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APÉNDICE (1922)

HACE unos cuantos meses -en la primavera de 1922- se me presentó un joven, declarando ser aquel
«Juanito» cuya neurosis infantil había yo descrito en 1909. Su visita me satisfizo mucho, pues dos años
después del análisis le había perdido de vista y en más de un decenio no había sabido nada de él. La
publicación de este primer análisis de un niño había despertado gran interés y aun más indignación
profetizándose a la pobre criatura toda clase de desdichas por haber sido despojado de su inocencia en edad
tan temprana y víctima de una psicoanálisis.

Pero ninguno de estos temores se ha cumplido. Juanito es ahora un apuesto muchacho de diecinueve años.
Afirmaba encontrarse muy bien y no padecer trastornos ni inhibiciones de ningún género. No sólo había
atravesado la pubertad sin daño alguno, sino que había resistido una de las más duras pruebas a que podía ser
sometida su vida sentimental. Sus padres se habían divorciado y habían contraído, cada uno por su lado,
nuevas nupcias. Juanito vivía solo, pero en buenas relaciones con ambos, y sólo lamentaba que la disolución
de la familia le hubiera separado de su hermana menor, a la que quería mucho.

Juanito me comunicó algo especialmente singular. Tanto que no me atrevo a arriesgar explicación ninguna.
Cuando leyó su historia -me dijo- le había parecido totalmente ajena a él; no se reconoció, ni recordó nada.
Sólo cuando llegó al viaje a Gmunden alboreó en su memoria la sospecha de que aquel niño pudiera ser él.
Así, pues, el análisis no había preservado el suceso de la amnesia, sino que había sucumbido también a ella.
Algo parecido sucede, en cuanto a los sueños, a las personas familiarizadas con el psicoanálisis. Les despierta
un sueño, deciden analizarlo en el acto, vuelven luego a dormirse, satisfechos con el resultado del análisis, y
al despertar por la mañana han olvidado el sueño y el análisis.

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

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