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CLASE 5:
PENSAR LA JUVENTUD HOY1
Bienvenidos a la clase 5 del Ateneo. Esta clase se refiere por un lado, a la construcción
histórica de lo que conocemos como “niñez” o “infancia” y “juventud”, y por otro, a las
transformaciones sociales que produjeron el estatuto actual de esos sujetos sociales y los
rasgos que lo constituyen.
Sabemos que los jóvenes, en tanto hombres y mujeres de corta edad, existieron en todas las
sociedades en todos los tiempos. Lo mismo podemos decir de las personas de aún menor
edad, los niños. Pero eso que denominamos “jóvenes” o “niños” en tanto sujetos que son
pensados, observados, criticados, a veces temidos, protegidos, etc., es decir en tanto sujetos
sociales que se distinguen del sujeto social conocido como “adultos”, no han existido siempre
como tales. No es simplemente natural que los nombremos así: la juventud es una
construcción histórica. Según Ariés (1996), ha sido necesaria la aparición de tres instituciones
para el surgimiento de la juventud: familia, niñez y escuela. Tres instituciones que, a su vez,
son ellas también productos una de la otra, e indefectiblemente, de una época, la que inician la
Revolución Industrial y la Revolución Burguesa, la modernidad.
Vayamos un poco hacia atrás en la historia. Situémonos en el siglo XVIII. El modo dominante
en occidente de funcionamiento de las instituciones en esta época es el modo disciplinario
(Foucault, 2002). Ya ha sido esta forma de funcionar de la sociedad muchas veces explicado,
podríamos en pocas palabras definirlo como la extensión a lo largo y ancho de lo social, de
ciertos mecanismos de control del cuerpo de los individuos, de su uso del espacio y su uso del
tiempo. Mecanismos que se sostienen sobre instituciones llamadas de encierro, donde el
tránsito de las personas por ellas se organizaba en base a tres recursos: el examen, la
vigilancia y la sanción Estas instituciones tenían la particularidad de hacer sistema, se
articulaban entre sí y así eran capaces de alojar la vida de las personas en todas sus
instancias.
Uno de los elementos que se destacan de esa forma de sociedad -y que es lo que nos interesa
tener en cuenta en esta reflexión sobre la forma actual de ser joven- es que la sociedad
disciplinaria producía subjetividad disciplinaria. El paso por las instituciones producía marcas
en las personas que las volvían idóneas para transitar la siguiente instancia institucional. Esto
es que los individuos disciplinados demostraban tener un modo de pensar, de ser, de hacer, de
estar que se acoplaba totalmente con el modo en que funcionaban las instituciones.
1
Esta clase ha sido elaborada con la colaboración del equipo del Programa Nacional por los Derechos de niñas,
niños y adolescentes del Ministerio de Educación de la Nación.
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En este marco nace una de las instituciones modernas por excelencia: la familia nuclear.
Esto se efectúa producto de la reducción de ese grupo extenso que hasta el momento reunía a
padres, madres, hijos, hijas, primos, tías, abuelos, niñeras bajo un mismo techo, a madre,
padre e hijos.
Según Foucault (2005), la nueva composición familiar estaba al servicio de una nueva
visibilidad que garantizara la posibilidad de control y conocimiento científico sobre el cuerpo de
los niños.
Aquí se acoplan dos elementos clave, infancia y familia. Si bien los niños ya habían empezado
a perfilarse como sujeto social diferenciado, según Ariés (1996), en el siglo XVI 2, la infancia
como institución, es decir “como representación, como saber, como suposición, como teoría”
(Corea, Lewkowicz, 2004) es algo que se conforma en conjunto con y por efecto de la familia y
la escuela.
Sobre la infancia la familia se organiza operando de dos modos: uno, como dispositivo de
articulación de las instancias disciplinarias que comienzan a proliferar en el siglo XVIII, otro,
como condición de su existencia, dado que es en el seno familiar y desde los primeros años de
vida donde se va a moldear a un individuo potencialmente disciplinable. La familia es la
institución que tiene la función de adherir a sus niños a las instituciones por las que transitarán:
escuela, universidad, trabajo, etc.
En el marco del sistema de las instituciones del Estado-nación, el niño aparece como el
antecesor del ciudadano. El supuesto entonces es que “el niño es fundamentalmente
2
Uno de los elementos culturales donde Ariés (1996) señala que se expresa esto es en el surgimiento de un modo
de vestir infantil diferenciado del de los adultos, con atuendos propios, en contrapartida con lo que sucedía en
tiempos medievales donde los niños aparentaban ser adultos de pequeño tamaño.
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inocencia y fragilidad, aunque a veces no parezca que así sea; y esa inocencia y fragilidad de
los niños requiere amparo -por la fragilidad- y educación -por la inocencia” (Foucault, 2007.).
Infancia – familia – escuela quedan perfectamente acopladas como las tres instituciones
de la modernidad que darán paso más adelante al surgimiento de los jóvenes como gru-
po social y de la juventud como idea.
Así como encontramos relaciones entre las instituciones familia y escuela y el nacimiento de la
infancia como imagen para pensar a ciertas personas en una etapa de su vida, las
transformaciones en el mundo de la producción y del trabajo y su relación con la familia
también muestran efectos en la conformación de la sociedad. Con la revolución industrial
comienza un proceso de pasaje de la producción artesanal a la producción industrial, es decir
la separación del trabajo del ámbito de la familia y su pasaje al ámbito de la fábrica. La
formación de un nuevo espacio de la vida dedicado al trabajo, el mundo fabril, que es un
espacio no ya privado sino esencialmente público, es una condición de posibilidad
fundamental para la conformación de la juventud como sujeto social distinguido.
Los trabajadores de una fábrica son los predecesores de los alumnos de escuela. Pero en el
pasaje entre la institución escolar y el mundo del trabajo ocurre para ciertos sectores de la
sociedad una postergación y reasignación de este tiempo de vida a otras actividades, entre
ellas, la formación superior. Eric Hobsbawm (2005) llama a esto “moratoria social”, es decir, un
plus de tiempo para extender la educación y el esparcimiento y postergar el ingreso a las
responsabilidades adultas, tanto laborales como familiares. Aquí es donde se produce la
condición para el surgimiento de un nuevo fenómeno social: la juventud. Esta cualidad de estar
en estado de formación es, según señalan Balardini y Miranda (2003), lo que explica la
identificación inicial entre estudiantes y jóvenes.
De los inicios del surgimiento de la escuela, los jóvenes no constituyen un grupo relevante en
número, es recién a lo largo de los siglos posteriores que se amplia cuantitativamente y se
diversifica en su composición interna. En cuanto a la diversidad de su composición podemos
resaltar que en principio, jóvenes eran solamente los hombres, ya que las mujeres pasaban de
ser niñas a la condición de adultas potencialmente desposables. A finales del siglo XIX,
algunas mujeres – aunque no en forma masiva- son reconocidas en esta categoría, mientras
los sectores obreros y rurales lo serán recién a partir de la primera posguerra del siglo XX. La
juventud se convierte en un grupo social en sí mismo recién a mediados del siglo XX. Según
Hobsbawm (2005) los jóvenes se volvieron visibles en la etapa que se conoce como “edad de
oro del capitalismo” y que va desde la década del cuarenta hasta mediados de los años
setenta. Es en ese breve período que amplios sectores sociales, no todos, accedieran a la
moratoria social, gracias al rol activo del Estado (cuya forma se conoce como “Estado de
bienestar”).
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Algunos autores señalan que, así como ocurre con la infancia, la “juventud” es el efecto de la
producción social de un conjunto de sentidos, representaciones, teorías, ideas, imágenes que
refieren a algo llamado “jóvenes”, como sujeto distinto y diferenciado, una construcción
simbólica que permite a la vez que ese grupo se conciba como tal. La condición juvenil o el
estatuto de juventud lo vamos a analizar a continuación desde el concepto de subjetividad que
los autores definen como “la serie de operaciones que se producen para habitar (…) una
situación, un mundo” Corea (2004) o “modos socialmente disponibles de sentir, pensar, hacer”
(Abad, Cantarelli, 2011).
LA CONDICIÓN JUVENIL:
LOS CAMBIOS DE LA MODERNIDAD TARDÍA
Uno de los elementos actuales es el debilitamiento del modelo familiar moderno. Balardini y
Miranda (2003) destacan como factores centrales en este proceso el nuevo rol de la mujer en
la sociedad, producido a partir de su ingreso en el mercado laboral, y las modificaciones en los
papeles, las funciones, las expectativas y los intercambios al interior de la familia, en relación
con los otros integrantes. Asimismo, aparece como elemento condicionante de la
transformación en la configuración familiar, el aumento de la unión libre como instancia
sustituta de la institución matrimonial, junto con “un cierto reconocimiento implícito de la
posibilidad de disolución del vínculo de la pareja, que pasa a ser fundamentalmente amoroso y
no jurídico”. Estos dos factores, agregados a la extensión de las prácticas de control de la
natalidad, refuerzan trayectorias individuales sostenidas por aspiraciones laborales o
personales no vinculadas a la maternidad o la paternidad.
Crisis institucional
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simbólicos, etc.), hecho que se ha visto acompañado del crecimiento del sector privado y de su
expansión hacia áreas de injerencia anteriormente de gestión públicas y por otro lado, un
elemento cualitativo que ocurre junto con el cuantitativo, que corresponde al auge de los
medios de comunicación e información y el mercado financiero y su rol en la producción de
subjetividad.
Entonces un rasgo novedoso de la época actual es que el mercado opera junto con las
instituciones del Estado nación, como formador de la subjetividad. Lewkowicz (2004) hace un
señalamiento acerca de una novedad en la legislación argentina que marca un nuevo estatuto
social de la ciudadanía, y que es la aparición en la Constitución de 1994 de una categoría
nueva: el consumidor.
ARTÍCULO 42.-
Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho, en la relación de
consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses económicos; a una informa-
ción adecuada y veraz; a la libertad de elección, y a condiciones de trato equitativo y
digno.
Las autoridades proveerán a la protección de esos derechos, a la educación para el con-
sumo, a la defensa de la competencia contra toda forma de distorsión de los mercados,
al control de los monopolios naturales y legales, al de la calidad y eficiencia de los servi -
cios públicos, y a la constitución de asociaciones de consumidores y de usuarios.
La legislación establecerá procedimientos eficaces para la prevención y solución de con-
flictos, y los marcos regulatorios de los servicios públicos de competencia nacional, pre-
viendo la necesaria participación de las asociaciones de consumidores y usuarios y de
las provincias interesadas, en los organismos de control. (Texto oficial de la Constitución
Nacional (sancionada en 1853 con las reformas de los años 1860, 1866, 1898, 1957 y
1994)
Esto significa un nuevo rol del mercado y asimismo, de las instituciones estatales (con el
Estado a la cabeza), en la regulación de las relaciones sociales. El rol central que adquirirá el
mercado en lo social es clave en la constitución de una nueva condición juvenil que a
continuación desarrollamos desde distintos aspectos.
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Si anteriormente los agentes de socialización exclusivos eran la familia y la escuela, hoy, los
medios de información y comunicación y el mercado constituyen espacios de intercambio, de
construcción de sentido y referentes en relación con los cuales se construyen identidades
culturales de toda clase, entre ellas, de las y los jóvenes. Donde antes la socialización estaba
exclusivamente a cargo de instituciones sociales enmarcadas en el Estado, hoy la
construcción de la identidad está condicionada por las prácticas de consumo (las identidades
sociales o individuales traducidas en “marcas” son un ejemplo de este fenómeno social)3.
Muchos chicos habitan hoy el universo mediático, un universo que muta en forma permanente.
Viven inmersos en la abundancia de mensajes que circulan, en conexiones en red. Y hacen
diversos usos de estos recursos: algunos usan más el Facebook, el Twitter, el Whatsapp, el
Ask. Otros crean blogs donde “postean” textos, escritos propios, música, fotos. Algunos pasan
tardes enteras jugando a los “jueguitos”, como los de la Play Station o aquellos que ofrecen
realidades virtuales donde insertarse. Otros, se comunican vía correo electrónico, aunque
sabemos que no es lo más común entre adolescentes. En ocasiones, las redes han servido
para llevar adelante “causas sociales”, para la denuncia, para el reclamo ante injusticias, para
la búsqueda de personas desaparecidas, para la organización de eventos colectivos, para la
colecta de fondos para proyectos culturales, entre otras infinitas.
¿Sabías que…?
Según información de la Encuesta Nacional sobre Acceso y Uso de Tecnologías de la In-
formación y la Comunicación (ENTIC), del año 2011 del INDEC4, la mayoría de la pobla-
ción urbana que tiene entre 10 y 14 años utiliza computadora para actividades educati-
vas (86,6%) y de ocio/recreación (79,6%). Es la única franja etaria en donde el uso para
actividades educativas supera al destinado a actividades de ocio/recreación.
Por su parte, las personas de entre 15 y 24 años emplean la computadora tanto para ac-
tividades de ocio/recreación, como para actividades educativas y en menor medida para
actividades laborales.
Y si bien los chicos también consumen los medios comunicacionales anteriores a la era digital,
como la televisión, los programas presentan ritmos, lógicas, personajes, héroes y heroínas de
nuevo tipo, con tramas argumentales complejas y actores sociales bien diferentes a los que
habitaban las pantallas de adolescentes y jóvenes de las generaciones anteriores. Lo que sí
aparece como algo notable es que los consumos de los medios de comunicación y las TIC se
han diversificado -y se hace vertiginosamente a la velocidad de la transformación de dichas
tecnologías. Si bien esta generación de chicos y jóvenes se caracteriza por no tener un mayor
consumo de televisión que la anterior, el consumo intensivo y simultáneo de medios es
3
Las transformaciones en la economía y la sociedad que vivió la Argentina durante la década del `90, la
profundización de un modelo productivo basado en la financierización de la economía y la desindustrialización
instalado por el Gobierno militar en el período 1976-1983, configuraron el escenario para el avance del mercado en
este sentido.
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Se puede consultar el documento completo en:
http://www.indec.gov.ar/nuevaweb/cuadros/novedades/entic_11_12_12.pdf
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práctica habitual entre adolescentes y jóvenes y, junto a ello, el hábito de lectura en pequeñas
pantallas y fundamentalmente en contextos lúdicos e interactivos.
La relación con el consumo -de medios y de todas las mercancías en general- es uno de los
elementos que define la subjetividad actual, tanto como si se efectúa como si no se efectúa
ese consumo. La imposibilidad de acceder a ciertos consumos, es un factor condicionante de
la exclusión social. Jóvenes y adolescentes de diferentes sectores sociales viven atravesados
por el ideal del acceso y la ilusión de estar incluidos. En esa inclusión intervienen diversos
factores, el trabajo, la pertenencia a redes sociales, a espacios de participación, de
sociabilidad, pero también –y en importante medida- al hecho de estar o no en el mercado. La
lógica mercantil tiende a dos movimientos: a homologar a los diferentes sectores sociales a la
hora de suscitar aspiraciones y deseos, y a diferenciar -incluye y excluye- a la hora del acceso.
Pero no se trata solo del acceso al consumo de objetos. Lo que está en oferta también son
experiencias culturales, modos de vivir la música, la lectura, el teatro, el cine, la fotografía, las
expresiones diversas e infinitas de la cultura. Aún cuando lo que está disponible culturalmente
en Internet permea la socialización de las nuevas generaciones, es decir está potencialmente
disponible, son inmensas las diferencias y los abismos que existen entre la experiencia que
finalmente se hace de eso en los distintos sectores sociales.
El funcionamiento del mercado es tender a formatear, marca el ritmo de la vida, nos dice qué
nos tiene que gustar y qué no nos tiene que gustar, nos dice qué ver y qué no ver, condena
ciertas imágenes y ensalza otras, construye estereotipos ideales, y de los otros, de aquellos
que hay que huir. Y condiciona no solamente a los más chicos, pero sí de manera particular.
Uno de los rasgos entonces que podemos advertir en los chicos y los jóvenes que asisten a la
escuela es la subjetividad consumidora. ¿Qué significa? Que por momentos sus modos de
pensar, de estar, de ser, de hablar, lo que dicen, lo que no dicen, cómo se piensan, tiene como
referencia una cierta relación con el mercado. Y pensando cómo éste funciona, no nos cuesta
mucho advertir -tanto en las publicidades como en la disponibilidad de bienes dirigidos al
grupo etáreo “niños y jóvenes”- cómo la infancia y la juventud han sido convertidas en “nicho
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Se puede consultar el documento completo en:
http://www.indec.gov.ar/nuevaweb/cuadros/novedades/entic_11_12_12.pdf
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Los consumos y también las producciones culturales conllevan un significado central en la vida
de las personas en tanto son un elemento que forma parte de la construcción de la propia
identidad. A partir de aportes como los de García Canclini (1993) y Reguillo Cruz (2000),
sabemos que los objetos portan potencia simbólica, no sólo mercantil, son lugares donde se
busca y se encuentra inscripción y reconocimiento y no mero consumo superfluo y
manipulación. Cabe también mencionar algo en relación con la música, que ha sido desde
siempre un territorio privilegiado para el despliegue, la identificación y la expresión de lo joven.
Las opciones y expresiones musicales, los estilos, las bandas, etc. conforman un universo que
parece infinito. Pero si bien esas elecciones que los chicos hacen de con quién identificarse
pueden parecer opciones totales o profundamente marcantes y definitivas, no lo son: la
adscripción identitaria es un proceso multifacético y cambiante.
Los jóvenes pueden presentarse o reconocerse como hipsters, rockeros, rollingas, metaleros,
bailanteros, guachiturros, pibes chorros, cumbieros, fieritas, raperos, villeros, fanáticos de una
u otra banda que luego de cierto tiempo descartan, floggers, emos, góticos, hippies... No sólo
no son una sola cosa, ya que las identidades son siempre plurales, sino que tampoco lo son
de una vez y para siempre. Nadie es sino que va siendo. Tomando lo que señala Perla
Zelmanovich (2004): “los pibes ensayan formas de ser”…
Otro modo de pensar esto es a partir del concepto de hibridación de las identidades sociales
que aportan Negri y Hardt (Imperio, 2002). Hoy ya no nos definimos por una y sólo una
identidad social, si jamás fue posible hacer esta síntesis, hoy menos que nunca podemos
nombrarnos completamente a partir de un nombre: un varón de 17 que mantiene un hogar,
¿es adulto o niño? Una chica de 15 años embarazada, ¿es niña o adulta? La subjetividad
“alumno”, según lo ha perfilado la modernidad, no incluía en su batería de atributos el de ser
padre o ser madre. De igual modo que los docentes eran sujetos definidos por un saber que
los tornaba idóneos para manejar las situaciones escolares, y hoy sin embargo sobran las
declaraciones donde se muestran superados por las emergencias que irrumpen en el aula. No
nos comportamos del todo en forma acorde a esas identidades que la modernidad construyó:
docentes, niños, adultos, alumnos... Las identidades híbridas son otro modo de nombrar el
desdibujamiento acerca de qué nos depara el encuentro con el otro en el espacio escolar.
Citando a Reguillo Cruz (2004), en el caso de los jóvenes “las legalidades de protección e
identificación que actúan dentro de los grupos o bandas parecen anunciar la constitución de
historias o experiencias marcadas por fuera de los dispositivos institucionales”. Esta realidad
adquiere una centralidad notable para el conjunto de la población, pero en especial para
adolescentes y jóvenes, para quienes el acceso a ciertos bienes materiales y simbólicos se
inscribe en el proceso que supone una identidad en construcción (Kantor, 2008).
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qué consiste ese nuevo paradigma. Pensando la sociedad de los noventa, Castells (1997)
desarrolla la idea de la “era de la información” y “la ciudad global”, para nombrar el mundo en
que vivimos, y señala como una característica principal una nueva experiencia del tiempo y el
espacio: el tiempo lineal ha dado paso al tiempo atemporal y el espacio de los lugares al
espacio de los flujos. Según este autor la “ciudad global” no es vivida como espacio sino como
proceso. Nuevas prácticas y representaciones del tiempo, del espacio y del propio cuerpo van
emergiendo mientras ven desfigurarse antiguas formas de vivenciar el espacio y el tiempo,
aquellas que organizaban la vida en la sociedad disciplinaria. Y esto tiene un impacto profundo
en la lógica de funcionamiento de las instituciones de la modernidad, como la escuela. Éstas
se rigen por la variable tiempo, que es un tiempo asincrónico, lineal y acumulativo. Los medios
de información y comunicación funcionan en cambio con la lógica del tiempo atemporal, que
también podemos llamar sincrónico o tiempo real, y es contrario a la lógica institucional. En la
relación de los chicos con las actividades académicas podemos ver este desacople, ya que
ellos, producto de su socialización a través de las tecnologías, están hiperentrenados en
captar contenidos y mensajes cortos, simultáneos, y dispersos, pero no tanto en seguir y
comprender argumentos, porque ello responde a otra idea del tiempo y el espacio.
Antes la escolaridad era para amplios sectores una etapa de la vida, y la escuela un eslabón
dentro de un sistema institucional más amplio, y si bien cada escuela-edificio seguramente
tendría sus particularidades había algo común que era que las instituciones, articuladas,
producían subjetividad disciplinaria6, es decir producían subjetividades que respondían de
igual modo a las demandas institucionales. El disciplinamiento se lograba por marcas que se
imprimían en los sujetos a lo largo de un pasaje lineal y progresivo por sucesivas instancias en
relación a una organicidad sistémica (la familia, la escuela, el ejército, la fábrica). Esa matriz
común hacía que todos los que habitaban el sistema supieran en líneas generales lo que se
esperaba de ellos y qué recibirían del dispositivo. El encierro, la vigilancia, el monopolio de los
contenidos, el moldeado, el examen, la sanción como formas de gestión de los cuerpos sobre
los que la escuela moderna se sostenía, han perdido su eficacia en cierta previsibilidad del
comportamiento de los individuos. Hoy las nuevas tecnologías tienen un rol central en la
creación de una nueva sensibilidad social y cultural, según la cual la realidad se decodifica, se
aprehende y se habita según ciertas coordenadas, las que –por lo general- se diferencian
notablemente de las coordenadas que ordenan las percepciones y la sensibilidad de quienes
son hoy –genéricamente- los adultos que educan. La condición de “ser juvenil” ya no está tan
preponderantemente determinada como antes, por el paso por la escuela y la familia, sino por
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La escuela particularmente producía subjetividad pedagógica, que es una forma de la disciplinaria.
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Las últimas décadas del siglo XX en el mundo globalizado, algunos de cuyos rasgos hemos
descrito previamente, están marcadas por el fin del paradigma del trabajo estable y protegido.
Esto condiciona la socialización de las nuevas generaciones en dos direcciones: por un lado
se transforma la valoración que se otorga al trabajo como actividad social. Por otro, se erige
una nueva subjetividad asociada a un mercado de trabajo flexibilizado y precarizado exigido
por las nuevas consignas del mercado, la productividad y la competencia. Como señala
Sennett (2000) en lo que él llama “nuevo capitalismo” la norma es la inestabilidad, el riesgo y
el corto plazo. El mercado hoy requiere de subjetividades que puedan vivir en adecuación a
estas premisas, una lógica que contradice la lógica institucional del tiempo acumulable y
secuenciado.
Lo que antes se imaginaba como carrera profesional, es decir una sucesión de hechos
secuenciados con cierto grado de previsibilidad y control donde uno determinaba a los
posteriores, hoy no es posible de definir de antemano. Así como el funcionamiento en tándem
de la familia y la escuela ya no es un hecho dado, tampoco lo es la articulación escuela-
trabajo. Esto se evidencia en el modo en que los jóvenes pasan por las instituciones. No se
evidencia un pasaje lineal y ordenado desde la escuela al mundo del trabajo: en ocasiones
conviven la vida escolar con las actividades laborales, en otras, las trayectorias escolares se
ven interrumpidas por largos períodos o en forma esporádica. Este fenómeno contribuye a la
imposibilidad de pensar la condición juvenil meramente a partir de la condición de asalariado
en un sentido clásico. Como señala Natanson (2012), en la mayoría de los países los jóvenes
son por lejos el sector social más perjudicado por la llamada precarización laboral, quienes
gozan de los mayores porcentajes de asalariados precarios, informales, cuentapropistas,
temporales, de medio tiempo y otras formas de trabajo “flexibilizado”. Pensar en una
preponderancia de identidades laborales obreras, sólidas y abarcativas del total de la
subjetividad como en épocas pasadas, es en el caso de los jóvenes de la mayor parte de los
países del mundo, algo poco adecuado a actualidad.
En la historia argentina del siglo XX se destacan algunos momentos clave que van definiendo
la participación juvenil en la vida social y política del país. En la clase siguiente 7 , se describirá
en detalle y profundidad en qué consistió esta participación en Argentina, desde los años 60
7
Nos referimos a la clase 6 que se titula “Jóvenes y participación. Un breve recorrido histórico”.
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hasta nuestros días. Aquí mencionamos entonces solamente algunos aspectos que hacen a la
participación en líneas generales.
Uno de los rasgos característicos de la identidad política es que la juventud, sobre todo
durante el siglo XX se politizó desde la condición estudiantil. La juventud, dice Hobsbawm
(2005), protagonizó en el siglo XX una auténtica revolución cultural que se manifestó a través
de la movilización y la lucha política, las experiencias contraculturales y las transformaciones
cotidianas de la vida sexual y familiar. Quizás los iconos más importantes hayan sido el
estallido de revueltas estudiantiles conocido como el “mayo francés” de 1968, y en
Latinoamérica, el movimiento continental de democratización y pensamiento crítico conocido
como la “reforma universitaria” de 1918.
Según analiza Balardini (2012), esta “rebeldía juvenil” era un paradigma propio de la
modernidad clásica, momento en el que las instituciones eran sólidas y los saberes adultos
constituían garantías. En ese contexto, los jóvenes confrontaban a través de la política por el
sentido del mundo. Según el autor, en la actualidad, este paradigma convive con el de la
“desconexión juvenil”, desplegado en el contexto de la era de la fluidez (Lewkowicz, 2002),
donde las instituciones no son capaces de instalar una lógica hegemónica de funcionamiento
al resto de la sociedad (lógica del tiempo acumulativo y el espacio fijo) y son permeadas por la
lógica del mercado y la información (espacio de los flujos y tiempo fragmentado).
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(sobre todo las llamadas redes sociales) para la organización y difusión de estos movimientos
(Natanson, 2012).
En nuestro país es destacable el crecimiento sostenido y pronunciado sobre todo a partir del
año 2001 de la participación de los jóvenes en movimientos políticos, culturales y sociales.
Pero en comparación con el resto de los casos analizados, de otros países, también es
destacable la participación de los jóvenes en estructuras políticas más orgánicas como los
partidos políticos tradicionales (PJ, UCR, PS, partidos de izquierda, etc.), o en alguna de las
nuevas estructuras de estos partidos que se han constituido para canalizar la participación de
los jóvenes. Veremos más detalles sobre estos temas en la próxima clase.
Lo que tenemos en definitiva, son identidades híbridas en el sentido antes mencionado o bien,
que cada joven individual se encuentra, en cuanto a su conformación subjetiva, al decir del
sociólogo hindú Homi Bhahba como “entre medio” de distintos polos de subjetividad (Bhahba,
2002). Estado, escuela, identidades producidas en el mercado, en los medios de
comunicación, etnia, clase, género, grupo etáreo, ideología política, etc. En el punto de
intersección de todas ellas, y en diferente grado, cada joven va construyendo de manera
cambiante su modo de ser, entender y sentir en el mundo, es decir, su subjetividad.
La juventud no es un atributo como ser morocho o rubio, gordo o flaco, ser seguidor de un
grupo musical o pertenecer a una tribu urbana. Es una cualidad compleja, por eso, los jóvenes
no pueden ser pensados como un sujeto social homogéneo. Como señalan Balardini y
Miranda (2003.) la juventud se conforma a partir del paso de los individuos por distintas
estructuras de actividades específicas, no homogéneas y segmentadas. Al tiempo que estas
estructuras modifican o formatean a la persona, ésta modifica esas estructuras de actividad,
por lo que se constituye una relación muy dinámica. En virtud de esto, la juventud es un
trabajo de producción que realiza la persona, se constituye como joven a través de ciertas
prácticas, usos, consumos, modos de hablar, de pensar, adquisiciones culturales, etc.
De modo que la juventud no puede ser definida, como en principio nuestra representación nos
indica, en relación con la edad sino que entran en su definición la posición social, económica,
la condición laboral, el género, la etnia, la cultura, etc. La condición juvenil tampoco puede ser
considerada como señalan los autores como un estado de transición, de ya no ser algo y
todavía no ser lo otro (ni niño, ni adulto), o al menos no es solo esta etapa de la vida la que es
una transición hacia otra ya que todas lo son. La juventud es entonces a la vez “un tiempo de
tránsito y un estadio específico, con entidad propia, en la vida de un individuo, y desde su
pluralidad, cobija múltiples juventudes o posibilidades de ser joven” (Balardini, Miranda, 2003).
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conviven, que se superponen, que se alternan en los espacios que ellos habitan y con las
cuales nosotros, adultos, nos enfrentamos.
¿Cómo nos afectan esos nuevos modos de hacer, de pensar, de sentir, esas subjetividades de
la época? ¿Cómo nos relacionarnos con esas subjetividades juveniles desde una perspectiva
de construcción de la ciudadanía democrática?
A continuación, un paseo por las distintas formas en que históricamente se han concebido a
niños, niñas y adolescentes y su relación con los derechos.
Los invitamos a leer los siguientes dos textos que ofrecer análisis interesantes en
torno de la juventud:
En este escrito Paula desarrolla un contrapunto entre las miradas que interpelan a los
“alumnos” en tanto tales, y las que lo hacen en tanto “jóvenes”, y qué implicancias tiene
cada una. Parte del presupuesto de que la búsqueda de la interpelación en tanto
“alumno” se realiza en consonancia con las construcciones escolarizadas de la
comunicación/educación, en tanto que las interpelaciones que asumen algunas de las
condiciones posibles de “lo juvenil” permiten una aproximación a visiones menos
escolarizadas del campo de comunicación/educación, y, por lo tanto, a un mayor
reconocimiento, apropiación y sostenimiento en los jóvenes y en la institución en general
de los proyectos comunicacionales en las escuelas.
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ATENEO VIRTUAL - PARLAMENTO JUVENIL DEL MERCOSUR. UN ESPACIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA EN
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