Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I. El mercado de la vivienda.
Los guetos verticales responden explícitamente a los ritmos del mercado inmobiliario; que en el
caso de Chile responde al principio “al mercado lo que es del mercado”. En un escenario histórico
de desposesión y de privatización de los derechos sociales logrado en más de un siglo de
movilizaciones, la vivienda privada y social hoy carece de un sentido que no sea el de la
desideologización de la política y de la despolitización de la gestión administrativa de la
urbanización.
El año 2002, el programa Chile-Barrio, del Ministerio de la Vivienda y Urbanismo del Gobierno de
Chile, delegó en el arquitecto Alejandro Aravena la responsabilidad de regularizar una toma de
terreno en Iquique (Región de Tarapacá), el mismo Aravena que luego se adjudicaría el Premio
Pritzker (2016), y también el Gothenbug por desarrollo sustentable (2017). El proyecto de Aravena
y su equipo, Elemental, consistió en la regularización habitacional de casi 100 familias de la Quinta
Monroy a partir de la construcción de viviendas autónomas familiares de 30m2.
Esto no fue siempre así. Desde comienzos del siglo XX el movimiento de pobladores en Chile logró
avances tanto en términos de acceso a la vivienda como en términos de calidad material de los
espacios habitacionales. Especialmente en el periodo 1958-1973, el movimiento de pobladores tuvo
un avance cuantitativo y cualitativo que implicó modificar el modelo de desarrollo urbano a nivel
estructural. Aquí, no pretendemos nada más que mostrar a modo general, como trazos en un lienzo
siempre inconcluso y con sus propias contradicciones, una escena específica de los proyectos de
urbanización que se llevaron a cabo en Chile más allá de los límites de un imaginario social de la
vivienda transida por las dinámicas del mercado inmobiliario y el costo del suelo.
La fábrica de “Gran panel soviético” inició sus trabajos de producción a comienzos de 1965 –
estratégicamente en el Reparto de San Pedrito, Santiago de Cuba– para la reconstrucción de las
provincias orientales. Doce años después del paso del ciclón Flora, había en Cuba más de veinte
fábricas análogas repartidas a lo largo de la isla. Las fábricas cubanas tuvieron un recorrido propio y
diverso en gran medida porque ya desde antes de la Revolución las propuestas de viviendas sociales
de Antonio Quintana y José Novoa mostraron su eficacia al no necesitar ningún tipo de maquinaria
pesada para la construcción. Esa eficacia fue la que popularizó al sistema “Novoa” en México,
Honduras y Nicaragua (fue justamente a propósito de Nicaragua que tras la Revolución se le
conociera en Cuba como sistema “Sandino”, utilizado especialmente en la construcción de escuelas
rurales). En 1969, un grupo de estudiantes de arquitectura, coordinado por Fernando Salinas, sería
premiado por sus paneles Multiflex en el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos de
Buenos Aires. Desde comienzos de los 70 operó en Cuba el Centro Técnico para el Desarrollo de
los Materiales de Construcción y, por los mismos años, proliferaron otros sistemas de construcción
gracias a la incidencia de la ingeniería yugoslava y húngara. Las fechas y los países de este
contexto, cubano y global, no son fortuitos ni decorativos.
(Distrito José Martí en Santiago de Cuba, 1970. Fuente: REBELLÓN, Josefina. Arquitectura y desarrollo
nacional. Cuba 1978. 1a ed. La Habana, Editorial CEDITEC. 1978)
Para 1970, el sistema KPD había entrado en un transversal desuso técnico y desprestigio político
tanto en Cuba como en Europa. La necesidad de una reconstrucción acelerada y a bajo costo de la
Europa de posguerra supuso un vertiginoso proceso de competencia entre fábricas especializadas en
espacios habitacionales. En 1948, Raymond Camus patentó su sistema de paneles (que luego
vendería a Rusia bajo el nombre de I–464 en 1956) que, tras asociarse con la fábrica Coignet, lo
posicionaría de manera nada despreciable en la reconstrucción de Europa central. De la eficacia del
sistema inaugurado por Camus no hay dudas. Sólo en la Unión Soviética posibilitó la construcción
de, literalmente, millones de viviendas sociales. A nivel técnico y económico, el sistema Camus–
KPD aceleró la competencia internacional que vio surgir propuestas análogas y cada vez más
eficientes en Inglaterra, Dinamarca y Suecia. Sin embargo, sostiene Jean–Claude Croizé, las
construcciones erigidas por “el sistema Camus y sus análogos contemporáneos” entre 1952 y 1958,
comenzaron a ser sistemáticamente demolidas o desmanteladas desde 1968.
Dos años antes de presentar su Informe secreto sobre el culto a la personalidad y sus consecuencias
en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Kruschev insinuó los principios
que coordinarían los procesos posteriores de urbanización a través de una absoluta “austeridad”
habitacional. La Conferencia Nacional de los Trabajadores de la Construcción de 1954 y la
disolución de Academia Soviética de Arquitectura sepultaron el modelo de urbanización
estaliniana–estalinista, y las stálinski pasaron a significar espacios de prestigio partidario–
hereditario que Kruschev quiso subvertir con la modelación de microdistritos (mikrorayoni)
autónomos y funcionales, erigidos a partir de una reformulación de la “fanfarria” de las stálinskie:
las kruschevskie del periodo 1956–1970.
En un relato recuperado por Andrés Brignardello, Gabriela Correa –trabajadora de la fábrica KPD
instalada en Chile en 1972– denuncia que en un reportaje de El Mercurio se decía que los edificios
“tenían baños comunes, duchas comunes, lavaderos comunes, o sea, ¡eran tan hijos de puta que eran
capaces de mentir a ese nivel!”. Paradójicamente, esos eran en gran medida los principios
materiales de la cultura kommunalka, heredera simbólica del comunismo de guerra y que
encontraría en el constructivismo de espacios comunes de Ginzburg y El Lissitzky a sus grandes
antecedentes, exponentes y defensores.
(Fotografía de Françoise Huguier)
Es en este contexto que llegó el ofrecimiento de la fábrica soviética KPD que se establecería en el
cordón industrial Quilpué–Villa Alemana, particularmente en el sector El Belloto. La fábrica debía
producir 1.680 viviendas por año, “su objetivo principal era la construcción de viviendas en altura,
módulos de cuatro pisos de tres modelos diferentes: edificios de cuatro pisos de 16 departamentos,
de 32 departamentos y otro modelo de 48 departamentos”. El primer barco con insumos para la
fábrica, el “Lunacharski”, desembarcó en febrero de 1972 en Valparaíso.
(Fotografía de Norberto Salinas)
Entre 1972 y 1981, la fábrica produjo 153 torres repartidas entre Quilpué, Villa Alemana, Viña del
Mar y Santiago. Si bien para 1973 ya se habían erigido 30 torres, ninguna de estas se entregó antes
de septiembre, mismo mes en que debía zarpar desde Liverpool una fábrica de alta tecnología
inglesa con los mismos propósitos. Las 123 torres posteriores se produjeron bajo la transformación
de la fábrica en la nueva VEP (Viviendas Económicas Prefabricadas) reabierta poco más de una
semana después del Golpe, ahora formalmente conducidas por el Oficial de Marina Roberto Vargas
Biggs, a quien “nunca se le ha rendido el homenaje que merece”, según las palabras de Jorge
Abbott, Jefe de Personal y luego Jefe de Administración de la fábrica hasta 1978.
No es fortuito que la VEP cerrara en 1981. Aún dentro de los perversos márgenes dictatoriales, la
KPD/VEP representa con bastante precisión la disputa abierta entre 1978 y 1981 por el sentido
concreto y específico del nuevo modelo productivo nacional. Lo que, finalmente, daría paso a la
neoliberalización de la economía y la vida cotidiana. En un escenario de vertiginoso ascenso del
capital financiero y de desposesión de la vivienda, ¿qué cabida podría tener la producción más
(KPD) o menos (VEP) socializada de la vivienda?
(Cortesía de Andrés Brignardello)
Cuando me reuní con Brignardello hace algún tiempos, quedé con la impresión de estar ante un
proyecto de rescate inconcluso de un proyecto habitacional también inconcluso. Por supuesto, no en
el sentido que uno podría esperar, como registro acabado y definitivo de un momento dentro de un
proceso tan complejo como la vía chilena al socialismo, pero sí en el sentido de que bien se podría
reconstruir la historia del siglo XX a partir de unas cuantas torres de departamentos dispersas entre
1972 y 1981. ¿No es justamente el sentido de la palabra "torre" la que hoy causa estupor, y significa
un modelo de edificación completamente diferente y aún más barbárico de lo que el genio
cinematográfico de Tarr o Riazánov podría haber registrado? ¿Quién podría, como en el contexto
del plan habitacional de Emergencia de 1971, defender socialistamente una consigna como “Ahora
vamos pa’ arriba” que inmediatamente remitiría a la presencia estructural de los guetos verticales
contemporáneos?
El año 2014 Pedro Alonso y Hugo Palmarola rescataron uno de los paneles de la KPD para
presentarlo en el Pabellón de Chile de la 14ª Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal
de Venecia. El 22 de noviembre de 1972, ese panel, dicen, “fue firmado sobre el cemento fresco por
el presidente Salvador Allende para luego ser instalado como monumento conmemorativo en la
entrada de la fábrica”. Brignardello, sin embargo, sostiene que no fue en noviembre, sino en
diciembre de 1972, y que sólo se anunció la inauguración, que finalmente se realizaría el 25 de
enero de 1973. Un hecho notable que sí rescatan Alonso y Palmarola es que “tras el golpe de Estado
de 1973, la nueva administración de la industria a cargo de la Armada de Chile cubrió la firma,
pintó el panel, y agregó en su ventana un retablo con la imagen de la Virgen María junto al Niño
Jesús, además de dos lámparas neocoloniales […] a la Bienal decidimos llevar el panel sin firmas y
sin vírgenes. Lo expusimos como un original, pero también como una ruina de la modernidad
arquitectónica y política. En definitiva, en Venecia mostramos un escombro. Presentarlo así nos
parecía una acción radical, pero fundamental, pues no se trataba de curar objetos que ya tuvieran un
valor reconocido para la arquitectura. Al contrario, la operación curatorial consistía en
problematizar el supuesto valor de este objeto para así rastrear las controversias contenidas en el
panel, pero evitando resolverlas por medio de la restauración de firmas o vírgenes”. ¿Resolverlas?
Quizás no. Pero tampoco hubiese sido una mala idea restaurar a la Virgen y al Niño Jesús, con sus
dos lámparas neocoloniales, para invitar a un joven Lunacharski a juzgar y procesar a la sagrada
familia y sus consortes.
Desde noviembre del 2017 el panel forma parte de la muestra permanente del Museo de la Memoria
y de los Derechos Humanos, cumpliendo esa extraña e ingrata función de situar un hito mnémico
sólo a condición de no responder a las condiciones del imaginario político y social que lo abrió
como posibilidad. Tal como un panel en un guion de Bekmambétov.