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En la introducción del texto Ciudades escritas por la violencia, de Susana Rotker, la autora afirma

que la noción de ciudadano, en Latinoamérica, ha sido resquebrajada por lo que establece una
noción muy propia al respecto: ciudadanía del miedo. Esta es producto de la sensación de
inseguridad y miedo que se vive en nuestras ciudades y que ha cambiado el modo de
relacionarnos no solo con el espacio, sino con los semejantes y con el Estado mismo. Según
Rotker, esto nos converte a todos quienes habitamos una urbe en una víctima en potencia, sin
distinción de clase, edad o sexo: "es todo aquel que sale a la calle". La autora cierra este apartado
afirmando que "la violencia social es una reescritura práctica de los espacios urbanos y de los
términos en que están reglamentados los derechos ciudadanos".

A partir de lo dicho por Rotker y a la luz de categorías como ciudadania e imaginario social,
establezca una reflexión sobre el problema, cómo manifiesta (en el sustrato) una violencia política
y de qué forma lo esbozan particularmente ambas películas. Además establezca las variaciones
entre la ciudadania del miedo y la violencia social narrada en Roa y la narrada en Rosario Tijeras.

El término de éxodo o desplazamiento, es natural a las novelas de la violencia partidista (como son
denominadas por Augusto Escobar Mesa) ya que anuncia la condición de marginalidad que es
usual no solo en la literatura colombiana, sino en la producción latinoamericana al mayor (con la
excepcionalidad del Cono Sur): la idea de un grupo de “refugiados internos” que escapando de la
violencia rural se instalan en ciudades no menos violentas –la marginalidad se refuerza al ser
desplazado en la propia tierra-. Las ciudades latinas han crecido desordenadas precisamente
porque yacen pobladas de sujetos en huida, sujetos periféricos en zonas degradas donde la
violencia marginal se vuelve representativa de la realidad y la literatura. La violencia se trivializa
con el hecho diario, usualmente por medio del acto físico, pero lo mismo con la abstracción
foucaultiana de que el poder real depende de la ignorancia de sus agentes (es un dispositivo
disperso): en las periferias de la urbe, el sentido utópico se trastoca y se estas convierten en
metrópolis asediadas por nuevas formas de relación interna; se trata de lo que Judith Butler define
como una “vida precaria”. Esto último se vuelve evidente al narrar (con tintes dramáticos) la vida
de Juan Roa Sierra, cuya condición de precariedad conduce a una potenciación de la violencia, una
percepción de la vulnerabilidad que no solo induce al deseo del uso indiscriminado de la fuerza
sobre su cuerpo (la “gente de plata” que le contrata), sino que además, retroalimenta una
ontología corporal de la dañabilidad (Roa como un protosicario). Esta capacidad epistemológica
para aprehender una vida, alcanza su máxima cuota en “Rosario Tijeras”, cuyo personaje
protagónico se vuelve parte activa de la maquinaria del miedo: justo como la ciudad, yace
escindida entre dos circunstancias (una pujante y otra asediada por conflictos sociales y
económicos) y en consecuencia, el cuerpo de este ser es uno que esta entregado a otros mientras
que en paralelo, supone una amenaza para los ciudadanos de Medellín.

suerte de abstracción de la escisión de las ciudades latinas, divididas usualmente en dos: una
pujante y otra asediada los conflictos sociales y económicos, que encuentran su válvula de escape
en la alteridad utopista, es decir, el miedo y el crimen como respuesta a lo político.

Establezca luego una segunda postura en relación con la presentada por uno de sus compañeros
sobre el tema.
Los conflictos políticos que empezó a padecer Colombia, abrieron el espacio necesario para que
nuevos discursos empezarán a articularse. La falta de interés hacia algunos sectores por parte del
sistema político hizo que ciertos individuos se criaran al margen de la sociedad, margen que se
configura a través de la fatalidad y la tragedia. Estos abandonados son víctimas desde su
concepción y una vez que nacen son susceptibles a ser violados por su propio sistema. En el caso
de Rosario T. ella se entiende como un individuo socialmente determinado, la violencia ejercida a
través de su infancia, la condujo a ser un individuo malvado en términos de Bataille.

La carrera sicarial que adopta la lleva a comprender el mundo en términos consumista y


simbólicos. Estos elementos ya expuestos convierten a Rosario en el desencadenante de un estado
de terror que penetra en el individuo y lo introduce a la ciudadanía del miedo. En el caso de Roa,
el contexto se presenta como uno decadente, donde un orden simbólico se trata de instaurar por
un líder carismático. Sin embargo, esto no se da ya que un monopolio interviene e irrumpe la
seguridad que tenía la clase obrera. De esta manera, se abre un espacio donde el orden y la paz se
vuelcan, la ilusión del pobre se transforma en una desilusión. Esta desilusión de un orden
discursivo coherente que pasa a formar parte de las prácticas sociales.

Aloha, Bárbara.

Tú posición me resulta apropiada en cuanto se aproxima a consideraciones teóricas en torno a la


ontología del cuerpo marginal; el ser un cuerpo, implica estar expuesto (al menos hasta cierto
grado) a un modelado y a una forma de carácter social, lo que define a la ontología corporal
también como una sociológica. Al cuerpo se le exigen condiciones de sociabilidad (el determinismo
al que haces mención) y la condición para aprehender una vida recae en que esta, yazca inmersa
en unas ciertas normas que le caracterizan. Estos planes normativos son hechos y desechos según
operaciones del poder y en consecuencia, existen “sujetos” que no son reconocidos
completamente bajo este rotulo y vidas, que no lo son (justo como Roa, sugestionado por un
aparataje político que luego, le abandona). Ello se amuebla de forma muy precisa a las nociones
teóricas de Bataille (al cual mencionas), quien en “La Literatura y el Mal” (1957) expresa el
concepto del Mal no como antagónico al Bien, sino como una búsqueda obsesiva por reformular
las vías de la ontología. La Maldad para Bataille implica la oposición a los caracteres positivos de
nuestra civilización, lo mismo que el cuerpo que no se corresponde con los planes normativos del
poder; Rosario Tijeras revela la condición de marginalidad del sicario (justo igual que la del
campesino refugiado) al demostrar su vulnerabilidad frente a conceptos como al religión (de la
que es ferviente seguidor) o la emocionalidad (el odio al padre ausente), los cuales,
aparentemente le enaltecen dentro de un imaginario social colectivo que yace trastocado por la
misma violencia que ha emigrado desde el campo y ha encontrado en la ciudad, un espacio para
crecer efectivamente.

El concepto de Rotker, ha permitido generar un sustrato fértil para perfilar a la literatura


colombiana como una particularmente adepta al tópico del narcotráfico, siendo que esta además,
encuentra su génesis en el fenómeno del sicariato. No se trata entonces, de una experiencia
literaria fantasmática, sino que encuentra su inspiración en el amplio ecosistema de agentes y
actividades que de él, son participes: de hecho, elaborar un corpus en torno a la novelística del
narcotráfico supone hablar de aspectos como la movilidad económica, de los estilos de vida y la
particular relación de los narcotraficantes con figuras exteriores. La literatura del narcotráfico
supone entonces una suerte de exploración por las coyunturas que yacen en la percepción del
colombiano frente al fenómeno de la violencia y cómo esta deviene en la aparición del sicario que
sin embargo, permite una exploración afortunada del hecho social al ser, el joven sicario, una
pieza menos y desechable de la industria. Entonces, podríamos decir que tanto Alexis y Wilmar
pasan a formar parte de un entramado trivial de la violencia que, incluso Fernando, empieza a
aceptar conforme pasa más tiempo en Medellín. En paralelo, se

revela la condición de marginalidad del sicario (justo igual que la del campesino refugiado) al
demostrar su vulnerabilidad frente a conceptos como al religión (de la que es ferviente seguidor) o
la emocionalidad (el amor atemporal a la madre y el odio al padre ausente), los cuales,
aparentemente le enaltecen dentro de un imaginario social colectivo que yace trastocado por la
misma violencia que ha emigrado desde el campo y ha encontrado en la ciudad, un espacio para
crecer efectivamente.

con el acto físico, pero lo mismo con lo que

Para Michel Foucault, el poder real siempre dependerá de la ignorancia de sus agentes. Ningún ser
humano, grupo ni actor único maneja el dispositivo, pero el poder se dispersa a través del aparato
de la manera más eficiente y silenciosa posible, asegurando que sus agentes hagan lo que sea
necesario. Es debido a esta acción que es poco probable que se detecte el poder que sigue siendo
esquivo para la investigación 'racional'.

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