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LA FIGURA DE EMMANUEL GOLDSTEIN EN 1984

DE GEORGE ORWELL

Laura Bernal
Filosofía y Letras
Universidad de Caldas

“No tenemos problemas para descodificar la figura de Emmanuel Goldstein en 1984 de Orwell, o para reconocer el
“libro dentro de un libro” secreto de esa novela (Teoría y práctica del colectivismo oligárquico) como un derivado
de “La revolución traicionada” de Trotsky”. Christopher Hitchens

La gran novela del escritor inglés George Orwell es “1984” publicada en 1948, y no es solo una
gran novela, es un hito, una marca registrada, casi una categoría en sí misma. Debe ser sin duda
una de las novelas más leídas del siglo XX. Pero esa supuesta categoría no fue creada por
Orwell, se trata de uno de los grandes conceptos políticos del siglo pasado: el totalitarismo.
Dicho término se empieza a usar en los años 20 durante el régimen fascista de Mussolini, hasta
llegar a la postguerra cuando Hannah Arendt funda una teoría filosófica sobre esto en su obra:
Los orígenes del totalitarismo de 1951. Ya para ese entonces se han vivido las experiencias de la
Alemania nazi, de la Italia fascista, y de la Rusia soviética, regímenes dictatoriales que ignoraban
todo derecho del individuo, que detestaban todo indicio de liberalismo, que condenaban todo
viso de humanismo, que sólo conocían los derechos del Estado, la fuerza ciega de la dictadura,
que eran la expresión de un fanatismo irreducible, y como todos los fanatismos, anti-
individualistas y exclusivamente pro-estatales. Lo interesante de esto, no es solamente la
revelación de la posición política de Orwell, sino que aquella visión de esos regímenes
totalitaristas le sirvió para escribir un relato de ciencia ficción en donde da testimonio, desde la
creación de un mundo distópico, de las dinámicas de una sociedad controlada por un super
Estado que controla cada aspecto de la vida privada de sus ciudadanos. Por eso se recuerda más
el nombre de Orwell que el de Arendt: porque este primero creo un mundo imaginario,
extrapolado de un caso histórico de su época, para crear un relato que da cuenta de las
posibilidades de un mundo donde la vigilancia y el control son absolutos, y en donde las
libertades individuales son exterminadas. La imagen de un mundo terrible que puede llegar a ser
el nuestro, explorado por lo literario, llega más a los lectores que los análisis filosóficos.

Nada podría ser más actual, cuando el desarrollo tecnológico ha permitido que esa
omnipresencia de la que se habla en la novela sea ya una realidad. Por eso en la última década no
ha hecho sino invocarse el nombre de Orwell como el gran “profeta moderno”, no del siglo XX,
sino del siglo XXI. Tal como lo hizo en junio del 2013 The New Yorker en ocasión del escándalo
de vigilancia global de la NSA, con esta sentencia: “George Orwell’s ghost is shaking his head
saying, ‘I told you so.’” ‒El fantasma de George Orwell está moviendo la cabeza diciendo: “te lo
dije”‒. También por motivo del caso Snowden, el diario español El país insinuó que: “Si la
NASA convirtió a Julio Verne en un escritor realista, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)
de Estados Unidos ha convertido a George Orwell en un escritor costumbrista”. Lo que tenemos
en estas dos sentencias es la constatación de que lo que imaginó Orwell ha entrado al plano de lo
real, y esto ocurre precisamente por los recursos que la ciencia ficción le permitió explotar, para
plantearse la posibilidad de un futuro por venir.

En 1979, en su libro Metamorphoses of science fiction. On the poetics and history of a literary
genre, Darko Suvin definió la ciencia ficción así:
Es un género literario cuyas condiciones necesarias y suficientes son la presencia del extrañamiento y la
cognición, y cuyo recurso formal más importante es un marco imaginativo distinto del ambiente empírico
del autor.

Este recurso formal es lo que en términos corrientes podríamos llamar “imaginar mundos
posibles” partiendo del mundo que experimentamos. Para esto Suvin crea la categoría de novum,
que viene a ser la mediadora entre el ambiente empírico del autor y el mundo ficticio postulado
en la narración. En específico, el novum puede ser un elemento ‒un invento como la máquina del
tiempo de Wells‒, un evento ‒la instauración de tres Superpotencias en las que se divide todo el
mundo‒, o alguna otra cosa o situación que lleve a una reestructuración total de las relaciones
espacio temporales de la narración. Por tanto, la ciencia ficción plantea un mundo y realiza un
camino para llegar a este. En el caso de 1984 tenemos la experiencia de un régimen totalitario
vivida por Orwell, y de la cual parte para crear un camino que nos llevará a “El gran hermano”, a
un mundo totalitario global y aún más eficiente en sus mecanismos de represión y alienación, la
ciencia ficción le permitió explorar las posibilidades de una sociedad dominada por el
totalitarismo.

Partiendo de esta definición de ciencia ficción, Suvin establece dos formas de esta. La primera es
la extrapolación, que consiste en aplicar conclusiones obtenidas en un campo en otro, tomar el
mundo que conocemos y tornarlo en un mundo ficticio. El propio Suvin da como uno de los
grandes casos el de 1984. Y la segunda forma es la analogía, esta consiste en una relación de
semejanza entre dos cosas distintas, es decir construir estructuras análogas entre la estructura
particular de una representación cultural de otra época, y otro mundo que se imagina a partir de
esta. Es el caso de la space opera ‒Star Wars‒, que parte del género western. Es básicamente el
tipo “superficial” de la ciencia ficcional. Se puede concluir entonces que la gran idea que nos
aporta Suvin es que en la ciencia ficción debe existir algo posible, donde se explora el mundo
desde lo imaginario. Y más si esta se da en la forma de la extrapolación, esta permite ahondar en
problemas sociales y políticos, y dar una explicación más honda del mundo real. A partir de este
recurso es que Orwell logra darnos ese gran relato que sirvió para explicar lo que pasaba en torno
al momento de los totalitarismos, y al mismo tiempo plantearse qué más podría llegar a suceder.
Ahora somos nosotros los que vivimos estas posibilidades. La historia ha alcanzado su relato y lo
ha vuelto una profecía. Italo Calvino decía sobre esto que Orwell era un profeta moderno, porque
su imaginación estuvo siempre encaminada a la prefiguración del futuro, de un futuro negro,
lucidez desencantada que miraba hacia un futuro de tinieblas.

Se puede pensar que de ese mundo que nos presenta Orwell, el personaje de Emmanuel
Goldstein es la representación de la disidencia dentro del mundo totalitario de 1984. Porque al
hablar de un mundo totalitario estamos hablando de una sociedad donde las libertades, y por
tanto las voluntades y deseos individuales, han sido suprimidos para sustentar el poder absoluto
de El gran hermano. Esta pretensión de ser “amado” por todos, de estar por encima de cualquier
filiación personal, tiene su máxima expresión en la habitación 101, en donde se tortura no para
sacar información o dar un castigo, sino para quebrar la voluntad individual y lograr que se
acepte la idea de que El gran hermano está por encima de cualquier cosa. Así, la figura del
disidente, en un ejercicio de contraposición, de contraste, nos permite acercarnos a este rasgo
principal de la sociedad de la novela.

El tan repetido argumento del libro consiste en la historia de Winston Smith quien trabaja en el
Ministerio de la Verdad, en donde se manipula la historia, el mal de sistema orwelliano
encuentra su expresión en tal ministerio, borrando la historia, cambiándola; sin embargo
Emmanuel Goldstein tiene un libro de referencia, el único que tiene memoria en un mundo sin
historia es él, y esto lo convierte en el enemigo del pueblo, por poseer un libro, por poseer una
memoria, por tener conocimiento de la Historia, se convierte en testigo del mal. El problema
surge cuando Winston, quien ya alberga algunas dudas sobre el sistema político en el cual vive,
termina entrando en La hermandad, un supuesto grupo de resistencia dirigido por Goldstein.
Finalmente resulta que este grupo es falso y es solo una trampa de El partido. Es pues capturado
y sometido a tortura en la habitación 101, hasta que proclaman su amor incondicional a El gran
hermano. Como sátira, con sus imágenes de ficción del omnipotente y despiadado Partido y su
líder, el Gran Hermano, sus mentiras y su Policía del Pensamiento, y la vaporización de sus
disidentes, el relato de 1984 iba dirigido contra el estalinismo de su época. Desde su aparición
esta historia fue vista como una alegoría del régimen de Stalin. Y no cabe duda que El gran
hermano se inspiró en él, así como Goldstein en Trotsky. Basta con echar un vistazo a la historia
del enfrentamiento de Stalin con Trotsky para encontrar la correspondencia en la novela. Incluso
Orwell no disimula ni un poco a la hora de dar la descripción física de estos. Dice de Goldstein:
Nunca podía ver la cara de Goldstein sin experimentar una dolorosa mezcla de emociones. Era un rostro
judío, delgado, con una gran aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que tenía a
la vez algo de despreciable y una especie de tontería senil que le daba su larga nariz, en cuyo extremo se
sostenían unas gafas en difícil equilibrio. Parecía el rostro de una oveja e incluso su voz tenía algo de
ovejuna.

Pero como lo observa Thomas Pynchon en su artículo “Orwell y el camino hacia 1984”, este
libro no se queda en su carácter anticomunista, al ser una fuerte crítica vedada al régimen de la
URSS, sino que plantea la posibilidad del totalitarismo más allá de los límites de la gran Rusia.
Porque Orwell estaba sosteniendo una discusión con todos los que seguían defendiendo el
proyecto soviético a pesar de las evidencias, lo cual lo hacía pensar que era posible que lo que
sucedía en Rusia se reprodujera en otras partes del mundo. Una vez más caemos en las ideas de
las posibilidades. Lo que a Orwell le preocupa es todas las posibilidades que hay más allá del
caso Soviético, y eso es lo que observa Pynchon al final del artículo al hablar de una fotografía
de Orwell con su hijo adoptivo. Dice:

Existe una fotografía, hecha en Islington hacia 1946, de Orwell y su hijo adoptado, Richard Horatio Blair.
El niño, que debía de tener entonces unos dos años, sonríe con un placer infinito. Orwell le sujeta
suavemente con ambas manos y también sonríe, satisfecho, pero no con suficiencia; es más complejo,
como si hubiera descubierto algo que quizá valiera más que la indignación (...) No es difícil imaginar que
Orwell, en 1984, estaba imaginando un futuro para la generación de su hijo, no el mundo que deseaba para
ellos, sino un mundo contra el que quería prevenirles. Le impacientaban las predicciones de lo inevitable,
siempre confió en la capacidad de la gente corriente de cambiarlo todo.

Lo que nos permite ver aquí Pynchon es que 1984 es el resultado de la actitud de un disidente
confeso que se negaba a creer que este era el futuro que nos esperaba. Y por eso se habla en este
artículo que la novela era una forma de “advertir” lo que iba a pasar, para así poder prevenirlo.
Viéndolo de esa forma es un acto optimista. Pero lo importante es ver la cercanía que tiene el
propio Orwell con Goldstein, y yendo más allá con el mismo Trotsky. La similitud radica en ser
la voz que denuncia y se opone. Y un poco más allá está el hecho de ser un libro, el que existe
dentro de la novela y el cual viene a ser la condensación de esa actitud:
El libro (…) era un pesado volumen negro, con encuadernación de aficionado y en cuya cubierta no
aparecía ningún nombre o título. La impresión también era algo irregular. Las páginas estaban muy
gastadas en los bordes y el libro abría con mucha facilidad, como si hubiera pasado por muchas manos. La
inscripción de la portada decía: TEORÍA Y PRÁCTICA DEL COLECTIVISMO OLIGÁRQUICO Por
Emmanuel Goldstein. Winston empezó a leer: Capítulo I: La ignorancia es la Fuerza. Durante todo el
tiempo que se recuerda, y probablemente desde fines del período neolítico, ha habido en el mundo tres
clases de personas: Los Altos, los Medios y los Bajos. Se han subdividido de muchas formas, han llevado
muchos nombres distintos y su número relativo, así como la actitud que han mantenido unos hacia otros, ha
variado de época en época; pero la estructura esencial de la sociedad nunca ha cambiado. Incluso después
de enormes conmociones y de cambios aparentemente irrevocables, la misma estructura ha vuelto a
imponerse, igual que un giroscopio vuelve siempre a la posición de equilibrio por mucho que lo empujemos
en un sentido o en otro. Los objetivos de estos tres grupos son totalmente irreconciliables. Winston
irrumpió la lectura, sobre todo para poder apreciar bien el sorprendente hecho de estar leyendo cómodo y
seguro. Estaba solo, no había telepantalla ni nadie que escuchara por la cerradura, no sentía el impulso
nervioso de mirar por encima del hombro o de cubrir la página con la mano. Una suave brisa de verano le
acariciaba la mejilla. A lo lejos se oían los gritos de los niños. Dentro de la habitación no había más sonido
que el débil tic-tac del reloj, como el aleteo de un insecto. Se hundió más en el sillón y apoyó los pies en los
hierros de la chimenea. Aquello era un placer, era la eternidad. De repente, como a veces se hace cuando se
sabe que un libro va a ser leído y releído, lo abrió por diferentes lugares y se encontró en el capítulo III.
Siguió leyendo: Capítulo III: La guerra es la paz (…) Winston dejó de leer un momento. (…) El inefable
sentimiento de estar solo leyendo el libro prohibido, en una habitación sin telepantalla seguía llenándolo de
satisfacción. (…) El libro le fascinaba o, más exactamente, le calmaba. En cierto sentido, no le decía nada
nuevo, pero esto era parte de su encanto. Decía lo que él mismo podía haber dicho si le hubiera sido posible
ordenar sus propios pensamientos. Este libro era el producto de una mente semejante a la suya, pero mucho
más poderosa, más sistemática y libre de temores. Pensó Winston que los mejores libros son los que nos
dicen lo que ya sabemos (Orwell:1949,168-183).

La figura del libro se presenta como la posibilidad de escapar de la visión del mundo que ha sido
impuesta por el Estado, es la posibilidad de ir hacia la verdad y liberarse. El libro es la acción
máxima de la disidencia. Hasta el momento es claro que el disidente de 1984 se opone a un
orden absoluto que no acepta ningún cuestionamiento. Entonces él no hace parte de este orden.
No es solo hacerse al margen sino actuar en contra. Pero la naturaleza de la disidencia es mucho
más profunda. Christopher Hitchens heredero de la tradición del escritor político de la que hace
parte Orwell, en su obra Cartas a un joven disidente, analiza la relación entre consenso y
disidencia. Para esto parte de la idea de que es idiota pensar que “el consenso es el bien
supremo”. Y argumenta lo siguiente:
Como especie, es evidente que nos acongojan el desperdicio y el horror producidos por la guerra y otras
formas de rivalidad y celos. Sin embargo, esto no puede modificar el hecho de que en la vida progresamos
por medio del conflicto, y en la vida mental, mediante la discusión y la disputa. Puede que la dialéctica
haya sido desacreditada en parte por sus defensores, pero esto no nos permite repudiarla. Tiene que haber
confrontación y oposición para que salten chispas.

Así pues, la disidencia no es llanamente una “oposición”, sino que hace parte de la condición
dialéctica de las relaciones humanas. Según de donde se mire entonces todos vendríamos a ser
disidentes. Es el choque mismo de las voluntades humanas que se enfrentan a la necesidad de
coexistencia dentro de un espacio, y al imperativo de imponerse sobre las otras. Pero esto podría
afirmarse si existiera una especie de equilibrio entre las voluntades en pugna. Lo cual no es así,
porque hace parte del estado natural de las organizaciones humanas que unas voluntades
efectivamente se impongan sobre otras. Estas tratan de conservar esta situación creando
mecanismos para impedir que ese orden cambie. La pretensión de conservar ese orden hace que
nazca quien se oponga, y es ahí cuando nace esa figura del “disidente”. Entonces, el consenso
viene a ser producto de la existencia misma de una disidencia. Está en su germen y está en su
propia existencia. Pero cuando nos enfrentamos a esa condición “totalitaria”, es porque el
consenso ha llegado a un grado tal, que solo puede ser el resultado de la victoria de una sola
voluntad sobre las demás. Y cuando eso pasa, el disidente, dentro del imaginario de un grupo
social que cree tener y vivir en la verdad, pasa a convertirse no en un elemento natural y
necesario de las dinámicas sociales, sino por el contrario en un enemigo, en un traidor, en un
error del sistema perfecto, en un tumor que debe ser extirpado antes de que se expanda. Y eso es
precisamente lo que nos muestra Orwell en la imagen de Goldstein. Su descripción es precisa y
contundente:

Winston (…) Frente a la gran telepantalla, preparándose para los Dos Minutos de Odio. (…) Un momento
después se oyó un espantoso chirrido, como de una monstruosa máquina sin engrasar, ruido que procedía
de la gran telepantalla situada al fondo de la habitación. Era un ruido que le hacía a uno chirriar los dientes
y que ponía los pelos de punta. Había empezado el Odio. Como de costumbre, apareció en la pantalla el
rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. (…) Goldstein era el renegado que hacía mucho
tiempo (nadie podía recordar cuánto) había sido una de las figuras principales del Partido, casi con la
misma importancia que el Gran Hermano, y luego se dedicó a actividades contrarrevolucionarias, fue
condenado a muerte y se escapó misteriosamente, desapareciendo para siempre. Los programas de los Dos
Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el
traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido. Todos los
subsiguientes delitos contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías, desviaciones y traiciones de
toda clase procedían directamente de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía vivo y conspirando. Quizás se
encontrara en algún lugar enemigo, a sueldo de sus amos extranjeros, e incluso era posible que, como se
rumoreaba alguna vez, estuviera escondido en algún lugar de la propia Oceanía. El diafragma de Winston
se encogió. Nunca podía ver la cara de Goldstein sin experimentar una dolorosa mezcla de emociones. Era
un rostro judío, delgado, con una gran aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente
que tenía a la vez algo de despreciable y una especie de tontería senil que le daba su larga nariz, en cuyo
extremo se sostenían unas gafas en difícil equilibrio. Parecía el rostro de una oveja e incluso su voz tenía
algo de ovejuna. Goldstein pronunciaba su habitual discurso en el que atacaba venenosamente las doctrinas
del Partido; un ataque tan exagerado y perverso que hasta un niño podría darse cuenta de que sus
acusaciones no se sostenían, y sin embargo, lo bastante plausible para que uno pudiera alarmarse y se
dejaran influir por ellas algunas personas ignorantes. Insultaba al Gran Hermano, acusaba al Partido de
ejercer una dictadura y pedía que se firmara inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de
palabra, la libertad de Prensa, la libertad de reunión y la libertad de pensamiento, gritando histéricamente
que la revolución había sido traicionada. (…) El Odio no llevaba más de treinta segundos y ya la mitad de
los espectadores lanzaba incontenibles exclamaciones de rabia. (…) sólo con ver a Goldstein o pensar en él
surgían el miedo y la ira automáticamente. Él era un objeto de Odio más constante que Eurasia o que
Estasia. (…) Pero lo extraño era que, a pesar de ser Goldstein el blanco de todos los odios y del desprecio
de todos, a pesar de que apenas pasaba día –cada día ocurría esto mil veces- sin que sus teorías fueran
refutadas, aplastadas, ridiculizadas, en la telepantalla, en las tribunas públicas, en los periódicos, en los
libros… A pesar de todo ello, su influencia no parecía disminuir. Siempre había nuevos incautos dispuestos
a dejarse engañar por él. No pasaban ni un solo día sin que espías y saboteadores que trabajaban siguiendo
sus instrucciones fueran atrapados por la Policía del Pensamiento. Era el jefe supremo de un inmenso
ejército que actuaba en la sombra, una subterránea red de conspiradores que se proponían derribar el
Estado. Se suponía que esa organización se llamaba la Hermandad. Y también se rumoreaba que existía un
libro terrible, compendio de todas las herejías, del cual era autor Goldstein y que circulaba
clandestinamente. Era un libro sin título. La gente se refería a él llamándole sencillamente el libro. Pero de
todo esto sólo era posible enterarse por los vagos rumores que circulaban. Los miembros corrientes del
Partido no hablaban jamás de la Hermandad ni del libro si tenían manera de evitarlo (Orwell:1949,24-26).

Por eso, a pesar de que Orwell al examinar las posibilidades del totalitarismo valiéndose de los
ya vistos recursos de la ciencia ficción, llega a un mundo distópico por excelencia, donde al
parecer no hay salvación para el individuo, sigue estando viva la actitud de resistencia y
oposición, de inconformismo, de rechazo. Si se llegara a perder el sentido de la disidencia, si
finalmente se suprime por completo la voluntad y el pensamiento crítico, entonces no habría
totalitarismo, solo existiría El gran hermano y nuestro amor hacia él. Única realidad, ni siquiera
la muerte lo sería. Por tanto sin un trabajo de disidencia, 1984 tampoco existiría. Por eso la
historia de la novela recae sobre el drama de un individuo anónimo bajo un super Estado que se
inquieta y empieza a discrepar del orden bajo el que vive. La única forma de tratar el asunto del
totalitarismo y llevarlo hasta sus últimas posibilidades, era bajo una historia de disidencia, bajo
un acto de negación. Por tanto, el papel de la disidencia en 1984 es el gran papel, el que la hace
posible. Solo hay que ver cuáles son las características del Estado que describe Orwell. Todos
sus ministerios, todas sus políticas, todas sus acciones, lo que buscan es mantener la obediencia
de todas las personas, es mantenerlas en una condición de absoluta sumisión, suprimiendo la
voluntad y el pensamiento, evitando así que cualquier acto disidente surja. Resultado del
ejercicio del poder en función de sí mismo, El gran hermano existe para mantener un poder que
es amenazado en cada instante por la posibilidad de la disidencia. Así, Orwell no solo indagó en
las posibilidades distópicas de una realidad que ya existía en su mundo, sino también en las
posibilidades de prevenirlas, y al hacerlo llegó al corazón mismo de la naturaleza del
totalitarismo.

BIBLIOGRAFÍA.

1. CALVINO, Italo. “Homenaje a Orwell: Profeta moderno”. Revista Quimera, No.344 (julio
2012): Barcelona. Pp. 48-49.
2. ORWELL, George. 1984. Traducción Babel 2000. Madrid: Jorge A. Mestas, Ediciones,
2003.
3. HITCHENS, Christopher. “El viejo. Una crítica de Trotsky: el profeta armado; Trotsky: el
profeta desarmado; y Trotsky: el profeta desterrado, de Isaac Deutscher”. Amor, pobreza y
guerra. Traducción de Daniel Gascón. Bogotá: Debate, Radom House Mondadori, 2010. Pp.
63-74.
4. HITCHENS, Christopher. Cartas a un joven disidente. Editorias Anagrama. Barcelona, 2001.
5. PYNCHON, Thomas. George Orwell y el camino hacia 1984. Revista El Malpensante No.
48 (Agosto-septiembre de 2003).
6. SUVIN, Darko, Metamorphoses of science fiction. On the poetics and history of a literary
genre, Yale University Press, Londres 1979.

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