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WRIGHT, Robert (2000; 2005): "Civilización, etcétera" ; "Nuestros amigos los bárbaros" —

Capítulos 9 y 10 (pp. 122-151 y notas pp. 389-394) de: Nadie pierde: La teoría de juegos y la lógica
del destino humano / Traducción de María Luz García de la Hoz — [1ª ed.] — [Barcelona] :
Tusquets, [2005] — 454 pp. — ISBN: 84-8310-429-6 — [Traducción de: Non Zero: The logic of
human destiny — New York : Random House, Pantheon Books, 2000 — ISBN: 067944252]

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Civilización, etcétera
Cada vez que las clases gobernantes y militares toleraban a los comerciantes
y se abstenían de imponerles tantos tributos o de robarles con tanta
frecuencia como para inhibir el comercio, las nuevas posibilidades de
producción económica derivadas de la especialización regional y de
economías a escala manufacturera podían empezar a dar muestras de su
capacidad para incrementar la riqueza humana.

William McNeill(1)

Hay un viejo chiste sobre las instrucciones típicas que aparecen en los frascos de champú:
«Enjabone, aclare, repita». Un ciudadano las obedece al pie de la letra y se pasa la vida en la ducha,
enjabonándose la cabeza, aclarándosela, enjabonándosela, aclarándosela...
A veces da la sensación de que la civilización de la Antigüedad obedeció instrucciones
parecidas. Brilla, apágate, repite. Los gobernantes, dinastías y súbditos podrían cambiar, pero todo
parecía encerrado en el, mismo ciclo interminable de conquista y expansión, fragmentación y
hundimiento.
La historia de la Antigüedad se parece en este sentido a un desfile de nombres exóticos. Ahí
tenemos Uruk, que no hay que confundir con Ur (ni con Ur II o Ur III). Y ahí tenemos a los acadios,
por no hablar de los aqueménidas. Con el tiempo llegaron los minoicos y los micénicos (¿o fue al
revés?), y por último aparecieron nombres que conocemos realmente: Grecia y Roma.
Mientras tanto, en China, había conflictos entre los ch'i, los ch'in, los chin y los ch'u (todo esto
durante la segunda dinastía Chou). Al final ganaron los ch'in, consolidaron China y al poco tiempo
se desmembraron.
En el Nuevo Mundo, la civilización despuntó mucho antes de los conocidísimos mayas. Hubo
olmecas y zapotecas, y cuando los incas y aztecas ocuparon el centro del escenario, ya habían
desfilado los huastecas, los mixtecas y los toltecas, por no hablar de los chimú, los chinchas y los
chichimecas.
Parece el caos. El problema, sin embargo, es que no es lo bastante caótico. El motivo de que la
historia antigua parezca un caos es que estamos utilizando un teleobjetivo, enfocando regiones
pequeñas y cronologías limitadas. Si mirásemos de más lejos y dejáramos que los detalles se
mezclaran, tendríamos una imagen más general: los siglos pasan y las civilizaciones vienen y se
van, pero la civilización prospera, aumenta su radio de acción y su complejidad.
La clave está en eliminar la «historia» de la historia antigua. Los historiadores tienden a resaltar
las diferencias. ¿En qué se diferenciaba la antigua China de Sumer? ¿Por qué fue diferente? Buenas
preguntas, interesantes preguntas sobre las que volveremos. Pero antes preguntémonos lo siguiente:

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¿qué tenían en común los primeros estados de las distintas zonas donde aparecieron? Es una forma
de simplificar la historia de la Antigüedad: comprender que, básicamente, ocurría lo mismo en toda
partes.

Tres caldos de cultivo

Los arqueólogos hablan de seis civilizaciones «originales», estados que aparecieron de manera
autóctona, que no se imitaron de ninguna civilización vecina ni se impusieron a la masa mediante la
conquista. Son Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica, Suramérica, China y la civilización del valle
del Indo (sobre la que se sabe relativamente poco). Algunos investigadores ponen también África
occidental en la lista.(2)
Calificar de original la civilización del oeste de África es exagerar las cosas, dados sus anteriores
contactos con los estados del norte.(3) Por otra parte, calificar de originales algunas de las seis
civilizaciones mencionadas parece también un poco forzado. La escritura del Indo (todavía sin
descifrar) pudo haberse inspirado en Mesopotamia, que también intercambiaba memes con Egipto.
Y aunque difusa, es posible que hubiera cierta contaminación entre Suramérica (los incas y sus
antepasados culturales) y Mesoamérica (aztecas, mayas y otros).(4)
Pero incluso admitiendo estos contactos anteriores y ocasionales nos quedan tres grandes
criaderos de civilización antigua, muy distantes entre sí: China, Oriente Próximo y el Nuevo
Mundo. La opinión académica dice que las tres desarrollaron sus propias tecnologías de la energía y
la información —agricultura y escritura— de manera autóctona. Y que cada una desarrolló su
incipiente historia civilizada básicamente aislada de las otras.
Sin embargo, ocurrió lo mismo en los tres casos. A saber: lo de siempre. La tendencia que había
puesto a la humanidad al borde de la civilización —hordas tan grandes como para calificarse de
aldeas que crecían en tamaño y complejidad y se unían para formar jefaturas— prosiguió. Las
aldeas de las jefaturas se convirtieron en pueblos, que también crecieron en tamaño y complejidad.
Parece que en los tres lugares aparecieron modalidades informales de ciudad-estado, cascos urbanos
rodeados por tierras de labor, aldeas y pueblos (aunque es posible que en algunos lugares, como
Egipto y los Andes, la parte «urbana» del Estado fuera tan pequeña como para distorsionar el
significado del concepto). Y estas ciudades-estado se fundieron y formaron estados multiurbanos, y
estos estados multiurbanos se convirtieron en imperios. Desde luego, hubo muchos contratiempos
—sequías, invasiones bárbaras y otros catalizadores del colapso épico—, pero al final todos
resultaron transitorios. (La verdad es que los contratiempos dan fe del progreso en curso: su
grandeza creciente refleja la magnitud cada vez mayor de los sistemas que los sufren.) He aquí
pues, en pocas palabras, lo que fue la historia antigua: adelante y arriba, hacia niveles superiores de
complejidad social.
Los párrafos como el anterior, que afirma la existencia de pautas sencillas en la historia y sugiere
que reflejan leyes generales, son blanco fácil de las críticas. Según ha dicho un filósofo de la
historia, quieren derivar una «ley lineal» de «la supuesta tendencia del proceso histórico general». Y
«dado que dicho proceso es único, es como generalizar basándose en un solo caso».(5)
Pero el proceso no es único, al menos en lo que se refiere a la historia antigua. Hay como
mínimo tres casos analizables; cuatro si suponemos mínimo, como suponen muchos, el contacto
primitivo entre Mesoamérica y los Andes. Bueno, si vamos a llamar «leyes» a las pautas que estos
casos ponen de manifiesto independientemente, tendremos que analizar los mecanismos de las
«leyes» y exponer por qué son tan poderosas. Ya lo hemos hecho hasta cierto punto y seguiremos

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haciéndolo. Pero mientras tanto establezcamos al menos que en los casos analizables se dan
realmente las pautas básicas: el aumento de la complejidad social, de su profundidad y amplitud, y
el aumento de la aditividad no nula.

Una cuna de la civilización

Según los manuales de enseñanza media, Mesopotamia —aproximadamente lo que hoy es Iraq—
es «la cuna de la civilización». Los antiguos gobernantes de China y América quedan excusados de
revolverse en su bien equipada tumba ante tamaña profesión de eurocentrismo. Su civilización tuvo
su propia cuna, y de fabricación casera. Sin embargo, por algún sitio hay que comenzar, y la
civilización de Oriente Próximo fue anterior a las otras dos.
La historia de la civilización empieza en los alrededores de Mesopotamia, como en los demás
sitios, con la agricultura y la correspondiente complejidad social. Hacia 4000 a.C. tenemos ya las
conocidas características de las jefaturas: templos, otros proyectos de inversión (sistemas de riego y
algo parecido a un granero general) y, naturalmente, tumbas especiales para los peces gordos, donde
no faltan valiosas chucherías de cobre y cerámica. Las aldeas de las jefaturas crecen sin parar y en
cierto momento cruzan la confusa línea que separa las aldeas de los pueblos.(6)
Hacia 3500 a.C., aunque aún no había aparecido la escritura de verdad, eran ya visibles los
indicios de la primera revolución de la información: el sello cilíndrico, fichas complejas, la vasija
de borde biselado.(7) Conforme evolucionó la escritura, se aceleró el paso hacia la civilización. En
el sur de Mesopotamia, entre 3500 y 2900 a.C., la cantidad de aldeas pasó de 17 a 124, y la de
pueblos de 3 a 20. La cantidad de «centros urbanos» —de unas 50 hectáreas o más— pasó también
de 1 a 20. Hacia 2800 a.C., la ciudad de Uruk abarcaba 250 hectáreas, y sus templos, instalados en
lo alto de grandes zigurats, se veían a kilómetros de distancia. Rodeada (y dependiente) de aldeas y
pueblos agrícolas, Uruk vino a ser el eje y sostén de una ciudad-estado amorfa.(8) En toda
Mesopotamia se formaron agrupaciones parecidas. En las relaciones entre las ciudades-estado
funcionaba aquella fuente de dos caños de aditividad no nula, la «insociable sociabilidad» de Kant.
Los gobiernos comerciaban y se peleaban, comerciaban y se peleaban, y el resultado era, como de
costumbre, un firme argumento en pro de la unificación política. La lógica no era simplemente que
un Estado de dos ciudades es más fuerte, por razones de tamaño, que el de una sola. La fuerza surge
también del hecho de que el comercio entre las dos ciudades puede realizarse ya libre del peso de la
desconfianza, sin que lo interrumpan la guerra periódica ni el pillaje esporádico. La idea básica —
crear amplias zonas para el libre desenvolvimiento de la aditividad no nula— es afín a la de «hacer
la paz» de Elman Service.
Pero la paz no solía hacerse pacíficamente. Aunque es posible que los gobernantes municipales
estuvieran de acuerdo en que el superestado multiurbano tenía sus virtudes, raras veces lo estaban
en quién debía ser el supergobernante. Al igual que en el caso de las jefaturas, las agresiones, o al
menos su posibilidad, reforzaron la tendencia a la formación de superestados.
El primer gran Estado multiurbano de Oriente Próximo fue el Imperio acadio, formado alrededor
de 2350 a.C., cuando Sargón de Acad conquistó las ciudades sumerias del sur de Mesopotamia. La
hazaña se realizó con el visto bueno del cielo; tras tomar una ciudad, Sargón dijo a los sacerdotes
locales que anunciaran que su victoria había cumplido la voluntad del dios mesopotámico Enlil.
Para simplificarles la idea, exhibió al rey vencido con un cepo en el cuello.(9) Y como quería seguir
enriqueciendo las interpretaciones teológicas, nombró a su hija suma sacerdotisa de la diosa Nanna
de Ur, capital religiosa de la Mesopotamia meridional.(10) Tras someter a buena parte de la

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población del valle del Tigris y el Éufrates, Sargón se proclamó, un poco provincianamente, «rey de
los cuatro horizontes del mundo».(11)
Mientras tanto, Egipto, aunque más lento que Mesopotamia en desarrollar ciudades (y nunca tan
ampliamente urbano como ésta), avanzó con más rapidez y de modo más duradero hacia el
estatalismo regional.(12) El umbral se cruzó allí poco después de producirse la revolución de la
información. En 3100 a.C. se utilizaba ya la escritura jeroglífica para registrar linajes y propiedades.
(13) Hacia 3000 a.C., siglo más o menos, Egipto estaba unificado en lo político y tenía ya, en
combinación típicamente humana, un comercio lucrativo, alianzas y enemigos devastadores.
Los faraones egipcios tenían un concepto elevadísimo de sí mismos, incluso para los altísimos
parámetros de los gobernantes antiguos. Con una coherencia inusual, convencieron al populacho no
sólo de que representaban la voluntad de los dioses, sino de que eran dioses, descendientes directos
del dios solar Ra. La sumisión correspondiente puede explicarse en parte por los imponentes
símbolos del poder del Estado: las pirámides, que consumieron cantidades ingentes de trabajo para
que los faraones tuvieran sepulcros bonitos y espaciosos y pasaran la vida de ultratumba rodeados
de artículos vistosos para dar y vender. Divinidad aparte, los faraones se apoyaban sobre todo en
una amplia administración cuyos cometidos concretos se conocen mal, pero que no adolecía de
escasez de títulos: Supervisor de Graneros, Capataz de Obras, Supervisor de los Tesoros, Supervisor
de los Escribas de los Archivos Generales, Supervisor de las Grandes Mansiones (los tribunales),
etcétera.(14)

Otra cuna de la civilización

Parece que la agricultura apareció en Asia oriental alrededor de un milenio después que en
Oriente Próximo, aunque produjo los mismos resultados: aldeas mayores, más artículos, más
comercio, conflictos más amplios, edificios más grandes, mayor jurisdicción del control político,
jerarquías sociales más evidentes (las clases superiores preferían el jade y el bronce para el ajuar
funerario). Parece que a finales del cuarto milenio a.C. se alcanzó una edad de jefaturas,(15) y en el
segundo milenio había ya testimonios de organización de nivel estatal: escritura, ciudades y un rey
que podía ir a la guerra con trece mil soldados(16) y emprender amplias obras de ingeniería. Parece
que para construir las fortificaciones que rodeaban un conjunto urbano de templos y palacios se
necesitaban diez mil obreros trabajando durante dieciocho años, sin vacaciones pagadas y con un
solo día de descanso semanal.(17) Los panteones reales eran espaciosos, de diez o doce metros de
anchura, con terrazas escalonadas de fácil acceso. Los reyes se enterraban con esclavos y sacrificios
humanos (a veces con personal limpiamente decapitado) y montañas de tesoros. Cierta reina
consorte, aunque sepultada en una tumba modesta, se fue de este mundo con 468 objetos de bronce,
775 de jade y 6880 encantadoras conchas de cauri.(18)
Lo descrito corresponde a la llamada «civilización Shang», aunque parece que no era
homogeneidad todo lo que relucía. Algunos investigadores niegan hoy la tradicional concepción del
pasado chino unificado y consideran la civilización Shang más o menos equivalente a la
Mesopotamia primitiva: ciudades-estado individuales, tal vez amorfas, que comerciaban y
guerreaban, se aliaban y desaparecían.(19) Incluso hay dudas sobre si la civilización Shang alcanzó
totalmente el nivel estatal de organización o si fue más bien como una jefatura joven.(20) ¿Quién
sabe? Lo fundamental es que la historia china avanza en la misma dirección que las demás. Los
sucesores de los Shang, los Chou, que dominaron el primer milenio a.C., forjaron un vasto Estado
con muchas ciudades.

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Pero el control estaba disperso, y los principados Chou —ch'i, ch'in, chin, ch'u y otros—
acabaron haciéndose la guerra. Al final vencieron los ch'in, que impulsaron la unidad política de
Asia a unos niveles sin precedentes. De ellos viene el nombre de China.
Una clave del triunfo de los ch'in fue su conjunto de reformas de suma no nula. Hicieron la ley
más firme y clara, menos partidaria de los poderosos.(21) Normalizaron las pesas y medidas, así
como el sistema de escritura. Tras vencer a sus rivales, extendieron estos criterios por toda China.
La cohesión del país aumentó con la moneda única, multitud de canales y 5500 kilómetros de
caminos nuevos (recorridos por carros de anchura estipulada oficialmente, para que los surcos que
dejaban en los polvorientos caminos fueran útiles para todos los vehículos).(22)
Shi Huang-ti, que protagonizó esta unificación y por eso se considera primer emperador de
China, fue, al decir de muchos, un parásito, un sujeto repugnante. Temía el inconformismo y se dice
que quemaba los escritos que se atrevían a ir más allá de los temas políticamente correctos como las
técnicas agrícolas y la adivinación.(23) Su idea del buen uso de los funcionarios del Estado fue la
fabricación de 7500 guerreros de terracota de tamaño natural, cada uno con características propias,
para que le hicieran compañía en la tumba.(24)
Su tiranía y sus caprichos estimularon sin duda la rebelión que estalló tras su muerte.(25) Pero su
infraestructura de aditividad no nula —los caminos y canales, y las normalizadas medidas oficiales
que aligeraron el movimiento de personal, mercancías y datos— se mantuvo en pie. Este legado
facilitó la pesada labor de sus sucesores, los Han, que se esforzaron por mantener la unidad política
de China.
Mientras tanto habían desfilado por Oriente Próximo más nombres exóticos, y las regiones
representadas por ellos habían seguido creciendo, aunque de manera irregular: el Imperio asirio
eclipsó al acadio (el que había abarcado «los cuatro horizontes del mundo») y a su vez fue eclipsado
por el Imperio persa (y su «rey de esta tierra grande y anchurosa»),(26) que tiempo después
sucumbió a manos de Alejandro Magno («hijo de Dios» y «gobernador general y conciliador del
mundo»),(27) cuyo Imperio macedonio no tardó en caer ante el Imperio romano (donde el
emperador era «el salvador de la humanidad»).(28)

La civilización americana

Si los Han o los romanos hubieran podido echar una ojeada a la vida del desconocido Nuevo
Mundo en el año 200 a.C., ni se habrían inmutado. En todo el continente no habrían visto más que
salvajes y bárbaros. La estructura social estaba casi en todas partes dentro del espectro delimitado
por la horda y la jefatura. Pero aquí y allá, visibles sólo si se miraba de cerca, había cunas de
civilización, pequeñas bolsas donde la cultura cruzaba la confusa frontera que separa la jefatura del
Estado.
Como han señalado los arqueólogos C.C. Lamberg-Karlovsky y Jeremy Sabloff, la primera
ciudad mesoamericana que se conoce, Monte Albán (cerca de la actual Oaxaca y de la frontera de
México con Guatemala), recuerda la primera gran ciudad de Mesopotamia, Uruk.(29) En ambos
casos, la ciudad en ciernes fue al principio un simple pueblo que descolló entre sus vecinos por su
tamaño y su arquitectura y a los cuales dominó políticamente al clásico estilo radial de la jefatura.
En ambos casos, la guerra y el comercio impulsaron la complejidad, y en ambos casos la tecnología
de la información y la urbanización anduvieron de la mano.(30) En Monte Albán, hacia 300 a.C.,
había anotaciones en calendarios y se utilizaban glifos para rotular esculturas de enemigos muertos.
Hacia 200 a.C., la población era de 5.000 habitantes y con el tiempo rebasaría los 30.000.(31) Pero

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Monte Albán estaba destinado a quedar por detrás de Teotihuacán, socia comercial del norte que
hacia 550 d.C., con 125.000 habitantes,(32) estaría entre las seis ciudades más grandes del mundo,
sin que las otras cinco lo supieran.
No hay que confundir Teotihuacán con su vecina Tenochtitlán, la capital azteca, que tenía,
cuando la vio Hernán Cortés en 1519, alrededor de 200.000 habitantes (más que ninguna ciudad
europea) y administraba un estado dos veces mayor que Portugal.(33) Cortés dijo que Tenochtitlán
era «la ciudad más hermosa del mundo»(34) y la comparó con Venecia. Construida sobre islas en
un lago de agua salada, estaba adornada con canales, puentes y jardines flotantes, un parque
zoológico y una pajarera. El comercio urbano, desarrollado por vía acuática, movilizaba 10.000
canoas,(35) y en la plaza del mercado central, según Cortés, cabían perfectamente 60.000
individuos, entre compradores y vendedores.(36)
Como es lógico, los aztecas tenían su faceta desagradable. Si no, que se lo preguntaran a
cualquiera de los cautivos —centenares todos los meses— que, poco antes de caer rodando por las
escaleras del templo, se quedaban sin corazón para que el Sol no pasara hambre. Un hombre de
Cortés contó —al menos calculó— 136.000 cráneos en el templo principal de Tenochtitlán.(37)
Los sacrificios humanos no eran infrecuentes en las civilizaciones antiguas, del Nuevo y del
Viejo Mundo. (Parece que se permitieron incluso en la Grecia clásica, aquella cima de la ilustración
temprana.) Y el gobierno azteca era progresista en otros aspectos. Los súbditos, juzgando por los
parámetros de la Antigüedad, eran ricos y estaban en situación de cambiar mercancías domésticas
por exóticos artículos de importación. Los arqueólogos han encontrado cuchillos de obsidiana, joyas
de jade y campanas de bronce en las sencillas casas de adobe de las provincias.(38)
Un motivo de esta abundancia es que el gobierno supo derribar el obstáculo de la desconfianza
que podía entorpecer los intercambios. En los mercados urbanos había inspectores patrullando en
busca de infracciones que iban desde estafar en las medidas hasta colar falsificaciones (de cera o de
masa) del grano de cacao, que hacía las veces de moneda.(39) Parece que el derecho azteca trató a
ricos y pobres con más igualdad que la mayoría de códigos antiguos. A veces se castigaba a los
jueces —en una ocasión se ahorcó a uno— por favorecer a los nobles a costa de los súbditos. No se
empleaba la tortura para arrancar confesiones, un fenómeno que, según un investigador, hace que
«los indios parezcan mejores que sus conquistadores europeos».(40)
«Azteca» es lo que la mayoría de la gente piensa al respecto, en el caso de que piense alguna vez
en la Mesoamérica precolombina: una deslumbrante joya en el desierto, una excepción milagrosa a
la primitiva norma de la vida india en América. Pero la civilización azteca no fue en realidad tan
especial: sólo un escalón en una milenaria escalera regional en cuyos peldaños anteriores se
encuentran Teotihuacán, los zapotecas de Monte Albán, los toltecas, los mixtecas, los huastecas y
otros. Los cuales, a su vez, tuvieron sus antecesores. Los mayas, aunque al principio no estuvieron
densamente urbanizados, habían alcanzado el nivel estatal alrededor del siglo III a.C., un poco antes
que los zapotecas. Y antes estuvieron los olmecas, que esculpían cabezas gigantescas como las de la
isla de Pascua y tenían una sociedad tan compleja que sus admiradores especialistas la han
ascendido a veces de jefatura a Estado.
Podríamos proseguir, y mencionar más nombres de culturas mesoamericanas, a cual más oscuro,
en un desfile que llegaría hasta los orígenes de la agricultura en la zona. También podríamos trazar
un sencillo cuadro de este proceso, un árbol de genealogía cultural: los aztecas fueron herederos de
los toltecas, que fueron herederos de Teotihuacán, y así sucesivamente. Pero estos diagramas
engañan. Desde la época de los olmecas y los mayas primitivos, allá por 1200 a.C., la influencia
cultural fue sutil e intensa, y con el tiempo lo fue más aún, conforme aumentaron la densidad

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demográfica y los contactos culturales mediante el comercio y la guerra. Toda la región se pareció
cada vez más a un cerebro social unificado que ensayaba memes y difundía los útiles.
Es verdad que los regímenes y las poblaciones brillaban y se apagaban hasta la saciedad, pero
estos ciclos sin objetivo aparente venían a sumarse a una dirección más general en la evolución
cultural. Las artes de la escritura, la agricultura, la artesanía, la construcción y el gobierno
progresaban. Los aztecas, como los romanos, fueron magos de la administración y la ingeniería.
Tenían una burocracia que funcionaba como un reloj, y tenían puentes y acueductos. Gracias a las
compuertas de una presa de 15 kilómetros gobernaban el nivel de las aguas lacustres que rodeaban
Tenochtitlán.(41)
Pero los aztecas no fueron gente excepcional, como tampoco lo fueron los romanos. Fueron
como sus antecesores, seres humanos que iban tirando y aumentando así su herencia cultural.
Lo mismo cabe decir de los incas. Para la mentalidad popular, su gran mérito fue la vasta red de
caminos que agilizaba el movimiento de mercancías y datos y consolidaba un imperio que en el
siglo XVI tenía doce millones de habitantes. Pero muchos caminos los habían construido ya sus
antecesores.(42) La construcción había comenzado hacia 500 a.C., durante la cultura Chavín, y esta
infraestructura la ampliaron los mochicas de la costa, que alcanzaron el nivel estatal hacia el año
100 de nuestra era. Los caminos de Moche, como los incas, eran recorridos por corredores de
relevos (que, según creen algunos investigadores, transmitían datos no sólo verbalmente, sino
mediante símbolos grabados en judiones).(43) Y al igual que los caminos incas —y romanos, y
chinos, y otros de la Antigüedad—, los de Moche se utilizaban para coordinar actividades tanto
militares como económicas. He aquí dos datos por el precio de uno: había suficientes prisioneros de
guerra para tener a los sacerdotes mochicas ocupados cortándoles el cuello ritualmente, y cuando
llegaba el momento de beberse la sangre, tenían a su disposición unos exquisitos cálices de metal,
encargados para la ocasión.(44)
Con el paso de las culturas —los estados de Chimú y Huari, por ejemplo—, la red viaria de
Suramérica fue creciendo,(45) al igual que las obras de regadío. Cuando millones de obreros, en el
curso de dos mil años, hubieron extendido esta infraestructura, llegaron los incas y dijeron:
«¡Hombre, gracias!». Conquistando jefaturas por aquí y estados por allá, llevaron la unidad política
suramericana a un nivel sin precedentes y estuvieron más o menos unidos gracias al buen
funcionamiento de su administración.(46) Con la soberbia de Sargón y no menos sentido práctico,
llamaban a su imperio Tahuantinsuyu, «los cuatro horizontes del mundo».(47) El nuevo ámbito de
organización política, al reducir las fricciones de la guerra, aportó más productividad, como hizo la
Pax Romana en el Viejo Mundo.(48)
Mesoamérica y los Andes ejemplifican lo mucho que puede hacerse con pocos materiales. El
dominio del bronce estaba en mantillas y apenas se utilizaba en la fabricación de armas y
herramientas. No había carros de guerra ni de transporte, pero es que tampoco había ruedas ni
caballos; por lo visto, la naturaleza dio al Nuevo Mundo pocos animales domesticables.(49) Pero a
pesar de esta escasez natural, siempre había medios de almacenar y transmitir datos, y, por lo tanto,
medios de dirigir una administración y un gran ejército. Es tal la fuerza del procesamiento de la
información que los avances en este frente pueden, casi por sí solos, y a pesar del estancamiento de
otros campos, conducir a las culturas hasta el umbral del Estado.
Y es tan grande la fuerza de la evolución cultural que los estancamientos no duran eternamente.
En Mesoamérica se conocía el principio de la rueda ya en la época de los aztecas, pero como no
había animales de tiro, se aplicaba sólo a juguetes como ciertos animales de arcilla roja.(50) Más al
sur, mientras tanto, se había domesticado la llama, que se empleaba como animal de transporte.(51)

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Si los europeos no hubieran intervenido, es casi seguro que la difusión cultural habría llevado la
llama al norte y la rueda al sur, y que la gente habría sumado dos y dos. Los dos mayores cerebros
sociales de América crecieron siglo tras siglo, encaminándose hacia la fusión. Y hay indicios,
desdichados indicios, de que ya había filamentos que unían el norte con el sur: la viruela que los
europeos llevaron a Mesoamérica llegó a los Andes por tierra, y al parecer acabó con un rey inca
poco antes de que Pizarro llegase por mar para acabar con otro.(52)
Con la aparición de Pizarro, Cortés y otros conquistadores, el largo experimento americano en
evolución social autónoma llegó a su fin. En el Viejo Mundo, por el contrario, la aparición de
inmigrantes dañinos no había cortado la expansión natural de las primeras civilizaciones ni su
interconexión básica. Hacia el siglo I d.C. se había llegado a una especie de culminación del
proceso. Las tendencias que habían empujado a China y Roma hasta la cumbre —aumento del
grado y el radio de acción de la complejidad social—, habían funcionado también en las tierras que
se extendían entre ambas. Al este del Imperio romano estaba el Imperio de los partos, más o menos
donde están hoy Iraq e Irán. Al este de los partos estaba el Imperio de los Kushana, que iba desde el
moderno Afganistán hasta el norte de la India. Y al este del territorio de los Kushana estaba el
extremo occidental de la China de los Han. Eurasia era una cadena de imperios. En palabras del
historiador William McNeill, la «ecumene euroasiática» se había cerrado. Se podía ir del Atlántico
al Pacífico, la tercera parte de la circunferencia de la Tierra, atravesando sólo cuatro regímenes. El
comercio lo hizo, por la Ruta de la Seda.
El comercio crecía en importancia, no sólo entre los estados, sino también dentro de ellos. Los
gobernantes no dejaban de descubrir que el medio de maximizar la producción de riqueza no era
controlarla al detalle. En el siglo I d.C., según McNeill, el poder político y el militar dependían en
buena medida «de los materiales y servicios aportados a los gobernantes por comerciantes que
respondían con más diligencia y eficacia a intereses pecuniarios y de mercado que a las órdenes
administrativas».(53) Con lentitud y firmeza, el modelo de control estatal de la economía, que era el
modelo vertical básico de la jefatura, que al parecer había persistido en las primeras etapas de la
civilización, cedía terreno ante la lógica del mercado.
¿Qué produjo el cambio? Una buena candidata es la creciente utilidad del procesamiento de
datos descentralizado. En el segundo milenio a.C. se desarrolló en Oriente Próximo un alfabeto
fonético, mucho más fácil de usar que la vieja escritura ideográfica, que se difundió por todas
partes, gracias sobre todo a los comerciantes que lo empleaban. Más tarde, durante el primer
milenio a.C., apareció y se difundió la acuñación de moneda, a través del mismo conducto. Estos
avances cuadran perfectamente con la observación de McNeill de que la tendencia de los mercados
a producir más que las economías dirigidas «empezó a comprenderse en el segundo milenio a.C., y
durante el primero ya era lo normal y lo que se esperaba».(54)
El cinturón comercial que ceñía Eurasia no creó interdependencias profundas. La Ruta de la
Seda, como su mismo nombre indica, era sobre todo para transportar mercancías suntuarias. Pero
dentro de los imperios existía ya una división del trabajo más clara. Los romanos obtenían trigo de
Egipto, higos y carne curada de España, pescado curado del mar Negro.(55) Aunque el pescado de
importación no estaba precisamente en la dieta diaria de los campesinos, los beneficios de la
aditividad no nula empezaban a llegar con lentitud a las capas situadas por debajo de la clase
dirigente.(56)

Preguntas engorrosas

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He aquí pues, en pocas palabras, lo que fue la historia antigua: adelante y arriba.(57) Ahora bien,
estas esquematizaciones tienden a suscitar objeciones. Por ejemplo:
Reclamación n.° 1: ¿Y las peculiaridades? Esta concepción de la historia, deseosa de
generalizar, pasa por alto las fascinantes y trascendentales diferencias entre las civilizaciones.
Para quienes ponen esta objeción hay una réplica sencilla: ¡Estáis de suerte! Hay miles de libros
que os gustarán. Historias descriptivas que tienden a fijarse en las diferencias, en lo particular, a
menudo prescindiendo de los rasgos comunes, de lo general.
Combatir esta parcialidad, dedicar un libro a lo común, no es negar las diferencias, que son
realmente grandes e interesantes. Como ya vimos, parece que en el antiguo Egipto la fusión de
gobierno y religión fue mayor que en otras civilizaciones de la época (lo cual no fue pequeña
hazaña). Y China mantuvo unido políticamente un territorio insólitamente grande durante el
gobierno de dinastías insólitamente largas.(58)
Explicar estas diferencias argumentando motivos tecnológicos es siempre tentador (en mi caso al
menos). ¿Se debió en parte la unidad de China al uso de una escritura que —por ser sobre todo
ideográfica— permitía a los usuarios de los diferentes dialectos conjugar un solo «idioma chino»
escrito? ¿Y pudo el reverso de esta escritura —su difícil aprendizaje— impedir que el poder
desbordara el espacio de la clase dirigente?
Y en cuanto a la decidida condición divina de los faraones egipcios... bueno, ¿quién sabe? Ni el
determinista tecnológico más entusiasta quiere explicarlo todo desde el punto de vista técnico. Lo
fundamental es que reconocer estas diferencias no resta méritos a los rasgos comunes; es más, los
realza en cierto sentido. La primitiva China es sólo un ejemplo insólitamente bueno de la norma
general que dice que todas las civilizaciones tempranas extrajeron cierta unidad de su tecnología de
la información.
Del mismo modo, la divinidad de los faraones nos conduce a una tendencia general: que la
Iglesia y el Estado se han ido diferenciando con el tiempo, en todas partes.(59) En la actualidad no
hay ningún jefe de Estado —ni siquiera en las llamadas teocracias— que se proclame dios. Ni
siquiera hay un solo dirigente en ningún Estado económicamente avanzado que proclame que está
allí porque lo dispuso el cielo. Fueran cuales fuesen las causas de la teocracia pura de Egipto, tenía
los días contados.
Hay otros contrastes entre las civilizaciones antiguas que sugieren igualmente la existencia de
una pauta general. Los mercados desempeñaron un papel mayor entre los aztecas y en Mesopotamia
que entre los incas y en Egipto. Pero las cuatro civilizaciones tenían una economía que explotaba la
aditividad no nula mediante las inversiones de capital y 1a división del trabajo; la economía dirigida
y la economía de mercado son dos respuestas a este imperativo universal, aunque una tenga mejor
futuro (sobre todo a la luz de las prometedoras tendencias de la tecnología de la información).
Reclamación n.° 2: ¿Y los griegos? Este capítulo, dedicado en teoría al origen de la civilización,
ni siquiera ha mencionado la Grecia clásica, que para muchos es lo mismo que decir origen de la
civilización. ¿No deberíamos habernos detenido a elogiar a Sócrates, a Sófocles, a Pitágoras, a
Arquímedes?
Grandes hombres, los cuatro. Y listos, además. Pero desde la perspectiva de la historia universal
no merecen acaparar el escenario. La gran literatura y la gran filosofía no son monopolio de
Occidente. La ética de los antiguos sabios de la India (por ejemplo, Buda) y de China (Confucio)
resiste la comparación con la filosofía moral griega, y fue enormemente influyente. Y en cuanto a
Pitágoras y a Arquímedes, nada más lejos de mi intención que menospreciar las matemáticas, o la
ciencia, o la tecnología. Pero deberíamos reducir la importancia de los individuos en estos terrenos,

9
porque los tres tienen puesto el piloto automático. La tendencia a la innovación es tan
profundamente humana que el progreso no depende de nadie en particular.
Arquímedes calculó con exactitud el valor de pi, pero también lo hicieron los chinos por su
cuenta. Y hoy se cree que en la antigua Mesopotamia se conocía ya el teorema de Pitágoras.(60) El
concepto de cero no se inventó en Grecia, sino en la India, y también, independientemente, en
Mesoamérica, en el mundo maya. La historia de las matemáticas, la ciencia y la tecnología está
llena a rebosar de estos inventos independientes. Si Pitágoras —y Arquímedes, y Aristóteles—
hubiera muerto en la cuna, el cuadro general de las matemáticas, la ciencia y la tecnología no habría
cambiado apenas. En consecuencia, tampoco el curso general de la evolución cultural.
Con esto no quiero decir que Grecia no deba ocupar un lugar de honor en nuestros corazones.
Por ejemplo, los griegos pusieron a prueba una tesis que ya se apuntó en el capítulo anterior: que
cuando la tecnología informativa de una sociedad se vuelve ampliamente accesible, el efecto no es
sólo de prosperidad económica, sino también de libertad política. Los griegos introdujeron vocales
en el alfabeto fonético, volviéndolo todo lo accesible que se podía volver.(61) Entendieron las
virtudes de la moneda y acuñaron unidades propias.(62) Y a esta mezcla de tecnologías de la
información añadieron astutamente el ingrediente de la confianza, facilitando a las partes privadas
la concertación legal de contratos vinculantes.(63) En general, los resultados de la prueba fueron
estimulantes. La Atenas clásica, en sus mejores momentos, tuvo una economía próspera, una
educación generalizada (desde el punto de vista antiguo) y democracia (ídem de ídem).(64)
En realidad, ya en las primeras fases de la evolución cultural hay indicios que apoyan la idea
general de que la descentralización economice dispersa el poder político. Los aztecas, de
orientación (relativamente) mercantil, tenían un código jurídico insólitamente igualitario. Y en
Mesopotamia, de orientación (relativamente) mercantil, las asambleas de ciudadanos administraban
justicia a veces.(65)
Los restos escritos de la civilización mesopotámica nos describen, casi jugada a jugada, de qué
modo pudieron evolucionar en armonía la información, la economía y la política. Los registros de
comienzos del tercer milenio, cuando la escritura aún era joven y elitista, y monopolio de los
escribas, contienen básicamente transacciones controladas por el Estado. Pero un milenio más tarde,
en la Mesopotamia septentrional, la abundancia de contratos en arcilla habla de un poderoso sector
privado que, por ejemplo, envía estaño y telas a Anatolia y recibe oro y plata. ¿Cómo llegaron a
tales alturas los ciudadanos particulares? Una clave puede ser la escritura cuneiforme, simplificada
y menos esotérica, que se empleaba en los contratos: aunque los escribas profesionales
monopolizaban en general todas las transacciones escritas de la antigüedad, algunos arqueólogos
creen que ciertos comerciantes rompieron la tradición y se educaron.
Parece que fue por entonces cuando la difusión de la tecnología de la información contribuyó a
que el poder económico desbordase la capacidad de control de los reyes y los sacerdotes, cuando
encontramos indicios de algo parecido a la democracia. Los documentos de las asambleas
comunitarias no las retratan ya impartiendo justicia tan sólo, sino adoptando una función
deliberativa y casi legislativa. Incluso hay referencias a un «ayuntamiento».(66)
Mientras tanto, como es lógico, había tiranía a espuertas en los demás lugares de la
«civilización» antigua, y torpes intentos gubernamentales de controlar la economía. Pero este
ejemplo de la Mesopotamia septentrional prometía mucho. Si la libertad económica explota la
aditividad no nula, procurando la riqueza que hace poderosos a los estados, y si la libertad
económica tiende a traer libertad política, puede que entonces la historia esté del lado de la libertad
política. A fin de cuentas, los estados poderosos tienden a imponerse a los más débiles. Y más aún:

10
pudiera ser que las posteriores tecnologías informativas fortalecieran esta lógica teórica que hay
detrás de la libertad. Sin embargo, en esta etapa de la historia sólo encontramos pálidos destellos de
la confirmación de tales esperanzas.
Reclamación n.° 3: ¿Dónde está el caos? Esta imagen del ascenso de la civilización ha sido un
poco electiva. Resulta estupendo hablar de la Ruta de la Seda o del comercio marítimo en las costas
meridionales de Eurasia como si estos tendones de suma no nula se prolongaran y fortalecieran
guiados por la divina providencia. Pero ¿qué hay de las interferencias? ¿Qué hay de los piratas?
¿Qué hay de los bandoleros de ojos desorbitados que bajaban del norte salvaje y asaltaban las
caravanas que recorrían la Ruta de la Seda?
En primer lugar, viajar en el siglo I d.C. era lo bastante seguro para que los beneficios del
comercio compensaran el riesgo, al menos a juicio de los comerciantes de la Antigüedad. Así
sobrevivió la aditividad no nula a la agresión parasitaria de las ambiciones de suma cero. Aunque
hizo algo más que sobrevivir: prevaleció. Las interrupciones del comercio espoleaban la evolución
del sistema de gobierno.
Al fin y al cabo, los piratas y bandoleros no son sino otro aspecto del «obstáculo de la
desconfianza» que puede coartar el intercambio positivo. Minan la seguridad de que recibiremos
seda a cambio de las mercancías que enviamos a Oriente. Y la evolución cultural, si le damos
tiempo, sabe idear medios para derribar el obstáculo de la desconfianza, en particular un control
político más amplio. Uno de los primeros objetivos de la expansión romana, en el siglo III a.C., fue
acabar con la piratería, para proteger el comercio itálico, incorporando la costa dálmata del
Adriático a la esfera de influencia de Roma.(67) Y una de las compensaciones de la expansión
subsiguiente fue la progresiva reducción de las interrupciones del comercio (y de esa otra
interruptora clásica, la guerra). Fue uno de los motivos por los que la Pax Romana se tradujo en
riqueza. Creó no sólo una zona libre de conflictos bélicos, sino además una zona (relativamente)
libre de bandidos.
Pero esta pauta no es exclusivamente romana. El comercio de la Antigüedad estuvo siempre
rebasando las fronteras políticas.(68) (Cierto funcionario de la China Han que se atrevió a cruzar la
frontera occidental, adentrándose en lo desconocido, se quedó boquiabierto al ver que en Afganistán
vendían artículos chinos.) El control político solía ponerse a la altura del comercio, robusteciendo
su lógica. Al hacer el tránsito más fácil y seguro, y extender el radio de acción de un código jurídico
uniforme, el gobierno reducía los obstáculos que había tanto para las comunicaciones como para la
confianza. En buena medida es la superación de estos dos obstáculos lo que diferenció a las
civilizaciones dominantes del resto del lote. Preguntemos a un historiador qué dos cosas
engrandecieron Roma y se convirtieron en hitos que la posteridad quiso emular, y lo más seguro es
que oigamos: «Las carreteras y el derecho».
La expansión imperial no es la única forma de combatir la piratería. También están los acuerdos
internacionales. A finales de la Edad Media, como veremos más adelante, había soluciones que
venían del sector privado. Pero todos estos apaños, como también veremos, equivalen a una especie
de gobierno extenso. Los piratas, al margen de que los dobleguemos, no son más que un ejemplo
que muestra que la turbulencia y el caos suelen ser heraldos de nuevas formas de orden. Lo son en
la actualidad. Las nuevas tecnologías de la información, al aportar nuevas modalidades de comercio
internacional, acarrean formas nuevas de interferencia. Un ladrón instalado en un país puede robar
dinero de los bancos de otro. Las soluciones a estos problemas supranacionales son por su propia
naturaleza como pequeños pasos hacia el gobierno supranacional. Hasta dónde llegaremos por este
camino es discutible, pero no lo es tanto la dirección básica del camino. Siempre que la tecnología

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ha ampliado la esfera de aditividad no nula se han materializado nuevas amenazas de suma cero
lasque han acabado enfrentándose en un sentido u otro sistemas de gobierno más amplios.
Reclamación n.° 4: No se ha respondido a la reclamación n.° 3. La piratería y el bandolerismo
no son ni mucho menos las únicas formas del caos. ¿Qué hay del caos a gran escala? ¿Qué hay de
las sequías que duran décadas y de las epidemias mortales? ¿Y qué hay de los bárbaros, no partidas
de salteadores de caminos, sino hordas de bestias que violaban y saqueaban? ¿No sucumbió al final
ante ellos el Imperio romano? ¿No empezó a desmembrarse toda la «ecumene euroasiática», la
ancha franja de civilización que se había completado hacia el siglo I d.C.? ¿No estuvo la Ruta de la
Seda por los suelos durante buena parte de su existencia? En este sentido, ¿qué importa que las
civilizaciones tiendan a crecer y a ser más complejas? Cuanto más grandes sean, más dura será la
caída. Los bárbaros que saquearon Roma no parece que tuvieran por lema «adelante y arriba».
En realidad, esta afirmación es discutible, y lo veremos en el capítulo siguiente.

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Nuestros amigos los bárbaros


No olvidemos que los anales de la guerra entre la «civilización» y la
«barbarie» los han escrito casi exclusivamente los escribas del bando
«civilizado».
Arnold Toynbee(1)

Los visigodos saquearon Roma en 410 d.C. San Jerónimo, que había estudiado en Roma y
traducido la Biblia al latín, estaba en Belén cuando se enteró. Escribió a un amigo: «¿Qué está a
salvo si Roma perece?».(2) Y se respondió él mismo: «El mundo entero pereció con una ciudad».
(3)
Era un enfoque en cierto modo provinciano. Mientras los romanos contemplaban los estropicios
de los godos, los mayas, por ejemplo, seguían con sus asuntos como si no pasara nada. Pero lo que
ponía en juego la invasión bárbara era en cierto sentido algo más grande que la ciudad de Roma,
más grande incluso que el Imperio. La franja de civilización que había unido el continente
euroasiático en el siglo I d.C. comenzó desde entonces a ceder por múltiples puntos, por culpa sobre
todo de los «bárbaros», hunos, godos, vándalos y otros. China combatió a menudo a los nómadas
dedicados al saqueo y a veces perdió. El Imperio gupta de la India septentrional cayó ante los hunos
y al final se vino abajo.(4) La Persia de los Sasánidas apenas podía contener a los hunos y en
ocasiones fue Estado satélite suyo.(5) Las incipientes civilizaciones del Nuevo Mundo afrontaban el
mismo problema: las ciudadelas del refinamiento sufrían el acoso de los paletos depredadores y
algunas sucumbían.
En total, los bárbaros se impusieron tanto que se plantea una incógnita: ¿y si hubieran
prevalecido? ¿Y si su destrucción hubiera sido más a fondo y generalizada? ¿Podemos estar seguros
de que el empuje básico de la evolución cultural se habría reanudado? ¿Representaron los bárbaros
una posibilidad real de que se acabara el movimiento básico universal hacia formas más amplias y
profundas de complejidad social?
No. La verdad es que la existencia de los bárbaros, lejos de obstaculizar el avance cultural, pudo,
en última instancia haberlo fomentado. Lo pone de manifiesto incluso el triunfo bárbaro más
devastador: la caída del Imperio romano.

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Errores frecuentes sobre los bárbaros

¿Qué es un bárbaro? Para el evolucionista cultural del siglo XIX, como ya vimos, el «bárbaro»
estaba en una etapa situada entre la del «salvaje» (la horda cazadora-recolectora) y la del
«civilizado» (el Estado). Es ciertamente el nivel que habían alcanzado casi todas las tribus bárbaras
de los tiempos antiguos; hoy hablaríamos de «jefaturas», aunque algunas eran insólitamente
móviles.
Los historiadores emplean el término «bárbaro» de un modo más informal; son bárbaras las
poblaciones con una cultura menos avanzada que la de sus vecinos, y con cierta tendencia quizás a
aprovecharse violentamente de los avances de los vecinos. En ocasiones, el aprovechamiento —el
pillaje— se efectuaba atacando a caballo, un lujo no disponible para los bárbaros del Nuevo Mundo.
Para los romanos, el término «bárbaro» era menos técnico. Sus orígenes parecen inocentes —
procedía del griego, donde significaba «extranjero»—, pero sus connotaciones eran decididamente
despectivas. Algunos romanos, para referirse al territorio comprendido por las fronteras del
Imperio, empleaban la palabra oikuméne, que en griego quería decir «tierra habitada».(6) La idea
romana del bárbaro —un ser tosco, quizá depravado, incluso infrahumano— persiste en la
actualidad, y por su culpa los bárbaros están entre los grupos menos comprendidos y más
injustamente calumniados. Convendría aclarar en concreto algunos errores.
Error n.° 1: Los bárbaros están menos «civilizados» que sus vecinos en sentido moral, son
menos honrados, menos humanos. Comportarse con menos humanidad que los romanos habría sido
difícil. Fueron jinetes romanos quienes anunciaron a su archienemigo Aníbal el resultado de una
batalla reciente arrojando la cabeza de su hermano a su campamento.(7) Fueron romanos quienes,
para vengarse de una derrota ante los godos, se llevaron a unos niños godos —tomados como
rehenes años antes—, desfilaron con ellos por varios pueblos y luego los mataron.(8) El emperador
Nerón ataba a los cristianos, los rociaba con brea y les prendía fuego, al parecer para iluminar sus
jardines de noche.(9) Tito, uno de sus sucesores, celebró el cumpleaños de su hermano matando
públicamente a 2.500 judíos, obligándolos a combatir entre sí o contra animales salvajes, y
quemando al resto.(10) A escala menor, como se sabe, esta clase de espectáculos era una forma
normal de entretenimiento entre los romanos.
Saquear ciudades era el procedimiento típico de los romanos, aunque era lo normal en las
guerras antiguas. San Agustín, reflexionando sobre el saqueo de Roma por los godos, dijo: «La
destrucción, las matanzas, el pillaje, los incendios y la angustia que azotaron Roma durante su
última calamidad no fueron sino la normal consecuencia de la guerra». Lo insólito fue que «los
feroces bárbaros, por un inesperado giro de los acontecimientos, mostraron tal clemencia que se
designaron grandes basílicas para que los refugiados pudieran reunirse sin peligro».(11) Los godos
sólo habían incendiado unos cuantos edificios, en unos cuantos días, antes de seguir avanzando.
Error n.° 2: Los bárbaros no tenían cultura. Si por cultura entendemos hermosas esculturas,
tragedias griegas o comer ensalada con tenedor, la acusación está justificada. Pero si por cultura
entendemos lo que entiende un evolucionista cultural, es decir, todos los frutos de la mente humana,
sobre todo los prácticos, entonces los bárbaros no tenían por qué avergonzarse ni bajar la cabeza.
Con su escasez de educación formal han aportado mucho al grandioso y ascendente flujo de memes
de la humanidad.
Fue bárbaro el arado que labró el duro suelo del norte y el oeste de Europa durante la Edad
Media.(12) Fueron los bárbaros de Asia quienes dieron a conocer el estribo a los chinos y por

13
último a Occidente.(13) Y allá en la época Chou, los bárbaros que arrasaban el Estado ch'in habían
empleado una nueva táctica de guerra, basada en el arquero a caballó. Los ch'in la utilizaron no sólo
para rechazar posteriores invasiones bárbaras, sino para conquistar estados rivales y unificar China.
(14)
Los romanos solían quejarse del olor de los bárbaros, pero esto sólo demuestra que sobre gustos
no hay nada escrito. Eran los romanos quienes no utilizaban jabón y los bárbaros quienes lo
inventaron hirviendo grasa con barrilla.(15)
Error n.° 3: Los bárbaros no pueden educarse. Cierto que tuvieron algunas ideas buenas (a
menudo relacionadas con montar caballos y matar gente), pero cuando se trata de dar cultura a
los bárbaros, es como hablar con la pared. Los bárbaros, por ser humanos, son sensibles a la
misma clase de memes que todo el mundo. Les gusta lo funcional, lo nuevo, lo brillante. Los
emperadores romanos enviaban oro a Atila para que se abstuviera de saquear.(16) Atila reaccionaba
como cualquier humano normal cuando cobra a fin de mes: se iba de compras. Y los hunos
acababan cubiertos de seda, perlas, fuentes de oro, cálices de plata, bridas con joyas engastadas,
sofás mulliditos, sábanas de hilo y, naturalmente, espadas de hierro macizo para seguir sacando oro
a los romanos.(17)
Incluso la cosa de los libros podía entrar en una cabeza bárbara. A finales del siglo IV d.C., un
obispo convirtió a algunos godos al cristianismo y tradujo la Biblia en su lengua. Así comenzaron
las literaturas germánicas.(18)
La aclaración de los errores 2 y 3 sugiere una verdad mayor. Si los bárbaros son razonablemente
buenos generando memes y absorbiendo los generados por otros, y son dados a viajar, es lógico
esperar que sean valiosos propagadores y sintetizadores de memes. Y realmente son genios del
mestizaje cultural.
Pensemos en los celtas, la población de nivel de la jefatura que estuvo en distintos puntos de
Europa en los siglos anteriores y posteriores a Cristo. Según un arqueólogo, eran «individuos
errantes, bravucones, pendencieros, ostentosos, indómitos y belicosos, y eran cazadores de
cabezas».(19) Bueno, pero que nadie diga que eran incultos. Vendían sal y metales a los griegos y
con lo que les daban compraban vino, alfarería y objetos metálicos.(20) Difundieron motivos
artísticos griegos por el norte y tecnologías metalúrgicas por anchas zonas de Europa.(21) Con el
tiempo popularizaron las herraduras, los cerrojos de hierro y los barriles.(22) Los romanos
aprendieron las ventajas de la «espada corta» probando en su carne la mercancía, durante el saqueo
celta de Roma en 390 a.C.(23) En época de Julio César acuñaban moneda como los romanos.
Algunos dominaban el alfabeto griego.(24)
Así pues, por encima y más allá de los irregulares arrebatos de pillaje y comercio, los celtas
desempeñaban una función más amplia: el procesamiento y la transmisión de datos. En medio del
barullo, los memes —aglutinaciones de información cultural— se conservaban y multiplicaban
selectivamente. Entre ellos estaba una de las tecnologías materiales más importantes de la historia,
la metalurgia, y dos de las más relevantes tecnologías de la información, la escritura y el dinero.
Gracias, celtas cazadores de cabezas.
La moraleja del cuento es sencilla: cuando pensemos en la evolución cultural, en vez de liarnos
con individuos y poblaciones concretos, no perdamos de vista los memes. Los individuos y las
poblaciones vienen y se van, viven y mueren. Pero sus memes, como sus genes, persisten. Cuando
termina el comercio, el saqueo y la guerra, a lo mejor hay cadáveres por todas partes y la estructura
social parece caótica. Sin embargo, en el proceso, la cultura, el heterogéneo menú de memes que la
sociedad puede utilizar, podría perfectamente haber evolucionado. Con el tiempo resurgirá la

14
estructura social, articulándose alrededor de la última base tecnológica disponible. La estructura
social podría tardar en estar a la altura de la tecnología (véase el próximo capítulo). Pero con tiempo
suficiente lo estará.
Error n.° 4: Los bárbaros son por naturaleza vagabundos y caóticos. Es verdad que a los
bárbaros de Europa y Asia les daba a veces por viajar. Y es comprensible. Si te ganas la vida
aprovechándote de civilizaciones levantadas con grandes esfuerzos, has de moverte. Pero el
parasitismo no era casi nunca la vocación de casi ningún «bárbaro». Cuando encontraban un buen
pedazo de tierra fértil, o un buen hueco entre poblaciones dedicadas al comercio, solían instalarse
para ganarse la vida, incluso honradamente.
No es esto lo que se desprende cuando se leen las dramáticas páginas que escribían los romanos
sobre los bárbaros, que se basaban en dramáticos encontronazos entre romanos y bárbaros y no en
un muestreo aleatorio de la vida bárbara. Los arqueólogos han averiguado que los bárbaros
germánicos del norte del Imperio vivían en «comunidades estables y duraderas»,(25) y que su
economía «probablemente se parecía en el fondo a la agricultura que se practicaba en las provincias
occidentales romanas».
Además, las sociedades bárbaras, nómadas o sedentarias, tendían a evolucionar, como las demás
sociedades, hacia niveles más elevados de civilización. Un motivo de la creciente inquietud que
experimentaron los romanos en el siglo IV era que sus verdugos poseían una administración (en
parte imitada de los romanos) cada vez más eficaz; los bárbaros se volvían «más civilizados», en
palabras de un historiador, y por lo tanto más aterradores.(26) Dice otro historiador sobre los
bárbaros que amenazaban el norte de China: «Eran realmente peligrosos en la medida en que se
civilizaban y aprendían las artes de la organización, la producción y la guerra». Uno de aquellos
bárbaros se sabía de memoria los textos confucianos y gustaba de decir: «Desconocer aunque sea
una sola cosa es causa de vergüenza para el hombre noble».(27) Su educadísimo hijo saqueó la
capital de los Chin en 311, un acontecimiento casi comparable al saqueo de Roma.(28)
Los hunos en particular, aunque nómadas, estaban organizados a una escala muy amplia, que a
veces se denominaba «imperio».(29) Como los imperios antiguos en general, los hunos sometían a
otras poblaciones por la fuerza y les exigían tributos. (¿Quiénes eran los romanos para quejarse de
esta práctica?) En el este de Asia había una confederación bárbara, los Toba, que se convirtió en
imperio durante los siglos IV y V. Los Toba acabaron dominando casi todo el norte de China y
defendiendo el territorio conquistado de ulteriores invasiones de bárbaros irritantes.(30)
El Imperio romano es el mejor ejemplo de que los bárbaros se sentían igual de contentos
defendiendo una civilización que reduciéndola a cenizas. Los romanos habían utilizado a los
bárbaros como mercenarios durante siglos, y cuando Roma fue saqueada, algunos de sus más
ínclitos generales eran de origen bárbaro. Los romanos habían descubierto que, por lo general, se
podía negociar con aquella gente. Los bárbaros lo pusieron de manifiesto con las incontenibles
invasiones del siglo V. Ante ellos tenían inconmensurables campos romanos, cultivados por
campesinos que pagaban elevados tributos a un gobierno cuya incapacidad para defenderlos crecía
sin parar. ¿Cómo aprovechar esta situación?
Una forma era invadir los campos, derrotar a los soldados romanos, matar a los campesinos y
apoderarse de la tierra. Otra era dejar que los campesinos se las apañaran solos, llegar a un acuerdo
con los funcionarios romanos y sustituirlos como recaudadores de impuestos. Los bárbaros de la
leyenda habrían optado por la primera solución. Los bárbaros de la historia real optaron por la
segunda, cumpliendo así el sueño con que sueña todo el mundo: ganar una fortuna.(31) En el curso

15
de los siglos V y VI, el aparato fiscal romano acabó, en palabras de un historiador, «en manos de
nuevos administradores».(32)
Hay una frase célebre que caracteriza a los funcionarios públicos que empiezan con elevados
ideales y acaban corrompidos: «Llegaron para hacer el bien y se quedaron para vivir bien». De los
bárbaros que invadieron Roma podría decirse: «Llegaron para hacer el mal y se quedaron para vivir
bien». Puede que comenzaran las invasiones pensando en el pillaje, pero al final descubrieron una
forma más cómoda de ganarse el pan. Esta flexibilidad explica que Europa occidental, antaño un
imperio, se hubiera convertido sin complicaciones, hacia el ano 500 d.C., en un reducido conjunto
de grandes reinos bárbaros, como el de los visigodos en España y el de los ostrogodos en Italia.
¿Y cómo le fue a la cultura grecorromana en manos de los bárbaros? Los godos no fueron dados
a meditar los diálogos de Platón, pero apreciaron los textos de Euclides;(33) se olvidaron de los
temas escurridizos y se dedicaron a las disciplinas prácticas: la arquitectura (restauraron algunos
edificios monumentales del imperio), la agrimensura (útil para la recaudación de impuestos), las
matemáticas (sobre todo para aplicarlas al sistema monetario y las medidas) y la medicina (en el
botín que los visigodos se llevaron hacia el sur después de saquear Roma figuraba el médico
Dionisio).(34) Los godos desdeñaban el estudio de la retórica, que había sido fundamental en las
escuelas de derecho romanas, pero el derecho propiamente dicho era otra cuestión. Sirviéndose de
juristas romanos, adaptaron el derecho romano para gobernar a sus súbditos romanos, y de paso
formalizaron sus propias tradiciones jurídicas, que hasta entonces habían sido orales. Cierto
mamotreto compilado por los bárbaros se tituló Lex romana visigothorum, «Ley romana de los
visigodos».(35)
No quiero sugerir con esto que hubiera una continuidad apacible entre el último siglo de dominio
romano en Europa occidental y los siglos siguientes. Los godos, los francos y otros «bárbaros»,
aunque deseosos de ser herederos de Roma, estaban mal equipados para asimilar en bloque una
cultura tan avanzada. Además, los contraataques del todavía formidable Imperio romano de Oriente,
con base en Constantinopla, resultaban perturbadores. (Las reivindicaciones de Justiniano sobre
Roma causaron más daños que el propio saqueo de los visigodos.)(36) Los reinos bárbaros mayores
no salieron indemnes al final. Pero tampoco los bárbaros metieron la cultura romana en la
trituradora de basura.
Error n. ° 5: Los bárbaros representaban una desgracia concreta que, por algún motivo, se
materializó en la época de Roma (y luego reapareció de vez en cuando, por ejemplo con los
saqueos mongoles del final de la Edad Media). El solo hecho de que la evolución cultural no
proceda del mismo modo en todas partes indica que, milenios antes de Roma, había habido
civilizaciones rodeadas por culturas menos prósperas. Los miembros de estas culturas indigentes,
por ser humanos, estaban capacitados para el saqueo y a veces lo cultivaban. Parece que las
civilizaciones de Oriente Próximo sufrieron por lo menos dos devastadoras invasiones «bárbaras», a
principios y finales del segundo milenio a.C.(37) ¿Por qué no se dice prácticamente nada sobre
aquellos bárbaros primitivos? Por varias razones.
La primera es que, cuanto más retrocedemos en el tiempo, menos datos históricos tenemos. Los
arqueólogos encuentran ruinas de civilizaciones antiguas y ven indicios de conflicto violento, pero
no acostumbran encontrar testimonios claros que revelen la perspectiva probable de la civilización
castigada: que unos extranjeros toscos e inferiores los estaban aniquilando de la manera más
salvaje. En realidad, cuando el ataque bárbaro triunfa, su historia, si alguna vez se registra,
probablemente será por deseo de los descendientes de los bárbaros. Y nadie espera que pregonen la
barbarie de sus antepasados. Pensemos en los aztecas. Al principio eran patanes medio nómadas que

16
merodeaban por la periferia de culturas más avanzadas, haciendo incursiones de pillaje en unos
sitios y alquilándose como mercenarios en otros. (¿No nos suena esto?) Cuando aprendieron lo
suficiente para fundar su propia ciudad y conquistar a poblaciones educadas, destruyeron los
escritos que daban fe de su bárbaro pasado. Y reescribieron la historia, retratándose como los únicos
herederos legítimos de la difunta y grandiosa civilización tolteca. Y si vamos a ello, los mismos
toltecas habían sido al principio bárbaros medio nómadas que habían absorbido la cultura de las
poblaciones a las que luego derribaron de la peana local.(38)
En realidad, cuando escrutamos en los rincones oscuros de una civilización, de cualquiera,
encontramos este terrible secreto: que al principio sus ciudadanos eran bárbaros. Cuando los
romanos aparecieron en escena, los griegos no los consideraban colegas culturales.(39) Y la verdad
es que los romanos, prácticos hasta el aburrimiento, no consiguieron tener el aire intelectual de la
Grecia clásica ni siquiera después de cinco generaciones de educación helénica. Pero estaban ya
empapados de memes clásicos griegos y más tarde los difundieron por todo el mundo. En palabras
de Horacio, «los griegos, cautivos, cautivaron a sus captores».(40)
Además, ¿quiénes eran los griegos para mirar con desdén a los bárbaros? También ellos tenían
un pasado con puntos sombríos. Sus humildes antepasados dieron una buena zancada en el largo
camino del arribismo invadiendo la primera monarquía burocrática de Europa, la civilización
minoica de Creta, en el siglo XV a.C.(41) Los griegos primitivos tenían un título honorífico,
ptolíporthos, que significaba «destructor de ciudades».(42) Y parece que los griegos dorios estaban
entre los alborotadores que causaron destrozos a finales del segundo milenio a.C.
Podríamos seguir y no acabar nunca, retrocediendo y exponiendo los indignos orígenes sociales
de lo que luego fueron civilizaciones dominantes. Ahora bien: tanto si los «bárbaros» saqueaban
ciudades como si se quedaban en los arrabales y comerciaban con ellas, o se aliaban en la guerra
con ellas o contra ellas, una cosa está clara: que, ganaran, perdieran o empataran, los «bárbaros»
fueron medios de transporte de memes avanzados. Como dijo William McNeill en La civilización
de Occidente, «la historia de la civilización es la historia de la expansión de modelos socioculturales
particularmente atractivos en virtud de la conversión de los bárbaros a modos de vida que
consideraban superiores a los suyos».(43) En el siglo XX, decir «inglés» era como decir culto y
civilizado, y sin embargo la palabra «Inglaterra» sólo significa «tierra de los anglos», una tribu que,
allá en la época de los romanos, sólo era una molesta tribu bárbara entre otras.
Error n.° 6: Las irrupciones bárbaras, con su caos y destrucción, son paradójicas
interrupciones del flujo supuestamente ascendente de la evolución cultural. Ya hemos visto que los
bárbaros, a largo plazo, cumplen la norma y contribuyen al flujo ascendente de los memes. Pero hay
otro enfoque que permite comprender por qué los bárbaros, por mucho que nos parezca que iban
con toda insolencia contra la corriente del progreso cultural, iban en realidad a favor de ella. Y es
que si desde el principio estaban tan bien equipados para la insolencia es precisamente porque el
flujo de los memes es inexorable.
Cuando una civilización como Roma domina a sus vecinos, posee casi por definición alguna
clase de ventaja cultural: armas mejores, por ejemplo, o mejor organización económica. Sin
embargo, es un dominio que cuesta mantener, porque estos preciosos memes tienden de manera
natural a cruzar las fronteras y fortalecer a los rivales. En el caso de Roma, la estrategia militar
estaba entre los memes que fortalecieron a los bárbaros.(44) Pero, aun tratándose de los mismos
memes, no se comportan igual en todos los casos. Como ha señalado el historiador Mark Elvin, la
difusión de la tecnología metalúrgica china entre los mongoles durante el siglo XIII redundó en
perjuicio de China.(45) Elvin fue de los primeros que vio con claridad que se trata de una dinámica

17
histórica general: el mismo avance de las sociedades avanzadas puede plantar las semillas de su
destrucción. Como dijo Elman Service, «la joven sociedad en desarrollo esparce las semillas, por
así decirlo, fuera de su terreno, y algunas semillas arraigan y crecen con vigor en suelo virgen, y en
ocasiones se hacen más fuertes que la planta madre y acaban por dominar ambos medios».(46)
No se insistirá lo suficiente: la turbulencia que caracteriza la historia universal no sólo es
coherente con una concepción «progresista» de la historia: es parte integral de ella. La turbulencia
propiamente dicha —incluido el fortalecimiento ocasionalmente devastador de los bárbaros— es
consecuencia del hecho de que la tecnología evoluciona, y de que las tecnologías más aptas se
difunden rápidamente. La hegemonía puede producir estancamiento, como el de la Pax Romana,
pero a largo plazo las distribuciones desiguales del poder se socavan solas de manera natural y
termina el estancamiento. La turbulencia subsiguiente puede parecer una regresión a todo el mundo,
pero en última instancia es progresiva; refleja —y, como hemos visto, a menudo estimula— la
universalización de memes nuevos y mejorados, y en ellos se apoyará el estancamiento siguiente.
Error n.° 7: Los bárbaros se ensañan con víctimas inocentes. La expresión «ser un bárbaro»
evoca una imagen maniquea. Dentro de las murallas de Roma, los libreros ordenan las obras de
Eurípides, trabajosamente traducidas, cuando empieza a salir humo entre las estanterías. ¿Qué
habían hecho los romanos para merecer esto?
Mucho. Ante todo, la economía de la Roma imperial, en medida muy notable incluso para los
parámetros antiguos, se basaba en la esclavitud. Esto puede parecer una censura moral —y lo es—,
pero también es algo más. Es una evaluación de Roma según el contador básico de la evolución
cultural: ¿cuánta sinergia potencial «interromana» aprovechó Roma a conciencia?
Muy poca. Cuando una sociedad tiene encadenados a sus miembros, y les confisca los frutos de
su trabajo, quiere jugar a un juego de suma no nula al estilo más parasitario posible, y ésta es una
estrategia que, como ya señalé, entraña peligros. Primero: la opresión cuesta tiempo y energía;
Roma tuvo que sofocar más de una revuelta de esclavos, y el temor era constante. «Nadie está
seguro, ni siquiera el amo indulgente y bondadoso», decía lamentándose Plinio el Joven (que infería
de aquí que «la propia naturaleza malvada de los esclavos los ha corrompido»).(47) Segundo: como
la esclavitud resta atractivo al trabajo, la vigilancia estrecha pasa á ser una condición imprescindible
del trabajo eficiente, y como la vigilancia cuesta dinero, la eficiencia se resiente de todos modos.
Tercero: la esclavitud impide que los trabajadores pasen a ser consumidores importantes. Cuarto: al
abaratar artificialmente la mano de obra, la esclavitud apaga el interés social por desarrollar más
tecnologías productivas. La clase dominante de Roma era célebre por su indiferencia a las
innovaciones que ahorraban mano de obra, y el progreso tecnológico fue mediocre.(48)
Hay indicios de que la esclavitud decayó al final del Imperio.(49) Pero paralelamente, los
campesinos normales y corrientes eran cada vez menos libres, más parecidos a los siervos
medievales: personas atadas a una tierra que no les pertenecía.(50) Y el gobierno empezaba a
impedir que los artesanos y los tenderos cambiaran de oficio; incluso presionaba para que sus hijos
siguieran sus pasos.(51) Un historiador cree que «el mundo mediterráneo se acercó más que nunca
al sistema de castas».(52) Repito que, censuras morales aparte, esto no es más que mala ingeniería
social, ya que sofoca los beneficios que pueden surgir espontáneamente de la libertad optativa de la
economía de mercado.
Ni siquiera la gran contribución de Roma al comercio —la amplia zona relativamente pacífica
creada por la Pax Romana— se puede considerar un regalo gratis. Tenía su parte de explotación
pura y simple, como era particularmente patente para cuantos tenían que someterse en nombre de la
Pax. «Al robo, la matanza y el saqueo le dan el engañoso nombre de imperio», decía un britano.

18
«Crean un desierto y lo llaman paz.»(53) Cuando el sometimiento se completaba, solía haber
impuestos injustificados y administradores codiciosos y sobornables.
En general, este parasitismo crecía conforme la cultura política se volvía más corrupta, opresiva
y dictatorial.(54) A finales del Imperio, los emperadores se proclamaban dioses y se comportaban
como los faraones. Vivían recluidos, se envolvían en una aureola de misterio, y los ciudadanos a
quienes se concedía audiencia, nada más entrar tenían que besar la orla de la túnica imperial.(55) El
senado era ya impotente y a los emperadores los nombraban los militares, a veces mediante una
especie de guerra civil contrarreloj.
No se quiere negar con esto el famoso legado de Roma. Los principios romanos tocantes al
derecho y la administración fueron hitos duraderos, aunque en la práctica se adulteraron poco a
poco. Sin embargo, una vez que estos principios se pusieron por escrito y la ingeniería romana dejó
su huella, los romanos tuvieron poco que dar ya a la posteridad. Tanto si somos defensores del
perfeccionamiento moral como si lo somos sólo de la evolución cultural, no sería ilógico que
llegáramos a la conclusión de que, cuando los bárbaros cayeron en picado sobre el Imperio romano
de Occidente, éste merecía morir.
Evidentemente, cualquier conclusión así de gratificante debería despertar sospechas. Aún se
discute qué causó realmente la desaparición del Imperio romano de Occidente, y algunas causas que
se barajan —enfermedades, suelo agotado, peligrosa apertura geográfica a hordas bárbaras muy
numerosas— no reflejan la calidad del gobierno romano. Si la caída del Imperio es o no el auto
sacramental que muchos historiadores dicen —interpretación que yo mismo he adoptado
alegremente—, la cuestión sigue abierta. Civilizaciones enteras pueden brillar y apagarse por
acontecimientos casuales; la dinámica de la evolución cultural sostiene la dirección de la historia,
pero sólo a largo plazo y cuando ya se han acumulado los acontecimientos.
Sin embargo, es digno de destacar que muchas de las causas que más se citan para explicar la
decadencia de Roma sean flagelos para la aditividad no nula. Un mercado laboral artificialmente
congelado; un sistema jurídico cada vez más injusto; corrupción de los funcionarios que distribuían
los artículos públicos; tributos y aranceles excesivos, obligados por el coste de mantener un imperio
que explota a sus provincias... Todo esto debilita el tejido del beneficio común que consolida las
sociedades bien gobernadas.
El veredicto de la historia
¡Gracias al cielo por los bárbaros! Si las civilizaciones dominantes están estancadas y en
decadencia, y contribuyen poco o nada a la marcha de la aditividad no nula, desde el punto de vista
de la evolución cultural es justo que haya alborotadores cerca. Es mejor romper la baraja y empezar
la partida otra vez. Y como resulta que los bárbaros sienten debilidad por los memes civilizados, no
hay que comenzar de cero.
El papel de los bárbaros como equipo de demolición cultural es particularmente importante
cuando se repara en la frecuencia con que se necesita una reconstrucción cultural. Muchos defectos
indiscutibles de Roma —explotación, autoritarismo, endiosamiento corrupto— proceden de
tendencias profundamente humanas. De vez en cuando transforman civilizaciones prometedoras en
decadentes monstruosidades opresivas. De vez en cuando es como si la historia gritase: ¡traed al
equipo de demolición! Y los bárbaros, de vez en cuando, responden gustosos a la llamada. Todas
sus anteriores campañas de destrucción, a finales del segundo milenio a.C., se habían producido
cuando la civilización llevaba siglos anquilosada.(56)
En cierto modo, los bárbaros no son más que un caso concreto de esa generalizada y poderosa
dinámica de suma cero de la evolución cultural que es la competencia sin contemplaciones de las

19
sociedades vecinas. Esta rivalidad hace que las culturas anquilosadas sean vulnerables a los
reformadores, grandes y pequeños. Pueden caer en manos de una gran civilización vecina, que las
transformará a su imagen y semejanza. O pueden dejar que los bárbaros penetren en ellas e incluso
que las desmantelen, allanando el camino de la futura reconstrucción. Y también pueden resucitar y
prevalecer, lo cual sería un ejemplo de la dinámica de «amenaza y reacción» postulada por Arnold
Toynbee. Sea cual fuere el caso, la cuestión es la misma: por muy profundamente humanas que sean
las tendencias a la explotación, el autoritarismo y el endiosamiento, las culturas que ceden a ellas no
tienen por qué durar mucho en este mundo.
Alto, un momento. ¿Desde cuándo la explotación y el autoritarismo son defectos políticos? ¿Es
que los estados primitivos, al igual que sus antecesoras, las jefaturas, no emplearon el terror cuando
les convino ni esclavizaron cuando pudieron? ¿Es que no se atribuían cualidades celestiales, o al
menos bendiciones divinas, para obligar a las masas a obedecer los dictados centrales? Por muy
moralmente censurables que sean estas tácticas, ¿por qué habrían tenido que volverse ineficaces en
la época romana?
Parte de la respuesta, como hemos visto, podría ser que la tecnología cambia las reglas de
gobernar. Con la aparición de monedas oficiales, universalmente aceptadas, y de un alfabeto
totalmente fonético, con vocales y todo, se creó en potencia una economía más descentralizada que
la de épocas anteriores. Por ejemplo, la esclavitud —lo último en explotación— suponía ya un coste
mayor en productividad desperdiciada; cuanto más ágil es el mercado; más se puede beneficiar de la
participación sin trabas. Como suele decirse, es terrible desperdiciar el talento, aunque en la
economía antigua se dedicara sobre todo a trabajar la tierra por el salario más alto y a gastar el
dinero después.
Aunque Roma tenía una economía más bien de mercado, desde el principio hubo cierto
desinterés por su potencial. Cuando los romanos empezaron a acuñar moneda en el siglo IV a.C., el
objetivo oficial no era agilizar el comercio, sino crear un medio por el que el gobierno pudiese
comprar cosas.(57) (Es evidente que las monedas inundaron el sector privado.)
La mitad oriental del Imperio, que sobrevivió al colapso de la occidental, era menos culpable de
los pecados antedichos. Parece que en general tuvo menos esclavos.(58) Su economía estaba más
libre de medidas atrofiantes como la prohibición tácita de cambiar de profesión.(59) Y por razones
históricas tuvo una economía más integrada que permitía la circulación de mercancías por todo el
territorio.(60) Tenía grandes ciudades mercantiles, mientras que las ciudades occidentales eran
como caparazones: centros administrativos sin núcleo orgánico.
En la lucha por la supervivencia, Oriente tenía otra virtud fundamental: una frontera bárbara
menos extensa. En cualquier caso, Oriente, que compartía con Occidente muchas tendencias
anquilosantes, no era ningún modelo para un futuro de alta tecnología. Toda la base del Imperio era
de barro, en unos lugares más blando que en otras.
El historiador Chester Starr dijo en cierta ocasión: «Al parecer, todas las civilizaciones acaban en
un callejón por el que es prácticamente imposible seguir avanzando en la dirección aparente en la
época; pero en cuanto se da una oportunidad a las ideas nuevas, los viejos sistemas sufren tal
sacudida que pierden su preponderancia».(61) El pasaje podría parecer teológico, incluso místico,
como si el dios del progreso bajara la cabeza y aniquilara las civilizaciones que no están preparadas
para las ideas que vienen. Pero la idea de Starr parece más razonable si consideramos la evolución
tecnológica una fuerza activa de la historia. Es metafóricamente cierto que las tecnologías de
vanguardia —las económicas no menos que las militares— castigan a las sociedades que no las
abarcan ni las usan bien, quedando así a merced de las «sacudidas». Es también metafóricamente

20
cierto que esas mismas tecnologías premian a las sociedades que las emplean más
provechosamente.
La tecnología no es una fuerza ajena a nosotros que haya venido del espacio exterior. El espíritu
humano la selecciona por evolución cultural; los individuos son sus árbitros. La incógnita en la
Europa occidental del siglo V d.C. era: ¿a qué estructuras sociales dará ahora la tecnología el visto
bueno?

Notas

9. Civilización, etcétera
9:1. McNeill (1980), pág. 37.
9:2. Véase, por ejemplo, Fried, pág. 470.
9:3. Véase por ejemplo, Diamond (1997), págs. 282-283.
9:4. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, pág. 267.
9:5. Dray, pág. 255.
9:6. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, págs. 101-111, 114; Stein (1994b); Fagan, págs. 367-368. Como
dice Stein, algunos arqueólogos son reacios a poner la etiqueta de «jefatura» a la cultura del Obeid,
dado que algunas características clásicas de la jefatura, como la acentuada diferencia de posición
social y la inestabilidad política, sólo aparecen con claridad al final del quinto milenio, poco antes
de la formación de las ciudades. Allí están, sin embargo. Además, Stein ha visto indicios de que,
anteriormente, «la Mesopotamia del Obeid consistía en una serie de pequeñas jefaturas localizadas,
con una economía de artículos básicos» (pág. 41).
9:7. Lamberg-Karlovshy y Sabloff, pág. 358.
9:8. Para la urbanización en Mesopotamia, Lamberg-Karlovsky y Sabloff, págs. 108, 139. Sobre
Uruk en 2800 a.C., Fagan, pág. 368.
9:9. Saggs (1989), pág. 41.
9:10. Flannery (1972), pág. 420.
9:11. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, pág. 142.
9:12. Durante mucho tiempo se creyó que el desarrollo de Egipto había sido tan diferente del de
Mesopotamia que no se podía hablar de «ciudades» egipcias primitivas. Que los ejes de la política
egpicia eran pueblos de carácter administrativo o sacerdotal. Pero hay indicios recientes que
sugieren que la estructura residencial de Egipto, a comienzos del tercer milenio, época de la I
dinastía, se parecía más a la de Mesopotamia de lo que se pensaba. Véase Lamberg-Karlovsky y
Sabloff, págs. 128-129.
9:13. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, pág. 134.
9:14. Para la burocracia egipcia, Saggs (1989), pág. 27. Sobre su poder y eficacia, Berlev (1997),
págs. 87-89. La administración era fundamental para mantener la regularidad del suministro de
víveres, a pesar de las fluctuaciones anuales del Nilo.
9:15. Fagan, págs. 432-433. Chang, págs 512-514. (El «nivel 2» de Chang corresponde al nivel de
la jefatura). Véase también Service (1975), págs. 263-264.
9:16. Bagley.
9:17. Fagan, pág. 435, y capítulo 18 en general.
9:18. Keightley (1989b), Fagan, pág. 436.
9:19. Robert Bagley, comunicación personal.

21
9:20. Véase Keightley (1983).
9:21. Hsu (1989), pág. 74. Véase también Fairbank, págs. 54-56.
9:22. Gernet (1996), pág. 106; Fairbank, pág. 56.
9:23. Gernet (1996), pág. 109.
9:24. Fairbank, pág. 56.
9:25. Starr, pág. 637; Gernet (1996), pág. 108.
9:26. Starr, pág. 277.
9:27. Hammond, págs. 270-273.
9:28. Starr, pág. 557.
9:29. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, págs. 347-348, 351-352.
9:30. Ibíd., pág. 348; Fagan, pág. 486; Stein (1994b); Stein, comunicación personal.
9:31. Fagan, pág. 487; Adams (1997), págs. 50-51.
9:32. Adams, cit., págs. 43, 49.
9:33. El área de Tenochtitlán en 1519 era de 207.000 kilómetros cuadrados. La población estimada
oscila entre 150.000 y 300.000 habitantes. Véase Farb, pág. 211; Bray, pág. 98; Lamberg-Karlovsky
y Sabloff, pág. 324.
9:34. Farb, pág. 211.
9:35. Adams (1997, pág. 84.
9:36. Bray, pág. 111.
9:37. Bray, págs. 171-173. Las estimaciones de los sacrificios humanos anuales oscilan entre 10.000
y 50.000, «mayoritariamente prisioneros de guerra, pero también esclavos y niños comprados».
9:38. Smith (1997), págs. 76-83.
9:39. Bray, págs. 111-112.
9:40. Ibíd., pág. 84.
9:41. Ibíd., pág. 98.
9:42. Johnson y Earle (1987), pág. 269; Adams (1997), pág. 103.
9:43. Adams (1997), págs. 112-117.
9:44. Ibíd., págs. 106-107; Fagan, pág. 529.
9:45. Adams (1997), págs. 112-117.
9:46. Johnson y Earle (1987), págs. 263-264.
9:47. Adams (1997), pág. 118.
9:48. Johnson y Earle (1987), pág. 269.
9:49. Diamond (1997); Steward (1955).
9:50. Bray, pág. 87.
9:51. Adams (1997), pág. 103.
9:52. Ibíd., pág. 119.
9:53. McNeill (1980), pág. 34.
9:54. McNeill (1990), pág. 13.
9:55. Lenski y otros, pág. 194.
9:56. Durante mucho tiempo, sin embargo, los beneficios del comercio siguieron concentrándose
sobre todo en las clases superiores. Véase Drummond, pág. 111.
9:57. Al juzgar el progreso económico del comercio y el cambio tecnológico es fácil confundir dos
temas. Ciertas personas, para minimizar el progreso, arguyen que hay pocos indicios de que la
calidad de vida —la producción económica per cápita— aumentara antes de la época moderna. Es
verdad, pero eso no significa que la productividad —producción económica por trabajador— no

22
aumentara. Cuando la población crece rápidamente, como ha ocurrido durante los últimos milenios,
la productividad de los trabajadores individuales puede aumentar de modo significativo sin que
suba la calidad de vida, porque el trabajador medio tiene una creciente cantidad de bocas que
alimentar. Ésta es, en realidad, la interpretación dominante sobre los milenios anteriores a la
revolución industrial: que el paulatino aumento de la productividad quedó eclipsado por el paulatino
crecimiento demográfico. (Bradford DeLong, comunicación personal). Además, el crecimiento
demográfico puede obligar a cultivar tierras menos apetecibles, de modo que limitarse a impedir
que la productividad caiga podría significar mejor tecnología.
9:58. Para los contrastes en general entre los estados antiguos, véase Trigger. Este autor distingue
los «estados territoriales» (Egipto, la China Shang, los incas) y los estados más urbanos
(Mesopotamia, los aztecas).
9:59. Véase Lenski y otros, pág. 212.
9:60. Goody, pág. 80. Cabe la posibilidad de que el teorema de Pitágoras no lo formulara en Grecia
el mismo Pitágoras, sino algún discípulo suyo.
9:61. Craig y otros, pág. 81.
9:62. Hooker, pág. 30.
9:63. Martin, pág. 76.
9:64. Hooker, págs. 4-9. Esparta, que se oponía a que sus ciudadanos se dedicaran al comercio, fue
menos democrática.
9:65. Yofee (1995), pág. 302; Goody, pág. 120.
9:66. Yoffee (1995), pág. 302, y comunicación personal; Gil Stein, comunicación personal.
9:67. Starr, pág. 482.
9:68. Véase McNeill (1990), pág. 12.

10. Nuestros amigos los bárbaros

10:1. Toynbee, vol. I, pág. 420.


10:2. Friedrich, pág. 27.
10:3. Jones (1986), vol. 2, pág. 1025.
10:4. McNeill (1963), pág. 384.
10:5. Ibíd., pág. 386; Starr, pág. 705.
10:6. Starr, pág. 581.
10:7. Ibíd., pág. 486.
10:8. Friedrich, pág. 32.
10:9. A.N. Wilson, pág. 9.
10:10. Friedrich, pág. 32.
10:11. San Agustín, pág. 44.
10:12. Singer y otros, págs. 87-89.
10:13. McNeill (1963), pág. 384; Gies y Gies, pág. 55.
10:14. McNeill (1963), pág. 238.
10:15. Gies y Gies, pág. 31.
10:16. McNeill (1963), pág. 392.
10:17. Thompson, págs. 170-173.
10:18. McNeill (1963), pág. 392.
10:19. Hayden (1993), pág. 354.

23
10:20. Starr, pág. 535.
10:21. Fagan, pág. 474.
10:22. Hayden (1933), pág. 354.
10:23. Fagan, pág. 475.
10:24. Starr, págs. 535-536.
10:25. Goffart, pág. 28.
10:26. Starr, pág. 700.
10:27. Elvin, pág. 41.
10:28. Ibíd. Estos bárbaros no formaban parte de los Toba, descritos más abajo.
10:29. McNeill (1963), pág. 388.
10:30. Gernet (1962), págs. 190-192; McNeill (1963), pág. 386.
10:31. Goffart, pág. 102.
10:32. Ibíd., pág. 3.
10:33. Riché, pág. 69, nota 114.
10:34. Ibíd., págs. 68-70.
10:35. Ibíd., págs. 71-72; Robinson.
10:36. Hollister, pág. 38.
10:37. McNeill (1963), págs. 117-119.
10:38. Lamberg-Karlovsky y Sabloff, pág. 345; Farb (1969), pág. 208.
10:39. Starr, pág. 488.
10:40. McNeill (1963), pág. 294.
10:41. Tainter, pág. 63; Starr, pág. 193; Brogan, pág. 190.
10:42. Hayden (1993), pág. 347.
10:43. McNeill (1963), pág. 391.
10:44. Véase Elvin, pág. 18.
10:45. Ibid.
10:46. Service (1975), pág. 321.
10:47. Shelton, pág. 182.
10:48. Drummond, pág. 110. Cf. Mokyr, pág. 167, para ver una explicación alternativa de por qué
tecnologías como la segadora no se difundieron con rapidez.
10:49. Véase Drummond, pág. 120. MacMullen, págs. 17-18, piensa de otro modo.
10:50. Jones (1986), pág. 794; Star, pág. 676.
10:51. Jones (1986), pág. 861.
10:52. Starr, pág. 676.
10:53. Friedrich, pág. 28.
10:54. MacMullen; Drummond, pág. 110.
10:55. Drummond, pág. 106.
10:56. Starr, págs. 123-124.
10:57. Drummond, pág. 112.
10:58. Treadgold, comunicación personal; es una opinión generalizada, aunque no demostrada
totalmente.
10:59. Jones (1986), pág. 861.
10:60. Treadgold, comunicación personal. Véase Treadgold.
10:61. Starr, pág. 124.

24
[^]
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