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Henri Lefebvre y el affaire Nizan.

En su Aventura de la filosofía francesa, una suerte de continuación del Pequeño panteón portátil,
Alain Badiou sostiene que en la historia del pensamiento (occidental) se han constituido tres
momentos filosóficos que han operado, en sus presentes, como proyectos programáticos tanto en
un orden epistemológico como político y, en nuestros presentes, como sistemas de referencias
conceptuales. La filosofía de la Grecia clásica, el idealismo alemán y la filosofía francesa del siglo
XX, conforman para Badiou una cosmovisión que, en última instancia, hegemoniza el sentido de la
práctica filosófica. Esta última experiencia habría comenzado en 1943 con la publicación de El ser y
la nada de Jean-Paul Sartre, y se extendería de manera continua hasta la publicación de ¿Qué es la
filosofía? de Felix Guattari y Gilles Deleuze en 1991. El subtexto de la hipótesis de Badiou supone
dos dimensiones bastante conflictivas: primero, la exclusión en su genealogía de la experiencia
filosófica de la edad de oro del islam y de la filosofía latinoamericana; y, segundo, la identificación
de un proyecto crítico «nacional» con un corto siglo XX en el que bien podría sostenerse que el
psicoanálisis, el giro lingüístico y, por supuesto, el marxismo, disputaron con bastante éxito la
construcción de un horizonte analítico que incluyera dentro de sí la posibilidad de la crítica y la
contradicción.

Ahora bien, dejando de lado estas críticas posibles a la hipótesis de Badiou, el problema que aquí
nos interesa es la exclusión de Henri Lefebvre de la experiencia de la filosofía francesa en el siglo
XX. Los nombres que conforman los márgenes del proyecto crítico francés no se limitan a priori ni
temporal ni disciplinariamente, sino a partir de los que Badiou entiende como un marco
comprensivo común. Gaston Bachelard nació en 1884, Jacques Lacan en 1901 y Claude Lévi-
Strauss en 1908 y, Philippe Lacou-Labarthe, el más joven de la experiencia, en 1940. La
demarcación de Badiou en este sentido es bastante clara, pues aquí filosofía no significa una forma
específica de reflexión disciplinada en el sentido paradigmático de Kuhn, sino una manera o, más
bien, un modo de aproximación a la realidad con ejes programáticos bastante precisos.

Lo que constituye a la aventura de la filosofía francesa como una experiencia unitaria radica en
«un programa de pensamiento. Los filósofos son sin duda muy diferentes, y el programa, tratado
con métodos a menudo opuestos, propone al final realizaciones contradictorias. Podemos no
obstante determinar el elemento común que se refracta en esas diferencias y contradicciones», es
decir, «no las obras, no los sistemas, tampoco siquiera los conceptos, sino el programa. Cuando la
cuestión programática es sólida y se la comparte, estamos ante un momento filosófico
caracterizado por una gran diversidad de medios, obras, conceptos y filósofos» (p. 22). Aquí
Badiou distingue seis puntos programáticos –diferentes de los momentos griego y alemán– que
coordinan o conforman los márgenes y fundamentos de la experiencia filosófica.

Primero, «no oponer más el concepto a la existencia, terminar con esta separación», segundo,
«inscribir la filosofía en la modernidad, lo cual quiere decir sacarla de la academia, hacerla circular
por, la vida. Modernidad sexual, artística, política, científica, social: es preciso que la filosofía parta
de todo esto, se incorpore y se impregne de ello», tercero, «abandonar la oposición entre filosofía
del conocimiento y filosofía de la acción» (es decir, superar la dualidad kantiana), cuarto, «situar
directamente a la filosofía en la escena política sin pasar por el rodeo de la filosofía política^
inscribir frontalmente a la filosofía en la escena política», quinto, «retomar la cuestión del sujeto,
abandonar el modelo reflexivo y discutir entonces con el psicoanálisis, rivalizar con él y obrar tanto
como él, si no mejor, en lo que atañe al pensamiento de un/sujeto irreductible a la conciencia» y,
sexto, «crear un nuevo estilo de exposición filosófica, rivalizar con la literatura. En el fondo
inventar por segunda vez, después del siglo XVIII, al escritor-filósofo» (p. 24).

Cualquier lector de Lefebvre notará que cada uno de estos puntos programáticos son abordados
explícitamente ya desde El existencialismo de 1947, donde la interpretación crítica de Bergson y
Brunschvigc marca el ethos inicial del proyecto lefebvreano en la Sorbona junto a Georges Politzer
y Norbert Guterman.

Por supuesto, no se trata de adecuar la propuesta de Lefebvre a la hipótesis de Badiou, sino de


abordar su ausencia en la genealogía de la aventura de la filosofía francesa desde una dimensión
más transversal, digamos, preguntándonos por qué Lefebvre no solo desaparece de esa exposición
histórico-filosófica en particular, sino también de una parte importante de los debates «franceses»
posteriores también.

Aun hoy, los esfuerzos históricos y filológicos de Rémi Hess han sido insuficientes y la reinserción
de Lefebvre en Francia ha sido lenta y tardía si se la compara con el mundo anglo e
hispanohablante. En el mundo francófono, Lefebvre aun parece ser un nombre más o menos
barrado y tachado, cuando no excluido. Si bien esta ausencia puede ser abordada y explicada
desde múltiples dimensiones, en este trabajo analizaremos un aspecto político particular que
estriba en el llamado «affaire Nizan». Un conflicto que marcó por décadas la fiabilidad de la
palabra pública de Lefebvre: un aspecto en absoluto irrelevante para un pensador que comenzó
muy tempranamente su militancia en el uso público de la razón y en la argumentación como
convencimiento.1

Paul Nizan nació en 1905 en Tours, en el valle de Loira. Ya en el Lycée Henri IV de Paris forjó una
amistad con Jean-Paul Sartre que durará toda su vida y que, además de ser un hecho anecdótico,
sería determinante para el decurso de la recepción (y defensa) de su obra y figura. En 1924 se
matricula en la École normale supérieur. Ese mismo año militó en los Camelots du Roy, la filial
juvenil de la organización realista Action française y, al año siguiente, firmó por Le Faisceau, el
partido fascista francés conducido por Georges Valois. Relativamente convencido del potencial
revolucionario de un nacional socialismo, Nizan viaja a Italia donde se desencantó rápidamente de
la influencia de Mussolini a la vez que se acercó a posiciones más explícitamente comunistas al
identificar la revolución con la resistencia de contadini y partisanos en el sur. Los años 1926 y 1927

1
los dedica a la docencia particular en el protectorado británico de Adén (Yemen) y, tras su regreso
a París, comienza a militar en el Partico Comunista Francés. Allí como a Henri Lefebvre, y como
muchos militantes comunistas, deja el partido en 1939 tras la firma del pacto de no agresión
Ribbentrop-Mólotov. Ese mismo año fue movilizado al frente occidental, muriendo en la batalla de
Dunkerque.

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