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CITAS DE LIBROS

ALCATRAZ VS. LOS BIBLIOTECARIOS MALVADOS - 1

A la gente no le gusta descubrir que sus creencias son falsas.

La palabra «heroico» no me pegaba. Y la gente tampoco solía utilizar palabras como «amable»
o «simpático» para describirme. Quizás usaran la palabra «listo», aunque sospecho que
«taimado» habría sido más correcto. «Destructivo» era otro término que escuchaba mucho, pero
no me gustaba (en realidad, no era demasiado preciso).

El asunto es que muchas veces lo primero que supone una persona sobre algo —o sobre alguien
— no es correcto. O, al menos, le faltan datos.

Una persona inteligente puede convertir cualquier cosa en una ventaja, por mucho que, al
principio, parezca ser lo contrario.

—Ay, chaval, esta guerra nuestra no se lucha con armas, ni siquiera con espadas.

—¿Con qué, entonces? ¿Arena?

—Información. Ese es el verdadero poder en este mundo.

[…] —Información. Los Bibliotecarios controlan la información en esta ciudad…, en todo el


país. Controlan lo que se lee, lo que se ve y lo que se aprende. Por eso tienen poder.

—La gente acepta lo que le cuentan —dijo Bastille—. Incluso las personas inteligentes se creen
lo que leen y escuchan, siempre que no se les den motivos para cuestionarlo.
—Sí —repuso Sing—, sois felices, estáis callados y vivís en la ignorancia, justo como ellos
quieren. ¿No tenéis una frase que dice: «Ojos que no ven, corazón que no siente»?

Como Platón le dijo una vez a su amigo Sócrates: «Sé que tengo razón porque soy la única
persona lo bastante humilde como para reconocer que no la tengo».

—Es para crear el mundo que concibió el Escriba —me interrumpió Sing—. Para crear un lugar
en el que la información esté cuidadosamente controlada por unas cuantas personas escogidas y
en el que el poder quede en manos de sus seguidores. Un mundo en el que no exista nada
extraño ni fuera de lo normal. En el que se burlen de la magia y todo sea felizmente normal. «Y
por eso luchamos —pensé, empezando a entenderlo por primera vez—. De eso va todo esto».

En fin, que si hay que aprender una lección es esta: los grandes éxitos dependen de ser capaces
de distinguir entre lo imposible y lo improbable.

La determinación, la determinación de verdad, es más que simplemente desear que suceda algo.
Es querer que suceda algo y encontrar un modo realista de asegurarse de que suceda lo que
quieres.

La experiencia me dice que casi todos los problemas están provocados por una falta de
información. La mayoría de la gente no sabe lo que necesita saber. Algunos no hacen caso de la
verdad; otros nunca la comprenden.
Lo cierto es que incluso la gente más importante se queda al margen de la mayoría de las cosas
importantes que ocurren en el mundo.

No hay nada peor que conseguir que los demás te admiren, porque, cuanto más esperan de ti,
peor te sientes al decepcionarlos.

[…] un mundo en el que la gente nunca hiciera nada anormal, nunca soñara y nunca
experimentara nada extraño. Sus secuaces enseñan a la gente a dejar de leer libros divertidos para
centrarse en las novelas de fantasía. Las llamo así porque esos libros atrapan a las personas, las
mantienen encerradas en esa pequeña fantasía que ellos ven como el mundo «real». Una fantasía
que les dice que no necesitan probar nada nuevo.

El problema es que, cuando eres distinto, la gente empieza a definirte por lo que eres en vez de
por quién eres.

Me pregunté si Kaz entendería que había más de un modo de no ser normal. Todo el mundo era
extraño de una forma o de otra. Todo el mundo tenía puntos débiles de los que burlarse. Yo sabía
cómo se sentía, porque también lo había sentido.

Reíd cuando ocurran cosas buenas. Reíd cuando ocurran cosas malas. Reíd cuando la vida sea tan
aburrida que no le encontréis nada divertido, salvo el hecho de que no lo es en absoluto. Reíd
cuando acabéis un libro, aunque el final no sea feliz.

Nuestras amistades se basan en las expectativas. Esperamos que nuestros amigos actúen de cierta
manera y después actuamos como ellos esperan de nosotros. De hecho, que nos levantemos por
las mañanas demuestra que esperamos que salga el sol, que el mundo siga girando y que nos
sirvan los zapatos, como el día anterior.
Todos estos ejemplos intentan demostrar que necesitáis tener una mente abierta. Porque no todo
lo que creéis es cierto y no todo lo que esperáis que suceda sucederá.

ENEMIGOS ÍNTIMOS DE LA DEMOCRACIA

Esta situación —el mal que surge del bien— no tiene en sí misma nada de paradójica. Todos
conocemos ejemplos. En el siglo XX nos enteramos de que el hombre se convirtió en una
amenaza para su propia supervivencia. Gracias a los fulgurantes avances de la ciencia, descubrió
algunos secretos de la materia y pudo transformarla. Pero esto quiere también decir que está
amenazado por las explosiones nucleares, por el calentamiento del planeta, por el efecto
invernadero y por la mutación de las especies, resultado de las manipulaciones genéticas. A
diferencia de lo que pensaban nuestros antepasados de los siglos XVIII y XIX, hemos llegado a la
convicción de que la ciencia, además de una proveedora de esperanza, puede ser una fuente de
peligros para nuestra supervivencia. Lo mismo sucede con las innovaciones tecnológicas, que nos
permiten reducir el esfuerzo físico, pero que a menudo empobrecen nuestra vida espiritual. Todo
depende del uso que hagamos de ellas.

Nos sentimos orgullosos del principio de igualdad de derechos entre los individuos y entre los
pueblos, pero al mismo tiempo somos conscientes de que si todos los habitantes del mundo
consumieran la misma cantidad de productos que las poblaciones occidentales, nuestro planeta se
quedaría rápidamente sin recursos. Afirmamos alto y claro que todos los seres humanos tienen el
mismo derecho a la vida, y por lo tanto nos alegramos de los avances de la medicina preventiva,
que reduce la mortalidad infantil, pero sabemos que el aumento ilimitado de la población terrestre
sería una catástrofe.

En primer lugar, la democracia es, en el sentido etimológico, un régimen en el que el poder


pertenece al pueblo. En la práctica, toda la población elige a sus representantes, que de manera
soberana establecen las leyes y gobiernan el país durante un espacio de tiempo decidido
previamente.

A las democracias modernas se las llama liberales cuando a este primer principio fundamental se
suma un segundo: la libertad de los individuos. El pueblo sigue siendo soberano, cualquier otra
opción supondría someterlo a una fuerza exterior, pero su poder es limitado. Debe detenerse en
las fronteras del individuo, que es dueño de sí mismo. […] La relación que se establece entre las
dos formas de autonomía, la soberanía del pueblo y la libertad personal, es de mutua limitación:
el individuo no debe imponer su voluntad a la comunidad, y ésta no debe inmiscuirse en los
asuntos privados de sus ciudadanos.

[…] podemos decir que toda democracia implica la idea de que es posible mejorar y perfeccionar
el orden social gracias a los esfuerzos de la voluntad colectiva. La palabra progreso está
actualmente bajo sospecha, pero la idea que engloba es inherente al proyecto democrático. Y el
resultado está ahí: los habitantes de los países democráticos, aunque a menudo están insatisfechos
con sus circunstancias, viven en un mundo más justo que los de los demás países. Las leyes los
protegen, gozan de la solidaridad entre miembros de la sociedad, que beneficia a los ancianos, a
los enfermos, a los parados y a los pobres, y pueden apelar a los principios de igualdad y de
libertad, incluso al espíritu de fraternidad.

La democracia se caracteriza no sólo por cómo se instituye el poder y por la finalidad de su


acción, sino también por cómo se ejerce. En este caso la palabra clave es pluralismo, ya que se
considera que no deben confiarse todos los poderes, por legítimos que sean, a las mismas
personas, ni deben concentrarse en las mismas instituciones.

Los antiguos griegos consideraban que el peor defecto de la acción humana era la hybris, la
desmesura, la voluntad ebria de sí misma, el orgullo de estar convencido de que todo es posible.
Para Pelagio, el ser humano no puede ser del todo malo. Por supuesto, Pelagio es consciente —
porque no deja de observarlo a su alrededor— de que el amor a la riqueza es insaciable y de que
el deseo de honores nunca está satisfecho, pero reducir a los hombres a estas inclinaciones sería
engañarse.

No amamos a los que hemos elegido, sino que elegimos a los que amamos.

Al no ser dueño de sí mismo, al no conocer la naturaleza de las fuerzas que lo dirigen, el ser
humano no puede fiarse de su voluntad ni exigirle su salvación. La libertad no es una ilusión,
pero nunca somos del todo libres.

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