al afio, cuando trabajaban todos los dr'as del mes, mientras que cuando
«se contraraban» [rabajaban solo durante veinre dr’as (Maekawa, 1987, p. 65). La presta—
ban los servicios peor pagados dentro de la escala de retribucio’n cién personal esracional pudo haber estado relacionada con el cielo agricola; muchos de los
masculina (Maekawa 1987, p. 64).8 Ya que recibt’an compensacio- Itrabajos asignados a las «cuadrillas de hombres» implicaban construir o reparar canales dc
nes bajas (vet tabla 1), no obtenr’an parcelas de tierra. irrigaeio’n y plantar o arar los Campos. Esta distincién supone, aparentemente, un cambio
con respecto a pen’odos anteriores. donde parece que no existio la categorr’a de «contrata-
do» ni el tiempo librc fuera del trabajo.
9. El te’rmino geme2 es una caregon'a femenina, mientras que sag se puede refen‘r ran-
8. Maekawa (1987) describe dos u'pos de grupos masculinos dc trabajo: (1) [05 hom- to a esclavos como a esclavas (Gelb, 1982, p. 82).
bres que «se comratan» mienuas no estan realizando el rrabajo de prestacion personal, y

189
188
cuyo estatuto legal es el de esclava... «comprada con plata» (1987, el estatus de los hijos e hijas de las tejedoras semilibres o esclavas
p. 119 n. 19). parece scr el mismo quc el de sus madres.
Las tejedoras podi’an ser, por lo tanto, trabajadoras semilibres
sin tierra o esclavas compradas. Entre ellas también se encontra—
ban prisioneras de guerra y mujeres con un contrato. Esta inter- chido y produccion
pretacién se basa en la distincion que existe entre «antiguas reje- La produccio’n del tejido y la organizacién del trabajo en los talle—
doras» y «rejedoras compradas» (Maekawa, 1973-1974, pp. 98 y res asociados al templo, a1 palacio y a las organizaciones privadas
55., n. 23). La categorfa de trabajadoras con contrato se nutriri’a estaba estrictamente regulada y se fomentaba su especializacion.
de hijas o esposas que se llevarl’an a los talleres para el pago de Incluso en los archivos mas antiguos, 1a produccic’m textil se divi—
una deuda y que, durante el tiempo en que pcrmanedan «emplea— de por el lugar de trabajo, con lugares difcrcntes para trabajar la
das», quizas perteneci’an a la categorfa dc obreras semilibres (por lana y el lino (Postgate, 1992, p. 235).
ejemplo, la esposa o hija de un hombre podi’a ser «detenida y obli- Aunquc la produccio’n se organizaba de diferentes maneras,
gada a trabajar como tejedora» Waetzoldt, 1987, p. 139) 0 se la parece ser que, por 10 general, en cada taller trabajaba un nu’mero
podfa sustituir per una esclava si e] disponfa de una).'0 importante de personas. Todos los talleres de los quc tenemos evi-
Todas estas mujeres recibian como pago raciones de comida; dencia pertenecr’an a dirigentes del palacio, del templo 0 de las
no obtenian ninguna parcela de tierra, ya que su nivel salarial era mansiones privadas; aunque 1a mayor parte de los propietarios eran
e1 mas’ bajo. Hasta donde sé, ningu’n registro indica que las (eje- hombres, también hay registros de mujeres. Asi, conocemos el caso
doras controlasen sus medios de produccién durante parte del afio. de una sacerdotisa que «poseia campos, reban'os y edificios, entre
Cuando los nombres de mujeres aparecen en lisras, lo hacen a lo los quc se encontraba un establecimiento textil» (Waetzoldt, 1987,
largo de todo el afio, aunque pueden cambiar de un equipo de p. 117). Aunque solo sea para obtencr una idea de la escala, pue—
tejedoras a otro (Maekawa, 1973-1974, p. 125). Ademas’, parece de citarse el caso del duen’o de una mansion que empleaba a 750
improbable que las tejedoras llevaran una Vida familiar (marido, individuos en un taller textil (Maekawa, 1980, pp. 82 y 55.).“
esposa, hijos e hijas) similar a la que parecen sugerir los textos que En Lagash, una «cuadrilla» de trabajadoras estaba inrcgrada por
registran el trabajo de los hombres. Por ejemplo, las mujeres se 20 mujeres, supervisadas por un jefe, que podi’a ser hombre o mujer
mencionan en las listas 5610 por su nombre, sin ninguna clase de (Maekawa, 1980, p. 87). En total, pudieron haber habido hasta
referencia del tipo «esposa de» que se refiera a sus maridos, una 37 equipos trabajando. Que el grupo estuviese dirigido por un
pra’ctica que si se utiliza a1 nombrar a las mujeres de alto rango. hombre o una mujer variaba; por ejemplo, en un an'o, cinco gru-
Adema’s, los hijos e hijas de las mujeres que trabajaban en los ta— pos fueron dirigidos por mujeres y uno por un hombre. Este tipo
lleres textiles se mencionan por su matroni’mico; en un caso con— de fluctuaciones pueden haberse debido a crisis militares, cuando
crero, se les designa como «hue’rfanos» tras la muerte de su ma- el nu’mero de hombres disponiblcs disminuiri’a, o también pue—
dre, lo que sugiere que ésta no habri’a estado casada. Por u’ltimo, den reflejar la disponibilidad de mujeres supervisoras adecuadas.”

l1. Adcmés dc los talleres de las grandes ciudades, estaban los de los pueblos y ciuda-
des mas pequefias. Estos rallcrcs parecen haber funcionado del mismo mode quc Ios dc las
10‘ Los hombres iambién podi'an scr «arrapados y obligados» a rrabajar. Waetzoldr nos grandes ciudades. Depcndian dirccramenrc de los inrerescs reales 0 de los del remplo
ofrcce la siguiente lista para los establecimientos donde se molia el grano: «jardineros, can— (Jacobsen. 1970, p. 216).
mnics, sacerdorcs de lamentacién, abatanadores, porteros. tejedores de alfombras de juncos 12. Maekawa, por cjemplo, se refiere a un perfodo de pmlongada crisis milirar en el
c incluso mcrcadcrcs» (1987, p. 139). No esta claro si sus servicios se debian al pago dc que lo normal fue que las supervisoras fucsen mujeres. Actualmente, se sigue disculicndo
alguna dcuda «o a algu’n ripo dc deficiencia en la realizacién de sus obligaciones profesiona- si hubo un cambio con rcspecto a] peri‘odo anterior a Ur III. Es posible quc durante csc
lcs» (I'M). pcriodo, independicnrememe de las crisis milirares, existiesen menos supervisores masculi-

190 191
La industria del tejido requerla un trabajo intensivo llevado a
cabo précticamente por mujeres. Las mujeres esquilaban las ove-
jas (en realidad les arrancaban la lana), hilaban (y posiblemente
cardaban) la lana, teji’an en un telar manual horizontal tal y como
se muestra en la figura 2, trenzaban enrollando y uniendo las he—
bras o entrelazando dos o mas hebras), limpiaban la tela, la cotta-
ban en diferentes taman’os, y posiblemente cosl'an las prendas. En
las representaciones de vestidos, muchas prendas estén embelleci-
das con bordados y flecos, pero los registros no proporcionan evi—
dencia de que en los talleres las mujeres participaran en esta clase Figura 2:
de acabado". Cilindro—sello de los inicios de Susa, IV milenio a.C., mostrando un telar.
Los hombres que intervenfan en la produccio’n de tejido per- tejedoras y la preparacion de una urdimbre. (Cortesia de Dominique Collon.)

tenecfan a tres categori’as. En primer lugar, los hijos de las tejedo-


ras, que recibi’an una «paga» dc acuerdo con su edad y empezaban
que estos tejidos eran totalmente diferentes a los que confecciona—
a trabajar en el taller quizas a la temprana edad de seis an'os
ban las mujeres en los talleres textiles.
(Waetzoldt, 1987, p. 134), si bien previamente se les adjudicaba
En los talleres, se hacian distinciones importantes entre las hi—
una pequen'a «racion» de comida. Se les separaba de sus madres «a
jas y los hijos de las tejedoras. Aunque en los registros de los talle—
una edad determinada» y se les enviaba a realizar otros tipos de
res aparecen tanto nin‘os como nin’as, no siempre es posible saber
trabajo. En segundo lugar, los trabajadores masculinos que
si las mujeres nombradas eran sus madres o sus cuidadoras. En
actuaban como supervisores. Y, en tercer lugar, 10$ trabajadores
cualquier caso, cuando las hijas de las tejedoras alcanzaban la edad
masculinos que trabajaban como abatanadores y haciendo fieltro, adulta (lo que aparentemente ocurri’a entre los trece y los quince
actividades relacionadas con el tejido. La rela de los talleres se lle—
an'os) continuaban trabajando’en los talleres. Los chicos, por su
vaba a los abatanadores para el acabado final y para su corte en
parte, dejaban los talleres textiles y se les asignaban otras tareas,
piezas, aunque no esta' claro si estas actividades se realizaban en como remolcar barcos u otros trabajos serviles (Maekawa, 1980,
los mismos talleres 0 en lugares separados. El fieltro se producfa p. 112). Ademas, se castraba a un numero considerable antes de
en talleres separados, mediante un proceso de elaboracion técnica- que llegaran a la pubertad, cuando dejaban los talleres textiles
mente diferente al de los telares. La tela que se conseguia era «un
(ibza".).“’ En relacién a la castracio’n puede mencionarse la figura
tejido especial, posiblemente de fibras toscas entretejidas» de un supervisor masculino que recibe el nombre de Gal—Si (gala),
(Steinkeller, 1980, p. 93). For lo que yo conozco, en ningu’n taller te’rmino que se asocia a caracteri’sticas no masculinas. El te’rmino
las mujeres trabajaron en la confeccién del fieltro. Ademas, la des- gala se ha traducido como «cantor» pero tambie’n como hombre
cripcio’n del proceso mediante el que se obtem’a el fleltro sugiere que «mostraba ciertas caracteri’sticas femeninas que le acercaban a
las mujeres» (Gelb, citado en Maekawa, 1980, p. 117). Adema's,
nos. No esroy segura a qué tipo de evidencia se refiere el siguiente comentario de Maekawa:
uDe todas formas, parece que podemos asumir que los supervisores masculinos no estan’an
segu’n Maekawa, el nu’mero de nin’as siempre excedl’a al de nin'os,
realmente con las mujeres a la hora de esquilar, hilar o tejer. En otras palabras, puede ser
que los supervisorcs—hombrcs contaran con una o dos mujeres con experiencia que super—
visaran en la préctica cstos trabajos». 14. Maekawa afirma que el termino «amar-KUD no 5610 se aplicaba a los animalcs
13. La produccio'n textil requen'a una gran inversion de rrabajo. Postgate menciona un sino rambie’n a los hombres con el significado de «animal/hombre joven castrado» duramc
regisrro procedente de Larsa en el que se necesitaron «384 (dias de) trabajadoras textiles» cl peri’odo dc UR III. Muchos rextos de este mismo perfodo procedenres dc Lagash 5: re-
para producir una tu’nica delicada (1992, p. 81). fieren a los hiios jo’venes castrados de las tejedoras» (1980, p. 81).

192 193
por lo quc sugiere que Ios nin’os se apartaban a propésito de los SC una transmisién constante dc conocimiento técnico entre mu—
talleres (Maekawa, 1980, p. 107). jeres de diferentes grupos érnicos capturadas en batallas 0 com-
Tambie’n se puede apreciar un contraste cntre el tratamiento pradas como esclavas y mujeres de asentamientos rurales y urba—
que recibl’an los hijos de las tejedoras y Ios hijos de los abatanadores. nos locales que tenlan un contrato o algu’n otro tipo de conexio’n
Estos eran responsables del acabado final una vez que la tela se y que trabajaban conjuntamente en los talleres. Aunque es posi—
sacaba del telar.IS Segu’n Maekawa. los «abatanadores se mencio— ble que se perdieran algunas técnicas y estilos, las opciones te’cni-
nan junto a sus padres», lo que significa que a los «abatanadores cas que la sociedad de Ur III tuvo a su disposicién fueron conse—
les sucedr’an sus hijos, y no los hijos de las tejedoras» (1980, p. cuencia de las habilidades, el conocimiento y los instrumentos que
1 12). Si bien pudiera pensarse que los hijos de las tejedoras serr’an las mujeres Ilevaron consigo. Por lo tanto, debemos suponer que
los que continuarr’an con esta artesam’a, parece que quedaban ex- cualquier innovacién o destreza técnica desarrollada en los talleres
cluidos. Estas diferencias en las experiencias de hombres y muje— se debia probablemcnte a la experimentacién de las propias muje-
res adultos evidencian una ideologi’a muy arraigada que asociaba res, en vez de correr a cargo de ingenieros textiles que no eran te-
el tejer con rasgos femeninos e impom’a sanciones que exclur’an a jedores. No existe ningu’n dato que sugiera que los individuos en—
los hombres de los talleres textiles. Retomare’ este aspecto mas’ ade- cargados de registrar el rendimiento de Ios talleres tuviesen un
lante. conocimiento profundo sobre la industria textil. Las categorl'as que
Las condiciones en los talleres textiles, asr’ como en otros talle— se utilizan para anotar las telas no son técnicas sino sociales, como
res tanto masculinos como femeninos, no eran buenas, como de- se desprende del uso de palabras como suntuosa, ordinaria e, in-
muestran las menciones a gente que se escape y muere. Por ejem- cluso, de tetcera categorfa. Por ejemplo, no tenemos registros en
plo, un texto documenta la muerte de la tercera parte de un grupo que el nu’mero de hebras constituya una unidad de medida, que
de mujeres y nin'os en un mismo an’o (Maekawa, 1987, p. 110); es un mecanismo te’cnico para valorar la tela. Probablemente, este
otro muestra que 5 de 224 se escaparon, pero fueron obligados a hecho nos indica que Ios que registtaban (gescribas?) carecr’an dc
volver y a trabajar con una paga inferior (VI/aetzoldt, 1987, p. 140). conocimientos especlficos sobre los aspectos te’cnicos de la artesam’a
Adema’s, como veremos despue’s con mas' detalle, las pagas o «ra- o que preferfan categorfas sociales.
ciones» que recibr'an eran. por te’rmino medio, bajas, pues apenas Lo que hemos expuesro hasta ahora demuestra que la produc—
cubn’an el nivel de pura subsistencia. cién textil diferr’a de la de las otras artesanl’as en aspectos impor—
A pesar de las precarias condiciones de trabajo, las mujeres que tantcs. En primer lugar, se necesitaba una importante fuerza de
trabajaban en la producer'o’n textil poser’an una gran destreza téc- trabajo que estuviese cualificada y permanentemente empleada
nica, como demuestra tanto Ia variedad de tejidos como de tipos (Postgate, 1992, p. 235), ya que la produccio’n textil requiere de
de prendas que aparecen an [as listas. Dicha variedad indica Ia exis- un trabajo intensivo y de una mano de obra experta. Adema’s, tanto
tencia de diferentes te’cnicas para su confeccién. Aunque carece— el templo como el palacio necesiraban una gran cantidad de tela
mos de evidencia directa, ya que hay pocos textiles arqueolégicos, para entregar a sus trabajadores y trabajadoras, para los desfiles
las distintas te'cnicas tuvieron sin duda su origen en las diferencias sociales y rituales y para el consumo local, el comercio y el inter-
e'tnicas y regionales que existr’an entre las productoras. Debié dar- cambio. En segundo lugar, Ias personas, tanto esclavas como
semilibres, trabajaban a tiempo completo y estaban sujetas perma-
nentemente a la produccién del templo 0 del palacio, tal como lo
15. Se rraraba de un procedimienro en quc eI tejido sc golpeaba y pisotcaba. Su pro— demuestran las listas de nombres individuales registrados mes tras
po‘siro consisu'a en cncogcr y engrosar el tejido y «unir Ias fibras para qu: formaran una mes y an’o tras an’o. A diferencia de otros artesanos, empleados a
capa impermeable» (Barber. 1991. p. 178). Los rextos mencionan induso que «se camina- tiempo parcial y con Iibertad para distribuir los productos de su
ba sobre la ropa» Uacobscn, 1970, p. 226).

194 195
trabajo, las tejedoras no parecen haber disfrutado dc libertad para
En la Tabla 1 se comparan las raciones registradas para hom-
producir, distribuir o consumir sus productos. Aunque las muje-
bres y mujeres empleados en distimos trabajos. Si comparamos la
res tambie’n confeccionaron tejidos en contexros no institucionales,
retribucion asignada a los hombres que realizaban trabajos servi—
no parecen haber tenido acceso al conocimento técnico y a los ni-
les con la de las mujeres tejedoras observamos diferencias claras.
veles de calidad alcanzados en los talleres.
Exceptuando a nin'os y nin'as, las tejedoras reciben las retribucio—
nes ma's bajas. La diferencia se aprecia mejor al comparar 1a me—
La retribucién dc las tejedoras y otras obreras dia que se les asigna, pues solo una pequen'a porcién de indivi-
duos se siru’a en los extremos ma’s altos o més bajos (por ejemplo,
Para valorar el esrarus de las mujeres tejedoras y el valor asignado a
al nivel de cien lirros para las mujeres). Las hilanderas nunca al—
su trabajo es importanre observar la compensacién economica que
canzaron este nivel tan alto.
recibl'an. Esta es, sin duda, relativa, por lo que ofrecere' datos para
La Tabla 2 compara la retribucién de tejedoras e hilanderas con
compararla con. la de hombres y mujeres empleados en otros traba-
la de diferentes profesiones masculinas. Aunque la diferencia en—
jos y para observar las diferencias dentro de los propios talleres.
tre tejedoras e hilanderas era significativa, las desigualdades ma-
yores se daban entre mujeres y hombres, independientemente de
Tabla 1 su ocupacio’n.”’ Incluso en el extremo inferior, los hombres con
Racioncs entrcgadas como rctribucién a hombres y mujcres un nivel bajo de cualificacién técnica obtem’an una retribucién mas’
en Ur III alta que la de las mujeres. Las tejedoras reciblan una paga mejor
que las hilanderas, aunque no tan buena como la de los hombres,
— Mu'ms a pesar de que su cualificacién te’cnica y su nivel de especializa-
szrrmm manna/a tie 11/712113: cién era comparable al de las [areas masculinas. Adema’s, muchos
Medidas en luros para rodas 40-5000 20-100 10—20 de los trabajos masculinos se vefan retribuidos con parcelas de tie-
133 profesioncs. rra, y, por lo tanto, con la posibilidad de obtener cosechas que pro-
Media en litros para hombres que 60 40 10 (0-5 an’os J
porcionarr’an provisiones adicionales de alimento. Orra de las com-
realizan [rabaios senile; _\‘ muirres 15 (5-10 an'os) paraciones relevantes que puede desprenderse de las tablas 1 y 2
} nin'aslos [eiedores 20 (10—153mm) es el desnivel que existe en la asignacio’n de tela entre mujeres de
R/mmm mum/(5 [0 [mm estatus diferente; por ejemplo, destaca la gran cantidad de lana
concedida a una sacerdotisa y la cantidad ml’nima asignada a otras
ocupaciones femeninas, un claro indicio de las diferencias signifi—
Align/Him”) dt’ "/17 cativas entre mujeres (y hombres) de diferentes clases.
Cuando hay Cuando hay Cuando hay En las Tablas 3 y 4 se comparan las distintas clases de retribu—
disponibilidad disponibilidad disponibilidad ciones «extra» asignadas a las tejedoras y a las hilanderas y las di-
Rmam’; dz am?! (ruando no lukm’ rdmdzz a para oamona espm'ala) ferencias que, basadas en el tipo de tela producido, la edad, la pro-
cedencia étnica, el trabajo realizado 0 el servicio prestado, existfan
entre las tejedoras. Como apuntamos anteriormente, las trabaja—
A4Cdia en “urog-
doras de los talleres textiles se organizaban en grupos, que ideal—
Fuemt: dams cxtral’dos de Maekawa (1980, 1987); Waenoldt (1987).
'Una mina equivale a medic kilogramo; con cuazro minas habia suficieme lana para 161 Eslas rerribuciones bajas (ambie’n aparecen aresu'guadas en perlodos mas ann'guos
una prendal
y en el esrado dc Ebla y orras ciudades mesopmamicas (Waetzoldl, 1987, p. 122).

196
197
Tabla 2 Tabla 3
Retribucioncs para las profcsioncs masculinas y fcmcninas Rctribucioncs para las difcrentcs ocupacioncs
en Ur III dc las tcjcdoras

Profcsiones masculinas Porciones (en litros de cebada)‘

Escribas 605.000 (en incrementos de 120—300)


Esquileo de (arrancado de lana) 5 litros de détiles,
Capitanes de barco 60—510 oveias. 1/6 litro de aceite de sésamo,
cebada, pescado, came.
Pastores 0-900

Supervisores de granjas ISO-1,200 Compenmc‘idn mmmul bamda


en [a m/z'dad de/ praa'ucto final
Artesanos 60-300
0 en el rango
Guardabosques 60—75

Profesiones femeninas Porciones (en litros de cebada) Representante o supervisora dc 60-100" litros dc cebada.
«cuadrilla».
Teiedoras 30-100
Hilanderas 30—35 Ll'der de un grupo productor de 60 litros dc cebada.
tela de primera calidad.
Prensadoras de aceite No disponible

Camz'a’ade: (m mind: :16 land) Lx’der de un grupo productor de 50 litres de cebada.


tela de segunda calidad.
Sacerdotisas 10—1 5

Ll’der de un grupo productor de 40 litros de cebada.


Future: Dates extraidos de Maekawa (1980; 1987); Steinkeller (1987) y Waerzoldt tela de tercera calidad. '
(1987).
*Véase la Tabla 1 para las porciones anuales de 13:13. Algunos guardabosques recibie—
ron subvenciones en u'erra. Los caparaces o jefes de trabajadores «obtuvieron parcelas dc Trabajadora ordinaria de un 4O litros de cebada.
tierra en page a sus serviciosr A cambio de estas parcelas, los trabajadores con prcbenda, grupoproductor de tela de
junro con sus parientes més jovenes, (rabajaban varios meses cada afio en bosques especl'fi— primem calidad.
cos» (Sreinkcller. 1987, p. 88). Tras la muene dc un supervisor, tal y como marcaba su
estatus, el primogénito heredaba el derecho a cultivar la tierra.
Trabajadora ordinaria de un 40 litros de cebada.
grupo productor de [613 de
meme eran dc veinte. En algunos casos, la calidad de la tela varia- segunda calidad.
ba incluso entre los grupos de un mismo taller.
En estos casos, las supervisoras del tejido de mejor calidad re— Trabajadora ordinaria de un 30 litres de cebada.
cibr’an la compensacio’n mayor, aunque las trabajadoras ordinarias grupo producror de tela de
no se beneficiaban aparentemente de su mayor destreza. Las tercera calidad.
disparidades basadas en la edad (las mujeres jo’venes y viejas reci- Fucme: Daros obtenidos dc Maekawa (1980) y Waeaoldt (1987).
bl’an menor compensacio’n) eran significativas pero no tan drama’- 'Cien litros es raro; la media parece haber side 60 litres.
ticas Como las que afectaban a las recie’n compradas y a las que no
tenl’an nombres sumerios o eran prisioneras dc guerra. Por film'—

198 199
Tabla 4 gunos casos llegaba a alcanzar 105 300 litres. Estas diferencias re-
Difercncias en la rctribucién dc las tcjedoras dc acucrdo rributivas indican que el trabajo de los hombres era mas’ valorado
con la edad, la procedencia étnica y la cxpcricncia“ que el de las mujeres, a pesar de que el tejido era un articulo im-
portante.
Grupo de tejedoras Cantidad mensual
Respecto al trabajo infantil de los talleres y sus circunstancias,
(en litros de cebada)
sabemos que las mujeres recie’n compradas no llevaban consigo ni
Mujeres adultas 40 60 nin’os ni nin’as. Ello no implica que no hubiese trabajo infantil en
los talleres, ya que otras mujeres que ya estaban alll' tenl’an a sus
hijos e hijas con ellas. En realidad, las mujeres «con antigu"edad»
teni’an de dos a cuatro nin'os y/o nifias bajo su responsabilidad. A
20 juzgar por la edad. bastantes habri’an nacido una vez que las mu-
jeres ya habian entrado a trabajar en los talleres. Tal y como se
«"I.ejas» O

18 aprecia en la Tabla 1, nin'os y nin'as recibl'an su retribucio’n en fun-


cio’n de la edad.
Nombres no sumerios o prisioneras 18
Lo que a primera vista pueden parecer pequen’as discrepancias
de guerra
en Ias porciones concedidas a hombres y mujeres representa en rea-
Furnm dalos obrenicdos dc \i'laekawa (1980) lidad una diferencia primordial de alimento y sustento. Waetzoldt
‘ Vc’ase la rerribucién para nin‘os _\' nin’as en la Tabla 1. (1987, p. 134) ha calculado e1 nivel de abastecimiento de trabaja-
dores y trabajadoras basa’ndose en la media retributiva que aparece
mo, los trabajos realizados dentro de la profesién también estaban en la Tabla 1. Calculo’ la base subsistencial de un «familia» integra—
jerarquizados; las hilanderas, por ejemplo, recibi’an retribuciones da por un padre, una madre y cuatro hijos e hijas. La conjuncio’n
mas bajas (Maekawa, 1980, p. 93), mientras que las supervisoras de sus cantidades sen’a suficiente como para mantenerlos vivos, pero
y las que entraban dentro de la categori'a «trabajadoras veteranas» «si un padre o una madre fueran incapaces de trabajar durante un
(Maekawa, 1980, p. 93) obtenl’an las mas’ altas. Como hemos men- mes o ma’s, inmediatamente surgirl’an dificultades» (Waetzoldt,
cionado antes, el trabajo de supervision podi’a ser realizado por 1987, p. 135). Aunque la opinion de que la mayori’a de trabajado-
mujeres, pero en la mayori’a de los casos eran hombres los que te— res masculinos viviri’a en el seno de una familia nuclear ha alcanza-
ni’an este cargo, aunque esto vario’ con el tiempo. Las trabajadoras do cierto consenso tras los u’ltimos debates, no hay modo de dilu-
que desempen’aban actividades especializadas, tales como el esquileo cidar si e’ste seri'a el caso para las mujeres trabajadoras. Los nin'os y
(o arrancado de la lana) de las ovejas, obteni’an una retribucién nin'as que aparecen en los registros de los talleres cubren un inter—
extra, quiza’s porque esta era una actividad especialmente intensa. valo de edad que abarca desde el nacimiento hasta los quince an'os.
Algunos an’os, dependiendo de la disponibilidad, las mujeres reci— Tal y como he indicado anteriormente, estos nacimientos no im-
bi'an una racién de aceite de se'samo y lana o tela, en cantidades plican necesariamente que las mujeres estuviesen casadas o que ellas
suficientes como para confeccionar una prenda. y sus hijos e hijas llevaran una Vida familiar, si el te'rmino «Vida
Estas variaciones en las retribuciones, aunque contemplan la familiar» se utiliza en el sentido de familia nuclear. Si usamos e1
existencia de ciertos niveles de destreza, son significativamente ca’lculo de Waetzoldt, nos daremos cuenta de que si estas mujeres
menores que las que aparecen en otros tipos de artesani’a donde y su descendencia constitui’an «familias», podri’an verse muy afec—
predominan los hombres. La media de retribucio’n para otras tadas en el caso de no poder trabajar durante un mes o mas’. Sin la
artesam’as era de sesenra litros de cebada (Tabla 1), aunque en al- concesio’n de parcelas de tierra y sin la libertad de poder producir y

200 201
distribuir tejido al margen de los grandes talleres —una libertad urdimbre en el telar y a la madrc de una familia numerosa como
que parecen haber disfrutado por norma otros artesanos— las teje— «a1 telar con la tela terminada» (£5151, p. 85). Este sentimiento une
doras detentaban el estatus econémico mas bajo. a la mujer con el tejido, transmite los ideales mesopotamicos en
torno al mundo de la mujer, y concuerda con la idea de Samuel
El tejido: una tecnologfa femenina Noah Kramer de que la esposa, en tanto que madre, tem’a una
importancia crucial (Kramer, 1987, p. 109). La dote, como se re-
Los textos que hemos comentado hasta aquf indican que el tejido coge en otros textos, incluia arti’culos utilizados en la produccién
constitufa una artesanfa relacionada con las mujeres, de la que los textil tales como lana, peines para la lana, telares de madera,
hombres quedaban excluidos de forma expresa. Tres tipos de evi- fusayolas y telas (Postgage, 1992, p. 192).
dencia nos conducen a esta conclusio’n. En primer lugar, la u’nica Semejante conexio’n ideolégica entre el tejido y las mujeres su—
asociacién existente entre hombres y tejido es la de los abatanadores giere que su produccién recai’a sobre las mujeres incluso fuera de
en el proceso final de acabado de la tela; ahora bien, estos hom- los talleres textiles. La entrega de lana a las trabajadoras constitu—
bres no tejfan. En segundo lugar, los hijos de las tejedoras se apar— ye un claro indicio de que también se teji’a fuera de los grandes
taban de los talleres una vez alcanzada la edad adulta. Esta situa- talleres. Esta asociacién atraviesa, aparentemente, las divisiones de
cio’n es absolutamente diferente de la de otras profesiones en las clase, ya que hay ima’genes de mujeres de alto tango hilando. Ade-
que los nin'os en grupos de trabajo continuaban la profesién de su ma’s, se registran entradas de tejido llevado a los templos y a los
padre. Por u’ltim'o, algunos jo’venes eran castrados antes de que palacios como donaciones o tributos de las unidades dome’sticas
abandonaran los talleres textiles, lo que sugiere que se hacfa una de la ciudad y de las a’reas rurales. Aunque muchas veces fueron
importante distincio’n entre las caracteri’sticas masculinas y feme— hombres quienes los llevaron, parece razonable asumir, dada la aso-
ninas que eran deseables y que el tejer estaba asociado a estas u’lti- ciacién entre mujeres y el tejido, que habri’an sido confeccionados
mas. La presencia de «caracteri’sticas femeninas» en un supervisor, por mujeres.
tal y como senale’ anteriormente, apoya esta conclusion. La evidencia arqueolégica de produccio’n textll' es escasa, se trate
Las fuentes escritas, tanto para el pen’odo anterior como pos— de contextos dome’sticos, de talleres, ciudades o pueblos. Bas’ica—
terior a Ur III, apoyan la idea de que una fuerte ideologi’a de gé— mente, esta’ integrada por un nu’mero pequen’o de fusayolas y pe-
nero asocio’ a las mujeres con el tejido.” En la religio’n mesopo- sas de telar recogidas en prospecciones, procedentes de los niveles
ta’mica, la diosa del tejido, Uttu, es una mujer; no tiene una superficiales de pequen”os asentamientos documentados por Adams
contrapartida masculina (Lambert, 1987, p. 126). Las circunstan— (1981), lo que indica que en las a'reas rurales se confeccionaban
cias de su nacimiento se narran en el mito de «Enki y Ninhursaga», tejidos. No obstante, es posible que la produccio’n en estos asenta—
donde se la describe como «bien formada y decorosa» (Jacobsen, mientos estuviese conectada con los talleres de instituciones pri-
1987, p. 184), una alusio’n Clara a1 concepto mesopotam’ico de fe- vadas, templos o estados (Jacobsen, 1970, p. 222). Los restos ar—
mineidad. Ademas’, otro nombre para Uttu es Sig, «Lana». En la queolo’gicos de talleres textiles 0 de otras artesam’as se limitan a
cancién real de amor «Mi ‘Lana’ se hace Lechuga» se establece una unos pocos hallazgos, que, no obstante, nos dejan con dudas acerca
asociacio’n provocativa entre el vello pu’bico femenino y la repro- de la artesam’a especifica que se practicé (van de Mieroop, 1987,
duccio’n sexual (ibz’d., p. 93). En otra cancion real de amor , «El x-xii; Postgate, 1992, p. 115).18
primer hijo», el rey se refiere a la fertilidad de la reina como a la
18. Un registro procedente de Umma menciona a 120 trabajadoras femcninas cmplea—
das por un di’a que deposiran «alfombras de juncos en el rejado dc la casa de las tejcdoras»
17. Ademés de las referencias aqux’ citadas, las imagenes de un cilindro—sello de Susa lo que puede refcrirse a un establccimiento en que se confeccionaban tcjidos (Kang, 1973,
p. 152).
pueden representar a mujcres tejiendo (Asher—Grew, 1985, Figura 3.2).

202 203
Conclusion ordinacion de las tejedoras era absoluta.19 Paradéjicamente, la di-
ferencia de su estatus en relacién a otras mujeres y hombres se veia
Tras todo lo expuesro, gqué podemos decir sobre la interaccién entre reforzada por el propio tejido que confeccionaban, ya que a través
la tecnologi’a y el ge’nero y sobre la manera en que la tecnologia de 61 reproducr’an el tipo de sociedad a1 que servn’an. A través de
textil se llevo’ a cabo en el contexto mas amplio de la economfa las telas se mostraba la igualdad y la diferencia dentro y entre las
poli’tica? A juzgar por el elevado nu’mero de mujeres empleadas en clases, tal como mostrarfan las prendas y tejidos sencillos de las
los talleres textiles, las listas de tejidos que produjeron y el grado rejedoras en contraste con las prendas de gran calidad, incluso sun-
en que el esrado y otras instituciones poderosas regulaban su pro- tuosas, de las mujeres de alto tango. Y no 5610 eso, sino que ade-
duccio’n y se apropiaban de sus productos para distribuirlos, pue- ma’s, aunque el tejido en la sociedad mesopotam’ica era extrema-
de aflrmarse que existi’a un claro deseo por controlar y regular la damente visible y valioso, las mujeres que la product’an no lo eran.
produccién textil. Esto no resulta sorprendente a la vista de su La situacio’n especffiea de las tejedoras en relacion a la de otros
importancia en las actividades rituales, como insignias, y en el eo- artesanos requiere una explicacién. El sistema situé a estas muje-
mercio. Anteriormente, he comentado las cualidades de las telas, res en una posicion inferior al resto al conferirles retribuciones
los estilos de las prendas y las variedades decorativas que expresa- menores y asignarles un estatus de esclavas o semi—libres que se
ban el tango y la pertenencia a organizaciones poderosas, como el diferenciaba de los dema’s por carecer de sus propios medios de
templo y el palacio. Al igual que arestiguan las diseusiones sobre produccio’n. Como ya he mencionado, en la actualidad parece exis-
el tejido en otros contextos, e’ste adquiere una importancia funda— tir un consenso de que, a diferencia de las tejedoras, muehos arte—
mental en las ceremonias y connota significados, convirtiéndose sanos posei’an tierra y/o trabajaban para el estado solo durante pe-
en un mecanismo de legitimaeio’n para los que ostentan el poder ri’odos [z'mz'tados, lo que les permitia producir e intercambiar o
(Weiner y Schneider, 1989, p. 3). Las relas de alta calidad para las distribuir sus productos fuera de los sistemas de distribucio’n
mujeres de rango superior sirvieron claramente para denotar su institucionales. Adema’s, los lazos familiares entre padres, hijos y
estatus social. hermanos en estas profesiones sugieren que los hombres llevari'an
En el contexto de Ur III, los textiles tambie’n constituyeron un una «Vida familiar». Si e’sta era la situacio’n general, parece eviden-
arti’culo fundamental de exportacio’n para obtener materias primas te, entonces, que la situacio’n de las tejedoras era u’nica dentro del
y otros productos. El «alto valor de las telas en relacio’n a su peso» sector artesanal. Los registros indican que las tejedoras trabajaron
las hact’a particularmente aptas para el comercio a larga distancia a tiempo completo, pues sus nombres aparecen en las listas duran—
(mari’timo y terrestre) (Adams, 1982, p. 116). El tejido tambie’n te todo el an'o y no solo durante algunos meses o partes del an‘o,
cumplio’ un papel destacado en el establecimiento de alianzas en— como ocurre con los trabajadores masculinos. For 10 tanto, parece
tre las elites dentro y fuera de Mesopotamia. La organizacio’n de improbable que las tejedoras trabajasen fuera de los talleres du-
los talleres se convirtio’ en una estrategia eficaz para producir un rante un peri’odo del afio y, en consecuencia, tampoco parece po-
volumen de telas mayor del que se habri'a obtenido mediante 1a sible que pudieran distribuir el tejido de modo independiente. Tan-
recaudacio’n de impuestos y tributos procedentes de las unidades to las bajas asignaciones de cebada como la no concesio’n de parcelas
domésticas. A su vez, mediante 61 control del estilo y la calidad, dc tierra las situ’an entre e1 tango ma’s bajo de trabajadores durati-
también sirvio’ para demarcar determinadas clases de prendas como {6 cl peri’odo Ur III. Por u'ltimo, ya que las tejedoras u’nicamente
apropiadas para quienes controlaban el estado 0 el templo.
La tecnologi’a textil estuvo fuertemente asociada a las mujeres; 1‘). En los proverbios sumerios que Adams cita (1982, a partir de Gordon, 1959.
p. 12) se reflejan estos sentimientos entre las mujeres a un nivel mas general: «A un hom-
de este modo y dada la retribucio’n que estas mujeres obtem’an y bre rebelde se le pucde permitir la conciliacién (5?); a una mujer rebeldc se la hundira en la
su bajo estatus como esclavas o tal vez como «sernilibres», la sub— miseria».

205
204
Sc designan por el nombre y no como «la mujer de» 0 «la hija de», jos de las tcjedoras) reforzé una fuerte ideologl’a “de género cono—
como ocurre entre las mujcres de alto rango, no esté claro si esta- cida por los mitos y la poesla que conectaba cl tejido con las mu-
ban casadas o si llevaban cl tipo de «Vida familiar» comu’n en otros jeres. Ademas, si 105 nifios que trabajaban en los talleres eran real-
casos. No obstante, parece improbable. mente castrados, su asociacion con el tejido los disocia claramente
Las circunstancias particulares que rodearon a las mujeres te- del tipo de «Vida familiar» de otros hombres en esa misma socie-
jedoras estuvieron condicionadas por el interés del estado y de las dad. Parece improbable que dicho control sobre las funciones
instituciones poderosas en controlar la produccién y la distribu— reproductivas se hubiera debido a la condicién de extranjero de
cion de tejido por motivos sociales y econémicos. Los textiles re— algunos de estos trabajadores, ya que otros extranjeros fueron in—
sultaban importantlsimos para la economfa en tanto que arti’culos tegrados en la sociedad mesopota’mica. Lo que estaba en juego aquf
fimdamentales de exportacién y de distribucio’n entre trabajado- era la asociacion femenina con la actividad de tejer, que parece
res y trabajadoras. Ademas, el uso social del tejido como adorno y haber constituido una ideologfa profundamente enraizada en la
denotador de estatus y aflliacion en ceremonias y rituales impor- sociedad. La exclusion de la categorl'a masculina de los hijos de
tantes era do per sf una razon obligada para controlar su produc- las tejedoras mediante su neutralizacién sugiere que, asociados a
cion y su distribucion. Desde un punto de vista econémico, la pro- la actividad de tejer, existr’an ideales sobre cua’les eran los roles
duccion de tejido parece haber estado regulada de un modo mas masculinos y femeninos apropiados .
estricto que la de otras artesani’as, ya que otros trabajadores dis- Ademas dc controlar las funciones reproductivas dc los hijos
frutaron de cierto grado de libertad para producir y distribuir pro- de las tejedoras, el estado también pudo haber intervenido en las
ductos a la poblacién local. Como he mencionado, aunque habi’a funciones reproductivas de las mujeres. Como se ha visto antes, la
mujeres que confeccionaban telas de un modo independiente en proporcio’n de nin’as era mayor que la de nin’os en todos los casos
el contexto de las unidades dome’sticas, parecen haber estado inte- registrados, lo que sugicre que habl'a mecanismos para limitar el
gradas de una forma laxa en el sistema de produccién, siendo cl nu’mcro de nin'os en los talleres. Carecemos de registros para acla-
u’nico lazo las mujeres que habi’an sido llevadas a los talleres con rar si los nin'os eran simplemente trasladados a otros grupos de tra—
un contrato a causa de las deudas y que presumiblemente habi'an bajo o si se tomaban unas medidas mas dra’sticas cuando nacian.
regrcsado posteriormente a sus casas. La mayorfa de las mujeres No obstante, la proporcién nin'os—nin'as sugiere que existlan unas
que estaban fuera de los talleres quedaron excluidas de las innova— normas que regularon la presencia dc nin'os y nin'as en los tallcres
ciones y convenciones de los tipos mas’ preciados de telas (por ejem- y la reproduccio’n de las mujeres. El hecho de que las trabajadoras
plo, de los criterios para establecer que’ constitui'a una tcla sun- con mayor antigu"edad y cualificacién tuvieran ma’s hijos e hijas
tuosa 0 de alta calidad) y, posiblemente, del conocimicnto te’cnico que las que recibi’an las retribuciones mas bajas (Maekawa, 1980,
desarrollado en los talleres. El control sobre la produccién y la dis- p. 106) parece confirmar esta practica. Parece claro que la mayo—
tribucién por parte de las grandes instituciones promovio la efica— ri’a dc nifios y nifias naclan mientras las madres trabajaban en los
cia y, lo que es ma’s importante, aseguro’ que unos determinados tallcres, aunque no se sabe si estas mujeres estaban casadas.20 Un
estilos y calidades dc telas se produjcran y distribuycran solo entre ejemplo que sugiere que, al menos, algunas no estaban casadas, es
la gente «adecuada».
Todas estas estrategias poll’ticas regularon eficazmente cl con—
trol cconémico y social de la produccic’m de tcjido y sus produc— 20. Un caso que rcsulta un [auto confuso es el de una nifia que, dado que recibié una
tos. La exclusion de los hombres de este sector (asumo que los su— paga de veinrc lirros. debla tcncr cntre 13 y 15 an'os y ya tcnla un hijo. Segu’n Waetzoldt,
pervisores no tejfan y que los hombres que desempen’aron esta ucsré Claro que no so debio considerar como adulta aun dcspués de la pubertad. Si asumi—
mos que la pubcrlad ocurria a los doce afios, podrfa haber dado a luz en torno a los 13 o
artesania eran, de acuerdo a lo que sucedi'a en otros casos, los hi— 14 an'os (1987, p. 133).

206 207
'ch WW

cl de la tejedora comprada, a la que me he referido anteriormente, controlado por el estado. En este sentido, cl control del trabajo
cuyos hijos c hijas nacieron mientras trabajaba en el taller y que— y la produccién de las mujeres constituia una «metafota dc la apro-
daron huérfanos a su muerte. piacién de la comunidad de parentesco» y del control del poten-
En otros estados, se conocen intentos de controlar la reproduc- cial de la produccion y de la reproduccién (Gailey, 1985, p. 83).
cién femenina, aunque las circunstancias particulares son diferen— La evidencia prescntada en este artfcuo sugiere que, aunque la apro—
tes a las de Mesopotamia. Dada la importancia social y economi- piacién del trabajo femenino fue claramentc responsable de la cen—
ca del tejido y la existencia de una ideologia del género que asociaba tralizacion de la produccion textil, la relacién de los grupos de pa-
a las mujeres con la actividad de tejer, a las instituciones principa— rentesco con la organizacién del templo y del palacio era mas
les les interesaba continuar empleando a mujeres y no a hombres. compleja de lo que se habia creido previamentc. Durante el pe-
Los mecanismos politicos que he descrito posibilitaron controlar riodo de Ur III los registros administrativos mencionan u’nicamente
un recurso de modo que se reforzé incluso la ideologia de género unas pocas profesiones para las mujeres, principalmente las de te—
predominante al mismo tiempo que se preservé el ideal de vida jedoras e hilanderas; en el caso de las tcjedoras, un nu’mero im-
familiar para la mayorfa de la poblacién. El estatus marginal dc portante parece haber procedido dc fiiera de la comunidad local.
buen nu’mero de tejedoras (compradas, con contrato o extranjeras Por contra, los hombres se empleaban en una amplia gama de ocu-
capturadas) no permitié que la exclusion dc ellas y su descenden- paciones (véase Tabla 2.), estando obligados a prestar servicios obli-
cia de este tipo de Vida familiar alterara los valores sociales. gatorios solo durante una parte del an'o, tras el cual podi’an patti-
Al mismo tiempo que este tipo de politica reforzé los roles de cipar en actividades productivas al margen de las instituciones
género y etnicidad, aparecieron diferencias de clase entre las mu- principales. Aunque que el peri’odo de prestacién personal habrt’a
jeres, ya que el ge’nero no implicé un estatus unitario. La partici- debilitado claramente las relaciones productivas de los grupos de
pacio’n activa de mujeres de alto tango en aspectos complementa- parentesco, los hombres continuaron contribuyendo activamente
rios de la elaboracio’n del ritual y del aparato administrative tanto a la economl’a poli’tica independientemente de su servicio al tem—
en el templo como en el palacio promocioné el estatus de algunas plo y al estado.
mujeres. Ademas’, aunque muchas rnujeres trabajaron en los talle- Pot u’ltimo, debe sen’alarse que los datos con los que contamos
res textiles y en otras tareas serviles, parece que, por lo general, las para Mesopotamia se ajustan a los patrones conocidos para otros
mujeres no pretaban servicios obligatorios. Como ya he mencio- estados; por ejemplo, esta’n en consonancia con la propuesta de
nado, la mayori’a de las otras profesiones apareccn asociadas a los Moore de que las politicas de los estados reflejan ideologl’as pro-
hombres. Per 10 tanto, al mismo tiempo quc se reforzaban las di- fundamente imbricadas. En el caso de Mesopotamia, parece ha—
ferencias de género tambie’n se establecr’an importantes diferencias ber existido un esfuerzo consciente pot adaptar las ideologi’as dc
de clase entre mujeres y entre mujeres y hombres. Asr’, las diferen- ge’nero, al mismo tiempo que se mejoraba la economia productiva
cias dc género y de clase transformaron la sociedad mesopota’mica de las principales instituciones. For 10 tanto, la apropiacio’n del tra-
con efectos radicalmente diferentes para las vidas de hombres y bajo femenino en los talleres textiles teni’a un propo’sito y se adap—
mujeres. tt’) a las circunstancias histéricas. En este caso, parece que tanto el
Adema’s, el sistema de produccién y distribucio’n se vincula a estado como otras instituciones poderosas trataron de preservar una
procesos ma's generales en el desarrollo del estado mesopotamico. divisio’n sexual del trabajo en la que se mantuvieran los roles de
Allen Zagarell (1986) ha propuesto que la apropiacio’n del trabajo género, aunque en la pra’ctica muchos aspectos concretos se vie—
femenino en los talleres textiles de Mesopotamia fue un factor clave ron inevitablemente alterados por las circunstancias que el propio
de la sustitucion del sistema de propiedad basado en grupos de estado creo’. La especiflcidad histo’rica del caso mesopota’mico no
parentesco corporativos por un modo dc produccio’n centralizado lo hacc menos interesante sino ma’s bien todo lo contrario: dada

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212 213
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East. En H. Kessler y M. Simpson (eds.), Pictorial Narrative in Antiquity
and the Middle Ages: 1 1-32. Washington, D.C.: National Gallery ofArt.
CERAMICA EN LA PREHISTORIA
—— (1987). Women in Public: The Disk of Enheduanna, the Beginning of
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Comunicacion presentada en la sesion Cultural Logic, Social Agency, and
the Political Dynamics of Technology Beyond the Tangible. Society for El anal’isis del papel de las mujeres en la produccion y el uso de la
American Archaeology, Minneapolis, Minn, Mayo 1995.
ceramica prehistorica es un reto para la investigacio’n arqueologi-
ZAGARELL, A. (1986). Trade, Women, Class, and Society in Ancient Western
Asia. Current Anthropology 27(5): 415—30. ca. A la cera’mica se le concede, generalmente, escaso valor como
bien de consumo y, por extension, se desvaloriza a las personas
—hombres o mujeres— que la fabrican o usan: hacer vasos
cera’micos es un trabajo sucio, la arcilla puede percibirse metafo’ri-
camente como excremento, quien la elabora sc considera dc clase
baja, y la alfareri'a se ve como elemento sin valor en la parafernalia
dome’stica, etc. Entre estas actitudes peyorativas encontramos un
conjunto de creencias simplistas estereotipadas sobre los orfgenes
y la practica tradicionalmente doméstica de la alfarerfa y la asocia-
cion entre mujeres y objetos cera’micos. La elaboracio’n de vasos se
considera habitualmente un «trabajo de mujeres», y las funciones
del trabajo femenino y de las actividades domésticas han sido du—
rante largo tiempo ignoradas e infravaloradas en los estudios eco—
no’micos e histo’ricos. La asociacion de la cera’mica con la mujer se
describe habitualmente en términos pasivos: la ceram’ica como parte
dc la cultura material se incluye comu’nmente en la categori’a de
«servicios» —es decir, u’tiles que, de forma pasiva, contienen 0 man—
tienen algo, y que usan principalmente las mujeres —-en oposi—
cion a la categori'a «herramientas», que son utilizadas en la mani—
pulacio’n activa del entorno, principalmente por hombres
(Lusting—Arecco, 1975, p. 6). En este arti’culo se revisan algunas

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V
WINTER, I. (1985). After the Battle Is Over: The Stele of the Vultures and
the Beginning of Historical Narrative in the Art of the Ancient Near v1. MUJERES Y PRODUCCION
East. En H. Kessler y M. Simpson (eds), Pictorial Narrative in Antiquity
and the Middle Ages: 1 1-32. Washington, D.C.: National Gallery ofArt.
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Comunicacién presentada en la sesion Cultural Logic, Social Agency, and
the Political Dynamics of Technology Beyond the Tangihle. Society for El ana’lisis del papel de las mujeres en la produccio’n y el uso de la
American Archaeology Minneapolis', Minn, Mayo 1995.
cera’mica prehistérica es un reto para la investigacio’n arqueolo’gi-
ZAGARELL, A. (1986). Trade, Women, Class, and Society in Ancient Western
ca. A la cera’mica se le concede, generalmente, escaso valor como
Asia. Current Anthropology 27(5): 415-30.
bien de consumo y, por extension, se desvaloriza a las personas
—hombres o mujeres— que la fabrican o usan: hacer vasos
cera’micos es un trabajo sucio, la arcilla puede percibirse metafo’ri—
camente como excremento, quien la elabora se considera de clase
baja, y la alfarerfa se ve como elemento sin valor en la parafernalia
dome’stica, etc. Entre estas actitudes peyorativas encontramos un
conjunto de creencias simplistas estereotipadas sobre los on’genes
y la pra’ctica tradicionalmente dome’stica de la alfareri’a y la asocia-
cio’n entre mujeres y objetos cera’micos. La elaboracio’n de vasos se
considera habitualmente un «trabajo de mujeres», y las funciones
del trabajo femenino y de las actividades dome’sticas han sido du-
rante largo tiempo ignoradas e infravaloradas en los estudios eco-
nomicos e historicos. La asociacio’n de la ceram’ica con la mujet se
describe habitualmente en te’rminos pasivos: la ceram’ica como parte
dc la cultura material se incluye comu’nmente en la categort'a de
«servicios» —es decir, u’tiles que, de forma pasiva, contienen 0 man-
tienen algo, y que usan principalmente las mujeres ——en oposi-
cién a la categorfa «herramientas», que son utilizadas en la mani-
pulacion activa del entorno, principalmente por hombres
(Lusting-Arecco, 1975, p. 6). En este arti’culo se revisan algunas

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muestras de la bibliografla existente sobre mujeres y produccién
ceramica, del pasado y del presente.
En la actualidad la cera’mica es elaborada indistintameme por
hombres y mujeres, aunque esté particularmente asociada con las
mujeres. La division sexual del trabajo es un tema que ha sido y Centro Ame’rica
[75m
obieto de considerable intere’s desde la antropologi’a. Un estudio
de la division del trabajo de cincuenta actividades tecnolégicas a
partir de datos procedentes de 185 sociedades proporciono’ la si—
guiente distribucién de resultados en relacién a la produccio’n ce-
ra’mica (Murdock y Provost, 1973, p. 205, Tabla 1):

Pm’ctim de la attizu'daa’
Este estudio transcultural trato’ de identificar los factores que
Ausente en la sociedad determinan la distribucién espacial de actividades te’cnicas, tres de
los cuales son particularmente relevantes para la produccion cera—
Datos nos disponibles
mica. Uno es la calidad de las materias primas (las mujeres tien-
Presente, sin informacio’n sobre sexo den a estar asociadas con materiales que son blandos y do’ciles);
otro, la tendencia general a asociar la substitucio’n de herramien-
Exclusivamente masculina
[as y tc’cnicas simples por otras ma’s complejas (por ejemplo, el tor—
Predominantemente masculina 5 no de alfarero 0 el arado) con actividades ma’s frecuentemente aso—
ciadas con los hombres. El tercer factor es la «ventaja femenina»,
Indistintamente masculina y femenina
que enfatiza la necesidad de que las actividades femeninas sean
Predominantemente femenina compatibles con la responsabilidad de la crianza de los hijos; que
scan tareas repetitivas, sin peligro, que puedan ser interrumpidas
Exclusivamente femenina 74 y retomadas, que no necesiten una concentracio’n intensa, y que
puedan realizarse en las cercam’as del hogar (ve’ase Brown, 1970,
p. 1074). (Hay que sen'alar el hecho de que la necesidad de hacer
De la evaluacio'n de esta distribucio’n mediante un indice de
compatible la subsistenciacon otras tareas y el cuidado de 105 hi-
participacion donde una puntuacion igual a 100 es indicadora de
jos no significa que las mujeres sean incapaces de realizar otro tipo
exclusividad masculina, se calculé un indice de 21,1 para la pro-
de actividades, sino que es consecuencia de la falta de alternativas
duccion cerémica. Un desglose de la informacio’n por regiones
disponibles para organizar el cuidado de los ma’s pequen’os.)
etnogra’ficas proporcioné los siguientes indices de participacio’n
Analisis adicionales de estos datos revelan que trabajos como
(Murdock y Provost, 1973, Tabla 4):
la manufactura cera’mica son realizados por las mujeres en las zo-
nas en las que la agricultura es simple 0 extensiva. La alfareri’a
masculina, especialmcnte cuando se convierte en una actividad es—
pecializada a tiempo completo, se presenta asociada a sociedades
complcjas y agricultura intensiva.

216 217
Los orfgenes de la ceramica, como los deTa mayorfa de tecno. meme orras tantas posibilidades— puede explicar los orfgenes de
logi’as e instiruciones prehistoricas, se pierden en las tinieblas del la ceramica.
tiempo. El barro cocido es la primera materia artificial creada por En relacion al sexo de los primeros ceramistas, si cualquiera
los seres humanos, una especie de piedra artificial. En relacion a de las reori’as mencionadas es posible, serfa interesante saber quién
la pregunta de quie’n realizo’ la primera ceramica, no existe ningu- controlaba actividades paralelas: manufactura de cuencos de ma-
na razén para considerar que fue la mujer y no el hombre. Los dera. confeccion de cestas y construccion de estrucruras arquitec-
orfgenes de la ceram’ica contemplan tres elementos: la materia pn'- to’nicas, y quién usaba los productos resultantes. No exisre ningu-
ma (barro) + fuego + la necesidad de (y el conocimiento de Como na razo’n para creer que esas actividades constituyeran un saber
realizar) contenedores. A juzgar por la falta de evidencias arqueo- especializado y practicado por un u’nico sexo, o que el uso de cs—
légicas (véase, por ejemplo, Rice, 1987, p. 8—9), 105 primeros ex- [03 producros fuese competencia exclusiva de las mujeres en con-
perimenros con barro fiaeron formas dc expresio’n arti'stica no re- traposicio’n a los hombres. Los estudios etnografi’cos indican que
lacionadas con la produccién de vasijas. Los primeros objetos dc 3 veces los hombres cocinan los alimentos que obtienen y que las
barro cocido encontrados en ambos hemisferios no son contene- mujeres cocinan los alimentos que ellas recolectan, por lo que el
dores sino figurillas modeladas, especialmente de mujeres procesamiento y cocinado de los alimenros no es una actividad
(Niederberger, 1979, Figura 7; Bandiver et alii, 1989). Pero, gquién exclusiva de las mujeres. La hipo’tesis culinaria en general tiende a
descubrié por primera vez la maleabilidad del barro y su capaci- perpetuar cl mito de la casa y el hogar como am’bitos femeninos,
dad de rerener la forma dada al secarse? ('Quie’n descubrio’ prime- siendo la nocion del «espacio dome’stico» una creacio’n reciente.
ro el fuego? ('Quie'n descubrié la capacidad del fuego para endure- La produccién cera’mica ha sido considerada a veces una in—
cer para siempre un objeto hecho con barro? No creo que haya novacio’n esencial que alrero’ el curso del desarrollo cultural. Por
ninguna razo’n para asumir a priori que esos descubrimienros ha- ejemplo, se considero’ su invencio’n un criterio de diferenciacio’n
yan esrado restringidos a los hombres 0 las mujeres. entre los ma’s avanzados «ba’rbaros» y los inferiores «salvajes»
Resulta difi’cil identificar una conexién lo’gica entre las prime- (Morgan, 1877). Sin embargo, probablemente ha sido el rorno
ras expresiones de manipulacic’m del barro y las consiguientes apli- ccra’mico mas que la cera’mica el factor de mayor esti’mulo para
caciones re’cnicas, como su uso para haeer contenedores. La cre- esta rransicion tecnolo’gica y socioecono’mica. Los ori'genes del torno
ciente familiaridad con las propiedades del barro, hu’medo y seco, y la compleja correlacion actual-enrre el torno y los hombres, y no
pudo haber estimulado la experimentacio’n en otros campos de las mujeres, suscita importantes preguntas:
aplicacio'n. Diversas hipotesis han tratado de explicar este paso. La
tradicional «hipo’tesis culinaria» vincula la primera produccio’n ce- 1. La invencio’n del torno; gfire realizada por hombres 0 per mu-
ramica a las mujeres a través de sus tareas en relacio’n al cocinado jeres?
de alimentos y como resultado de la familiaridad con el fuego. 2. La historia posterior del uso del torno: gla incorporacio’n del
Otras explicaciones se basan en las capacidades imitativas: la cera- rorno a la produccio’n cera’mica supuso la transicio’n de una ar—
mica pudo haberse desarrollado aplicando e1 conocimiento de las tcsani’a femenina a otra masculina, 0 se trato’ 5610 de la incor—
propiedades y de las funciones del barro (por ejemplo, imper- poracio’n del torno a un a’mbito artesanal que ya tem’a cara’cter
meabilizando cestos, ve’ase Wormington y Neal, 1951, p. 9), co- masculino? Ambas alternativas implican aspectos distintos en
piando otras formas, como calabazas (Joesink—Mandeville, 1973) relacio’n a la evolucion de las actividades especializadas. En la
o piedras en nuevos materiales, o adaprando te’cnicas constructi- acrualidad es normal que una actividad en la que se introdu—
vas con barro de una actividad (construccion de hogares) a otra cen nucvas tecnologi’as pase de ser realizada por mujeres a serlo
posible- por hombres, pero seri’a interesante entender si lo mismo succ-
(Amiran, 1965, p. 242). Cualquiera de estas reori’as —y

219
218
dio durante la prehistoria, y si 10 meo ocurrio con otras aplicacion en cl Neolftico de un instrumento de alta tecnologi’a
artesanfas. denrro del dominio aparentemente femenino de la produccién ce—
La difusién del torno fuera de su centro originario; (-como su- ra’mica fue lo suficientemente interesante para que los hombres se
cedio’? gsupuso un cambio gradual en la produccio’n cera’mica apropiasen dc esa actividad.
de mujeres a la de hombres? El estudio mas completo sobre la cuestién del uso del torno
La situacion actual, en la que los hombres urilizan el torno y fue publicado por George Foster hace 30 an'os (1959), y recogi’a
las mujeres no, gcua’l es su causa y como se inicio’ esta situa- numerosas observaciones de prestigiosos investigadores sobre la
cio’n? Aunque sc trara tan 5610 de una inferencia, se supone que correlacién entre hombres y torno ceram’ico, y el consecuente cam—
la asociacion entre hombres y uso del torno parece haberse dado bio que supuso para la artesam’a:
ya en tiempo prehistérico.
(Con un torno) un profesional puede modelar en diez minu-
El torno parece haberse desarrollado en el Pro’ximo Oriente en tos una vasija que puede suponer cl trabajo de diez horas de
algu’n momento entre finales del Neoli’tico y principios de la Edad un ama de casa que la realice a mano (Childe, 1954, p. 204).
del Bronce (ca. 3500 a.C.), y se convirtio’ en instrumento de uso La invencio’n del torno ceram’ico permitio’ a1 artesano realizar
comu’n a partir del 2250 a.C, mientras en China es probable que de diez a veinte vasijas en el mismo tiempo que antes se re-
se usase a partir del segundo milenio a.C. En el continente ameri— quen’a para producir una, lo que introdujo la produccio’n en
cano cl torno’ no se invento’ de forma independiente, aunque se masa. La cera’mica se convirrio’ en un producto barato y de fa—
utilizaban una gran variedad de tornetas no pivotadas. Fueron los cil elaboracio’n, hecho que conllevo’ un aumento de las como—
espan’oles quienes introdujeron el torno en Mexico y en los Andes didades y del nivel de Vida para la gran mayori’a de la pobla—
en el siglo XVI. cio’n (Turney—High, 1949, p. 174).
Para explicar la aparicio’n del torno se han propuesto dos tipos La invencio’n del torno cera’mico produjo un importante cam-
de teorl'as (véase Childe, 1954; Scott, 1954). Una defiende la bio en el arte cera’mico, ya que permitio’ al artesano modelar
«transferencia del principio (de rotacio’n) de las ruedas de carro», cl barro con mayor rapidez y seguridad, y abrio’ el camino ha-
mientras que la otra propone una «secuencia evolutiva» de desa- c1’a la industrializacio’n (Harrison, 19-28, p. 36).
rrollo desde el soporte no pivotado o instrumento rotativo, hasta Fue gracias a la introduccio’n del torno que la produccio'n ce-
el torno de doble eje, pasando por el instrumento pivotado (Foster, ra’mica tuvo posibilidad de crecer y pasar de ser una industria
1959, pp. 114—115). Este autor senala que los antropo’logos ame— comunal, de clan o tribal, a ser un factor de valor econo’mico
ricanos se muestran mas de acuerdo con la primera hipo’tesis, en a nivel nacional e internacional (Laufer, 1917, p. 162).
la medida en que se han planteado esta cuestio’n. (Podri’amos pre-
guntarnos si la causa de su apoyo a la primera hipo’tesis se basa Foster (19592113) 56 burla de estas ideas diciendo:
exclusivamente en evidencias negativas; dado que no se han do-
cumentado ruedas de carro en la prehistoria americana, e1 torno Me decanto por creer que la comercializacio’n de la produccio’n
«no pudo haberse desarrollado» 3111’). Evidentemcnte, code 6110 tiene cera’mica esta’ en relacio’n con el aumento de la poblacio’n y el
poca relacio’n con el tema de si e1 torno fue utilizado por hombres comercio cspecializado, y que la presencia o ausencia del tor-
o mujeres, a no ser que se asuma que la hipo’tesis de las ruedas es no en todo este proceso es puramente fortuita.
correcta y que la utilizacio’n del torno en la produccio’n cera’mica
es exclusivo de los hombres porque el uso de los carros para el trans— Foster tambie’n trato’ de explicar por que’ las mujeres en gene-
porte es una actividad masculina. Au’n asr’, seri’a cuestionable si la ral no utilizan cl torno. La invencio’n del torno cera’mico pudo

220 221
haber sido un logro masculino o femenino; cualquier persona que
no es presentado a los hombres para inducirlos a adoptar la cera—
urilizara un soporte rotativo para la manufactura ceramica pudo
mica como una nueva forma de Vida.
haber reconocido las ventajas de una rueda con pivote ma’s ra’pida
Otra posibilidad para explicar cl hecho de que las mujeres no
y para ello, usaré las ruedas de los carros o cualquier otro meca_
usen el torno es la tendencia general a que las innovaciones sean
nismo similar. Admitiendo que la correlacion actual entre tornos
introducidas por los hombres, o que los hombres tienen mas con-
y hombres es «uno de los misterios de la historia», Foster (1959, tactos sociales y econémicos con el exterior. En muchas socieda-
pp. 116-117) sugiere que la fuerza fi'sica pudo haber sido un fac. des, por ejemplo la islamica, se espera que la mujer permanezca
tor ya que [areas como el centrado del barro en el torno y el man- denrro del ambito privado; en remotas areas de Guatemala, las
tener el torno en movimiento son trabajos muy duros. Sin em- mujcres sélo pueden hablar en la lengua indigena y no en espa—
bargo, esta explicacion no es muy convincente si consideramos las n'ol.
arduas tareas fi’sicas que realizan las mujeres en actividades no Una tercera posibilidad es que algunas sociedades posean cier—
mecanizadas como la agricultura, transporte, y en el a'mbito do- [os parrones culturales tradicionales (o sancionados mitolo’gica-
me’stico (moliendo el grano, lavando ropa, transportando agua y mente) que condenan cierto tipo de u’tiles o actividades. Por ejem—
combustible, etc.). Es, por tanto, difi’cil de imaginar que el traba- plo, un estudio de la division del trabajo en las artesam’as del sur
jo con el torno ceramico requiriese un gasto extraordinario de ener- de la India concluye que la division del trabajo reproduce impor—
gia. En cualquier caso, muchas mujeres artistas ceramistas utili- tantes ideas sobre la gente y su entorno (Brouwer, 1987). Se ob—
zan el torno en la actualidad lo que demuestra que la capacidad servo’ por medio de este estudio que inclur’a las artesani’as de la
flsica no es argumento de peso. madera, el bambu’, la hierba, el barro y el metal, que las mujeres
Pueden ofrecerse un amplio nu’mero de explicaciones alterna— rrabajaban con materias primas extrai’das de medios naturales si-
tivas, muchas de ellas derivadas de desafortunados intentos de milares —cerca del agua, ribs 0 lagunas— y que ninguno de estos
«modernizacio’n» mediante la introduccion del torno en socieda— productos eran considerados perdurables (Brouwer, 1987, pp. 152-
des ceramistas durante las u’lrimas de’cadas. Una posibilidad es la 153). Una distincién importante se relaciona con las herramien-
existencia dc conflictos entre los procedimientos meca’nicos impli- tas, pues mient‘ras los hombres utilizaban herramientas «clasifica-
cados en la manufactura Vde vasijas 0 las posturas de trabajo. Si das» (en relacién a los dioses 0 al cosmos, etc.), las mujeres
distintos tipos o medidas de contenedores cera’micos pueden reali— utilizaban utensilios «no clasificados», especialmente en conexio’n
zarse utilizando diferentes te’cnicas, el torno puede acomodarse con cuchillos (Brouwer, 1987, p. 154). En la manufactura cera—
mejor 5610 a cierto tipo de patrones. Por ejemplo, Foster (1984) mica las mujeres ayudan a sus esposos que son los principales
encontro que los ceramistas mejicanos que utilizaban un molde ceramistas, alargando las vasijas durante la fase final de modelado
en forma de seta estaban ma’s dispuestos a aceptar el uso del torno de las piezas y recogiendo combustible, pero sin utilizar el torno
que aquellos que usaban moldes verticales, debido a la compatibi— ni el horno. El torno es un instrumento de la serie de herramien—
lidad de procedimientos mecan’icos: el uso del torno para construir tas rotativas (incluyendo e1 telar), prohibidas a las mujeres, mien—
la parte superior de la vasija constitul’a en esencia una modifica— tras que el homo (al igual que la forja) es una herramienta «clasi—
cién de un conjunto de pautas ya existentes. Puede ser un factor a ficada» identificada con la diosa madre. Kali. Brouwer (1987, p.
considerar si las te'cnicas y los productos resultantes vari’an segu’n 160) sen’ala que «las mujeres artesanas manipulan el cuchillo (mas-
el sexo del artesano. De igual forma, pudo existir una resistencia culino) y los hombres artesanos utilizan las herramientas rotativas
a adoptar el torno (o cualquier otra innovacio’n) si no encajaba en (femeninas)».
el conjunto de patrones culturales: por ejemplo, si la manufactura En relacion a la produccién cera’mica durante la prehistoria,
ceramica es tradicionalmente una actividad femenina, pero el tor- han de apuntarse dos elementos: su emplazamiento y su organiza—

222 223
cién. La capacidad para reconocer arqueolégicamente las a’reas de gl’a surge un problema conceptual: la confusion entre Como algo
produccién ceramica puede en principio parecer relativamente sen— se hace y quién lo realiza. En el esquema descrito arriba, las mu—
cilla. y en lugares donde existieron hornos cerrados, tornos y pe- jeres definen un modo de produccion doméstico y los hombres,
quen'os talleres, es posible su localizacién arqueolégica. Pero cuando con tornos ceramicos y hornos cerrados, implican talleres. Pero,
la ceramica se hacl’a sin torno, ni hornos cerrados y la manufactu— en algunos lugares, como Chucuito, Peru’, la produccic’m dome’sti-
ra se producfa a intervalos irregulares y/o dentro del hogar, su vi- ca es realizada por los hombres que trabajan sin torno (Tschopik,
sibilidad arqueolégica es practicamente nula, y la identificacién de 1951). Orra dificultad an’adida es que en algunas zonas y dentro
las a’reas de produccién dificultosa. de ciertas comunidades tanto hombres como mujeres son produc-
La identificacién de quién hacfa la ceramica en la prehistoria tores de ceramica; en estos casos existe normalmente una diferen—
es incluso més compleja, ya que normalmente se basa en eviden- cia en los productos elaborados y en las técnicas empleadas. Por
cias negativas 0 en las caracterfsticas expuestas en los modelos de ejemplo, en Ticul, Yucatan, hombres y mujeres producen cera’mi—
organizacién de la produccién artesanal (Peacock, 1982; van der ca pero sélo un grupo especial de hombres realizan cierto tipo de
Leeuw, 1977, 1984). Estos modelos ma’s o menos evolutivos pro— vasijas de cocina (Thomson, 1958, p. 115); de igual manera, en
ponen diversas categori’as de organizacién de la produccién, de los otra area de Filipinas, las mujeres hacen recipientes pequen'os mien-
cuales dos parecen haber sido los vigentes en la prehistoria: 13 pro— tras que los hombres elaboran recipientes grandes, pero no produ-
duccién domésrica y la produccién en talleres. La produccio’n do— cen vasijas de cocina (Scheans, 1977, p. 41).
méstica se caracteriza por una frecuencia de produccién no cons— Otros problemas son de cara’cter epistemolégico, en relacio’n a
tante, un uso normalmente interno, una tecnologi’a simple, y por los sesgos que sobre estas nociones de produccio’n existen en las
estar orienrada hacia la autosuflciencia o como complemento a los sociedades occidentales capitalistas. Son 105 mismos prejuicios que
ingresos domésticos (normalmente a través de los mercados para de forma sistema’tica han infravalorado el papel de las mujeres en
turistas). La produccic’m en talleres, por su parte, se caracteriza per cualquier tipo de actividad econémica. La produccio'n dome’stica
una inversion considerable de capital (tornos, hornos cerrados, al- de cera’mica de las mujeres es, en muchos aspectos, como el traba-
macenes), y la produccién —normalmente a jornada completa— jo dome’srico: a pequen’a escala, normalmente de «uso propio», fuera
es la fuente principal de ingresos. La produccién dome’stica esta’ de la economi’a monetaria y, por todo ello, invisible. A medida que
comu’nmente asociada a mujeres artesanas, mientras que los talle- la escala de produccién cera’mica aumenta —en te’rminos de pro-
res eera’micos se asocian a hombres. duccién para su venta o mediante la incorporacio'n del tomo—
La organizacién «real» de la produccién cera’mica es evidente- cae en manos masculinas y entra de pleno en la economi’a de mer-
mente mucho ma’s compleja de lo que puede sugerir esta tipologi’a cado. Una percepcién similar encontramos en la nocio’n de espe-
simple, y esas complicaciones sumadas a las inevitables ausencias cializacio’n (véase Rice, 1987, pp. 188-191). gCo’mo se define a
del registro arqueolégico, dificultan la tarea de estudiar el papel un especialista? Una distincién comu’n es distinguir entre jornada
de las mujeres en la produccio’n cera’mica durante la prehistoria. completa y media jornada, donde los especialistas a tiempo com-
En estas tipologias, las mujeres se siru’an siempre al final de un pleto son quienes «reciben la mayor parte de su subsistencia a cam-
continue de complejidad, independientemente de cual sea la esca- bio de su produccién artesanal», o quienes «no dedican tiempo al—
la 0 modo de produccién que se discuta. En relacio’n a la visibili— guno a otra actividad subsistencial» (Tatje y Narroll, 1973, p. 775).
dad arqueolégica, los indicadores materiales del «trabajo de las En relacio’n al tema del ge’nero en la produccio’n, han de con-
mujeres» en la produccio’n cera’mica, para los cuales hay una gran siderarse otras muchas cuestiones. ('Es posible que el propio con—
falta de inversion de capital, son muy escasos. ccpto de especializacio’n artesanal conlleve determinadas
De la tendencia general a combinar el ge’nero con la tecnolo— preconcepciones? Dada la tendencia general a que las suposicio-

224 225
nes y los conceptos previos de los proyectos T investigacion in- Tambie’n reflexiona sobre la ceramica como una «version inferior
fluyan en sus conclusiones, deberfamos preguntarnos si la catego- del arte de la forja», siendo ambas «artes de fiJego» pero la cera’mi-
rla de especializacién aborda las diversas cuestiones de manera que ca mcnos «heroica». Si bien todas estas ideas pueden ser ciertas,
tan 5610 la produccién ceramica masculina pueda proporcionar res- un argumento interesante es que para los europeos de finales del
puestas. gSe relaciona la idea de especializacién, al igual que los siglo XIX (y posiblemente con anterioridad), los ceramistas no cons—
modelos de organizacio’n de la produccio’n, con los conceptos de titufan una categorla ocupacional que mereciese comentario.
eficiencia econo’mica del capitalismo occidental? Se sabe que, por Hoy en dial, 105 trabajos de antropologfa y etnoarqueologr’a que
ejemplo, los occidentales tiene una nocio’n ma’s marcada sobre di— se centran en el estudio de la producclén cera’mica contempora’—
visiones del trabajo, artefactos y areas de actividad que los navajos nea, esra’n interesados en anal’isis estructurales y simbolicos del papel
(Kent, 1984), y cabe preguntarse si es un error tratar de hacer en— de la cera’mica en la sociedad. Estos analisis enfatizan las diferen-
cajar formas de trabajo de sociedades tradicionales en los actuales cias entre quienes utilizan las vasijas y los roles diferenciados de
marcos conceptuales europeos. hombres y mujeres. Por ejemplo, la informacio’n simbélica de la
A este respecto, resulta interesante recordar la historia intelec- decoracio’n cera’mica de los Azande, del sur de Sudan ha sido ana—
tual de la estrucruracion de las ocupaciones. Se me ocurre, por lizada (Braithwaite, 1982). La cera’mica es produeida por los hom—
ejemplo, una observacio’n realizada por un historiador espan’ol del bres pero la propiedad y uso es femenina, quienes cocinan y sir—
siglo XVII sobre las ocupaciones Mayas en el Yucata’n: ven la comida a los hombres, una actividad que implica la violacio’n
pu’blica de la separacio’n simbo’lica entre las esferas femeninas y
Muchos indios viven en sus aldeas, ademas’ de los que viven masculinas. Las cera’micas utilizadas durante estas transacciones
en la ciudad y en las pueblos, que son grandes trabajadores estan decoradas, y los motivos actu’an como mensajes rituales me-
como herreros, cerrajeros, confeccionando bridas, zapateros, car- diante los cuales se reconoce la ambigu"edad simbo’lica y la pre-
pinreros, talladores de madera, escultores, elaborando sillas dc ocupacio’n consciente por esra ruptura de la norma social. En cam-
montar, comerciames que confeccionan curiosos objetos con bio, las copas masculinas, las cuales no participan pu’blicamente
conchas, alban'iles, picapedreros, sastres, pintores, entre otros. en el intercambio entre mujeres y hombres, no esra’n decoradas.
Lo que causa mi admiracio’n es que lady muckas indios que tra- Dada su perspectiva de ana’lisis a largo plazo de la tecnologia,
bajan m warm 0 :eis especialidades mientms que un erpan'ol xo'lo la arqueologl’a también se ha interesado por las relaciones entre los
tralmjarza’ en una (...) (Lo'pez de Cogolludo, 1957, pp. 14—15; cambios culturales y la cera’mica, durante la prehistoria y en el
énfasis an'adido). mundo moderno. La generalizada lentitud de los cambios de la
produccio’n cera’mica durante la prehistoria, y la falta de claros re—
Otra perspectiva procede del libro de Claude Levi—Strauss, The flejos en la cera’mica de las principales transiciones de tipo politi-
jealous Potter (1988). Levi-Strauss menciona un estudio de 1895 co, econo’mico o ideolo’gico, es normalmente considerada como el
titulado Legendes et curiosites des metiers, en el cual se presentaban producto de una hipore’tica e'tica general «conservadora» por parte
las caracterl’sticas de una treintena de artesanos y comerciantes (sas— dc los ceramistas. Ma’s observables son quizas’ los cambios acaeci-
tres, tejedores, herreros, etc.). Los ceramistas no estaban incluidos dos en el mundo moderno a partir de las imposiciones del colo—
en este trabajo. Levi-Strauss encuentra esta omisio’n extran’a y es- nialismo europeo y la emergencia dc una «economl’a mundial» des—
pecula (1988, pp. 9—10) sobre las posibles razones de esta ausen— de finales del siglo XV. Estos procesos han tenido diferentes
cia. En primer lugar se pregunta sobre el modo de produccio’n: en consecuencias en la artesam’a cera’mica, en algunos casos propician-
la Europa de aquellos tiempos, los ceramistas trabajaban en gru- do su continuacién y en otros mostrando el efecto contrario; en
pos, y los «consumidores» no tem’an un contacto directo con ellos. conjunto, ha tenido un impacto desigual sobre las mujeres.

226 227
Multiples factores han contribuido a la reciente recesién mun- guerras, transiciones de gobernantes, y cambios en los estatus mas—
dial en la produccion cera’mica, contribuyendo asi a la desapari— culinos. asumiendo que el estatus de las mujeres cambiaba de for—
cion de una importante fuente de ingresos y trabajo para las mu- ma simultanea y en la misma direccion. Si consideramos el con—
jeres. Los recipientes de plastico y metal, cantaros y jarras han texto femenino de la mayorla de la produccion y el uso de los
reemplazado a los contenedores tradicionales y llenan los merca— productos de la alfarerla, no sorprende que la cera’mica cambie de
dos de los pai’ses del Tercer Mundo. La produccion de vasijas ce- form this gradual. Las innovaciones en este eampo responden a
ramicas ha disminuido en la misma medida que ha descendido el factores que pueden no set claramente visibles hasta que se escri-
nu’mero de compradores, y, en consecuencia, hay menos ceramistas. ban historias que se centren en factores al margen de imperios y
Ademas, en a'reas donde la deforestacién hace que la obtencio’n de guertas.
combustible para los hornos cera'micos sea extremadamente dificil ' Exisre una amplia correlacion negativa entre las mujeres y las
o muy cara, este hecho ha contribuido al abandono de la artesanfa. hertamientas de eficiencia economica y/o poder, si entendemos en
En cambio, la imposicion de una economi’a de mercado y el au- ese senrido el torno ceramico, el arado, el machete, el voto y la
mento del turismo han creado una nueva necesidad de fuentes efec- igualdad salarial. Cuando dichas herramienras son creadas o adop—
tivas dc dinero, lo que ha renovado el intere’s por la manufactura tadas para actividades tradicionalmente femeninas, esa misma ta—
cera’mica como fuente de ingresos, ya que el turismo ptoporciona rea pasa a manos de los hombres. Las mujeres entonces se hacen
un mercado para sus productos. menos productivas en la medida que pierden sus trabajos, 0 en
Los efectos de estos cambios sobre los ceramistas son difi'ciles que se les niega el acceso a tecnologi’as ma’s eficientes o producti-
de evaluar, especialmente sus efectos sobre las mujeres. En algu- vas.
nos casos, el e'nfasis en una economia de mercado ha relegado (o Las preguntas sobre si fueron los hombres 0 las mujeres quie—
consolidado) la produccio’n cera’mica realizada por mujeres. Ello nes invenraron o produjeron ceramics. y, utilizaban el torno, como
se debe, segu’n ceramistas filipinas, a que «el trabajo asalariado, otras muchas cuestiones, parecen esrar centradas en te’rminos de
cuando lo hay, es solo accesible a los hombres», lo que significa beneficios, y es posible que deriven de cuestiones relacionadas con
que «las mujeres han de ser ceramistas ya que no pueden salir de el riesgo economico. La produccio’n cera’mica como forma de vida
casa» (Scheans, 1977, pp. 22-23). En otras partes, a medida que es una fuente de ingresos poco segura debido a las incertidumbres
aumenta el turismo, la cera’mica se convierte en una atractiva op- del tiempo, accidentes de coccio’n, etc. Mantener la produccio'n
cio’n para la adquisicio’n de dinero, de manera que los hombres cera’mica como una fuente secundaria de ingresos —producida por
estan adoptando la artesanl’a y creando talleres (Arnold, 1985, hombres o mujeres dentro del a’mbito dome’stico— reduce el ries—
pp. 106—107). go al tiempo que an'ade posibles ventajas monetarias. Al mismo
No resulta arriesgado pregunrarse hasta que’ punto la produc— riempo, no le resta importancia a la agricultura como produecio'n
cion cera’mica y los cambios de las u'ltimas de’cadas proporcionan primaria que es estacional y pueden realizarla tanto hombres como
analogi’as apropiadas para entender las condiciones sociales y eco- mujeres, o 105 dos sexos.
no'micas de la prehistoria. Mientras que yo misma he argumenta—
do (Rice, 1984) que el cambio en la producei‘o’n ceram’ica conlle-
Bibliografia
va un amplio conjunto de variables y que puede ser demasiado
sutil para ser detectado a través de las categorias tipolo’gicas tradi— A\,1IRAN, R. (1965). The Beginnings of Pottery in the Near East. En F. R,
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231
v11. C- UE SIGNIFICA ESTE
PUNZ N?: HACIA
UNA ARQUEOLOGIA FEMINISTA
IJIICI D. Spccror

Introduccién
He inremado reflexionar sobre los para’metros de una arqucologfa
expliciramente feminista desde principios de los an'os sctenta man—
do especialistas en antropologl’a social y cultural y de otras disci—
plinas iniciaron una nucva llnea dc investigacio’n teo’rica, histo’ri—
ca y transcultural sobre el géncro. Ha sido una tarea compleja dada
la evolucién continua dcl feminismo en las dos u’ltimas de’cadas.
Durante este tiempo 56 bar) puesto dc relieve las consecucn—
cias del hecho de que, hasta hace poco tiempo, la produccién y
distribucio’n del conocimiento académico occidental han cstado
dominadas casi exclusivamcnte por hombres blancos, dc clase me—
dia, socializados en culturas que sistema’ticamente discriminan a
causa dcl género, Ia raza y la clase. L05 primeros estudios feminis—
tas analizaron los prejuicios contra las mujeres como estudianres,
como trabajadoras cn cl a’mbito académico y como tema dc inves—
rigacio’n.
Voccs criticas dcsde diversas disciplinas han demostrado que
las perceptioncs y experiencias de las mujeres son frecuenrementc
ignoradas, trivializadas, marginadas o cstereotipadas. Los estudios
sobre cl «hombre» que prerenden incluir el ge’nero se han mostra—
do captcificos de «un» género, en tanto que los investigadorcs han
prcsrado una atencién desproporcionada a las experiencias, logros
y vidas sociales de los hombres, como si rcpresentaran a todos los
miembros del grupo (Minnich, 1982).

233
La arqueologfa no ha sido una excepcién. Las crfticas femin—[is— me cstimulé a reflexionar sobre lo que podri’a representar una ar—
tas en esta disciplina han revelado un sesgo androcentrista genera- queologla feminista integradora. Desde su inicio, la critica femi—
lizado (Conkey y Spector, 1984; Gero, 1985; Spector y Whelan, nism puso dc relieve el androcentrismo, planteé la necesidad de la
1989). Adema’s de presentar al «hombre» como medida, los participacion femenina como investigadoras y como tema de es—
arqueélogos proyectan con demasiada frecuencia nociones cultu— tudio, y dcmostré la importancta del género como categon'a ana—
rales especfficas y contemporaneas sobre los papeles, posiciones, li’tica. Actualmente, la investigacién feminista se centra en temas
actividades y capacidades de los hombres y las mujeres de los gru- comO la diferencia y diversidad entre las mujeres (por ejemplo, en
pos quc estudian. Estas proyecciones sugieren de forma implicita relacién a raza, clase, edad) y previene contra las nociones
que las relaciones entre los sexos son estéticas e inamovibles, con universalistas de una «mujer» genérica y contra la tendencia a pri—
independencia del contexto cultural o temporal. vilegiar las experiencias y perspectivas de las mujeres blancas y oc—
Mi primera reaccién ante esa forma de androcentrismo fue in— cidentales (véase Moore, 1988, pp. 186—98).
tentar desarrollar una estrategia para estudiar el género a través de Comencé a pensar mas concretamente sobre las consecuencias
la arqueologfa. Las preguntas claves que me hice fueron: gcémo de incluir a la poblacién india en la produccién de conocimiento
podemos reconocer a los hombres y las mujeres y sus actividades, arqueolo’gico sobre sus historias y culturas. gCémo afectari’a este
relaciones sociales y creencias a partir de los restos arqueolégicos? hecho a la planificacién de nuestros proyectos de investigacién, a
gCuales son las dimensiones materiales de las relaciones de gene- la organizacién de los trabajos dc campo y al tratamiento de los
to? gEn qué medida forman parte del registro arqueolo’gico y se materiales arqueologicos? {-Co’mo afectari’a a los sistemas de expre-
conservan? gPuede la investigacién reconocer e interpretar estos sio’n y presentacién del conocimiento para el pu’blico? En otras
indicadores sobre el género dada la distancia histo’rica y cultural palabras, gcémo una propuesta de arqueologi’a integradora podri’a
existente entre nosotros y las personas que estudiamos? transformar el caracter de la pra’ctica arqueolégica aparte de
El desarrollo de métodos arqueolo’gicos para estudiar el ge’nero incorporar el ge’nero como una a’rea significativa y legi’tima de es-
parect’a un requisito previo para realizar una revisio’n sistema’tica 0 tudio?
para la sustitucién de las construcciones androcéntricas del pasa- A medida que estos temas captaban mi atencién, comence’ a
do. A finales de los an'os setenta, a partir de una aproximacio’n a reorientar mi trabajo sobre Little Rapids y el modo en que queri’a
la bibliografl'a feminista, antropolo’gica y etnoarqueolégica sobre representar a aquellas gentes cuyos paisajes culturales estaban en—
el ge’nero, propuse un marco de «diferenciacio’n de tareas» para el terrados en Inyan ceyake atonwan (la aldea de los ra’pidos), nom—
estudio del género en arqueologi’a (Conkey y Specter, 1984, pp. bre del yacimiento en lengua dakota. Siguiendo el modelo de la
24—7; Spector, 1983). Mas' tarde, en 1980, inicie’ un pro'yecto de diferenciacio’n de tareas aprendi’ mucho sobre la organizacio’n de
investigacién sobre las comunidades del siglo XIX de los Dakota los sexos entre los Dakota del siglo XIX. El reto se convirtio’ en
orientales, a partir del yacimiento de Little Rapids en Minnesota, encontrar una manera de escribir sobre la Vida de la gente dc Little
que prometl’a proporcionar informacio’n arqueolo’gica y documen- Rapids. Queri’a mantener mi atencién en las mujeres y el ge’nero,
tal para contrastar la propuesta dc diferenciacio’n de actividades. pcro tambie’n deseaba no cejar en mi intere’s creciente por las for-
A medida que avanzaba mi trabajo en ese proyecto retomé la mas de representacién arqueologica de los indios, dos problemas
discusién central de la cri’tica feminista sobre los grupos excluidos difl'ciles de solucionar a partir de las normas convencionales de es-
de la produccién y distribucio’n de conocimiento. Mi intere’s au— critura arqueolégica.
mento’ en 1985, cuando por primera vez en mis 20 an'os de estu— En este arti’culo planteo la evolucio’n de mi pensamiento sobre
dio en la regio’n de los Grandes Lagos, comence’ a trabajar en un la arqueologi’a feminista, desde las cuestiones metodolo’gicas a la
proyecto de forma conjunta con la poblacio’n india. Esta experiencia preocupacién sobre la representacion del conocimiento arqueolo’—

234 235
gico. La narrativa interpretativa «('Qué significa este punzon?» quc
$05 grupos indios descritos en una selccoion dc rcfcrcncias histori-
prescnto en este trabajo, fuc inspirada por un mango pequen’o dc cas y etnograficas. En cada grupo exammamos las pautas dc acti-
punzén hccho de asta que encontramos en un area dc desechos vidad de hombres y de mujeres en cada actividad centréndonos
en Little Rapids en 1980. Tengo la seguridad de que estc objecto en aspectos como la composicion social de los grupos, la frecuen—
conticne gran cantidad de informacién sobre las experiencias de cia, duracion y ticmpo en que se dcsarrollaba cada actividad, y los
la mujcr que lo uso y do sus contemporéneos los Dakota del siglo artefactos, estructuras y elementos asociados en cada caso.
XIX. Y para ml’ se convirtié en un importante simbolo material, Subrayamos estos aspectos concretos del desarrollo de una ac-
mucho tiempo después de la mucrte dc quicn lo uso, y me ha guia- tlvldad porque nos parecieron scr los mas directamente relaciona-
do hacr’a pcrcepciones inesperadas sobre la organizacio’n sexual y dos con la formacio’n de los yacimientos arqueologicos. Su com-
sobre la profundidad y naturalcza cambiante de la critica feminis- binacion habrl’a dc permitir determinar dc manera significativa la
ta dc la investigacién cientffica. frecucncia, variacioncs y distribucién espacial dc los materialcs,


elementos y/o cstructuras en los yacimientos. Un cnfoque multi—
Propuesta dc difercnciacién dc actividades para una dimensional también subraya la complejidad y potencial variabi-
arqueologfa dcl género lidad de las divisiones de trabajo basadas en el sexo superando las
nociones simplistas y, frecucntcmcnte androcéntricas, sobrc acti—
Cuando inicié mi trabajo en Little Rapids en 1980, esperaba uti— vidades como la caza, la rccoleccio’n, la agricultura y el cuidado de
lizar los matcriales del yacimicnto y los textos cscritos relaciona— los nin'os. Con dcmasiada frecuencia en arqueologi’a se tratan es—
dos con cl mismo, para comprobar la utilidad de la propuesta dc tas actividades como entidades u’nicas e indivisibles en lugar dc
diferenciacion dc actividades que desarrollé a mediados de 1970 acciones complejas que podi’an organizarse dc formas muy dife—
para cstudiar cl género en arqueologr’a (Conkey y Spector, 1984,- rentes.
Spector, 1983). Cuando plantcé esa propuesta, intenté tomar en Esperaba que un cstudio ma’s amplio permitiese observar me—
consideracio’n algunas dc las complejidades del género reveladas por jor las relaciones entre los sistemas dc diferenciacio’n de activida—
las corrientes actuales de la antropologi’a feminista, y tambie’n las dcs de las personas en los textos escritos y en los yacimientos ar-
del registro arqueolo’gico. Ambas consideraciones parecian esenciales queolo’gicos. Por lo tanto, con la ayuda de estudios comparativos,
para generar nucvos métodos para una arqueologi’a del género que crel’a que podn’an llegarsc a aislar algunas recurrencias materiales
evitasc una proycccién simplista de las nociones actuales sobre el o pautas dc tipos dc actividades que despue’s podrl’an identificarse
género en cl pasado. arqueolo’gicamente. Esto nos situari’a en una posicio’n metodolo’gica
Pensaba que la mejor forma de procedcr era examinar las rela- mejor para el estudio del género en grupos sin registro cscrito y
cioncs entrc los aspectos materialcs y no materiales del género en de pen’odos cronolo’gicos antiguos.
casos conocidos o documentados donde sc pudiera aprcnder sobre Los rcsultados dc nuestros cstudios inicialcs me animaron.
actividades, comportamientos y creencias especfficas dc género y Aunque los documentos escritos de los grupos que estudiamos eran
sus dimensiones materiales/espaciales. Subrayé las pautas de de— parcialcs y androcéntricos, nuestro marco dc estudio proporciono’
terminadas actividades asumicndo que tienen dimensiones mate- informacio’n empl’rica y detallada sobre las pautas dc las activida—
riales delimitablcs y que las conexiones entre acrividadcs, espacios des dc hombres y de mujercs. De este modo pudimos comparar
y materiales influycron en cl cara’cter de los yacimientos arqucolo’- su conocimiento técnico y habilidades, patrones de movilidad, uso
gicos de cualquier grupo. de recursos, equipo, materiales y espacio, y el ritmo general de sus
Trabajando con un equipo dc ayudantcs licenciados y Vidas. El volumen de datos generados a trave’s de la propuesta de
postgraduados en el examen de estas correlacioncs, analicé diver— diferenciacio’n de actividades nos permitio’ socavar los estereotipos

236 237
androccntristas sobre «la» division sexual del trabajo y sus conse— cscritos eran hombres blancos euro—americanos, también contaba
cuencias. [an] testimonios de diversas mujeres y con los libros del Dr. Char—
La propuesta también vino a reforzar un aspecto seiu’alado por lcs Eastman, un hombre wahpethon qu'c describio sus experien-
mu’ltiples feministas pero que todavfa no habfa sido incorporado cias de infancia a mediados del siglo XIX (Eastman, 1971).
a la arqueologfa; para poder entender de forma correcta procesos Las fuentes eran consistentes y bastante detalladas en sus des-
como el cambio cultural, los contactos, los conflictos, necesitamos cripciones de las pautas de actividades de los hombres y de las
sexuar nuestros ana’lisis. Hombres y mujeres pueden experimentar mujeres dakota orientales, aunque algunos autores difen’an en sus
cualquiera de estos procesos de forma diferente, dependiendo en acrimdes sobre el sistema dakota de division del trabajo y espe-
parte del carécter de su propio sistema de diferenciacién de activi— cialmente sobre el volumen de trabajo realizado por las mujeres
dades. en comparacién con los hombres (Eastman, 1971; Eastman, 1853;
Lo que no pude realizar en mi trabajo inicial fue examinar qué Pond, 1986; Riggs, 1893; Schoolcraft, 1851-4). Philander Prescott,
aspectos de una determinada actividad podi’an ser expresados quién se casé con una mujer dakota, describio su division de tra—
arqueologicamente y qué partes seri'an esencialmente inaccesibles. bajo de la siguiente manera:
Para ello necesitaba informacién concreta de un yacimiento y el
de Little Rapids parecfa el sitio adecuado. Hacia 1986, después Los hombres cazan un poco en verano, combaten, matan a sus
de completar cuatro campan'as de excavaciones y seis an'os de in— enemigos, bailan, comen, duermen y fuman. Las mujeres lo ha-
vestigacio’n bibliogra’fica, consegul’ reunir una gran muestra de cen todo —cuidan de los mas’ pequefios, cortan la madera, y la
materiales arqueolégicos y documentales de filiacio’n cultural y transportan a sus espaldas a distancias de hasta una milla, pre—
cronolégica conocida. La evidencia muestra que la parte de Little paran el campo para los cultivos, plantan el mal’z, recolectan fru-
Rapids que sondeamos estuvo ocupada durante los meses de vera— tos salvajes, transportan la caban’a, y en inviemo cortan y trans-
no hacia 1840 por un grupo wahpeton, miembros de una de los portan los troncos que luego utilizaran' para sujetarla al suelo,
siete «fuegos de consejo» o divisiones del pueblo dakota. Iimpian la nieve, etc., etc.,—; y los hombres normalmente se
En 1987 comence’ a redactar los resultados de mis investiga- sientan y contemplan su trabajo. (Prescott, 1852, p. 188).
ciones sobre la diferenciacio’n de actividades a partir de los mate—
riales de los grupos Dakota orientales, utilizando Little Rapids Los primeros cronistas describen de forma reiterada y en di-
como caso de estudio. Aunque tanto los registros etnogra’flcos como versos tonos de aprobacion o desaprobacién la fuerza y «habilida-
los arqueologicos etan parciales y fragmentarios, tem’a a mi dispo— des» de las mujeres dakota. En base 31 sistema de actividades des—
sicio’n suficiente informacio’n para organizar y analizar a partir de crito en los registros historicos, es muy probable que la mayori'a
la propuesta de difetenciacio’n de actividades. de los materiales que se recuperaron en Little Rapids fuesen ma—
Comence’ con dos conjuntos de datos: la informacio’n del ya— nufacturados, producidos y/o utilizados por mujeres. Con la ex-
cimiento de Little Rapids situada en planta, clasificada, identifi— cepcio’n de la caza de ciervos, pa’jaros y ratas almizcleras —activi—
cada, y contabilizada, y la evidencia documental sobre los patro- dades que realizaban los hombres— las mujeres eran responsables
nes de actividad de los Dakota orientales y otros aspectos de su dc la mayon’a de las actividades de aprovisionamiento y produc—
sistema de ge’neros. Organice’ todo el material documental en una cio’n. Ellas plantaban y recogi'an el mai’z, realizaban, reparaban y
serie de tablas con ti’tulos como: «Inventario de actividades espe- decoraban las prendas de vestir y la mayorl’a de los artefactos, cons—
cfficas de ge’nero», «Estacionalidad de las actividadeS», «Materialcs trui’an y reparaban el equipamiento de las unidades domésticas,
de las actividades: hombres/mujeres», «Inventario material de hom— cstructuras y otros u’tiles. Los hombres extrai’an la catlinita que era
bres y mujeres». Aunque la mayorl’a de los autores de los ICXEOS utilizada para las pipas y otros objetos, y u’nicamente estaban- aso-

2.38 239
ciados de manera explr’cita con las armas, trampas y lanzas de hie— que transmitla en mi redaccién sobre el pueblo wahpeton de Little
rro que obteni’an a trave’s del comercio de pieles. La gran mayorla Rapids. Abandoné mi investigacién sobre la diferenciacio’n de ac-
de bienes y equipamiento realizado y/o utilizado por los Dakota, tividades y comencé a experimentar con nuevas formas de presen—
independientemente de su lugar de procedencia (producido local- tar el conocimiento arqueologico y etnohistérico que habfa obte—
mente o adquirido a través del comercio de pieles), estaba asocia- nido.
do a las mujeres. El registro arqueolégico de Little Rapids mues—
tra sin ninguna duda este escenario.
En Little Rapids hemos recuperado la evidencia de numerosas Hacia una arqueologfa feminista mas integradora
actividades de aprovisionamiento, procesamiento y almacenamien- Despue’s de la publicacion de los resultados de las tres primeras
to, muestras de la manufactura de ropas, artefactos, ornamentos y campan'as de excavacién en el yacimiento (Spector, 1985), me di
municién, y restos de rituales y viviendas. La organizacién de la cuenta, a la luz de mi posicionamiento feminista cri’tico de la prac-
informacién sobre las pautas de las actividades de hombres y mu- tica arqueologica, de la importancia de vincular a la poblacién
jeres dentro del marco de la diferenciacion de actividades, permite dakota en el proyecto. Me daba cuenta de que los mismos proble-
vincular elementos especificos del conjunto arqueolo’gico con los mas que afeCtaban a la arqueologia en relacién a las mujeres se
hombres y las mujeres wahpeton. podi’an aplicar a la situacién de la poblacio’n india (véase Martin,
Con todo, a medida que continuaba investigando los materia- 1987; McNickle, 1972; Trigger, 1980). Su exclusio’n de la produc—
les de Little Rapids desde este enfoque y me planteaba mi expe- cién de conocimiento cientl'fico y académico sobre las historias y
riencia de trabajo con los descendientes de las personas que vivie— culturas indias ha provocado el mismo tipo de distorsiones y este-
ron en Little Rapids, comenzo’ a aumentar mi insatisfaccién con reotipos que la exclusio’n de las mujeres para el entendimiento his—
la propuesta de diferenciacién de actividades. Habri'a resultado u’til to’rico y transcultural del ge’nero. En otras palabras, dado e1 papel
para organizar de una forma ordenada la informacio’n documen— de la comunidad cienti’fica en el proceso de aculturacio’n, estas
tal y arqueolégica sobre el ge’nero. Pero tambie’n limitaba las posi- exclusiones y distorsiones perpetu’an tanto el sexismo como el ra-
bilidades de expresar lo que habi’a aprendido de una amplia varie— Cismo.
dad de fuentes sobre los hombres, mujeres y nin’os wahpeton que Cuando comence’ a planificar en 1986 la campan'a de excava—
habfan vivido en Little Rapids durante un peri’odo muy concreto cio’n en Little Rapids, conte’ con la participacio’n activa de la po-
de su historia, cuando la expansion colonial americana estaba pe- blacion dakota en el proyecto de manera que sus Visiones, voces y
netrando en Minnesota. perspectivas pudieran ser incorporadas. Tuve la suerte de conocer
Al igual que otros esquemas taxono’micos arqueolo’gicos, la pro- 31 Dr. Chris Cavender, un educador y especialista en historia y
puesta de diferenciacio’n de actividades genera descripciones dis— cultura dakota. Chris era pariente por li’nea materna de Mazomani,
tantes, gene’ricas y faltas de vida. El trabajo con los Dakota habla un ll’der dakota que vivio’ en Little Rapids en la primera mitad del
incrementado mi conciencia sobre lo problema’tico de las repre- siglo XIX. Su madre, Elsie Cavender se crio’ con Isabel Roberts,
sentaciones de la poblacio’n india en la bibliografia arqueolo’gica. Mzao okiye win, la hija de Mazomani y Ha-za win. Este v1’nculo
Al igual que muchos documentos escritos de los siglos XIX y XX, familiar con el yacimiento avivo’ la disposicio’n de Chris Cavender
las memorias de excavacio’n y las monografi'as normalmente refuer— a trabajar conmigo.
zan los estereotipos e ima’genes eurocentristas. La propuesta de di- Pudimos obtener la financiacio’n para un programa inter—
ferenciacio’n de actividades llama la atencién sobre el ge’nero pero disciplinar de ensen‘anza de campo en Little Rapids, en el partici—
no altera las formas de presentacién del conocimiento del pasado. pamos Chris, su ti’a Carolynn Schommer, profesora de lengua
Queri’a prestar mas’ atencio’n a las ima’genes implicitas y expli’citas dakota en la Universidad de Minnesota, el profesor De Suching,

240 241
1*

un ccologista, la profesora Sara Evans. una historiadora. y yo mis—


ma. La experiencia de campo ese verano resulté ser increi’blemen—
te enriquecedora y transformo’ la participacion de la poblacién
dakota. A través de Chris y de Carrie, conocimos :1 otros Dakota
y obtuvimos nuevas fuentes dc informacion sobre su historia y
cultura. Estas experiencias y relaciones tuvieron un gran impacto
en mi apreciacio’n y comprensién de los Dakota orientales y para
tomar decisiones sobre la presentacion de su pasado que quen’a
escribir a partir de Little Rapids.
Despue’s de esta experiencia comence’ a sentirme particularmcn-
te insegura sobre mis conocimientos sobre el pueblo indio. su cul—
tura material, y sus yacimientos. A través de la propuesta de dife-
renciacién de actividades aumento’ mi comprensio’n sobre el género
y su investigacio’n arqueolo’gica, pero no lograba una estructura 0
formato adecuados para representar lo que habia aprendido sobre
los hombres y las mujeres dakota.
Como forma de aproximarme al material, dirigi’ mi atencio'n
hacx’a un pequen‘o mango de punzo’n hecho de asta que aparecio'
en Little Rapids en 1980 (Figura 1). Este pequen’o y delicado man— #57 9

@
go me llamo’ la atencio’n desde el dia en que lo encontramos ente—
rrado unos 20cm por debajo del suelo y asoeiado a depo’sitos de
ccnizas, artefactos rotos y perdidos y restos de animales y plantas.
Alguien habia grabado en él una serie de pequen’os puntos, algu-

'h
nos de los cuales mostraban todavia restos de pigmento rojo, una
serie de li’neas y cinco agujeros perforados. Me preguntaba por que’
habi’an tratado ese mango de esa manera y co’mo acabo’ siendo ti—
rado, al tiempo que pensaba que la persona que lo habi'a usado lo

umbm.“
habri’a echado en falta.

A
Aprendi’ lo que ese instrumento podi’a haber significado en el
contexto de la cultura dakota del siglo XIX cuando una estudiante
del proyecto, Sarah Oliver, me trajo la obra de Royal Hassrick The
Sioux: sze' and Custom: ofa Warrior Society (1964). Ese texto me
proporciono la clave para descifrar e1 significado de los grabados
del mango.
El libro de Hassrick se centra en los Lakota del siglo XIX, un
grupo lingu"1’stica y culturalmente relacionado con los Dakota orien— Figura 1:
tales. Citando a una mujer lakota llamada Blue Whirlwind como Una puma de metal y dos vistas del mango de punzo’n decorado
principal fuente de informacio’n sobre las mujeres, escribio’: del yacimiento de Little Rapids (foto de Diane Stolen).

242 243
De la misma manera que los hombres guardaban trof'eos de orales. mis relaciones con la familia de Mazomani, informacion
las guerras. las mujeres recordaban sus logros. La ambicio’n por extralda del diccionario dakota-inglés, y mis impresiones genera—
sobresalir era real entre las mujeres. Sus logros se registraban les después de haber trabajado durante cuatro an’os en el mismo
con puntos incisos en los mangos de los raspadores pulidos dc sitio en el que el pueblo wahpeton tuvo su poblado agri’cola hace
asta de alce. Las marcas en una cara eran negras y en la otra 150 an'os. Esta narracio’n no pretende ser una interpretacién de la
roias. Cada punro negro representaba una capa curtida; cada vida en Little Rapids. Sin embargo, constituye la pieza central de
punto rojo diez pieles 0 un tipi. Cuando una mujer habia com- un libro que contendra’ descripciones, fotograflas, e interpretacio—
pletado unas cien capas o diez tzp'ts', tem’a el privilegio de reali— nes de los materiales del yacimiento, reproducciones de los boce-
zar una incision circular en la base del mango de su raspador (05 y dibuios de Seth Eastman (Eastman, 1853) y una serie de en—
(Hassrick, 1964, p. 42). sayos. Esos ensayos elaboran y anotan elementos en la narracién
del punzén, proporcionando las bases de mis inferencias o discu—
Esta claro que Hassrick crei’a que los mangos constitui’an im— siones sobre otros aspectos de la vida dakota en Little Rapids. Otros
portantes sfmbolos materiales de las habilidades y capacidades de trabajos ampliara’n la discusion sobre la arqueologi’a feminista.
las mujeres. Le contaron que en el siglo XIX, cuando una chica Mi propésito al presentar esta narracion es proporcionar un
teni’a por primera vez la menstruacién: ejemplo concrete de una nueva forma de escribir arqueologi’a.
Comunica una interpretacio’n de la comunidad de Little Rapids y
. se lo notifica a su madre, quie’n la llevaba a una sigwam o del contexto historico del siglo XIX muy diferente al de formas ma’s
pequen‘o tipi separado del resto. Se mantem’a alli' aislada du— convencionales de redaccio’n.
rante cuatro di'as mientra la madre le ensen’aba de forma cere—
monial el arte de coser pieles y confeccionar mocasines. Una
anciana explicaba, «aunque la nin’a haya aprendido el trabajo t-Qué significa este punzén?
de la piel con anterioridad, la nin'a ha de hacerlo de forma cons-
Tiempo dc pérdida en un dia de verano en Little Rapids
tante durante los cuatro di'as. Si lo hace sera’ buena con el pun—
zén, y si no lo hace, nunca sera’ trabajadora. (Hassrick, 1964, Las mujeres y nin'os de Inyan cetake atowan (Little Rapids) han
pp. 41-2). estado trabajando en los campos de azu'car desde la «luna de los
ojos inflamados» (marzo) mientras los hombres estaban lejos del
Aunque la informacio’n sobre los artefactos relacionados con poblado cazando ratas almizcleras. Los miembros de las doce uni—
el trabajo de la piel de las mujeres wahpeton no era tan detallada, dades dome’sticas que formaban la comunidad estaban contentos
pude confirmar que tambie’n inscribi’an los mangos para registrar de volverse a reunir en las casas hechas de corteza en la «luna de
sus logros. La pra’ctica es mencionada de forma breve en E/umna la siembra» (mayo) 3 pesar del duro trabajo que han tenido que
Wayakapi, una historia de la tribu Sisseton—Wahpeton escrita pot realizar para reponer la comida y otras provisiones de sus almace—
miembros de esa comunidad en Dakota del sur. Al describir los nes que usara’n a lo largo de los meses de invierno.
mangos de los raspadores de asta de alce y de madera, el autor Un di'a algunas personas llevaron sus pieles acabadas y azu’car
relata que «era costumbre realizar marcas en el mango para regis— a la casa del comerciante Faribault que vivia entre ellos durante
trar el nu’mero de pieles y tzp'is completados». unos meses al an'o con su mujer dakota Pelagee, para cambiarlas
Poco despue’s de conocer esta informacio’n abandone’ el anal’i— por cuentas de cristal, ornamentos de plata y cuchillos, hachas,
machetes de hierro, y puntas de punzo’n que utilizaban en la ma—
sis de actividades y escribi’ el texto que sigue, basado en la arqueo-
logi’a del yacimiento de Little Rapids, los registros documentales y yon’a de sus actividades de verano. Pudieron darse cuenta de que

244 245
Faribaulr estaha incémodo cuando les contaba las noticias que aca- creativa, y se destacaban sus habilidades en el trabajo de la piel y
haba de escuchar: que uno de los «hombres que rezan» llamado de las euentas.
Rigss planeaba visirarlcs préximamente. Su madre y abuelas la ensen’aron a mantener un cuidadoso
Faribault admiraba a Mazomani («el caminantc de hierro»). uno regisrro de sus logros, de ral manera que cuando finalizaba de
de los hombres ma’s importantcs de la comunidad. Sahia que era coser o poner las cuentas a una bolsa de piel o a un par de
un li’der importante de la danza de la medicina de los wahperon y mocasines, grababa un pcquen’o redondcl en el delicado mango
que Mazomani habfa anunciado ya una danza que se realizan’a poco de punzén que Ha-za win le habfa hecho cuando fue por pri—
antes de la visita dc Riggs. Faribault tambie’n sabfa que los misio- mera vez a la vivienda aislada (imati), duranre su primera mens—
neros despreciaban esos rituales y consideraban sus pra’cricas ab- truation. Cuando Mazo okiye win completaba un trabajo mu—
surdas y falsas. Con la esperanza de prevenir un conflicro inevita- cho mas laborioso, como coscr y decorar vesridos y pcrncras dc
ble entre Riggs y Mammani si la danza prevista se realizaba. sugirié piel de gamo, grababa grupos de signos con forma de rombo con
que la retrasaran lo que los ancianos del grupo, tras alguna discu- cuatro pequen’os puntos, al norte, al sur, al cste y al oeste, un
sién y deliberacion, aceptaron. motivo que disen'o ella misma para representar los poderes de las
Riggs no permanecio largo tiempo en Little Rapids. Hablaba cuatro direccioncs que gux’aban su vida de mu’ltiples formas. Le
el dakora pero era incapaz de entender su cultura. Pidio’ hablar con gustaba exhibir el mango de este pequcn’o u’ril y lo llevaba en su
el «jefe». Mazomani y muchos otros se acercaron con curiosidad bolsa para las cuentas, de tal manera que los dema’s pudiesen ver
para ver qué querfa. Se sorprendieron de lo poco que sabia cuan- que trabajaba lo mejor quc podl’a para asegurar el bienestar de
do pidié pcrmiso para establecer una misio'n. En primer lugar, su comunidad.
Riggs se ofrecio a ensen‘ar a los hombres como arar la tierra como Cuando grababa los puntos en su punzén destacaba cuidado-
si fueran a aceptar una propuesta como esa, o como 51' las mujeres samente cada uno con un pigmento que ella misma realizaba hir—
estuvieran dispuesras a ceder sus campos de mal'z. Encontraron di— viendo las hojas de planras sumac con una pequefia rafz quc en-
vertidas sus ideas sobre el trabajo adecuado para mujeres y hom— contraba en los alredcdores del poblado. Sabla que el rojo era un
bres e incomprensible su sugerencia de herir la tierra cortandola color asociado con las mujeres y sus fuerzas vitales. Todo el mun—
con un arado. Entonces Riggs, sin saberlo, les insulté au’n mas' al do en su comunidad y en otras comunidades dakotas conocia el
sugerir que él podria substituir a Mazomani como lx’der espiritual Significado de ese color que representaba cl este por donde sale el
de la comunidad. Le pidieron que se marchara y tras medio dl'a. sol y proporciona todo el conocimiento, sabidurl’a y enrendimien—
él y su comitiva se marcharon rl'o Minnesota arriba, buscando otro to. Era el color apropiado para simbolizar sus aspiraciones en re—
emplazamiento para su misién, sin entender el rechazo a sus ofer— lacién a esas valiosas cualidades.
tas. Al di’a siguiente, Mazomani anuncio' que la danza de la medi- Un dfa caluroso durante el «mes en que se recoge el mafz»
cina se llevan’a a cabo durante el «mes en que se recoge el mal'z» (agosto), poco después de que Mazomani hubiese dirigido a la
(agosto) y la comunidad finalizé sus actividades de verano sin la gente en la danza de la medicina cerca de las tumbas de los
intrusion de ningu’n otro extranjero. ancestros, Mazo Okiye win recogio’ todo el trabajo quc habl’a rea—
Ha—za win («mujer de los ara’ndanos») y Mazomani estaban lizado desde que habfa vuelto a lnyan cetake atonwan después de
profundamente orgullosos de su hija, Mazo okiye win («la qut la caza de primavera y la esracion del azu’car. Ahora. tras varios
habla con el hierro»). Un di'a despue’s dc visitar a Faribault le die- meses en el poblado de la siembra, las muj‘eres se estaban prepa—
ron una nueva punta de punzon d6 thH‘O y algunas cuentas dc,
rando para recolectar el max’z, que se secan’a y almacenan’a en gran—
des barriles de corteza enterrados en a’reas cerca de las casas para
cristal. Aunque todavfa era joven (soltera), ya 56 habi’a ganado la
utilizarlos cuando los vegetales frescos no estuvieran disponibles.
reputacion en Inyan cetake atonwan de ser muy trabajadora,

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246
Ya ha-bfan acabado dc hacer nuevas ropas, bolsas, mocasines y he- m- y sus trabajos en piel en las paredes de la casa para que todos
rramicntas anticipandose a la caza dc oton’o del ciervo. 10 pudieran ver. Ha—za wln y Mazomani estaban muy contentos.
Niazo okiye win se anticipo’ con entusiasmo al concurso y fies- [a Fuerte lluvia esparcré escombros por todo el poblado as! que
ta del teiido que habl'a sido anunciado por la mujer de una uni- cl d1"; después del concurso y de la danza de la medicina se convo-
dad doméstica cercana para honrar a un miembro de su familia m’ .1 L1 genre para limpiar los restos. Utilizaron pieles y cestas vie—
que acababa de ser iniciado en la casa de la medicina. Sabla que ,‘ds para llevar las ramas cafdas, ceniza mojada y el carbon de los
habfa hecho ma’s objetos con cuentas y plumas que la mayorfa de {ucgos y los restos de los festejos que se habl’an celebrado cl dl’a
la mujeres jévenes de su edad y pretendl’a obtener cl reconocimiento anterior a la rerraza situada en la parte alta de la colina que mira—
para sus padres y abuelos. [u sobre el cenagal. El mango del punzo’n de Mazo okjye win fue
La casa donde se realizaba el concurso se calento' a lo largo del rccogido y llevado junto con otros desperdicios de la casa sin que
dia al tiempo que las mujeres distribur’an sus artx’culos para que mdie se diera cucnta. Répidamcnte fue enterrado por las cestas
otros los admiraran. Se quedaban dentro, a la sombra, para evitar mciadas en el basurero y permanecio allf hasta que 140 afios mas’
el intenso sol y el calor, pero como se acercaba una fuerte tormen- [arde {ue descubierto. Mazo okiye win y Ha—za win estuvieron muy
ta, cl ambiente de la casa se hizo sofocante. Uno de los ancianos m'stes por la pérdida del mango de punzc’m. Sabr’an que estaba muy
le pidié a Mazo okiye win que trajera ma’s agua para las mujeres dcsgastado y ambas se daban cuenta que era ma’s la herramienta
de la casa. Ella corrié cuesta abajo al arroyo cercano al cenagal, de una nin'a que la dc una mujer. Au’n asr’, los puntos cuidadosa-
felrz‘ de alejarse del calor de la casa y de acercarse a las frescas aguas. meme incisos y las lx’neas grabadas demostraban lo bien que Mazo
Penso’ en darse un ra’pido ban’o pero la tormenta estaba cerca y okiye win habl’a aprendido las actividadcs de los adultos y disfru—
pronto empezarl’a a llover, débilmente a] principio, pero luego, taban mucho, ella y su madre, cuando vel’an que otras personas lo
como soll’a pasar en esos dl’as dc verano tan calurosos, la lluvia cae— admiraban. Mazo okiye win pretendl’a guardar su mango de pun—
rr’a en grandes cantidades en todo el poblado. zo’n aunque, siguiendo la tradicio’n dakota, una vez que hubiera
Comenzé a subir la cuesta llevando su miniaptz/atapi (botella perforado cinco agujeros a trave’s del mango, simbélicamente lo
de piel para el agua) con cuidado y habilidad, pero cerca de la casa mataba para sen'alar una importante transicion en su Vida. Ahora
donde se realizaba el concurso, resbalo’ en el camino mojado y era una mujer preparada para establecer su propio hogar, y no la
erosionado donde el agua se habr’a estancado. Mientras se esforza- hija de la casa de su madre. Era el momento dc dejar a un lado
ba en recuperar el paso y el equilibrio sin verter ni una gota de sus herramientas de nin’a.
agua, la cinta de cuero que sujetaba cl punzo’n en su funda se rom- Ambas, madre e hija, sabl’an que el mango de punzo’n era un
pié y el pequen‘o instrumento cayo’ en la hierba a la entrada de la objeto del pasado, no del futuro. Pero la pe’rdida del mango las
casa. entristecio’ ma’s profundamente de lo que podl'an explicar. Una
No lo echo’ de menos hasta el dl'a siguiente porque cuando entro’ noche cuando guardaban lo u’ltimo que quedaba del mal’z recolec-
en la casa con el agua. el anfitrio’n del concurso le tomé la mano [ado se rieron juntas recordando a Riggs, el hombre de las oracio—
y la llevé hasta el centro. Una vez que el hombre hubo contado el ncs, y sus ideas sobre los hombres plantando el mar’z. Entonces,
nu’mero de trabajos de cada mujer, distribuyendo palitos por cada por alguna razo’n, pensaron por separado en el mango de punzo’n
pieza, Mazo okiye win habl'a acumulado ma’s palitos delante de su y compartieron la tristeza por su pe’rdida. Comprendicron que la
trabajo que ninguna de las otras tres mujeres. Fue llevada a1 lugar sensacio’n de pena que experimentaban no se referl’a u’nicamente a
de honor de la casa y comenzo’ la fiesta en que se sirvio’ comida 686 pequcn’o instrumento. Comparn’an un sentimiento profundo
para honrarlas. Ma’s tarde, los resultados del concurso fueron re- dc pérdida del pasado e, incluso ma’s, turbulentas premoniciones
cordados con marcas que representaban los nombres de las muje— sobre el futuro.

248 249
Otros rclatos arqueologicos sobre punzones y asf hasta que todos los punzones de metal estuviesen descri—
El descubrimiento del punzon y su significado me permitié expe- ms 0 ilustrados. Después, en una seccion titulada «discusion», po—
rimentar con una nueva forma de escribir arqueologl’a. Me pro- dria citar textualmente a Stone y decir que:
porcioné un contexto y una posicién de ventaja para describir e
interpretar aspectos de la cultura dakota y del género en un for- Aunque se han hecho referencia a punzones de otros yacimien-
mato que considero mas compatible con mis intereses y compro- tos (...) estas evidencias tan limitadas no permiten datar [03 con-
misos como arqueologa y feminista que ninguno de los sistemas textos. La (...) cantidad y (...) distribucion espacial de los pun-
comunes de escribir en arqueologla. Dejadme ilustrar esto demos— zones indica que eran comu’nmente utilizados (...) a lo largo
trando co’mo hubiera descrito los punzones de Little Rapids utili- del perfodo de ocupacion del yacimiento (...) las listas de ob-
zando los formatos de redaccién convencionales en la arqueologfa ietos de intercambio indican que los punzones eran un impor—
de los Grandes Lagos. tante objeto de intercambio de los indios (Stone, 1974, p. 159).
Lyle Stone (1974) y Ronald Mason (1986) descubrieron y des-
cribieron punzones y mangos de punzones como los encontrados Stone no hace referencia a los mangos de punzo’n sobre hueso
en Little Rapids en yacimiento historicos de Michigan y Wisconsin. o asta que muestra en las fotografi’as, aunque aJ igual que las puntas
Si hubiese seguido su estilo hubiese clasificado y estudiado los de metal van’an también en taman’o y forma (Stone, 1974, p. 156).
punzones conjuntamente con otros artefactos, presumiblemente Mason hace alusio’n a los mangos de los punzones pero 5610 de
relacionados, bajo un titulo como «contexto dome’stico de uso, pasada. En un capl’tulo de su informe de Rock Island muestra fo-
mantenimiento y reparacion» (Stone, 1974, pp. 155—62). Mi des- tografi'as de algunos punzones de metal, incluyendo uno con mango
eripcion de las puntas metal’icas de los punzones vendri’a a ser algo de hueso. Los punzones se presentan en tablas tituladas: European
como esto: Trade Goods and Aborzg'inal Artfza'ctx Made flom Trade Materials
(Bienes de intercambio europeos y artefactos abori’genes realizados
Un total de cuatro puntas de punzon de metal fueron descu- con materiales de intercambio) (Mason, 1986, pp. 60—1). No hace
referencia a los punzones ni a los mangos en el texto, aunque en
biertas durante los trabajos de excavacion de Little Rapids. La
un pa’rrafo cercano a una foto comenta que: «Parece que la fabri—
descripcién de los punzones se basa en cuatro atributos: (1)
cacio’n de utensilios sobre hueso y cuerno sobrevivio’ ma’s tiempo
sistemas de unio’n del mango a1 punzon, (2) morfologi'a de su
entre los nativos que la produccio'n cera’mica y la talla de silex»
seccién transversal, (3) taman‘o, definido a partir de su longi-
{(Mason, 1986, p. 53).
tud, y (4) material utilizado en su manufactura. Los dos nive-
Este tipo de redaccion centra nuestra atencio’n como lectores
les dc distincio’n taxono’mica esta’n basados en dos de los atri—
de formas muy concretas pero sin el reconocimiento expll’cito a
butos mencionados antes: (1) tipo, que se distingue por los
los autores. Los mensajes se difuminan en el texto y las historias
diferentes materiales y (2) variedad, que es determinada en base
son enterradas en un lenguaje neutral, libre de valores y supuesta—
a los sistemas de enmangamiento.
meme objetivo. A, diferencia de mi narracio’n, que he creado de
TIPOS:
forma intencionada para revelar aquellos aspectos que he crel’do
Tipo 1: Hierro
importantes e interesantes sobre la Vida en Little Rapids, Stone y
Variedad: Unio’n de contrapeso Mason han transmitido historias sobre sus yacimientos de las cuales
Ejemplares de la figura A—3 (ver foto); dimensiones: no son completamente conscientes.
Longitud media ; desviacion esta’ndar
Por ejemplo, un tema recurrente en sus presentaciones es que
las puntas metélicas dc punzones producidas por europeos son ma’s

250 251
importantes que los mangos elaboraTos por los indios. Esta histo-
ria se refleia en sus clasificaciones. ti’tulos de tablas, y en el e’nfasis un sentido de la gente trabajando, intercambiando o mostrando
general. Se refuerza cuando los autores reiteran en sus discusiones su tmbajo a través de les punzones. Nos muestra punzones sin un
mntexto especffico, sin asociaciones, sin un significado a excep—
la impertancia de las puntas de metal de punzones come signos
cio’n de su referencia cronolégica 0 de su medida de la influencia
de la influencia europea sobre los indies y de la desintegracio’n de
dc los blancos sobre los indies. Aunque este estilo de narrativa es
su cultura. Me imagine que las muieres dakota (y sin ninguna duda
mmlmente despersonalizado y centrado en los objetos, no excluye
otras muieres indias) habrl’an encontrado estas historias divertidas,
Ins sentimientes, a pesar de las intenciones de les autores. Las des-
irritantes o simplemente falsas, particularmente las mujeres que
cripciones de los punzones son aburridas, tediosas, vacfas y difi'ci—
grababan sus mangos de hueso o asta come medio de expresar
lcs dc entender. (-Absorben los lectores csas mismas sensaciones y
visualmente y pu’blicamente sus logros personales. las transfieren a las gentes que realizaron y utilizaron esos objetos?
El esquema de clasificacien de Stone contiene diferentes ele-
mentos estructurales con los que se determina que los punzones
funcionaron exclusivamente en el contexto de actividades de man- Algunas conclusiones
tenimiento y reparacion dentro de la unidad doméstica. En este Desarrollé mi propuesta de diferenciacio’n de actividades siguien—
esquema los punzones son clasificados con objetos que (u’nicamen- do la cri’tica feminista de la arqueologi’a que decumentaba un ge—
te) mantienen o reparan otros objetos completes y u’tiles y son di- neralizado androcentrismo en las representaciones tradicionales del
ferenciados, presumiblemente, de las herramientas primarias ba’si- pasado. De ese mode, esperaba estudiar arqueologicamente aspectos
cas en la produccién de items nuevos. Esta clasiflcacién implicita relacionados con el género, de manera que se pudiesen llevar a cabo
situ’a a los objetos de «mantenimiento y reparacio’n» per debajo revisiones de las teori’as que perpetu’an y refuerzan las ideologias
de las herramientas de «produccion» que son necesarias para ha- occidentales sobre las mujeres y las relaciones entre los sexes. Aun-
cet cosas. En segundo lugar, los punzones son situados en el con- que la propuesta consiguio’ centrar la atencio’n en la importancia
texto de la esfera doméstica. En efecto, en la actualidad todavfa del ge’nero en sus dimensiones materiales, no alteraba la forma en
vivimos en una sociedad donde la dicotomla pu’blico/privado es que presentamos nuestras percepcrones e interpretaaones, una cues—
real, tanto social como espacialmente. La Vida econo’mica y politi- tio'n que centro’ mi atencién de manera gradual después de traba-
ca se divide frecuentemente en dos partes atribuidas a ge’neros dis— jar con el pueblo dakota.
tintos. La esfera dome’stica se considera perteneciente a la mujer y Esta experiencia me hizo consciente de las ramificaciones de la
menos importante que el dorninio masculine cle lo pu’blico. El sis- exclusio’n de los indies de la arqueologi’a. Mientras intentaba es—
tema de clasificacién de Stone con su divisie’n impli’cita de lo pu'bli— cribir sebre Little Rapids utilizando la propuesta dc diferenciacio’n
co/doméstico distorsiona la realidad cultural de muchos grupos in— de actividades, me encontré con los wahpeton y su historia subor-
dies y se impone sin sentido cri’tico a trave’s de sus esquemas de dinada per la taxonomi’a.
clasiflcacién de artefactes. Esto nos lleva a apartarnos de cualquier El contraste entre la narracio’n del pun'al y otras formas ma’s
conocimiento en profiindidad del significado 0 uso de las puntas o convencionales de escritura sobre cste tipo de artefactos reforza—
mangos de pun'ales en su contexto cultural original. Al proyectar esa ron y clarificaron mis ideas sobre lo que signiflca hacer una ar-
dicotomla en el tiempo se nos revela tanto o mas' sobre nuestra pro— queologla feminista ma’s integradora. Incluir a la gente dakota en
pia ideologi’a del ge’nero y sus divisiones que sobre los grupos del el proyecto contribuyc') a profundizar mi cemprensio’n y aprecia—
pasado, un topico androce’ntrico comu’n en arqueologt’a. cién dc su cultura e historia reciente, e incluso llegue’ a entender
Las descripciones de los punzones transmiten, sin querer, otros su resentimiento hacia los arqueo’logos y nuestras representacio—
mensajes. No hay gente ni actividades en esas narraciones. No hay nes sobre la cultura india.

252 253
En la narracién del punzén he intentaV—lvdo presentar aspectos de
proyecto de Little Rapids y la narracio’n del punzén con Randy
la Vida de los wahpethon como los he Ilegado a entender -en par-
\X’irhrow, Diane Stolen, Sharon Doherty y Beth Scott, cada uno
ticular aspectos de Ias vidas de las mujeres expresados a través de
de los. cuales Ieyé y comenté las primeras versiones de este traba—
sus bienes materiales y sus actividades. Me proporciona una for- jo. Han constituido una gran fuente de energi’a e inspiracio’n.
ma de escribir de manera accesible y con énfasis sobre el pueblo
Colegas feministas negras como Barbara Smith y Bell Hooks
wahpeton durante un periodo particularmente turbulento de su han tenido una gran influencia, en Ios u’ltimos an'os, en el desa—
historia. Espero haber captado algunas esencias o ima’genes de
rrollo de propuestas y estudios de una arqueologl’a feminista mas
como, desde perspectivas muy diferentes a la nuestra, pudieron
integradora.
haber pensado y haberse enfrentado a determinados cambios fun- Mi pensamiento sobre la sociopoll’tica de la escritura acade’mi—
damentales. ca y las representaciones de los «otros» se galvanizo’ cuando Renato
AI igual que la mayorfa de Ias etnograflas (ve’ase Rosaldo, 1987) Osvaldo presento su importante trabajo, Where Objectivity Lies: The
las formas dominantes de escribir arqueologi’a producen represen- Rethoric ofAnthropo/ogy en la Universidad de Minnesota en la pri—
taciones problematicas. La arqueologfa androcentrista impone es- mavera de 1987.
tereotipos de las mujeres sobre mujeres viviendo en otros periodos Finalmente, deseo dar las gracias a Susan Geiger por su exper—
y lugares culturalmente especr’ficos, estereotipos con frecuencia de- ta edicio’n, su intuicién, su empuje y su confianza.
gradantes, que refuel—can la discriminacién en base al sexo. De for—
ma similar, Ias representaciones arqueologicas de las historias y
culturas indias refuerzan su continua opresio’n. Una arqueologla Bibliograffa
feminista integradora lIevara’ a poner de relieve Ia importancia del BLACK THUNDER, E. et alii (I975). Ehanna Woyahapi, Hirtory and Culture
género como una categori’a central importante en el anal’isis cul- of the Sineton-Wahpeton Sioux Tribe of South Dakota. Sisseton:
tural e histo’rico al tiempo que considera cuestiones relacionadas Sisseton-Wahpeton Sioux Tribe.
con la diferencia y la diversidad. Finalmente, esta propuesta hara CONKEY, M. y J. SPECTOR (1984). Archaeology and the Study of Gender.
que se cuestionen todas las fases de la pra’ctica arqueolo’gica desdc Advancex in Archaeological Method and Theory 7: 1—38.
EASTMAN, Ch. (1971). Indian Boyhood. New York: Dover Publications. Pu—
Ia planificacio’n de la investigacién, la financiacio'n, Ios trabajos de
blicado originalmente en 1902.
campo y Ias publicaciones. EASTMAN, M. (1853). The American Aboriginal Portofo/io. ilustrado por Seth
Eastman. Philadelphia: Lippincott, Grambo.
GERO, 1. (I985). Socio-Politics and the Woman—at—Home Ideology. American
Agradecimientos: Antiquity 50(2): 342—50.
Mi pensamiento y escritura se han enriquecido con Ias discusio- HASSRICK, R. (1964). The Sioux: Life' and Custom: ofa Warrior Society.
Norman: University of Oklahoma Press.
nes con estudiantes graduados y colegas. La Conferencia Wedge
MARTIN, C. (ed.) (1987). The American Indian and the Problem; of History.
constituyo una experiencia extraordinaria y reveladora. Le estoy
New York: Oxford University Press.
agradecida a Meg Conkey y 3 Joan Gero por haberla organizado. MASON, R. (I 986). Roch Island.- Historical Indian Archaeology in the Northern
Fui animada y ayudada por Ias vivas discusiones que siguieron a Lake Miehig'an Basin. Kent: Kent State University Press.
mi presentacion en el «Taller de Historia y Sociedad», de la Uni- MCNICKLE, D. (1972). American Indians Who Never Were. En Henry
versidad de Minnesota. En particular, Ios penetrantes comentarios Pre(d.), American Indian Reader. San Francisco: The Indian Historian
de Susan Cahn sobre Ias dimensiones feministas de la narrativa ess.
MOORE, H. (1988). Feminism and Anthropology. Minneapolis: University
me ayudaron a cristalizar mi pensamiento.
of Minnesota Press. (trad. cast. Antropologta’ y Feminimzo. Madrid:
He mantenido discusiones continuas y estimulantes sobre Cl Morata)

254 255
MINNICH, E. (1982). A Devastating Conceptual Error: How Can We Not
be Feminist Scholars? Change Magazine, Abril: 7-9. VIII. HACIA UNA NUEVA
POND, S. (1986). The Dakota: or Sioux a: They \Ve're in 1854. St. Paul,-
Minnesota Historical Society Press. Publicado orginalmcnte en 1908,
INTERPRETACION DE
PRESCOTT, Ph. (1852). Contributions to the History, Customs. and LAS FIGURILLAS DE VENUS:
Opinions of the Dacota Tribe. In H.R. Schoolcraft 1851—4: 168-99.
RIGGS, S. (1893). Da/eota Grammar, Texts, and Ethnography. Washington UN ANAL’ISIS FEMINISTA
Government Printing Office.
ROSALDO, R. (1986). Where Objectivity Lies: The Rhetoric of Marcia—Anne Dobres
Anthropology. Comunicacion presentada en la Universidad de
Minnesota.
SCHOOLCRAFF, HR. (1851-4). Information Respecting the History, Condition
and Prospects ofthe Indian Tribe: of the United States, Part 11. Philadelphia:
Lippincott, Grambo.
SPECTOR, J. (1983). Male/Female Task Differentiation Among the Hidatsa
Toward the Development of an Archaeological Approach to the Study
Introduccién
of Gender. En P. Albers y B. Medicine (eds.), The Hidden Hafil Studies El interés por las llamadas figurillas de «Venus» paleolr’ticas se ha
foPlaim Indian Women: 77-99. Washington: University Press of America. mantenido desde la época de los primeros descubrimientos, a fi—
— (1985). Ethnoarchaeology and Little Rapids: A New Approach to 19th
nales del siglo XIX. Coloco esta denominacio’n entre comillas por—
Century Eastern Dakota Sites. En J. Spector y W. Johnson (eds),
Archaeology, Ecology and Ethnohzx'toty ofthe Prairie-Forest Border Zone of que en este arti’culo planteo una hipotesis arriesgada que quizas’
Minnesota and Manitoba: 167-203. Lincoln, NB: J8£L Reprints in resulte poco popular. No creo que «el intere’s por la figura femeni-
Anthropology 31. na ha sido una de las caracterI’sticas ma’s permanentes de la huma-
— y M. WHELAN (1989). Incorporating Gender into Archaeology Courses. nidad», como se ha dicho con frecuencia (Bahn, 1989). Sugiero,
En S. Morgen (ed.), Gender and Anthropology: Critical Review: for en cambio, que uno de los rasgos ma’s duraderos de la arqueolo-
Research and Teaching. 65-94. Washington: American Anthropologicai gia ha sido el interés por encontrar la figura femenina. Apoyare’
Association. mi hipo’tesis analizando, en primer lugar, el clima intelectual y
STONE, L. (1974). Fort Miehilimac/einae, 1715-1781: An Archaeological
sociopolitico en el que han sido estudiadas e interpretadas las re-
Perxpective on the Revolutionary Frontier. East Lansing: Michigan State
University Anthropological Series 2, en colaboracién con Mackinac presentaciones prehisto’ricas de la forma humana, y luego comple-
Island State Park Commission. mentare’ mi propuesta con una breve presentacio’n de algunos es-
TRIGGER, B. (1980). Archaeology and the Image of the American Indian. quemas interpretativos alternativos que podrI’an favorecer nuevas
American Antiquity 45: 662—76. formas de investigacio’n. Terminate con una reflexio’n sobre la va-
riabilidad empi’rica inherente a los propios objetos, que, si se con-
templan desde orientaciones alternativas, cuestionan la supuesta
ubicuidad de las representaciones femeninas en el arte prehistori—
CO y plantean algunas posibles nuevas direcciones de debate.

Preliminarcs
L218 figunllas de Venus se elaboraron principalmente en marfil (ve’a—
Se Tabla 1) y se encuentran en'tre las representaciones ma’s anti—

257
MINNICH, E. (1982). A Devastating Conceptual Error: How Can We N0,
be Feminist Scholars? Change Magazine, Abril: 7-9. VIII. HACIA UNA NUEVA
POND, S. (1986). The Dakotas or Sioux as They Were in 1834. St. Paul;
Minnesota Historical Society Press. Publicado orginalmente en 1908.
INTERPRETACION DE
PRESCOTT, Ph. (1852). Contributions to the History, Customs, and LAS FIGURILLAS DE VENUS:
Opinions of the Dacota Tribe. In H.R. Schoolcraft 1851-4: 168-99,
RlGGS, S. (1893). Da/eota Grammar, Texts, and Ethnography. Washington UN ANALISIS FEMINISTA
Government Printing Office.
ROSALDO, R. (1986). Where Objectivity Lies: The Rhetoric of Marcia—Anne Dobres
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Minnesota.
SCHOOLCRAF’I‘, H.R. (1851-4). Infirmation Respecting the History, Condition
and Prospects of the Indian Tribes ofthe United States, Part 11. Philadelphia.-
Lippincott, Grambo.
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Toward the Development of an Archaeological Approach to the Study Introduccién
of Gender. En P. Albers y B. Medicine (eds.), The Hidden Hafl. Studies El intere’s por las llamadas figutillas de «Venus» paleoli’ticas se ha
foPlains Indian Women: 77—99. Washington: University Press of America.
mantenido desde la época de los primeros descubrimientos, a fi—
— (1985). Ethnoarchaeology and Little Rapids: A New Approach to 19th
Spector y W. Johnson (eds.), nales del siglo XIX. Coloco esta denominacio’n entre comillas por-
Century Eastern Dakota Sites. En
Archaeology, Ecology and Ethnohistoty of the Prairie-Forest Border Zone of que en este attl’culo planteo una hipotesis arriesgada que quizas
Minnesota and Manitoba: 167—203. Lincoln, NB: ]&L Reprints in resulte poco popular. No creo que «el intere’s por la figura femeni-
Anthropology 31. na ha sido una de las caracteri’sticas mas’ permanentes de la huma—
— y M. WHELAN (1989). Incorporating Gender into Archaeology Courses. nidad», como se ha dicho con frecuencia (Bahn, 1989). Sugiero,
En S. Morgen (ed.), Gender and Anthropology: Critical Reviews for en cambio, que uno de los rasgos ma’s duraderos de la arqueolo-
Research and Teaching. 65-94. Washington: American Anthropologicai gla ha sido e1 intere’s por encontrar la figura femenina. Apoyare’
Association.
mi hipo’tesis analizando, en primer lugar, el clima intelectual y
STONE, L. (1974). Fort Michilimachinac, 1715-1781: An Archaeological
sociopoli’tico en el que han sido estudiadas e interpretadas las re—
Perspective on the Revolutionary Frontier. East Lansing: Michigan State
University Anthropological Series 2, en colaboracio’n con Mackinac presentaciones prehisto’ricas de la forma humana, y luego comple-
Island State Park Commission. mentare’ mi propuesta con una breve presentacio’n de algunos es—
TRIGGER, B. (1980). Archaeology and the Image of the American Indian. quemas interpretativos alternativos que podri’an favorecer nuevas
American Antiquity 45: 662—76. formas de investigacio’n. Terminaré con una reflexio’n sobre la va-
riabilidad empr’rica inherente a los propios objetos, que, si se con—
templan desde orientaciones alternativas, cuestionan la supuesta
ubicuidad de las representaciones femeninas en el arte prehisto’ri—
co y plantean algunas posibles nuevas direcciones de debate.

Preliminares
,Las figurillas de Venus se elaboraron principalmente en marfil (ve’a-
sc Tabla 1) y se encuentran ent’re las tepresentaciones ma’s anti—

257
iv—

guas de la forma humana. No intento analizar en este trabaio to. pésito era presenrar los fundamentos légicos de sus modelos
das las supuestas imagenes femeninas prehistoricas (una tarea casi interpretativos y propuse el argumento de que el paradigma prin-
imposible) y me centrare’ en las imagenes méviles y parietales que cipal que gufaba esos estudios anallticos y descriptivos es claramente
son de morfologi’a reconociblemente humana. El tema principal androcéntrico. Esa conclusion no resulta sorprendente si tenemos
de este estudio es, precisamente, si las figurillas representan o no en cuenta el enorme trabajo realizado en los u’ltimos an'os para
el cuerpo humano, como planteare’ ma’s adelante (para un trata— desenmascarar la naturaleza patriarcal de la ciencia social occiden-
miento mas completo y diacronico de las diversas formas, ver es— tal en general (como ejemplo de algunos de los trabajos ma’s rele-
pecialmente Ambramova, 1967; Bahn, 1986; Delporte, 1979). vantes, vease Alcoff, 1987; Bleier, 1984, 1988; Etienne y Leacock,
La muestra consiste en unos 125 ejemplares. He delimitado la 1980; Flax, 1987, 1983; Gilligan, 1982; Grimshaw, 1986; Gross
cronologia restringiendo mi anal’isis a los artefactos datados en el yAverill, 1983; Haraway, 1988; Harding, 1983, 1986, 1987a, b,
Perigordiense Superior (a partir de la periodizacio’n francesa, c; Harding y Hintikka, 1983; Harding y O'Barr, 1987; Hartsock,
Delporte, 1979), aunque en la bibliografi'a a menudo se conside— 1983; Hubbard, 1983; Keller,1985, 1987; Lamphere, 1987;
ran gravetienses o incluso aurin’acienses. En la Europa oriental este Longino, 1990; Longino y Doell, 1987; MacCormack, 1980;
peri’odo es conocido como Pavloviense, mientras en Rusia 56 de— Rosaldo, 1980, 1983; Rose, 1987; Rossiter, 1982; Slocum, 1975;
nomina Kostenkiense. Las figurillas de Venus se fechan entre el Wylie et alii, 1989; Westkott, 1979), y de la arqueologi’a en parti—
29.000 y el 23.000 B.P. (a partir de su asociacio'n con los niveles cular (especialmente Conkey, 1991a, 1991b; Conkey y Specter,
estratigra'ficos del Perigordiense Suerior en el Abri Pataud, fecha- 1984; Conkey y Gero, 1988; Gero, 1983, 1985, 1991; Silverblatt,
dos por el me'todo del C14).l Frecuentemente se les atribuye una 1988; Wylie, 1989a, 1989b). De forma ma’s concreta, pueden se-
datacio’n concreta a partir de los atributos estill'sticos de los arte— n’alarse los prejuicios euroce’ntricos y heteroce’ntricos de los dicursos
factos li’ticos asociados. Tienen una distribucio’n geogra’fica extraor- dominantes, y, especialmente, el problema del pensamiento
dinariamente amplia, habiendo aparecido en cuevas y abrigos de presentista.
Francia, Italia, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia y en En esta serie de esquemas operatives se han articulado dos dis-
yacimientos al aire libre de Rusia y Siberia (ve'ase Figura l). cursos esencialmente funcionalistas. El primero es el que denomi-
no de forma irreverente «el de las mun’ecas Barbie prehisto’ricas»,
porque asumo que esas descripciones de biologl’a supuestamente
Contexto intelectual femenina fueron realizadas por hombres para satisfacer el placer,
En un arti'culo anterior estudie’ la dimension sociopoli’tica de las la gratificacio’n y/o la educacién masculinas. Los estudios de Collins
y Onians (1978) y Guthrie (1984) son un buen ejemplo de este
diversas interpretaciones propuestas para las funciones y los pro-
tipo de explicacio’n, como puede observarse en el siguiente pa’rrafo:
bables significados de las figurillas de Venus (Dobres, 1992).Z Mis
fuentes principales eran los estudios de Collins y Onians (1978),
Eaton (1978, 1979), Gamble (1982), y Guthrie (1984). Mi pro— Sin duda, las figurillas redondeadas de Venus con enormes ca-
deras, pechos colgantes y vulva, dibujadas en las paredes de las
cuevas, fueron creaciones masculinas hechas para hombres...
1. «Methodologie et Chronologie du Quaternairc Recent: Compte Rnndu des Reunions los dibujos o 105 grabados eran hechos, manipulados y apre-
Lyonnaises», 23 March—28 April 1973, Bulletin de [a Sari!!! Pre’hinoriqut anrair: 71(5): ciados por hombres (Collins y Onians, 1978, pp. 62-63).
135-136.
2. «Re-Presentations of Paleolithic Visual Imagery: Simulacra and Their Alternatives»
Comunicacién presentada en (1 Berkeley Symposium Interdixap'linmy Approarbz-s to Virual Recalcando au’n esta li’nea interpretativa se encuentra la expli—
Reprrxmran'an. University ofCalifornia—Berkcley, man-Lo 1990. Vc'ase tambie’n las referen— cacién sobre orfgenes de Eaton (1978, 1979). Este autor propone
cias bibliograficas dc la versién publicada.

258 2S9
explicitamente que las Venus eran trofeos relacionados con actos
trismo y presentismo de estas cuatro explicaciones, vale la pena
de rapto, violacion, o incluso de asesinato:
sefialar un ejemplo: se trata de la razén que Collins y Onians ar—
guyen como explicacion de las causas por las que los hombres ha-
Tanto si se trataba de violaciones como de robos o asesinatos
cx’an y usaban las figurillas de Venus: «claramente ningu’n otro gru—
de mujeres, parecen haber representado actos de valor (sic) entre po podia tenet un interés similar en las formas femeninas» (1978,
los hombres del grupo (Eaton, 1978, p. 7). p. 14). Imagino que no se necesita ser hombre heterosexual o les-
biana para apreciar el cuerpo femenino. De hecho, lo que deben’a
Eaton cree que la bu’squeda de trofeos entre los hombres ex- ser puesto en tela de juicio es la objetivizacio’n del cuerpo femeni—
plica e1 origen de la violacion y que las figurillas de Venus eran no por los hombres en la prehistoria en vez de darle estatus
los sn’mbolos externos del «valor» masculino. El discurso ontologico. «Naturalizar» los intereses heterosexuales espect’ficos de
sociobiologico de Eaton en el que se arguye que la exhibicio’n de la sociedad industrial occidental para imponerlos a objetos que tie-
trofeos ante los pares daba prestigio social al hombre y le propor— nen una antigu"edad de 30.000 afios, no tiene ningu’n intere’s.
cionaba algu'n tipo de ventaja adaptativa, implica que las mujeres Y tampoco trato en este trabajo de «descubrir» los verdaderos
eran sometidas a ese abuso fi’sico por razones culturales, y sobre- sentidos y usos de estos objetos prehisto’ricos. Mi preocupacio’n y
pasa ampliamente los li’mites de lo se que puede tolerar en la acti- mi cri’tica tienen rai’ces ma’s poli’ticas. Si se reconstruye el pasado a
vidad académica. partir de conceptos velados como la «mujer como artefacto cultu-
He llamado al segundo modelo explicativo, propuesto por ral» o «la mujer como biologi’a, la mujer como cuerpo» se legiti-
Gamble (1982), el de «las Barbies prehisto’ricas como peones po— man las relaciones de ge’nero y las ideologi’as de género dominan-
liticos». Esta explicacion funcionalista no se preocupa tanto de las tes. Me preocupa que la arqueologi’a acepte sin cri’tica la tolerancia
ima’genes como de su supuesta homogeneidad estili’stica en am— o la indiferencia modernas respecto a la violacio’n y otras formas
plias zonas geografi’cas. Esta interpretacio’n es mejor que la de la de violencia contra las mujeres, a partir de una ciega aceptacio’n
compan'era de juegos pleistoce’nica por dos razones. En primer lu- de esas relaciones y conceptos, que se convierten en elementos cen-
gar, el modelo enfatiza la importancia de los intercambios de in- trales, aunque de forma impli'cita, de las interpretaciones arqueo-
formacio’n como respuesta adaptativa en un peri’odo de cambios lo'gicas de la prehistoria del «hombre». Argumentos acomodaticios
clima’ticos asociados a escasez de recursos; un tema arqueolo’gico post [706‘ de este tipo otorgan un aite de naturalidad al tratamiento
mas respetable y tradicional. En segundo lugar es importante tam— de las mujeres como objetos del poder de los hombres y a escena-
bie’n que el anal’isis de Gamble emplee un discurso neutro que tiene rios de ese tipo para la prehistoria (pueden encontrarse argumen-
el efecto de parecer mas’ distanciado y' «cienti’ficamente» objetivo tos similares en Conkey y Williams, 1991; Davis, 1985, p. 7;
(para una cri’tica feminista de la naturaleza neutral pero politica— Leone, 1982, p. 750).
mente cargada del discurso cienti’fico, ve’ase Westkott, 1979).
Mientras el modelo de las mun'ecas Barbies tiene una respues— El cmpirismo y sus limitaciones
ta para todo (como sucede normalmente con las explicaciones
sociobiolégicas, Gould, 1990), Gamble no plantea nunca de for— E’ste es el transfondo de mi intere’s en las figurillas de Venus y por
ma total lo que puede ser objeto de replanteamiento o juicio cri’ti— esa razo’n intento plantear en este punto algunas razones
cos. Propone una explicacion aceptab'le pero deja de lado cuestio— epistemologicas y metodolo’gicas ba’sicas por las que considero que
nes importantes directamentc rclacionadas con el sentido y la estos prejuicios, androcentrismo, heterosexismo, eurocentrismo,y
funcio’n de las figurillas. presentismo, no han sido contrastados y han jugado un pa‘pel cen—
Por si existe alguna duda sobre el heterocentrismo, eurocen- tral en los intentos de analizar y comprender este tipo concreto de

260 261
objectos arqueolégicos. Confio que’ mis argumentos puedan aph‘- am'butos (especialmente biolégicos) que no dejan de ser mas que
carse a otros dominios de la investigacién arqueolégica y no se fruto del pcnsamiento voluntarista (Balm, 1986 discute este proble—
queden limitados al estudio de las figurillas de Venus. ma en el estudio de las representaciones de las «vulvas» aurin’acienses,
Mi argumento principal es que la hipotesis de que estas repre_ 31 igual que hace Mack, 1992). Volveré a este punto mas adelante.
sentaciones femeninas son reducibles a un significado esencial Resta el problema de si es posible reorientar la investigacién
enraizado en la biologi'a se debe a que nos encontramos en lo que, empleando metodologfas mas apropiadas y criticas para corregir
Lewis Williams (1984) ha denominado de forma certera «callejo’n al menos algunos de los problemas mas patentes sin reducir exce—
sin salida empirista». Sugiero que un elemento clave que une to— sivamente el analisis. En la siguiente seccién plantearé cuatro ra—
dos estos anal'isis es que se trata de estudios sobre la forma sin una zones por las que opino que podemos redirigir la investigacion y
preocupacién por los contextos arqueologicos. Esto implica que discutiré tres esquemas epistemologicos que nos pueden llevar en
se niega cualquier posibilidad de acceso a los contextos sociales esa direccion.
prehisto’ricos. Los estudios de forma y estilo se realizan como si el
estudio detallado de las figurillas por si mismo pudiese explicar
sus fimciones y significados prehisto’ricos.
En el camino de la recuperacién
En cambio, desde el punto de vista epistemolo’gico, debe acep- Hay cuatro argumentos relacionados entre sf que creo permiten
tarse que un objeto (de hecho, toda realidad) adquire sentido y se mantener un interés serio por las figurillas de Venus. En primer
convierte en significativo desde el punto de vista cultural tan 5610 lugar, los datos son relativamente c'ontrolables, espacial y tempo-
en relacio’n a otras dimensiones de la accio’n humana y a otras for- ralmente. Ciertamente la calidad y especifidad de los informes de
mas de cultura material. No hay un sentido esencial inherente a excavacio'n son problema’ticas en el caso de artefactos descubiertos
los objetos, ni tampoco a los sfmbolos. Sostengo que a partir del en las primeras de’cadas del siglo XX. Con todo, creo que el grado
anal’isis de las propias figurillas, de forma empirista y positivista, de control (0 la falta del mismo) no es ma’s problama’tico en este
podemos caer demasiado fa’cilmente en el dilema de leer en estos caso que en de los objectos ll’ticos, los conjuntos fauni’sticos u otros
artefactos «hechos» que simplemente no esta’n alli’. restos del Paleoli’tico Superior. Me opongo, en ese sentido, a la re-
Asr’, durante la investigacio’n de este tema he visto que, en oca— ciente propuesta de Rigaud y Somek (1987: 59) de que «...el pri—
siones, se ignora la diversidad y variacio’n de las figurillas para ha- mer paso en el proceso (de determinar los procesos naturales y de
blar dc homogeneidad estill’stica (por ejemplo, Gamble, 1984), o comportamiento a partir del registro arqueolo’gico) debe ser des—
bien, se reconocen las especifldades regionales, pero se sostiene que cartar la mayor parte del registro arqueolo’gico del Paleolitico y
existe una «remarquable bomoge’ne’ite’» (Delporte, 1979, p. 197; empezar un nuevo registro» y sugiero que debemos continuar el
Gvozdover, 1989, pp. 70, 83; Stoliar, 1977/78, p. 66; ve’ase en trabajo con los materiales existentes y preocuparnos algo menos
Ucko, 1970 una crl’tica convincente de problemas similares en re- de las afirmaciones positivistas sobre las posibilidades de verifica-
lacio’n a la diversidad morfolo’gica de las figurillas de la Diosa dc cio’n de nuestras interpretaciones. Podemos, al menos durante al-
la Fertilidad de peri’odos posteriores). Una de las razones del rc- gu’n tiempo, continuar descubriendo conjuntos li’ticos y fauni’sticos
chazo a reconocer la variabilidad empl’rica es el problema del «originales», empleando las modernas te’cnicas de excavacio’n, pero
heterocentrismo esencialista; es decir, se desprecian las diferencias dudo mucho de que haya muchas ma’s figurillas de Venus por des-
observables considera’ndolas meramente variaciones poco impor- cubrir. Estoy dispuesta a vivir con algo de ambiguedad y con «las
tantes sobre un tema comu’n, la biologi’a de las mujeres. Au’n hay mejores hipo’tesis posibles» antes que a renunciar al rico y diverso
registro paleoll’tico acumulado.
otra razén, quizas’ igualmente problema’tica, para comentar varia-
Ademas’, y esto es un punto importante, sean Venus, arpones
ciones potencialmente informativas: leer en estos materiales de

262 263
o artefactos lfticos, los datos no son limitados (vease Wylie, 1992, Reorientaciones
para una discusién covincente de cual’es son las limitaciones de la
evidencia en la investigacion arqueologica). Asumir que los datos En este punto quiero presentar brevemente tres esquemas concep—
tienen limitaciones intri’nsicas (o que podemos «saber» ma’s acerca tuales que, considerados conjuntamente, pueden proporcionar una
de los instrumenros de piedra que sobre el arte rupestre), implica metodologl’a mas sofisticada y apropiada para el analisis de las
figurillas dc Venus, especialmente si nuestro objectivo anali’tico es
asumir que los datos pueden hablar y que, en relacion a los senti-
dos y funciones de las Venus, no estén hablando. Considero que aproximarnos a los pensamientos y acciones pasadas que les die-
ron sentido.
son nuestros esquemas analr’ticos y conceptuales, metodologi’as y
La primera orientacion general es conocida por quienes estén
premisas los que son limitados y limitadores. Tenemos que desa-
familiarizados con el discurso «postprocesual» tal como fue articu-
rrollar nuevos modos de extender nuestra vision, no estrecharla
lado originalmente por Hodder (por ejemplo, 1982 a y b, 1985,
todavr’a mas.
1986, 1987), y, especialmente, en los trabajos de Braithwaite
En segundo lugar, existen estudios morfolégicos y estili’ticos dc
(1982), Moore (1986), y Johnson (1990). Su argumento bas’ico
alta calidad. Mis primeros materiales de referencia son los detalla—
es que la comprensio’n de los contextos sociales de accio’n en los
dos trabajos descriptivos de Abrarnova (1967), Delporte (1979) y
que fue manufacturada y usada la cultura material le da sentido y
Gvozdover (1989). Mi anal’isis de las figurillas se basa en fuentes
nos permite aproximarnos a sus significados polise’micos en la pre—
secundarias ya que no he llevado a cabo un estudio de primera
historia y en la actualidad. Dicho en palabras simples, los objetos
mano.
no tienen sentidos inherentes separados de sus contextos especifi—
En tercer lugar, precisarnente porque conocemos muchos de
cos histo’ricamente especr’ficos de produccio’n y uso. O, corno ha
los prejuicios implicitos de trabajos anteriores, podemos continuar
dicho Bordieu (1984, p. 2) «Una obra de arte tiene sentido e in-
investigando el tema sin miedo a perpetuar errores previos (esto terés 5610 para quien posee la competencia cultural, esto es, el co’—
no implica que hayamos solucionado los problemas definitivamen- digo en que fue codificada». Sin algu’n tipo de aproximacio’n a ese
te). Estudios orientados criticamente como e’ste y otros que se pre—
«co’digo» nos vemos obligados a crear co’digos y significados que
sentan en este mismo volumen (por ejemplo, Mack, 1992), asr’ tengan sentido para nosotros. Es decir, que son arqueo—lo’gicos y,
como otras cri’ticas (por ejemplo Nelson, 1990), no tratan tan 5610
por esta razo’n, demasiado fa’cilmente, cumplen nuestras expecta-
de buscar criticas o problemas en los trabajos previos. Intentan tivas y predisposiciones (para una amplia discusion de co’mo la an—
proporcionar directrices constructivas y positivas para lograr una tropologi’a crea su terna de discurso a trave’s de la negacio’n del es—
mejor informacio’n y para ser ma’s crr’ticos con los inevitables pre— pacio y el tiempo, ve’ase Fabian, 1983).
juicios que todos aportamos en nuestros trabajos. Si queremos acceder a los co’digos y a los sistemas de significa-
Finalmente, mi razon principal para sugerir que podemos sc—
do prehisto’ricos nuestra escala anall’tica no puede quedarse al ni—
guir realizando trabajos serios sobre los significados y sentidos de vel abstracto de nociones funcionalistas como adaptacio’n, e’xito
las figurillas de Venus se basa en el hecho de que actualmente con— reproductive u otros feno’menos relacionados con el comportamien-
tamos con un amplio abanico de orientaciones, metodologi’as y de to (Conkey, 1990, pp. 12—13), como sucede en las explicaciones
sus fundamentos epistemolégicos no positivistas que nos pueden de Collins y Onians y de Gamble. En este artl’culo, utilizo el te’r-
ayudar a evitar fallos anteriores al tiempo que nos permiten acce— mino «contexto» con el sentido de accio’n significativa social y si—
der a la informacio’n necesaria para contextualizar de mejor ma— tuada histo’ricamente.3
nera los artefactos y para construir modelos interpretativos que sean
contrastables. 3. Para un uso substancialmente diferenre del rérmino «contexto» en relacién al estu-
'

(110 de las figurillas de Venus, véase Marshack (1991).

264 265
La segunda serie de orientaciones necesarias para replantear la E; por ello que creo que no podemos determinar EL sentido
investigacion procede del feminismo y del concepto de ge’nero como
de Ias figurillas de Venus desde una vision limitada, como repre—
un fenémeno construido desde el punto de vista socio—cultural,
sentaciones de biologla femenina, a pesar de que la biologi’a feme-
polltico y econo’mico. El género comprende una serie de identida-
nina sea de importancia capital para definir a la Mujer en el pre—
des sociosexuales mediante las que las diferencias biolégicas son
sente.
definidas, reconocidas y transformadas en identidades culturales. Hasta ahora he mencionado «la accién social» de una forma
Ademas, se les da sentido y se las reafirma a través de la accion
bastante vaga. Creo que la pra’ctica, especialmente las actividades
social (véanse los textos ya clasicos de Collier y Rosaldo. 1981;
diarias relacionadas con la fabricacio’n y uso del mundo material,
Lamphere, 1987; Moore, 1986, 1988; Ortner y Whitehead, 1981,- es un nu’cleo central de accio’n e interaccién sociales significativas.
Rubin, 1975; Scott, 1986; Yanagisako y Collier, 1987). El ge’nero Es decir, e1 lugar central donde el género y la cultura material to—
no es 5610 el sexo biolégico, ni puede haber sexo biolo’gico sin el man y expresan sus sentidos articulados desde el punto de vista
concepto de género. De la misma manera que la cultura material cultural (sobre una orientacion materialista del ge’nero ve’ase
se constituye significativamente en contextos de accio’n social, el Delphy, 1984; Flax, 1981; Hartmann, 1987; Hartsock, 1983; em—
género tambie’n se define, realiza, negocia, reaflrma y cuestiona a pezando por Marx y Engels, 1970, p. 42; sobre la praxis ve’ase
trave’s de los cambios de los contextos de accion y relaciones so- Giddens, 1979, 1984). Sugiero que una orientacio’n materialista,
ciales. reconceptualizada por la teorl’a feminista. puede ser una aproxi—
Por tanto, podemos considerar el ge’nero como una serie macio’n potencialmente fructl’fera para la interpretacion de las
continua de procesos (no 5610 una serie de identidades sociales fi— figurillas de Venus.
jas) contigente desde las corrientes histo’ricas de accio’n humana El registro arqueolégico se compone principalmente de restos
(Conkey y Gero, 1991; Flax, 1987, pp. 622-623). Ademas’, los es- de la Vida cotidiana prehisto’rica, por muy prosaica que fuera. Desde
tudios transculturales de las relaciones de ge’nero sugieren Clara- un «punto de vista arqueolo’gico» somos capaces de «ver» la trans—
mente que el ge’nero no puede trasladarse de forma universal a dos formacién de las materias primas en instrumentos pensados para
categori’as opuestas: mujer y hombre. Si hay un resultado inequi— llevar a cabo actividades relacionadas con la subsistencia, «vemos»
voco desarrollado a partir de los estudios orientados por el femi- la modificacio’n y preparacio’n de alimentos y ropas. y «vemos» los
nismo de las relaciones de ge’nero y de la construccio’n de genero lugares de las actividades de mantenimiento. Estas actividades pro-
en diferentes culturas en 1as dos u’ltimas de’cadas, es que no hay ductivas son las que provocaban que 1) las relaciones de ge’nero
un sentido universal de Mujer (Rosaldo, 1980), 0 de Hombre recibiesen la mayor parte de sus sentidos y expresiones primarias,
(Dobres, 1988). Todos los ge’neros: mujer, hombre y los demas’ que a trave’s de las divisiones de trabajo, y 2) que la produccio'n y el
existen en situaciones especl’ficas, son identidades sociales construi- uso de la cultura material diese lugar a determinadas funciones y
das cultural e histo’ricamente y no comportamientos enraizados o significados asociados (Dobres, 1991; Ormiston, 1990). Propon—
fljados por una «realidad» biolo’gica. Las ideologias de ge’nero son go que en el dominio de las activiades sociales diarias, especial-
normativas en un cierto grado pero tambie’n son negociadas y mente las relacionadas con la produccion, es donde podemos en—
redefinidas de forma continua. Asi, el ge’nero no es so’lo una iden— contrar «indicios» de los significados y funciones de las figurillas
tidad social sino tambie’n e1 lugar clave de accio’n social relaciona— de Venus.
da de forma diale'ctica con el cambio cultural (ve’ase en Wylie, Para restablecer mi posicion ba’sica, mantengo que cualquier
1991a y b una reflexién sobre las razones por las que esos proce- interpretacio’n de las figurillas de Venus fundada en la premisa de
sos particulares han sido excluidos de la arqueologfa procesual o que sus significados y usos prehisto’ricos pueden alcanzarse a tra-
Nueva Arqueologfa). ve's del anal’isis de su «irreducible unidad» respecto a la biologi’a,

266 267
sostiene supuestos epistemologicos no comprobados: 1) que los Materia prima
objetos tienen sentidos inherentes definidos por la forma, y 2) que En la mayorfa de las referencias que conozco se plantea el tema de
la Mujer es una categorl’a social y universal que deriva del sentido la materia prima en términos de su capacidad de ser trabajada (por
esencial de su realidad biolo’gica comu’n. cjemplo, Dauvois, 1977; Hahn, 1990). Hahn ha sugerido recien-
temente que puede haber una correlacion significativa entre la
Figurillas dc Venus: tipologfa y contextos dureza de la materia prima, el grado de dificultad de la talla 0 el
de produccién grabado de la imagen y el tiempo en que fue usada. Creo que esta
propuesta implica una premisa a priori: cuanto mas tiempo y ener-
Antes de presentar algunas sugerencias de co’mo podemos usar la gi’a/esfuerzo se invierte en una actividad concreta, ma’s duradero y
informacion procedente de los contextos arqueologicos asociados a valioso es el objecto conseguido (véase tambie’n Ucko, 1968, p.
las figurillas, para entender su sentido y funcién, tenemos que con- 417). Quiza’s. Pero tenemos que recordar que esta idea de que el
siderar la clasificacio’n tipolégica de las figurillas de Venus. Para avan— tiempo y la energi’a son en todo tiempo y lugar la base primaria
zar en la comprensio’n contextualizada de estas ima’genes prehistori- para dotar de valor a los objetos culturales es capitalista. Puede
cas tenemos ante todo que partir de criterios claros y sistema’ticos ser cierta en las sociedades capitalistas modernas (es decir, «e1 tiem—
para definir toda esta clase de diversificadas representaciones del cuer— po es oro»), pero no puede considerarse universal.
po femenino. Si no se hace, y creo que no se ha hecho, se hace diff- Hay otros modos de pensar sobre las materias primas. Las Ve-
cil, o incluso imposible, identificar asociaciones potencialmente sig- nus se fabricaron en al menos 10 materias primas diferentes (Ta-
nificativas entre las figurillas y otros aspectos del registro material. bla 1). Claramente predomina el marfil, pero también se hicieron
Puesto que ya he planteado algunos de los problemas epistemolo’gicos en otras materias orga’nicas y minerales. Es decir, las materias pri-
de esta supuesta unidad, vamos a considerar a continuacio’n algu- mas como el marfil 0 el asta no estaban disponibles de forma cons—
nos de los temas metodolo’gicos y empr’ricos implicados. tame mientras otras materias como la marga, la arcilla y la estea-
La seccio’n siguiente propone algunas variables que pueden pro- tita eran ma’s comunes. Se puede poner este hecho en relacio’n con
porcionar informacién sobre 1) la naturaleza de las materias pri- 21) la relacio’n con los recursos disponibles de forma estacional y
mas usadas; 2) establecer si se trataba de objectos mo’viles o fijos con las especies animales de las que procedl’a el marfil y el asta y
en el pajsaje: es una variable que considero significativa como nexo b) el aspecto potencialmente simbo’lico de la materia si procedi’a
entre la imagen y sus contextos sociales de significacio’n; 3) la va— de algo vivo 0 de algo inerte. Mi opinio’n en este caso es que el
riacion de formas y posturas, decoracio’n y elementos de disen‘o; y valor o importancia simbo’lica de la materia prima seguramente
4) las diversas fases de su produccio’n tecnolo’gica ligada a los con— no se limitaba al tiempo necesario para trabajarla.
textos sociales de produccio’n material. Esta presentacién pretende
descentrar las figurillas en sus partes constitutivas” heuristicamente Contexto geografico y escala
separadas que es posible que conecten asociaciones significativas Algunas ima’genes, como las de Laussel (Lalanne y Bouyssonie,
con otros aspectos de la Vida material del Perigordiense Superior. 1946) fueron grabadas profundamente en las paredes calizas de una
Al final de esta seccio’n dedicare’ mi atencio’n a la premisa princi- cueva y pintadas de rojo (se tiene evidencia de co’mo se procesaba
pal de la que parten la mayorl’a de los investigadores: que estas 61 core, Lalanne y Bouyssonie, 1946, pp. 119-123). Tienen unos
figurillas son representaciones ferneninas. 40cm de altura. La Venus de los Cuernos esta’ (estaba) situada en
la parte externa de la entrada de la cueva (Lalanne y Bouyssonie,
4. Adviertase, sin embargo, que las partes constitutivas en las que divido mi anélisis
no separan las figurillas en las panes del cuerpo (como hace, por ejemplo Bartel, 1981, 1946, Figura 158). I‘Para el arte prehisto’rico de este peri’odo se pue-
Cuadro 2 o Marshack, 1991). Véase la discusién mas arriba.

268 269
Tabla 1
Distribucién dc la matcria prima dc las figurillas
antropomérfas cstudiadas

5“
2

E
2
\icImKn'm Marfil Scrpcmim Marga Htmau'u Balm cocido Eslcatila Am

Kosxrnki l

Anlccm

Eliscm'chi
['RlNCII’ALES YACIMIENTOS Y REGIONES MECINOADOS EN EL TEXTO
“a
,
O

:ao

1. Francia 2. India 3. Europa central 4. Rusia 5. Siberia


Ca
Z
E—

Grimaldi Dolni Véstonicc Kostenki I Malt‘a


u'

\3

lhasscmpouy
l Allxscl Savignano Willcndorf Avdeevo Burct’
lcxpuguc Trou Magritc Gagarino
\_x u‘lII/Turssac Hohlenstcin/Stadcl Elisccvichi
Brasscmpouy
Figura 1:
E.
F

Principalcs yacimientos y rcgiones mecionados en cl texto.


Sirculfl'umc
i a;
é

Monrpazicr dc decir que nos encontramos pra’cticamente ante un ejemplo dc


arquitectura monumental! No se justifica, por tanto, nuestra ig—
C‘.

norancia de los sorprentes atributos visuales si se comparan con


Savignano las figurillas dc tres dimensiones y 5cm dc altura dc csteatita ver—
Tron Magrilc dc y sin rasgos faciales, procedentes de Grimaldi. 0 con los ejem-
plares de marfil «vestidos» y con rasgos faciales detallados dc unos
Hohlcnstcin/
Slade] 9cm dc altura del yacimiento al airc libre dc Buret.S Ignorar esas
I I I HI HI I

W'lllendorl
notables diferencias y seguir enfatizando el factor comu’n —-el cuer—
p0 femenino—, cs como si el bosquc no nos dejara ver los a’rbo-
g

Dolm’ goon 168. Si tencmos en cuenta el hecho dc si la imagen es mo’vil o esta’


Vcs'mnicc
fija en el paisaje (y se convertl'a quiza’s en un elemento para sen'a—
Pcnkovicc
lar), cl tamafio y la movilidad de las figurillas se convierten en atri-
Mom-my butos potencialmente significativos y no en meros rasgos descrip:
I I HI I I I I I I I I

Lur'nbcrg tivos.
IIIIIIIIIII
IIIIIII

IIIIIIII

Pavlov

5. Hay un paralelo intrigantc y sugcreme en estc caso, en el tratamiento «am’su‘co» de


los cjemplares dc Buret, en comparacién a los grabados en marfil reciemes dc mujeres
chamanes siberianas. vestidas de forma similar (Scrguei Serov. comunicacién personal).

270
271
Decoracién, morfologfa y postura Tecnologla e implicacioncs para las actividadcs
Tenemos bastante informacion sobre la existencia de ornamenta- dc produccién
cién del cuerpo, sobre todo en los ejemplares rusos y siberianos, Ya he mencionado que existen pocos estudios tecnolégicos. Las
en forma de cinturones, brazaletes, pulseras, collares, etc. Las reconstrucciones experimentales de Dauvois (1977) intentaban
estatuillas bastante inusuales de Buret parece que llevan ropas.6 Con analizar el trabajo sobre marfil pero también planteaba cuestiones
la u’nica excepcién de la famosa cabeza de Brassempouy y de dos de contexto. Por ejemplo, gcuales son las herramientas apropiadas
ejemplos dc Dolni Vesronice, 5610 en las figurillas siberianas en- para fabricar y dar el acabado final a estas figurillas? Los diferen-
contramos una atencion sistematica al detalle en las caras._ Ade- tes tipos de instrumentos implicados en las diferentes etapas de la
mas, el grado de detalle en esas caras se adapta a las materias produccién, gse han localizado de forma diferenciada en el yaci-
siberianas que son diferentes a las de cualquier orra region. Es im- miento o la manufactura parece haber sido realizada fuera del ya—
portante recordar que la representacién facial o su completa au- cimiento? Estos datos asociativos potencialmente informativos pue-
sencia estaban ligadas simbolicamente a lo que se representaba con den ser reseguidos a partir de una cuidadosa relectura de los
las propias flgurillas. Las caras se convierten en un tema todavr’a informes originales, pero el objectivo en este caso no es localizar
mas significativo cuando consideramos que en contraste con las «fosiles tipo» que conecten las formas de instrumentos con las
caras, el cabello esta representado con frecuencia en las cinco re- figurillas a la manera tradicional (por ejemplo, Delporte, 1979,
giones que aparecen en la Figura 1. Pero tambie’n en este caso, las Piette, 1895), sino ayudar a situar mejor las estatuillas en sus con-
diferencias empiricas han sido tratadas como meras variaciones re— textos originales de produccio’n y uso.
gionales en un tema general.
Gvozdover (1989) ha proporcionado varias sugerencias intere- (-Representaciones femeninas o envidia dc Venus?
santes para la interpretacio’n de los rasgos morfolégicos de las
figurillas. Asr’, propone que el grado aprentemente excesivo de obe— El tema ma’s importante en cualquier explicacio’n es determinar si
sidad que se encuentra en unos pocos ejemplares muy estudiados, verdaderamente las figurillas representan o no la forma femenina.
como la Venus de Willendorfi puede representar una posicio’n hun— Es importante porque 1a mayor parte de las hipo’tesis existentes
dida o medio sentada, mas’ que un estadio en el ciclo vital del cuer— parten de este hecho. Como se indica en la Tabla 2, de las 125
po de las mujeres (Rice, 1981; ve’ase tambie’n Nelson, 1990 para figurillas que analice’ a partir de los trabajos de Abramova (1967),
algunas razones para el e’nfasis en la bibliografi’a sobre estos pocos Delporte (1979), Gvozdover (1989) y Piette (1907), solo un 4%
ejemplares excesivamente obesos). Si lo que se representa es la pos- son clara y inequi’vocamente femeninas. Manteniendo mi tono irre—
tura, es decir, no la biologi’a femenina como parecen pensar dc for— verente, quiero apuntar algo ma’s sobre la fantasia que he observa-
ma obsesiva algunos analistas, nos encontrarl’amos con un contexto do en el curso de mi investigacio’n. Quiza’s dos breves ejemplos
en el que la accio’n 0 el movimiento pueden haber sido significati— sera’n suficienres para demostrar parte de la naturaleza de este «de-
vos. Una vez mas’, un simple cambio de perspectiva anali’tica nos seo de Venus».
‘hace pensar cuan fa’cilmente hemos conceptualizado esas figurillas
Ejemplo 1
como iconos pasivos de la feminidad prehisto’rica.
.La cabeza bien conocida y muy fotograflada de Brassempouy ha
SldO llamada Venus (lo que implica que se trata de una mujer).
En la figura 2, la imagen de la izquierda (a) es una reconstruccion
6. En el caso de Buret la premisa de que las estatuillas eran fcmeninas es dcbatible. No
hay atributos de sexo diferenciables para mantener esta idea ya que toda la forma esra de-
n0 publicada de Champion (esra reconstruccio’n aparece en
corada o «vestida». Delporte, 1979, p. 27, Figura 5). No tengo demasiado claro de

272 273
Figura 3:
(-Cua’l es la posicio’n correcta?
a) El torso de Brassempour segu’n Pierre (1907: lamina L)CXI\/).
b) El mismo torso segu’n Delporte (1979: Fig. 7).

la’mina LXXIV) con el de Delporte (1979, p. 29; Figura 7). La iro-


nl’a en este caso es que la figurilla aparece hacia arriba en la dere—
cha de la imagen, y hacia abajo en la izquierda, aunque no en—
Figura 2:
('La envidia de Venus?
tiendo claramente cual es cual. En un caso, parece que nos
a) Reconstruecio’n de Brassempour por Champion encontramos con unos pechos y un abdomen (Pierre), y en el otro,
(segu’n Delporte, 1979; Figura 7). con un abdomen y la parte superior de unos muslos (Delporte).
b) Mi reconstruccién - empleando e1 torso masculina de Brass—[y Creo que es una distincio’n importante. Si no podemos llegar a
un acuerdo sobre que’ extremo debe ir arriba, geo’mo podemos
donde saco’ Champion su idea de una imaginada unio’n de cabeza. atrevernos a definir la naturaleza de lo que representa?
y cuerpo porque ningu’n torso conocido de Brassempouy se pare— Es bastante claro que la identificacio’n del sexo es difi’cil cuan-
ce a este. En la derecha (b) presento una alternativa, menos ima— do nos encontramos ante fragmentos. Creo que lo primero que
ginariva y excitante. Ofrezco esta alternativa para enfatizar que no tenemos que hacer es identificar los atributos biolo’gicos ligados
hay base segura para ninguna reconstruceién. Ademés, no existe con el sexo y 5610 entonces podremos profilndizar en la investiga-
razo’n para llamar Venus a la'cabeza de Brassempouy dado que no cion de si la imagen en cuestio’n representa mujeres, hombres o
tiene arributos sexuales discernibles. algo mas. En pocas palabras, estas piezas fragmentarias y dudosas
no proporcionan una muestra que pueda representar apropiada-
chmplo 2 mente la imagen humana, y mucho menos la imagen femenina.
Pero la reconstruccién de Brassempouy no es un caso aislado y
extran’o. En la figura 3 aparecen otros dos dibujos de ejemplares
del mismo lugar: comparemos el torso que presenta Piette (1907:

274 275
T

Dimensiones proccsuales de las figuras meninas. Sin embargo, si insistimos en analizar las figurillas para
antropomorfas buscar indicios de los lugares y roles de las mujeres (como géne-
ro) en la sociedad prehistérica, tenemos un largo camino por de-
Los «e’éauc/yes» («esbozos») constituyen una porcentaje
lanre.
sorprendentemente alto de la muestra: un 49%. Los contornos tic-
nen una forma que permite identificarlos como antropomo’rficos,
pcro poco mas’. Sin embargo, estos esbozos han sido tratados como Directrices futuras
ejemplares toscos no completos, aunque Gvozdover (1989) pro- No es posible ni deseable terminar este estudio con algu’n tipo de
pone una sugerente explicacién alternativa. En el caso de las
«nueva» interpretacio’n de las figurillas. En primer lugar porque
figurillas rusas en particular, puesto que estas piezas se han recu-
ese intento requiere un estudio en profundidad que no es posible
perado en los mismos contextos arqueolo’gicos que las figurillas fi-
abordar aqul’ y después porque tenemos todavia una comprensién
nalizadas —-diversos tipos de fosas subterra’neas—, propone que muy pobrc de los contextos arqueolégicos y prehisto’ricos dc pro—
la figurilla de Venus puede no haber sido un objetivo final. Sugie-
duccién y uso (dado que raramente han sido una parte esencial y
re que quiza’s cl acto de produccio'n era el objetivo propuesto y lo sistematica de las interpretaciones hasta la fecha). Y tampoco es-
que constitul’a el sentido y la intencio’n (Gvozdover, 1989, p. 53).
toy en posicién de aceptar en todo su valor las traducciones de
Esta sugerencia plantea importantes cuestiones sobre si 105 es—
tercera mano de los informes rusos. Voy a terminar con algunas
bozos deberi’an o no set clasificados en 1e mismo grupo que los sugerencias de futuras li’neas de investigacio’n para alcanzar una
ejemplares finalizados. Gvozdover sugiere que tenemos dos gru- mejor compresién de los contextos que permita la contrastacién
pos complementarios, uno en el que el acto de creacio’n era 61 centre de las interpretaciones de estas figurillas.
de significacion, mientras en el otro grupo se trataba de obtener Los yacimientos rusos y siberianos pueden proporcionar mas’
un producto final. Esta explicacio’n de las figurillas de Venus como posibilidades para la investigacio’n futura, por varias razones:
consecuencia de dos clases complementarias de artefactos pucde
aportar luz sobre las pautas asociativas que no son evidentes cuando 1) El taman‘o de la muestra, sea cual sea la clasificacio’n, es bas—
l'as dos clases se consideran conjuntamente. tante grande (Tabla 2)
Estoy de acuerdo con Gvozdover en que no esta’ claro que las
2) La distribucio’n espacial y la procedencia de los artefactos esta’
figurillas de Venus constituyan una u’nica clase de artefactos pre— bien controlada (por ejemplo, en inglés, ve’ase Klein, 1969; Fi—
histo’ricos. Pero prefiero proponer que pueden haber existido tres: guras 33 y 34; Soffer, 1985). En Kostenki I, Avdeevo y Malt’a,
una consistente en formas humanas con atribuciones biolo’gicas entre otros yacimientos, todas las figurillas se encontraron de-
claramcnte sen'aladas; una segunda clase dc formas humanas, dc liberadamente enterradas en fosas subterra’neas 0 en estructu-
tipo andro’gino, y una tercera clasc cuya razon de ser era la manu— ras hechas de mamut o subterra’neas.
factura mas que su flnalizacio’n. Y la existencia de una clase dc La cultura material de estos sitios es rica, diversa, y esta’ bien
figurillas cuyo sentido prehisto’rico haya sido el acto de la produc— documentada lo que hace posible la localizacio’n dc pautas
cién, nos lleva a investigar sus contextos productivos, como ya he
asociativas con sentido. ‘
sugerido. Es posible distinguir las a’reas de actividad en los yacimientos
Finalmente, si tenemos que construir modelos interpretativos
y se han localizado los lugares donde las figurillas pueden ha—
que expliquen las funciones y sentidos de las representaciones
bcr sido fabricadas para considerar sus relacio’n espacial con las
especr’ficamente femeninas, tendriamos que aclarar al menos cua-
a'reas de enterramiento/deshecho.
les son nuestros criterios para establecer que las figurillas son fe—
5) En Kostenki se conocen una serie de yacimientos al aire libre

276 277
Tabla 2 «iluadus .1 ln largo dc 1/5 km, en la orilln i/pquicrda dcl rio Dun.
Atribucién de sexo biolégico a las figurillas dc Venus l (1% [igurillas parccen ser exclusivas de Kostenki I. Deben'amm
(por yacimiento y por rcgién)."‘ prcgunlal‘nus acerca dc las. relaciones entrc €505 diversns yaci—
micntos y las acrividades, al parcccr, compartidas y diferentex
cnlrc c1105. [is precisameme en esas difcremes situacioxu-s de
llumlu Hi 1m amid!) social en cada uno de los campamentos en una regio’n
I‘ll "I‘ll‘HJlVll gm \z‘rj [in
locali/‘(ula donde es ma’s probable que obtengamos informacin’n
sabre la limcio’n y los significados de las figurillas.

Conclusioncs finales
Lo quc trato dc subrayar en este trabaio es la importancia de los
instrumentos conceptuales y de una diversidad de estrategias po—
sihles para resituar la investigacio’n en un dominio de la arqueolo—
gia que que ha tenido diversos problemas interpretativos en las
u’ltimas de’cadas. He sen'alado algunas de las premisas implicitas

---- que han gui’ado durante largo tiempo las interpretaciones de estos

-—-—— enigma’ricos artefactos y he discutido algunas de las orientaciones


metodolo’gicas y epistemolo’gicas asociadas que han complicado ma’s
_--—— las cosas. No pretendo haber planteado todos los problemas ni te—

_,-_-_—_-_-
ner todas las respuestasi Ni creo que los trabajos anteriores tengan
quc ser deshechados. Pero pienso que los temas planteados son re—
levantes. actuales y pra’cticos. Adema’s, esas preocupaciones van ma’s
alla’ del estudio de las Venus porque las orientaciones metodolo’gicas
y umceptuales que encuentro problema’ticas para este tema son
mmunes a gran parte de la investigacio’n arqueolo’gica (por ejem-
EUROPA plo, sobre el «presentismo» en la investigacio’n sobre los ori'genes.
\‘c’ase Conkey y Williams, 1991). He procurado establecer el cli—
ma inrelectual en el que ha tenido lugar el ana’lisis de las figurillas
y quc es una tradicio’n intelectual comu’n a gran parte de la im'es/
Iigacio’n sobre el Paleoli’tico (Dobres, 1992).
Hay estrategias alternativas metodolo’gicas y epistemolo’gica:
que csta’n disponibles no 5610 para replantear los problemas exis—
[L‘mes sino tambie’n para continuar la investigacio’n en los domi»
nim simbo’licos e ideolo’gicos de la prehistoria, y esta’n en la bi—
bliografi’a (aunque n0 necesariamente confinadas a las pa’gixms dc
' [Li-1:24 All:lii( lax i'cx'isras arqueolo’gicas). Si las aplicamos creativamente al anili-
\is (it la cultura material prehisto’rica, la posibilidad de nuevas pers-

278 27‘)
pectivas, nuevas interpretaciones, e incluso nuevos «descubrimien- ,4 (1988). Sex Dificerences research: Science or Belief? En R. Bleier (ed.),
tos» esta abierta. Ciertamente parece importante ampliar nuestros feminist Approaches to Science: 147-164. Nueva York: Pergamon Press.
paradigmas para extender nuestra perspectiva. Si no lo hacemos, BOURDIEU, P. (1977)., Outline ofa theory ofpractice. Cambridge: Cambridge
University Press.
me parece que pronto tendremos poco que decir respecto a la ac—
BRAITHWAITE, M. (1982). Decoration as Ritual Symbol: A Theoretical
cién humana prehistorica, sus motivaciones, su mentalidad. Sin Proposal and an Ethnographic Study in Southern Sudan. En I. Hodder

.
investigacién legitima en esos temas el estudio del pasado parece (ed.), Symbolic and Structural Archaeology: 80—88. Cambridge:
muy poco prometedor. Cambridge University Press.
COLLIER, J. y M. ROSALDO (1981). Politics and Gender in Simple Societies.
En S. Ortner y H. Whitehead (eds.), Sexual Meanings.-The Cultural
Agradecimientos Construction of Gender and Sexuality: 275-329. Cambridge: Cambridge
University Press.
Mis sinceras gracias a Kathleen Bole, Rainer Mack yJustin Hyland COLLINS, D. y ONIANS (1978). The Origins ofArt. Art History 1(1): 1-
quienes durante e1 pasado afio me ayudaron a matizar mis ideas 25.
sobre el tema. Estoy en deuda especialmente con Meg Conkey y CONKEY, M. (1990). Experimenting with Style in Archaeology: Some
Alison Wylie por exigirme siempre un pensamiento claro y por Historical and Theoretical Issues. En M. Conkey y C. Hastorf (eds.),
guiarme gentilmente hacia ese objetivo. Cualquier error de hecho The Use: ofStyle in Archaeology: 5—17. Cambridge: Cambridge University
Press.
0 de argumento son responsabilidad mia. Estoy agradecida por la
—— (1991a). Does it Make a Difference? Feminist Thinking and
ayuda que me proporciono’ el Comite de Chacmool en 1990, so-
Archaeologies of Gender. En D. Walde y N. Willows (eds.), The
bre todo Dave Selin: la conferencia fiie una gran inspiracio’n. Esta Archaeology of Gender, Proceedings of the 22nd Annual Chacmool
investigacio’n y mi posibilidad de presentarla en la conferencia re- Conference: 24—32. Calgary: The Archaeological Association of the
cibié una subvencio’n de la Robert H. Lowie Grant (University dc University of Calgary.
California, Berkeley) por lo que estoy muy agradecida. Agradezco (1991b). Contexts ofAction, Contexts of Power: Material Culture and
trambie’n a todos los que participaron en la sesio’n de la que fui Gender in the Magdalenian. En J. Gero y M. Conkey (eds), Engendering
Archaeology: Women and Prehistory: 57-92. Oxford: Basil Blackwell.
coordinadora sobre «Temas metodolo’gicos y epistemolo’gicos en la — '
y]. GERO (1988). Building a Feminist Archaeology. Comunicacio’n pre—
interpretacio’n de la representacio’n visual prehistérica», especial— sentada en el Annual Meeting of the Society for American Archaeology.
mente a los que atravesaron la mitad del globo para acudir. Phoenix.
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286
IX. CULTIVAR EL PENSAMIENTO
PARA DESAFIAR A LA AUTORIDAD:
ALGUNOS EXPERIMENTOS
DE PEDAGOGIA FEMINISTA
EN ARQUEOLOGIA
Margaret Conkey
Ruth E. Tringham

Este artfculo trata fundamentalmente de la practica y, en concre-


[0, de una determinada forma de pra’ctica —la ensen’anza—, que
necesariamente participa de y contribuye a nuestras teorias sobre
la arqueologia, la dida’ctica, la pedagogl’a y sobrc la manera de pen—
sar el «pasado». Aunque cada dl’a aumenta la bibliografl’a sobre fe-
minismo y pedagogl'a (Luke y Gore 1992, Maher yTetreault 1994,
Middleton 1988, Rosser 1986, Rothschild 1988) y aunque en an-
tropologfa se han abordado temas pedago’gicos relacionados con
el género, la raza y la etnicidad (por ej. Maxwell y Buck 1992),
este artfculo no pretende plantear un esquema filoso’fico o concep—
tual explicito para una pedagogi’a feminista en arqueologi’a, ni re-
sumir las diferentes aportaciones al respecto, aunque seria muy u’til
hacerlo. Lo que esperamos es que este trabajo contribuya a reflexio-
nar sobre la pedagogi’a feminista, especialmente en antropologi’a y
arqueologi’a, y, sobre todo, queremos explicar las experiencias que
hemos tenido al ensen’ar arqueologl’a, en las que sin duda ha in-
fluido el pensamiento feminista.
No podemos afirmar quc haya existido una u’nica razo’n para
llevar a cabo nuestros experimentos. Lo que es cierto es que nues-
tro interés y compromise crecieron cuando los iniciamos y que
ahora ya no podemos volver atra’s. Parece indudable que nuestra
colaboracion en la ensen’anza, que empezo’ al compartir una asig—
natura de segundo ciclo sobre historia y teori’a de la arqueologi’a,
Supuso una gran influencia y un importante esu’mulo para noso-

289
tras. Nos enfrentamos con el hecho de que mas que describijr e1 este articulo, puesto que influyeron en la forma especffica que
conocimiento servfamos de intermediarias del mismo y de cine adoptamOS para poner en practicas nuestras ideas sobre la ense—
debfarnos encontrar una alternativa al esquema de autoridad, tan fianza, la arqueologfa, e1 conoc1miento y el pensamiento femi—
utilizado en la docencia, pero que quedaba difuminado al ensefiar nista.
en equipo. En u’ltima instancia, las dos vemos muy claro que todas csas
A partir de nuestras propias experiencias en la conferencia influencias (conferencias, ensefianza en equipo, diferentes lecturas),
«Women and Production in Prehistory» (1988), el punto de par- recibieron un empuje definitivo con la publicacion en 1991, del
tida para el libro Engena’ering Archaeology (editado por Gero y libro de Marija Gimbutas The Civilization ofthe Goddess, que tuvo
Conkey en 1991), las dos tenl’amos claro que la arqueologi’a p0- una repercusion au’n mayor que su obra anterior The Language of
dl'a explicarse de diferentes maneras, tanto en las publicaciones the Goddess (Gimbutas, 1989). Sin duda, los anuncios previos a la
como en las aulas. publicacién, la sinopsis de la cubierta, y los primeros resu’menes
Cada una de nosotras habfa recibido, aderna’s, sus propias in- del libro —-que declaraban que se trataba de «la respuesta defini-
fluencias. Ruth Tringharn empezo a realizar presentaciones alter- tiva a la prehistoria europea»— nos impulsaron a autocriticar nues—
nativas con un enfoque especifico en las diferentes interpretacio- tra practica docente y nuestras exposiciones sobre arqueologi’a. Nos
nes posibles de los mismos datos a partir de la revision del arti’culo vimos inmersas en una de las mayores acciones del pensamiento
que habi’a expuesto en la citada conferencia. Una parte de feminista, es decir, en el cuestionamiento de la historia, la autori-
«Household with Faces» (Tringham, 19913)l simula una entrevis- dad y el lenguaje. Desde esta posicion, las pretensiones del libro
ta radiofénica en la que aparecen diferen‘tes interpretaciones de la de Gimbutas en 1991 proporcionaron un punto de partida. Ya
Vida en el Neolftico Antiguo. Esta misma idea se puso en practi— habfamos trabajado en equipo en un seminario sobre la «Arqueo—
ca, con distintos intérpretes, en una sesién de los seminarios de logi’a y la Diosa» para estudiantes de segundo ciclo y esta’bamos
nuestra facultad (que normalmente consisten en una conferencia preparando un curso sobre el mismo tema. En el contexto de esa
o clase magistral). Las ideas de Jean—Paul Bourdier, al plantear que clase (en oton’o de 1991) empezamos a experimentar, de forma
ignorar la ambiguedad y trabajar con la ilusio’n de que hay «he- consciente, con la aplicacio’n a la ensen’anza de lo que considera—
chos probados» (en arqueologi’a) es pretender que la propia inter- bamos principios feministas.
pretacio’n del conocimiento es conocimiento y no un «modo de Parte del trasfondo pedago’gico que desarrollamos puede encon—
transmitir el conocimiento» (Bourdier, 1989), influyeron decisi- trarse en el arti’culo de Tompkins. Esta autora cri’tica lo que consi—
vamente en la redaccién de «Men and Women in Prehistoric dera el modelo pedagogico dominante en la ensefianza superior de
Architecture» (Tringham, 1 99 1 b). los Estados Unidos: el modelo de representacio’n.2 Segu’n ella, este
En cuanto a Conkey, el arti’culo que mas’ la influyo’ fue un modelo «coacciona y destruye la creatividad y el esti’mulo para el
breve ensayo de Jane Tompkins reimpreso en Lz'ngua Franco: aprendizaje» no menos que el «modelo de la banca» (Freire, 1973),
«Teaching Like It Matters: A Modest Proposal for Revolutionizing donde el conocimiento se imparte de forma que el ensen’ante de-
the Classroom» (Tompkins, 1991). En ese trabajo, Tompkins ex— posita y los estudiantes son depositarios. Lo que propone
puso algunas ideas innovadoras que sirvieron para replantearnos Tompkins, y lo que ha intentado llevar a la pra’ctica, es una ense-
nuestra propia docencia y para reexaminar los nexos entre nues— n'anza entendida que «formacio’n pra’ctica». Se trata de que «los es—
tro pensamiento y formacion feministas y nuestra pra’ctica de la
ensefianza. Discutiremos algunos de estos puntos a lo largo de
2. Tompkins describe e1 modelo de representacién a partir de su propia docencia: «Hacia
una representacién cuyo fin no era ayudar a los estudiantes a aprender sino actuar ante ellos
1. N. T.: Ve’ase Cap. III de este volumen. d6 modo que tuviesen una buena opinion de mi» (Tompkins 1991: 24).

290 291
tudiantes sean responsables de Tpresentar 61 material 611 clase»
puede convertirse en una de las actividades ma’s feministas por
(Tompkins, 1991, p. 26).
su propia narumleza.
Aunque Tompkins sugiere otras ideas igualrnente estimulantes
Empezaremos planteando algunos de los temas o aspectos que
y provocadoras, lo que nos planteamos como un rero fue reem-
deberfan incluirse en una «pedagogl’a feminism». La mayor parte
plazar la representacio’n por la formacién practica, tmtando de ver de este artfculo, sin embargo, tramra’ de explicar nuestros propios
si «lo que realmente importa en cuanto a nuestras creencias y pro- experimentos en la ensen‘anza de la arqueologl’a, con la esperanza
yectos de cambio (social) no es tanto lo que decimos en clase como de que puedan servir a otras personas y de que recibiremos suge—
lo que hacemos» (Tompkins, 1991, p. 26). Con todas esas ideas e rencias, crfticas e ideas para seguir desarrollando y mejorando es—
influencias, nos embarcamos una serie de experimentos dida’cticos tas perspectivas.
que interconectaban el pensamiento feminism, la arqueologfa y la
pedagogfa. Hemos tenido la suerte de conmr con el apoyo del de-
parmmento y de la universidad para poder comparrir asignaturas gEn qué consiste una pedagogfa feminism?
de forma repetida. Ademas’, hemos aplicado los resultados de nues- Es importante sen'alar que no 5610 debemos aplicar una peda—
tros experimentos conjuntos en las asignaturas que hemos impar-, gogi’a feminism a las asignaturas expli’citamente feminisms o que
tido individualmente. Para nosotras, a] igual que para Tompkins, tramn aspectos relacionados con el ge’nero. Aunque asumimos
resultari’a diffcil, por no decir imposible, volver a] sistema de en- la premisa feminism de que tomar en serio el sexo/ge’nero es
sen’anza anterior. Si bien es cierto que, tanto desde un punto de consustancial al feminismo contempora’neo, pensamos que la pe-
vista cuantitativo como cualitativo, hemos alcanzado un e'xito con- dagogl’a feminism no debe Iimimrse a cursos como «Arqueolo—
siderable, esto no quiere decir que no podamos mejorar 0 intro— gi’a y Ge’nero», «Mujeres en Arqueologi’a», o a las partes dei pro-
ducir cambios. Tampoco significa que nuestros experimentos se grama que se centran en ternas de ge’nero, como el ana’lisis de
hayan valorado positivamente de forma una’nime, ni que no se las unidades dome’sticas, la produccio’n artesanal, etc. Aunque
hayan cuestionado o no hayan suscimdo cierro grado de inquie— cmpezamos nuestra ensen’anza feminism compartiendo una asig—
tud. natura de segundo ciclo de tema’tica claramente relacionada con
Con todo, cuando crefamos que estabamos tratando de «li- el género y el feminismo —«Arqueologfa y la Diosa»—, muy
berar» nuestras clases, tambie’n nos libera’bamos a nosotras mis- pronto nos dimos cuenta de que los diferentes experimentos pe—
mas ——quizas de un modo un tanto egor'sta. La ensen‘anza de la dagogicos también podi’an aplicarse a lo que podrl’an ser asig-
arqueologia y todo lo que se refiere a 105 datos y la interpreta- naturas mas comunes como las de cara’cter regional,
cién, desde la teori'a a1 método, se ha convertido para nosotras cronocultural o tema’tico. En nuestro caso, por ejemplo, pusi-
no 5610 en el contexto desde el que podemos pensar en el im— mos en pra’ctica nuestras ideas no 5610 en la asignatura de «Ar-
pacto del pensamiento feminism sobre co’mo «hacemos» arqueo- queologl’a y la Diosa», sino tambie’n en la de «Arqueologi’a y
logia y sobre lo que pudo haber sido el pasado humano, sino prehistoria de Europa».
tambie’n en una forma de pm’ctica feminism. Pensamos que a Nuestra estrategia pedagogica ma’s importante, que configuro’
pesar de la tardl’a incorporacién del pensamiento feminism a la el nu’cleo central de la formacion pra’ctica en cada clase, consistio’
literatura y circulos arqueolégicos, la propia naturaleza de la ar— en el uso de paneles. Vamos a describir algunos de esos paneles
queologi’a, su tema y crucialidad (en gran medida todavia no re- con detalle y a sen’alar los puntos ma’s positivos y negatives. In—
conocida) para la poli’tica cultural contempora’nea, resulta parti— troducimos ahora la «estrategia» de los paneles para que cuando
cularmente apropiada para una pedagogi’a feminism. A pesar de discutamos mas’ detenidamente nuestra pedagogl’a feminism, quien
la resistencia de muchos de los que la practican, la arqueologfa lea este artfculo pueda imaginar las posibilidades de un formato

V292 293
de tipo panel como medio para aproximarnos a y conseguir nues—
«La ensefianza de la arqueologfa por medio de clases magistrales»,
tros objetivos feministas. pero, de hecho, constituye el fundamento de nuestra propuesta.
En tanto que docentes, una parte importante de nuestro tra- Lovs paneles, descritos mas abajo, presentaron formas y contenidos
bajo consiste en tratar de compaginar la transmision de informa- diversos. La idea basica consiste en que el grupo de estudiantes
cién que aparece en la bibliografi’a (textos, articulos, etc.) y que quc haya elaborado un panel se convierta en el «instructor» del
procede de nuestra propia experiencia/conocimiento con una par- resto durante un semestre de quince semanas, en el que hay de
ticipacio’n activa en el aula. Esta clase activa y participativa no esta siete a catorce clases. Probamos diferentes tamafios para los pane—
compuesta por un grupo transitorio de estudiantes anénimos, sino les (de cara a encontrar el mas adecuado), distintas maneras de
que comprende individuos diferentes, que no estan en clase para preparar y establecer las directrices basicas y los temas que debi'an
«llenarse» de conocimiento sino, usando una idea comu’n pero apro— tratarse. Muy pronto dejamos la cuestion del formato (en forma
piada, para encontrar su propia voz a trave’s de la interaccio’n en- dc debate, representaciones, serie de presentaciones, uso de
tre la experiencia y el conocimiento. Hemos tratado de romper las diapositivas, elementos de apoyo, folletos, etc.) en manos del
barreras entre conocimiento y experiencia. Ya no consideramos el alumnado. Aunque al principio les agobiaba la idea de tener que
aula como un lugar donde nosotras, las instructoras, debemos «pu— trabajar con mas genre (de 4 a 7 estudiantes que, ademas, no co—
lir» nuestras habilidades (como opina Tompkins). nocfan de antemano), pronto les estimulo’ el desafl'o impli’cito en
De lo que se trata, mas’ bien, es de estimular la conciencia cri— este tipo de clase. En algunos cursos, el conjunto de la clase parti-
tica y proporcionar al alumnado mecanismos para poder expresar cipé en la elaboracion de paneles; en otros casos, a1 ser e’sta muy
sus pensarnientos y observaciones criticas. Les animamos a cues- numerosa, se tuvo que dividir y se buscaron modos alternatives
tionar la autoridad de quienes escriben, en vez de a aceptarla pasi— de expresién para quienes no participasen en los paneles (usual—
vamente. Les incitamos, especr’ficamente, a que reflexionen sobre mente un trabajo de 5 a 7 pa’ginas).
la validez de que existan interpretaciones diferentes. En la dimi— Los paneles tuvieron ma’s e’xito cuando quienes los elaboraban
mica del aula buscamos encontrar sistemas para que el alumnado se senti’an familiarizados con los temas que se trataban a partir de
exprese sus opiniones en un foro de igualdad. Queremos que 105 sus experiencias personales, ya fuese por lecturas previas, por otros
y las estudiantes se comprometan con formas de expresio’n no con— cursos anteriores, por los medios de comunicacio’n, por experien-
vencionales, como el uso de multimedia 0 de exposiciones verda- cias adquiridas en viajes, por historias familiares, por las relacio—
deramente participativas, de modo que a trave’s de esos instrumen— nes dc poder, etc. For 10 tanto, tambie’n debi’amos pensar cual’es
tos, puedan reorganizar el poder de estos propios medios. Buscamos seri'an los temas ma’s adecuados para los paneles. Tambie'n influyé
maneras de llevar a la pra’ctica la cn’tica feminista de la ciencia; en el buen curso de los paneles el que hubiese una o dos personas
gqué otra disciplina mejor que la arqueologl’a para cuestionar la que asumiesen un cierto liderazgo en la organizacio’n del panel y
historia, la autoridad, el lenguaje y el Si’mbolo? Creemos que dis— el que especiflca’ramos y detalla’ramos las directrices (de forma oral
cutir estos temas constituye un elemento bas’ico de la cri’tica y de 0 escrita). En la presentacio’n de los paneles se produjeron, inevi—
la accién feministas. tablemente, situaciones extremas: del miedo inicial a no tener nada
que decir a llegar a hablar demasiado, hasta el punto que una de
las premisas de este tipo de propuesta, la de estimular la discusio'n
La formacion practica en arqueologfa a través abierta y el debate en el aula, se vio reducida o (a causa del ll’mite
de paneles dc tiempo que supone una clase de 50 minutos) interrumpida
El u’tulo de este apartado puede parecer extran’o, sobre todo si 10 cuando empezaba a ser interesante.
comparamos con lo que podri’a ser un ti’tulo mas convencional tipo Naturalmente, los paneles solo configuraban una parte del pro—

294 295
fit

ceso de aprendizaje durante el curso. Habi’a tambie’n lecturas y cla— mm popular —«el movimiento de la Diosa»— y la arqueologi’af'
ses magistrales, nuestras 0 de profesorado invitado. Los paneles no h‘stas son algunas de las cuestiones que motivaron esre curso: (‘Cua’l
reemplazaban los exémenes o trabajos, aunque vimos que las prue— es la relacién enrre arqueologfa y la cultura popular?, écémo se usa
bas de evaluacién, especialmente en el caso del examen final, te- 1a arqueologi’a en la construccién de los sistemas de creencias con-
nian que ser ma’s abiertas, por ejemplo en forma de trabajos que temporéneash equé evidencia arqueolégica existe y qué evidencia
pudieran prepararse con antelacio’n. También observamos que el se pretende que exisre para reivindicar ciertos sistemas prehistori-
alumando obteni’a mejores resultados cuando los temas de los tra— cos de creencias? El curso se planted como un anélisis cri'tico de
bajos (que teni’an que ser criticas interpretativas) coincidi’an con trabajos recientes basados en gran medida en la arqueologi’a del
los que habfan tratado al elaborar un panel. Por ejemplo, para Paleoli’tico y Neoli’rico para subrayar y apoyar una interpretacion
quien habi’a participado en el panel de la «cabafia» de Terra Amara especifica de las relaciones de ge’nero en las sociedades del pasado.
(en el curso de «Arqueologi’a europea», claro esté), el redactar una Los temas de discusio’n de los paneles, que se presentaron casi
crftiea sobre la interpretacio’n de la arquitectura y las estructuras cada semana, se centraron en aspectos teéricos (Tabla 1). Se trata—
en el Paleoli’tico europeo estimulaba el desarrollo y la consolida— ba de aportar puntos de vista diferentes para el debate. Durante e1
cién del conocirniento en ese campo arqueolégico concreto. curso se uso «el movimienro de la Diosa» como base para consi—
En muchos cursos, teni’amos un panel cada semana; en otros, derar lo que representa la cri’tica feminista en arqueologi'a y la di-
sélo tuvimos siere paneles en las quince semanas. Para la asigna- ferencia que implica analizar los temas de ge’nero en las socieda-
tura de «Arqueologi’a y la Diosa» disponi’amos de un calendario des humanas del pasado desde una perspectiva cri’tica, que incluye
muy estricto, con una clase de «datos» empi’ricos el lunes, una clase un cuestionamiento de la autoridad de la persona que investiga.
de «teorla» el mie’rcoles, y un panel el viernes. Intentarnos que quie— Por esta razo'n, los paneles plantearon importantes debates teo’ri-
nes no pudieron participar en la elaboracio’n de los paneles los eva- cos sobre la construccio’n del conocimiento del pasado. Esos de-
luasen cri’ticarnente. Quiza’s la asignatura que mas esfuerzo requi— bares se situaron en su contexto de modo que los temas resultasen
rié fue la de «Arte prehisto’rico» (impartida por Conkey), cuando suficienremente expli’citos, claramente observados y criticados. Al
unos cien esrudiantes escribieron una cri’rica de un pa’rrafo de seis mismo tiempo, el enfoque central del curso, la «Diosa», ha side
de los siete paneles, ,‘produciendo unos 600 pa’rrafos que la profe-
sora tuvo que leer y evaluar'.
3. En los u’ltimos quince an'os, se han formulado una serie de teon’as sobre marriarca-
A continuacio’n describiremos los paneles que se elaboraron para dos prehisro’ricos, el poder fe‘menino, la cxistencia de relaciones de ge’nero armoniosas, las
los sigujentes curses.- rcdcliniciones espiriruales, la conciencia ecolégica, y la poli’tica de la espiritualidad en rela-
(1) El primero, expll’citamente feminisra y orienrado hacia el (iu'n a la imagen de la Diosa (Eisler, 1987; Gadon, 1989; Spretnak, 1982; Srone, 1976;
Gimburas, 1989, 1991: para una crftica derallada, vea’se Conkey y Tringham, 1995;
terna del ge’nero, llamado «Arqueologi’a y la Diosa»; (2) 105 cursos Tringham. 1993). En el nu’mero de diciembre de 1992, la revisra Republic de Phoenix,
generales, «Arqueologi’a y prehistoria de Europa» (imparrido en Arizona, sen‘alaba que, segu’n Megatrends, mas de 500.000 personas (principalmente. pero
no cxclusivamente, mujeres) se «identificaban» con varios aspecros de esos remas e ideas.
equipo pero en dos momentos diferentes y con distintas propues—
La hipéresis (o conviccién para algunos) postula, en Si’nresis, lo siguienre: con anterio—
tas de formato) y el de «Arqueologi'a Mediterra’nea» (impartido ridad a la «invasién» de los indoeuropeos, hace unos 5000 an'os, exisu’an sociedades en Eu—
solamente por Tringham); y (3) una asignatura de perfil conven- ropa y cl Préximo Oriente que adoraban a la diosa, estaban centradas en las mujeres, en
urmoni’a con sus contextos ecolégicos, con relaciones més equilibradas enrre hombres y
cional, «Arte prehisto’rico» (impartido por Conkey). mujcres y en las que la posicién social de las mujeres era elevada y resperada. Estos «he—
(1105» se basan en la existencia de arrefacros (como las figurillas femeninas), en la interpre-
Arqucologfa y la Diosa racio’n de cicrros motivos decorativos (por ejemplo, las espirales) como femeninos y en de—
It'rminados elementos arquirecténicos (por ejemplo, «alrares», «santuarios» o «templosfl
La asignarura de «Arqueologi’a y la Diosa» (oton’o 1991) se disen’O’ rclacionados con la naturaleza' sagrada o religiosa de arriburos femeninos. Estos rasgos se
para analizar la relacio’n entre un tema contempora’neo de la cul— mnsidcran manifestaciones arqueolégicas de la Diosa o Diosas.

296 297
Tabla 1 Uims»
«megal en el contexto de la ciencia convencional, que exige resolu-
final, es decir, una u’nica «verdad».
la Dlosa»
Pancles del curso «ArqueologfaTy cio'n y 0bjetivo

VII. El fracaso dc la arqueologfa al tratar aspectos espiritualcs.


En este caso, se analizaron las causas de la dificultad que la arqueologfa
fll.('Es feminism la bibliografla sobrc‘la Diosa?
parece tener al trarar de lo simbo’lico o lo espiritual. Provoco’ el debate ma’s
Este primer panel traro’ del tema ma’s importante del curso. Funcioné bien arqueolégica y sobre «como sabemos lo que
porque los miembros del equipo tenfan conocimientos previos de crftica cnccn dido sobre epistemologl’a
feminista. Todas las presentaciones enfatizaron desde distintas perspecti- sabemos».

vas que cl hecho de (ener en cuenta a las mujercs no implica necesaria—


mente feminismo. VIII. Arqucologfa e Historia dc la Religién.
Aq'ui' se trataba de explorar de que’ manera se ha utilizado la arqueologla
en la construccién de sistemas de creencias y cémo la investigacién sobre
II. Dcscubrir los «orfgcnes» dc la Diosa en la prehistoria, éda a1 mo-
vimiento mayor legitimidad? remas religiosos ha recibido o reaccionado ante los relatos religiosos so-
El sector del equipo que defendla el «no» en el debate planteo' que a partir bre la diosa basados en la prehistoria.
de la bu’squeda de los orfgenes, rafces y evolucién del movimiento de la
Diosa tan solo se consigue una legitimidad basada en el «presentismo» con— IX. La Casandra dc Christa Wolf y la crcacién y cl podcr dc los mit0s.
vencional de gran parte de la construccién de la «prehistoria». El rema era la creacio’n y el poder de los mitos en la Vida y la cultura hu-
mana. Se utilizo’ como ejemplo la novela Camndra. Pedimos a los partici—
III. El lugar y la fimcién de la cspeculacién en arqueologfa. panres que examinaran la idea de que Ios miros residen en muchos lugares
Se llegé a un consenso en el sentido de asumir que la especulacién resulta de nuestra conciencia y que conciernen a nuestras vidas coridianas en for-
una parte esencial de la empresa cienn’fica. No obstante, en el caso del mas de las que no somos conscienres (incluyendo la construccio’n acade—
movimiento de la Diosa, la especulacio’n aparece frecuentemente como una mica de la prehistoria). Pedimos a cada miembro del panel que explicara a
afirmacién autorizada de «hechos verdaderos». El panel se planteé rambie’n la clase como afectaba o habl’a afectado el mito a su Vida cotidiana. Res-
otro problema: cuando la especulacio’n se presenta como una afirmacio’n pondieron muy bien a esas sugerencias y relataron partes de sus vidas como
autorizada, la ambigu"edad y las posibles interpretaciones mu’ltiples de los miros. Una estudiante explico co’mo habi’a sido ordenada bruja. En mu-
datos arqueolégicos se pierden porque se mistifica y no se reconoce el pro- chos sentidos fue el panel mas estimulante, pero parti'a de gran parte del
ceso que llevé a la especulacio’n. trabajo anterior del curso. Adema’s file un factor positive 61 hecho de que
las participantes fuesen feministas serias. El u’nico problema era que el re—
IV. Plausr'bd'i'dad, rcalidad y ambigu"cdad en la bibliografla dc la diosa. lato de los mitos necesitaba mucho tiempo y dejaba poco espacio para la
Esre panel se centro’ expli’citamente en la obra de Marija Gombutas y tra— participacién del resto de la clase.
to’ de reconstruir la forma en que construi’a sus argumentos por asevera-
cio’n y haciendo inferencias a partir de los datos arqueolégicos. El panel X. gQué sentido tiene critiear el uso que el movimiento de la Diosa
no dio muchas posibilidades a Gimburas. Obviamenre, no fuimos suficien- hace dc las fuentes arqueolégicas?
temente imparciales en nuestras sugerencias. ('Debilita la arqueologi’a el poder del movimienro de la diosa al criticar el
uso que e’ste hace de las fuentes arqueolo’gicas? La evidencia arqueolo’gica,
V. El scntido y cl tratamicnto dc la cultura material en arqucologfa. grefuerza o debilita al movimiento de la Diosa? El panel sen’alo’ muchas
En este caso se buscaba entender las teorl’as de la cultura material usadas razones para las cri’ticas. Nos complacio' que se alcanzase un cierto equili-
en arqueologi’a. El panel planreaba un tema central: la variedad de percep— brio de manera que el poder de la critica no socavase seriamente la empre-
ciones y el poder de significacién de los slmbolos. 83 de «hacer arqueologl’a», aunque, como veremos, e’sra es siempre precaria.

a
VI. El «mister-i0» megalftico: gdebe ser rcvelado?
Esre panel se centro’ en los monumentos megall’ticos de la Europa Occi-
dental durante la prehistoria y en su incorporacién al «repertorio» del mo—
vimiento de la Diosa. El panel puso de relieve el misterio que implican los

298 299
Vt

bastante discutido en los medios de comunicacio’n y en diferentes Esta cita es un magni’fico ejemplo de un argumento por aflr-
contextos. Todo esto tuvo un efecto estimulanre que se reflejo’ en macio’n utilizando datos arqueolo’gicos: co’mo vivr’a la gente, lo que
la clase durante el curso (con mas de cincuenra estudimltes). posei’an (y lo que era la «propiedad»), quien mandaba, etc. Pro—
Unas cinco estudiantes eran lo que puede describirse como «ac- porcioné un punto de partida para discutir las inferencias sobre el
tivistas de la diosa»: artistas y bailarinas inspiradas por la diosa, rango y la propiedad de las personas vivas a partir de los ajuares
miembros de un aquelarre, o «brujas» auroproclamadas. Se con— {unerarios; sobre el cara’cter evolutivo de te’rminos como igualita—
virtieron en una verdadera fuente de experiencias para las discu— rio, sistema de jefatura, matrifocalidad, patriarcal; y sobre los pro—
siones en clase. Otros y otras estudiantes teni’an conocimientos blemas de esencialismo en las categori’as u’nicas —lo «femenino» y
sobre religio’n, antropologi’a, arqueologi’a y otras disciplinas. 10 «masculino»-— para lo que debi'a haber constituido un conjun-
En la segunda reunio’n del curso, todavr’a sin paneles, se plan- to complejo de genre. Tambie’n posibilito’ el debate sobre el otor—
teo’ averiguar y a la vez criticar, co’mo se construyen las narrativas gamiento de ge’nero a la Tierra, con la consiguiente discusio’n sobre
arqueolo’gicas, incidiendo especialmente en la narrativa de la «Dio- la oposicio’n naturaleza/cultura y su historia, y sobre la atribucio’n
sa» en prehistoria. Escogimos una presentacio’n audiovisual y pro— de ge’nero (femenino) a la Naturaleza y su historia (por ejemplo,
yectamos el video «The Goddess Remembered» (Read, 1988). Este Keller 1985, Merchant 1980).
medio reforzo’ nuestra conviccio’n, y la de clase, de que las repre- Si bien este video parecfa un blanco fa’cil para la cri'tica preci-
sentaciones audiovisuales de arqueologi’a, del pasado humano y de samente porque estaba destinado para el gran pu’blico, nos hizo
las relaciones de ge’nero, constituyen importantes instrumentos ver la necesidad de ampliar nuestra perspectiva anali’tica —en tanto
pedago’gicos (vea’se Maxwell y Buck, 1992). que profesionales de la arqueologi’a en una sociedad contempora—
Tringham selecciono’ y mostro’ ciertas partes del video. En cada nea— en el sentido de introducir e incluso basarnos en 105 me—
punto en que se hacr’a un enunciado interpretative «de autoridad», dios de divulgacio’n en vez de ignorarlos porque creemos que no
se paraba el video y se invitaba a los miembros de la clase a hacer pertenecen a la arqueologr’a acade’mica (con la esperanza de que
su propia interpretacio’n, a reflexionar sobre co’mo se construi'an esas desaparecera’n, l-lo que evidentemente no hara’n'.). Es precisamente
afirmaciones (por ejemplo, cuestionando cual era la inferencia des— porque los medios esta’n controlados y al servicio, justamente, de
de los datos a la interpretacio’n) y a realizar comentarios, preguntas los mismos agentes de control que han apoyado e1 pensamiento
y criticas. Por ejemplo, en el Video Charlene Spretnak dice: patriarcal, esencialista y autoritario, por lo que un compromiso
cxph’cito con los medios resulta esencial para una pedagogi’a femi—
Diri’a que una cultura matrifocal es aque’lla en la que la mujer msta.
tiene un lugar de honor y respeto, lo que no implica dominio. Al tratarse del primer curso en el que usamos paneles, el
Los hombres y las mujeres se enterraban casi del mismo modo alumnado recibio’ menos orientaciones que las que proporciona-
en las culturas de la Europa antigua. Las mujeres teni’an algo mos ma’s tarde. Para cada panel, indicamos algunas cuestiones ba—
mas’ de ajuar, pero no encontramos nada similar a lo que seré sicas y unas pocas referencias bibliogra’flcas, asi como las lecturas
cl sistema de jefaturas patriarcales posterior, donde un hom— ma’s rclevantes para el tema especifico del panel. Adema’s de los
bre posei’a rnujeres y otros hombres, asr’ como caballos y obje— paneles (diez paneles de cinco estudiantes), cada estudiante escri—
tos. Es decir, se trataba‘de una sociedad bastante igualitaria. bio’ un trabajo de investigacio’n independiente e hizo un examen
No es que se gravara la situacio’n de los hombres para favore— final, con una serie de cuestiones repartidas previamente. Tuvimos,
cer la de las mujeres. Era solo la natural reverencia de los po— al menos, una larga sesio’n de revision (opcional, pero con bastan—
dercs ligados con la Madre Tierra y las mujeres (Read, 1988). t6 asistcncia) antes del examen para plantear temas en relacio’n a
csas cuestiones.

300 301
Asignaturas dc imbito geogréfico: Arqueologfa europea y dividual, de la Vida de la unidad dome’stica, del sentido de los ob—
meditcrrénca jcros individuales, de los sucesos especr’ficos, y de los aspectos con—
En muchos sentidos, las asignaturas «generales» de una especiali— cretos de la accion social humana, con el trasfondo de los cam-
dad, como prehistoria o arqueologfa, suponen un desaffo mayor bios a gran escala. Se trata de un enfoque difi’cil de abordar cuando
desde una perspectiva feminisra que las asignaturas del tipo ante- se ensefia porque exige mas tiempo de discusion. Ademas, requie-
rior, centradas en remas obviamente feministas 0 de género. He- re una mayor familiaridad del personal docente con los materiales
mos aprendido algunas lecciones a partir de la ensen’anza feminis- arqueologicos e implica un mayor esfuerzo de estudio e imagina-
ta de la arqueologfa del continente europeo y de la cuenca cion por parte del alumnado.
mediterra’nea. Los paneles para los cursos «Arqueologi'a y prehistoria de Eu—
Los manuales de arqueologi'a de esas regiones contienen mu- ropa», (imparrido conjuntamente en la primavera de 1992 y la de
chas enunciados interpretativos «de autoridad» sobre los cambios 1994) y «Arqueologi’a mediterra’nea» (impartido por Tringham en
evolutivos regionales y a gran escala desde la primera colonizacién la primavera de 1993), parti’an del ana’lisis de un yacimiento, un
humana hasta los comienzos del arte y de la agricultura, a través rasgo cultural, una serie de artefactos o, a veces, un «grupo» o pe—
del desarrollo de las jefaturas complejas y de los sisremas de inter- ri’odo cultural (Tabla 2). La primera vez que se impartio’ uno de
cambio, etc. Como especialistas en esas a’reas de investigacio’n, sa— estos cursos (Arqueologi’a europea) con paneles, proporcionamos
bemos que pocas cosas acerca del pasado son definitivas. Con todo, una informacio’n basica no muy estructurada, principalmente de
querl’amos usar algunos manuales para proporcionar una base de forma oral, aunque con una bibliografl'a relevante (incluyendo li—
informacion necesaria para el desarrollo de diversos temas. Aun- bros y arrl’culos). Despue’s de un brev‘e encuentro inicial, se dejo’
que sin rechazar la investigacio’n existente hasta el momento en que el alumnado tomase su propia iniciariva. Se ofrecio’ la posibi-
arqueologl’a, queri’amos discutir en clase Como se han usado los lidad de que se realizaran nueve paneles, de manera que se espera—
daros y los «hechos». ba que cada estudiante participase en un panel y pudiese tener la
Al igual que en el curso de «Arqueologfa y la Diosa» preten- oporrunidad de un segundo panel (estaban matriculados 45 estu-
dl’amos desmitificar esos «hechos» por autoritaridad, demostrando diantes).
que los mismos datos pueden tener interpretaciones diferentes de— Para el curso de «Arqueologi’a mediterra’nea» y para la segunda
bido a la diversidad de perspectivas sociopoh’ticas y de rradiciones vez que impartimos «Arqueologi’a europea» con paneles, ofrecimos
arqueolo’gicas. Nosotras mismas nos formamos en dos pai’ses y en la informacién ba’sica de un modo mas’ formal (por escrito), con
dos perl'odos levemente diferentes de‘ la arqueologi’a anglosajona, detalles de la evidencia arqueolo’gica, el contexto prehisto’rico ge—
hecho que resulté u’til para el debate en el aula porque cada una neral del tema, la bibliografi’a general y especifica, y algunas indi—
de nosotras cuestionaba a la otra o desafiaba lo que representaba caciones respecto al tipo de interpretaciones plausibles, lo que re-
su herencia intelectual. presento’ un avance importanre. Tambie’n abordamos el tema de la
Para llevar a te’rmino nuestra critica fue muy importanre que creacio’n de teori’as descabelladas (por ejemplo, astronautas en
tratasemos de observar e interprerar los daros a diferentes escalas. Stonehenge, elaboracio’n de cerveza en los «templos» malteses).
A diferencia de la escala evolutiva ti’pica de los manuales —y, de La Tabla 3 constituye un ejemplo de la informacio’n ba’sica que
hecho, de gran parte de la bibliografi’a arqueolo’gica— pretendi’a— proporcionamos. Se trata del panel sobre Lepenski Vir. Tratam’os
mos, siguiendo la cri’tica feminista en literatura, geografl’a, arte e de estimular a] alumnado a proponer desafi’os interpretativos 6 his—
historia, realizar una interpretacion a pequen’a escala. Es decir, que— torias fundamentadas a partir de la evidencia de yacimientos y ar—
rfamos dirigir nucstra atencion a la interpretacion de la accion in— tcfactos concretos. Al mismo tiempo, como feministas, intentamos
PFOFundizar en la desmitificacio’n de la autoridad de los hechos cien—

302 303
Tabla 2 Tabla 3
Paneles dc arqueologfa europea Ty
mediterranea. El poblado mesolftico de Lepenski Vir, Yugoslavia

Lugar: Lepcnski Vir, en la orilla derechas de las gargantas del Danubio,


Egolzwil, Suiza: poblado lacustre. Yugoslavia. Descubierto durante las prospeccioncs rcalizadas para la cons-
Lepenski Vir, Yugoslavia: poblado mesolfrico. truccién del pantano del Danubio. Excavado a finales de los an'os sesenta
por Dragoslav Srejovic. Cazadores—recolectorcs post—pleistocénicos
Oetzi, el hombre de hielo, Austria] Italia: cuerpo congelado del 3300 (mesolfticos). Dragoslav Srejovic crefa que cl yacimiento era basicamente
a.C. preagrl'cola. Otros autores (por ejemplo, Tringham) suponen que rcpresenta
New Grange, Irlanda: tumba megalftica neolftica. la interaccién de comunidades cazadorcs/recolectores y agriculroras
(neoll’tico).
Maiden Castle, Inglaterra: fortalcza de la Edad del Hierro.
Contexto general: transicio’n del mesolitico al neolftico en el sudesre de
Terra Amata, Francia: «caban'a» del Paleolftico Inferior. Europa. lnteraccién entre cazadores—recolectores y agricultores en Europa.
La Solutré, Francia: «matadero» del Paleolitico Superior. Hallazgos interesantes del yacimiento: casas trapezoidales con hogares
Mas d’Azil, Francia: yacimiemo epipaleolftico con guijarros pintados. de Formas poco usuales en rerrazas; cabezas de piedra grabadas;
enterramientos, instrumentos muy elaborados de piedra y hueso; espinas
Opovo, Yugoslavia: Se centro’ en el pozo de esre poblado eneolftico. dc pescado.
The Cursus, Dorset, Inglaterra: monumento de tierra neolftico. Interpretaciones: simbélicas (incluycndo las junguianas); domus;
estructuralismo; divisio’n sexual del trabajo; diosa, arre, abandono de la
Dereivka, Ucrania: asentamiento (neoli’tico) de los kurganes.
caza-recoleccio’n frente a la agricultura, el resultado de la Vida sedentaria;
Stonehenge y Silbury Hill, Inglaterra: arquitectura monumental del la primera domesticacién europea.
Bronce Antiguo.
Bibliograffa relevante: (se proporciono’ a los estudiantes una bibliografl’a
Vix, Francia: rumba de una princesa de la Edad del Hierro. reducida y se recomendé la lectura extra de 3 0’ 4 referencias ma’s).

El «final» del arte Paleolltico.

Varna, Bulgaria: necro’polis eneolftica.

La cultura natufiense. Potenciamos la utilizacio’n de narrativas y otros medios alter—


Los «temples» malteses: edificios excavados en la roca, fechados en 5000-
nativos. Para ello propusimos la lectura de tres aru’culos. El pri-
2000 a.C. mero, de John Terrell (1990), trata expll’citamente del tema de «la
narracio’n» en arqueologi'a y antropologi’a, tomando como ejem-
Las nuragas, Cerdefia: torres de piedra, fechadas ca. 2000-1000 a.C.
plo el a’rea del Pacffico. En segundo lugar, el arti’culo de Janet
Cartago, Tu’nez: colonia fenicia-ciudad romana. Spector (1991),4 ahora convertido en libro (Specter, 1993), que
presenta un artefacto arqueolo’gico especifico y una historia, a partir
de datos empi’ricos, sobre quien lo hizo y lo poseyo’. Y finalmente,
u’ficos y los retos que implica escribir sobre prehistoria a pequen’a un capi’tulo dc unas de las mejores narraciones de ficcio’n de la Edad
escala. Crel’amos que este objetivo podl’a lograrse a partir de siste— del Hielo en Europa, Reinder Moon (Thomas, 1987).
mas alternativos de presentar la prehistoria. Por esta razo’n, vimos A partir de ahl’ se pidio’ a quienes elaboraban 61 panel que pre—
que el alumnado debl’a implicarse en la interpretacién de los ma-
tcriales arqueolégicos usando cstrategias como narrativas, percep—
ciones y experiencias personales. 4. N. T..- Véase Cap. VII de este volumen.

304 305
Tabla 4
sentasen diferentes interpretaciones y puntos de vista, que bien
Panclcs dc arqucologfa curopea y meditcrranca:
podian ser los de los diferentes arqueélogos y arqueélogas o inclu—
algunos comcntarios y detallcs
so coincidir con los de las propias genres prehistoricas. Se basaron
tanto en la bibliografi’a arqueolégica como en su propia imagina— flupemh Vir, Yugoslavia: I’oblado mesolftico. Constitui’a una buena elec—
cién. Lo hicieron a trave’s de representaciones (como en 105 cases cién para discutir en un panel porque se han publicado distintas interpre—
de Maiden Castle, Varna, Malta y Oetzi), llevando disfraces e in— taciones en inglés. Se ha debatido sobre este yacimiento en todos 105 cut—
corporando efectos multimedia, como mu’sica. Reforzaron sus in- 505 con paneles, incluyendo el de «Arqueologla y la Diosa», de maneta que
los panelistas se han hecho expertos y sus contribuciones muestran una
terpretaciones de los datos arqueologicos con diapositivas, trans—
atencién mas sofisticada al proceso de construccion de las inferencias y a
parencias y folletos (Tabla 4). las mu’ltiples interpretaciones, asf Como a los prejuicios de géncro de los
A 105 estudiantes que no deseaban o no podi'an participar en difetentes arqueélogos y arqueélogas.
un panel (por ejemplo, porque tenian ciertas discapacidades o por-
Octzi, cl hombre dc hiclo, Austria/Italia: cuerpo congelado del 3300
que Vivian demasiado lejos para asistir a los reuniones del grupo a.C. Este panel tenfa la ventaja de que se ha dicho y escrito mucho acerca
entre clase y clase), se les ofrecio una alternativa: escribir un ensa- del Hombre de Hielo en medios divulgativos y cientfficos y de que exis—
yo de tres a cinco pa’ginas. Para ello teni’an que leer uno de los ten interpretaciones contradictorias. Ademas, representa la unidad menor
relatos de ficcio’n de la Europa prehisto’rica/protohisto’rica recomen- en la escala de la resolucién arqueolégica: la persona individual. Tringham
cree que este panel sobre el hombre de hielo fue el mejor, en gran parte 3
dados. Debi'an comparar la version narrativ'a con las interpretacio-
causa de los participantes, entre los que estaba Andre Tschan, un estudiante
nes acade’micas convencionales utilizando la misma evidencia ar- suizo cuya asignatura principal era la arqueologfa y que el an'o anterior ha—
queolo’gica que el resto del alumnado. Debi’an investigar sobre la bia organizado el panel de Egolzwil (una vivienda lacustre). Cada miem-
contribucio’n de la narrativa a nuestra (re)construccio’n de la pre- bro del panel realizo’ una doble presentacio’n: la primera se referfa a parte
historia y sobre la aportacio’n de la bibliografi'a acade’mica a la na- de la historia del fallecimiento del hombre del hielo, desde que salié de su
casa hasta el lugar de la montan‘a donde se murio’, describiendo sus instru-
rrativa. Seri'a interesante supervisar este trabajo de forma ma’s sis—
mentos, ropas, el medioambiente, su misio’n, rituales, muerte y descubri-
tema’tica, ya que permite examinar la interaccio’n entre los medios miento; la segunda presentacio’n trataba los mismos temas, pero desde el
de difusio’n y la version acade’mica (usualmente ma’s) autoritaria punto de vista de la arqueologi’a y la ciencia «objetiva». Los contrastes fue—
de la prehistoria. ron obvios y sorprendentes para todos, especialmente debido a la adop-
Todo el alumnado debi’a, ademas’, realizar un trabajo (de diez cio’n cle medios multimedia en la presentacio’n.
a quince pa’ginas) correspondiente al trimestre centrado en un lu— Maiden Castle, Inglatcrra: fortaleza de la Edad del Hierro. Se centro’ so-
gar particular (una montan‘a, un valle, una isla, un yacimiento, bre todo en la masacre que tuvo lugar en la puerta del asentamiento. Era
un tema que resultaba familiar a varios miembros del panel y que conta-
una ciudad moderna, un ar’bol) del Mediterra’neo 0 de Europa para
ba, adema’s, con abundante bibliografi’a en ingle’s. El panel recogio' tam-
seguir su historia desde el 10.000 BP (0 desde antes si queri’an) bién el campamento de arqueélogos de los afios treinta que excavaron el
hasta el presente. Obviamente esto significaba tratar de los seres fuerte. Se presentaron interpretaciones diferentes, al mismo tiempo que
humanos para quienes el lugar habi’a sido el escenario de accién se introdujeron los datos arqueolo’gicos y los puntos de vista de los histo-
social y para quienes habi’a significado alg‘o mas’ que un simple riadores romanos.
«contenedor de espacio». Opovo, Yugoslavia: el anélisis se centrc’) en el pozo de este poblado
Dimos a los estudiantes algunos consejos, dicie’ndoles: «no 05 eneoli’tico. De este panel aprendimos que no todos los conjuntos de datos
preocupéis, sabemos que vuestras historias seran’ fragmentadas, con arqueolo’gicos —un pozo, en este caso— publicados en inglés constitufan
un tema adecuado para un panel. Tringham excavo’ Opovo, pero ninguno
vacr’os a veces, con muchos datos en otras, dependiendo de la evi— de los panelistas habi’a participado en las excavaciones. Se basaron, por lo
dencia arqueolégica disponible. En otras palabras, para algunos tanto, en los materiales publicados por el equipo de Tringham y en la evi—
perfodos el tiempo pasara muy rapidamente, para otros trataréis dencia empirica de plantas, fotografias, diarios, etc. Esto significaba dis—

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L—Judr
e incluso cuestionar las ideas de la profesora. Se habfa sobrestimado de 105 paneles ya que querfamlos centrarila atencion en un lugar
la confianza y osadl’a de los panelistas. Fue un desaflo demasiado grande especlfico y en actores socrales Imaginados en su contexto
para ellos. sociohistérico y geografico mas amplio. Al mismo tiempo, desca-
Dcreivka, Ucrania, asentamicnto de los kurgancs: aunque habl'a biblio- bamos prestar atencion al hecho de que los lugares han sido vistos
grafla en ingle’s y los kurganes desempen’an un papel espcctacular en todos por actores sociales, histo’ricos y modernos (es decir, turistas y
los relatos sobre los orfgenes indoeuropeos de Europa y el fin de la «civili-
arqueélogos), que tienen y teni’an diferentes historias de Vida y
zacién de la Diosa», no se supo «jugar» con este tema porque el contexto
(prehistoria ucraniana) era demasiado desconocido. ,‘Quiza's tendrfamos que experiencias culturales.
haberles preparado mejor'. Los trabajos presentados durante ese curso nos hicieron pen—
Varna, Bulgaria: necrépolis eneolftica, tumbas sin esqueletos que se asu— sar que habi’arnos encontrado una manera correcta de ensen’ar pre—
me que eran masculinas. Fue un panel con e'xito, para el que se uso bi— historia. Muchos habi’an imaginado nuevos, fascinantes y estimu—
bliografl'a en inglés y presentaciones multimedia de cara a analizar la am— lantes sistemas dc construir la prehistoria. Estos trabajos tenl’an que
biguedad del ge’nero de la gente enterrada (y no enterrada) en las rumbas. estar basados en la evidencia empi’rica disponible; no aceptarnos
Los «temples» malteses: edificios excavados en la roca, fechados en 5000— que fueran fruto de la fantasia sin estar basados en la arqueologfa
2000 a.C. Estos monumentos han sido descritos e interpretados de diver- 0 el regisrro arqueolégico. Los mejores asumieron la premisa de
sas maneras en ingle’s y forman parte de una importante bibliografi'a sobre que la prehistoria no puede escribirse de forma lineal, ya que ne-
la arqueologfa y la diosa, pero esas premisas no producen necesariamente
un buen panel. Parte del problema residié en que fue presentado inmedia— cesariamente es discontinua. Muchos partl’an de la idea de la ma—
tamente después del panel de Oetzi, el hombre de hielo, que habi’a fun— quina del tiempo, aunque no fueron los que tuvieron ma’s éxito.
cionado muy bien. Los miembros del panel trataron de sobrepasar a sus Los mas buenos se basaron en una valoracio’n cuidadosa y detalla—
predecesores. Ma's que presentar las diferentes interpretaciones, intentaron da de los datos empiricos sobre los que asentaban sus interpreta-
una estrategia que, tarde o temprano, tem’a que aparecer en este tipo de
ciones. En la Tabla 5 puede verse una si’ntesis de los trabajos me—
ensen’anza. Trataron de examinar todos los datos empiricos a la luz de un
modelo interpretative de los «temples» propio, una interpretacio’n que no jor calificados.
habi’a sido sugerida por ningu’n arqueélogo, probablemente por su escasa
plausibilidad. l-Propusieron que el foco de esta cultura y sus rituales era hacer Una asignatura especializado: Arte prehistérico
y beber cerveza'. El panel presento el problema an'adido de que el tema ele— A esta asignatura, para la que teni’amos dos sesiones de hora y
gido — la arquitecrura monumental de la Malta prehisto'rica— era dema—
siado extenso. media cada semana, asistié mucha genre (unas cien personas). En
otros cursos no habiamos dispuesto de tanto tiempo para desarro-
llar los paneles, a los que ahora se dedico’ la mitad de la clase se—
de un tiempo particular con mucho detaile. Esta’ bien, en tanto manal en vez de 5610 um tercio. Esta asignatura, impartida por
que siempre explicitel’s lo que estai"s haciendo». Conkey, se concentré en el «arte» de las pequen’as sociedades de
Dimos tambie'n algunas instrucciones acerca del procedimien— cazadores recolectores prehisto’ricos y de algunos grupos
to, basadas en nuestra experiencia previa con los paneles: «para etnogra’ficos/etnohistéricos. Se trataba de entender co’mo la antro-
empezar, escoged un lugar donde parezca haber suficientes datos pologl’a y la arqueollogl’a han estudiado las culturas visuales del
arqueologicos, por ejemplo, un yacimiento que hayamos mencio— pasado.
nado en clase, como en los paneles. El mejor de los lugares sera’ el Se decidié que se elaborarfan siete paneles dc remas diferentes
que este relativamente ccrca de un lugar que conozca’is por expe- en los que participarl’an los alumnos que firmaran las listas colga—
riencia personal 0 del que haya gui’as, como Londres, Oxford, das en la puerta del despacho de la profesora. Se repartio el pro—
Roma, Florencia, Paris, Viena o Arenas». grama del curso con los temas e ideas centrales de los diferentes
Con este tema de trabajo persegui’amos un objerivo similar al paneles. Los distintos equipos podl’an decidir los formatos de pre-

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sentacién. Se dcjé claro que se valorarfan las presentaciones alter-
Tabla 5
nativas e imaginativas mas que los monologos individuales o los
Trabajo de curso dc arqucologla curopea y mediterranca:
resu’menes inconexos de series de datos. Cada miembro de un equi-
chmplos
p0 podfa asumir un papel, por ejemplo como investigador, 0 las
Para escribir una prehistoria de Ain Malaha en Jordania, desde 10.000 131‘. .11 opiniones, roles, etc. de los diferentes grupos de intereses (por ejem—
presente, Brent escogié hablar a través de ocho voces diferentes (en género y p10, representar lo que un chaman podi'a pensar sobre la relacio’n
edad), terminando con una mujer del movimento pacifista de las Nacioncs
entre el chamanismo y las imagenes o lo que un aborigen austra—
Unidas ca. 1978 A.D.
liano de 1993 podia decir acerca de las pinturas realizadas sobre
Limor escribié sobre la historia de Jericé como si se tratase de una mujer dc corteza, etc.). La mayor parte de los paneles se presentaron duran-
11.993 an'os, la mujer mas vieja de la tierra.
[6 la segunda parte del curso. El nu’mero de estudiantes por panel
May explico la historia de Cnosos a partir de la cancién de un arpa magica- 56 limité a seis u ocho, de manera que 5610 1a mitad de la clase
que podia ver y predccir e1 futuro en tiempos minoicos.
pudo colaborar. La otra mitad tuvo que escribir un trabajo de en—
Jenna describio’ los suefios que cinco mujeres, incluyendo la arqueo’loga Dorothy tre cinco y siete paginas y una evaluacién de un parrafo de exten—
Garrod, tuvieron en una cueva del Monte Carmelo en el Israel actual. Fue una
sion (que no fuese un simple resumen) de seis de los siete paneles.
discusién explicita acerca de los suen'os, los recuerdos, y la prehistoria como
un tema real mas que un truco para cubrir el expediente... Los miembros de cada equipo tambie’n tem’an que criticar su pa—
nel y su propia contribucion. Dimos instrucciones para evaluar los
Dora explicé la historia de Tu’nez a trave‘s de los «ojos» de los vientos del oes—
te tfpicos del invierno con la idea de que los vientos fueron constantes durante paneles a partir de las contribuciones individuales y del grado de
la prehistoria y responsables de los cambios de lo que llamamos prehistoria. integracion que presentasen entre sf. El panel y el trabajo consti-
Cheryl uso’ un formato de tabletas descubiertas en Chipre y nos informo’ so- tui’an el 33 per ciento de la nota obtenida.
bre los puntos de vista de los habitantes originales sobre su propia época. Seguidamente, discutiremos algunos de los aspectos mas’ posi—
tivos y negatives de este me’todo dc ensen‘anza centra’ndonos en
De una manera diferente a la que se requen'a estrictamente para el trabajo.
Michael presenté la prehistoria de Akrotiri desde 1628 a.C. a1 presente en forma algunos ejemplos elaborados para la asignatura de «Arte prehisto-
de la pantalla de un video usando imégenes de ordenador. Integraba las obser— rico», que aparecen en la Tabla 6. Dos de los paneles se presenta-
va_ciones de arqueo’logos con acciones prehisto'ricas dramatizadas. (‘Un avance ron en forma de debate, con dos posturas diferentes sobre un mis—
de los medios audiovisuales del futuro?
mo tema. En cada caso, los estudiantes demostraron que el tema
Claire presenté un ensayo poco usual, contra lo que podn’a esperarse: el pun— no podi’a reducirse a un simple debate con una postura a favor y
to de vista de los extraterrestres. Podx'a haber sido un trabajo muy aburrido, otra en contra, porque el dualismo de ese tipo de discusio’n no te-
pero el uso que hizo Claire de la prehistoria y la historia de Bolonia desde hace
un millo’n de an'os hasta el 10.000 d.C. como un trabajo de campo para dos cogi'a la complejidad de los temas planteados. Para algunos fue di-
jévenes de un programa de antropologfa extraterrestre fue excelente. fi’cil aceptar la imposibilidad de asumir una posicio’n de «un ban—
Cameron explico’ la historia de Avebury a trave’s de las voces de diez partici—
do frente a otro», porque las dicotomi'as resultan ma’s fa’ciles de
pantes prehistéricos, enfatizando la emocién y el «sentimiento» real de la ac- entender. Sin embargo, desde el punto de vista del pensamiento
cién social prehistérica. Terminaba con su propia voz visitando Avebury, una cn’tico, represento' un logro pedago’gico e1 hecho de que compren—
bonita mezcla de interpretacién arqueolégica a pequen‘a escala basada en la evi—
diesen que los temas eran complejos, presentaban ambigu"edades
dencia empi'rica arqueolégica.
y respondi’an a intereses especfficos.
En la historia de Casandra, Dejah revelo’ 1a prehistoria y arqueologia antigua
Algunos temas resultaron muy ambiciosos porque eran dema-
del area de Basilea en Suiza a través del diario de su tatarabuela (éficticia?)
siado abstractos y difi'ciles de plasmar en un panel ante una clase
Casandra, que habi’a sido una arqueéloga vocacional en el siglo XIX. E1 traba—
jo muestra una inspirada mezcla de experiencias personales, historia y arqueo— numerosa. Es lo que sucedio’ con el panel 4 (Tabla 6), que debi’a
logi’a, y una reconstruccién de lo que era ser una arqueologa en el siglo XIX. plantear un debate sobre qué era ma’s importante para entender 1a

310 311
Tabla 6. Panelcs de «Arte Prehistérico» micntras cl O[r0 «lado» iba a negar csta posicién, en favor dcl cstudio
L—ldm
dc la ~creacién de las imagenes». Dc hccho, trataron dc cvitar los
fl]. Tcmas dc géncro (el género dc 105 y las artistas, cl género dc las pusiL‘lOlllenlClKOS enfrcntados decanténdose per una valoracio’n complemen—
imagenes). Este panel considero' el tema del ge’nero en la realizacio’n de lJIlJ.
im’agenes. Los participantes usaron dos casos como punto de partida: la
5. El artc de los aborfgcncs australianos. Estc panel 56 centré en tradi-
critica de Ann Solomon a la idea dc David Lewis—Willims (ver ma’s abajo)
u'nncs y pra’cticas artfsticas que puedcn tcner mas de veinte mil an‘os'y
enfatizando la importancia de la ideologl’a de ge’nero en la creacio’n dc ima—
quc mdavl’a se rcalizan bajo diferentcs Circunstancias culturales, pollticas y
genes, y las diversas interpretaciones de las figurillas de Venus paleollricas.
socialCS. ('Qué significa, en este caso, «arte prehisto’rico»? ('Qué es una «tra-
Centraron sus presentaciones en cuestiones como: ('Que’ podemos decir de
dicio’n viva»? ('Cuales son los dilcmas planteados por la préctica dc los abo—
las imagenes de hombres y mujeres a partir de los contextos culturalcs dcl
rigcncs contemporaneos quc quiercn y pintan sobre las antiguas pinturas
pasado?, ('co'mo podemos evitar leer nuesrras propias nociones de género
en esas imégenesh <~qué sabemos sobre el papel de las ima’genes en la defi— rupcstrcs? (‘Qué quercmos decir con el término dc conscrvacién?
nicién de las ideologfas de género 0 dc la «negociacién» de las relaciones 6. Ccstcrfa californiana. Incluso aunque no estuviésemos en California y
de género?, ('existen diferencias y variaciones entre quien hace «arte» en no hubiésemos conrado con la coleccién de cesteri’a del Museo Hearst, ten—
las diferentes culturas? apor que’? dn‘amos que decir que esta cesterl’a se encuentra entrc la ma’s hermosa y
solisticada del mundo. Hay un rico repertorio de ima’genes y disen’os, te’c—
2. El debate sobre chamanismo (dos «equipos» de cuatro). Este panel
discutic’) la idea de que el chamanismo es la Fuente ma’s importante para la nicas espccl’ficas entre algunos grupos para cestos que tienen «usos» socia—
lcs (v simbo’licos diferentes, y hay especialistas en la manufactura de cestos
creacién de ima’genes no sélo en el artc rupesrre del Africa meridional sino
lcspecialmente mujeres) que crearon, definieron y redefinieron los esrilos
tambie’n en otros contextos de arte rupestre. Es un punto de vista que se
y las formas. Este panel ofrecio’ informacio’n sobre las tradiciones de cesrerfa
ha hecho muy popular en an'os recientes, especialmenre bajo la influencia
dc California como preludio a la exposicién que presentaron en el a'rea de
de los trabajos de David Lewis-Williams. En el debate, un lado defendié
cxhibiciones didacticas del Museo Hearst. Este panel también considero’
la posibilidad de identificar los discn’os llamados «entépticos»
arqueolo’gicamente a partir de similitudes transculturales basadas en la cl tema de las «exhibiciones» y «colecciones», como temas politicos y e’ti—
cos y como actividades culturales y antropolo’gicas.
neuropsicologfa humana. Por tanto, asumi'an el poder y la gran difusio’n
del punto de vista amplio de la hipo’tesis del chamanismo. El otro lado no ". Resumen del curso. Estc panel presenté los puntos de vista generales
aceptaba esta posicio’m mbre cl desarrollo del curso.
3. La ciencia del arte. Este panel era para quines tem’an una mentalidad
mas’ empirica. Presentaron todas las te’cnicas fascinantes que la ciencia ha
aportado al ana’lisis de la creacio’n dc ima’genes, incluyendo la numerosa
bibliografl’a reciente sobre el esrudio microsco’pico de la composicién de realizacio’n dc ima’genes: la propia elaboracio’n de las ima’genes (téc—
los pigmenros, los patrones de fractura de los objetos, el modo en que los
nicas, tecnologl’as, las pra’cticas y los objetos) 0 las circunstancias
procesos te’cnicos subyacentes (como la; fases de la fabricacién de las espi—
rales de bronce 0 de los vasos de cera’mica), pueden usarse para inferir no— de las ima’genes (su contexto cultural 0 social). El debate fracaso’
ciones mentales o ideolo'gicas sobre la cosmologl’a, etc. porque todo el mundo defendi’a que los dos «lados» de la discu—
sio’n eran importantes. Adema’s, este ha sido un tema muy discu—
4. La crcacién de imigcnes frentc a las circumstancias dc las imége-
ncs. El tema de este panel se inspiro’ en una entrevista a Svetlana Alpers, [ido en el a’mbito de la Historia del Arte y de la Antropologi'a, lo
una profesora de Historia del Arte de la Universidad de California, quien que supuso un obsta’culo para que los estudiantes desarrollasen sus
advierte que a menudo se da una tendencia a diferenciar entre la «crea- propias opiniones.
cién cle ima’genes» (concentra’ndose en los objetos y en las imagenes mis- El otro panel ambicioso fue 61 del grupo que escogio’ montar
mas) y las «circunstancias de las ima’genes». Tradicionalmente, se ha consi—
derado como la diferencia entre la Historia del Arte (ccnrrada en el objeto) una exposicio’n con una seleccién de cestos de los nativos
y la Antropologfa (centrada en el contexto), aunque estudios recientes en Californianos que formaban parre de la coleccio’n del Museo Hearst.
ambos campos han difuminado la distincién. En este caso un «lado» iba a La cxposicién se monto’ en la zona de actividades dida’cticas del
defender el estudio de las ima’genes en términos de la cultura que las ro— Propio museo. Dada la limitacio’n dc personal del museo y la com—

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#—

plejidad dc organizar el horario dc ocho personas para trabajar eon i—fflwriencia valié la pena iaunque hubo unos pocos que se caye—
estos materiales, los estudiantes vieron que necesitaban demasia- ron d6 bruces.‘
do tiempo de preparacién y se sintieron mas frustrados que inspi-
rados ante las limitaciones de las colecciones de los museos. Se tra-
taba de un grupo bastante soflsticado de estudiantes que discutieron
Sicmpre ensefiando fragmentos
mueho sobre lo que iban a «decir» acerca de los cestos sin las vo— Los paneles que hemos descrito resaltan algunos aSpectos de nues—
ces de los creadores nativos. Por otra parte, en seguida se sintieron ua experiencia con lo que consideramos me’todos inspirados en el
implicados en algunos de los aspectos mas interesantes, aunque feminismo para ensen’ar arqueologr’a en contextos y asignaturas
diffciles, de la museograffa y la antropologfa en la actualidad (véase diferentes.
Stocking, 1985): equién habla por los creadores? aque’ es «auténti- En el caso de la «Arqueologi’a y la Diosa», vimos que las cues—
co»? gcémo exhibir los objetos sin la gente? Lograron comunicar tiones y los debates teéricos sobre interpretaciones feministas, cul-
de forma efectiva sus diferencias de opinion en el panel y en los tura material, arqueologr’a y formas de interpretacio’n, servr’an para
resu'menes de su trabajo se mostraron satisfechos de haber coope- dar ma’s mayor fuerza a los paneles y al curso en general.
rado en una mini—exposicién de un importante museo En el curso de Arte Prehisto’rico, funcionaron mejor los temas
antropolégico. con cierto grado de controversia (temas relacionados con el ge’ne-
Toda la clase fue a ver la exposicio’n para evaluar el panel, C ro, las exposiciones en los museos, la «tradicio’n de continuidad»
incluso sacamos partido del problema de la falta de tiempo, como en el capitalismo emergente de los mercados internacionales del
por ejemplo, de que durante las primeras semanas los materiales arre), o 105 debates en «bandos» opuestos.
se presentaran sin leyendas explicativas. La clase trato de ir tanto En nuestros cursos generales, por otro lado, constatamos que
en esa fase —para intentar imaginar los temas 0 las historias de los paneles que se centraban en la interpretacio'n de aspectos espe-
los cestos— como cuando se colocaron las explicaciones escritas. ciflcos del registro arqueolo’gico (un yacimiento, un elemento, in—
La exposicién sin leyendas resulto’ una buena experiencia ya que cluso un artefacto 0 un suceso o individuo concretos, como la
todos los estudiantes habi’an hecho lecturas previas sobre los pro- masacre de la entrada de Maiden Castle 0 el hombre de hielo de
blemas dc comprensién de la cultura material y visual y sobre la Oetzi) cumplieron mejor sus objetivos y estimularon la discusio’n
temética especr’fica de la cesteri’a californiana. mas que los paneles que trataban de un tema'ma’s general, como
A causa de la valentfa e imaginacio’n que implicaba, el u’ltimo un grupo cultural (por ejemplo, los natufienses). Sobre todo, re—
panel, consistente en una sr’ntesis del curso, fiJe particularmente sultaba mas interesante cuando, siguiendo nuestras orientaciones,
efectivo. Algunos estudiantes queri’an que el grupo implicado re- 105 y las estudiantes ofi'ecr’an interpretaciones alternativas e imagi-
sumiese directamente lo que habr’amos estudiado, pero el equipo nativas, respetando siempre la base empi’rica. No obstante, tam-
prefirié realizar una crr’tica construcriva e imaginativa dc parte de poco todos los paneles que abordaron temas muy espect’ficos ob—
los materiales del curso, incluyendo una revision inteligente y po- tuvieron e’xito. Cabe mencionar, como ejemplos, los de Opovo,
sitiva de la organizacio’n del curso y de los temas que no se ha- Dereivka y Mas d'Azil.
bl'an analizado. Conkey, como profesora, se vio sorprendida y com— En todos los cursos, resultaron mejor los paneles en los que el
placida por esta cn’tica saludable y madura, que sen'alaba los temas material ya resultaba familiar a 105 y las panelistas por sus expe-
que recibieron demasiado atencio’n como consecuencia de los pro— riencias‘personales, lecturas previas, trabajos de cursos anteriores,
pios prejuicios de la profesora. Este tipo de experiencia pedago’gi- los medios de comunicacién o por experiencias generales de via-
ca implica siempre un cierto riesgo, como cuando caminamos so- jes, dina’mica dom‘e’stica, relaciones de poder, etc.
bre terreno resbaladizo. En conjunto, el alumnado penso que la Si no se daba ninguna dc esas circunstancias, el hecho de que

314 315
hubiesen publicaciones en inglés a las qT pudiesen acceder direc— conocimiento prehistérico y antropolo’gico. Nosotras mismas eva-
tamente también fue de gran ayuda. Este es, precisamente, uno luamos el «éxito de los paneles» en funcién de su capacidad de
dc los problemas cuando se imparte una asignatura como la de demostrar la ambigu"edad del registro arqueolo’gico y una aprecia—
arqucologla europea. Yacimientos exo’ticos, como Lepenski Vir cio’n cri’tica de las interpretaciones de los datos, a1 mismo tiempo
(Yugoslavia) y la necropolis de Varna (Bulgaria), que cuentan con que de plantear la multiplicidad de explicaciones posibles a partir
un gran nu’mero de publicaciones e interpretaciones en ingle’s, pro— de los evidencia desde diferentes puntos de vista, fuesc la posicio’n
porcionan un mejor punto de partida para los paneles que otros de intérpretes y arqueologos, o la de las genres del pasado.
yacimientos, geograficamente menos exéticos, como la tumba En estos cursos, al tratar de formar mas que de actuar, esti-
principesca dc Vix, en Francia, que nos parecen igualmente inte— mulamos las «voces» de profesorado invitado: una persona del de-
resantcs. partamento de Clasicas para el curso sobre el Mediterra’neo; otra
Parece claro que la presencia en cada grupo de una o dos per- dc antropologi’a social para hablar de la antropologi’a del arte; la
sonas con iniciativa, confianza y capacidad de coordinacio’n influ— autora de un libro divulgativo sobre la diosa; otra persona que traté
yo’ directamente en el éxito del panel. Sin embargo, algunos pane- de las artes abori’genes contempora’neas. En nuestro curso de in-
les se vieron afectados negativamente por la presencia de li’deres troduccio’n a la arqueologi’a de cada semestre, esperamos que to-
demasiado fiiertes que insistian en su propios puntos de vista e dos los miembros de la facultad de arqueologx’a, incluyendo los que
intereses y provocaban la resistencia de los dema’s miernbros del procedi’an de otros departamentos y tradiciones, y cada uno de los
equipo; una dura, aunque necesaria, leccio’n para 105 y las estu- ayudantes, diesen clases sobre sus perspectivas y sus temas de in-
diantes, que sin duda debera’n enfrentarse en sus vidas a1 trabajo vestigacio’n. Este punto de vista y esta pra’ctica la comparte todo
en equipo. el departamento de arqueologi’a.
Parece claro que quienes asistieron a mas de un curso de este Tambie’n usamos otras «te’cnicas», como la proyeccio’n de videos
tipo mejoraron su capacidad para organizar y discutir paneles. con un punto de vista debatible o controvertido y un arti’culo que
Despue’s de dos o tres clases, descubrieron que es importante em— lo «equilibrase». Por ejemplo, usamos el arti’culo de Susan Roger
pezar pronto con la organizacio’n y planificaeio’n del panel en su ( 1975) para contrarrestar el documental: prseli: Women and Men
conjunto y del calendario de las presentaciones. Aprendieron que Apart, A Divided reality, que pretende que la rigidez de las rela—
esta’ bien usar 1a imaginacio’n y la narrativa, asf como los medios ciones de ge’nero griegas «se remonta a los ori’genes de las socieda-
audiovisuales y otros elementos como indumentarias o folletos. des mediterra’neas» (Hoffmam et alz'z', 1976). Otra te’cnica consis-
Descubrieron tambie’n que teni’an mas’ ventajas si una o dos per- tio’ en mostrar una serie de ima’genes o reconstrucciones de peri'odos
sonas asumi'an la direccio’n de los paneles. Les estimulo’ e1 e’xito de particulares o sucesos de la prehistoria, junto a un arti’culo que
sus predecesores, de modo que a medida que avanzaba e1 curso trata de la fuerza del «lenguaje visual en arqueologi’a» (Conkey,
los paneles fueron mejorando en su conjunto. iAprendieron de sus 1992; Gifford-Gonzalez, 1993; Moser, 1992; Tringham, 1992).
iguales! En 1994, las presentaciones de paneles eran a menudo tan Para ciertos debates y paneles, tambie’n solicitamos la colabo—
ambiciosas que dejaban poco espacio para la discusio’n, un aspec— racio’n de estudiantes ya licenciados como una especie de
to importante a tener en cuenta y que resulta difi’cil de compagi— formadores intergeneracionales; en ocasiones los estudiantes se sien-
nar con una clase de 50 minutos. ten ma’s comodos con ellos para investigar sobre temas que les son
En las instrucciones oficiales dadas para evaluar los paneles de desconocidos. Los resultados han sido especialmente positivos en
la clase de «Arte Prehisto’rico», Conkey pidio’ que se val'lorase la efec— 61 caso de los debates.
tividad de cada panel para comunicar los objetivos perseguidos y Hemos intentado que las preguntas de los exa’menes no sean
su capacidad de contribuir a la comprensio’n e interpretacio’n del rcspuestas absolutas o «verdaderas». Por ejemplo, para la asigna-

316 317
rura de arte prehistorico proyeTamos una diapositiva y pedimos paneles afio rras an‘o. Al contrario, los «campos» de interaccion
que se identificara la imagen y que se justificase su asignacién a siempre esran cambiando: la disciplina arqueolégica se encuentra
un grupo. una cultura 0 un momento cronolo’gico determinado; en continuo cambio, los esrudiantes son usualmente nuevos. Cada
sus respuestas 5e evaluaron en relacién a la argumentacién aporra— curso implica toda una constelacién de experiencias y personali—
da mas que por el haber identificado correctamente la imagen. dades. De un curso a otro, nosotras mismas hemos pasado por
Aunque la identificacién fuese incorrecta, las «razones» aporradas nuevas experiencias. lecturas y pensamienros. No podemos con—
podfan ser buenas. Hemos visro que las preguntas dadas con an- fiar en las «noras de la u’ltima vez que dimos esta asignatura»; el
telacién promocionan una colaboracién, por lo que rratamos de alumnado rampoco lo harfa.
crear un espacio para que esos grupos pudieran reunirse. Para los Siempre ensefiamos fragmenros. Debido a que esramos inmersas
cursos ma’s generales, insistimos bastante en que Ios estudiantcs en una especificidad histo’rica momenra’nea, todo lo que hacemos
conociesen la geografi'a de Europa y las localizaciones de algunos es provisional y emergenre, aunque las rensiones del proceso pue—
yacimientos, utilizando mapas mudos. den ser a la vez creativas y productivas. Esperamos que con este
No pretendemos que el sistema de paneles se convierta en una tipo de experimentacio’n esremos favoreciendo la aceptacio’n y la
fo’rmula general ni pensamos que se [rate de un método con ‘el comunicacio’n de que el «conocimienro siempre es provisional,
que se puedan sustituir facilmente las clases magistrales ya que se abierto y relacional» (Luke y Core, 1992, p. 7): ello constiruye su
necesita mas tiempo para «preparar» a los estudiantes, pero crec- fuerza y su reto. Lo que traramos de hacer, a trave’s de los puntos
mos que los beneficios son extraordinarios. Hemos tenido contac- dc vista recibidos, las narraciones y las afirmaciones de autoridad
ros mas intensos con el alumnado y hemos podido promover acti- establecidas, es lograr acercarnos, mediante la emancipacio’n de la
vidades de colaboracién enrre los estudianres mas’ alla’ de la clase 0 imaginacién arqueolo’gica, a estimular el pensamiento cri’tico para
del panel. En estos cursos, hemos recibido las valoraciones mas una mejor comprensio’n del pasado humano.
positivas de nuestras carreras con notas particularmente altas en
relacion a aspectos como «estimula e1 pensarniento cri'tico», «defi-
ne sus punros de vista abiertamente», «explora diversas perspecti—
Agradecimientos
vas» y menciones a que el curso constituye «un desafi'o y un esti- Deseamos dar especialmente las gracias a todos y todas las estu-
mulo». diantes que han pasado por nuestras clases y han sido magni’ficos
Existe, naturalmente, cierta angustia entre el alumnado al co- participanres en nuestros experimenros de pedagogl’a feminista. Al
mienzo del curso y al plantear los paneles siempre surge la cues— principio, muchos de vosorras y vosotros no estabais demasiado
tién de: «epor que’ no hay una sola respuesra o interpretacio’n?». entusiasmados con la idea de experimentar con paneles 0 de usar
Siempre renemos que estar en guardia para que la creatividad que relatos de ficcio’n para escribir sobre los datos arqueolo’gicos. Agra—
estimulamos no se convierta en paral’isis intelecrual y nihilismo. decemos que permanecieseis a nuestro Iado y nos concedieseis el
Es necesario pensar mucho los ejernplos y evitar la impresién dc beneficio de vuestra paciencia y respuesras creativas a nuestro reto.
excesiva volatilidad demosrrando que hay para’metros y limitacio— Nuestra gratirud especial para Kristin Luker, que dio a cono—
nes (Wylie, 1992). De alguna manera, debemos guiar al alumnado cer el arri’culo «Teaching Like It Matters» de Jane Tompkins a
a trave’s de la ambigu"edad inevitable de gran parre del registro y Conkey y gracias rambién a todos las «Chickens» por las conti—
la pra’ctica arqueolégica. Llegamos ra’pidamente a la conclusion de nuas discusiones sobre feminismo, pedagogi’a y accio’n arquitecro’-
que nuestra responsabilidad en este tipo de curso es mayor que nica (mas’ que doméstica) en la universidad.
con la ensen’anza de tipo convencional.
Tampoco nos planteamos reutilizar los temas y te’cnicas de [as

318 319
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321
'

[X EL LEGADO DE EVA
Sian Jones
Sharon Pay

Quién controla CI pasado controla cl futuro, quién controla


cl presente controla el pasado (Orwell, 1949, p. 199).

Términos como «nuestro pasado» y «patrimonio», quc denotan


cierto grado de posesio’n. se utilizan comu’nmentc en referencia a1
estudio y prescntacién de la prehistoria. Cabrl’a preguntarsc. no
obstante. al pasado de quién nos esmmos refiricndo. La nocién de
que In historia pertenece. o Concierne a la gente dc la calle no es
nueva. aunque si es nuevo que la gente desee tomar el control de
su propio pasado y, por tanto, de su presente y de su fururo.
La necesidad de examinar el papel de [as mujeres en el pasado
surge del movimienro poll'tico con el que Ins mujeres intenran con-
seguir C] control de sus propias vidas. Las historrl'ldoras ferninistas
conceptualizan desde cero la construccién de conocimiento a par-
tir de valores y conceptos propios de las muieres. Pam terminar
con la opresion de la mujer en nuesrra sociedad hay que recono-
cer que las descripciones masculinas del mundo son incompletas.

Las ideologias nmsculinas se crean a partir de L1 subjetividad


masculina: no son objetivas, ni esti'n libres de valores. ni son
las u’nicas ideologfas «hurnanas». El feminismo exige que re—
conozcmnos en toda su extension su falta de validez para las
mujeres, su distorsion, androcentrismo. y que comencemos a
pensar y expresar ese reconocimiento (Rich. 1980, p. 207).

323
En este artfculo sefialamos que, desde el punto de vista arqueo, El género en las representacioncs muscfsticas dcl
logico e histérico, la exclusion de las cxperiencias femeninas es muy pasado
evidente en el ambito pu’blico de los museos. El personal de un
museo riene la responsabilidad de «compilar, documentar, conser- Se reconoce como una practica profesional el que «los objetos que
var e interpretar la evidencia material en beneficio del pu’blico» se exhiben en un museo, junto con la informacién que les acom-
(Museums Association 1984: 14). Sin embargo, a causa de la selec— pafia (sea ésta del tipo que sea), deben presentarse de un modo
cion de material efectuada para ilustrar determinados aspectos del claro, exacto, y equilibrado... de modo que no nos formen una
pasado, los museos sirven u’nicamente a los intereses de 5610 una idea errénea» (Museums Association, 1983, p. 4). Este propésito,
parte del pu’blico. sin embargo, es poco mas que una ilusién. Las experiencias y creen—
Home (1984, p. 4), en su estudio sobre los museos europeos, cias de cualquier profesional que trabaje en un museo influye en
observo: las preguntas que se formula y en las respuestas que se ofrecen.
Las ideologlas actuales no 3610 condicionan la interpretacion del
pasado sino que determinan los temas que se representan y Como
Una continua legitimacién de la autoridad masculina (...) tan
se exponen ante el pu’blico.
constante que casi es universal (...) Con excepciones como la
En los museos arqueolégicos, las presentaciones transforman
Virgen Maria 0 Juana de Arco, las mujeres son sencillamente
invisibles. So’lo aparecen como figuras que representan a rudas el contexto de los objetos excavados.
campesinas en las reconstrucciones que los museos de tradi— Una vez que el material excavado se exhibe, el conjunto de la
exposicio’n, y no u’nicamente los hechos sobre el pasado, la exca-
ciones populares hacen de las cocinas rurales, 0 en otros pape—
les secundarios. vacio’n 0 las te’cnicas anall’ticas, se transforman por completo en
un nuevo artefacto, una pieza de la cultura material moderna, un
La representacién de las mujeres se halla igualmente limitada objeto que ha de ser analizado por lo que nos dice sobre la cultura
que 10 ha creado, y no sobre el pasado per se. (Leone, 1981, p. 5).
cuando la historia se presenta como patrimonio. De hecho, un
La imagen de una sociedad prehisto’rica represenrada en un
buen nu’mero de quienes critican a los museos y a la industria del
museo necesariamente se nos ofrece distorsionada e incompleta,
patrimonio por negar las dimensiones sociales de la clase y la raza
divorciada de su significado original al aparecer ahora en contex—
(Wright, 1985, pp. 215 y 85., Herwison, 1987, p. 10), olvidan te-
tos espaciales y temporales creados artificialmente. La seleccio’n y
mas relacionados con la presentacio’n del ge’nero y los roles sexua—
yuxtaposicién de objetos en las exposiciones les otorga nuevos sig—
les. El uso del patrimonio para conservar y consolidar valores so—
nificados.
ciales, principalmente los de la familia, condiciona la percepcio’n
En nuestra Opinion, 105 conservadores de museos transmiten
del visitante sobre las relaciones de ge’nero en el pasado.
una idea equivocada al pu’blico sobre los roles de cada ge’nero en
En este arti’culo trataremos sobre esta clase de prejuicios. En
el pasado mediante una omisio’n deliberada o una infrarrepre—
primer lugar, examinaremos como se lleva a cabo la seleccio’n para
sentacién de las experiencias de las mujeres. Por ejemplo, Deetz
presentar el pasado en los museos, luego abordaremos la cuestio’n
(1980, p. 43) senala que Ivor Noe"l Hume, a1 comentar un inven—
de la ideologr’a de la arqueologi’a y, finalmente, propondremos for—
tario de varias hachas halladas en el dormitorio de una casa colo—
mas para rectificar e1 desequilibrio de ge’nero en ambos contextos.
nial de Virginia perteneciente a una mujer, remarca que «overta-
a’amente, ningu’n conservador las hubiera incluido en la
reconstruccion de esa habitacion» (el e’nfasis es nuestro). Puesto
que las hachas no son objetos que el pu’blico, Hume o Deetz, es-

324 325
peran encontrar en la habitacion de uT mujer, Hume considera
y bebida? (Fell, 1984, 129-47). Las escenas y actividades repre—
iustificada su exclusion, aunque sea histéricamente incorrecta. Esa
sentadas en Jorvik se seleccionaron y expusieron siguiendo la ideo-
opinion de que «no hay hachas en el dormitorio» es sintoma’tica logia de sus creadores, quienes las situaron en el marco «objetivo»
de una actitud mental mas extendida que impone las normas y de un museo y de un tiempo histérico. En este sentido, la auten-
valores del siglo XX 3 las sociedades del pasado. ticidad es menos importante que la creacién de un entorno donde
Esta actitud se observa especialmente en las representaciones los objetos y situaciones se pucdan percibir como reales.
de la familia; ni el conservador ni los visitantes son capaces de com— El poder de los conservadores de museo va mas allei de las ima-
prender la organizacion dome’stica y los roles de ge’nero del pasa- genes que eligen para su exposicién, pues influyen también en la
do. En el jewry Wall Museum ofArchaeology dc Leicester, las figu— naturaleza de los materiales disponibles en un museo a través de
ras de los cuadros que representan a una familia nuclear a lo largo la politica dc adquisicién. Porter (1987) ha demostrado que los
del pasado prehisto’rico e histérico estan’ firmemente moldeadas en criterios de compra de artefactos en los museos de historia produ-
sus respectivos roles sexuales. Cada personaje masculino sostiene cen sesgos de género. Segu’n esta aurora, los artefactos se adquie—
su sfmbolo de poder o autoridad y todo personaje femenino vigila ren principalmente para documentar cambios tecnolégicos en las
con atencién a un nin'o o una nin’a. Paradéjicamente, a pesar de industrias extractivas y primarias, donde la fucrza de trabajo es
las criticas vertidas durante afios desde la propia profesio’n, la ne- predominantemente masculina. Asf pues, y segu’n estos criterios
gativa del museo a retirar estas figuras sc dcbe, en gran parte, a la de seleccién, se obvia el trabajo de las mujeres, concebido al mar—
demanda del pu’blico. Estas familias son lo que los visitantes espe- gen de los principales procesos de produccién.
ran ver: las imégencs son fa’cilmente comprensiblcs, agradables y Los objetos relacionados con las actividades de las mujeres no
no implican ningu’n cuestionamiento. se adquieren porque su trabajo resulta infravalorado, incluso por
En el form/e Viking Centre de York, las intenciones de 105 in- ellas mismas. La falta de «orgullo y poder» dificulta la donacio’n y
terpretes deberr'an compararse con la realidad dc la exposicio’n. «El obtencién de este tipo de material (Porter, 1987, p. 12). Ademas’,
primer elemento es una zona de orientacion donde algunas de las los objetos relacionados con las actividades dome’sticas y
percepciones correctas que tiene el pu’blico medio sobre los vikingos reproductivas de las mujeres tiendcn a ser perecederos y, por tan-
se confirman sutilmente, mientras que las muchas y graves con— to, raramente han sobrevivido, al menos hasta hace poco tiempo.
cepciones erro’neas son corregidas sin ostentacio’n» (Addyman y Por otra parte, los sistemas de clasificacion y documentacio’n
Gaynor, 1984, p. 11; Addyman, 1989). Asr’, los visitantes esta’n de los artefactos que llegan a los museos contribuyen también a
presumiblemente en lo cierto al pensar que todos los hombres ocultar las experiencias de las mujeres (Porter, 1988). Por ejem-
vikingos eran altos, rubios, e increl'blcmcnte guapos, mientras que plo, se da mas importancia a los tipos de instrumentos identifica—
las mujeres eran ba’sicamente Vi'ctimas. La imagineri’a de las muje— dos con los hombres. Se tiende a clasificar los objetos en te’rminos
res-como—vr’ctimas esta’ v1’vidamente confirmada en la u’ltima esce— de produccio’n antes que de con‘sumo o uso. Asi, las ceram’icas ar-
na del tu'nel del tiempo, donde una mujer vestida con andrajos queolo’gicas se exponen generalmente siguiendo criterios relacio-
huye de un soldado normando. nados con la produccio’n y el anal’isis estili'stico mas’ que con el uso
Y, gen que’ medida las ajadas viejas de esta reconstruccio’n de y la iconografi’a (Vanags, 1986).
la York vikinga, realizando trueques en el mercado o tejiendo en La conservacio’n diferencial de los artefactos afecta también a
sus caban’as llenas de humo, se corresponden con investigaciones las adquisiciones de los museos. El pu’blico esta’ familiarizado con
recientes que sen'alan a las mujeres de este peri’odo como posibles los u'tiles de piedra atribuidos al hombre—cazador. Los conserva—
guerreras, emigrantes, herederas y poseedoras de tierras, expertas dores deben explicar las causas de la ausencia cle objetos relacio-
bordadoras Y te'edoras, madres y cuidadoras, Y sirviendo comida nados con la mujer-recolectora. La investigacion sobre huellas de

326 327
uso y residuos vegetales sugiere que su trabajo comprendia la re— No 5610 parece que los roles dc gc’nero no han cambla'do des—
coleccio'n iv procesamiento de semillas y el acondicionamiento de de la prehistoria, sino que el valor dc la experiencia de la mujcr
pieles. algunas de las cuales han sobrevivido hasta nuestros dias. en el pasado se considera simrl'ar a] dc] prescnte.
Para examinar las experiencias de las mujcres en el pasado se
han de desarrollar nuevos marcos teo’ricos y metodolo'gicos que
La construccién dcl conoc1m1"ento
incorporen la perspectiva de las mujercs, en lugar de callfi'car a sus
Mul’tiples factores determinan la manera en que se construye e1 opiniones de subjetivas y contrastarlas con un conocimiento con-
conocimiento. A51". por ejemplo. los conceptos de valor, percep- siderado objetivo (Spencer, 1980, p. 61). E110 un'plica una dicoro—
cio’n y obietividad influyen en el enmascaramiento de las experien- mr'a entre una subjetividad no vah"da y una objetividad valr"da que
cias de las muieres. Hace unos 40 an’os Margarbet Mead (1949, las feministas no deben aceptar.
p. 159) puso de man-lfi'esto el sesgo universal que favorece los va— El testimonio oral ofrece a las mujeres una oporrunidad para
lom masculinos: expresar sus vidas y experiencias tal y como ellas las perciben. Ann-
quc e'sre se acepte como una forma de explosion hlst'o’n'ca, los estu—
En todas las sociedades humanas, se reconocen las necesidades dios etnoarqueolo’gicos han sen'alado que no ofrece una visio’n
masculinas. Los hombres pueden cocinar, tejer, vestir mun'e- comprehensiva del uso de los artefactos, ya que «los participantes
cas o cazar colibrl'es, pero si estas actividadcs son tareas pro. dc un sistema de comportamiento no codlfi'can todos los aconteci-
pias de los hombres, entonces el conjunto de la sociedad, tan- mientos y actividades neccsarias para generar las bases seguras de
to hombres como mujeres, las consideran rrn'portantes. Cuando generahza'ciones sobre el comportamiento» (Sclnff'er, 1978, p. 235).
cstas mismas actividades se reallzan' por mujeres, se conside- Una gran pane de nuestro lenguaje raufi'ca y refuena los valo-
ran menos HUIPOITZDECS. res de la sociedad patriarcal. Por ejemplo, excluye u ornite la daff-
rencia de ge'nero. En ingle's, cl uso de las palabras man y mankind
La marginacio'n, cuando no exclusion, de las experiencias de para designar al conjunto de la humanidad demuestra el dormm'b
las mujeres en la interpretacio'n arqueolo'gica se reconoce ahora masculino. «El lenguaje que se uul‘uz'a para describir a hombres y
abiertamente (p.e., Conkey y Spector, 1984; Gero, 1985; Coontz mujeres es desiwuoal, con Clara desventaia para las muieres», sena'-
y Henderson, 1986; Lerner, 1986). Conkey y Spector (1984, pp. 2, lan Conkey y Spector. «Hay una Lm'presionante ausencia de la pa-
7) afirman que la bibliografi'a arqueolo’gica esta’ Lrn'pregnada de su— labra actividad' en relacio’n a las muieres (ml Los verbos en v02
posiciones, afirmaciones y puntos de vista sobre el género que de— pasiva se asocian generalmente a las muieres» (1984. p. 10).
rivan mas’ de experiencias contemporan’eas que del anal’isis denti- Ante la falta de estatus, presu'gio y control de las muieres en la
fico. El modelo evolutivo del hombre—cazador: investigacio’n arqueolo'gica. no sorprende que las cuestiones de gt"
nero y la arqueolog'a de las muieres ha‘van‘ recibido una atencio'n
Incluye un conjunto de suposiciones sobre hombres y mujeres tan superficial. la dins'io’n sexual del trab‘aio arqueolyog'co results
—sus actividades, capacidades, relaciones interpersonales, poo en la actualidad tan marcada como en el pasado.
sicio'n social, valor relativo, y su contribucio’n a la evolucio'n
humana— que resumen cl problema del androcentrismo. En El arqueo'logo es HOMBRE. trabaia 31* arre' libre. 3. vanes leios
esencia, el sistema de ge'nero que muestra el modelo presenta de la civihz'acio'n pero siempre man'reniendoxe: pu’i‘r’fi‘o }' \i-
un parecido asombroso con los estereotipos de ge’nero contem- sible; es fi'sicamente activo. duro. aventurero. dorm-name y
poran’eos. arriesgado, }' trae a ma los bienes r...) Esta cam-cam n“—
lacionado con el hombreocazador (ml el' obn‘ene ms dares pri-

328
T

marios' (...) (Mientras, la mujer) esta recluida en el campa- La consideracién de los roles sexuales desde diferentes
mento base, seleccionando y preparando los bienes para su con- posicionamientos teoricos puede constituir la base de nuevas pers-
sumo. Si 105 estereotipos economicos y culturales tradicionales pectivas de la arqueologfa prehistorica. Kelly (1979, p. 211), en
se mantienen, ella estara’ dentro, privada y protegida, pasiva— referencia al paradigma privado—pu’blico, observa que «las relacio-
mente receptiva, con sus habilidades «femeninas» y roles tra- nes sociales derivadas de cada esfera estructuran la experiencia de
dicionales mientras ordena y sistematiza, sin que se reconozca la otra». Hareven (1974, p. 325), en su revisio’n de la teorl’a de la
su contribucién a los procesos productivos (...) Realiza el tra- historia de la familia, divide la Vida de las mujeres en «tiempo fa—
bajo doméstico de la arqueologia. «Mind» los datos (Gero, miliar» (matrimonio, part0, maduracion) y «tiempo social» (tra—
1983, p. 51; véase también Arthur, 1985, Gero y Root, 1989). bajo, migracién y legislacién). Al criticar la dicotomr’a pu’blico-pri-
vado como demasiado restrictiva para los peri'odos pre-industriales,
Para un estado de la cuestion de la arqueologi’a feminista, re- Barker y Allen (1976) proponen una cla'sificacion mas’ amplia de
sulta u'til el trabajo de Lerner sobre la historiografia feminism la division sexual.
(1976, pp. 357 y 55.). Al principio, surgio una «historia compen—
sadora» centrada en los personajes histéricos de Florence
Una nueva construccién del conocimiento
Nightingales y Mary Seacoles, como excepciones aisladas al para-
arqueolégrco
digma androce’ntrico de la historia. Después se inicio una «fase
constructiva» que exploraba la participacio’n femenina en una his- En la actualidad, la critica feminista en arqueologi’a, «se ha despla-
toria construida por el hombre, como por ejemplo, en los movi- zado desde la denuncia de 105 cases mas flagrantes de dominio mas-
mientos politicos y sociales. culino hacr’a un cuestionamiento de formas ma’s sutiles de
Las historiadoras feministas han situado a la mujer en el cen- androcentrismo como la naturalizacio’n de la asimetri’a de género que
tro de sus estudios y, por esa razc’m, han remodelado la agenda te- se lleva a cabo en la cotidianeidad del mundo moderno» (Miller y
ma’tica de la investigacion y de la critica. Algunas historiadoras fe— Tilley, 1984, p. 8). No obstante, la teori’a y metodologr’a feminisras
ministas han identificado la esfera privada como el lugar central no esta’n los suficientemente desarrolladas y definidas y, ni mucho
de la experiencia femenina, en oposicio’n al a’mbito pu’blico de lo menos, forman parte au’n del discurso central de la arqueologi’a.
masculine. El trabajo de las mujeres y la procreacio’n, los nexos Para identificar la cultura material directamente relacionada con
entre la autodeterminacio’n sexual y el control sobre la reproduc- la vida de las mujeres, Conkey y Spector han disen‘ado una «es-
cién, el efecto del trabajo de la mujer sobre la familia y la posi- tructura para la diferenciacio’n de actividades» que registra la divi-
cio’n de la mujer en la sociedad y las dina’micas de poder y ge’nero sio’n sexual del trabajo y detalla los artefactos utilizados para ta—
en el seno de la familia constituyen algunos de los temas de inte- reas especr’ficas en determinados contextos. Esta base de datos puede
re's para la investigacio’n feminista. Muchos de estos trabajos vie- ser igualmente u’til para la identificacio’n de evidencias arqueolo’—
nen a demostrar hasta que’ punto los hombres dependen del mun- gicas que informen sobre la division sexual del trabajo.
do privado de las mujeres para mantenerse en sus roles pu’blicos Los restos recuperados en contextos funerarios siempre han
(Davidoffy Hall 1987, p. 33). permitido efectuar generalizaciones acerca de los roles y la posi-
cio’n social en relacio’n al ge’nero. Sherman (1975, p. 279y 55.) ha
demostrado que equiparar los objetos funerarios de valor con un
1. N. E.: En este pa’rrafo cirado por las autoras del aru'culo, Joan Gero hare uso del estatus alto, especialmente en el caso de los individuos masculi-
doble sentido del adjetivo raw, que significa en inglc‘s tanto primarios 0 en brum nos, constituye un procedimiento muy simplista. La suposicio’n de
—refirie‘ndose a datos— como crudo; este doble sentido se uriliza, en el razonamiento subsi-
guiente. para ubicar, metaféricamente, a las mujercs en la «cocina» de la arqueologl’a.
que la riqueza de los enterramientos femeninos expresa la riqueza

330 331
y estatus del hombre carece igualmente de validez. En su lugar
[la legitimacion ideologica que se produce a través de la decora—
deberla considerarse la posibilidad de la existencia de relacione;
cion simbélica de los artefactos. Creen que el cambio social puedc
sociales mas diversificadas. Cuando se cncuentran asociados a un observarse a partir dc las transformaciones en las relaciones entre
enterramiento masculino, se adscribe una funcion importante in- hombres y mujeres y del grado de poder con el que las mujeres
cluso a los objetos de uso dome’stico mas vulgares. Winters inter- negocran sus posrcrones.
preto las manos de mortero procedentes de enterramientos feme- Hodder (1983, p. 157) opina que en sociedades pequen’as pre—
ninos como herramientas que posei’an las mujeres y que estaban ocupadas por incrementar la capacidad de trabajo, «el control de
rclacionadas con el procesamiento de alimentos; en un contexto las mujeres por los hombres y la negociacion de su posicién por
masculino, propuso que los hombres las habian fabricado o bien las mujeres se convierten en el rasgo dominante de las relaciones
utilizado como martillos (Conkey y Spector, 1984, p. 11). sociales e implican con frecuencia un desarrollo cultural en la es—
Los trabajos paleopatologicos pueden ampliar la evidencia para fera doméstica». A partir del estudio de la dccoracion dc la cultu—
analizar el cambio cultural. En los EE UU, el estudio de los restos ra material y los tipos de tumbas y casas, Hodder (1984, p. 62)
o'seos del grupo Woodland de la regio'n del Lower Illinois River docu_ ha propuesto hipo’tesis sobre las relaciones sociales en el Neoli’tico
memo cambios en la dieta de hombres y mujeres. Los elementos del norte de Europa centradas en la competicion entre los ge’neros
traza mostraron diferencias en los niveles de estroncio de los hue- por el control de la reproduccio’n.
303 de ambos sexos durante cl peri’odo Woodland Final. Tales dife- En algunos estudios antropolo’gicos clas'icos ya se ve que las
rencias no eran evidentes en peri'odos anteriores. Los niveles de mujeres han construido sus propios co’digos simbo’licos, con fre—
estroncio en las mujeres eran significativamente ma’s altos que en cuencia en oposicio’n a los sr’mbolos dominantes masculinos
etapas previas, hecho que «puede indicar un consumo diferencial (Ardener, 1975, especialmente Okely, 1975, pp. 70-1). Estos tra—
dc proter’na animal entre los sexos» (Buikstra 1984, p. 229). (-Re- bajos situ’an a las mujeres interactuando de forma activa con los
flejan estos cambios en el consumo dc alimentos durante la tran- hombres en las relaciones sociales del pasado. No obstante, a la
sicio’n de la caza—recoleccio’n a la agricultura cambios en los roles hora de interpretar las diferencias y relaciones de ge’nero au’n que-
productivos de hombres y mujeres, en las costumbres sociales, 0 dan por resolver muchos problemas.
en ambos? Un anal’isis sobre la relacio’n entre ideologi’a, representaciones
En arqueologi’a, el estudio de la ceram’ica se ha centrado tradi- del poder y cultura material de los Endo de Kenya examina las
cionalmente en el anal’isis tipolo’gico, de las pastas, de las formas y formas en que los hombres adquieren y mantienen el control me—
de la decoracio’n. Aunque Hodder (1982), Brathwaite (1982) y diante e1 establecimiento de contradicciones estructurales, p.e. sim—
otros han comcnzado a indagar sobre las dimensiones simbo’licas bolico versus funcional, permanente versus temporal (Welbourn,
del uso y produccio’n de la cera’mica, escasamente se conocen au’n 1984, p. 24). Entre los Nuba dc Suda’n, la morfologi’a y disen’o de
cuestiones relacionadas con la utilizacio’n cotidiana de la cera’mica la decoraciones de la cera’mica sirven para transmitir significados
por las mujeres y el efecto que el consumo tiene sobre su disen’o y tanto explicitos como ocultos. Hodder (1982, p. 189) sugiere que
forma. «las mujeres en una posicio’n subordinada con respecto a los hom-
En una serie de estudios arqueologicos recicntes, la crr’tica fe— bres pueden ser capaces de generar una solidaridad de grupo y de
minista ha considerado que las relaciones sexuales resultan funda— alcanzar estrategias sociales mediante el discurso mudo de sus ce-
mentales para entender la organizacio’n social en el pasado ramicas y calabazas» (ve'ase también Brathwaite, 1982).
(Brathwaitc, 1982; Hodder, 1982; Welbourn, 1984; Lerner, 1986; Las mujeres continu’an plasmando en la cultura material sus
Arnold et alii, 1988). Estos autores y autoras se han centrado en propios significados simbo’licos, aunque e’stos a menudo se pier-
la divisio’n sexual del trabajo, las relaciones socialcs que implica y den porque no se reconocen. Por ejemplo, las mujeres del Green/Jam

332 333
Common Peace Camp (Newbury, Berkshire) han creado su propio WHAMA utilizando medics y fuentes visuales y materiales diversos
canon de slmbolos materiales y de expresion, de entre los que des- en un nuevo marco interpretativo, ha producido «Fit Work for
tacan la serpiente, la red y la luna. Ahora bien, ya que la cultura Women», donde se valora la aportacién de la mujer trabajadora a
de las mujeres no se valora y, posiblemente, ni siquiera se recono- la indusrria local (WHAMl, 1985, p. 27).
ce, los museos locales no adquirieren sus artefactos, argumentan- En el Lancaster Maritime Museum, el papel de la mujer en la
do que «fuera del campamento, los objetos perderfan su significa— industria pesquera masculina tradicional ha recibido un nuevo
do» (WHAML 1984, p. 24). Esto es cierto, pero no viene al caso. enfoque. Los testimonios orales se han utilizado para identificar
Para que los objetos nos digan algo sobre las mujeres que los han aspectos de la cultura material normalmente omitidos en los mo—
creado necesitan ser documentados. delos de investigacion tradicionales.

Las actividades masculinas se ilustran mediante redes, agujas


Hacia una nueva perspectiva para los museos de coser redes, velas, modelos de embarcaciones, ovillos de mer-
Las conservadoras de museos estan adoptando una perspectiva fe— da, calderas y los propios barcos pesqueros (...) (El) trabajo no
minista mas amplia y profimda dirigida al estudio de las vidas de organizado (de las mujeres) es generalmente difi’cil de ejempli-
las mujeres en las sociedades del pasado. Hasta ahora, los museos flcar. Las cultura material que produce es efi’mera. Para pelar
se han centrado en las vidas y experiencias de mujeres concretas, camarones no hacen falta nada mas’ que unas manos habilido—
en exposiciones especificas sobre las experiencias de las mujeres, y sas, una tela aceitosa y cuencos sobre la mesa, un saco donde
en la representacion del género en todas sus exhibiciones (WHAML tir‘ar las cascaras y, alguna vez, una balanza pequen‘a 0 un
1894, 1985). La atencio’n de las conservadoras, siguiendo los mo— medidor para pesar los camarones limpios (...) De esta cultura
delos compensatorios de la historia de las mujeres, se ha fijado en material so’lo se conservan una gorra y un jarro medidor (...)
las sociedades post-industriales. En cambio, se han hecho pocos (Whincop, 1986, p. 47).
esfuerzos para sustituir el marco androcentrista existente 0 para
reorientar las estrategias de adquisicio’n de objetos. El testimonio oral ha permitido documentar visualmente la
A Durbin ( 1983), por ejemplo, se le encargo’ la representacio’n actividad de las mujeres en la reconstruccio’n de la caban’a de una
de las colecciones de dos museos de Norwich para un curso de familia de pescadores.
estudios de la mujer de la Open University. En su gul’a identifica- La mayoria de las visiones del pasado que incluyen e1 ge’nero
ba 103 objetos realizados o utilizados por mujeres, pero no logré pertenecen a la historia reciente. Otros pasados arqueolo’gicos mas’
analizar o explicar su funcionalidad en el contexto de laactividad antiguos no han recibido todavr’a suficiente atencio’n. No obstan—
econo’mica dome’stica. En otros casos, las evaluaciones de la cul— te, una seccio’n del Museo de Antropologl’a de la Universidad de
tura material han sido mas’ rigurosas. Aberdeen, centrada en los aspectos sociales de la cultura mas que
En el Bruce Castle Museum, «La Historia de Ella» («Her-story»)2 en los materiales, esta’ dedicada a la mujer-recolectora (Hunt,
presenta la historia de Haringey desde una perspectiva del género 1986).
y anti-racista (Hasted, comm. pers., 1987). El grupo North West Vahags ha examinado la imagen de las mujeres en las cera’mi-
cas griegas de figuras negras'y rojas del Britt's/7 Museum. La autora
cita la leyenda que acompan’a a un vaso con la representacio’n de
2. N. Es. Otro juego de palabras intraducible es el que se emplea en el ti’tulo de esta dos mujeres desnudas lavando: «Las mujeres probablemente son
exposicion, ya que fragmenta el término history (historia) en el pronombre posesivo mascu-
lino singular his y story, que en inglés puede traducirse como cuento 0 historia. En la expo-
Hetaz'ruz' (cortesanas)» (1986, p. 2). Segu’n Vahags, «para quien no
sicién se substituye cl pronombre masculine por el femenino bar, quedando asr’ Iver—story. es especialista, esta muestra de ima’genes femeninas no puede

334 335
cuestionarse o analizarse sin informacion adicional» (1986, p. Bijy perspectivas sobre el pasado que estas categorias definen. Para ello,
La aurora duda de que sea posible proporcionar al pu’blico la sufi- las estructuras existentes y las divisiones disciplinarias de 105 mu-
ciente informacion para poder descubrir por sl’ mismo algo sobre seos deben ser sometidas a un cambio radical.
la Vida de las mujeres en la sociedad griega y opina que las expo-
siciones con una orientacién social, en mayor medida que las ex-
hibiciones tradicionales de objetos artfsticos, requieren de la in— Conclusiones
terpretacion para que los visitantes las entiendan» (1986, p. 3). En este artfculo hemos planteado algunas de las estrategias con las
Ha creado una ficha de trabajo para los estudiantes en la que se que las mujeres estan empezando a asumir el control sobre su pro-
adjuntan datos sobre las imagenes de las mujeres representadas en pio pasado. Mientras que la investigacién no se dedique en pro-
las ceramicas, lo que permite examinar las actitudes de hombres y fundidad a analizar las dimensiones del género, los museos segui—
mujeres de la sociedad griega hacia las mujeres. ran representando un pasado vacfo de mujeres. Ya que el pasado
Las excavaciones arqueolégicas en extension llevadas a cabo en refleja y refuerza el presente, parece imprescindible reevaluar el gé-
Southampton han proporcionado gran cantidad de materiales per- nero para cambiar el presente. Para ello resulta indispensable, la
tenecientes a la ciudad medieval amurallada (Platt y Coleman— perspectiva que aporta el feminismo. Y no porque se trate 5610 de
Smith, 1975, Oxley, 1986). Una exposicio’n, pensada para subra- un remedio, sino porque cuestiona lo que durante tanto tiempo
yar determinados aspectos de las experiencias de las mujeres, otorgé ha sido considerado importante y porque supone una protesta po-
el mismo peso a la esfera pu’blica que a la privada, pero enfatizo’ el litica en contra de hacer un pasado exclusivo de los hombres.
valor del trabajo femenino vinculado a la esfera dome’stica. 'Cuan—
do fue posible, se relacionaron los objetos con personas y activi-
dades conocidas; en otros casos, se utilizaron los artefactos proce- Bibliografla
dentes de otros contextos arqueologicos conjuntamente con fuentes ADDYMAN, P. (1989). Reconstruction as interpretation: the example of the
visuales y documentales contempora’neas. Jorvik Viking Centre, York. En P. Gathercole y D. Lowenthal (eds.), The
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Otras exposiciones podri’an sacar partido de los criterios que
— y A. GAYNOR (1984). The Jorvik Viking Centre: an experiment in
rigieron la exposicion de Southampton. Siempre que la evidencia archaeological site interpretation. International journal ofMuseum
actual demuestre la participacio’n de ambos sexos en una activi- Management and Curators/7110' 3: 7 — 18.
dad especifica, deberi’a identificarse a la mujer. Cuando el use 0 ARDENER, 5. (ed.) (1975). Perceiving women. Londres: Malaby.
manufactura de un artefacto no se puede atribuir a ningu’n sexo, ARNOLD, K. et alii (eds) (1988). Women and archaeology. Archaeological
deberi’a ser una pra’ctica comu’n el mostrar su uso hipote’tico por Review fiom Cambridge 7(1).
parte de ambos, hombres y mujeres. ARTHUR, J: (1985). Women in archaeology. Comunicacio’n presentada en
WHAM.’ (Women Heritage é‘ Museums), Southern Conference, Noviem-
El catal’ogo de actividades que hemos registrado en este arti—
bre.
culo demuestra que la revisio’n de las colecciones existentes se esta’ BARKER, D. y S. ALLEN (1976). Sexual divisions and society. En D. Barker
llevando a cabo en un contexto donde el feminismo no se tiene y S. Allen (eds,), Sexual divisions and society: process and change: 1—24.
muy claro. Sin el desarrollo de un marco teo’rico coherente, las Londres: Tavistock.
conservadoras de museos continuaran’ trabajando en solitario, rea- BRATHWAITE, M. (1982). Decoration as ritual symbol: a theoretical proposal
lizando exposiciones que no pueden hacer nada mas que contri— and an ethnographic study in southern Sudan. En I. Hodder (ed.),
buir a la «historia de las mujeres». Cualquier cambio fundamental Symbolic and structural archaeology: 80-8 Cambridge: Cambridge
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en las poli’ticas de los museos necesita tener en cuenta el ge’nero, BUIKSTRA, (1984). The Lower Illinois River region: a prehistoric context
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Los arqueo’logos, en su faceta de exploradores y descubridores, han


mantenido el mito de la investigacio’n objetiva mucho ma’s tiem-
p0 que los especialistas de otras disciplinas de las ciencias sociales.
Centrados en las acciones, los «cowboy; de la ciencia» (extraido de
la pegatina de un coche en Alaska, 1981) se han mostrado muy
poco interesados en la autocri’tica.
Sin embargo, en los u’ltimos an‘os, la disciplina esta’ comenzan-
do a tomar conciencia sobre el hecho de que nuestras nociones so—
bre el pasado, epistemologi'as, campos de investigacio’n, metodologi’as
e interpretaciones esta’n lejos de ser neutrales. Ideas como las de Ford
(1973, p. 84), para quien el desarrollo de la prehistoria coincide
con y reafirma el surgimiento de los nacionalismos, las cle Leone
(1973, p. 129), quien asegura que las naciones invertiri'an millones
de do’lares cada an'o en arqueologi'a con un solo objetivo: lograr una
«base empi’rica para sustentar los mitos nacionales», o 105 comenta-
rios de Clarke (1973, p. 6) sobre «la transicio’n desde la toma de
conciencia a trave’s del conocimiento propio hacia el auto—conoci-
miento cri’rico», muestran que la arqueologi'a se halla fuertememe
ligada a y condicionada por la sociedad que la mantiene.
Recientemente, han aparecido nuevos enfoques crl’ticos que po—
nen de relieve los condicionamientos sociales de cualquier empresa
arqueolo’gica. Por un lado, una filosofi’a cri'tica de la arqueologl’a
(Hannen y Kelley, 1983; Kelley y Hanen, 1985; \Xyl’lie, 1981, 1985a.
1983b), una historiografl'a critica de la arqueologl’a (Fahnestock,
1984, Kristiansen, 1981, Nielrzer, 1983a, 1983b; Trigger. 1980).

340 541
eval'uaciones criticas de la metodologfa (Moore y Keene, 1983) y de Probablemente esta reflexién parezca obvia, pero permitir que
la arqueologi’a aplicada (Claassen, 1982; Kendall, 1982; McCartney, la arqueologfa sirva a los intereses del cstado, 0 al menos a 105 in-
1982), y, por u'ltimo, una sociologr’a reflexiva de la arqueologia, que tereses dominantes, (Gero, 1983b) supone realmente 5610 el pun—
tambie'n se conoce como la sociopoli'tica de la arqueologfa (Gero er to de partida de la sociopolitica de la arqueologfa. Podernos ir mas
alii, 1983), en la que se centra este trabajo. alla y especiflcar un sesgo ineludible que el estado exige a la ar-
La sociopolitica de la arqueologi’a va mas alla del reconocimien— queologfa: hacer que el pasado parezca el presente, utilizando un
to de que la arqueologi’a es una actividad social. Ya que su objeto «paradigma actualista» (Conkey, 1982, p. 5) en las interpretacio-
de estudio es un pasado «cargado» de valores y ya que se sostiene y nes y reconstrucciones arqueolégicas. La arqueologi’a falsiflca de
adquiere validez por los intereses sociales y politicos dominantes, la forma continua el pasado haciendo que parezca el precedente 10’-
arqueologx’a tiene que servir a la ideologi’a del estado que la apoya. gico del presente; muestra el presente como el resultado forzoso y,
Al investigar sobre la sociopoli’tica de la arqueologi’a debemos pre- por lo tanto, legitimo del pasado (Leone, 1984a).
guntarnos de que’ manera la sociedad que mantiene la actividad ar- 5610 hemos dado el primer paso para un examen autocri’tico.
queologica estructura y condiciona el objeto de nuestros estudios, Para pasar de la contemplacién a1 cambio, debemos entender exac-
los me’todos que uti'lizam‘os; las suposiciones de las que partirnos, tamente co’mo los valores, prejuicios, normas y poli’ticas actuales
nuestras categori’as de observacién, teori’as e interpretaciones. pasan a formar parte de nuestro trabajo, y co’mo participamos, tal
vez sin quererlo, en el proceso que impone cl presente al pasado:
seleccionando areas geogra’ficas de investigacio’n (Blakey, 1983),
La investigacién en sociopolitica
determinando los temas de estudio (Klejn, 1977; Wobst y Keene,
La arqueologi'a es fundamental y exclusivamente una institucio’n 1983), proponiendo categon’as de anal’is’is (Conkey y Specter, 1984;
social de am’bito estatal. 8610 el estado puede mantenerla, lo que Leone, 1982, 1984a), aplicando y/u obviando determinadas
requiere los servicios de especialistas de elite que produzcan y con— metodologi’as (Kus, 1983; Paynter, 1983; Wobst, 1983), asignan-
trolen el pasado. Los arqueo’logos, y en particular [05 prehisto— do causas y motivos (Trigger, 1981; Wilk, 1983), creando patro-
riadores, pueden producir para el estado un pasado basado en la nes de relaciones sociales en el pasado (Handsman, 1983; Leone,
geografi’a (una prehistoria del uso del suelo de una nacio’n o una 1981, 1984a; Meltzer, 1981; Schuyler, 1976) y presentando el pa—
region) 0 un pasado cultural, donde se traza la supuesta li’nea evo- sado directamente al pu’blico (Blakey, 1983; Leone, 1981, 19984b;
lutiva particular de las tradiciones culturales. En Norteame’rica, por Meltzer, 1981; Schuyler, 1976).
ejem'plo, Blakey (1983, pp. 6-7) ha utilizado el International Un enfoque sociopolitico permite exponer los diversos meca-
Directory ofAnt/yropologz'st (Tax, 1975) para demostrar, en primer nismos por los que el presente influye sobre el pasado arqueolo’gi-
lugar, que los arqueo’logos nortearnericanos trabajan principalmente co. Por ejemplo, la identificacio’n del presente como una estrecha
en su propio continente para proporcionar un pasado geogra’fico banda de contemporaneidad permite reseguir directamente en las
a los norteamericanos actuales y, en segundo lugar, que los yaci- interpretaciones y reconstrucciones del pasado las influencias de
mientos que se investigan no se eligen de acuerdo a un criterio de las tendencias intelectuales de corta duracio’n y de los acontecimien—
proximidad geografi’ca con Norteame’rica sino de acuerdo al siste- tos politicos ma’s relevantes (ve’ase la interpretacio’n de Trigger,
ma de valores europeo y judeo—cristiano. Por ello, se concentran 1981, p. 151, sobre la teori’a de la cata’strofe y la hipo’tesis de Wilk,
en yacimientos de Europa y el Pro’ximo Oriente, como un reflejo 1983 acerca de co’mo la guerra de Vietnam y el movimiento
de la rai'ces e’tnicas de la mayori’a de los norteamericanos, en vez ecologista influyeron en la arqueologr’a maya). De forma alterna—
de elegir enclaves de Africa 0 de otros lugares de Asia (ve’ase tam— tiva, los estudios de la «estructura de recompensas» y de la «matriz
bie’n Kelley y Nahen, 1985, cap. 4). dc constren'imientos» que caracterizan la economi’a poli’tica de la

342 343
arqueologfa (Wobst y Keene, 1983) dependen de una amplia de- interpretaciones del pasado. Pero también queremos considerar
finicién del presente que les condiciona, es decir, el perfodo de 40- cémo estas asunciones actualmente subyacen en las relaciones dc
50 an’os durante el cual la arqueologfa se ha desarrollado mas o género entre los arqueologos, reproduciendo, en el am’bito profe—
menos de la misma forma que en la actualidad. Los analisis sional, conclusiones y, en el ambito profesional la misma socie—
sociopoliticos a este nivel revelan mas limitaciones estructurales de dad, presente y pasada.
cara’crer general sobre nuestro trabajo. Finalmente, e1 presentc ac-
tivo puede equipararse con la participacion en el mantenimiento Interpretaciones arqueolégicas del género
de la sociedad a nivel estatal, reforzando las principales asimetrias El reciente intere’s por el estudio del género en arqueologi’a (Conkey
sociales dentro del estado. En este punto, la sociopolitica puede 1982; Conkey y Spector, 1984; Moore, 1985) se ha visto, sin
revelar co’mo la arqueologfa contribuye a justificar la jerarqul’a eco— duda, estimulado por la publicacio’n de centenares de libros y ar—
némica y de las diferencias sociales, al permitir a los gestores polf— ticulos escritos desde una perspectiva feminista durante la u'ltima
ricos «dar por sentada su postura y convencer a los dema’s de que de’cada. La arqueologi’a pudo haber reaccionado antes para parti—
el orden de las cosas siempre ha sido el mismo y de que asi debe cipar de forma ma’s activa, como la antropologi’a sociocultural, del
continuar» (Leone, 1984b, p. 34; Meltzer, 1981). intere’s sobre el ge’nero, pero la estructura tradicional de la teorl’a
El desarrollo de una conciencia sociopoli’rica en la arqueologi’a y pra’ctica arqueolo’gicas otorga un escaso o nulo reconocimiento
busca reconocer co’mo las limitaciones a mu’ltiples niveles se re- a quie’n decide adoptar este discurso. Histo’ricamente conservado—
fuerzan entre 51' y estructuran nuestro trabajo de forma inadverti- ra, la pra’ctica arqueolo’gica ha estado dominada por hombres blan—
da. La falta de un enfoque uniforme no deberi'a preocupar a na— cos de clase media (Hanen y Kelley, 1983), entre los que prevale—
die; lo mejor que podemos hacer es examinar las mu’ltiples formas ce la imagen estereotipada de «masculinidad», «fortaleza» y
en que el contexto politico de la investigacio’n se refleja en deter- «dinamismo» (Woodall y Perricone, 1981). Esta comunidad cien-
minados aspectos ideolo’gicos. Un ejemplo significativo lo consti- tifica se ha mostrado muy lenta a la hora de adoptar una perspec-
tuyen las representaciones arqueologicas de las relaciones entre los tiva feminista.
sexos y la ideologi’a del ge’nero. Conkey y Spector (1984) fueron pioneras en ofrecer un anal’i-
sis significativo de la ideologia del ge’nero en la investigacio’n ar-
queolo’gica. Estas autoras sen"alan que las afirmaciones sobre el ge-
La sociopolitical del género nero son comunes en las reconstrucciones del pasado, aunque «son
El tema del ge’nero resulra particularmente apropiado para un ami— tan implicitas que ni siquiera se piensa en contrastarlas». Proce—
lisis sociopolitico por diversas razones. Si bien se trara de un siste- dentes de los relatos etnografi’cos centrados en los hombres y en
ma de valores y de un producto social (Rubin, 1975, pp. 165-166), las experiencias personales de la mayori’a de arqueo’logos en tanto
el ge’nero riene tambie’n una dimensio’n empi’rica, la diferencia bio— que miembros de una sociedad estatal, los modelos de ge'nero im—
lo’gica, que subyace al marco social y puede retrotraerse en el tiem— pll’citos reconstruyen los papeles de hombres y mujeres del pasado
po, permitiendo realizar distinciones entrc poblaciones actuales y, a partir de estereotipos actuales. Las mujeres, si es que aparecen,
a través de los restos o’seos, entre poblaciones prehistoricas. Ade- llevan a cabo un nu’mero limitado de actividades pasivas, centra—
mas’, la proporcién aproximada de un 50% de hombres y un 50% das en el hogar, en contraposicio’n a los roles pu’blicos, producti-
de mujeres, que cabe esperar encontrar en todas las poblaciones, vos y de amplio espectro de los hombres.
nos permite identificar las distribuciones culturalmente sesgadas y Conkey y Spector (1984, pp. 5—14) proporcionan ejemplos de
la visibilidad desigual. En este rrabajo, pretendemos examinar los- co’mo la ideologia «actualista» interviene en la interpretacio’n de
presupuestos implfcitos sobre el género que estructuran nuestras los roles de ge’nero del pasado. Asi, los ajuares se interpretan de

344 345
Tmanem diferente dependicndo de si se encuentran en sus propios datos, icrudos!’ El pu’blico mantiene esta imagen (Gero,
enterramientos masculinos o femeninos (por ejemplo. las manos 1981, 1983a), promovida por cl propio arqucologo (Woodall y
dc mortero de tumbas fcmcninas indican actividades de molienda Pem'cone, 1981). De acuerdo con el estereotipo, esperamos encon—
y procesado de alimentos, mientras que cuando se hallan en trar a la arqueo’loga recluida en el campamento base (e1 laborato-
enterramientos masculinos hacen pensar en su produccién y su uso rio o musco), seleccionando y preparando los materiales, privada,
como martillos en otras actividades productivas) (en Winters, 1968, protegida, pasivamente rcceptiva, ordenando y sistematizando, pero
p. 206). Incluso las bases de la existencia humana se apoyan aho- sin que su contribucion sea reconocida en el proceso productive.
ra en reconstrucciones de una estricta division sexual del trabajo La arqueologa, mujer—en—casa, debe cumplir con su estereotipo es-
que se retrotraen en el tiempo hasta una era protohumana. En este pecializa’ndose en el analisis de materiales arqueolo’gicos, realizan-
cscenario, 1a distribucion de alimentos y la nocion heredada de un do tipologfas y seriaciones, y estudiando hucllas de uso, pastas o
campamento base comu’n rcfuenan la imagen dc una mujer a la motivos iconograflcos. Tiene que realizar las labores domésticas de
que, en su caracterizacién cada vez mas restringida, pasiva y se- la arqucologi’a.
dentaria, se 16 otorga un lugar preferente en el proceso de evolu- Si csta division sexual dcl trabajo cxiste realmente en la disci—
cio’n humana (Conkey y Spector, 1984, pp. 8-9). Hasta e1 lenguaje plina arqueologica, los arqueo’logos deberi’an ser los que llevasen a
utilizado en las interpretaciones arqueologicas para los comporta- cabo el trabajo dc campo, enfrascados en proyectos que implica—
mientos masculinos se diferencia del que se emplea para hablar de sen la recoleccio’n primaria de datos procedentes de excavaciones y
comportamientos femeninos: los hombres llevan a cabo «activida- prospecciones. Las arqueo’logas, por contra, participarr’an en pro-
des» micntras que las mujeres realizan «tareas»; las explicaciones yectos que no incluiri’an el trabajo de campo y analizari’an datos
de las actividades masculinas «son mas’ detalladas, y se describen que no procederi’an direcramenre de un contexto arqueolo’gico, pues
con mayor interés y frecuencia que las asociadas con las mujeres. ello no constituira’ un aspecto significativo de su investigacio’n.
Existe una asimetrfa en la visibilidad, nivelcs dc energi’a, logros y He utilizado tres fuentes para analizar co’mo se distribuyen los
contribuciones de los sexos» (Conkey y Spector, 1984, p. 10). proyectos de campo y los que no lo son entre arqueo’logos y
Queda claro, por tanto, que la interpretacio’n arqueolo’gica se arqueélogas. En primer lugar, los trabajos publicados en American
ha visto condicionada por un conjunto de asunciones implicitas Antiquity sobre la investigacio’n que se realiza en Mesoame’rica. A
sobre el género y que el papel de las mujeres en el pasado no ha pcsar de sus limitaciones, a partir de estos arti’culos podemos do-
recibido una atencion expli’cita. La interpretacio’n y presentacio’n cumentar una amplia muestra de arqueo’logos y arqueo’logas ele-
androcc’ntrica del pasado csta’ estructurada, a la vez que estructu— gidos por tener en comu’n el mismo interés geogra’flco. La segun—
ra, por la esfera ideolo’gica y simbolica dc nuestra sociedad, en tanto da fuente procede de las tesis que se han lei’do u'ltimamente y
que el pasado duplica y legitima las normas y valores actuales. recogido en el Dissertation Abstracts International. Aunque no re-
flejan toda la varicdad de actividades que se dan en arqueologr’a,
La investigacién arqucologica y c1 género estas estadi’sticas ofrecen una visio’n actual de los principales te—
C'ontinuando en la misma ll’nea dc razonamicnto, cabe esperar que mas de la arqueologi’a. Finalmente, me he basado en la distribu—
los arqueélogos se comporten profesionalmente de acuerdo a las Cio’n de los proyectos de arqueologi’a financiados por la National
construcciones ideologicas que adoptan para explicar e1 pasado. De
hecho, existen fuertes paralelismos entre el hombre que habita cl
l. N. E.: Como en varios de sus arti'culos, joan Gero hace uso del doble sentido
registro arqueolo’gico —pu’blico, visible, fi’sicamente activo, explo— (intraducible) del adjctivo raw, que significa en inglés tanto «primaries» 0 «en bruto»
rador, dominante, duro, estcrcotipo del cazador— y el arqueologo rcfiriéndose a datos— como «crudo»; csre doble sentido se utiliza para calificar a las mu-
de campo que conquista cl cntomo, (me a casa los bienes y toma )icrt's arqueélogas como «amas de casa» que cocinan los datos «crudos».

346 347
Science Foundation, obtenida a partir de la lista de NSF Grant: y
a‘fi En el bienio 1979-1980, sin embargo, todos los indicadores

1
Awards. Esta fuente dc financiacio’n es probablemente la de ma- muestran una tendencia significativa hacfa una mayor concentra-
yor prestigio dentro de la investigacion arqueolégica, por lo que cic’m de los hombres en investigaciones de campo y de las mujeres
cabe esperar que las normas y valores de la propia disciplina apa— cn investigaciones de laboratorio. De hecho, la proporcién de
rezcan exagerados, quizas’ mostrando sesgos paralelos a los de nues- mujeres Ilevando a cabo proyectos de laboratorio duplica a la de

1
tros argumentos. los hombres en este mismo tipo de trabajo, aunque éstos domi-
La Tabla 1 presenta los resultados de las tres fuentes para dos nan de forma casi exclusiva la arqueometrl’a (un a’rea de alta rec—
perl’odos bianuales, 1967-1968 y 1979-1980. A1 margen de la gran nologl’a de la investigacién no de campo). A la inversa, casi e1 do—
sobrerrepresentacién de hombres, se aprecia una imagen ble dc arqueélogos que de arqueélogas realizan trabajos dc campo,
sorprendentemente homoge’nea de los roles sexuales en la investi— a excepcio’n de los proyectos subvencionados por el NSF.

1
gacio’n arqueolégica. En las primeras muestras, los hombres esta’n Dcsde otra perspectiva, durante los an’os 1979—1980, 105 hom—
ligeramenre ma’s representados en las investigaciones dc campo que bres, que representan un 74% del total de arqueo’logos incluidos
las mujeres (con la excepcion de los proyectos del NSF donde la en la muesrra, realizan el 83% de todos los trabajos de campo rea—
participacio’n es igual entre ambos sexos). No obstante, la inter- lizados en Mesoame’rica, el 81% de las tesis basadas en estos tra-

1
preracion de estas cifras es un tanto arriesgada debido a1 bajo nu’- bajos de campo, y un 93% de rodos los proyectos del NSF. Por
mcro de mujeres. otro lado, las mujeres, que representan u’nicamente el 26% de la
muestra, llevan a cabo el 45% del trabajo de laboratorio relacio—
nado con Mesoamérica, e1 46% de las tesis basadas en datos de
laboratorio y un 27% de la investigacio’n de laboratorio subven—
Tabla 1 cionada por el NSF.
Proycctos dc laboratorio y de campo realizados En un intento de realizar un ana’lisis ma’s detallado sobre la
por hombres y mujcrcs, scgu’n las trcs difcrcntcs fircntesa divisio’n de ge’nero en arqueologr’a, se seleccionaron los resu’menes
Investigaciones Mcsoaménca 0115mm)" Abmamr Becas y Subvcncioncs dcl dc tesis por ser la base de datos ma’s accesible, completa y signifi-
publicadas en Amm‘mn Antiquity Inlmmianaf Aa'tiomz/ 5mm Founzfarimf cariva sobre la investigacio’n realizada en arqueologr’a, y se exami—
naron todos los resu’menes dc tesis realizadas en los u’ltimos 25 afios
HOMBRES MUJERES HOMBRES MUJERES HOMBRES MUJERES
(Tabla 2). La pequen‘a muestra de mujeres que se doctoraron en
Campo Lab. Campo Lab. Campo lab. Campo lab. Campo lab. Campo lab. arqueologr’a con anterioridad a 1970 hace que la comparacio’n para
estos afios sea poco flab-1e. Las aparentes inconsistencias que se de—
1967- 85% 1 5% 25% 84% 16% 75% 25% 88% 12% 88% 1290
tectan durante los perr’odos anteriores, de 1960 a 1964 y de 1965
1968 n=29 n=5 n=1 n=31 n=6 n=3 n=1 n-75 n: 10 n=7 n=1 a 1969, se deben, obviamente, a1 taman’o de la muestra. Mi pro-
1979- 76% 24% 56% 63% 37% 32% 68% 87% 13% 57% 43% pia promocio’n es la de 1960—1964, cuando tan 5610 se contabili-
1980 n-—82 n=27 n-.017 n-—22 n-—78 n—.45 n-—18 n-—38 n=55 n=8 n=4 n=3 zan tres tesis de mujeres. De hecho, lo que podemos apreciar es
una imagen poco representativa de mujeres realizando la mayor
‘ En todas las estadx'sticas de esta tabla, los proyectos realizados por rrabajos de equipo parte de la investigacio’n de laboratorio, pues sospecho que durante
formados por hombres y mujeres han sido omitidos. Los proyectos firmados por mas de esos afios, tanto hombres como mujeres desarrollaban roles simi—
un hombre, o mujer son contados como proyectos de un u’nieo hombre o mujcr.
" En 105 cases del Dissertation Abstracts International y Becas y Subvenciones del NSF, lares en la investigacio’n, que comu’nmente implicaba un gran e’n—
no pudo averiguarse e1 género de algunos de los investigadores y la naturaleza de los pro— fasis en el trabajo de campo, como es evidente en la muestra rela-
ycctos dc investigacién. Este pequefio nu’mero dc casos, sin llegar a exceder e] 3.8% de los
tivamente mayor del perl’odo 1965—1969.
datos por an'o, ha sido omitido en esra tabla.

348 349
Tabla 2 ren o no trabajar en el campo. Para contestarla, retomaremos las
Investigacion sobre las tesis firmadas distribuciones de las subvenciones que concede la prestigiosa NSF.
por hombres y mujcres en los u’ltimos 25 afios recogidos En la Tabla 1 se muestra que, aunque se aprecia un importante
en el Dzs'wrtation Abstracts International. aumento de la investigacién no de campo subvencionada por el
NSF durante en el perl’odo 1979—1980, nunca se llega a niveles si—
Hombres Mujeres milares a los de las otras fuentes que utilizamos. De hecho, re-
sulta evidente, a partir de esta tabla, que durante e1 bienio 1979—
Campo Laboratorio Campo Laboratorio
1980 hay una representacién alta de investigaciones de campo,
1960—1964 620/0 670/0 realizadas tanto por hombres como mujeres, especialmente si la
n-—18 n—-2 comparamos con el estudio hecho a partir de las tesis: un 87% de
los arqueo’logos (en comparacio’n con el 63% de los que leyeron
1965-1969 73/00 27/00 25/00
sus tesis) y un 57% de las arqueo’logas (en comparacio’n al 32%
n-_61 n——22 n=2
que presentaron sus tesis) financiados por el NSF llevaron a cabo
1970—1974 68/00 32/00 71/00 investigaciones de campo.
n—-141 n—-66 n-—32 Como observo’ en su d1’a M. Conkey (1978, p. 5), estas cifras
1975-1979 610/0 390/0 37/00 63/00 sugieren que la National Science Foundation, una entidad contro—
n—-176 n—-112 n_—49 n—-83 lada por el estado, favorece la investigacio’n de campo, que responde
1980-1984‘ 62/00 38/00 34/00 66/00 a1 estereotipo masculine y que se asocia realmente a los arqueo’logos
n-—176 n-—107 n-—60 n-—115 hombres. Es ma’s, John Yellen (1983, pp. 61—62) comenta que un
35% de los hombres que solicitaron subvencio’n a la NSFpara tra—
‘ Para 1984, estas cifras incluyen u'nicamente los meses de enero a julio. bajos de campo la obtuvieron, mientras que, en el caso de las mu—
jeres, so’lo un 15% (menos de la mitad). Por otro lado, se financio’
a un 28% de las mujeres que habr’an solicitado fondos para pro-
Sin embargo, en la medida en que empieza a aumentar el nu’— yectos de laboratorio, lo que se ajusta ma’s al rol proton’pico que
mero de mujeres en la profesio’n despue’s de 1970, la tendencia es se espera de las mujeres. En cambio, la naturaleza del proyecto
Clara: casi dos tercios de las arqueo’logas basan sus tesis en investi— propuesto no afecto’ a la proporcio’n de e’xito de las solicitudes fir-
gaciones de laboratorio y aproximadamente dos tercios de los hom— A .nw madas por arqueo’logos. El hecho de que las solicitudes a1 NSF rea—
bres desarrollan investigaciones basadas en trabajos de campo. De lizadas por hombres obtuviesen en general ma’s e’xito que las de
igual modo, a partir de esta serie, podemos afirmar que, en los las mujeres, y que esto u’nicamente ocurriese con la arqueologl'a y
u’ltimos diez afios, el nu’mero de tesis firmadas por hombres basa— no con la antropologl’a social y fi’sica (Yellen, 1983, p. 60), situ’a
das en investigaciones de campo se ha reducido de un 92—95% (en estas evidencias bajo una nueva perspectiva.
1960-1974) a u’nicamente un 75—78% (en 1975-1984). Sin em— Es posible que arqueo’logos y arqueo’logas se vean afectados por
bargo, este cambio queda totalmente explicado por el aumento de una ideologr’a sociopoll’tica diferente a la de otras disciplinas, he—
mujeres que finalizan el doctorado, de manera que se mantienen cho que probablemente se deba a la responsabilidad de la arqueo—
las proporciones de las investigaciones de campo y de laboratorio, logfa de reproducir y legitimar el presente a trave’s del pasado, pro—
aunque cada an'o aumenta el nu’mero de contribuciones a las in— porcionando ral’ces y construyendo secuencias que se engarzan de
vestigaciones de campo realizadas por mujeres. forma directa con valores y pra’cticas contempora’neas. Debido a
La cuestion que se plantea, por tanto, es si las mujeres quie- la utilidad social de la construccio’n del pasado (incluso mas’ u’til

350 351
que otros ambitos de la investigacion antropologica), y a la esca- FAHNESTOCK, P. (1984). Historv and Theoretical Development: The
Importance of a Critical Historiographv of Archaeology. Archaeological
sez de datos poco ambiguos, es inevitable que nuestras conclusio-
Rew'ewfiom Cambrindge 3:7—18.
nes reflejen la ideologi’a social al uso (Gould, 1981, p. 22). La ar- FORD, R. (1973). Archaeologv Serving Humanity. En Ch. Redman (ed.),
queologi’a participa de, contribuye a, es validada por y muestra las Research and Theory in Current Archaeology: 83-93. Nueva York: Wiley
estructuras sociopoliticas de su momento en la identificacion dc and Sons.
Ias cuestiones que deben investigarse y en la interpretacio’n de sus GERO, (1981). Excavation Bias and the Woman-at-Home Ideology. Co—
hallazgos. Es necesaria la existencia de una investigacién reflexiva municacion presentada en 21" Annual Meeting of the Northeastern
y sociopoli’tica en arqueologi’a para descifrar e1 presente al tiempo Anthropological Association. Saratoga Springs, Nueva York.
__ (1983a). Gender Bias in Archaeology A Cross-Cultural Perspective. En
que desenterramos el pasado, y distinguir ambos tiempos siempre
J. Gero, D. Lacy y M. Blakey (eds.), The Socio—Politics ofArchaeology:
que sea posible. 51-57. Amherst: University of Massachusetts.
__ (1983b). Producing Prehistory Controlling the Past: The Case of the
New England Beehives. Comunicacio’n presentada en 11" International
Agradecimientos Congress ofAnthropological and Ethnological Sciences. Vancouver
Mi mas' calido agradecimiento a Patty Jo (Watson, una mujer que —— D. LACY y M. BLAKEY (eds.), The Socio-Politics ofArchaeology. Amherst:
University of Massachusetts.
no se queda en casa, por su apoyo y an’imo durante la finalizacion
GOULD, 8.]. (1981). The Mismeasure of Man. Nueva York: Norton.
de este trabajo. Gracias tambie’n a Dena Dincauze por hacerme
(trad. cast. La falsa meolida a’el hombre. Barcelona: Cn’tica).
pensar en diferentes formas de reflejar mis argumentos y a Meg HANDSMAN, R. (1983). Social Inequality and Alienation: The Construction
Conkey y Martin Wobst por su constante ayuda y apoyo. Stephen of Value through Time. Comunicacio’n presentada en 48“ Annual Mee-
Lorin y Kimberly Grimes me ayudaron a recopilar la informacion ting ofthe Society for American Archaeology. Pittsburgh.
sobre las tesis y Pam Spurrier, de la University of South Carolina HANEN, M. y KELLEY (1983). Social and Philosophical Frameworks
Statistical Laboratory, me ayudo a resolver mis dudas, por lo que for Archaeology. En Gero, D. Lacy y M. Blakey (eds.), The
Socio—Politics ofArchaeology: 107—117. Amherst: University of
le estoy agradecida. Los fallos y la pasion son mi’os.
Massachusetts.
KELLEY, J. y M. HANEN (1985). Archaeology and the Methodology ofScience.
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354 355
x11. OSCAR MONTELIUS
Y LA LIBERACION DE LAS MUJERES.
UN EJEMP/LO DE ARQUEOLOGIA’,
IDEOLOGIA Y EL PRIMER
MOVIMIENTO DE MUJERES
SUECAS*
Elisabeth Arwill—Nordbladh

Introduccién
En los u’ltimos an'os se Viene debatiendo la influencia de la ideolo—
gi’a en la ciencia y la investigacio’n. Es importante que quienes in—
vestigan tomen conciencia de ello, ya que pueden «influir en la
opinio’n que la genre tiene del mundo, de la sociedad y de ella
misma», tal como afirma el historiador de las ideas Sven-Erik
Liedman (1978, p. 10).
El resultado de una investigacio’n puede apoyar 0 neutralizar
ideas 0 creencias enraizadas en contextos histo’ricos y sociopoliticos
especificos. Siempre que se utilice de un modo apropiado, ese es
el «uso normal y, a menudo, positivo de todo tipo de ciencia»
(Liedman, 1978).
Para evitar abusos, manipulaciones y adoctrinamientos ideo—
llll'

légicos, es necesario que este aspecto de la ciencia se discuta tanto


por la investigacio’n como por la sociedad en su conjunto.
En el caso de la arqueologl’a, ya se ha sen’alado, por ejemplo,
su importancia en la construccio’n de la identidad nacional y de
los inrereses de los estados—nacio’n (Moberg, 1978, p. 217; 1984).
Asimismo, la forma de presentar los restos arqueolo’gicos e histo-
ricos puede, desde una perspeciva ideolo’gica, permitir visualizar

* Esta articulo se prescnto’ originariameme e11 TAG (Theoretical Archaeological Group


Conference) en Londres, 15rh—l7rh de diciembre de 1986.

357
7
14.4.4
aspectos como, por ejemplo, las relaciones sociales (Leone, El contexto social: la ideologla dc género dominante

14L
1981. p. 8).
a finales del s. XIX

,
La clarificacién de los. aspectos ideolo’gicos quizas resulta espe-
cialmente importante en los estudios dc ge'nero. A menudo, los Las mujeres suecas realizaron una labor intensa por su emancipa-
asuntos relacionados con el género se derivan de asunciones que cién a finales del siglo pasado. La transicion de la sociedad
se consideran tan obvias que ni siquiera se han discutido y, a me— preindustrial a la industrial habia comportado grandes cambios
nudo, se han ignorado. sociales. El paso de una produccion doméstica a otra industrial al-
Durante los u’ltimos 10—15 an’os, los estudios de mujeres reali- tero las relaciones de produccién y la estructura de las familias y
zados desde la literatura, la historia y la antropologfa social han unidades domésticas. Por otra parte, el modo de Vida también se
dedicado una atencion considerable a estas cuestiones. For lo que vio afectado por el crecimiento demografico y por la migracién
se refiere a la arqueologr’a en sentido estricto, la toma de concien— hacia las ciudades. Para parte del campesinado, estos cambios fue-

'1

“Wank
cia de los aspectos ideologicos de la ciencia ha sido menos pro— ron menos evidentes (Losman, 1986, p. 173). Las nuevas condi-
ciones de vida, de diferente orden, se hicieron notar mas' entre la
i
nunciada, aunque gradualmente vaya recibiendo mayor atencién.
Recientemente, Margaret Conkey y Janet Spector han demos- clase trabajadora y la clase media burguesa. Fue especialmente en
trado, en su arti'culo «Archaeology and the Study of Gender» esta u’ltima donde empezaron a cristalizar cuestiones relacionadas
(1984), que toda una serie de ideas preconcebidas sobre la exis- con la emancipacién de la mujer,1 como el derecho a obtener di—
tencia de hombres y mujeres, sus roles sociales, sus tareas, etc. han ferentes clases de empleos. Por ejemplo, se exclui’a a las mujeres
penetrado en los estudios arqueolo’gicos. Como ellas mismas apun- de la administracio’n del estado, tanto porque carecr’an de la edu—
tan, la arqueologi’a esta’ contribuyendo a la formacién de una Mi— cacio’n necesaria como porque se les prohibi’a por ley ocupar cier-
tologi’a del ge’nero. Estos prejuicios pueden agruparse. Uno de ellos tos puestos de trabajo. Todos los empleos disponibles (maestra de
lo constituye la implicacio’n de lo masculine y lo femem'no. la escuela elemental, oficinista en correos y tele’grafos o enferme-
' Ciertas propiedades fi’sicas y psicolo’gicas se arribuyen a hom— ra), teni’an una remuneracién baja. Una mujer podi’a mantenerse
bres y mujeres como algo inherente a su naturaleza. Con ello, tam- a 51' misma, pero 5610 con dificultades podri’a haber mantenido a
bie’n se crean prejuicios acerca de, por ejemplo, las relacz'ones de una familia (Kyle, 1972).
poder entre los ge’neros y las efseras saddle: de hombres y mujeres. Ante esa situacio’n se produjo un cambio en la ideologr’a pa-
El ge’nero de un individuo 0 de un grupo es un factor determi— triarcal, reforza’ndose la imagen del marido/ padre como la perso-
nante de co’mo es aprehendido en ciertos niveles sociales. na encargada de mantener a la familia. Las mujeres se ligaron cada
Me gustari’a que este aspecto formara tambie’n parte del con— vez mas’ a la casa y a la esfera familiar. Debi’an dedicarse a la crianza
cepto de «ideologi'a del ge’nero». En otras palabras, podemos afir— de hijos e hijas. La moral victoriana, centrada en la familia, para
mar que la ideo‘logi'a del ge’nero configura un sistema mas’ 0 me— la que la misio’n ma’s importante de la mujer era ser una buena
nosarmo’nico de creencias sobre co’mo se constituyen o deberi’an madre y esposa, se encontraba en pleno apogeo. Las mujeres vi—
constituirse, en diferentes niveles sociales, las relaciones culturales vian en una estructura familiar cerrada y sus vidas se regi’an por
y sociales entre hombres y mujeres. un ideal que las obligaba a la dependencia y a la pasividad
La ideologi’a del ge’nero en una sociedad patriarcal o domina- (Ambjo"rnsson, 1974a).
da por los hombres no tiende a promocionar la situacién social de Estos factores, es decir, la escasez de empleo y las deficiencias
las mujeres. En este sentido, resultan sorprendentes los dos artf—
culos que el arqueologo Oscar Montelius escribio’ para apoyar el
movimiento de emancipacién dc la mujer. 1. Para conocer la vision que el primer partido socialdemécrata sobre la cuestio’n de
las mujeres, ve’ase Ambjo"rnsson, 1974b, pp. 110-121.

358
359
dw-
de la educacio’n de las mujeres junto con una ideologia de ge’nero Hildebrand a uno de sus fundadores, y también a su primer pre—
que polarizaba los papeles sociales de hombres y mujeres. provo- sidente.
caron que algunos de los temas planteados por las mujeres fuesen Agda Montelius, la mujer de Oscar Montelius, fue otra de las
muy concretos. Quizas fueron especialmente evidentes para las fundadoras y la sucesora de Hildebrand en la presidencia. A tra-
mujeres burguesas de clase media, de donde surgio’ el movimiento vés de su mujer, Oscar Montelius entro en contacto directo con el
de emancipacién. Precisamente. Oscar Montelius pertenecio’ a esta movimiento de liberacién (véase Welinder, 1987).
clase social. Las dos reivindicaciones ma’s importantes fueron e1 derecho al
La Situacio’n socio—polftica de las mujeres desde el punto de voto y la independencia legal. No Fue hasta 1920, unos cincuenta
vista de las relaciones de poder determinadas por el género afios mas tarde de que estas demandas se formularan por primera
Dos tipos de fenémenos evidenciaban la opresién legal de las vez, cuando se cumplieron de forma plena. Para alcanzar estos ob—
mujeres: jetivos se influyc’) en la opinion pu’blica a través de publicaciones
divulgativas. Dos de los arti’culos de Montelius sobre este tema (que
— Las mujeres no teni’an derecho a votar en las elecciones parla- se tratara’n mas adelante) tuvieron esta finalidad.
mcntarias, aunque lo mismo sucedia con los hombres que no La cuestio’n de las semejanzas y diferencias entre hombres y
alcanzaban un cierto nivel de ingresos. Para los hombres, el mujeres se encontraba en pleno debate a finales del s. XIX. La ma—
derecho a vote era una cuestio’n de clase. Para las mujeres, po- yori’a opinaba que exisu’an claras diferencias mentales y fi’sicas en-
di’a ser tanto una cuestio’n de clase como de ge’nero, ya que las tre los ge’neros. Estas diferencias se vei’an como dicotoml’as, que

1“:
que tenl'an el nivel de ingresos suficiente tampoco podr’an vo- implicaban valores, considera’ndose a los hombres de naturaleza
tar. superior y las mujeres de naturaleza inferior (Ekenvall, 1974). El
— Una mujer casada estaba bajo la tutela de su marido. Esto sig— romanticismo inicial concebi'a dicha diferrnciz'cién Como, reflejo de
nificaba que, en la familia, el marido concentraba todo el po— un orden divino e inmutable. Esa concepcio’n, combinada con] la

use
der juri’dico, econo’mico e incluso dome’stico. La mujer teni’a estructura social patriarcal, contribuyo’ a legitimar la optesio’n de
que mostrar obediencia en todos los asuntos relacionados con las mujeres.
estas esferas. Tras e1 triunfo de la perspectiva evolucionista, la idea de una
naturaleza especr’flca de hombres y de mujeres tomo’ dos cursos
A menudo se ha senalado que las mujeres podi’an actuar ma’s diferentes. Segu’n el darwinismo, las propiedades especr’ficas del
libremente en la esfera dome’stica. No obstante, incluso aqui’ el género eran resultado de la seleccio’n natural. Ya que la seleccio’n
marido podfa decidir acerca de los hijos, la economi’a doméstica, continuaba, las diferencias se hari’an cada vez ma’s pronunciadas.
las formas de Vida, el lugar de residencia y otros aspectos similares Una consecuencia de este punto de vista fue considerar a la mujer
(Stael von Holstein, 1908, pp. 6,8). Las leyes, por lo tanto, apun— como una «variedad inferior ma’s de’bil del hombre» (Ekenvall,
talaban una sociedad extremadamente patriarcal. 1974, p. 235).
La perspectiva opuesta, que parece que fue la que sostuvo
Los aspectos mas importantes del movimiento Darwin, considero’ las diferencias como un recurso social. Entre
de liberacién estos dos polos antago’nicos, se dio un amplio abanico de opinio—
Durante las tres u’ltimas de’cadas del siglo XIX, las criticas a esta nes.
situacio’n asumieron una forma organizada a trave’s de perio’di— Parece una paradoja que las teorl’as de Darwin sobre la evolu—
cos y asociaciones. Una de las primeras alianzas, la Asociacio’n cion y la seleccién sirvieran para apoyar juicios completamente
Fredrika Bremer, tuvo en el antiquario del estado sueco Hans diferentes.

360 361
——l——También las utilizaron los que secundaban el 5mm qua socio- triarcal con la teorfa de la evolucion (Fee, 1974). Una de las ca—
politico, que consideraba al hombre superior y a la mujer inferior. racrerfsticas de la sociedad civilizada era la familia victoriana. Del
mismo modo que la civilizacion en sf misma era algo incuestiona—
Los que apoyaban la emancipacion femenina, por su parte, afir-
ble, rambién lo era la estructura patriarcal de la familia. Fee sefia-
maban que la sociedad no debfa mantener un sistema que parecfa
la que un investigador como Lubbock incluso afirmé que el amor,
«empeorar todas las deficiencias ffsicas y mentales atribuidas a las
considerado por los victorianos como la base del matrimonio, se
mujeres» (Ekenvall, 1974, p. 235).
basaba en el poder y la propiedad del marido (1974, p. 95;
En Suecia, la idea de una naturaleza especifica tuvo su inter-
Lubbock, 1870, p. 73).
pretacion mas prominente en los trabajos de Ellen Key. Basando-
Morgan constituye la excepcion a la regla. Sefialo’ que la fami-
se en la teoria evolucionista, sostuvo que las propiedades masculi-
lia era el resultado de relaciones sociales y condiciones economi—
nas y femeninas debfan evolucionar de forma constante hasta que
cas especiflcas y que era posible cambiarla en favor de las mujeres.
pudieran complementarse entre sf en una sociedad igualitaria
Parece ser que Montelius nunca leyo los escritos de Morgan,
(Ambjornsson, 1974b).
aunque ambos tratasen un tema tan similar; no hay ninguna refe-
].S. Mill manifesto una opinion completamente diferente. Afir-
rencia 3 Morgan en los trabajos de Montelius. Tampoco hay refe—
mo que no existi'a ninguna diferencia natural especffica de cada
rencias a Engels, quien también estudio’ las condiciones de las
genero, excepto las relacionadas con la reproduccio’n y la mayor
mujeres. Como es bien sabido, Engels pensaba que las mujeres
fuerza fisica de los hombres. Las diferencias observadas se debian
a las condiciones desiguales a las que debfan enfrentarse hombres habri'an disfrutado de una situacio’n social fuerte en las sociedades
ma’s antiguas. Como miembros de su propio grupo de parentes—
y mujeres. Unas y otros eran individuos influidos por las circuns-
co, gozaban de una situacio’n independiente. So’lo cuando la pro-
tancias externas. Si cambiasen los factores que inhibi’an la evolu—
piedad comunal se convirtio’ en propiedad privada, las mujeres
cién de las mujeres —por ejernplo, la educacion diferencial—, las
pasaron a ser propiedad de los hombres (Leacock, 1972). En la
diferencias que parecian ser especr’ficas del ge’nero, pronto desapa—
gran biblioteca de Monrelius no hay escriros de estos investigado-
recfan.
res (Lundquisr, 1943).
Otro cientifico que trato’ sobre la situacion de las mujeres fue
El contexto académico de Montelius el sociologo finlande’s Edvard Westermarck (1893). Aunque, como
la mayori’a de sus contempora’neos, se hallaba bajo la influencia
Oscar Montelius pertenecio’ a una generacio’n de académicos de
de las teori’as evolucionistas, analizo’ la evidencia empi'rica con un
grandes arnbiciones. Trataron de descubrir la historia de la huma-
me’todo especifico no—evolucionista. Se refirio’ al mismo como el
nidad y de explicarla en una sr’ntesis general. La sociologi’a, la an—
«me’todo estadi’stico de Tylor» (\Westermarck, 1893, p. 4). Utili—
tropologl'a y la arqueologi'a se combinaron para ofrecer un amplio
zando este me’todo llego’ a la conclusion de que, como mi’nimo,
cuadro sobre los ori’genes de la humanidad, la civilizacio’n y los
habi’an exisrido algunas sociedades primitivas en que las mujeres
principios del parentesco y la familia. Estos estudios se basaron a
no estaban subordinadas a los hombres (Westermark, 1893,
menudo en la teori’a de la evolucio’n, con su desarrollo de lo sim-
pp. 232-243). Se opuso especialmente a la idea, ampliamente acep—
ple a lo complejo, del salvajismo a la civilizacion. La civilizacio’n
tada, de un estadio original de promiscuidad en la historia del ma-
era un producto humano y el gran punto final de una larga evo—
trimonio (Westermark, 1893, pp. 55 y 58.; Pipping 1984, p. 320).
lucion.
Montelius se baso’ principalmente en John Lubbock una
Elisabeth Fee ha demostrado que acade’micos como Main,
autoridad en su tiempo, como indica el hecho de que su arti’culo
McLennan, Lubbock y Spencer, que analizaron aspectos relativos
de 1865 Prehistoric Time: se tradujese al sueco cuatro afios ma’s
a las relaciones de género, justificaron la ideologia de g’e’nero pa—

363
362
——'—v——

tarde.2 En su trabajo de 1870, Origin of Civilization, Lubbock llevo opresivo y la opinion antropologica general sobre la evolucién de
a cabo un analisis exhausrivo sobre la historia del matrimonio, para las sociedades primitivas hacia la civilizacién.
lo que utilizo, en gran parte, estudios previos de McLennan. En En 1898 Montelius publico el artfculo «Huru la"nge har
sus trabajos, Lubbock describié las condiciones sociales en las so- kvinnan betraktats som manncns egendom?» («éDurante cuanto
ciedades primitivas. De ahf que también tratara sobre la situacién ticmpo se ha considerado a la mujer como propiedad del hom—
de las mujeres. Sven Nilsson, que escribio la introduccion a la tra- bra»).3 En 1906 publicé «Kvinnofragan i Sverige» («La cuestién
duccion sueca de Prehistoric Time: estuvo de acuerdo con la opi- dc las mujeres en Suecia»).
Para emonces, Montelius era ya un arqueélogo bien estableci—
nion dc Lubbock sobre las condiciones miserables de los salvajes.
Sus maneras y costumbres se vieron como «a menudo espantosas, do, catedratico en el Museo Nacional de Antiguedades dc
algunas veces ridi’culas, siempre rudas (...) El destino de las muje— Estocolmo desde hacfa mas de 10 an'os y con un cargo de anti-
res es especialmente lamentable. Se la trata como a una esclava o, cuario del Estado en perspectiva (ve'ase Gras"lund, 1974, 1985/87
aun peor, como a un animal sin alma. Asi nos podemos dar cuen- y la bibliograffa citada). Contaba en su haber con una vasta pro-
ta de que el rechazo al valor de la mujer representa una supervi- duccion cientffica; una bibliografl’a menciona 408 tl'tulos (Ekholm,
vencia del salvaje brutal» (Nilsson, 1869). 1922). Su principal intere’s se centraba en la cronologi’a, a partir
No obstante, a causa del constante progreso de la humanidad, del estudio del cambio formal y la difusio’n de artefactos.
esta condicion mejoré. Segu’n Lubbock, una causa de este progre- For 10 tanto, los dos arti’culos sobre la condicio’n de las rnuje—
so fue el avance de la ciencia. La ciencia y los cientl’ficos consti- res pueden parecen algo inesperado. Deben haber sido escritos con
tuian e1 apoyo moral de la humanidad. En esre sentido, el esrudio un proposito muy especial.4 El mismo Montelius afirmo’ que la
del pasado servia para legitimar una fe optimista en el futuro. No intencién de su primer arti'culo pretendi’a ofrecer una visio’n ma’s
serfa juicioso creer que esta larga evolucion deberi’a pararse su’bi- correcta del movimiento de mujeres (Montelius, 1898, p. 121,
tamente (Lubbock, 1869, p. 390). La ciencia era el medio y el prin— 1906, p. 2). No obstante, no riene e1 cara’cter de un panfleto. For
cipio evolutivo, el motor principal. Esta era una de las razones para
comparar las sociedades prehisto’ricas con las sociedades que ya 3. En una fecha [an temprana como 1888, Montelius dio un discurso sobre esa cues—
habi’an alcanzado e1 esradio de la civilizacio’n. [i6n. En el encuentro anual dc la Asociacién Fredrika Bremer, ofrecié una interesanre con-
ferencia bajo el ti’tulo: gDurante cuinto tiempo se ha considerado a la mujer como la pro—
piedad del hombre? (Dagny, 1888, p. 169).
El gran interés con que se acogio esta conferencia se demuesrra en una carta de Sophie
Los artfculos de Montelius sobre las mujeres Leijonhufud—Adlcrsparre. la gran dama del movimiemo sueco dc mujeres, escrira unas se—
manas mas tarde. En esta carta, pedl’a permiso para publicar la charla dc Montelius en la
Los dos articulos de Montelius sobre las condiciones de las muje- revista de la asociacién. Sc desconoce la respuesta de Montelius. No obstantc, la version
res deben analizarse en esre contexto: la situacio’n social de las impresa rendr’la que esperar 10 an'os y, cntonces, fue publicada en una rcvista ma’s orienta-
mujeres, las leyes patriarcales que contrarrestaban cualquier cam- da hacia la cultura y la ciencia, la Nora'ix/e Tidrkrzfi', dc la que Montelius era el editor.
El aru’culo «('Durante cuanto tiempo...» se volvio a imprimir en 1911 en una serie edi—
bio, una ideologi’a del género que justificaba un punto de vista tada per una asociacion dc esrudianres, la Studeng‘b'rem'ngen Verdandi: Smas/enfi’er. Esra aso—
ciacion mosrraba una tendencia ligeramente radical y, sus publicaciones, un cara’cter funda-
mentalmenre dida’ctico. En dos carras de 1898, su cditora Ann—Margreth Holmgren, otra
persona destacada en el movimiento por cl dcrccho al voto de las muiercs, le pidio’ a
2. Lubbock mantuvo una estrecha rclacién con el mundo académico sueco. Por ejem— Montelius que escribiese una versi'on mas divulgativa clel articulo, ya que su serie «...carece
plo, asisrio al encuentro de Naturalistas Escandlnavos en Estocolmo celebrado en 1863. desafortunadamentc de un aru’culo de este tipo» (cartas de A.M. Holmgren a O. Montelius
También participo en la traduccién al inglés de The Primitive Inhabitmm ofScandinavia de 1898). Esta publicacion se hizo 13 an'os mas rarde y la version fue la misma que la original.
Sven Nilsson. Nilsson, como contrapartida, escribio el prélogo y la introduccion de la edi— Estas carras deben verse como una medida del inrerés que gozaba esre tema.
cién sueca del Prehixtoric Time: dc Lubbock. Lubbock y Nilsson también se manruvieron 4. La relacién entre los articulos dc Montelius y el movimiento por los derechos de las
mujeres aparcce apunrada en Berra Srjernquist (1975, p. 5).
en contacto por medio de una abundante correspondencia (Lindrorh, 1950, pp. 155 y 55.).
_.—«‘ d_r—‘, — ‘_—A -L— ~— _ —

364 365
._ _—_ .
el contrario, ofrece una perspectiva histérica de un tema de inte- También (podemos) ver todos los estadios todavr’a representados,
rés contemporaneo: la desigualdad entre hombres y mujeres, cen- ya que una forma antigua no siempre desaparece cuando surge una
trandose en el aspecto de las relaciones de poder entre los géneros. nueva (...) A menudo, no sera difi’cil observar el orden sucesivo
El artfculo de 1906 es una revision. En él Montelius tuvo la de las diferentes formas» (Montelius, 1898, p. 3).
oportunidad de defender su propia opinion en este debate, espe- Las mismas palabras podrl’an haberse dicho en referencia a las
cialmente en lo que concierne a la denominada «naturaleza» de las formas de las hachas 0 las fibulas, pero en este contexto jestan re—
mujeres y a sus esferas sociales. lacionadas con la historia del matrimonio!
La discusién antropologico-arqucologica resulta particularmente Montelius desarrollo en este caso un argumento sobre la seria—
importante en el primer artfculo. Montelius afirma al principio que cio’n tipologica. Habl’a estado trabajando en ello durante casi 3O
han influido en muchas de sus opiniones los escritos de otros au- an’os. Resumié su método en una reunio’n cientr’flca en el mismo
tores, en particular de Lubbock. Segu’n Montelius las mujeres, ori- an'o en que publico’ su primer «arti’culo sobre las mujeres»
ginariamente, habrian estado oprimidas por los hombres, consi- (Montelius, 1899).
derandolas de su propiedad, al igual que una pieza del «mobiliario Afirmaba algo que ahora constituye un enunciado muy familar
de la casa». Durante un tiempo, todas las mujeres del mundo se para cualquier arqueo’logo o arqueo’loga sueca: «El tipo para el
habrfan encontrado en esta situacién (Montelius, 1898, p. 2). arqueélogo prehisto’rico es lo mismo que la especie para el denti-
La desigualdad entre los géneros quedaba claramente expresa- fico (...) En relacio’n a los productos de la naturaleza —como se
da en el contrato de matrimonio. Al igual que otros acade’micos, sabe desde antiguo— una forma puede surgir de la otra. Sin em—
Montelius crel’a que esta institucio’n habr’a atravesado diversos es- bargo, so’lo recientemente se ha podido demostrar el mismo tipo
tadios. La version de Montelius era la siguiente: a) un estadio ini- de evolucio’n en relacio’n a los productos del trabajo humano
cial en el que no existl’a el matrimonio y donde todas [as mujerer (Montelius, 1899, pp. 237, 268) (ve’ase Malmer, 1989).
emn propiedad de todos los hombre: del grupo, b) e1 matrimonio En el arti'culo sobre la situacio’n de las mujeres, Montelius de-
por captura y c) el matrimonio por compra. Hasta aqur’, Montelius mostro' que «el mismo tipo de evolucio’n», apreciable en la seria—
siguio’ las tesis de Lubbock. El estadio siguiente era d) e1 matri- cio'n tipolo’gica, era val’ido no 3610 para 10 productos del trabajo hu—
monio por dote. Este era el estadio caracteri’stico en la mayorr’a de mano, sino tambie’n para feno’menos sociales como el matrimonio.
pai’ses europeos de la e'poca. En todos estos casos las relaciones de No obstante, existi’a una importante diferencia metodolo’gica de la
ge’nero se basaban en la desigualdad. El u’ltimo estadio, que muy que tal vez Montelius no fue consciente. Al establecer una seria-
pocos pai’ses habfan alcanzado, ni siquiera el del propio Montelius, cién tipolo’gica era importante «tratar de analizar el contexto del ha—
era e1 del matrimonio igualitario. llazgo», segu’n sus palabras, «con la mayor precisio’n posible»
Montelius manejaba el mismo tipo de argumentos que otros (Montelius, 1899, p. 268). La precisio’n, un material abundante y
antropo’logos contempora’neos. Actualmente pueden parecer poco una «mano experimentada» (Montelius, 1899) posei’an la misma im—
sistema’ticos. Los datos empiricos se tomaban de todos los lugares portancia. A causa de la amplitud de su ana’lisis, muchas de las
del mundo y de tiempos diferentes. Tambie’n eran de cara’cter y dataciones de Montelius son val’idas au’n hoy en dl’a. No obstante,
cualidad variable —relatos etnogra’ficos, fiJentes escritas, formas para los ejemplos antropologicos o histo’ricos del matrimonio no
lingu“1’sticas y maneras y costumbres. desarrollo un anal’isis etnohisto’rico igual de «meticuloso». No se dio
En un sentido Montelius destaca de entre sus contempora’neos. cuenta de que muchos de los feno’menos que se parecr’an entre s1’
Tem’a una Clara conciencia de su me’todo cientl’fico: «Cuando es— formaban parte de contextos )7 niveles interpretativos diferentes, hasta
tudiamos una cuestio’n especr’flca descubrimos que su evolucio’n ha el punto de que no podi’an usarse en la misma argumentacién.
pasado por varios estadios antes de haber alcanzado el actual (...) En la base de la seriacio’n tipologica se encontraba la perspec-

366 367
tiva evolucionista que caracterizé gran parte de la opinion (cienti- Las acciones y las caracterfsticas de las mujeres que aparecfan
fica y general) de finales del s. XIX (Danielsson, 1965, 1967). El en sus ejemplos no resultaban de una seleccién de ge’nero. Eran
aspecto temporal, inherente a la perspectiva evolucionista, convertfa consecuencia de niveles culturales cspecr’ficos. Bajo ciertas condi—
a la ordenacion tipologica de los artefactos en un instrumento de ciones, a las mujeres 5610 se les permiti’a expresar ciertas propicda-
datacion. Cuando e1 estudio se referia a un aspecto social especifi— des, y, a causa dc ello, se encontraban en una situacién subordi—
co, en este caso las relaciones de poder entre los ge’neros, el aspec— nada y se les habfa adscrito ciertas caracterfsticas y privado de otras.
to temporal se convertl’a en un argumento positivo para el progre— Ya que la evolucién social conducia a niveles culturales ma’s altos,
30 de las mujeres. Al igual que Lubbock, Montelius crefa que la estas diferencias, juzgadas naturales pero condicionadas en reali—
evolucio’n era una confirmacién y una garantia de progreso. dad culturalmente, desapareceri’an. «Estas caracteri'sticas emanci-
Como ha sen'alado Fee (1974), Lubbock y muchos de sus co- padoras llegaran a ser tan generales que se considerara’n como na—
legas contemporaneos consideraron su propia civilizacio’n como la turales de la mujer (Montelius, 1906, p. 11).
cima de la evolucio’n. Aunque Lubbock trato’ de forma general so- En este aspecto, Montelius mostro’ una variante de la evolu—
bre el cara’cter continuado de la evolucion de la humanidad, se cen— cio’n con influencias de Mills.
tro sobre todo en examinar e1 progreso de los pueblos primitivos
que, en el futuro, también disfrutarfan de los beneficios de su pro- Las esferas sociales dc las Mujeres.
pia civilizacion. Montelius argumento’ de diferentes mancras que la principal ra—
En este punto, Montelius se diferencia dc Lubbock y de los zo’n para asociar a las mujeres 5610 con la esfera del hogar y la fa-
que comparu’an su opinio’n. Para Montelius, el progreso futuro era milia, «la naturaleza de las mujeres», no era val’ida. Para demos-
mucho mas’ concreto. En este punto, donde Montelius discutio rrarlo, habrl’a que dar la vuelta a la situacio’n. Es decir, «(...) dar a
sobre el progreso de las mujeres, es posible identificar su propia las chicas las mismas oportunidades dc ejercitar sus dones natura-
ideologr’a dc ge’nero. les que a los chicos (por lo que) se situarian al mismo nivel inte-
lectual» (Montelius, 1906, p. 8).
La ideologfa de género dc Montelius Por entonces, se estaba debariendo la cuestio’n de la educacio’n.
Recientemente, sc habi’a permirido el acceso de las mujeres a las
La. Naturalcza de las Mujeres universidades, pero diferentes factores contribui’an a obstruir una
Como ya se ha apuntado antes, a finales del s. XIX prevalecian educacion igualitaria. Las materias que aprendi’an los chicos y las
una serie de nociones sobre la naturaleza especr’fica de hombres y chicas en las escuelas eran, en parte, diferentes. Incluso los libros
mujeres. En su arri’culo de 1898, Montelius identifico’ una serie de un mismo tema teni’an una calidad diferente (Kyle, 1972, p.
de situaciones en consonancia con esta perspectiva tradicional. Los 152, 164). Habi’a ma’s escuelas de secundaria para chicos que para
.

hombres eran realmente fuertes, agresivos e impetuosos. Sobre todo, chicas y algunas eran gratuitas.
eran activos y gobernaban el curso de los acontecimientos. Las ac- Montelius manifesto un intere’s activo por los aspectos de la
_4_.\r.

ciones de las mujeres eran dc cara’cter pasivo; realizaban sus tareas educacio’n. Asi lo demuestra el que en 1893 apoyara, tanto a nivel
cotidianas. Si se senti’an amenazadas, tratarian normalmente de organizativo como financiero, una de las primeras escuelas mixtas
esconderse 0 de escapar. de ensen’anza secundaria superior (Bjorklund, 1931, pp. 62, 66).S
Montelius declaro’ que solo una de estas caracterr’sticas significa—
tivas era natural: la mayor fuerza fi’sica de los hombres. A causa de 5. Cuando en 1982 la escuela Anna Whitlock planeo’ una «reforma escolar» con edu—
cacio’n mixta incluso para el alumnado ma’s mayor, Montelius fue uno de los que firmo una
ella, los hombres podr’an mantener sus intereses —primero u’nicamenre
solicirud para recibir subvencio’n pu’blica. Tambie’n fue el primer presidente del consejo de
a trave’s de la fuerza, pero despue’s también a trave’s de las leyes. la escuela

368 369
if
7

Sin duda, para que las mujeres pudiesen prosperar, lo mejor Sin embargo, la conclusion del ejemplo presentado aqul' no es
era modificar las leyes. Debl’a permitirse que las mujeres trabaja- si Montelius tenfa o no razon. Lo importante es ver que la arqueo-
sen para el estado y la iglesia (Montelius, 1906, p. 13). Mujeres y logfa se acepto como un punto de referencia cuando se discutie-
hombres debr’an recibir la misma paga por el mismo trabajo y te- ron importantes cuestiones sociales. A un nivel ideologico contri-
ner los mismos derechos y obligaciones dentro del matrimonio. Por buyo a un cambio social esencial.6
descontado, las mujeres debr’an disfrutar de ide’nticos derechos po—
liticos que los hombres, es decir, poder votar y poder ser elegidas
al parlamento. En lo que se reflere a esto u'ltimo, Montelius an'a-
Bibliograffa
dio’, «soy plenamente consciente de que tal peticio’n se considera AMBJOMSSON, R. (1974a). Kvinnofragans historia i Sverigc. Ha‘fien fo‘r
kritz's/ea studier 7(7—8):27-45.
actualmente casi como un signo de demencia».
—— (1974b). Samha'flrmodem. Ellen Key: lew'nnouppfimning till 06/) mea’ 1986.
No obstante, estaba convencido de que el futuro demostran’a
Goteburgo.
que tem’a razo’n. ARWILL—NORDBLADH, E. (1987). Der dubbla budskapet hos Hanna Rydh.
KAN Kw'nner i arkeologi i Norge 4: 83-102.
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La opinio’n de Monrelius sobre las relaciones de poder resulta cla— CONKEY, M. y SPECTOR, J. (1984). Archaeology and the study of gender.
ra. Afirmo que partiendo de un estado de completa opresio’n se Advance: in Archaeological Method and 777.9on 7: 1-38.
DANIELSSON, U. (1965, 1967). Darwinismens intra"ngande i Svenge. De] I
llegarr’a en el futuro a una sociedad donde hombres y mujeres se
85 II. Lye/mos. La"rdomshistoriska samfundets arsbok: 1963—64: 157-210;
considerarr’an iguales. Para Montelius, esta evolucio’n no solo cons- 1965-66: 260-334.
tituin’a una mejora para las mujeres, sino para la sociedad en su DAGNY (1888) Tidskrift for sociala och littera”ra intressen. Organ for
conjunto. Fredrika—Bremer f0”rbundet. Fo"reningen for Val"go"renhetens Ordnande
Pero esta evolucion no ocurrirr’a sin motores que generaran el och Fo"reningen Handarbetets Va"nner.

.— -— —~. — -— -—
cambio. En el darwinismo ortodoxo la causa era la seleccio’n de EKHOLM, G. (1922). Biblz'ogmp/aia Monteliana. Forreckning o"ver av Oscar
ge’nero. Para Lubbock, el progreso de la ciencia combinado con Monrelius utgivna skrifter ja"mte posthuma verk. Uppsala.
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una moralidad y civilizacio’n crecientes. Para Morgan y Engels, la
Vetem/eapens trdd. Idehistoriska studier tilla"gnade Sten Lindroth:
evolucio’n se producr’a por los cambios sociales, relacionados con
222—245.
cambios en la produccio’n. Para Montelius, las fuerzas impulsoras
eran una ilustracio’n creciente y la reivindicacio’n de justicia. Y esta
demanda debl’a ser impulsada por las propias mujeres, con tal fiaerza 6. Es inreresante ver como Stig Welinder acaba su am’culo «Svensk arkeologis guldalder
quegudiesen influir sobre los legisladores (Montelius, 1906, p. 23). och kvinnosaken» («La edad dorada de la arqueologr’a sueca y la cuestio’n de las mujeres»)
con una opinio’n contraria a la que he presentado aqur’: «el resultado fue una arqueologia
sta era la situacio’n en tiempos de Oscar Montelius. El de- que duranre un par de décadas actuo en contra dc los compromises de sus creadores en lo
fendio’ una lucha continua e inrensiva por los derechos de las mu- que se refiere a la cuestién de las mujeres» (\Welinder, 1987, p. 89). Welinder muestra como
la arqueologla comparariva y tipologista dirigio la investigacién al margen de las perspecti—
jeres, pero dentro del contexto existente. El propio Montelius romo’ vas centradas en las mujeres y en otros aspectos de cara'cter social 0 polr'rico. Esroy dc acuerdo
parte activa en estas demandas. Las condiciones prehistoricas, a con que la arqueologfa fue normalmente de este u'po. Esro se muesrra, por ejemplo, unas
través de los mecanismos de la evolucio’n, eran un argumento para generaciones mas tarde, en los trabajos dc Hanna Rydh, la primera mujer arqueo'loga sueca
que obtuvo un doctorado y una mujer importantc en la lucha por los derechos de las mu—
el progreso futuro. Montelius planteo’ una cuestio’n que au’n hoy jeres (Arwill-Nordbladh, 1987, p. 99). No obsranre, me gusran'a sen’alar que en el ejemplo
resulta de interés: la desigualdad de las relaciones de ge’nero y el discurido en esre am’culo, Montelius presento otro tipo dc arqueologia, enfocada mas hacia
origcn de la desigualdad de las mujeres. Todavr’a hoy e’ste es un la antropologr’a, que no era nacionalista sino general. En este sentido, la pcrspectiva de
Monrelius muestra una continuidad con el pensamienro formulado anteriormenre por Sven
rema controveru'do, que presenta diferentes perspectivas'. Nilsson.

370 371
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373
372
Tftulos originales de los artfculos traducidos,
clasificados por temas
1. Teorfa arfiyueologica y feminismo
1.1. Alison W ie, 1991, «The inter lay of Evidential Constraints and Political
Interests: Recent Archaeologica Research on Gender», American Antiquity,
57: 15—35.
1.2. Erika Engelstad, 1991, «Images of Power and Contradiction: Feminist
Theory and Post—Processual Archaeology», Antiquity 65: 502-514.

2. Elps acio y poder


2 1 uth Tringham, 1991, «Households with faces: the challenge of gender
in prehistoric architectural remains», Joan Gero y M. Conkey (eds.)
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2.2. Linda Manzanilla, 1996, «Corporate grou s and domestic activities at
Teotihuacan», Latin American Antiquity 7(3 : 228—246.

3. Produccién y tecnologfa
3.1. Rita P. Wright, 1996, «Technology, Gender, and Class: Worlds of Difference
in Ur III Mesopotamia», R.P.Wright (ed.) Gender and Archaeology,
University of Pennsylvania Press, Filadelfia: 79—110.
3.1. Prudence Rice, 1991, «Women in Prehistoric Pottery Production», D.
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4. La construccién del sexo en los objetos arqueolégicos.


4.1.]anet D. Specter, 1991, «What this awl means: toward a feminist
archaeology», en Joan Gero y M. Conkey (eds) Engendering Archaeology
Blackwell, Oxford: 388—405.
4.2. Marcia-Anne Dobres, 1992, «Re—considering Venus figurines: a feminist—
inspired te-analysis», en A.S. Goldsmith, S. Garvie, D. Selin y J. Smith
(eds.), Ancient Images, Ancient Thought: The Archaeology of Ideology, The
Archaeological Association, University of Calgary, Calgary/Alberta: 245—
62.
5. Roles scxuales en 1as representaciones y précticas arqueolégicas: del
aula a1 museo.
5.1. Mar aret W. Conkey y Ruth B. Tringham, 1996, «Cultivating Thinking/
Cha len ing Authority: Some Experiments in Feminist Pedaoo y in
ArchaeoFogy», en Rita P. Wright (ed.), Gender in Archaeology Fi a elfia:
University of Pennsylvania Press: 224-250.
5.2. Sian Jones y Sharon Pay, 1989, «The legacy of Eve», en P. Gathercole y
D. Lowenthal (ed.), The Politics of Past, One World Archaeology, 12.
Routledge, Londres: 160-171.

6. Mujeres en la arqueologfa
6.1. Joan Gero, 1985, «Sociopolitics of archaeology and the woman-at—home
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6.2. Elisabeth Arwill-Nordbladh, 1989, «Oscar Montelius and the liberation
of women: an example of archaeology, ideology and the early Swedish
women's movement», en T.B. Larson and H. Lundmark (ed.) Approaches
to Swedish Prehistory: a Spectrum of Problems and Perspertiues in
Contemporary Research BAR Int. Series, 500:131—142.

375
mos 0 ideas pmnceb.1das' sabre.
(as y androcéntricas. Estas proycc- nucstro pasado en cl q‘lt.
ao'nessccnconmban"cntodaslas sesn'tua’alamupr'enunosroles,”
fuses dc [as préctias arqucolégicas, dctcrminados, y quc ban a a
dcsde la scleocién dc tcmas invcs— fijar cstcriotipos en cl mom (I:
ugac'ién a la publh'cacién y difusién justificar actimdcs més Gem en‘
dc los rcsultados, con 10 quc pasaban cl ticmpo.
también a la divulgacién y cnscfian-

Icaria é Antrazyt.

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