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COMISIÓN ESPECIAL DE GÉNERO Y EQUIDAD

(Sesión del día 13 de marzo de 2003)


(Asiste el profesor Gerardo Caetano)
SEÑORA PRESIDENTA (Barreiro).- Habiendo número, está abierta la sesión.
(Es la hora 15 y 15)
——La Comisión Especial de Género y Equidad tiene el honor de recibir al
profesor Gerardo Caetano. Esta invitación es el comienzo del estudio del
proyecto sobre participación política que vamos a empezar a considerar hoy.
La Comisión tiene interés en conocer la opinión del profesor Caetano en cuanto
a cómo mejorar la participación de la mujer, sobre todo en los lugares de
decisión y, en particular, cómo armonizar este proyecto -o el que aprobemos-
con nuestra legislación, sobre todo en lo relativo al interior. Queremos ver cómo
podemos armar algún proyecto de discriminación positiva acorde a nuestra
legislación.
SEÑOR CAETANO.- Antes que nada, quiero agradecer a la Comisión por la
invitación. No quiero abundar en esto, pero la considero como un honor y,
además, como un imperativo ciudadano.
El instituto que dirijo tiene una vocación de servicio, orientada a trabajar
con los poderes públicos y, en particular, con el Parlamento. Es decir, es
simplemente una continuidad de una vocación que hemos querido señalar.
He estructurado el planteo que deseo realizar en cuatro puntos
fundamentales. Primero me gustaría abordar, aunque sea sumariamente,
algunas nociones generales sobre el enfoque de género en la política
democrática y referir a algunas cuestiones que tienen que ver con
rediscusiones contemporáneas respecto a la ciudadanía y, en particular, a lo
que se ha dado en llamar desde ciertos paradigmas feministas y desde algunas
perspectivas de teoría democrática pura y dura, la política de la presencia, que
es la que fundamenta en buena medida estos planteos vulgarmente llamados
de cuotificación, no solamente referidos al género sino a la necesidad de
trascender situaciones de su representación y de algunas condiciones
particulares.
Luego me voy a referir expresamente al caso uruguayo, al proyecto
actual, con algunos enfoques históricos que tienen que ver con el asunto, para
terminar refiriendo a algunos lineamientos sobre la experiencia internacional y a
algunas percepciones sobre el contexto uruguayo más actual.
En primer lugar, entonces, voy a referirme a las nociones generales
sobre el enfoque de género en la política democrática. Es sabido que la
perspectiva de género se ha inscripto en los debates contemporáneos sobre
teoría democrática, reivindicando algunos de los ejes fundamentales. Su crítica
apunta, por ejemplo, a problematizar la noción abstracta, demasiado universal,
del concepto de ciudadanía, a rediscutir las fronteras entre lo público y lo
privado, a construir una teoría de los derechos que superen meras prácticas
compensatorias para establecer diseños de construcción de derechos y de
sentidos de pertenencia -a eso referimos cuando hablamos de ciudadanía- más
integrales y, al mismo tiempo, a historizar, a concretizar los enfoques de
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análisis cuando hablamos, concretamente, de cómo construir una política en
donde la igualdad de derechos no sea simplemente un señalamiento formal
sino una realidad que, por otra parte, como todo en la democracia, no se
termina de construir sino que se procesa y se construye históricamente.
También debemos advertir que estas pistas para una redefinición teórica
que la incorporación de la cuestión de género ha proyectado a los enfoques de
la ciudadanía no han terminado de articularse en términos de construcción de
propuestas alternativas completas. Es decir, estamos en presencia de un tema
muy debatido, no solamente en el terreno de los debates feministas sino -diría,
hoy más fuertemente- en el terreno de la activación profunda de la rediscusión
de la teoría democrática. En realidad, aquí estamos asumiendo un viejo tema
de la teoría democrática que hoy, de alguna manera, está siendo desafiado por
contextos contemporáneos. ¿Cuál es ese viejo tema? Cómo construir sentidos
de pertenencia y adjudicación de derechos que preserven la igualdad política,
la hagan plenamente efectiva, sin por ello desconocer las condiciones de
particularidad, la diversidad, la heterogeneidad, por ejemplo, de la noción
misma de ciudadanía. Este tópico de cómo articular diversidad cultural de
condiciones de origen con igualdad de derechos particularmente se pone de
manifiesto hoy en la renovación de la teoría democrática porque estamos ante
sociedades donde la tensión entre homogeneización y diversidad está muy
presente. Además, estamos ante sociedades que, por un lado, se fragmentan
-en algunos casos se pulverizan-, pero por otro, ante sociedades que están
fuertemente tensionadas por ejes de homogeneización.
Estamos ante un tema que no deberíamos percibir de un modo
restrictivo como la cuota femenina; estamos ante un tema mayor de la cuestión
democrática. La teoría democrática se está reformulando a nivel de los debates
teóricos y politológicos en relación a esta cuestión y no solamente en relación a
la subrepresentación femenina sino en cuanto a otros aspectos que están
desafiando los sustentos históricos de cómo construir ciudadanía. Ubicando el
tema en esta perspectiva, me gustaría destacar algunos tópicos.
En primer lugar, hoy ya es muy poco sostenible una noción homogénea
y universal de ciudadanía porque si partimos de esa noción universal y
genérica de ciudadanía, en realidad, estamos ignorando una historia que ha
planteado que bajo esa pretensión universalista hay hegemonías claras. En
este caso, muy concretamente, cuando hablamos de una ciudadanía neutra,
universal u homogénea, estamos hablando de una ciudadanía fuertemente
masculinizante. Y el caso uruguayo es particularmente señalado en esa
perspectiva, pero no es el único.
En teoría política y en teoría democrática estamos revisitando el tópico
de las relaciones entre ciudadanía, identidad y diferencia, en el marco de una
tensión entre reconocimiento de derechos individuales y concernimiento de
dimensiones comunitarias, y la demanda es cómo atender esa tensión entre lo
universal y lo particular atendiendo esto último sin dejar de recoger y de
proyectar enfoques universalistas.
En el Uruguay, históricamente tuvimos un modelo de ciudadanía que,
básicamente, se construía en dos dispositivos. Por un lado, una ciudadanía que
exigía el abandono de las condiciones de origen, de particularidad, fueran estas
religiosas, étnicas o de género. Por otro, pasar a integrar un "nosotros"
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supuestamente neutro que arrasaba esa noción de diversidad para sublimarla
en un "nosotros" fuertemente político céntrico y fuertemente homogéneo. Para
decirlo de manera más específica: era una noción de ciudadanía que
reclamaba el peaje de dejar de lado las condiciones de diversidad para ingresar
rápidamente en una esfera en donde lo político era considerado como un
concepto y como una categoría neutral, universal, homogénea, donde lo
general predominaba sobre lo particular, y lo público, muy fuertemente
asociado a lo político y a lo estatal, predominaba sobre lo particular.
Este modelo de ciudadanía tenía una ambigüedad radical. Por un lado,
tenía una proyección generosa, igualitarista, pero también tenía una pulsión
uniformizante. Era igualitarista, pero con un costo muy grande: cuestionaba las
nociones de equidad política, que era el peaje de la diversidad. Esto se vio
particularmente en la discusión sobre el tema de la ciudadanía y sobre el
ejercicio efectivo de la ciudadanía a nivel, por ejemplo, de los derechos
políticos y, sobre todo, a nivel de otro tipo de derechos, donde precisamente,
bajo esa pátina de universalidad, quedaban de lado situaciones en donde el
reconocimiento de la particularidad, de la diferencia, era absolutamente central
para un ejercicio efectivo de los derechos. Hoy sabemos que derecho que no
se ejerce, se pierde, y más allá de la forma, debemos intentar llevar a cabo en
la práctica la pretensión necesaria de universalidad -cuando hablamos de
política, nos referimos necesariamente a una demanda de universalidad, de
dimensión pública-, esa demanda legítima, que es intrínseca al ideal
democrático, reconociendo, aceptando y actuando en condiciones de
particularidad, que son centrales para el ejercicio pleno de la ciudadanía. Si no
logramos articular esto y no lo hacemos en clave histórica, no en una clave
ahistórica, sino en un contexto determinado, con matrices culturales
determinadas, con acumulaciones que nos preceden, pero que están
incidiendo sobre el ejercicio y la construcción de nuestra cultura democrática,
realmente, no vamos a estar construyendo igualdad política. Y no solamente no
vamos estar construyendo igualdad política, sino que supuestamente, bajo la
pretensión de hacerlo, vamos a estar sacrificando diversidad, particularidad,
precisamente, en un momento en donde el reconocimiento de esta noción de
identidad y de diferencia es absolutamente central para construir "nosotros",
para construir dimensión pública.
Esto nos lleva a la idea de que cuando estamos hablando de derechos
ciudadanos no podemos escapar al implícito de que estos derechos se
construyen y se ejercen en un proceso histórico. Los teóricos clásicos de la
democracia tenían, muchas veces, una proclividad histórica. Precisamente, la
contradicción de muchas nociones de igualdad que luego generaban, entre
otras cosas, prácticas de desigualdad, ha llevado fuertemente a reconocer la
necesidad de historizar estos procesos de adquisición de derechos. Y esto nos
ha llevado a nociones nuevas de ciudadanía, como son las nociones de
ciudadanía diferenciada, facultativa y, en particular, de construcción de
igualdades complejas. Hoy se parte de la base de que esa pretensión de
igualdad política, de igualdad legal, que siempre tiene implícita la idea de
construir ciudadanía, en primer lugar, es una noción que solamente puede
realizarse desde escenarios de igualdad compleja.
¿Qué significan esos escenarios de igualdad compleja de manera
concreta, vinculados, por ejemplo, a cómo resolver efectivamente la
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subrepresentación notoria de la mujer en el ejercicio pleno de sus derechos
políticos? A partir de lo que muchos autores han referido como la defensa de
una política de la presencia. ¿Qué dicen Anne Phillips y tantas y tantos otros?
Quiero señalar que esto no solo es defendido desde posturas feministas, sino
también desde teóricos democráticos que no tienen nada que ver con el debate
feminista o cuyo punto de anclaje no radica allí. El centro de esta reivindicación
de la política de la presencia apunta a construir mecanismos políticos que
asocien la representación justa con la presencia política y que logren cambiar a
nivel político, precisamente, prácticas de desigualdad manifiesta no a partir de
la asunción de perfiles esencialistas, no a partir de decir que el género es una
condición esencialista que debe ser incorporada también en clave esencialista
por la política. No; a partir de la base de que la construcción del género no es
natural, sino que es una construcción política y cultural que nunca termina de
construirse, del mismo modo que la democracia y que, precisamente, no puede
definirse teóricamente sino en el marco de una condición histórica. Esta idea de
la política de la presencia supone rediscutir una práctica democrática donde las
demandas de una mayor participación política no se resuelven solamente en el
plano de la política de las ideas, sino que requieren, justamente, una política de
la presencia de aquellos que no han estado presente, de aquellos que aun
estando presentes han sido invisibles y, sobre todo, de aquellos que, aun bajo
referencias de derechos que tendían a darles en el plano formal igualdad, no
han podido ejercerlas de manera efectiva. Me refiero, en lo que tiene que ver
con el debate del proyecto que nos asocia, a la concreción histórica de un
avance democratizador en términos graduales, procesuales, porque en esto no
hay victorias finales. Ninguna tarea democrática se construye de una vez y
para siempre; se construye históricamente en el marco de procesos y nunca
del todo. A partir de ese reconocimiento surge la idea de que no basta defender
esta noción desde el plano de las ideas, sino que es absolutamente
imprescindible plantear un pleito, una competencia, un conflicto que reconozca
en el centro la presencia de aquellos -de aquellas en este caso- que han sido
objeto de discriminación política.
Esta idea de la reivindicación de la política de la presencia -que entre
otros mecanismos supone la reivindicación de cuotificaciones, la mayoría de
las veces por períodos temporarios, tratando de dinamizar procesos históricos-
ha sido objeto de críticas. Por ejemplo, hay quienes plantean que la política de
la presencia fragmenta la dimensión pública y balcaniza la política reforzando
las nociones de identidad o de grupo de interés. Hay otros que plantean que
dificulta el ejercicio de la denominada "accountability", de la denominada
responsabilidad por el ejercicio de los derechos. Y hay quienes señalan que
puede fortalecer políticas estrechas de grupos basados en intereses,
debilitando esa necesidad de negociación permanente que implica la
articulación de síntesis de bien común, de síntesis pública.
Los argumentos que los defensores de la política de la presencia han
planteado frente a estas críticas recurrentes son básicamente los siguientes.
En primer lugar, para cuestionar con éxito convenciones culturales y políticas
históricamente dominantes no basta con debates ideológicos. Esta es una
lucha de ideas pero también de actores y, en particular, de aquellos actores
que han sido objeto de discriminación. No se puede hablar de igualdad en
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función de aquellos que deben reclamar la igualdad. Tiene que haber una
presencia efectiva de aquellos que son objeto de discriminación.
En segundo término, las políticas de la presencia reivindican la condición
básica de que toda construcción democrática implica negociación y
negociación implica diversidad de actores, por lo cual tienen una postura más
optimista en cuanto a que una discriminación positiva, en un período
temporario, lejos de cuestionar la necesaria negociación, la estimula. Tienen
una visión más optimista de lo que otorga el proceso político.
También plantean la necesidad de construir históricamente un ejercicio
de ciudadanía y señalan que muchas veces las críticas desde perspectivas
universalistas a esta política de la presencia, suponen no iniciar un proceso,
anticipando sus eventuales consecuencias. Es decir, no inician un proceso
tomando la peor versión de la dinámica que puede generar un proceso abierto.
A contradicción de esto que restringe a priori lo que ha de ocurrir en una
agenda política y que subestima la capacidad humana y política de negociación
y de compromiso en una construcción democrática, quienes defienden la
política de la presencia reivindican que lo más importante de cualquier
discriminación activa es iniciar una dinámica, un proceso histórico, congelarlo,
no establecer un resultado sino estimular desde la presencia un conflicto
articulador.
Estos teóricos de la ciudadanía que reivindican la política de la presencia
tienden a renovar una convicción que está en la base de la teoría democrática
clásica, que es la idea de que un orden democrático es un orden histórico, que
no se construye de una vez y para siempre y que siempre está y estará abierto
a incorporar conflictos articuladores en función de coyunturas. No se puede
construir de una vez y para siempre; no se puede construir de la misma manera
en cualquier lugar, cultura o circunstancia. La pretensión universalizante de
construir un orden democrático ideal muchas veces ha llevado a pretensiones
hegemonistas, a arrasamientos culturales, a defender históricamente como
universal lo que era, en el mejor de los casos, occidental y, en el peor,
noroccidental.
¿Qué nos presenta el caso uruguayo? He leído con detenimiento tanto el
proyecto que me han hecho llegar como la versión taquigráfica de la
comparecencia del Ministro de la Corte Electoral, profesor Rodolfo González
Rissotto, a esta Comisión.
Quiero hacer unos comentarios iniciales muy breves.
En primer lugar, me gustaría ratificar la percepción que el profesor
González Rissotto les señalaba respecto a que en el caso uruguayo estamos
en presencia de una situación de injusticia histórica. Sobre esto no voy a
abundar porque es largamente conocido por todos. El profesor González
Rissotto ha cuantificado esos estudios a nivel de algunos indicadores políticos
y si incorporáramos otros indicadores de representación colectiva de la mujer,
estaríamos en presencia de una ciudadanía que, bajo un discurso fuertemente
universalista e igualitarista, ha encubierto una situación de desigualdad y de
subrepresentación manifiesta.
En segundo término, este proyecto que está a consideración del
Parlamento, como se señala en la Exposición de Motivos, no es el primero. Hay
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algunos antecedentes importantes como las propuestas de Irma Lamana y de
Alba Cassina, presentadas en Legislaturas anteriores, y también la disposición
ya plenamente práctica dentro de uno de los partidos uruguayos, el Partido
Socialista, que ha incorporado la discriminación positiva a nivel de su
organización interna.
Sin embargo, me gustaría casi por deformación del oficio pero en forma
muy breve, registrar algunos ejes de este proceso histórico. En primer lugar, el
proceso histórico uruguayo plantea una discusión temprana de los derechos
políticos de la mujer. Antes de la sanción legal de estos derechos políticos en
1932, hay varios proyectos de ley -algunos incorporados en el Parlamento,
como el de Héctor Miranda, el proyecto Brum y la propuesta de Frugoni en el
seno de la Segunda Constituyente y otras- que llegan al trámite parlamentario.
Pero ya en el siglo XIX hay a nivel de los actores políticos y sociales
propuestas de ejercicio de los derechos políticos de la mujer.
En una perspectiva histórica y proyectada hacia América Latina
deberíamos decir que en Uruguay tenemos una incorporación realmente
precoz del tópico derechos políticos de la mujer y una sanción también
anticipada. No hay muchos países en la región que hayan podido consagrar
para la mujer derechos políticos en 1932 y derechos civiles en 1946. Sin
embargo, esta anticipación del debate como asunto público y de la sanción
legislativa de prácticas de consolidación de derechos ciudadanos, no se ha
acompasado a posteriori con un ejercicio realmente dinámico. Es decir, se
discutieron y se sancionaron derechos tempranamente, pero luego tuvimos un
largo hiato en donde el resto de los países -incluso latinoamericanos, pero
también europeos y norteamericanos- avanzaron, igualaron, pero siguieron de
largo en la discusión de asuntos vinculados con el ejercicio pleno de esos
derechos, mientras que en el Uruguay...
SEÑORA TOURNÉ.- El efecto Maracaná.
SEÑOR CAETANO.- Exactamente; el precio del éxito demasiado temprano.
Quiero señalar que esto no es un tema vinculado solamente a la
cuestión de los derechos femeninos sino también a otro plano. Por ejemplo, a
los planos de prácticas antirracistas, del reconocimiento de derechos de
diversidad cultural, de debates que tienen que ver con diversidad de
percepciones morales, de pluralismo cultural y moral, lo cual tiene mucho que
ver -repito- con el éxito simbólico impresionante de un modelo de concebir la
ciudadanía. Este es el modelo al que hacía referencia; un modelo muy
generoso, muy anticipatorio que, sin embargo, tenía un problema intrínseco,
que era la idea, la noción de que lo público era igual al Estado, de que no había
una dimensión pública no estatal, de que la dimensión pública debía
predominar y realizarse construyéndose contra lo particular y la diversidad, y
que ese principio universalizable era un principio que en el Uruguay se había
implantado de una manera categórica, en un plano de igualdad incontestada. Si
hoy ustedes recorren percepciones de opinión pública verán que los uruguayos
no se consideran racistas ni machistas, que tienen una autopercepción muy
elevada del ejercicio pleno de su condición democrática práctica, y que esa
autopercepción es extraordinariamente complaciente si la enfrentamos a un
cotejo exigente con la práctica real. Esto es particularmente efectivo cuando
incorporamos el discurso político. He leído con mucha atención -algo ya había
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leído, pero en esta oportunidad lo hice con una preocupación más específica-
lo que en Comisiones semejantes a esta o en organizaciones de la sociedad
civil vinculadas con la reivindicación de los derechos de la mujer han dicho los
candidatos presidenciales y algunas figuras de primer orden de los distintos
partidos uruguayos en su comparecencia previa a los últimos comicios. Quiero
advertir que todos esos candidatos de todos los partidos -todos ellos hombres-
tenían una percepción absolutamente complaciente -en algunos casos
increíblemente complaciente- respecto a la situación de la mujer en el ejercicio
pleno y efectivo de los derechos políticos y de otro tipo, evidenciando un
desfase enorme entre la percepción de esas figuras centrales de la política
uruguaya de los últimos veinte años y la situación de la realidad social efectiva.
Además, hay un desfase muy grande respecto a esa percepción
proveniente de las primeras figuras de todos los partidos y lo que la
investigación cada vez más focalizada -proveniente de las ciencias sociales-
decía más fuertemente respecto a la situación de injusticia en prácticas
ciudadanas de las cuestiones de género y a otras que hacían al núcleo del
debate sobre la ciudadanía.
También quiero señalar el desfase entre esa autopercepción
complaciente y el debate de organizaciones sociales no solamente nacionales
sino internacionales que en estos diez o quince años han tenido una
movilización muy fuerte y efectiva en esta dirección. Y también un desfase muy
grande respecto a lo que hoy se está debatiendo en términos de agenda
democrática en el mundo, lo cual nos plantea la identificación de un problema.
El elenco político, masivamente masculino, tiende a quitarle trascendencia y a
disminuir su percepción sobre la gravedad de la injusticia de las prácticas
ciudadanas vinculadas con las cuestiones de género, de manera muy flagrante.
Esto por lo menos a nivel de los principales dirigentes.
Este no es un tema nuevo en la historia política uruguaya, y es curioso
que la dinámica se haya detenido, porque en realidad esta cuestión, incluso de
la política de la presencia y de la discriminación positiva también en el Uruguay
y en el proceso legislativo, tuvo expresiones muy anticipatorias. Voy a citar una
entre muchas, que fue en ocasión del debate legislativo del proyecto de ley de
divorcio de Domingo Arena y Ricardo J. Areco, presentado inicialmente en
1911. Se trataba de un proyecto de divorcio por la sola voluntad de uno de los
cónyuges que luego -¡qué país aquél!- a propósito de conferencias del filósofo,
doctor Carlos Vaz Ferreira en la cátedra libre que tenía la Universidad de la
República, fue reformulado. Esta iniciativa derivó en un proyecto de ley de
divorcio por la sola voluntad de la mujer. Allí está la incorporación de las
conferencias de don Carlos Vaz Ferreira en un texto que recomiendo, más allá
de su dimensión polémica que está incorporada en la propia idea de un
proyecto de divorcio, que recoge una serie de debates, todos ellos legítimos y
en los que no hay una verdad revelada. Pero la idea que plantea Carlos Vaz
Ferreira enfrentando el proyecto de divorcio de Areco y Arena es señalar que si
se trata de igual modo a los que no son iguales, se amplifica la diferencia. Y
reivindica lo que él llamaba el feminismo de compensación contra el feminismo
de igualación. En aquella coyuntura el proyecto fue reformulado. También se
incorporaron en proyectos que se aprobaron o no, prácticas de discriminación
positiva a nivel de otros debates que en las primeras tres o cuatro décadas del
siglo se dieron en el marco de la discusión parlamentaria y política sobre
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construcción de derechos. Esto tiende a marcar esta paradoja: la anticipación
de un debate muy calificado hace cien años y la parálisis de ese debate sobre
teoría democrática fundamental y teoría ciudadana en particular en el último
medio siglo, precisamente, en momentos en que en el mundo y en el contexto
regional estos debates se volvían más presentes. En este sentido -no necesito
decirlo porque lo conocen muy bien- la experiencia internacional ha
incorporado -no sin polémica- esta dimensión de la política de la presencia -no
solamente en el terreno de los derechos políticos de la mujer sino en otros- en
países nordoccidentales y también en países de América Latina.
Concretamente les puedo facilitar artículos recientes respecto a esta
cuestión de la llamada cuota de género, que plantean la realidad
latinoamericana que señalan que países latinoamericanos como Paraguay,
Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Brasil y recientemente también Argentina, han
incorporado leyes de discriminación positiva de distinta índole en favor de
superar esta situación. Pero también partidos de muy diversa índole como los
que voy a citar: el Partido de la Unión Social Cristiana de Costa Rica, el Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, el Partido
Revolucionario Institucional de México, la Asociación Nacional Republicana -es
decir, el Partido Colorado del Paraguay- o el Partido de los Trabajadores del
Brasil también han incorporado de distinta manera propuestas y acciones de
discriminación positiva en favor de cuotas de género.
¿Qué es lo que plantea la experiencia internacional? En estos últimos
años, la experiencia internacional revela que este debate ha sido incorporado
en las agendas partidarias, en las agendas parlamentarias nacionales, en
función de una constatación: la distorsión del mercado político desregulado,
supuestamente neutral, que culmina en realidades de desigualdad muy
radicales entre participación política de hombres y mujeres. Muchos teóricos de
la ciudadanía y muchos teóricos y teóricas feministas resistían el tema de la
cuotificación, reivindicando precisamente otro tipo de alternativas. Pero
constatando la experiencia histórica y volviendo a la idea de que cuando
hablamos de derechos hablamos de historia de derechos y cuando hablamos
de construcción de derechos hablamos de un pleito no solo de ideas sino
también de actores, lo que expresa la experiencia internacional en los últimos
años es que "el mercado político, supuestamente neutral que no admite
regulaciones en función de visiones fuertemente universalistas, termina
consolidando y cohonestando prácticas sumamente injustas en términos de
ejercicio político pleno de los derechos entre hombres y mujeres".
En segundo lugar, hay un tema muy complejo que se ha planteado en
todos los casos en donde se ha incorporado la cuotificación femenina que es el
de la articulación de proyectos de esta naturaleza con los sistemas electorales
vigentes en cada país.
¿Qué es un sistema electoral? A mí me da cierto escozor animarme a
hablar cuando está presente el señor Diputado Pablo Mieres que es un experto
en la materia. Un sistema electoral -el señor Diputado me puede corregir-, lejos
de la visión determinista que supone que las reglas determinan a los actores,
es un conjunto de restricciones y oportunidades que son aprovechadas o no,
en términos de reglas de juego, por los actores. Esta visión tiende a
distanciarse de la determinación jurídica de los comportamientos políticos y del
ejercicio de los derechos; esa idea muy uruguaya, muy borbónica de que la ley
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construye la realidad, que la ley determina la política, esta ley que -a mi juicio
con error- supuso que el bipartidismo era solamente el producto de la
determinación jurídica de la llamada Ley de Lemas. Creo que la historia ha
revelado que no era así, es eso y muchas otras cosas más y que había
fenómenos de construcción compleja de culturas políticas que tendían a
explicar más eso. También se distancia esta perspectiva del sistema electoral
de la otra perspectiva que tiende a devaluar absolutamente el rol de las reglas
y que tiende a plantear que todo se define en el terreno de los actores y de una
cultura política absolutamente libre. No; las reglas de juego operan como
restricciones y oportunidades que son o no aprovechadas por los actores. Si
asumimos que un sistema electoral es básicamente esto, la política de la
presencia es absolutamente central para iniciar dinámicas. La política de la
presencia, por lo general, no se aplica para siempre. Los ejercicios en esta
tesitura siempre se construyen históricamente y plantean proyecciones
temporarias con el objetivo de iniciar dinámicas y procesos. No pretenden
sacarle a la política y a la historia lo que estas deben dirimir que es la
construcción histórica y política de derechos y pertenencias. Para que ello sea
efectivamente así, es necesario que haya actores y que estén discriminados.
Por eso, en cuanto a lo que indica la experiencia internacional, aun admitiendo
los problemas de implementación que sistemas electorales concretos plantean
en cada caso, en función de sus condiciones diferentes a la aplicación e
implementación de estos proyectos de cuotificación femenina, la idea es pensar
que tienen que asumir resoluciones concretas de proyecciones temporarias y
con la finalidad sustantiva de iniciar dinámicas y procesos.
Ustedes conocen bien el contexto del sistema electoral uruguayo; el
sistema electoral uruguayo es un sistema muy sabio en muchos aspectos y
tiende a complejizar enormemente la aplicación de una implementación de esta
naturaleza. Saben que en función del principio de la representación
proporcional, hay departamentos en donde prácticamente estamos hablando
de circunscripciones binominales. Allí, la implementación tal cual está
establecida en la ley no estaría asegurando una mayor presencia de
legisladores mujeres en el ejercicio de la política, en el ejercicio de la
implementación de la ley. Es muy desaconsejable, mucho más en un país
como el Uruguay. Jiménez de Aréchaga hablaba del edicto perpetuo de la
Constitución, ese conjunto de pautas que más allá del permanente reformismo
constitucional se han incorporado -más allá de sus debates- en un acervo
estatutario, en un acervo de pacto, en un acervo constitucional básico, que
tienen un grado de consenso muy amplio en la ciudadanía uruguaya. Uno de
esos elementos que, de acuerdo a Jiménez de Aréchaga a mi juicio con mucho
acierto, está incorporado en ese edicto perpetuo de la Constitución es el
principio de la representación proporcional. La prueba está que más allá de que
este ha sido un tema de debate legítimo en los últimos procesos de reforma
constitucional y en los últimos proyectos constituyentes que han prosperado o
no, este tema, que ha estado en la agenda siempre ha culminado con una
ratificación fuerte en la mayoría de los partidos y sobre todo en el cuerpo
ciudadano, respecto a la consagración, a la ratificación del principio de la
representación proporcional. En ese sentido, creo que no sería conveniente
alterar el principio de representación proporcional integral, para facilitar la
implementación de un proyecto de cuotificación femenina. Un teórico de la
política de la presencia tendería a decir que más allá de las adaptaciones que
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puedan hacerse, lo importante en la consagración de un proyecto como este no
es su traducción en el campo de los escaños legislativos en el corto plazo, sino
la señal política que configura y el proceso que inicia. También reforzaría -y
esto está incorporado en el proyecto- la idea de llevar a los partidos no
solamente al terreno de los poderes públicos -en este caso el Parlamento-, sino
a prácticas más exigentes de presencia, incluso con topes más exigentes y con
implementaciones más rigurosas que la propia flexibilidad del estatuto
partidario lo habilita.
En ese sentido, y en función de lo que está en juego, desaconsejaría
fuertemente alterar el principio de la representación proporcional -creo que no
está en el espíritu de nadie de quienes han defendido el proyecto de ley para
facilitar la implementación de la ley- y reforzaría la complementación que en el
propio proyecto se hace respecto a una progresiva mayor exigencia de
presencia a nivel de los partidos en los criterios de cuotificación.
No quiero extenderme más. Simplemente quiero terminar ratificando
ciertos elementos. Esta discusión es muy relevante en el momento actual de la
sociedad uruguaya. No la creo para nada inoportuna. Creo que es falaz el
argumento que seguramente aparecerá que tiende a plantear que el debate de
este tipo de cuestiones no se corresponde con la situación dramática que pasa
el país, en el incumplimiento de otros derechos centrales que las dificultades
económico-financieras del país han generado. Realmente, es un argumento
muy inconsistente, que ojalá no aparezca pero que seguramente aparecerá.
Por el contrario, creo que es muy oportuno, porque me parece que muchas
cosas que le han pasado al Uruguay en los últimos años, más allá de
banderías político partidarias y de perspectivas ideológicas, pero sobre todo el
giro de época en el cual estamos insertos, que tiene que ver con esta gran
conmoción que estamos viviendo a nivel internacional y regional nos está
convocando a discusiones más radicales, más profundas; nos está convocando
a renovar la discusión de pactos fundamentales que muchas veces, sobre todo
en países con cierto grado de autocomplacencia como Uruguay, se creen
zanjadas, cuando el pacto siempre es objeto de una discusión. El pacto
democrático y el pacto de ciudadanía siempre están abiertos a la discusión, en
particular en momentos donde el agotamiento de viejas ideas se vuelve
manifiesto y la necesidad de incorporar procesos de innovación se vuelve más
señalada. A este respecto, creo que lejos de ser inoportuna, esta demanda de
derechos, este proyecto que hace cuestión a ciudadanía y a derechos llega
justo y tiene que estar inscripto en un proceso donde, justamente, el gran
tópico es rediscutir esos pactos fundantes de nuestra construcción
democrática, que refieren al pacto para el disenso, al pacto de reglas, al pacto
de los que no piensan igual pero que tienen que acomunar ciertos elementos
básicos que hacen al ejercicio de la convivencia.
En ese sentido, ese tipo de pactos no exigen unanimidades. Más bien,
las descartan. No hay pactos efectivamente democráticos que supongan
unanimidad, pero sí requieren lógicas que no sean mayoritaristas. Cuando
estamos hablando de pactos tan fundantes como este se requiere la
comparecencia de diversos, de voces diferentes, de actores que en muchos
otros planos, legítimamente en el juego democrático, no piensan lo mismo.
Creo que no estamos lejos de construir consensos importantes en esta
dirección. Quiero dejar constancia -ya lo he dicho públicamente- que creo que
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la experiencia de la bancada femenina en esta Legislatura ha sido muy
positiva, venciendo ciertos prejuicios que inclusive en el terreno académico se
tenía respecto a este tipo de prácticas a las cuales se acusaba de corporativas,
de eludir la dimensión pública de los debates. Por el contrario, creo que la
experiencia de la bancada de mujeres en la última Legislatura uruguaya prueba
que en la práctica política cotidiana se puede incorporar, no sin tensiones ni
problemas, pero de manera efectiva, justamente lógicas ciudadanas diversas,
que en algunos casos permitan cortes transversales que tienen que ver con
condiciones de dimensión particular, de pertenencia particular, y que eso no
inhibe luego una plena participación en los plenarios de asuntos que son de
todos. No creo que el tema de género sea un tema de mujeres, sino de
hombres y mujeres. Habremos avanzado muchísimo cuando los debates de
género tengan auditorios donde haya tantas mujeres como hombres. La
realidad nos indica que la sensibilidad respecto a las dimensiones de las
demandas de género es mucho mayor en las mujeres que en los hombres,
porque la discriminación ha sido evidente.
Por eso, y con todos los resguardos del caso, y admitiendo que este es
un tema polémico, creo que en el Uruguay están dadas las condiciones para
una aplicación sensata, moderada -en el mejor de los sentidos-, pero que sobre
todo tenga la gran virtud de iniciar procesos de un proyecto como el que está
planteado que, por cierto, es un proyecto abierto a la discusión, que
seguramente será enriquecido en el trámite parlamentario, pero que es un buen
punto de partida para discutir.
SEÑORA PRESIDENTA.- Realmente, nos ha dejado impactados. Hay que
estudiar y tratar de reproducir, aunque va a ser bastante difícil con esta claridad
y brillantez, todos estos pensamientos.
Quisiera que esto no quedara entre nosotros sino que amerita que más
adelante, cuando esté un poco más madurado el proceso de esta ley, en los
próximos dos meses -no mucho después-, pudiéramos contar con su presencia
para una exposición abierta al público. Vamos a hacer lo posible para que no
sean solo mujeres las que concurran, sino todo lo contrario. Esto no es siempre
así, y depende de los ámbitos.
En 1997 o 1998 participé en Nueva Delhi en una conferencia de la Unión
Interparlamentaria, cuyo título era "Hacia una asociación amigable entre
hombres y mujeres en política". Creo que eran 101 hombres y 99 mujeres
representantes de todo el mundo. Fue muy reconfortante ver que algunos
países habían mandado hombres, y no ocupando lugares de mujeres para
plantear la posición contraria, sino que las mejores posturas -y no siempre las
mujeres tienen las mejores posturas- estaban dadas por parlamentarios
hombres, sobre todo de países europeos pero también de algún país
americano. Así que no pierdo la esperanza de que aquí también se dé.
SEÑORA ARGIMÓN.- En lo personal, quiero agradecer la presencia de
Gerardo Caetano y, en honor a la lealtad, especialmente a mis compañeras de
Comisión, debo decirles que previo al inicio de este debate pedimos una
entrevista con él, porque para nosotros era muy importante conocer su opinión
ante la cercanía del inicio del tratamiento legislativo de un proyecto de estas
características, en virtud de ser alguien de referencia, especialmente en el
ámbito político partidario.
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Para nosotros es una satisfacción tenerlo hoy aquí, pero nos parece
importante, fuera de todo formalismo, y para que conste en la versión
taquigráfica, que desde siempre estuvo dispuesto a acompañarnos con su
consejo y con la experiencia que le da, entre otras cosas, haber estudiado
científicamente este tema, lo que para nosotros es un aporte muy importante.
Sabemos que este tema recién se inicia, y desde el punto de vista científico va
a dar mucho insumo para la interna del Instituto de Ciencia Política, porque
esto, en perspectiva, recién va a poder evaluarse en un proceso histórico
dentro de unos años. Nos parece bien interesante que esto sirva para que, en
perspectiva histórica, el Instituto tenga elementos de evaluación, no solo para
que se maneje lo que sucede en la interna legislativa con un proyecto de estas
características, sino -lo que nos parece más importante- por los insumos que
vamos a poder proporcionar en las internas partidarias.
Desde que se tomó conocimiento en las internas de que se iba a tratar
un proyecto de estas características que, seguramente, sería aprobado en la
Comisión parlamentaria que lo tiene a estudio, y con riesgo de ser también
aprobado en el plenario, pensamos que lo bueno era conversar acerca de lo
que va a ser la reacción de las estructuras políticas, que ya empieza a darse y
que tendrá distintas dinámicas. Se darán procesos que incluirán la unión de las
mujeres enfrentadas a sus dirigentes locales y reuniones de mujeres que se
enfrentarán a las estructuras, y una forma distinta cuando, por ejemplo, se
empiece el debate de la condición de la mujer y de la democracia en términos
de equidad en la propia Comisión Nacional Programática, específicamente, en
la Comisión Nacional de Mujeres.
Hace instantes el profesor Caetano nos hablaba de las perspectivas
históricas y de los diferentes posicionamientos que frente a este tema se dieron
y se van a dar y, de alguna manera, hoy estamos llegando a un punto
culminante de un proceso iniciado en la misma apertura democrática. Ojalá
pudiéramos llegar a concretar esta idea para que las próximas generaciones
evalúen lo que en algún momento se hizo con los formidables aportes de la
generación del novecientos, desde la Comisión Nacional Programática de las
Mujeres, pasando por la bancada femenina y hasta la movilización interna en
las estructuras partidarias durante este proceso, que es muy interesante y
diferente a lo que pudo haber sucedido en años anteriores.
Como dijo el profesor Caetano, estamos pasando por momentos muy
removedores. Por eso es que, hoy por hoy a las mujeres políticas de los
distintos partidos seguramente no nos va a importar que salgan editoriales
fabulosos en contra en diarios, o encuestas de opinión que digan sí o no; nos
da lo mismo porque, precisamente, se está dando un proceso muy rico en las
internas donde las mujeres estamos posicionadas en una estructura diferente.
Además, hemos visto dentro de las estructuras políticas partidarias un proceso
diferente al que esperábamos que se diera respecto no de la participación de la
mujer -porque la mujer ya participa de la estructura-, sino del acceso a los
lugares donde definitivamente queremos estar legítimamente y que, por el
manejo de códigos diferentes, mayoritariamente aún no hemos sabido cómo
ingresar a esos lugares. Hemos dado algunas batallas pero, de pronto, con
estrategias diferentes a las que culturalmente la estructura acepta o con
códigos diferentes a los que se está habituado dentro de una estructura
política.
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Como ha dicho la señora Presidenta, seguramente esta no va a ser la
única vez que vamos a pedir al profesor Caetano que nos acompañe. Me
parece importante que quede registrado el proceso que las mujeres políticas
uruguayas en las internas de los partidos estamos iniciando con este proyecto
por parte de quienes tienen la magnífica capacidad de hacer una observación
científica y académica de estos procesos políticos interesantes que estamos
viviendo y que, muchas veces, son objeto de columnas en semanarios o en
diarios, y que hacen a la realidad de la construcción democrática.
SEÑOR MIERES.- El planteo del profesor Caetano ha sido muy rico y nos va a
permitir manejar un conjunto de fundamentos mucho más sólidos para el
análisis de este tema. Hay toda una discusión en cuanto a cómo el pluralismo
se expresa en las diferencias y, en cierto modo, hay una cuestión básica de
que no todas las diferencias pueden ser debidamente reflejadas en la
representación política; ese es el asunto que, en definitiva, va a ser el punto
neurálgico de la polémica. No va a faltar quien diga: "¿Por qué no los jóvenes,
las etnias, las regiones?"
Históricamente, Uruguay ha tenido dos criterios donde tuvo un gran
respeto por las diferencias. Uno es el ideológico, el político, lo que el profesor
Caetano denomina la representación proporcional integral. Esta es una
prioridad, una seña básica. Y el otro refiere a los departamentos, la referencia
regional o identidad local, pero siempre priorizando en la legislación electoral lo
partidario por encima de lo departamental. Entonces, acá emerge una tercera
referencia de diferencia a ser consagrada en lo político que creo es muy
pertinente. Yo ya lo había dicho en otra reunión que podríamos discutir algún
detalle del proyecto -tengo algunas dudas sobre ciertos aspectos-, pero en
términos generales, la postura propia y de mi partido es favorable a consagrar
una norma legislativa que de alguna forma dé garantías -como bien dice el
profesor Caetano- de postulación de candidaturas.
Este texto no tiene las mismas garantías en términos de reflejar el
resultado de la composición parlamentaria porque en lo que estamos
avanzando no es en una garantía de resultados sino en una garantía de
postulación que, de todos modos, es mucho. La garantía de resultados podría
existir, inclusive, sin alterar el principio de la proporcionalidad pero sería una
cuestión bastante compleja y, diría, difícilmente se podría lograr la misma
correlación de fuerzas que se puede llegar a lograr con este proyecto.
Principios tienen las cosas y por aquí hay un avance significativo.
Hace muchos años conocí, aunque no en profundidad, pero
razonablemente bien, la experiencia de aquellos países que introdujeron el
mecanismo de la promoción de la participación política de la mujer y de sus
resultados. Hace poco nos llegó a todos a través de la Unión Interparlamentaria
Mundial -por lo menos llegó a mi correo- la situación de la participación
femenina en los parlamentos del mundo. Allí encontramos una correspondencia
directa, absoluta, entre los países que establecieron un sistema de cuota por
vía legislativa y aquellos que hoy tienen la representación femenina más alta,
que son los escandinavos. En los seis primeros lugares hay cinco países del
norte de Europa, y en los diez primeros lugares están los escandinavos y
también aparecen Holanda, Alemania, Bélgica, es decir, los países que
realmente han tratado el tema con más preocupación e interés, y que le han
dado más importancia.
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Creo que la apuesta vale y que esto es el inicio de un proceso donde
obviamente vamos a escuchar muchas opiniones para después dar una
discusión en la Comisión y por último en el plenario. Me parece que el planteo
que hace el profesor Caetano es muy rico en términos de fundamentos que
ayudan a defender y desarrollar la postura que se está planteando en este
proyecto de ley.
SEÑORA PERCOVICH.- En primer lugar, quiero reivindicar que esta iniciativa
no hace otra cosa que recoger el proyecto de Alba Cassina y de Irma Lamana,
agregando lo de los partidos políticos, tomado de la experiencia del Partido
Socialista. No quisimos innovar, precisamente, porque considerábamos que
había que respetar las características culturales electorales del Uruguay. Solo
introdujimos esto, que nos pareció el mínimo para lograr el inicio de ese
proceso.
Sin duda, se podrían lograr cosas más efectivas, pero meternos en una
discusión más complicada alejaría muchos de los acuerdos básicos que
podemos lograr en el interior de nuestros partidos políticos con relación a los
temas electorales. Obviamente, sabemos que en el interior difícilmente haya
una representación femenina si las listas no las encabeza una mujer. Un
porcentaje muy importante de las mujeres que tenemos en el Parlamento han
encabezado listas en el interior. Eso forma parte del trabajo que tenemos que
hacer en nuestros partidos políticos para que las mujeres se animen a abrir
listas, encabezándolas. Si bien es otro tema, quiero decir que nos parecía que
esto mejoraba esa proporcionalidad, porque por lo menos en el Senado y en
Montevideo, que es donde hay más representación, aumenta un poco la masa
crítica y se acerca un poco a algo más democrático.
SEÑORA PRESIDENTA.- A fin del año pasado, junto con las señoras
Diputadas Argimón y Rondán y la señora Senadora Xavier, participamos en un
encuentro de legisladoras del MERCOSUR que, precisamente, se llamaba: "La
ciudadanía y los procesos de participación.- Nuevo contrato social desde una
perspectiva de género". Es decir que este concepto de un nuevo contrato social
ya está implantado a nivel del MERCOSUR.
Me parece importante que ustedes estudien esto. Hace unos días hablé
con Niki Johnson, que vendrá el próximo jueves, y con algunas de las
licenciadas que están en este equipo de investigación de género y político para
ver cómo salvar lo que para mí es el problema más importante, que es el de los
departamentos del interior. Entonces, me parecería importante que esto rigiera
para el Senado, la Junta de Montevideo y las direcciones partidarias, y que se
planteara algún matiz distinto para los departamentos del interior. El doctor
José Pedro Montero, quien estuvo participando en la legislación de Ecuador,
me proporcionó un ejemplo. Ellos tienen alguna particularidad; tengo la ley en
mi poder, pero todavía no la he terminado de estudiar. Me parece importante
buscar ejemplos de cómo vencer esa dificultad.
SEÑOR CAETANO.- Agradezco muchos de los conceptos vertidos.
Nuestro Instituto de Ciencia Política tiene un área de Género y Política.
Esta es una experiencia nueva y también está revelando la voluntad de superar
este tema en el terreno académico -que por cierto no esta exento de prácticas
masculinizantes y machistas-, incorporando en la agenda temas que durante
mucho tiempo han estado insólitamente ausentes en nuestra academia.
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Además, esta área de Género y Política cruza sus actividades con un área de
Ciudadanía que, precisamente, está tratando de debatir e investigar cuestiones
de ciudadanía en una perspectiva muy amplia. Desde esa perspectiva,
nosotros ofrecemos con toda generosidad el concurso de nuestros
investigadores e investigadoras, muchas de las cuales se han doctorado en
temas afines a estos y tienen una bibliografía muy actualizada -que también
ofrecemos- al respecto.
En este sentido, quiero poner a disposición del Parlamento -ya
trabajamos aquí a nivel de capacitación de funcionarios y de otros proyectos- el
trabajo de nuestros investigadores e investigadoras vinculado con las áreas
Género y Política, y Ciudadanía, y también a nuestros técnicos más calificados
en cuestiones de sistema electoral. Por otra parte, el señor Diputado Mieres es
un especialista, ¡utilícenlo!
Por otra parte, obviamente que en este terreno, como en muchos otros,
el pluralismo de opiniones también existe en la academia, y es muy bueno que
así sea. A lo que apostamos tanto en este como en muchos otros temas es a la
convicción de que si tomamos la mejor versión de los argumentos de quienes
opinan distinto, vamos a poder calificar la discusión, y en una democracia,
cuando la discusión realmente se califica desde la mejor versión de quienes
opinan diferente, los resultados son mejores. Por eso, les señalo que es muy
importante que convoquen a quienes opinan distinto respecto a estos temas.
Además, me parece que en este tipo de proyectos, tan importante como
la consagración de leyes es la función que puede cumplir el Parlamento en
términos de persuasión ciudadana, de provocación ciudadana. Por eso,
realmente creo que este es un debate muy relevante y que tendría que
realizarse por todo lo alto, y para ello ponemos nuestro Instituto a disposición
de ese servicio.
El señor Diputado Mieres señalaba un aspecto que es crucial. La señora
Johnson les va a traer mucha bibliografía expresamente referida y una
clasificación, y vamos a incorporar las distintas modalidades que frente a este
tipo de problemas se dan en el mundo, porque hay una batería de propuestas
concretas que son muy diversas.
En este sentido, hay una clave que ustedes recogen con mucha
sensatez y es algo que tiendo a respaldar muy fuertemente: no hay soluciones
"urbi et orbi"; no hay recetas. Hay algo que sí parece plantear la experiencia
internacional de manera muy concreta: que en aquellos países donde se ha
aplicado la cuota, el crecimiento de dinámicas que tienden a reforzar la
participación política de la mujer en cargos relevantes es notoria. Son procesos
históricos, procesos de construcción. Celebro mucho el relato de la elaboración
de este proyecto porque me parece que es el camino adecuado, dada nuestra
cultura política y la forma de nuestros consensos culturales básicos: el camino
de incorporar las acumulaciones realizadas y de avanzar desde ellas, no para
hacer una especie de reivindicación "per se" de un gradualismo vacío sino para
otorgar a estos procesos su dimensión histórica. La ley no va a resolver el
problema de fondo. No hay ley que se saltee la política y la historia, pero puede
ayudar a estimular procesos y dinámicas. En ese sentido, creo que es muy
importante.
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Entre los proyectos de ley que circulan en el mundo y aún en América
Latina, algunos han optado por otras soluciones. Por ejemplo, hay proyectos
que han optado por trabajar con distintos formatos en garantía de resultados
antes de que en garantía de postulación. Tiendo a pensar que en el caso
uruguayo, el camino iniciado de empezar con garantías de postulación antes de
consagrar garantías de resultados, es no solo políticamente más sensato y
conveniente sino que va a tener una capacidad de persuasión social y cívica
mucho mayor. Por ello va a desatar una dinámica política mucho más íntegra.
Por otra parte, fortalece extraordinariamente los argumentos frente a los
contraargumetnos más clásicos. Desde una opinión académica y también
cívica, creo que la opción que ha tomado el proyecto de garantías de
postulación antes que de garantías de resultados es correcta. Del mismo modo,
me parece correcto reivindicar que este proyecto recoge ese legado y el de
prácticas partidarias específicas.
Por último, efectivamente en el terreno del articulado hay un conjunto de
recomendaciones, de ajustes que se pueden realizar. Sobre la base del modelo
incorporado, se pueden analizar las posibilidades o modelos de simulación, por
decirlo de algún modo. Voy a trabajar con la señora Johnson y con otras
investigadoras e investigadores del Departamento en ese sentido. Lo que
podremos acercar en la próxima sesión es una batería de los distintos formatos
de solución en el mundo y en la región -especialmente en el problema complejo
de articulación con los sistemas electorales-, tanto a nivel de elección de
Poderes públicos como de autoridades partidarias. Son dos campos
discernibles, a pesar de que son muy articulados. También les alcanzaremos,
no en términos de propuestas -lo que sería absolutamente impertinente- sino
en términos de reflexión abierta, una serie de posibilidades, formatos, modelos
de ajuste en torno a algunos aspectos específicos del proyecto.
Agradezco mucho la invitación y estoy a las órdenes para que nuestro
Instituto, dentro de la Academia, pueda configurarse como promotor de foros a
este nivel para colaborar con la Comisión.
SEÑORA PRESIDENTA.- Agradecemos mucho la presencia del profesor
Gerardo Caetano.
Se levanta la sesión.
(Es la hora 16 y 34)

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