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Unión

LIBRE
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Editorial La Draga y el Dragón



Colección El Pulpo de la distancia

Curandero y fotografías
Enrique Hernández-D’Jesús

La poeta Canaria Sonia Betancort dice sobre Teresa Wilms Montt: Qué interesante y
misteriosa esta poeta, su vigilia entre la nada y el todo me recuerda mi alma, en un lugar
invisible, entre el cielo y la tierra. Allí me suelo encontrar con caballos místicos y
poderosos que ponen azul al cielo y encienden de rojos la tierra. Encontramos en ella su
mística, anarquía, poeta de una gran profundidad, sensible al amor, a la naturaleza y
que mejor ilustración para esta joven chilena, nacida en el siglo antepasado que las
Estrellas de Belén (leche de gallina, Ormithogalum umbellatum) la flor para el consuelo
del alma y calma las penas y los dolores. Los seis pétalos blancos es la estrella de seis
puntas. Los verdaderos vasos comunicantes, perceptibles a la temperatura de la
expresión clara, sincera y transparente en su poética. El modernista español Ramón
del Valle-Inclán fue su amigo y escribió sobre ella. Vicente Huidobro uno de sus
admiradores. La escritora portuguesa contemporánea Sandra Santos en Siete poetas
suicidas presenta a Teresa Wilms Montt. Y el texto de PIJAMASURF (12-6-2017).




No. 377
25 de febrero de 2018

Seis poemas de la fascinante y malograda


Teresa Wilms Montt

[Escribió Anuarí tras presenciar el suicidio de un enamorado suyo de 19


años que, despechado por su rechazo, se quitó de enmedio. Lógicamente,
esto oscureció un tanto sus poemas… Teresa Wilms, de circunstancias
vitales complicadas (secuestrada un tiempo en un convento, apartada de
sus hijas…), de palabras sombrías y cegadoras, suicida, de pensamiento
anarquista y masón, librepensadora, caminante de lo oculto, resistente a
las feroces convenciones… Me pregunto cómo hubiera vivido y qué
hubiera pensado de una época como la nuestra.]

“¿De qué mundo remoto nos llega esta voz extraña cargada de siglos y
juventud? Tiene la clara diafanidad del canto en las altas cimas, y no
sabemos si es cerca o lejos de nosotros cuando suena en el maravilloso
silencio. Y extraña como la voz es esta frágil y blonda druidesa que apenas
posa sobre la tierra y tiene al andar el ritmo del vuelo. Baja de la montaña
sagrada, es toda hecha de nieve y de sol de la cumbre. Arrastra el
prestigio esotérico de algún antiguo culto al viento y al mar, a la tierra y al
fuego.
Estos poemas, como versículos de un libro sagrado, hacen sonar la
cadena de los siglos, y tienen la misteriosa resonancia de las voces
elementales. Pasa sobre ellos el soplo profético: El barro recuerda la hora
en que salió del caos, y el espíritu la Divina Cáligo. Con el dolor de la caída
se junta el anhelo por volver a la luz. Maravillosa virtud la de esta voz que
golpea la puerta de bronce del templo de Isis: Los ecos milenarios se
despiertan, y las sombras antiguas acuden al conjuro, pasan guiadas por
la música de las palabras que se abren como círculos mágicos en un aire
nocturno.
Tiene esta voz una gracia alejandrina, en ella se junta como en el antro
de un viejo alquimista, los verdes venenos de sierpes y plantas, las
piedras cristalinas donde están grabados los signos salomónicos, y las
esferas de bronce que marcan el camino de los astros paralelo al camino
de las vidas. Maravillosa voz alejandrina que renueva el temblor de las
visiones apocalípticas, y la mística calentura del fakir que deslíe su
conciencia en el Gran Todo.”
Ramón del Valle-Inclán




* * *


Regaló la noche al pantano una estrella.
Centro de la esfera fangosa irradiaba el astro en la podredumbre verde,
palacio de reptiles.
Y en coro alrededor, lotus de veneno surgían sapos inquietando el sosiego
de los valles con el croar siniestro.
Despertó el águila, y abandonando la roca, voló hacia el plano.
El punto fulgurante marcó su orgullo.
Creyó rasgar el azul para rozar un astro y precipitóse al pantano
putrefacto.
Llevóse la estrella la rapiña a lo hondo, estampada en las soberbias alas.
Estallaron resoplando cual instrumento, destrozados, los reptiles y los
sapos.


* * *

Llega todas las noches a mi alcoba.
Sin tener ojos me mira, sin tener boca me habla, y su mirada y su voz son
tan hondas como el silencio de los sepultados.
Está muy lejos, y está conmigo, piensa en mi cerebro y llora en mis
lágrimas.
Cuando procedo mal, Anuarí castiga mis huesos, atravesándolos del hielo
de una carcajada sin dientes.



* * *

Vestido de la chía llegó anoche por el espejo.
Sus manos cruzadas sobre el pecho salían en pétalos de azucena por la
negra manga.
El abismo de sus ojos tragóse todas las sombras y en mi cerebro se hizo la
luz.
Habló su boca sin palabras como los viejos órganos de las catedrales y
dijo: Duerme, duerme, el sueño es la aurora del día eterno.


* * *

Frente a mi ventana cerrada pregunto al tiempo cuánto más he de vivir.
Las sombras anegan mis persianas, y apenas marca una delgada raya la
claridad.
El reloj tiene titubeos de corazón enfermo.
En un gesto convulsivo se crispan mis manos sobre el papel.
Buscan el apoyo de la tierra.

* * *

Se ahogó mi risa en el espejo.
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.
Una, dos… calló la hora, metal frío de planeta en la rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanda que al deshacerse vuelve
en la superficie argollas y cruces brillantes.

* * *

¡Anuarí! ¡Anuarí!
Espíritu profundo, vuelve del caos.
Torna en misteriosa envoltura, huésped de mis noches glaciales.
Que tus dedos de sueño posen sobre mis párpados desvelados.
Ciérralos, Anuarí.
Veneno sublime, da muerte a mi cerebro aterrado.
Quédate sobre mi fosa sonriendo enigmático.
Sonrisas de ultratumba, sombra y luz, sonrisa tremenda que me ha
aniquilado.
¡Espíritu profundo, vuelve del caos!
Se han muerto todas mis flores, sólo queda para tu hambre la sangrienta
herida de mi corazón partido.
Anuarí, Anuarí. ¡Sucumbo en el torbellino de los astros locos que se
precipitan!
¡Vuelve del caos!


De Anuarí, Ed. Torremozas, 2009


Teresa Wilms (1893-1921)

Siete poetas suicidas Sandra Santos

Hay una primavera en cada vida – Antología de poetas-suicidas fue
propuesta en la asignatura de «Tipologías de la Edición» del máster en
Estudios Editoriales (Universidad de Aveiro, Portugal).
Esta no será más una antología de elección de poemas que condensen
toda la obra poética de las siete poetas-suicidas presentadas, enseñando
trazos psicológicos referentes a perturbaciones y recalcaduras que
originarían su trágico final de vida. Por el contrario. La selección poética
intentará señalar los temas alusivos a la esperanza, pasión, amor, alegría,
felicidad, transformación, sensualidad, fuerza y arrojo. Como el verso de
Florbela Espanca elegido para el título supone, se enfocará el lado
luminoso, fuerte y fértil de las siete autoras. A pesar de que la expresión
poetas-suicidas pueda no coadunarse con la intención basilar de esta
antología, su utilización transmite el peso simbólico emanado de la
relación umbilical entre la poesía, la muerte y la vida.
Por orden cronológico de nacimiento, las poetas escogidas son: Alfonsina
Storni (Argentina), Teresa Wilms Montt (Chile), Florbela Espanca
(Portugal), Anne Sexton y Sylvia Plath (Estados Unidos), Alejandra
Pizarnik (Argentina) y Ana Cristina Cesar (Brasil).

AUTODEFINICIÓN

Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.



ALTA MAR

De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la
entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con
el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la
inmensidad del universo.
El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal
acarician mi cabellera desordenada.
Agonizando vivo y el mar está a mis pies y el firmamento coronando mis
sienes.




BELZEBUTH


Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de un templo.
Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra
de oro empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga cabellera luminosa.
Es una sombra que mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.
Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja, produciéndome calor y frío.
Se han helado mis labios.
Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el pecho.
Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego eterno.
Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del pecado original.
Belzebuth, mi novio, mi perdición…


Ofrenda

Traigo a tus pies la suave ofrenda de mi libro, que deposito en ellos, como
el más sutil perfume de mi inspiración.
En el largo camino que separa la farsa del lugar donde tú yaces en sublime
y casta quietud de mármol, he ido despojando mi alma de sus miserables
ataduras humanas; he ido purificándola mediante cruentos martirios,
para traerla hasta ti, clarificada como el agua de una fuente que no ha sido
desflorada por la luz del día.
No temas que mis páginas dejen en tu lecho una huella impura. Si bien tú
te has sublimado. con la muerte, yo me he redimido perdiendo mi
envoltura de fango en el torbellino incontenible del dolor.
Puedes admitir mi ofrenda tan dulcemente como mis flores, que ni éstas
ni aquéllas turbarán tu sueño. Acéptala; te la ofrezco con los ojos
límpidos, la frente serena, vuelta hacia el mundo que ha de juzgarme, con
el espíritu ligero y vano como el humo de un incensario.

Madrid 1918.

Páginas de mi diario

Este es mi diario:

En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia
ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila
clara frente a los horizontes.
Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo
establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito…
Soy y…
TERESA DE LA +
Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro
como el más nítido espejo. A pesar de que en mi alma se albergan
lastimeras cuitas se ilumina mi rostro al reír, como encendido al rescoldo
de una santa alegría.
Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su
apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una
fuerza extraña, para ofrendar sus preces en una bendición al
Omnipotente.
Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera
aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso,
un sencillo y enjugando mis ojos me dice: ¡Qué buena eres! Llora, que esta
agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge Él, que está más
alto- y señala los espacios.
No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el
mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón.
Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa
en frescura mi interior carcomido. ¡O h siglo agonizante de humanas
vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes
desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.


Londres.
Tras de los cristales el alba alisa sus cabellos blancos.
Ella despierta.
Junto al espejo yo meso los míos rubios. Yo he dormido, he soñado
sollozando.
Ella es eterna y yo triste y triste somos aquellos que no hemos nacido de
los dioses.
Londres.
Sólo en una actitud puedo descansar de la ardua tarea de vivir, tenderme
en la cama los días y los días, pensar con la nuca apoyada en los brazos.
Escarbar en mi cerebro con la tenacidad de un loco buscando fondo al
insondable abismo en el cual estoy dando vueltas desorientada.
Oh más allá, ¿existe?
Teosofía, filosofía, ciencia, ¿qué hay de verdad en tus teorías? Morir
después de haber sentido todo y no ser nada.
Me dan ganas de reír y río con la frialdad de los polos.
¡Ah vida, no ser, no ser…

Madrid.
Mi sangre diez veces noble, santa y estulta por los alambiques que ha
cruzado, sufre ahora la transformación en un crisol sidéreo. Lo que nunca
deseo, desea; lo que jamás extraño extraña.
De noble, santa y estulta se ha vuelto fiera, histérica y grave. ¡Oh sangre
mía que fuiste azul y hoy roja luces!
Roja de infierno, de pecado, de revolución.
Este siglo está caduco, sangre mía.
¿Quieres que te vacíe sobre el seno de la tierra?



Anuarí


I

Para Anuarí: que duerme en este féretro el sueño eterno.
Para él… Anuarí mío, que nadie puede disputármelo; porque mi amor, mi
amor y mi dolor, me dan derecho a poseerlo entero.
Cuerpo dormido y alma radiante.
Sí, Anuarí, este libro es para ti. ¿N o me lo pediste tú una tarde, tus manos
en las mías, en tus ojos mis ojos, tu boca en mi boca, en íntima comunión?
Y yo, toda alma, te dije: Sí, -besándote hondo en medio del corazón.
¿Te acuerdas, Anuarí?






XVII

Anuarí, mío.
Toda la felicidad de mis días estaba en tu ataúd, donde yo iba a recostar
mi cabeza y desparramar mis flores.
En mi inmensa soledad, era esa una dulce ocupación.
Criatura, te sentía, y en mi locura de cariño, creí que nadie más que yo
tenía derecho a tu cadáver.
Fue como un golpe de hierro en la cabeza, cuando al penetrar en la fosa vi
que no estabas en el lecho familiar.
Y cuando buscándote como una leona busca su guarida, te encontré en un
estrecho nicho, fue mi dolor tan horrible, como si te hubieras muerto por
segunda vez.
Qué frío tuve! y cómo sentí en mi cuerpo el martirio de tus miembros
estrechados, en esa
angosta cárcel de piedra!
Allí no podré llevarte mis flores; no podré comunicarte la sensación de
primavera, refrescando tu cofre con pétalos, besos y lágrimas.




XXXIV



Me alejo ….
Mi único desconsuelo es no poder llevar con mis propias manos flores a la
tumba avara que te guarda.
Ante de irme estamparé un beso en tu frente rígida. Será como un sello de
piedra sobre otra piedra.
Me voy huyendo de mí, de mi cobardía y de mis inquietudes.
No puedo morir de dolor y es más fuerte que la misma muerte la tortura
moral que revoluciona mi cerebro,
Me voy como aerolito que desprendido de una estrella se precipita en los
espacios trágicos de la sangre.
Me voy, para aprender en otras penas a sufrir las mías con más entereza.
Me voy, Anuarí, y te juro que hasta este momento he aguardado la
resurrección.
He espiado tu sueño creyéndolo leve, y huyo ahora que lo sé de mármol,
Anuari.
No me importa el mundo ni la mediocre balanza que pesa mis actos; pocas
son las almas que han amado, gozado y sufrido como yo.
Anuarí. Hasta pronto. Desde aquí mis pensamientos irán a ofrecerse a ti
cruzando los mares; desde aquí vigilaré tus restos con el más inmenso y
fervoroso recuerdo.
Pronto nos encontraremos, amor mío.
Mi cabeza es un abismo de dolor donde mis pensamientos ruedan, sin
detenerse, como ágiles piedras.
Trato de meditar y mis cogitaciones se ahogan y ruedan como cuentas
oscuras en el despeñadero de la nada.
Sólo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.



Fin

Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de
tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me
abandone.
Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre
adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación
de mi ser astral.
Sólo una vez más se filtrará mi espíritu por tus alambiques de arcilla.
Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al mar y,
como a él tempestades me diste y belleza.
Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan
ignorante de lo que en el mundo había.
Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido

París 1921.



Teresa Wilms Montt, poeta, mística, musa, anarquista una de las
mujeres más bellas en la historia de la literatura
Con información de El Vuelo de la Lechuza

La trágica y deslumbrante vida de la poeta chilena Teresa Wilms
Montt por PIJAMASURF (12-6-2017)


Aunque murió apenas a los 28 años después de haber ingerido veronal
(veneno), la vida de Teresa Wilms Mont estuvo llena de acontecimientos, de
poesía y de tragedia.
Teresa se casó a los 17 años contra la voluntad de su familia -parte de la más
alta burguesía de Chile- con Gustravo Balamaceda Valdés. Su matrimonio la
hizo romper prácticamente para siempre con su familia. Su marido, sin
embargo, tenía problemas de alcohol y era muy celoso. Durante su matrimonio
empezó a acercarse a los sindicatos y a interesarse por los derechos de las
mujeres y la lucha social. Es también en esa época donde Teresa tiene contacto
con los masones. Viaja a Santiago y allí conoce el encanto de la vida nocturna y
la bohemia, algo que luego replicará en otras ciudades del mundo. Luzmaría
Jiménez Faro describe esta faceta en una reciente edición de su poemario
"Anuarí":
fascina a Teresa, que es recibida con una enorme expectación, y se
convierte en una ‘diosa de la noche’. A una mujer tan extraordinariamente
bella, con una mirada tan profunda y cautivadora, de ojos claros, con un
cuerpo espléndido, en definitiva una mujer llena de armonía y
sensualidad, y con una conversación animada e inteligente, le surgieron
cantidad de admiradores y amigos.
Ella escribiría en uno de sus poemas:
Dos senos de una blancura inquietante; dos ojos lúbricamente
embriagados y una mano audaz de sensualidad, se han atravesado en mi
camino. Una voz indefinible, como el hipo de un sollozo histérico, me ha
dicho: Soy el erotismo: ¡Ven!
Y yo iba; iba siguiendo a esa bacante estrambótica, como sigue la hoja de
acero al imán. Iba empujada por el misterio... Mis labios se helaban, y
tenían en la garganta una opresión de hierro. Iba la mirada húmeda, los
ojos claros como brillantes en alcohol.
Durante esta primera etapa bohemia, Teresa se vuelve amante del primo de su
marido. Fue recluida en un convento, luego de que su marido descubriera que
le era infiel. Viviendo como monja y separada de sus dos hijas, coquetea por
primera vez con el suicidio. Logra escapar del convento con la ayuda del poeta
Vicente Huidobro -otro posible amante-. De allí viaja a Argentina donde traba
amistades con Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges. En Buenos Aires un joven
se enamoraría de ella, y, al ser rechazado, se suicidaría. Teresa recordaría a su
infausto amante no correspondido dedicándole un poemario, "Anuarí", en el
que cumpliría su amor, aunque sólo en un limbo literario. Formaría una especie
de fraternidad sagrada y espectral con Anuarí, una cofradía de la muerte:
En la luz del crepúsculo el cristal de la ventana me devuelve el reflejo de
mi cara. […] Sombra, silencio, nada existe para saciar la inquietud de mi
lámpara vital. En sueños, vive en su mundo mi espíritu, invocando a la
muerte hermana, vagabunda y eterna.
[...] Me amaste, Anuarí, y alcancé la Gloria suspendida en tus brazos.
Desapareciste, y quedé sola, los ojos náufragos en noche de lágrimas.
Bondadosa ha vuelto tu sombra, entre ella y el sepulcro espera una hora
mi alma.
Después de Buenos Aires partiría a Nueva York en un barco, para trabajar como
enfermera durante la gran guerra, pero fue acusada de ser una espía nazi.
Dejando América, viajó por las grandes ciudades de Europa y conoció a una
pléyade literaria, particularmente a los españoles Azorín, Ramón Gómez de la
Serna, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez y Ramón Valle-Inclán, el más místico
del grupo, y quien prologaría uno de sus libros:
Con el dolor de la caída se junta el anhelo por volver a la luz. Maravillosa
virtud la de esta voz que golpea la puerta de bronce del templo de Isis: los
ecos milenarios se despiertan, y las sombras antiguas acuden al conjuro,
pasan guiadas por la música de las palabras que se abren como círculos
mágicos en un aire nocturno.
Tiene esta voz una gracia alejandrina, en ella se junta como en el antro de
un viejo alquimista, los verdes venenos de sierpes y plantas, las piedras
cristalinas donde están grabados los signos salomónicos, y las esferas de
bronce que marcan el camino de los astros paralelo al camino de las vidas.
Maravillosa voz alejandrina que renueva el temblor de las visiones
apocalípticas, y la mística calentura del fakir que deslíe su conciencia en el
Gran Todo.
Teresa como una de las sacerdotisas de Isis, la diosa egipcia que "lleva el fruto
del sol" y cuyo velo epifánico es el umbral hacia los misterios más profundos
del alma.
El 22 de diciembre de 1921 ingresa al Hospital Laënnec, donde muere a los 28
por ingerir una dosis letal de veronal. Fue una crónica de una muerte
anunciada. No podía soportar estar lejos de su familia y a la vez tenía un
impulso hacia conocer más, y sentir más, presa del magnetismo irresistible de
la noche.
Teresa fue lo más cercano que tuvo la literatura hispanoamericana a Louis
Andres Salomé, la musa de escritores e intelectuales como Rilke, Nietzsche y
Freud. Carlos Javier González Serrano, del excelente sitio El Vuelo de la Lechuza
(esa ave hegeliana de la sabiduría), incluso utiliza la analogía de un fuego
nietzscheano: "Aunque es la pasión la que, como brasa nietzscheana
incandescente, la empuja a vivir, a vivir siempre más, si bien todo su
irreprimible ardor se mezcla con el gélido recuerdo del inevitable fin, adivinado
sin descanso en el horizonte". Al parecer Teresa es uno de esos raros espíritus
cuya intensidad vital es ya una sospecha de la inminencia de la muerte, uno de
esos seres que, como las supernovas, al brillar demasiado intensamente, se
consumen más rápido y estallan. Vidas al filo de la navaja, vidas que
contemplan el abismo y el abismo les regresa la mirada. Vidas que enamoran y
hacen perder la razón. Admirable y terrible.
Teresa Wilms Montt será recordada como una precursora del feminismo en
Chile y hace unos años su vida fue llevada al cine. Hay una frase que se queda y
que la define:
Amo la Nada, porque la Nada es Todo, y el Todo soy yo cuando pienso y
amo.
El parecido con el entendimiento de uno de los grandes místicos del siglo XX,
Nisargadatta Maharaj, maestro del advaita vedanta, es notable:
El amor dice: 'Yo soy todo'. La sabiduría dice: 'Yo soy nada'. Entre ambos
fluye mi vida.

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