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Nota sobre Mito
Mito ha durado mucho más tiempo del que era discreto esperar que durase,
dadas sus características y las del medio social en que se difunde. Con la
presente edición cumple tres años de vida. En Europa las gentes se
sorprenderían al darles cuenta de que tres años de existencia para una revista
literaria constituyen una hazaña y una batalla, dignas de ser conmemoradas.
Aquí, en Colombia no hay vida, lo que se llama vida normal y floreciente, y
no largas agonías entre aulagas, sino para dos o tres periódicos y para una
revista ilustrada. Lo demás es “puro romanticismo” y físicas deudas.
En estas condiciones, que como todas las condiciones sociales tiene su
explicación, su interpretación y su justificación, Mito aparece como un
conjunto de magníficas extravagancias, la primera de las cuales es su
inconformidad con el medio. Mito ha querido ser el antimito nacional. Cuanto
en estas páginas se ha impreso ha resultado sumamente fastidioso
intranquilizador o incomprensible para la opinión vulgar y corriente. Una
zona restringida de lectores, no incluidos en esa corriente de opinión, hallan
perfectamente ortodoxa la orientación de la revista, es decir, sincronizada con
la actualidad literaria o filosófica del mundo contemporáneo. Pero a la masa
común, la gran clase media de lectores que se alimentan espiritualmente en
los noticieros culturales de los periódicos y en la sección de crónicas y
comentarios de los mismos, les debe parecer Mito un pedante crucigrama
hecho por gentes ociosas e insolentes, amigas de escandalizar a los buenos
burgueses.
No hay tal, las colaboraciones extranjeras y nacionales de Mito parecen
lo que parecen no por ningún sádico deseo de mortificar a las gentes que
alimenten sus redactores, sino por el desajuste entre esos temas
absolutamente normales en otro medio y el medio intelectual colombiano. El
Marqués de Sade, por ejemplo, que es una de las reiteraciones, insistencias y
constantes del pensamiento del director de Mito, o el señor Sartre, o el señor
Genet, o los señores Husserl y Heidegger, entre otros, son “asuntos” de
común discusión en las publicaciones similares a Mito que se editan en
Europa. Aquí esos temas parecen escandalosos, incomprensibles, molestos y
snobs. La impopularidad de Mito es, pues, el precio de su calidad, y su
calidad el origen de la indiferencia o de la resistencia que ella suscita en un
ámbito social acostumbrado a la corroboración diaria de su mitología en las
páginas de los periódicos.
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Otra cosa excelente de Mito es su actitud ante la opinión ajena.
Ninguna consideración política, religiosa, económica, filosófica, ha limitado
jamás, ni limita, en estas páginas, la expresión de ningún pensamiento
contrario al de sus propietarios, directores o redactores. El ateo y el creyente,
el anti-‐‑Sade o el anti-‐‑Sartre, el conformista o el anti-‐‑conformista, el comunista
o el anti-‐‑comunista, han dicho aquí lo que han querido decir con una sola
condición: que lo digan con un mínimo de dignidad intelectual y otro mínimo
de corrección literaria. Nada más.
Una revista así, libre, inconforme, en la cual la literatura, el arte, la
ciencia, o la filosofía, no aparecen como pobres damas vergonzantes a quienes
se les da refugio provisional por benévola condescendencia sino como la
razón de que ella exista, merece larga vida. Y merecería el respeto de la
comunidad, si a la comunidad le interesaran estas cosas. Pero es obvio –y
natural– que no le interesen.
Hernando Téllez
Mito, año III, febrero-‐‑marzo-‐‑abril de 1958, Nº 18.
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Jorge Gaitán Durán
El amor y la literatura coinciden en la búsqueda apasionada -‐‑casi siempre
desesperada -‐‑ de comunicación. Rechazamos la esencial soledad de nuestro
ser y nos precipitamos caudalosamente hacia los otros seres humanos por
medio de la creación o del deseo. Los cuerpos ayuntados son himno, poema,
palabra. El poema es acto erótico. La impotencia literaria o artística sanciona
la imposibilidad de colmar el abismo o remontar la montaña de diferencias,
las barreras de carne -‐‑ setos vivos -‐‑, que nos separan de nuestros semejantes,
así como la imposibilidad de regresar por un instante a la original
continuidad del ser, paraíso cuya nostalgia nos hostiga.
En: Obra literaria de Jorge Gaitán Durán.
Quiero
Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al cuerpo que los mortales se disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.
Quiero tocar las palabras
Con que en vano intenté hurtarte
Al duelo de cada día,
Estela donde habitaban los dioses,
Hoy lisa, espacio para el gesto imposible
Que en el mármol fije el alma que nos falta.
No quiero morir sin antes
Haberte impuesto como una ciudad entre los hombres,
Quiero que seas ante la muerte
El único poema que se escriba en la tierra.
En:
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&tas
k=view&id=161&Itemid=1&showall=1
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Fernando Arbeláez
Canto llano
I
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y un nombre,
un solo nombre y el silencio.
II
Y si quisiera,
no podría recordar mi infancia.
Es un país entre el hielo
de unos ojos oscuros;
una sombra llena de miedo;
un infinito cielo de manos enemigas;
un ciego aroma perdido definitivamente.
Nada me queda, nada. Sólo palabras,
voces que, todavía, me llaman;
signos imperceptibles en el vacío.
No podría, siquiera, recordar. No podría
—si quisiera—
llorar tristemente
con un recuerdo, apenas, soñado entre las manos:
un caballo, o un barco,
o un insecto lleno de escamas doradas
en la tarde.
Solo sé que, a veces,
se me llena el pecho de gritos
y de ternura.
III
Estoy en esta puerta esperando la lluvia,
esperando los vagones, las cosas muertas,
las albas infalibles, lo que llega,
y a ti, que llevas a cuestas el universo.
Y he empezado a pensarme en adiós, nada más,
en hasta luego: en recuerdo, no más,
en despedida; en pañuelo flotando por el viento;
en ruido de sirena entre la niebla;
en estación de olvido, en cal de ausencia.
He empezado a pensar en que este traje
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lo he usado muchas veces, que mi sombra
no es la misma de antaño, que mis pasos
son otros, que mis manos
no conocen las cosas, que mis ojos
empiezan a mirar muy claramente.
Todo es muy simple, nada, la noche
y las muertas distancias de los rieles.
Yo solo quiero
que estas cosas se conviertan en lluvia
y estas lágrimas mías
lleguen hasta los cielos.
IV
Alguien me ha dicho
que en el fondo de esta calle encontraré unas manos;
que hallaré un calor y un sueño tumultuoso
para olvidarme de todo.
Alguien me ha dicho que solo me basta caminar
y extender el corazón hasta las sombras
y perderme sonámbulo hasta las estrellas.
Alguien me ha dicho
que no me esperan en vano bajo el frío de la luna,
bajo el pequeño frío de los faroles,
en un silencio que no puede caber en el alma.
Alguien me ha dicho
que hay manos infinitas repartidas por el amor
en las esquinas de todas las ciudades;
manos, clamantes manos
que repican en los tambores de la noche,
temblorosas, esperando
hasta más allá de lo posible;
buscando otras manos,
devorando las sombras hasta la luz,
golpeando los muros poderosos
hasta la sangre y el fuego
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para hacer la roja antorcha
del amor.
V
Yo he conocido el amor, también
he conocido una muchacha
que venía hasta mí con su rostro
nuevo y con sus manos como el aire,
una muchacha que buscaba
su recóndita piel, su amargo
pecho en las alcobas noctámbulas,
su frescura recién nacida entre los árboles.
La sostenía, la escuchaba
en el silencio de los trenes,
de las estaciones lejanas,
de las flores marchitas en la casa de la abuela
y de las montañosas recámaras.
Llegaba hasta mí, y no podía
con toda su ternura, con sus cálidos huesos,
con su gesto que apenas se insinuaba,
con todos aquellos ruiseñores oscuros
en delirantes madrugadas.
No podía. Estaba siempre solo.
Solo hasta el fin. Hasta donde ella
empezaba a enhilar
una frase muy dulce, y así,
el tiempo pasaba, y nosotros
apenas pavesas de su viento,
y nosotros,
notas de una melodía
que repetía un ebrio en la noche,
tal vez un poco del frío que iba por los aires
un poco del cielo ceniciento de la ciudad
cuando las luces duermen
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y un viento corre apenas
por el secreto de las calles.
Yo me acuerdo. Cómo me acuerdo
de aquellas cosas tristes dichas para los besos,
me acuerdo mucho de mis lágrimas,
me acuerdo de su mano
recorriendo mi rostro hasta mi alma.
Cómo me acuerdo y cómo pienso
que quizás era amor todo aquello,
y, sin embargo, siempre estábamos solos...
Nos perseguía una sombra,
una sombra, una noche, una estrella,
y el tiempo que no quiso dejarla entre mis manos
y aquella soledad infinita con ella.
[...]
VIII
Lo que yo tengo,
son unos cuantos recuerdos:
un tren entre la niebla y un barco, sí,
un barco en una tarde de hielo.
Cosas amargas, sueños,
siempre olvidados, ecos,
caminos, sombras, lechos
en todas las esquinas del mundo,
noches —siempre las noches del invierno—
versos —versos sobre las calles del insomnio—
libros, poemas nunca hechos,
el viejo corazón, sus amigos,
el mar, las canciones del viento,
y una montaña, sí, una montaña
con su dorado marco de misterio.
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Es todo lo que sé, es todo lo que puedo
decir, es todo lo que tengo:
memorias... vagas memorias
que apenas si me esperan en el sueño...
[...]
X
Debiéramos tener tiempo de amarnos
pero todo nos empuja
y no nos deja tener los largos años
que nuestras bocas quisieran.
Se nos urge y despierta
en las tristes mañanas
para lanzarnos a vivir entre los muertos.
Nos debiéramos amar muy largamente
y, no es posible, Amor,
los pasos, los oscuros vaivenes de los días
las largas nieblas nocturnas
nos separan un poco,
nos vuelven lejanía
besos de ayer en el feliz momento
leyendas casi y formas dolorosos
que ya en tus ojos tórnanse recuerdo
XI
Si alguien dice que ha oído una voz misteriosa
que lo diga. Si alguien dice
que ha sentido una voz inaudible
que lo revele a todo el mundo
si alguien dice de cosas inenarrables
que lo señalen entre todos
porque todo se puede decir
y se puede soñar
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en las amargas palabras
todo se puede hablar
entre tú y yo, en las claras voces
que decimos dejadas por alguien
desde el infinito.
Porque sólo vemos diáfanos misterios
un lento sol, los amores
la muerte, la noche inexorable
la hierba, el pan, los dolores, el vino.
¡Que si alguien dice que ha oído una cosa dulcísima
que la repita
y la diga
a todos los oídos del mundo!
XII
Si yo no ardo
¡que tu corazón esté encendido!
Si tú no ardes
que el compañero ilumine la marcha!
Que si su luz se apaga
que otro, que otros vengan
¡para encender los caminos!
Pues no soy yo solamente:
somos miles, millones.
No eres tú solamente:
¡somos todos los hombres del mundo!
Tú has dicho, poeta,
que no hay brillo más alto
que el destellar de la sangre
ni luz más poderosa
que la que guarda el corazón.
¡Arriba, pues, la roja sangre!
¡Mi sangre! Tu sangre!
¡La sangre de todos!
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¡Y que la luz se haga
bajo las dormidas estrellas!
Estocolmo, Kumla, 1959
En: Serie china y otros poemas.
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Eduardo Cote Lamus
La sombra como un dado a las espaldas
A Hernando Valencia Goelkel
Me busco el cuerpo porque pesa mucho,
llevar siempre la sombra tras del paso
y no poder decir si soy un hueco
donde pasan los sueños, uno a uno,
ensoñando o el vaso en que los bebo.
Quiero mirar mis ojos y mis manos
y el corazón para medir distancias
y horas, pero sólo veo mi sombra
que es mi tiempo perdido que me mira,
implacable, desde su oscuro sitio.
Me hundo. Ahora soy mi sombra. Soy
aquello que la luz no purifica:
la capa siempre echada bajo el juego
de un dado que da vueltas y camina,
que camina y da vueltas. Tiro suertes
y no hallo la ventaja de estar vivo.
El vértigo
Para Alfonso Costafreda
Todo se va cayendo, todo es piedra,
molino que cambia aire por harina
como el hombre es igual a lo que anhela.
Todo se va cayendo, todo es plomo
que cae ceniciento por la piel.
Y todo va cayendo al miedo. Alguien
usa la voz como perfume: cae
sobre su sombra y la destruye, cae
envuelto de pasión sobre sus pasos:
los borra, los sepulta, los camina.
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Todo se va cayendo, todo es sueño:
la luz para encenderla tiene un nombre,
otro para apagarla. Todo es sueño.
Alguien se fue quitando días, poco
a poco, hasta quedar sin años, para
meterse en tierra y embozarse en ella.
A Jorge Gaitán Durán
Cómo pesa la luz en este otoño.
Todo lo borra, todo lo consume;
su mano es solamente hierro, yunta;
nos dice: aquí está el bien, aquí está el mal,
y no nos deja optar. Vas por caminos
acaso demasiado claros: la
luz de otoño es honda, ciega, pesa
en las hojas lo que un día en un muerto.
Remontando palabras has buscado
la presencia del hombre, la insistencia
en lo triste: medidas de tu asombro.
Me parece que no has hallado nada
y que las cosas te reclaman. Vuelves.
La luz se te ha dormido entre los huesos
y el viento acaudillando eriales vino
a morir entre tu sombra. Por cuantos
países fuiste te nació un recuerdo:
¡cuántos días gastaste para ver
el destino frustrado! Y te has caído
sobre tus pasos, solo. Tú regresas.
Devolverás los sueños inservibles
y de nuevo el calor, las viejas muertes
de los abuelos, las tumbas resecas,
el aliento de los contrabandistas
con bocas llenas de vainas y de oro
y el oculto lector de tus poemas,
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no te comprenderán; para ellos, luz;
tienes la sombra muy oscura, amigo.
¿No imaginas el sol como un gran río
a fuego lento y que se nutre con
la ceniza de sus despojos, Jorge?
La muerte
Cada hombre lleva dentro una muerte madura.
A veces pequeña y se la puede pintar
de verde.
En otros tiene el mismo
tamaño del cuerpo y cruje en cada paso como si andara
en muletas.
Pero hay alguien a quien le huele la muerte
a distancia, como la miel
de los trapiches en el tiempo de molienda:
le llena los actos, los sentidos, el amor, la gloria,
el odio o la impotencia.
La muerte es la casa donde vive
y se la ve de lejos, se divisa del camino,
se la escucha con rumor de manto en la sonrisa
o de mortaja en la palabra exultante.
Lo único que se tiene es el pasado.
A veces años, otras veces ratos, acaso minutos.
Un instante puede ser todo el pasado.
Y está delante del hombre. A él tiende los brazos,
hacia él se precipita. Lo que se busca,
en realidad, no es el futuro sino el encuentro.
Y el hallazgo no es más que devolverse
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a lo soñado, igual que la palabra
se busca para hallarla en los objetos
o el recuerdo en las guardas de un libro
abierto como la vida.
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