Está en la página 1de 3

Una vez mi abuelo me dijo que yo vivía en una cueva.

Que no salía de ella, que siempre estaba ahí


y no enfrentaba al mundo real. Debía de tener yo como unos trece o catorce años, me dolió pero
no le hice mucho caso. Hace un poco más de un mes, en el viernes más hijodeputa de toda mi
vida, tenía pocas horas de haber sido mandado a la mierda por teléfono, dormí dos horas, las
únicas dos horas que me dejaron mis lágrimas y mi corazón roto y desperté para intentar seguir
con mi día. No quería ni abrir los ojos, mucho menos levantarme de mi cama o hablar con
personas. Pero tenía un compromiso previamente hecho con mis amigos de la universidad; una
amiga cumplía años y habíamos quedado que le llevaríamos un regalo a su casa. Yo tenía que ir
porque quedé de prestarles la mayoría del dinero para el regalo. De no ir, no habría regalo. Así que
como pude me levanté, seguí llorando y escuchando canciones que me recordaban al amor de mi
vida y traté de hacer mis cosas con normalidad. Me bañé, cambié, preparé mis cosas y bajé a
desayunar. Obviamente debí de tener una cara del carajo porque todos me dijeron si estaba
enfermo o qué me había pasado. Me desvelé haciendo tarea y dormí muy poco, sólo respondí
para calmar sus preguntas. Me moría por volver a mi cueva. Comí un poco, hice acto de presencia
y volví a mi cuarto porque ya no aguantaba las ganas de llorar de nuevo. Me senté en mi silla y en
silencio me quedé un rato hasta que mi abuelo subió y me dijo “oye ni ruido haces, qué tanto
haces ahí leyendo, siempre en tu cueva, sal, vive allá afuera, sirve de algo. De nada te va a servir
leer y pensar tanto si allá afuera no sabes hacer nada”. No sé cómo pero le sostuve la mirada y
después se fue moviendo la cabeza. Apenas desaparecimos mutuamente del campo de visión me
largué a llorar como un puto bebe. No podía ser verdad. La vida no puede ser tan hijadeputa cruel
y despiadada. En el momento que más necesité de palabras amables y reconfortantes la única
figura paterna que he tenido en mi puta vida me terminó de destruir moralmente. Ese día me
morí. Uno puede seguir respirando y permanecer con sus signos vitales; pero hay momentos que
marcan un antes y después en tu vida. Es como cuando Jax en Sons of Anarchy mira morir a Opie
sin poder hacer absolutamente nada. A partir de ahí él cambió; algo de él murió con su mejor
amigo y nunca pudo sobreponerse. Yo me morí aquel día, no queda ninguna duda. Jamás he
vuelto a ser el mismo. No te miento ni te exagero, pero llevo dos meses en los que no puedo
dormir más de cuatro horas seguidas. Dos meses en los que ninguna comida me ha gustado, pues
no le puedo tomar sabor. Dos meses de tomar casi diario. Dos meses de casi no entrar a clases y
mucho menos hacer tarea. Dos meses de despertar llorando y dormirme ahogado en llanto, dolor
y desesperación. Dos putos meses en los que he estado muerto en vida.

Te cuento lo de mi abuelo no para exhibirlo ni para que quede como la peor persona del mundo.
Al contrario. Todo lo que él me ha dicho en la vida nunca ha sido por joderme o hacerme sentir
mal, aunque lo haga. Pero lo que él me ha dicho ha sido porque sabe y porque al final tiene razón.
Nunca he querido enfrentar al mundo. Siempre he vivido en una cueva. Y hasta ahora había sido
muy feliz. Nunca en mi vida me había sentido tan hundido, desesperado, triste y abatido como
hoy. Nunca. No tiene caso que te cuente aquí mi vida, pero mi camino no ha sido el más alegre ni
mucho menos el más acompañado. Y hasta ahora nunca me importó. Yo no le tengo miedo a la
soledad, ni le tengo miedo a conocerme o a estar solo. Toda mi vida estuve solo. No tengo papá,
nunca lo conocí. Mi mamá desde que nací trabaja para mantenerme y yo siempre quedé al
cuidado de mi abuela o mi tía. Cuando crecí y comenzaba a rodearme de mis primas y los amigos
de mi cuadra ellas se fueron y mi vida cambió. Volví a estar solo. Entré a una secundaria y me
costó relacionarme. Entré a una prepa, hice dos amigos. Dos. Afortunadamente siguen hasta la
fecha. Pero dos amigos para enfrentar toda la mierda que significa crecer sin papá, con una mamá
depresiva y una adolescencia llena de drogas, frustraciones, y excesos.

Los Mangaslargas #2

Apenas crucé el marco de la puerta sentí una patada en el estómago y un golpe en la


espalda.”¡Que no salgan, que no salgan!“gritaba alguien al fondo. Dionisio y yo tirábamos golpes al
aire más por instinto de supervivencia que por tener certeza de lo que realidad pasaba. Si te pones
a pensar ahora, quizá no fue la mejor de las ideas. Pero cuando uno está en La Chingada, hasta la
madre de pedo y esperando cobrar un dinero para comprar algo de nieve, cualquier escenario es
accesible. Sólo teníamos que viajar una hora hasta las medianías del Estadio Azteca y buscar el
número 21. Resulta que el número 21 se encontraba al final de una calle y el domicilio no tenía
puerta. Quisimos ser lo más educados y corteses y gritamos antes de cruzar. ¡Humas, humas!
Llamábamos al contacto de Dionisio. Nadie respondió. Como no había puerta ni timbre que llamar,
y como finalmente estamos hablando de comprar drogas y no de entregar un mensaje
diplomático, no vimos nada de malo en cruzar el umbral de la casa y adentrarnos en ella. En mi
cabeza sigue sonando el Que no salgan, que no salgan que se oía al fondo de esa habitación.
Nunca en mi vida corrí tanto y tan rápido. Aun no sé cómo zafamos de esa y cómo no me llevé
ningún golpe visible en la cara que explicar en casa. Todos fueron en las piernas y en las costillas.
Afortunadamente la ciudad es muy grande, y ya sea en Naucalpan. Tlalpan o la Roma siempre hay
dónde y con quien. No eran ni las diez y Dionisio y yo ya estábamos sumamente ebrios, cansados
de correr, sumamente madreados y sin un solo peso porque todo lo que traíamos lo usamos en
comprar. Fumamos algo y llegué a mi casa con otros ojos a los que salí. Ya ni me dicen nada. Creen
que soy un caso perdido o algo.

Tengo mucho frío, me sangra la nariz y mis pulmones me están matando. Siento mucho dolor.

Pero duele más perder al amor de tu vida en un instante y vivir preguntándote por qué y cómo
pasó.

Mi mamá sufre y está en una depresión muy fuerte. Todos los días me ve a los ojos, llora y me pedí
por favor que vuelva a ser bueno. Mi abuelo no tiene idea de qué mierda conmigo pero está dos
de correrme de casa. Mi abuela, ay mi abuela. No sé si no sabe qué está pasando o se hace la que
no. Pero es la persona con la que menos quiero hablar, porque se la pasa diciéndome lo mucho
que le pide a Dios por mí, por que sea alguien en la vida y logre mis objetivos. Lo peor es cuando
me pregunta por Guille y tengo que mentirle. Sí abuela, ahorita voy a ir a verla. Sí abuela, está
bien, la vi ayer. Fuimos al cine. Sí abuela, yo le digo que le mandas saludos y a ver cuándo viene.
No le puedo decir que terminamos. Le rompería el corazón, haría mil preguntas y no tengo
ninguna puta respuesta. Todo esto duele.
Pero no duele tanto como no ver al amor de tu vida por meses. No duele tanto como morirte de
ganas a cada minuto por hablarle, salir corriendo y encontrarla en cualquier lugar. No duele tanto
como no tener ni puta idea de lo que está haciendo en la vida, no tener la más mínima pista de
cómo está y cómo va llevando sus problemas. No duele tanto como los pensamientos mierdas que
cada hora del día me invaden y me dicen que probablemente me olvidó. O, peor, está empeñada
en olvidarme. No duele tanto como vivir en la duda si conoció ya conoció a alguien que sí supo
hacerla feliz y sacarla de su tristeza.

Duele de pronto tener un momento de lucidez y darte cuenta cómo en un mes tiré a la mierda el
semestre escolar, la beca y los ahorros que tenía. Duele ver el daño que le he hecho a mi familia.
Duele saber que tengo los mejores amigos del mundo, porque te juro que los tengo. Nunca me
han dejado sólo. Duele saber que por más que hablen conmigo y por más consejos y ayuda que
me brinden no puedo seguirlos. Creo que soy un antiguo. Por qué mierda tengo que cambiar. Por
qué mierda tengo que dejar de sentir lo que siento. Por qué mierda tengo “que seguir adelante”.
“Madurar”. “Crecer”, “quemarme y destruirme para renacer”. Vayan bien a la mierda, hijos de
puta. Yo no quiero y no necesitaba madurar. No era un pendejo antes. Ahora lo soy. Ahí está tu
cambio. Yo sabía lo que quería antes, sabía que tenía que luchar mucho y me costaría mucho
trabajo, pero con muchos huevos lo lograría. Hoy no sé qué mierda hacer ni para qué debo
hacerlo. Todo eso duele. Pero no duele tanto como vivir a la espera. Vivir en una ilusión
infundada, débil y basada únicamente en mi deseo. No duele tanto como las horas eternas, las
lágrimas de cada noche y el dolor de cada despertar. No duele tanto como saberte condenado a
una vida de tristeza porque absurdamente prefieres la vida a la muerte. No duele tanto como
tener la certeza de que a pesar de lo que todo mundo te digan y el lugar común de que el tiempo
cura todo y poco a poco lo iré “superando” tú sabes que nunca lo harás. ¿Alguna conociste al amor
de tu vida? Qué te parece que te digan de pronto que tienes que seguir sin ella, que tienes que
olvidarla. Que es parte de crecer. Quesque de madurar. ¿Alguna vez perdiste al amor de tu vida?
Duele, y duele un chingo. ¿Cómo seguir en este mundo después de conocer el cielo y vivir en las
nubes? No espero que lo entiendas. En verdad no. De no haberlo vivido yo tampoco lo entendería.

Ya está por amanecer. Quisiera seguir escribiendo porque es de lo poco que me queda. Soy
escritor, más malo que bueno, pero al final eso es lo que soy en la vida. Ya casi amanece; dicen los
Rolling Stones el aftermath. Dice Parménides Consecuencia. Voy a usar. Y me va a doler. Y el mono
va a ser muy cabrón.

Pero no duele tanto como extrañarte y no verte. No duele tanto como tener mil cosas que decirte
y contarte y no hablarte. No duele tanto como quererte y no tenerte.

No duele tanto como ser una piedra rodante. No duele tanto como oír a Lou Reed cantando sobre
un día perfecto.

También podría gustarte