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1920
UNA señora americana, madre de una niña de cuatro años, escribe en una carta particular: «Tengo
que contarte lo que ayer me dijo la pequeña. Todavía me dura la sorpresa. La prima Emily hablaba de su
próxima boda. La niña la interrumpió de pronto, diciendo. `Si Emily se casa, tendrá un niño.' `¿De dónde
sabes tú eso?', le pregunté, sorprendida. `Sí -me respondió-; cuando alguien se casa, tiene siempre un niño.'
`Pero ¿cómo puedes saber tú eso?', volví a preguntar. Y ella: `Pues todavía sé muchas cosas más; sé también
que los árboles crecen en la tierra (in the ground). `¡Fíjate qué singular asociación de ideas! La pequeña ha
encontrado por sí misma la explicación que yo pensaba darle algún día. Y luego añadió: `Sé también que Dios
hace el mundo (makes the world).' Cuando oigo estas cosas a mi pequeña me parece mentira que no tenga aún
cuatro años.»
Es indudable que la niña quería comunicar una nueva parte de sus conocimientos sobre el origen de
los niños: «Sé también que todo es obra del padre.» Pero esta vez sustituye la idea directa por la sublimación
correspondiente: «Dios hace el mundo.»